martes, febrero 16, 2016

América, en ruta hacia la narcosociedad. Entrevista con Dromómanos


América, en ruta hacia la narcosociedad
Entrevista con Dromómanos*
Ariel Ruiz Mondragón
Las organizaciones criminales dedicadas al narcotráfico han encontrado en América su principal bastión: aquí se encuentran desde los dos países que son los máximos consumidores de cocaína del planeta (Estados Unidos y Brasil) hasta el país más violento del mundo (Honduras), así como los grupos delictivos más poderosos dedicados a ese giro, entre los que descuellan los mexicanos y los colombianos.
Ante ese panorama, Alejandra Sánchez Inzunza (Ciudad de México, 1986), José Luis Pardo Veiras (La Coruña, 1985) y Pablo Ferri Tórtola (Valencia, 1985), tres jóvenes periodistas que han denominado a su proyecto Dromómanos, decidieron emprender un viaje a través del continente para seguir la huella de la cocaína desde Estados Unidos hasta Chile y Argentina.
Ese periplo inició en diciembre de 2011, para el cual utilizaron como transporte, hospedaje y sala de redacción un Volkswagen Pointer. El trajín concluyó un poco más de dos años después.
Durante el viaje encontraron, contaron y publicaron diversas historias relacionadas con el narcotráfico en el continente, lo cual ha dado como producto un libro: Narcoamérica. De los Andes a Manhattan, 55 mil kilómetros tras el rastro de la cocaína (México, Tusquets, 2015).
En ese volumen los autores destacan que el crimen organizado, omnipotente, “llega a todo lados y todo lo abrasa. Destruye y a la vez transforma”. Y rematan de manera contundente: “A lo largo de nuestra travesía constatamos el avance inexorable de la gangrena: el continente entero deriva hacia una narcosociedad, en donde lo atroz se vuelve cotidiano”.
Acerca de ese título Replicante conversó con los autores, quienes han colaborado en publicaciones como Domingo de El Universal, El País, Gatopardo, Esquire, Etiqueta Negra, Emeequis y Vice, entre otras. Han ganado los premios Nacional de Periodismo (2013) y Ortega y Gasset de Periodismo Impreso (2014).

Ariel Ruiz (AR): Dicen en su libro que les han preguntado por qué no reportean a la América Latina bonita, hospitalaria, solidaria. En ese sentido, ¿por qué cubrir, escribir y publicar un libro como el suyo, sobre el tráfico de drogas (que rebasa, por mucho, la pura cocaína), que, como ustedes dicen, es un fenómeno que cohesiona el continente?
Pablo Ferri (PF): Cohesionar tiene un matiz positivo, y al final el narcotráfico sí vincula a los países del continente americano pero como un cáncer, como una metástasis. Hoy en día es un fenómeno a través del cual puedes explicar muy bien el continente no sólo en el tráfico de drogas sino también en la corrupción, la pobreza, la desigualdad. A través del narcotráfico todo eso se ve muy bien, y al final es de lo que va Narcoamérica, que no sólo es un compendio de historias de gente relacionada con el tráfico de drogas sino de sus realidades, y muchas veces tiene más que ver con las necesidades, con la supervivencia, que con un fardo de cocaína.

AR: En el párrafo donde mencionan este elemento si no cohesionador sí común al continente, afirman que otro elemento de ese tipo era la religión. ¿Cómo está vinculado el fenómeno religioso con el narcotráfico? ¿Cómo se perdió el respeto a la cruz, como mencionan? En su libro describen casos como el de Dione dos Santos, narcotraficante que se volvió pastor evangélico, el culto a Jesús Malverde y la mujer que en un ayuntamiento pone a todos a orar para que baje la violencia, por ejemplo.
José Luis Pardo (JLP): La frase de la religión es de José Mujica, quien dijo en una entrevista que había dos cosas que unían el continente: la religión y el idioma —porque si hablas lento el portugués se entiende.
Pero la reflexión sobre la cruz es que América Latina es un continente profundamente católico en general, y la religión ha servido muchas veces como foco de resistencia. Lo que se cuenta allí es que los curas eran intocables, y en muchos lugares donde el narco opera son como un escape a esa realidad.
Otra vinculación que se da es también toda esta religión de Malverde, el santo de los narcos, o de la Santa Muerte con los sicarios; en Colombia también hay vírgenes a las que se adora porque, al fin y al cabo, también son latinoamericanos y son católicos.
Al final, la religión históricamente ha vertebrado el continente. Queríamos ver al narco no como un nuevo Dios ni como una nueva religión, pero sí con ese paralelismo entre estos dos fenómenos vertebradores que a veces se cruzan.
Creo que era interesante cómo estos dos fenómenos, uno más histórico que el otro, se van cruzando, a veces en caminos paralelos, pero ambos vertebran el continente de una manera u otra.

AR: Quiero ir sobre la perspectiva que tomaron para tratar el narcotráfico: los reportajes no son sobre los grandes jefes del narcotráfico sino sobre la gente de abajo, las comunidades, las colonias, los barrios que viven el fenómeno. ¿Por qué adoptaron este enfoque?
Alejandra Sánchez Inzunza (ASI): Pues justo queríamos quitar prejuicios y etiquetas sobre el tema, de que “estos son los buenos y estos los malos”, que todos los narcotraficantes van en camionetas, oyen narcocorridos y tienen muchísimo dinero. Ni siquiera es que esa fuera la intención sino, más bien, al irnos adentrando vimos que el narcotráfico está nutrido de gente supercomún que, probablemente, si uno estuviera en su circunstancia haría lo mismo. Es gente que, ya sea por pobreza, por necesidad, por geografía o por coacción —porque en muchos lugares te obligan a participar o te secuestran, plata o plomo— pues están en esa dinámica.
Quisimos mostrar un mundo más amplio de lo que es el narcotráfico, quitarle las etiquetas, que la gente reflexione al respecto y que entienda que es una cadena mucho más compleja y que no es solamente el padrino. Hay muchos intermediarios, mucha gente que no sabe ni para qué lo está haciendo, hay muchas víctimas… hay de todo.
Entonces fueron las historias con las que nos fuimos encontrando, más que nada.

AR: Me gustó la mención a la complejidad del asunto. En ese sentido, me llama la atención que hay una suerte de difuminación de las realidades, de los límites: señalan ustedes varias veces que no se sabe dónde acaba el Estado y empieza el crimen organizado, dónde están las fronteras, qué divide la culpabilidad de la inocencia, la confusión entre los “buenos” y los “malos”, la civilización y la barbarie. En un contexto periodístico que suele dividir la realidad entre “buenos” y “malos”, ¿cómo reportearon este asunto tan complejo?
JLP: El narco no lo puedes enfocar como un ente independiente: ya está en la sociedad latinoamericana. Por eso el narco nos abre las puertas a entender otra realidad. Entonces creo que esa es la clave: el narco es causa y es consecuencia de la pobreza, de la desigualdad, de lo que Pablo decía antes. Creo que eso es fundamental: entender que el narco está muy enraizado en muchas cosas, entre ellas la corrupción de las autoridades. Es una tragedia que el que te debe cuidar muchas veces es el que aprieta el gatillo, el que hace que el narcotraficante pueda tener una plaza tranquila y operar allí. Eso es lo que pasa.
Entonces por eso el enfoque del libro es no tanto hacer una radiografía del narco como hacer una radiografía de la sociedad latinoamericana a través del narco.

AR: Ustedes afirman que la mayor parte del daño del narcotráfico ocurre por debajo de la atención mediática. En su opinión ¿en general cómo han cubierto los medios de comunicación del continente el asunto del narcotráfico?
PF: En general hay dos discursos que se entrelazan: por un lado está el discurso del periodista judicial, que lo que hace es, básicamente, contar lo que las autoridades hacen —lo que está bien, por otro lado—. La intención que nosotros tenemos es la de arrebatarles el discurso e ir más abajo de lo que se ve, que es el gran narco o el narquito que agarran y al que presentan como el gran logro, cuando en realidad muchas veces ni siquiera saben bien qué rol tenía el tipo en tal o cual organización.
Si vamos al fondo es que hay una serie de gente que no es mito, y que podemos saber qué pasa con ella. Cuando vas y conoces al pescador que ha tenido “la buena suerte” de encontrarse un fardo de cocaína, de venderlo y comprar un motor para su barca, ves el problema de otra forma. Aportas muchos matices que en el discurso tradicional del periódico del día siguiente no cabe.
ASI: Y también con eso nos referimos a lo oculto: Roberto Saviano, que prologa el libro, se refiere al narcocapitalismo. De esto sabemos poquísimo, a qué nivel de juego está todo esto, quiénes están involucrados, cuántas empresas, cuántos lavan dinero, cuántos políticos están detrás. El narcotráfico se mueve como una empresa trasnacional. Esa parte es la que es muy difícil de rastrear, seguir el dinero es lo más difícil. Yo creo que muchos lo han intentado y pocos lo han conseguido.
También nos referimos a que eso está completamente debajo de la atención mediática y de todo. Es como si fuera un mundo paralelo que no vemos.

AR: Ustedes afirman que el narcotráfico ha sido muy funcional para el capitalismo y que ha aprovechado las ventajas que éste le da, incluyendo los bonos de Estado. ¿Por qué el libre mercado sí funciona, incluso con bandas como las mexicanas, que luchan por plazas, en las que uno diría que no hay libre competencia?
PF: Es un negocio superlucrativo. Saviano comparaba qué supondría comprar una acción de Apple y comprar un kilo de coca, y cuánto rendiría en un año. Es muy superior el capitalismo para la cocaína…
ASI: Exacto. Es un producto que se produce muy barato. El cálculo que sacábamos es que llega, mínimo, a rentabilizarse en un 10 mil por ciento, y no es una exageración: si en Colombia un kilo cuesta mil dólares, en Australia puede costar 200 mil, esto sin contar en cuánto se vende cada gramo.
Sí es un producto que encaja a la perfección en el sistema y que mete a muchas personas. Eso es algo que Saviano mismo ha visto y que nosotros también descubrimos a lo largo del continente. Sí es verdad, pasa muchísimo. La hoja de coca en sí, que es el producto con los alcaloides, cuesta unos centavos nada más.

MUNDOS DIFERENTES
AR: Otro asunto interesante es que desde Estados Unidos hasta Argentina hay una gran diversidad de regímenes políticos: va desde la democracia imperial de Estados Unidos hasta el socialismo del siglo XXI en Venezuela. ¿Cómo ha logrado traspasar todos ellos el narcotráfico?
ASI: Creo que el sistema político no influye. Incluso hay gobiernos de países de izquierda que en muchos casos están más relacionados con el narcotráfico, como en los casos de Venezuela (allí hablamos de narcomilitarismo) y Nicaragua. Las rutas del tráfico de drogas son las del tráfico de armas durante la guerrilla.
Incluso hay países que presumen de mayor institucionalidad, y que uno cree que son un poco más europeos, como Argentina, donde se dice que la mafia no llegó porque ya tenían a la policía…
PF: Pero no porque la policía fuera a dispararse en los pies sino porque ella misma era la mafia.
ASI: Y ningún país se salva de eso. Estados Unidos, que también presume de otro tipo de democracia, es el mayor consumidor. Evidentemente esto era algo que nos parecía indispensable incluir en el libro: hay autoridades estadounidenses corrompidas y que permiten el tráfico.
Simplemente, lo que hemos visto y que hemos hablado con expertos en el caso de Estados Unidos es que protege más a sus instituciones, saca a la manzana podrida; aquí, en México y en otros países latinoamericanos pues vemos como que toda la institución está corrompida. Ellos son más inteligentes en eso.
JLP: El narco no tiene ideologías sino que funciona como gran negocio. No importan izquierda ni derecha ni centro, sea el gobernante que sea. Por eso es un negocio tan exitoso y tan multinacional.

AR: Ustedes ponen el reporte de la zona tex mex, donde la policía estadounidense está muy metida en el narcotráfico. Además está la anotación de que en México puede estar una de las ciudades más violentas del mundo, y tiene como vecina una ciudad que es la más pacífica de Estados Unidos. ¿Qué encontraron allí?
JLP: Es muy interesante moverte en la frontera porque son dos mundos completamente diferentes. Pero la lógica es que la cocaína sigue su camino. Lo que pasa es que en Estados Unidos la institucionalidad es más fuerte, eso es innegable, pero también hay muchísima corrupción. Pero es un poco la lógica de lo que decía Alex: allí sí hay mucha corrupción, pero hay menos impunidad. Si cometes un delito, es probable que te vayan a agarrar. Lo que pasa es que la institución sobrevive.
La realidad estadounidense es muy diferente porque no hay muertos, y eso es clave.
AR: O los traen para acá.
JLP: Sí, es una práctica muy común: si alguien tiene que ajustar cuentas, agarran al tipo en El Paso, por ejemplo, se lo llevan a Juárez y allí lo matan porque allí sale muy barato porque México es un país con el noventa y tantos por ciento de impunidad. Sale casi gratis.
La realidad estadounidense es esa: sigue el negocio pero no hay muertos. Hay varias teorías: primero, se teme más a un país con el poder policial y de seguridad de Estados Unidos y, segundo, que también es una lógica de negocios. El narco no es sinónimo de muertes; el narco provoca muertos porque es una solución plausible dentro de su negocio, pero si no los hay no te van a molestar. Para el negocio es mejor mantener la zona tranquila.
Otra cosa es que por mucho que llegue el narcotráfico mexicano a invadir Estados Unidos es complicado porque su seguridad es tremenda. Pero aun así la frontera es una coladera.
Estás con los gringos y te dicen: “¿Ves a ese tipo que está en la lanchita? Seguro tiene droga, pero yo no puedo hacer nada porque está del lado mexicano. Sé que cuando me vaya va a pasar, pero ¿qué hago?”. Y además no tienen mucho interés.
Además, la cuestión es sistémica: por todo el recorrido que hicimos por la frontera texana vimos que no son dos o tres casos. Obviamente hay corrupción, pero lo que no hay es violencia. Al final lo que hay que ver es que el narco es un gran negocio: llega a Estados Unidos, el dinero vuelve para abajo, las armas vienen para acá y las drogas suben para allá. Ese ciclo virtuoso a nivel económico y ese círculo maléfico a nivel social continúa.

AR: Desde su perspectiva, ¿cuáles son las principales lesiones que el narcotráfico le ha causado a la sociedad? Vemos en el libro a “las mulas”, los pandilleros, los pescadores que se sumergen 40 metros bajo el agua, entre otras víctimas, por ejemplo.
PF: Pues hay muchas. Por ejemplo, hay la sensación de que todo se puede comprar, incluso voluntades y gobiernos. Sobre todo, y esa es la parte más negativa y más triste por la necesidad del que se deja vender, está el caso de “las mulas”. En el libro hablamos de varias mulas, burreros bolivianos que están presos en Chile porque llevaban cocaína en su estómago.
Ves cómo funciona el fenómeno, y te das cuenta de que en Chile hay incluso abogados que ofrecen a los narquitos un poco más importantes que están en la cárcel el servicio de que sus subordinados contraten a mulas sólo para que les delaten y así ganar ante las autoridades un punto y hacer su condena más corta.
Es eso: todo se vende, lo cual es horrible, como en el caso que te digo.
ASI: Lo más triste es que va contaminando comunidades. Tú mismo lo dijiste: ya sean pescadores, cultivadores, sicarios de 13 años, finalmente se genera una cultura de violencia, de hacer dinero fácil y se pierde todo lo que tiene que ver con democracia, derechos humanos y demás. Todo esto queda relegado.

AR: ¿Qué ha pasado con los que ustedes identifican como “buenos”? Hay dos caso que quiero destacar: los jueces Odilon de Oliveira, de Brasil, y Mildred Camero, de Venezuela.
ASI: También son gente que vive en peligro: son buenos pero en cualquier momento los podrían matar. Es gente que ha sacrificado su vida por esa lucha, como aquí Alejandro Solalinde…
JLP: Esos son casos extraordinarios. Es gente que es increíble y aparte muy valorables, como los casos de De Oliveira y Solalinde, porque están dando una lucha que no van a poder ganar. Pero lo hacen porque creen que, como ciudadanos, es su obligación luchar contra el hampa. Odilón tiene una experiencia de encarcelamiento tremenda y de amenazas también. Pero el narcotráfico sigue operando con otros nombres y bajo otras formas.
Pero es admirable porque esto es como Sísifo: agarran la piedra, la suben, y al día siguiente baja, y la tienes que volver a subir. No acaba porque el fenómeno no es una cuestión de encarcelar o no a un capo. Hacen un trabajo encomiable. Soy su admirador.
Bajo este clima de violencia y de terror es normal que haya poca gente que se convierta en estos héroes, esta gente estoica que, de verdad, sacrifica su vida. Es muy humano no hacer, por eso toda nuestra admiración para la gente como ellos.

AR: ¿Cuáles iniciativas positivas de autoorganización de la sociedad han encontrado? Destaco un par de ejemplos: en Vraem, en Perú, y, por supuesto, el caso mexicano de las autodefensas. Pero también ustedes señalan que estas pueden caer en el abuso…
ASI: Ese es un poco el final del libro.
AR: ¿Qué experiencias rescatarían en ese sentido?
ASI: Hay mucha gente moviéndose en el tema de política de drogas para cambiarla. Esto es indispensable porque está claro que esta política ha caducado: no está funcionando, hay más muertos y más consumidores. En el libro se ponen los ejemplos de cuando se declaró la prohibición de las drogas cuánta había entonces y cuánta hay ahora.
Hay muy buenas propuestas que provienen desde los expresidentes hasta muchos activistas de México, organizaciones que están trabajando de cerca con gobiernos y con autoridades para buscar un cambio en la política de drogas para que se despenalice el consumo, para empezar con regulaciones pequeñas para atacar el narcomenudeo, las que pueden ir generando un cambio. No se va a legalizar de la noche a la mañana, ni esto tampoco va a ser la solución porque el crimen organizado siempre va a encontrar mercados negros en los cuales seguir, pero el punto es empezar a debatir.
En cuanto a lo social, están las autodefensas en el Cauca, en Colombia, que son una guardia indígena que se pone en medio del fuego cruzado entre las FARC, los paramilitares y el Ejército, lo cual es superarriesgado, y luego mucha gente las crítica porque llegan a plantar hoja de coca. Yo sinceramente no los considero cultivadores o narcotraficantes: ellos plantan coca como plantar café o naranja.
JLP: Al final las comunidades lo que buscan es su conservación, y las autodefensas son expresión de eso, de resistencia. Tú sigues siendo igual de pobre, miserable y marginado por el Estado, pero tomas un arma porque nadie te da ese amparo social que debería dar el Estado. Entonces la gente reacciona así.
La política de las drogas no ha funcionado, seguimos muriendo y entonces tenemos que hacer algo nuevo. Al final son respuestas sociales porque nos queremos conservar como sociedad, y el narco nos está comiendo mucho terreno respecto a ello.
Por eso la gente se arma y es entendible. Es lo que intenta decir el libro. Nosotros no juzgamos, intentamos que sea entendible por qué un sicario puede empezar a matar muy joven, porque alguien va a cultivar hoja de coca y no otra cosa, etcétera. Ese es el objetivo del libro: que hagamos una reflexión compleja sobre el tema.

EL LADO B
AR: Al final del libro ustedes advierten que vamos hacia una narcosociedad. ¿Esto qué significa?, ¿cuáles serían las principales características de ésta?
ASI: Hasta con el titular del libro teníamos un poco de peleas porque ya todo es narco: “narcocultura”, “narcoavionetas”, “narcocultivo”, “narcoperiodismo”, etcétera. Entonces, por un lado no queríamos ponerle este título porque nos parecía un cliché, pero por otro lado nos parecía que es verdad, que es Narcoamérica, el lado B del continente.
Creemos que simplemente es eso: el narcotráfico se ha infiltrado demasiado en nosotros: en la tele, en la forma de vestir, etcétera. En ciertos lugares, como Sinaloa, Medellín e incluso en Guatemala, por ejemplo, muchos se hacen pasar por narcos y no lo son, pero dicen que son de Los Zetas para dar miedo.
Sí está muy impregnado socialmente eso. Narcosociedad es también un lado B. No es que toda la sociedad sea así, pero sí está muy metido el narcotráfico. El narco es extremo: produce demasiada muerte, demasiada corrupción, demasiada miseria. Por eso lo escogimos y no otra cosa.
JLP: Se habló de narcosociedad de muchos países, y cada uno presenta una incidencia del tráfico de drogas distinto en cuanto a la intensidad y a las consecuencias. Me explico: en Paraguay, por ejemplo, tienes una ciudad como Pedro Juan Caballero, que es como la capital de la producción de mariguana de Sudamérica, y es un ejemplo en el cual el narcotráfico es el amo y señor de esta historia. Allí, en los últimos años han matado a cantidad de periodistas a un lado y otro de la frontera de Paraguay y Brasil.
Uno de los corresponsales que vive en esa ciudad, quien además tiene muy buena mano y capacidad de entrevistar a bastantes narcos, vive en un búnker y tiene escolta armada, para que te des una idea. También han atentado, a golpe de AK-47, contra un senador paraguayo que es de allí por criticar esta deriva hacia la narcosociedad.
Así, hablamos de un pueblo donde los narcos mandan y donde ellos son los que imponen lo que se puede hacer y decir.
Por otro lado tienes el ejemplo de Nicaragua, donde sí es verdad que se registran episodios violentos por tumbes de droga, pero en donde la sociedad está acostumbrada a trabajar al servicio del narco como si fuera una estación de servicio: la población local lo que hace es recoger las cargas de coca que los narcos tiran por la borda cuando las lanchas con las que van hacia el norte son perseguidas por la policía, les dan alojamiento cuando lo necesitan, les proveen de combustible, etcétera. Entonces la relación entre ambas y la forma en que se entrelazan es distinta en un sitio y otro.

AR: Al respecto también está el caso de Honduras, que es la sociedad más violenta. ¿Es el reflejo más extremo de una narcosociedad?
AI: En Honduras no sabes de dónde viene el tiro, para empezar. Eso pasa también aquí, pero allá las dos personas que iban a ser jefes antidrogas los mataron por hablar. Tal vez llega a un punto de cinismo exagerado.
JLP: Honduras es una especie de lupa de aumento de los problemas. En el libro se le dedica una parte porque el triángulo norte es la región más violenta del mundo, ya que Guatemala y El Salvador tienen el mismo problema de violencia. Cuando hablan de Honduras, como se indica en el libro, es como un tuerto hablando de un ciego: encuentran consuelo porque está peor.
Creo que Honduras es el caso extremo, como se dice en el libro, donde incluso la vida ha perdido valor y se ha acostumbrado demasiado al horror, a la violencia, porque es un país absolutamente desestructurado. Eso es: al final te acostumbras a todo, como en la crónica de San Pedro Sula: matan a seis personas al día, y al final dices “okey”. Si se muere tu hijo de siete años no te produce muchas emociones porque te lo esperabas, porque andaba en malos pasos. Es la resignación ante lo inevitable.
Entonces sí creo que Honduras es una lupa de aumento. Comparte problemas, pero los suyos son exponencialmente mayores. Ves a la clase política de San Pedro completamente desbordada y rezando por los muertos porque ya no saben qué más pueden hacer. Eso es Honduras.

AR: ¿Cuáles son los riesgos que enfrentaron al hacer este trabajo?
JLP: El nivel de riesgo es como una escala, y el que tuvimos es muy poco. Corrimos el peligro de estar hablando con gente que se dedica a este negocio, con gente armada en lugares donde suceden cosas. Pero nosotros nos íbamos de esos lugares, y al final los que realmente tienen una amenaza constante son los periodistas locales, los que reportean y publican allí, y al día siguiente allí siguen con sus familias, y los narcotraficantes saben dónde están. Ese es el riesgo, y por eso el libro está dedicado a ellos, porque son los que nos han guiado por todo este viaje para intentar entender esta otra América, esta Narcoamérica.
Entonces por eso no tenemos ninguna experiencia —y ojalá sigamos así— que en verdad haya puesto nuestra vida en peligro. De repente te puede seguir la policía o alguien, pero eso es mínimo en comparación con colegas que mueren o que están amenazados. Y ponerle una mordaza de miedo a los periodistas sucede mucho. Por eso nuestro libro está dedicado a ellos: dentro de la cobertura de estos temas, hasta ahora nos sentimos unos afortunados. Creemos que no nos la hemos jugado tanto como sí se la juegan diariamente muchos de los periodistas de este continente.

AR: Al final del libro ustedes dicen que no tienen soluciones, pero se pronuncian por el cambio. Desde la sociedad, ¿qué se puede hacer para cambiar esta situación? De los casos que reportearon, ¿dónde encuentran esperanza?
ASI: Creo que es lo que te mencionaba antes: el libro sirve, para empezar, como información para quien no sabe del tema, como un ama de casa, un universitario, etcétera, y después como reflexión, para que la gente le dé más importancia al tema de política de drogas porque está causando demasiado daño a nivel mundial.
Pues creo que los casos esperanzadores tienen que ver con estos activistas, la gente que está haciendo cosas para intentar cambiar esta política a nivel mundial, porque no es únicamente en América Latina. Esperemos que en la reunión extraordinaria de la ONU de 2016, al menos le puedan dar una vuelta de tuerca.
JLP: El cambio más evidente ha sido el uruguayo, donde el propio Estado, con el presidente Pepe Mujica, ha cambiado la política de drogas hasta regularizar la mariguana.
Pero de lo que hay que tener cuidado es que lo que funciona en Uruguay es sólo para ese país. Cada país tiene un contexto y unos problemas a veces comunes, pero diferentes. Uruguay es un país de tres millones de habitantes, con unos índices de desigualdad, pobreza y violencia menores. Además, allí había una cultura de autocultivo bastante fuerte. Había bases para que Mujica tomara esa decisión.
Pero sí decimos que el prohibicionismo no funciona. Esto no es porque lo digamos nosotros sino porque si lo miras en cifras es un fracaso: desde que se inició la guerra contra las drogas muere más gente y se consumen más. Se han creado mercados internos, no tan potentes, aunque los grandes consumidores siguen siendo Estados Unidos y Europa.
Pero mientras no cambiemos esto seguirán las consecuencias trágicas del narco. No nos pronunciamos más allá porque no tenemos la solución ni es nuestro papel ofrecerla, sino crear un documento como este, que sirva para la reflexión de un tema que nos parece importante y urgente.


*Entrevista publicada en Replicante, enero de 2016.

miércoles, febrero 03, 2016

Las cartas de navegación de las drogas. Entrevista con Ana Lilia Pérez*


Las cartas de navegación de las drogas
Entrevista con Ana Lilia Pérez*
Ariel Ruiz Mondragón
Según un informe de 2012 de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, alrededor del 80 por ciento del volumen del comercio mundial y más del 70 por ciento de su valor son transportados por mar. Algo similar ocurre en el ámbito del tráfico de drogas ilegales, especialmente de la cocaína.
Sin embargo, pese a sus dimensiones, el trasiego de narcóticos por vía marítima ha sido muy poco investigado, pese a la indudable importancia que tiene para las organizaciones criminales internacionales, que la usan para conducir grandes volúmenes de sus mercancías hasta los sitios más recónditos.
Recientemente Ana Lilia Pérez publicó su libro Mares de cocaína. Las rutas náuticas del narcotráfico (México, Grijalbo, 2014), para cuya investigación se sumergió en las complejas y vastas redes delictivas que constituyen rutas clave para sus actividades.
Sobre ese libro conversamos con la autora, quien es licenciada en Periodismo por la UNAM, además de que ha realizado diplomados en la Academia Mexicana de la Historia, la Universidad José Martí, de La Habana y el Instituto Tecnológico Autónomo de México. Ha colaborado en medios como El Financiero, Milenio, La Jornada, Excélsior, Esquire, Contralínea y Variopinto. Autora de cuatro libros, ha ganado diversos premios nacionales de periodismo, como los otorgados por el Club de Periodistas de México (2008, 2009 y 2010), el Consejo Ciudadano y el Pagés Llergo (2010). En 2012 ganó el Leipziger Medienpreis y a inicios de octubre de 2015 el Golden Victoria para la Libertad de Prensa, que otorga la Asociación de Editores de Diarios y Revistas Alemanas.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy publicar un libro como el suyo? ¿Cuál es su relevancia?
Ana Lilia Pérez (ALP): Creo que este libro es revelador en muchos sentidos: por primera vez se está hablando de un fenómeno que hace posible la operación de las mafias a nivel mundial. En toda la región de América tenemos todos los días muchísima información de la operación de grupos criminales, sobre todo en México al ser un país con organizaciones delictivas que se han destacado internacionalmente por su nivel de operación y de violencia, lo que significa un gran reto.
Hay mucha información y muchos libros sobre narcotráfico, pero ninguno había hablado sobre el tráfico de drogas a gran escala por mar, que es un mundo aparte, muy diferente en su mecánica a la que emplean las organizaciones criminales en tierra. La marina es la infraestructura que hace posible que entre el 70 y 80 por ciento de las drogas se muevan por todo el mundo. Es la infraestructura de operación real, efectiva, de las organizaciones criminales a nivel internacional, y en ella actualmente los cárteles mexicanos tienen preponderancia: hablando en términos genéricos, son los que dan la patente de corso para el tráfico de cocaína, que es la droga de principal consumo a gran escala.
Es un libro que contiene información inédita en muchos sentidos, lo que fue el objetivo principal de este libro. Yo tuve acceso a ese ámbito náutico, y creo que es muy importante que la sociedad mexicana conozca esta información, pero también que los gobiernos reflexionen sobre el hecho de que en los niveles de violencia y criminalidad que se viven hoy en México tienen responsabilidad todo aquellos países a los que los criminales mexicanos llevan sus mercancías y donde operan.
La realidad, que han reconocido las autoridades entrevistadas para este libro, es que los cárteles mexicanos han logrado un nivel de expansión inédito e inaudito dentro del mundo de las organizaciones criminales. Creo que es tiempo de que se reflexione que si se pretende hacer un combate real al crimen organizado se debe hacer de manera global.
El libro, cuyo tema es inédito, nos hace reconfirmar que, en muchas ocasiones, la realidad supera a la ficción: hemos vivido muchas veces engañados suponiendo que el crimen opera de una manera, y el nivel de operación que tiene va muchos más allá de lo que podemos pensar.

AR: Menciona el dato de que entre el 70 u 80 por ciento de la cocaína que circula en el mundo es transportada vía marítima. Esto ha sido muy desatendido por las autoridades. ¿Por qué?
ALP: Las autoridades son las que nos lo deberían decir. Se habla de operativos en México y de la detención de algunos renombrados traficantes que han sido encarcelados, pero las organizaciones criminales mantienen a flote sus negocios.
A mí me llamó muchísimo la atención que, al entrevistar a funcionarios del área de inteligencia de gobiernos europeos, ellos me comentaban que, a pesar del nivel de preponderancia que tienen los cárteles mexicanos, no haya un trabajo en conjunto con el gobierno mexicano para tratar de atajar los negocios de estas mafias. Por ejemplo, en el seno de la Unión Europea se vio que era necesario frenar el flujo de drogas vía marítima porque de esta forma es como se mueve la mayor parte de las drogas. En un trabajo de inteligencia conjunta, autoridades de varios países de Europa se unieron para hacer investigaciones por mares y puertos de todo el mundo.
Yo decía: “Si en mi país se libra una guerra contra las drogas, ¿cómo no hay colaboración con estas autoridades?, ¿cómo no hay un trabajo de inteligencia?”. Yo no me puedo explicar más que por la corrupción el hecho de que los cárteles mexicanos hayan logrado el nivel de expansión que tienen, una capacidad que los lleva a proveer de drogas los puntos más recónditos del Pacífico, Australia, los países africanos, de Europa del Este, y a tener asociaciones criminales con organizaciones rusas e italianas, por ejemplo.

AR: Algo que llamó mi atención es que aún destaca a los Arellano Félix. Al contrario de muchos comentaristas, usted dice que siguen teniendo un gran poderío, en buena medida por el control de las rutas que pasan por Tijuana y Ensenada.
ALP: Es un tema muy interesante. Si revisas los discursos oficiales de la última década, encuentras declaraciones que hablaban del desmantelamiento total de la red de los Arellano. Hay informes muy recientes del gobierno estadounidense en los que se considera a esa banda como una de las organizaciones que mayor nivel de operación tienen aún en el ámbito marítimo.
Refiero la manera en que operaba la banda de los Arellano porque fueron ellos los primeros mexicanos en organizar perfectamente su red de tráfico de drogas. La historia oficial es que El Mayel era un operador que fue detenido y que allí se acabó la historia. En realidad, los Arellano eran estrategas que dominaron perfectamente el ámbito náutico: reclutaron capitanes y tripulaciones enteras. No sólo organizaron este ámbito sino que además fueron los que impusieron el derecho por el uso de mares.
Hay informes, incluso los últimos del gobierno mexicano, donde se señala que algunos grupos asociados a los Arellano siguen operando. ¿No que había quedado desmantelada esa red?
En la actualidad ni uno solo de los cárteles mexicanos ha sido desmantelado por completo; al contrario, se habla de muchas ramificaciones que han ido surgiendo.
Otro grupo, por ejemplo, es el de los Beltrán Leyva, quienes, a pesar de que algunos están muertos y otros encarcelados, siguen operando en el ámbito náutico.
Lo que ocurre en el ámbito marítimo está ajeno a los gobiernos pero también a la sociedad en su conjunto, a pesar de que es el que hace posible el comercio internacional. Es un eje principal de la economía de todo el planeta y, sin embargo, ha estado al margen de la vigilancia de los países en muchas regiones. Tan es así que algunos puertos son identificados prácticamente como narcopuertos, en los que quienes mandan son los traficantes.
Aquí también debemos agregar que la operación de los traficantes vía marítima no se limita únicamente al tráfico de drogas sino también de armas, y ponen en circulación otros productos para lavar dinero (allí están los casos de la Familia Michoacana y de los Caballeros Templarios, que desde el puerto de Michoacán mandan mercancías a la ruta Asia-Pacífico, que es una de las más importantes para el comercio internacional). Lo mismo ocurre en las regiones de Europa y Asia; yo cito el caso de los traficantes de Oriente Medio que tejen la heroína en los finísimos tapetes persas.
En el ámbito marítimo es donde ha habido una innovación tremenda, por ejemplo en mandar un contenedor de chile piquín con cocaína. Parecería una locura, pero lo que ocurre es que la cocaína se separa mediante un proceso químico. Todo tiene una lógica en este ámbito: mandar un cargamento de una mercancía a granel implica que si una autoridad quiere revisarla deberá tener una infraestructura muy buena para hacerlo. En muchos lugares las autoridades no se arriesgan a esas revisiones porque implican costos muy altos y detener una embarcación puede significarles demandas multimillonarias.
En este negocio hablamos de muchísimo dinero que está en circulación todo el tiempo. y es un ámbito del que los traficantes han sabido sacar muy buen provecho.

AR: Dice que allí participan desde los pescadores hasta jeques, banqueros, navieros, armadores…
ALP: Está el caso de la gente de la FIFA, que también aprovechaba…

AR: También hay políticos y autoridades. ¿Cómo están imbricadas las partes legal e ilegal?
ALP: Es que en el ámbito marítimo, a pesar de las regulaciones, de los avances en normas y de infraestructura, la ley que impera es la del siglo XV, de la piratería, de los corsos, de los traficantes, del naviero que va a transportar lo que le deje más ganancias. Por eso encontramos a gente de todo tipo que ha visto en el tráfico de drogas un negocio mucho más redituable que tener dinero en un banco o en la Bolsa de Valores.
La cocaína es la mercancía más redituable que existe: compras un kilogramo de cocaína en países productores, como Perú y Colombia, en 700 u 800 dólares, y un solo gramo lo puedes vender en ese mismo precio si lo llevas a lugares como Australia. En México vemos en un mapa las Islas Marshall, en el Pacífico, y pensamos que es un lugar muy lejano; pero resulta que desde ese lugar los traficantes mexicanos traen los barcos para mandar cocaína en tiburones a sitios como Progreso o Estados Unidos.
Esto nos lleva a concluir que para los traficantes el mundo es mucho más pequeño que para el resto de nosotros. Ellos sí han sido visionarios e innovadores en el ámbito marítimo.

LA GANANCIA, EN EL TRANSPORTE
AR: En el libro se observa que los primeros traficantes de droga contemporáneos eran colombianos, como Carlos Lehder y Diego Montoya. ¿Cómo fue que los colombianos fueron desplazados por los mexicanos en el control de los mares?
ALP: Allí encontramos también una de esas ironías: con el famosísimo Plan Colombia, que fue uno de los más duros para el combate al narcotráfico y se llegó a la detención de renombrados capos. Esto fue una veta de oportunidad para traficantes mexicanos.
Desde tiempos de los Arellano Félix, por ejemplo, ellos ya enviaban a sus operadores a mercados como el peruano, que es uno de los principales proveedores de cocaína. También comenzaron a tener operación directa en puertos colombianos.
También hago referencia a cárteles colombianos de los años ochenta, como el de Cali, o el del Norte del Valle en los noventa, porque muchos de los proveedores de esos cárteles, a pesar de estar huyendo de la DEA, seguían operando en el ámbito marítimo: se trasladaban a otro país y desde allí tendían sus redes, en sociedad con los cárteles mexicanos.
Los grupos mexicanos fueron haciéndose poco a poco también de sus propias embarcaciones y de las rutas de operación. Tan es así que ahora mismo, en zonas del Caribe, muchas de las embarcaciones pesqueras que se emplean para traficar droga son propiedad de cárteles mexicanos. Yo cito muchos casos de operadores de cárteles que se han asentado en distintos países de la región.
Uno de los factores principales que lleva a que los mexicanos tengan también un nivel de operación mucho más efectivo, es que en el gran negocio de las drogas la mayor parte de la ganancia está en su transporte y en su distribución, no tanto en su producción.

AR: Llaman también la atención los efectos sociales que tiene la llegada de las bandas delictivas. En el libro relata el caso de Buenaventura, Colombia, donde se hace un tráfico gigantesco por el que entra mucho dinero, por lo que uno pensaría que debería haber cierta prosperidad. Pero no: dice que es una comunidad más bien pobre. Por el Plan Colombia también se dio la ocupación de los territorios de la Amazonia, por lo que ha habido conflictos con los pueblos indígenas. ¿Cuál es el impacto social que han tenido las actividades de los narcotraficantes en esos ámbitos?
ALP: Eso es muy importante porque hemos hablado del dinero criminal: los banqueros ganan con el dinero negro del narcotráfico, pero éste y la operación del crimen organizado no sólo traen muerte, como vemos en México, sino una degradación social asociada.
Buenaventura es identificado como uno de los puertos de mayor operación del narcotráfico. En el libro se citan casos de navieros que operan desde allí, y cuyo negocio principal es el tráfico de drogas. Sin embargo, en ese lugar, donde se mueve tanto capital, el dinero no tiene ningún beneficio para la población local sino al contrario. La única aspiración de la gente que está en la pobreza total es buscar integrarse al barco de un traficante porque es el que ofrece más dinero, y al pescador lo pueden detener porque siempre va a ser el eslabón más débil.
En esos lugares se crea un círculo vicioso y hay un clima de violencia. Está el caso tan claro de Ciudad del Carmen, en México, que es una isla que es el sostén de la economía de todo un país, y donde ves las calles sin asfalto, que es una triste realidad.
Cito un caso muy dramático: una tripulación que vive traficando un cargamento de millones de dólares, pero que no puede comer más que carne de perro engordado con ratas. Esa es una realidad. Es como en el negocio de las drogas vía terrestre: el dealer de la calle es el que más expone, y no sé de cuánto serán sus ganancias, pero es el eslabón más bajo dentro de las estructuras criminales. Igual ocurre en el ámbito marítimo.
En África hay pueblos que hasta hace una década no sabían siquiera lo que era la cocaína. La operación de los cárteles mexicanos en esas regiones, en lugares muy depauperados, donde los traficantes ofrecen pago en especie, ha enviciado pueblos enteros. Ahora se reconoce a Guinea como el primer narcoestado del mundo, y eso es efecto del nivel corruptor que tiene el crimen organizado.

AR: Algunas personas han trabajado para combatir el narcotráfico por la vía marítima. En el caso de Europa usted habla de los inicios de Baltasar Garzón, de Paolo Borsellino y de Giovanni Falcone. ¿Qué se puede rescatar de la herencia de estos tres jueces?
ALP: En Europa se identificó el problema creo que antes que en América (en esta región la información es prácticamente inédita). Allá Garzón, como juez de instrucción, comenzó a recibir expedientes de navieros gallegos implicados en el tráfico de drogas asociados con latinoamericanos. Por su oficina pasaron traficantes de todo tipo.
Creo que ha habido grandes figuras que han intentado combatir a las mafias, como los jueces Falcone y Borsellino, que son héroes en Italia. Cuando hice este trabajo de investigación entrevisté a quien entonces era el alcalde de Palermo, quien fue uno de los pocos políticos o funcionarios públicos que le plantó cara a la mafia y que aceptó ser la parte acusadora contra más de 400 mafiosos de la Cosa Nostra, en tiempos en que esta tenía el control total de las calles de Sicilia y que ejercía un nivel de violencia que replicaron los cárteles colombianos. Esa fue una de las experiencias más interesantes para esta investigación: contar y documentar cómo han mutado las mafias para pasar de ese nivel de violencia extrema y de querer hacerse visibles, a ser una mafia más sofisticada, corporativa, que hoy opera en sociedad con la mafia mexicana, que es socia de la Cosa Nostra y de la de Calabria para los embarques de coca que envían a ese país.
También fue una gran experiencia ver cómo en lugares como Corleone, que ha sido identificado como la cuna de la mafia, una de las acciones del gobierno fue incautar los bienes de la mafia y entregárselos a sociedades cooperativas que hoy los explotan en beneficio de la sociedad. Hablo de fincas o tierras que eran propiedad de capos y que ahora están siendo puestas a producir por los lugareños.
Eso es intentar regresarle un poco a la sociedad de todo lo que la mafia le quita, porque ésta le roba no sólo con prácticas como el derecho de piso sino también la tranquilidad. Esta degradación es un daño a la sociedad.
Entonces pude ver directamente esas experiencias de países que pasaron por situaciones como las que hoy vivimos en México y ver que sí puede haber alguna salida, que puede haber personas que sí busquen combatir a la mafia de manera real. Eso debería ser una gran lección para otros gobiernos: que se determine que sí hay manera de combatir al crimen organizado, pero no es con enfrentamientos, con policías en las calles, sino con mucha inteligencia financiera y ponerla en práctica para combatir a las mafias.

AR: En el libro hace referencia a los casos de América, África, Oceanía y África, pero casi no encontré referencias a Asia. ¿Qué pasa en este continente?
ALP: Asia debe ser un foco de interés principal para los gobiernos de todo el mundo, primero porque allí operan los puertos más importantes y también porque en ellos se hace transferencia de armas para las mafias mexicanas y desde allí se embarcan indocumentados que trafican las organizaciones criminales. En los últimos años se ha sabido también de la operación de grupos vinculados a organizaciones criminales mexicanas que han colocado en Asia lugares para el refinamiento de la cocaína y, en sentido contrario, para enviar heroína hacia México.
Los precursores químicos que se utilizan para la industria de las drogas vienen de Asia, y una de las rutas principales que se usa es la Asia-Pacífico, la que yo describo.

AR: En el libro se recogen algunas declaraciones acerca de la disputa por los puertos: un policía alemán dice que hay menos violencia que por las vías terrestre y aérea. ¿Cómo se pelean estos espacios?
ALP: A diferencia de lo que ocurre en tierra, en la vía marítima incluso encontramos grupos antagónicos que se asocian para transferir las drogas. Los traficantes no están peleándose por el paso de la droga: sus esfuerzos están enfocados en buscar la ruta más segura para enviarla. Incluso hay muchos casos en que esos grupos se asocian para usar una misma embarcación, y entonces recurren a esta estrategia de identificar sus propios cargamentos.
Los traficantes también buscan reducir los costos; es decir, se opera a un nivel mucho más sofisticado y corporativo. No encuentras dos grupos rivales que se agarren a balazos, nada de eso ocurre. Ha habido, sí, muertes, brotes de violencia, que se han generado sobre todo cuando hay la pérdida de algunos cargamentos en alta mar por cualquier circunstancia, como la sospecha de un cártel de que quien estaba encargado de llevar la droga lo traicionó. Por eso es que una de las medidas de protección es exigir en prenda a una persona: hay navieros que se quedan empeñados con los cárteles mientras sus barcos entregan la droga que se les encomendó. Esto es algo que ocurre con frecuencia.
Pero en este ámbito náutico los cárteles lo que buscan es mayor ganancia con menos costo, por eso es que incurren en asociaciones que en el ámbito terrestre parecerían impensables.

MÁS ALLÁ DE LOS GOBIERNOS
AR: ¿Qué tienen que hacer las autoridades tanto nacionales como internacionales para dar la batalla en un ámbito tan extenso como el mar?
ALP: Por lo que he visto en otros países y tras entrevistar a los mayores expertos en este ámbito, lo primero es que la autoridad reconozca que existe esta industria paralela, que la ley de la selva impera allí. Necesitamos que se vea cuál es el ABC de la gran infraestructura marítima que emplean las organizaciones criminales. Creo que una buena primera medida sería hacer ese trabajo de inteligencia para identificar cuáles son éstas y los grupos legales que colaboran con ellas. Es claro que las mafias no usan barcos pirata sino legales, porque si un barco está legalizado, tiene sus documentos y su identificación, esto les facilitará la operación porque es más difícil que una autoridad los revise. Esto les da más seguridad porque su operación está montada dentro de la misma estructura legal.
Lo primero es que esto sea identificado, y para ello se requiere trabajo de inteligencia; si no, entonces el llamado combate al crimen organizado será una simulación. De nada sirve que saques a un batallón a combatir a un grupo de traficantes en tierra si por la vía marítima se mueven los grandes flujos de droga, que es la gran ganancia de los traficantes. Además, muchas veces las mulas o los cargamentos que los traficantes mandan por la vía terrestre son detenidos porque ellos mismos los delatan para cubrir las cuotas de incautaciones. Mientras estos decomisos muy menores se hacen, la droga circula libremente por mares y puertos.

AR: En este tráfico marítimo y su combate, ¿tienen que ver algo los regímenes políticos? Encontramos en el libro desde democracias en diversos grados hasta teocracias como Irán. ¿Hay alguna diferencia?
ALP: Ninguna. Yo planteaba en el libro que en este ámbito los traficantes, sean de la nacionalidad que sean, están mucho más allá de cualquier gobierno y de cualquier ideología. Están muy por encima, incluso, de las normas de la política: operan en países socialistas, capitalistas o de las ideologías más diferentes, como Estados Unidos, Venezuela, los rusos o gobiernos más neoliberales, por ejemplo.
En este ámbito marítimo las mafias están más allá de cualquier gobierno: es el real libre mercado.

AR: Para la realización de este libro ¿qué riesgos corrió?, ¿sufrió algún tipo de amenazas o amagos?
ALP: Es un tema muy delicado, en el que tienes que andar con mucho tiento por el crimen organizado. No vas y buscas entrevistar a un traficante que declaradamente lo es, o a uno preso. Estás indagando a muchos delincuentes de cuello blanco, a empresas respetables, un ámbito aparentemente legal. Detrás de eso está el verdadero crimen organizado, y eso es mucho más peligroso que entrevistar a un narcotraficante declarado, porque a veces no sabes con quién estás hablando. Por supuesto que los criminales no van a querer que la información se conozca.
Creo que todas las investigaciones que he realizado han implicado muchos riesgos…

AR: Al principio del libro dice que por sus anteriores trabajos tuvo que dejar el país…
ALP: Sí, el tipo de investigaciones que yo hago han implicado siempre un riesgo. Pero son retos que uno siempre tiene que ir enfrentando día con día. Considero que, en comparación con los colegas de otros países, los periodistas mexicanos podemos decir mucho más que vivimos al filo del peligro. Esa es una realidad para el periodista mexicano, y no sólo para el que cubre temas declaradamente peligrosos. En este país ha habido muchos periodistas víctimas. Nuestro país es identificado como el más peligroso para ejercer el periodismo a nivel internacional.
Antes de la realización de este libro, por otras investigaciones periodísticas tuve amenazas de todo tipo. Creo que mi definición de seguir trabajando en estos temas, que es importante que se conozcan, también impulsa al periodista a seguir adelante.


*Entrevista publicada en Replicante, 3 de noviembre de 2015.