miércoles, junio 19, 2013

La mexicanidad: entre el resentimiento y la solidaridad. Entrevista con Leonardo da Jandra


La mexicanidad: entre el resentimiento y la solidaridad
Entrevista con Leonardo da Jandra*
Por Ariel Ruiz Mondragón
La discusión acerca de la identidad de los mexicanos continúa siendo intensa y desde los más diversos enfoques. Actualmente, ante el asalto de las tendencias globalizadoras y las visiones tradicionales, se están buscando caminos para definir nuestro enigma identitario frente a los retos contemporáneos, y de esa manera poder proyectarnos de mejor manera para enfrentar los desafíos planetarios que nos plantea el futuro.
Más allá de los viejos estereotipos y desde el ámbito del pensamiento fuertemente enraizado en la filosofía y la historia, Leonardo Da Jandra (Pichucalco, Chiapas, 1951) aporta su versión de la identidad de nuestro país en su libro La mexicanidad: fiesta y rito (Oaxaca, Almadía, 2012), en el que expone la tesis de que esos dos elementos, estrechamente vinculados, son “lo que define el ser más duradero y profundo de la Hispanidad y, por ende, de la Mexicanidad.” Además, agrega que lo que suceda en México y en Hispanoamérica es lo que “determinará el curso no sólo de la Hispanidad sino de la Cristiandad toda”.
Sobre este libro Replicante conversó con Da Jandra, quien realizó estudios de Filosofía en Santiago de Compostela y en la Universidad Complutense de Madrid; posteriormente cursó el doctorado en Filosofía de las Matemáticas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ganador del Premio Nacional de Literatura IMPAC, es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y autor de más de una docena de libros.
 
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir y publicar hoy un libro como el suyo? ¿Por qué volver hoy al problema de la identidad del mexicano, incluso llegando a hurgar en la propia hispanidad, como es su caso?
Leonardo Da Jandra (LJ): Hay culturas que no se han hecho un conflicto con su identidad porque carecen de un pasado mítico. El caso de México y de la mexicanidad es justamente lo opuesto: es una cultura que está enraizada en una mitología que, para sobrevivir al embate lineal de la historia, se ha hecho arte, el que ha desbordado el comportamiento cotidiano de los mexicanos. Lo vemos en nuestra gastronomía, en nuestras fiestas, en nuestros ritos.
Entonces, cada vez que el mexicano se inferioriza ante una expresión cultural que enfatiza lo tecnocrático sobre lo estético recurre a su identidad, y la confronta y la contrasta, y suele ser (y uso una metáfora un poco vulgar) una herida abierta que continúa supurando.
Yo creo que la identidad es un proceso histórico; tiene que alcanzar su máximo y tiene que desaparecer, porque, como diría el doctor Johnson, no podemos pasar por alto que la identidad ha sido el refugio no sólo de los sinvergüenzas sino de los políticos perversos. Cuando los políticos se sienten exhibidos ante su sociedad y la sociedad los percibe en su dinámica corruptora y perversa, entonces recurren a este concepto de nacionalismo identitario para asegurar su permanencia en el poder.

AR: Aunque usted trata con muchas pinzas el nacionalismo a lo largo del libro. Por otra parte, ¿de alguna manera la idea de hispanidad que usted defiende podríamos calificarla como antimoderna? Digo esto en tanto usted llega a confrontarla con los valores de la Ilustración, la razón, la producción, la técnica e inclusive la ciencia.
LJ: A mí el término modernidad no me dice nada, francamente, porque todas las presentanidades pasan por ese proceso de modernización. Prefiero usar un término que me produce otras inquietudes y que tiene mayores posibilidades de apertura: yo creo que la identidad es antievolutiva más que antimoderna, y con ello quiero enfatizarla como un refugio permanente de un complejo que va de la inferioridad al resentimiento y que potencia más la víscera que el intelecto.
La identidad no es el refugio de la inteligencia sino de la emoción, de la relación del hombre con la tierra, no con el cielo. Y creo que al mismo tiempo que produce orgullo también produce ceguera, al mismo tiempo que potencia también lastra. Por eso digo que es un fenómeno histórico, y que cuanto más rápido las culturas superen esa identidad, más posibilidades tienen de ejercer un papel protagónico en el contexto planetario.
Yo creo que la identidad mexicana, que es una de las identidades más fuertes que existen, está lastrada por una cantidad de negatividad infinita, por decirlo así. Pero hay que entender también que es una de las pocas opciones que tenemos frente al embate global.
Entonces, estamos en esa dualidad, como un dios bifronte: por un lado está la luz, por el otro la oscuridad; por un lado está el “como México no hay dos”, pero por el otro está el que necesitamos ya dejarnos de ese “como México no hay dos” de corrupción, perversión, suciedad, miseria y decadencia, y acceder a un Primer Mundo digno, tecnologizado, racionalizado. Es esa dualidad la que vive el mexicano.

AR: En ese sentido, ¿cómo es la mezcla de las dos excesividades de las que usted habla, la española y las de las antiguas culturas prehispánicas, y que, creo, fundamentan muchos de los aspectos negativos que usted menciona?
LJ: Aquí recurriría a un planteamiento teórico. De un tiempo para acá vengo trabajando en la teoría de los complementarios, que pretendo que es una opción sustitutiva de la teoría de la contradicción hegeliano-marxista. Yo no percibo que el hombre y la mujer, el obrero y el empresario, el ciudadano y el gobernante sean opuestos y confrontativos. Yo creo que si ambos desempeñan la función genuina para la que existen deberían ser complementarios. Entonces, la cultura española y la cultura mesoamericana son culturas genuinamente complementarias, porque han sufrido el embate de múltiples otras culturas; es decir, España es un resultado de una mescolanza inverosímil desde los tiempos míticos hasta los históricos, y hay un punto de discontinuidad radical que es la parte religiosa.
Los aztecas, sobre todo, que fueron la expresión más tardía de las culturas mesoamericanas, eran demasiado violentos, y llevaron su violencia como cultura nomádica guerrera a su panteón divino; entonces, los dioses aztecas son igual de sanguinarios que los guerreros aztecas. Y en el caso de los españoles, hay que entender que en el momento en que se da la conquista el aparato religioso usufructuaba casi el 80 por ciento del ingreso del país, y era una costra parasitaria, como un sudario; pero éste, al mismo tiempo, tenía sobre sus espaldas un gran foco de luz que era el dios amoroso que perdona y salva, frente al dios del Antiguo Testamento, que castiga y juzga. Eso hizo muy atractivo para la cultura mesoamericana, que estaba acostumbrada a los sacrificios, al autoflagelo y a dioses sangrientos, a este dios de amor que perdona y se sacrifica por los demás.
Entonces, allí es donde se dio el gran núcleo confrontativo pero, al mismo tiempo, con una posibilidad enorme de riqueza, porque la religión no sobrevive en las castas privilegiadas, sino como la cultura de los estamentos sociales más bajos. Las culturas siempre tienden a ser asimiladas desde arriba para abajo, no de abajo para arriba. Por ejemplo, nosotros lo vemos muy claramente en nuestras clases elevadas, que son las que primero se globalizan, se desidentifican, y queda nuestra identidad en ese remanente de barbarie. Lo mismo sucede con la espiritualidad.
Allí es donde se dio esta complementación entre estas dos culturas, que fue muy distinta a la que se dio, por ejemplo, en Estados Unidos, donde no hubo mestizaje, y aquí sí lo hubo. Entonces, una de las características fundamentales de la complementación es la interrelación, el mestizaje.

AR: De alguna manera, la idea de la raza cósmica…
LJ: Sí, de José Vasconcelos.

AR: Me llama la atención esto, porque en el libro hace menciones de las condiciones sociales en España y en las culturas prehispánicas, y también durante la Colonia y durante la Independencia con la división en clases y en estamentos. ¿Esas condiciones sociales cómo han influido en la definición de la mexicanidad? Porque también en el libro se aprecia un choque con las elites, que querían controlar las fiestas…
LJ: Bueno, hay que entender que la guerra santa y el concepto de casta son semíticos; fundamentalmente están enraizados en una cultura como la hebraica, que tiene una alta autoestima y un sentido muy decantado de la diferencia hacia el otro, con el otro.
Las peores formas de segregación que hay son las religiosas, porque se entiende que religar es unir; entonces, si desde allí se separa ya comienza a generarse una brecha social muy acentuada. Y luego también hay que ver lo que sucedió con la pureza de sangre, que es una de las características de la guerra santa, y cómo permea el concepto religioso a la determinación biológica: ya se comienza a ver cuál es el pasado de una persona, a ver si en su árbol genealógico hay alguna contaminación de sangre, y esta idea ya se extiende a tal nivel que permea todo el estamento social. Entonces, si una persona tiene contaminación de sangre, ya es impura y por lo tanto ya no puede tener acceso a los estamentos de poder que exigen pureza de sangre.
Esto viene acá, como lo vio muy bien el padre José Antonio Gay en la historia de Oaxaca: los indígenas se aficionaron al pleito al ver que los españoles pleiteaban permanentemente entre ellos. ¿Por qué el mexicano es tan pleitista y pelea por todo? En Oaxaca, que en este sentido es, como en muchos otros, el corazón identitario de México; es increíble la mala vecindad que hay y al mismo tiempo el delirio permanente por estar pleiteando.
Oaxaca tuvo una doble fundación: la del marquesado, con Cortés, y la del centro de Oaxaca, que es en donde están la Catedral y el Zócalo con los comerciantes artesanos. Los indígenas vieron que todo lo resolvían allá, con el Emperador en España, y que eran pleitos y pleitos. A partir de allí viene ese afán pleiteador del mexicano, que pelea con su sombra ya que necesita estar peleando con alguien.
Pero, como genera peleas gratuitas, las pierde, y luego se inferioriza al perder; esto es lo que estudió Samuel Ramos. Se pone metas que no puede lograr, que ya vienen de principio con el estigma de la derrota, y luego se asume como un ser derrotado; entonces se inferioriza y viene toda esa especie de crucifixión, de calvario, de la degradación del “soy un chingón” al “soy un pendejo”.

AR: O un “chingado”.
LJ: Sí; bueno, no dije “hijo de la chingada” por no caer como Octavio Paz.

AR: A usted no lo convence ese asunto de “la chingada”, como lo dice en el libro.
LJ: No. Lo que no podemos hacer es asimilar un complejo de culpa en base a determinaciones históricas y genéticas que no tienen que ver con nuestra presentanidad. Es decir, si mi abuelo o mi padre fue un asesino, yo no tengo por qué cargar con su culpabilidad. Ése fue uno de los grandes defectos de Pablo: que metió el complejo de culpa en el cristianismo; Cristo jamás tocó ese complejo del pecado original, que es un invento de Pablo y que se lo cargó a la mujer, Eva, porque era misógino. Cristo estaba rodeado de mujeres, tenía 70 sacerdotisas que lo acompañaban en sus giras; en cambio, Pablo expulsó a la mujer, impuso el celibato y, además, impuso el estigma de la mujer como dinámica pecaminosa (esto es muy importante entenderlo), y de allí se extrapola toda esta dinámica del complejo de culpa: nuestros primeros padres cometieron la culpa original, entonces nos chingamos todos.
Eso es muy dado a asimilarlo el mexicano: tener complejo de culpa y siempre empieza por deslindarse: el gachupín que viene y nos chinga, y luego es el cabrón francés, después el gringo, posteriormente los marcianos. Siempre hay alguien que va a chingarnos. Yo le quito eso porque Octavio Paz lo enfatizó demasiado con la Malinche; Paz no entendió bien esto a pesar de que fue un hombre luminoso. La Malinche no era aliada de los aztecas, sino que los aztecas eran enemigos de la Malinche; ella salió con los enemigos de sus enemigos y no traicionó para nada a los aztecas, porque no eran su causa; al contrario, eran una causa contraria a ella.
Entonces, no es la hija de la chingada que nos traicionó, que se fue con el conquistador y que por lo tanto nos dejó un estigma y todos somos hijos de esa chingada. Ése es un rollo poético-metafórico que funciona en ese nivel nada más, porque a nivel histórico es una ruindad. Desde el punto de vista del pensamiento, el mexicano no es hijo de ninguna chingada; el mexicano ni siquiera tiene el estigma de lo que hicieron las generaciones pasadas. Debemos quitarnos ya eso de que el mexicano es flojo, traicionero, huevón, pendenciero, y compararlo con el norteamericano trabajador, serio, metódico. Esos son procesos que no se pueden generalizar, definitivamente.

AR: Pero a este seudomito, como usted le llama, opone la imagen de la Virgen de Guadalupe que es, como usted dice, “la creación más luminosa de la Colonia”.
LJ: Bueno, yo sí creo que por supuesto que es un invento, pero partamos de la base de que todo lo que pueda hacer el ser humano es defectivo, es finito y no puede abarcar lo infinito; entonces, a mí no me interesa discutir en lo más mínimo sobre la condición histórica del mito de la Virgen de Guadalupe.
Lo que me parece fundamental es su papel en el contexto del padre universal, hijo creador y espíritu materno; representa el espíritu materno en la cultura mexicana. No sólo hay que entender aquí el culto a la tierra, a la diosa madre dadora de vida, sino también de protección: es la madre la que ha sido asimilada de las culturas mesoamericanas hasta la llegada de una cultura patriarcal autoritaria. Los españoles trataron de imponer, primero, al numen que es para ellos el estandarte de la expulsión de los árabes, que fue Santiago Matamoros, y no funcionó; quisieron imponer a san José como patriarca, y tampoco pudieron. Los españoles eran patriarcalistas autoritarios y guerreros.
Aquí había una cultura muy arraigada, muy apegada a la tierra, y las culturas de la tierra han sido las genuinamente creadoras del matriarcado. Pienso en Démeter y Perséfone, en Isis y Osiris, Atis y Cibeles, y Cristo y María. Siempre el hijo que se sacrifica, el héroe, la semilla que va al inframundo, rebrota y trae la vida y el sustento, ha estado relacionado con ese halo de protección. Entonces, el mito más importante de la mexicanidad es justamente esa relación entre Guadalupe, el mito colonial, y Tonantzin, la sagrada madre que sigue vigente. Jamás le va a doler a un mexicano que le digamos “Ve a chingar a tu padre”; pues sí, ¿y a mí qué? Pero que le digas “chinga a tu madre” es guerra. Lo tenemos y ya es casi como un fenómeno de filogénesis asimilado a nuestras células a partir de la cultura.

AR: Cuando usted habla de tres notorios exponentes de la búsqueda identitaria mexicana como Samuel Ramos, Octavio Paz y Guillermo Bonfil, pone mucho acento en el carácter de la negatividad, esa construcción de la identidad a partir de negaciones. ¿Por qué generalmente para definir al mexicano se destacan los aspectos negativos?
LJ: Aunque hay otras imágenes; por ejemplo, ahora está vigente la de Roger Bartra, que es ese ser anfibológico, dual: el ajolote. Pero lo que pasa es que estas visiones son de la herida abierta (como yo les llamo), desde el resentimiento, y resentir es sentir dos veces. Entonces, cuando uno resiente necesariamente le da determinación a las vísceras sobre el intelecto, y la víscera secreta, inevitablemente, negatividad; es un aparato digestivo destructivo degradativo. La sustancia que se va decantando de eso suele ser un remanente de resentimiento, de odio, de rencor, de “¿por qué yo no pude ser lo que quiero ser?”, y se busca la culpa en el otro. Si se hiciera el examen de autoreflexión, no se tendría que estar clamando ni se tendría que abrir la herida; pero el abrir la herida es como un grito, como una manifestación de presencia en el mundo como negatividad: “Yo soy esta herida y exijo que se me reconozca como tal”. Ocurre como con estos “escritores malditos” que hacen de la autoexclusión su forma de creatividad. Entonces, el mexicano ha hecho del resentimiento su forma de sentir la historia. Pero creo que esto ya está pasando esto; era un sarampión, un proceso histórico inevitable, y no es cuestión de decir si es malo o es bueno.
Yo creo que la historia no evoluciona en línea recta; se pueden dar saltos para atrás, para adelante, en fin. Lo que hay que tener presente es que las culturas que no tienen un pasado fuerte tienen muy pocas posibilidades de competir en el ámbito futuro, y la mexicanidad tiene un pasado muy fuerte; pero ese pasado ha estado, fundamentalmente, determinado por mucha víscera, mucha negatividad, mucho resentimiento, mucho odio. Ya es tiempo de que dejemos de mirar hacia atrás; no le echemos la culpa a nadie y reconozcámonos como lo que somos, con nuestros límites.
Es como nos lo señala la Olimpiada, que para mí es un escaparate genial, porque no es que el mexicano no tenga posibilidades genéticas de triunfar; lo que pasa es que no hemos tenido la visión, desde la perspectiva de gobierno, para dedicarle al deporte y a las juventudes el dinero, la energía y la sabiduría necesarias para forjar competidores y ganadores. No lo hemos hecho, y entonces decimos “es que no ganamos”, “es que somos de la chingada”. En la medida en que no se asimile que sin método, sin racionalidad y sin sacrificio no hay logro, no vamos a lograrlo, aunque habrá chiripas, como ha pasado hasta ahora con nuestra cultura.

AR: Ahora quisiera que nos destacara algunos de los aspectos positivos de lo que son la hispanidad y la mexicanidad. En el caso de la primera lo veo muy claramente donde usted habla, por ejemplo, de la disciplina y la idea del sacrificio.
LJ: Hay una diferencia básica: en los orígenes de la civilizaciones hay tres grandes derivas, que son: la guerrera nomádica, que no enraíza en nada y va detrás del sustento, sea recolección o matanza de animales, y tras los animales de acuerdo a la determinación climática; la pastoril, que ya es la domesticación del animal, que significa un gran paso adelante, y que es la forma más genuina de interiorización de la mujer, que es vista como un vientre más, y que son las culturas semíticas; luego viene la gran base de las culturas que es la agricultura, que es cuando se domestica la espiga y surge la religiosidad fundamental. No hay ningún proceso civilizatorio que no se haya hecho en base a la agricultura.
Pero España no era una cultura agrícola; es una cultura que fue sometida constantemente a invasiones de guerreros: los cartagineses, los romanos, las oleadas germánicas y los árabes. Aunque hubo un momento en que la migración semítica de judíos y árabes hizo que los segundos se encargaran de las huertas y los primeros de todo el aparato comercial, financiero y parte de la naciente ciencia, sobre todo la medicina. Pero la cultura del hidalgo español era guerrear, era la espada, darle vuelta a la espada y convertirla en cruz cuando le convenía.
Pero la cultura mesoamericana es una de raigambre agrícola, fundamentalmente; cada 20 días había una fiesta de agradecimiento a la naturaleza por la vida, y todo en base al maíz; entonces, le llamaban la fiesta de las veintenas. Ese contacto y esa sacralidad del mexicano con la tierra es una de las características de su posibilidad de supervivencia frente a una cultura profana, como la angloamericana. El hombre que se separa de la naturaleza se profana, se vuelve superficial, arrogante, engreído, y el mexicano sigue arraigado a la tierra.
Entonces, en el cultivo de la tierra es en donde está la forma más pura de humanismo y de religiosidad, y ése es uno de los grandes dones que tiene el mexicano a través de toda la historia: la relación íntima con la tierra.

AR: Quisiera que habláramos del aspecto político; por ejemplo, usted menciona que una de las herencias más nefastas de la conquista fue que nos trajo el poder y todas sus perversiones. Políticamente ¿cuáles han sido los efectos de la hispanidad y la mexicanidad? En España había reyes y tiranos, y aquí había gobiernos que algunos han llamado despóticos. ¿Cómo han ayudado esas herencias en la conformación de la mexicanidad?
LJ: Pues en realidad no han ayudado. Paz lo vio muy claramente cuando notó la diferencia entre la Reforma en Estados Unidos y la Contrarreforma acá. El conquistador español que llegó acá venía demasiado lastrado por siglos de intolerancia política y religiosa. El aspecto más oscuro que trajo la hispanidad aquí fue la Santa Inquisición, que para mí es la Maldita Inquisición, porque no es nada más la imposibilidad de tener un pensamiento religioso propio, no es la coerción total de cualquier expresión ideológica, sino la carencia de libertad, y no puede fructificar el ser humano en condiciones de cautiverio. Por momentos la adversidad te potencia, pero una adversidad que se prolonga y se hace colectiva condena a la sociedad a la caída inevitable. ¡Fuera intelecto!, ¡fuera capacidad de ejercer el libre albedrío!, y llegó la contraparte: el sometimiento. Entonces, se condenó al nuevo ser, que es engendro de todas estas culturas y estas mezcolanzas, a algo que ha sido pernicioso y que ha alcanzado su máxima expresión nociva en el político, que es la ladinidad. El hacerte ladino: ver la manera de estar siempre saltándote las trancas, de darle la vuelta a las leyes, de evitar la constitucionalidad, de dar a la razón todos los retorcimientos necesarios para beneficio propio.
Entonces, no hay respeto, no hay convivencia cívica. ¿Qué triunfa? La astucia: el animal de colmillo y garra; regresamos a la pradera y viene el fingimiento, que es una de las características que hay que entender que posibilita el arte, porque el arte es una forma de enmascarar la realidad. Este enmascaramiento del mexicano ha alcanzado su forma más perniciosa en la política: el político mexicano vive en permanente carnaval; la carnavalidad se caracteriza por la transgresión de todos los valores, y no sabemos si los que están gobernando son estos pordioseros que andan en la calle o son realmente los reyes que tienen un estamento divino. Como que fluctúan entre estos ámbitos hasta que, gracias a los medios, vemos su verdadera dimensión: que son personajes ruines que tienen la característica de mendigos, porque están pidiéndonos permanentemente nuestros impuestos pero en su propio beneficio. Como divinidad: la característica de la divinidad es dar; la del político pernicioso es robar, quitar, que es muy distinto.
Gracias a los medios los mexicanos van comprendiendo la ruindad del poderosos, del hombre que está en el poder, del que toma las decisiones y ejerce una desconfianza generalizada, y eso se transmite de arriba para abajo: desconfían del gobernante, de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Entonces, buscan enmascararse frente a esos poderes para que no les llegue su sombra; pero en su propio microámbito, desde su hogar ejercen también esa ladinez: entonces, engañan a su mujer, ejercen el despotismo con sus hijos, llegan al trabajo y fingen que trabaja y se joden al que está abajo, le dan las nalgas al que está arriba… En fin.
De allí viene toda esta perversión.

AR: Pasando a la revisión histórica que usted hace de la mexicanidad, hay una visión muy crítica de los líderes de la Independencia, de la Reforma y el Porfiriato ¿Las élites políticas, en su afán de modernidad, de progreso, han atentado contra la identidad mexicana, la mexicanidad?
LJ: No podemos ser tan desagradecidos con estos personajes; lo que ocurre es que pienso que debemos ser críticos y rigurosos en la medida de la significación histórica de los personajes que acometemos. Una de las perversiones más grandes que tenemos en México es la “procerofilia”: sacrificamos a los creadores en vida y una vez muertos les ponemos sus nombres a las plazas, les levantamos monumentos, les rendimos homenajes, les dedicamos libros. Lo vemos ahora, cuando una generación que es incapaz de enfrentar su destino se dedica (como pasa con la mayoría de los literatos actuales) a reescribir la vida de los próceres pasados; a mí eso ya me trae hasta la coronilla. Que los próceres descansen en paz, ¡muera la procerofilia!
En Oaxaca eso es terrible: todos, cualquier déspota que llega, desde Ulises Ruiz hasta el pobre Gabino Cué, quiere ser Benito Juárez. Y ves un personaje como Vasconcelos, que no tiene ni una biblioteca, ni una casa, ni una calle, nada. En cambio, hasta Porfirio Díaz, con lo que significa históricamente, es celebrado, homenajeado. Por eso yo enfatizo la crítica a estos personajes, pero yo no creo que hayan sido antimexicanos ni mucho menos.
Lo que pasa es que era un México que estaba realmente en la periferia de la periferia; entonces, desde allí no tenían una visión, no había lecturas, no tenían conocimiento de otros procesos históricos para poder establecer una pauta de relacionalidad con lo que sucedía aquí. Entonces Benito Juárez dijo: “A ver, yo vengo de lo más bajo: el estamento indígena perseguido, desplazado. ¿Cómo subí yo? A partir de todos estos procesos de incorporación a un sistema que no era el mío, a una cosmovisión que no era la mía, pero es la que está vigente, la que está en el poder. Yo pude llegar; si yo pude llegar, ellos también tienen que llegar”. Pero si, en lugar de abrir con claridad esta vía de acceso, de superación, la rompo y digo: “No, hay que recuperar las cosmogonías indígenas”, entonces quedo en el pasado. Y esto es lo que querían evitar.
Había este concepto mal entendido de modernidad y de progreso a ultranza. Entonces, el indígena representaba el pasado oscuro, había que dejarlo atrás a como diera lugar, y de allí la apelación a Europa, que se derramó por Estados Unidos. Se decía que desde los Pirineos para abajo todo era África. Entonces Europa fue lo que llegó de Inglaterra, Irlanda, y todo eso se fue a Estados Unidos, lo que dio origen a la gran polémica: ¿por qué allá sí hay desarrollo, evolución, industria, tecnología, una constitucionalidad que se respeta, y en México no? ¿Quién carajos tiene la culpa? Pues el indígena. Siempre hay que buscar un culpable. Entonces, estos próceres, en lugar de valorar ese pasado como todo un sustrato identitario, de darle la necesaria autonomía que requerían esas expresiones para enriquecer el todo, las censuraron, las reprimieron, y todo lo que reprimes, como sucede ahora con la mentada droga, es incentivado.

AR: Al final de uno de los capítulos dice usted que hay que voltear más allá de las fronteras de México para definir la mexicanidad, como mirar al Imperio del Norte. ¿Qué papel tienen en la definición de mexicanidad actual fenómenos como los chicanos? ¿Qué pueden aportar al desarrollo de la mexicanidad, la hispanidad y la propia cristiandad?
LJ: Yo acabo de estar en la feria del libro de Los Ángeles, y me criticaban algunos amigos que decían: “¿Cómo pones el futuro de la hispanidad en esa oleada, en esa barbarie que estamos impulsando de ejidatarios, comuneros?”. Pues ahora lo fui a confirmar. La tesis del libro es plena y vigente. Una de las características de los movimientos sectarios es la desigualdad, la exclusión del otro, y el estigma genuino de los movimientos protestantes es la negación del papel de la mujer, empezando por la Sagrada Madre: niegan el papel de la Virgen, a la que le niegan la posibilidad de divinidad por ser mujer, entre otras cosas, y allí volvemos a Pablo.
Las posibilidades religiosas están realizadas con las posibilidades de la familia: una religiosidad que nuclea a la familia tiene mil veces más posibilidades de sobrevivir que una que la conflictúa. Lo que yo he visto allí es que no hay homeless en la calle de origen hispano. Es muy importante enfatizar esto.
Estábamos en el hotel Biltmore, que es un hotel mítico de las celebridades de Hollywood, donde están las paredes llenas de luminarias efímeras, y afuera había ciento de negros tirados en la calle. Dice uno: “¿Por qué no los levantan?”. Allí está todo el tiradero, pero no hay un hispano, porque la familia hispana no permite que un familiar, sangre de su sangre, llegue a la inmundicia de estar tirado en la calle. No puede aceptar eso; entonces lo ayudan, lo llevan, lo protegen.
Este contexto no es gratuito porque se da en la ritualidad y en la fiesta. Los anglonorteamericanos y los afronorteamericanos están sufriendo un proceso de desmembramiento familiar terrible; el hispano no. En la adversidad, se une la familia hispana, y esa unidad familiar se da en torno a los ritos y las fiestas: nacimientos, cumpleaños, quince años. Toda esa ritualidad invoca y convoca: vienen todos los parientes, los amigos y allí se hacen las alianzas; el anglonorteamericano no tiene esas alianzas sino intereses, que es muy distinto. Todos los intereses caen dentro del utilitarismo, y éste es la base del egocentrismo, no del sociocentrismo.
Como ejemplo de esa cultura hispana está la oaxaqueña: hay 300 mil oaxaqueños en Los Ángeles, e incluso le llaman “Oaxacalifornia”. Todos se ayudan, todos se unen. Pero un negro, ¿por qué tiene que ayudar a otro? ¿Un anglo, por qué ayuda a otro? El mexicano y, fundamentalmente, el hispano, llega y busca esa hermandad; ningún francés le va a decir a otro francés: “¿Qué pasó, hermano?”. Jamás; en cambio, un mexicano dice: “Quiubo, manito, ¿cómo estás?”. Pero no es una pose, no es una impostura, sino algo que está enraizado, que mamamos desde el hogar. Entonces, la solidez y solidaridad de la familia mexicana es una de las garantías para que nosotros podamos (cuando menos yo lo veo con una claridad abrumadora) tomar cartas en el asunto.
Hay que entender que la verdadera lucha se está dando allá, no aquí. Esto es la trastienda, con lo del narco y todas estas ruindades, esta inmundicia en que vivimos; pero la lucha está allá. En el momento en que los nietos y los bisnietos de estos migrantes, ya con orgullo y con todo su pasado vivo, lleguen a los puestos de poder, entonces vamos a ver lo que es la mexicanidad. Entonces, por eso yo propongo que el futuro es Mexamérica.

AR: Para concluir: usted, basado en Toynbee y en Ortega y Gasset, dice que a veces las culturas a veces entran en decadencia a partir de sus propios elementos internos. En esa dirección, ¿usted cuáles cree que sean las principales amenazas que tiene la construcción de la mexicanidad?
LJ: A mí no me gustan los términos optimismo ni pesimismo; es simplemente ver proyecciones del conocimiento acumulado, la experiencia propia, y yo veo que México está, cada vez más, desempeñando un papel determinante en el contexto histórico planetario. No importa que no ganemos medallas en los Juegos Olímpicos, ni que nuestras empresas sean absorbidas, empresas fundadas por hombres que se partieron la madre, y que sus hijos y sus nietos venden para andar dilapidando el dinero en vicio y pendejadas. El punto importante para mí es ver cómo la identidad mexicana, con todos esos contextos de ritos, costumbres, tradiciones, fiestas, a donde quiera que va desplaza a las otras. ¿Y cómo se mete en las otras como un alien (con razón los gringos dicen “el alien”)? Pero no lo hace de una forma coercitiva: no es una imposición, es una seducción.
Entonces, esta posibilidad seductora de la mexicanidad la vemos en las fiestas: en donde están tres mexicanos ya hubo pachanga. En cambio, hay 400 gringos y están allí todos separados, cada quien a la defensiva, a la expectativa, con temor…
El mexicano es muy imprudente, pero precisamente esa imprudencia le posibilita estar siempre abriendo nuevo horizontes; el mexicano no está a la defensiva, y nuestra característica está en esos chispazos de genialidad.
El mayor peligro, para mí, ya está quedando atrás: es la violencia, casi congénita, de nuestra cultura. Queremos sustituir la revolución por la evolución, la violencia por la mediación racional. Ése es el paso que debemos dar. Eso no tiene que ver con tolerancia o intolerancia, porque somos muy tolerantes; eso tiene que ver con las posibilidades de estructurar un sistema donde el respeto sea determinante. Eso es algo que a mí me parece crucial; lo anterior lo vimos todavía ahora con las elecciones: el no querer perder, el no aceptar que el otro triunfe… Todavía viene este pasado, resurge y dice: “¿Para qué vas a ir a las urnas? Resuélvelo a machetazos, cabrón”.
Todavía está ese México bronco allí, pero ya es como una reliquia. Lo que necesitamos es que nuestros intelectuales, nuestros empresarios y nuestros políticos comprendan que están allí para derramar su conocimiento y su experiencia sobre la sociedad, no para parasitar a la sociedad. Ése es el cambio que se tiene que dar.
Hasta entonces la sociedad va a creer en sus líderes; ahora no creemos en nuestros líderes: no tenemos intelectuales íntegros, ni empresarios éticos; tenemos empresarios voraces que buscan la mayor utilidad en el menor tiempo posible, y tenemos políticos rapaces, corruptos.
Entonces, en la medida que cambie todo ese aparato vamos a ver una sociedad que funciona en armonía y con una posibilidad de competitividad planetaria.

*Entrevista publicada en Replicante, septiembre de 2012.

lunes, junio 03, 2013

El narco, intocado. Entrevista con Ricardo Ravelo

El narco, intocado
Entrevista con Ricardo Ravelo*
Por Ariel Ruiz Mondragón

Uno de los mayores azotes que vive en la actualidad la sociedad mexicana es el de la violencia derivada de las actividades del crimen organizado, especialmente de los grupos dedicados al tráfico de drogas. La gravedad de la situación ha sido tal en los últimos años que el presidente Felipe Calderón le declaró la “guerra” a esas bandas delictivas, para lo cual ha utilizado como punta de lanza al Ejército y a la Marina nacionales.
El crecimiento del poder de los narcotraficantes ha ido de la mano de las transformaciones y conflictos políticos que ha vivido México en su proceso de democratización, así como de los cambios que el trasiego y venta de narcóticos ha sufrido a nivel internacional.
Ante tal panorama es necesario contar con información y con un panorama general que explique la situación que en materia de narcotráfico y de seguridad enfrenta hoy el país. Eso es lo que pretende Ricardo Ravelo (Veracruz, 1966) en su más reciente libro, El narco en México. Historia e historias de una guerra (México, Grijalbo, 2011).
Sobre ese trabajo conversamos con Ravelo, quien estudió periodismo en la Universidad Veracruzana y ejerce esa profesión desde 1987. Desde 1991 empezó a colaborar en Proceso, en donde en 1996 le fue asignada la fuente policiaca y de seguridad. Autor de al menos otros cinco libros, en 2008 ganó el Premio Nacional de Periodismo, otorgado por el Club de Periodistas de México.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué publicar un libro como el tuyo, sobre todo tomando en cuenta que has publicado otros acerca del tema?
Ricardo Ravelo (RR): En principio, el narcotráfico y todas sus expresiones de criminalidad es un tema en que constantemente uno tiene que estar actualizando. El país ha enfrentado en distintas etapas ese problema, y yo creo que tantas confusiones, el surgimiento de nuevos grupos, la violencia tan exacerbada y sobre todo como la falta de capacidad del Estado para hacer frente a este problema, son motivos más que suficientes para hacer un replanteamiento de cómo ha estado el país al respecto desde el término de la administración de Ernesto Zedillo, de cómo tomó al país el inicio de la era panista en 2000, y, finalmente, a partir de que el presidente Felipe Calderón tomó la decisión de emprender una guerra. Yo creo que las cosas ya estaban bastante complicadas porque aunque todavía con Vicente Fox se combatió en operativos conjuntos en los que se movilizaba al Ejército en zonas de conflicto y en zonas críticas, no se trataba de una estrategia integral de combate en todo el país utilizando el instrumento del Ejército.
El término de la era priista en 2000 trajo como consecuencia todo un caos en la República por la diseminación de grupos, porque el narco como que perdió esa capacidad de negociación con un poder central que antes era el PRI, era la Presidencia de la República; después, al quedar este poder suelto, el narco tuvo que ocupar prácticamente más territorios y se empezaron a aliar grupos y a negociar en cuanto a la autoridad que les garantizara impunidad.
De tal suerte que este escenario es, desde mi punto de vista, lo que generó el caos de violencia que vive México: se debilitaron muchas partes y piezas del Estado que antes eran garantes de la seguridad. Por ejemplo, se penetró a las policías, y no solamente eso sino que se negoció con alcaldes, e incluso la protección llegó a ser de tal nivel que hasta en la Procuraduría General de la República (PGR) hubo infiltración.
Es decir, la capacidad del narco para maniobrar fue verdaderamente avasalladora, ocupó muchas posiciones en el país y además se alió internamente. Entonces, vimos que la estrategia de echar a la calle al Ejército era insuficiente, porque la principal guerra que, creo yo, debía librarse era la guerra de que el propio Estado limpiara las instituciones que ya estaban infiltradas.

AR: Haces un señalamiento muy interesante sobre el proceso de democratización y el narcotráfico. Desde tu experiencia y desde tu punto de vista, ¿cómo ha cambiado las estrategias respecto al narcotráfico en los tres últimos gobiernos federales? ¿También podríamos decir que el proceso democratizador tuvo un efecto perverso al abrir más espacios al narcotráfico?
RR: Digamos que en la época priista, todavía hasta Carlos Salinas, el narcotráfico se combatía con policías y no había necesidad de echar mano del Ejército. Aun con algunos brotes de violencia que había en el país y que ya daban cuenta de un problema, no era necesario como que echar mano de soldados; las policías, aun corruptas, hacían su función. Yo no quiero decir que combatían sino que controlaban a los grupos; cuando determinadas piezas del crimen organizado rompían las reglas, entonces procedían y se les detenía o, quizá, en el peor de los casos, los criminales terminaban muertos en enfrentamientos.
Pero la evolución del narcotráfico hay que verla un poco más allá de lo que pasó en México, porque la caída de Pablo Escobar y de los Rodríguez Orejuela en Colombia fue un fenómeno que también impactó al mapa del narcotráfico en América Latina. Ese desgajamiento de los grupos colombianos derivó, tiempo después, en que ellos soltaron el transporte de la droga y solamente se ocuparon del suministro, y el transporte lo empezaron a hacer los mexicanos.
Hoy tenemos un fenómeno muy importante que es la expansión del crimen organizado mexicano en América Latina, precisamente porque ahora son los mexicanos los que controlan el transporte desde Colombia hasta toda la zona de México, Panamá, del Caribe y del Pacífico, que son las vías para ingresar droga a Estados Unidos.
Esa es una parte. Además, el narco ha adquirido en los últimos años mucha más versatilidad. Se empezó a mover de tal manera que ya vimos, de un tiempo a la fecha (quizá del gobierno de Zedillo para acá) que los cárteles ya no eran piramidales, que no estaban sólo posicionados en una zona del país con un jefe máximo, con otro cártel por acá y otro por allá, sino que vimos que el narco tomó una dinámica distinta, muy similar a la de las empresas.
Entonces, de pronto cárteles que históricamente eran rivales se hicieron socios. Este es un primer escenario, algo así como el “Narco S.A.”: asociarse para tomar fuerza. Pero esta asociación trajo consigo una mayor ocupación territorial, y como consecuencia de ello un mayor control de actividades.
Antes de que el PRI perdiera la Presidencia de la República, toda la política criminal se centraba en un poder absoluto: era el Presidente quien dictaba las reglas del juego, y se tenía una estructura policiaca férrea. Vino la era panista, y aquí hay que tomar en cuenta un aspecto: el conocimiento y la capacidad de gobernar no eran los mismos al iniciar la etapa de la transición que lo que se vivió durante toda la etapa priista; es decir, los priistas tenían 70 años gobernando, y sabían cómo negociar, cómo pactar, cómo acomodar y cómo contener y mantener al narco en sus posiciones y controlado.
Cuando esto se rompió, todo se salió de control, y entonces vino el caos acompañado con la transición.
Entonces, en el campo político hay desacuerdo: hay un Presidente de un partido distinto, hay toda una revuelta, no hay acuerdos y, por lo tanto, en el campo del crimen organizado pasa lo mismo. Pero aquí viene una parte interesante: los políticos aún están en el desacuerdo en estrategias y reformas, pero el narcotráfico entendió mejor que los políticos el juego de la alternancia, y por ello se acomodaron en entidades, en municipios, en regiones, y como ya traían una estructura distinta tenían ya el modelo adecuado para acomodarse en todas las zonas del país.
Aquí empezó una nueva etapa: la negociación ya no es con el Presidente de la República, con un poder central, sino con gobernadores, con alcaldes, con policías y zonas militares. De esa manera se diseminó el narco en el país.
Cuando llegó Felipe Calderón al poder, tenía un diagnóstico bastante grave sobre la expansión del narco en el país, el posicionamiento que éste tiene en regiones y municipios, y dijo: “Bueno, tenemos que emprender una batalla para rescatar los espacios de convivencia”.
Pero lo que no dijo en ese momento es que ya no solamente era dar seguridad en el sentido de mantener zonas tranquilas, sino que era algo más grave: la presencia del Ejército ya en todo el país era para disputar o rescatar el control político que ya tenía el narco en regiones y municipios. Este tema se conoció con Fox, cuando la Secretaría de Desarrollo Social tuvo problemas para aplicar programas sociales porque el narco no dejaba entrar los recursos del Estado. Pero cuando llegó Calderón el problema ya era mayor: se habla de un 70 por ciento de ocupación territorial por parte del narco.
Esto quiere decir que el Estado mexicano ya había perdido potestad en esos territorios, y se aprestaba a rescatarlos, pero desde el punto de vista de despojar a las redes criminales del control social, político y económico en muchos estados, por ejemplo Tamaulipas, Sinaloa, Chihuahua, la zona de la Comarca Lagunera y Michoacán, entre otros.
Pero yo creo que no se ha tocado el nudo del tema, que es el de la narcopolítica; es decir, el narco ya directamente en la actividad política (que, dicho sea de paso, en 2012 va a ser determinante, porque esa estructura está intocada). Si vemos los estados que tienen mayor presencia del narco y de control regional político, son estados priistas, con excepción de Michoacán, que es del PRD. Por eso, a donde va el Ejército hay violencia. ¿Por qué hay violencia? Porque la estructura está viva, porque tiene el control político, a la gente y el dinero, y entonces la lucha parece que no es entre el Estado y los narcos, sino entre el Estado y estos grupos de poder.

AR: Afirmas que hay una gran penetración del narco en el poder político, y también en la parte final dices que los cuerpos policiacos ya son un cártel aparte. ¿Hasta dónde ha penetrado el narcotráfico las estructuras del Estado?
RR: El narco, en su búsqueda no sólo de arraigo en zonas sino de protección, primero que nada se logró aliar con las policías: y creo que de las dos mil 200 corporaciones policiacas, algo así como el 40 o 50 por ciento están al servicio de las bandas del narco. Entonces se perdió fuerza policiaca y la seguridad no se le dio a la gente sino al narco y a todas las expresiones criminales.
Como el narco diversificó actividades (también se dedicó a muchas otras que le generan ingresos, como el tráfico de personas, piratería, secuestro, venta de protección, trata de personas, etcétera), entonces la policía se pulverizó; es decir, grupos de policías empezaron a proteger no solamente tráfico de drogas sino todo el abanico criminal mencionado, y en muchos casos, como en Tabasco y Veracruz, hubo incluso policías que atentaron contra sus propios jefes porque estaban disputándose el negocio de la protección, que fue algo que los dividió mucho a partir del nuevo esquema de los grupos criminales.
Después vino otro eslabón, que es la penetración, a través de la propia policía ya como instrumento del narco, de las procuradurías de los estados; Chihuahua fue un ejemplo de esto: en el sexenio de Patricio Martínez incluso el procurador del estado fue procesado por servir al cártel de Juárez, y prácticamente toda la policía fue investigada y perseguida por el mismo motivo. Este ejemplo se repitió en todo el país. Luego se ha afirmado que la infiltración ha llegado a niveles mayores, incluso hasta de gobernadores.
Todavía no se sabe o no se ha querido investigar realmente cuántos gobernadores están ligados directamente con el crimen organizado. Pero, por ejemplo, se habló mucho de los favores que le hizo en su momento Fidel Herrera en Veracruz, quien incluso está citado en muchas investigaciones. Se habló también del papel de Humberto Moreira en Coahuila, y del exgobernador y del gobernador de Hidalgo, así como del alcalde de Pachuca, porque habrían brindado protección a la célula local de los Zetas.
Pero siempre la figura de gobernador se ha mantenido bajo sospecha, no directamente implicada, como pasó con Mario Villanueva; pero las policías, obviamente, no se mandan solas: siempre hay una estructura de poder arriba y otra más arriba, y así nos podemos ir hasta la cúspide.
Este fenómeno no se le ha querido investigar, pero hay mucho ruido alrededor de la estructura de poder, sobre todo la de los gobernadores, quienes, después del 2000, pasaron a ser los grandes negociadores de los asuntos del narco a partir de esa diseminación de poder de la que te hablé antes.

AR: Como dices, cada cártel va contratando sus policías, haciendo sus contactos. ¿Estas guerras entre cárteles tienen sus expresiones en el ámbito político, en conflictos entre autoridades federales, estatales y municipales?
RR: La guerra contra el narco en muchas regiones del país deriva de los desacuerdos políticos. Es muy difícil desligar el tema de la lucha entre grupos criminales de la lucha entre grupos políticos antagónicos: las luchas en la arena política se reflejan en las disputas de cárteles. Por eso se dice con frecuencia que mientras no haya acuerdo en el campo político, no lo habrá en el tema del crimen organizado. Para poder mapear y ver qué pasa en el crimen organizado, hay que ver el mapa político, y al mismo tiempo jugar con ese espejo porque es un reflejo claro de lo que pasa en la arena política.

AR: Hablando de los cambios que ha habido en las conductas del narco, una cosa que señalas es que parece que, con esta nueva estructura corporativa y por otros aspectos que mencionas, ha habido un cambio en los usos y costumbres de los grupos de narcotraficantes, como el de respetar a los familiares que no estuvieran metidos en el narco. Dices: “Parecen haber quedado atrás las viejas reglas del narcotráfico”. ¿Hay nueva reglas?, ¿por qué fueron cambiadas las anteriores?
RR: Antes, las reglas ortodoxas del narco eran que se respetaban los pactos, y uno de ellos era no meterse con las familias. Hay una máxima entre narcos y delincuentes que dice: “Entre chuecos las cosas con estrictamente derechas”; ésa era la regla de oro. Hasta determinada época, hasta Salinas, los cárteles lograron mucho poder precisamente porque eran más dados a la negociación que a la beligerancia; por ejemplo, Amado Carrillo solía decir que cuando sus gentes detectaban algún grupo de policías o a rivales de su grupo, los detenían y los interrogaban, y él le decía a su gente: “Entréguenlos, no los maten”. ¿Por qué? Porque sabía de antemano que para el negocio del narco la peor perturbación es la violencia: no se pueden “calentar” las plazas porque el negocio se perturba; es mejor que todo esté tranquilo, esa es la mejor forma de operar el narcotráfico.
Pero esto se rompió por la irrupción de nuevos grupos, y creo que un parteaguas fue el surgimiento de los Zetas en 1997. Fue el primer grupo salido del Ejército que se alió con el crimen organizado, pero que revolucionó y cambió todas las reglas que antes prevalecían en el narcotráfico, como las que te menciono.
Los Zetas comenzaron como brazo protector de Osiel Cárdenas y del Cártel del Golfo, pero eran gente muy agresiva que trató de imponer su poder, su hegemonía a base de violencia, la que fue creciendo porque luego a los Zetas se sumaron otros grupos con prácticas muy violentas, como los kaibiles de Guatemala. De pronto comenzamos a ver que desapareció la vieja estrategia del sicario que ejecutaba a una persona específica; no había baños de sangre, eran muy precisos en sus objetivos. Sin embargo, cuando intervienen los Zetas en un enfrentamiento, lo que hay son ejecuciones masivas, lo que fue generando mucha tensión y caos en el país; pero no quedó allí, sino que después vinieron las decapitaciones, los descuartizamientos, los entierros clandestinos, los entambados, los colgados, las personas que deshacían en ácido (“el pozole”).
Por todo este tipo de prácticas de muerte ya estaba haciendo crisis la guerra entre grupos; pero esta guerra no podía ganarse solamente con estrategia militar, sino también infundiendo miedo. Creo yo que esta búsqueda de decirle al enemigo “Yo soy más poderoso que tú”, metió a los grupos en una espiral en la que que empezaron a echar mano de cuanto recurso de muerte les podría generar a ellos poder y una imagen de ser más fuertes.

AR: Entonces esta violencia forma parte de una estrategia comunicacional de los grupos criminales…
RR: Va de la mano porque obviamente ellos encontraron, en el momento en que esto empezó a hacer crisis (hace unos 10 años), una puerta importante a los medios de comunicación; como era novedoso y era noticioso, utilizaron a los medios electrónicos e impresos para filtrar interrogatorios y escenas en videos. En algún momento sí se le dio mucho vuelo a estas prácticas de ellos, lo que primero generó asombro entre la gente porque era algo no visto. Creo que aquí los medios fueron sorprendidos en el sentido de que a los periodistas, si nos dan información, primero la analizamos y la revisamos; pero si es novedosa y la logramos confirmar, pues la lanzamos. Quizá en aquel momento no se reparó qué tan responsable iba a ser actuar de esa manera, pero los medios sí jugaron un papel importante en la expansión de todo esto que estamos viendo, porque esa información, ya fuera visual o escrita, no dejaba de ser muy tóxica.

AR: Ante esa estrategia comunicacional de las bandas delictivas, ¿qué postura deben asumir los medios?
RR: En un primer momento, esto apareció en el escenario público y atrajo a los medios. Es noticia en medio de una situación de guerra en un país que necesita información y clarificar qué pasa y por qué, por lo que los medios entramos a reportear todo, y nos topamos con muchas cosas; pero en esa búsqueda de información nos pescaron, y nos atraviesan videos, esto y lo otro.
Entonces, el papel de los medios es, primero que nada, súper confirmar si lo que hay es información veraz. Si realmente determinadas células del narco me están buscando para filtrarme un documento, yo tengo que valorar de qué fuente viene: si es de una anónima o directamente viene de un cártel, hay que ponderar bien hasta dónde esa información tiene un sentido y para qué; por ejemplo si va a servir para ilustrar determinadas cosas o si más bien me van a utilizar para un fin específico. Yo creo que es muy complicado ponerse al servicio, de manera quizá no directa y hasta involuntaria, de los grupos criminales.
Es muy importante siempre contextualizar las cosas; por ejemplo, recuerdo el caso del jefe antisecuestros de La Laguna, el señor Arévalo. Después de que lo secuestraron y de que lo tuvieron en una casa de seguridad bajo interrogatorio para que revelara quiénes estaban metidos en el narco, este personaje murió; entonces a nosotros en Proceso nos mandaron un video de todo el interrogatorio, y lo que vimos fue que en efecto era el personaje que estaba secuestrado; además, su esposa dijo que sí es él, “es mi marido”. Entonces, se verifica todo esto.
Pero mucho tiene que ver cómo vas a enfocar las cosas; es decir, no vas a usar el documento visual sólo como “lánzalo y vámonos”. No, cuenta la historia: quién era el personaje, qué pasó con él y, además, poner “a la redacción de este medio llegó un video en estos términos”.
Creo que tienen mucho que ver las formas y el tratamiento de la información; hay que ponerle todos los elementos al lector, y también para que el medio se deslinde de que no está haciendo un favor, sino que solamente está usando el documento para contextualizar un hecho, dimensionar lo que está pasando y hasta donde está la situación de descomposición.
Lo anterior es manejo, pero tiene que ver mucho con el profesionalismo del reportero y del medio, del conocimiento del tema y del escenario para poder tener instrumentos que al reportero le permitan realmente hacer su labor de informar sin que sea sólo el instrumento para dar a conocer un video de los criminales, cuyo objetivo es otro.

AR: Otro tema interesante es la relación de la prensa con el narco. En el libro mencionas el caso de Osiel Cárdenas, quien, como quería tener un perfil muy bajo, le pagaba a los periodistas para no aparecer en las noticias. ¿Qué nos puedes decir de los medios y periodistas que trabajan para las bandas de narcotraficantes?
RR: En Tijuana me tocó ver muchos casos. Es un fenómeno que conforme fue creciendo la violencia los criminales se dieron cuenta de que no les convenía tener permanentemente el reflector encima, para lo cual empezaron a penetrar a los medios de comunicación. En los casos de violencia que se desataban allá (aunque esto también se dio en Guerrero), yo veía cómo de pronto aparecían reporteros filmando los hechos, y luego otros reporteros iban a una casa y editaban los videos; después, los empezaban a distribuir en los medios de comunicación como documento confidencial de inteligencia que daba cuenta de que la violencia vino de afuera y no que no había sido generada propiamente allí.
En Tijuana fue muy claro eso: muchos periodistas de distintos medios hacían la labor de distracción de decir: “Los Arellano ya no están aquí, están operando fuera; aquí está el Chapo”. Entonces, uno va a esos lugares a reportear con un objetivo y con una tesis de información, y de repente te topas con otra versión distinta. Al tiempo uno se da cuenta de que la tarea de muchos colegas allá era distraer o desviar la atención y la información.
En Tamaulipas se comprobó después con el caso de Osiel Cárdenas, porque éste sí pagaba a los medios y a reporteros para que no se le mencionara. Un caso fue, por ejemplo, cuando mataron al Chava Gómez: lo primero que hizo fue pedir que se manejara la información como que había sido algo de afuera, cuando él había sido el autor.
Esto creció mucho; por ejemplo, es un viejo problema que se detectó desde Salinas con aquella investigación de los llamados narcoperiodistas, y después creo que creció mucho conforme el narco también avanzó en el país, cuando muchos medios fueron infiltrados a través de sus reporteros.
Hay dos casos más escandalosos: el primero es lo que pasó en Torreón, creo, con dos reporteros de TV Azteca que recibían anticipadamente los datos de donde iba a haber una ejecución y a qué hora. Hay expedientes donde se liga a policías con el narcotráfico, y donde los reporteros son mencionados como fuentes de la Policía: ésta les preguntaba a ellos qué iba a pasar o dónde se había generado un evento. Llamaba la atención que esos reporteros llegaban a tiempo a todo y siempre tenían la exclusiva. No era posible, ni la Policía lo conocía esos datos.
Lo último que se sabe es lo de Veracruz: de los asesinatos de dos reporteros, Miguel Ángel López y Yolanda Ordaz. La autoridad local dice que tienen que ver con su supuesta vinculación con los Zetas. ¿De qué tipo? Parece que a Ordaz se le relaciona con el pago a reporteros: traía como un pull de reporteros de distintos medios para desviar información, y por ello les pagaban, y parece ser que la que pagaba era ella, quien traía la nómina del grupo. Entre los mismos reporteros hubo también traiciones, porque muchos se quejaban de que no les pagaban; entonces acusaron a Yolanda de que no pagaba y se salían de control las notas y la información. Creo que esto, al tiempo, derivó en la ejecución de esta mujer.
Pero es un fenómeno que allí está; bueno, esto es lo que se dice a nivel de gremio, falta ver si la autoridad realmente lo confirma. Creo que sería muy interesante que en muchos casos de periodistas desaparecidos o asesinados, como hay tantos ya en el país, realmente la autoridad sí investigue, dé a conocer qué tanto la muerte o la desaparición de estos colegas tuvo que ver con algún tipo de vinculación con el narco.

AR: Para finalizar: llevas ya varios años reporteando estos asuntos del narcotráfico y la delincuencia. En este sentido, ¿qué riesgos has corrido al cubrir este tema?, ¿te han amenazado o agredido?
RR: Agredido, no; amenazas sí, telefónicas; golpes también, como lo que pasó en diciembre de 2010 con Televisa y la PGR, cuando intentaron ligarme con Sergio Villarreal, El Grande, aunque se vio muy claro cómo eso fue orquestado. Desde el punto de vista de la intimidación, han sido muchas llamadas telefónicas a mi casa: “Ya no sigas escribiendo del narco porque te vas a morir junto con tu mujer”. Más allá de eso, agresiones no he tenido; hasta ahora no he enfrentado situaciones en que me hayan querido matar o secuestrar, afortunadamente.

AR: ¿Alguna otra cosa que quieras mencionar?
RR: Una pregunta que queda allí, que seguramente el Presidente tendrá que responder, es: ¿qué combatió realmente en estos cinco años?, ¿qué sigue combatiendo? Porque hoy vemos que hay más grupos criminales que cuando él empezó, y no sólo eso, sino que están mejor posicionados en México, y ya tienen dominios fuera de nuestro país. Es algo que yo quiero preguntarle, porque el narco allí sigue, intocado.


*Entrevista publicada en Luna Zeta, núm. 31, 2012.