miércoles, agosto 17, 2016

La ventaja de no ser una buena persona. Entrevista con Tedi López Mills


La ventaja de no ser una buena persona
Entrevista con Tedi López Mills*
Ariel Ruiz Mondragón
Una de las más destacadas poetas actuales de nuestro país es, sin duda, Tedi López Mills (Ciudad de México, 1959), quien tiene ya una vasta obra en ese género. Sin embargo ya también cuenta con una relevante obra ensayística, de la cual es buena muestra Libro de las explicaciones (México, Almadía, 2012), en el que a través de 13 textos plantea problemas que van desde el yo hasta la poesía comprometida atravesando por los recuerdos familiares.
Este País conversó con la autora, quien estudió Filosofía en la UNAM y Literatura en la Universidad de la Sorbona. Forma parte del Sistema Nacional de Creadores y es autora de una decena de libros de poesía y un par de volúmenes de ensayo. Ha obtenido premios como el Nacional de Poesía Efraín Huerta (1994), el Nacional de Literatura José Fuentes Mares (2006), el Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores (2009) y una mención honorífica del Iberoamericano de Poesía Jaime Sabines 2009. Por Libro de las explicaciones ganó el Premio de Narrativa Antonin Artaud (2013).

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué publicar un libro de ensayos como el suyo?
Tedi López Mills (TLM): Es una pregunta que se resuelve sola porque solo podría publicarse ahora porque los textos están inmersos en el contexto de hoy. Son todos contemporáneos de mi vida, no digo que con la vida del mundo. Es casi una cronología: hay textos de la adolescencia y al final hay textos incluso de política.
Desemboca en una especie de perplejidad actual. También hay mucha rispidez al final del libro, porque casi todas las discusiones políticas que tenemos ahora en México terminan así: violentas y con acusaciones.
Al final el libro refleja un poco este asunto de “¿y tú, qué estás haciendo por el país?”, y que si no haces poemas sobre la violencia entonces eres cómplice y no estás comprometido. Todas esas son discusiones que, además, no terminan porque sólo se dan las acusaciones. Es como una puesta en escena.

AR: En el libro aparecen continuamente algunos temas, como el de la búsqueda del yo. En este sentido, ¿qué tan autobiográfico es el libro?, ¿cómo le ha ayudado la escritura a encontrar el yo?
TLM: El libro, en cierta forma, es como la invención de un yo que empieza con mi nombre, que ya plantea un yo muy extraño porque se tiene que estar explicando todo el tiempo. Está el texto “El retrato de la lectora adolescente”, donde al principio la del miedo no es nadie, y luego, tras una disciplina feroz, acaba en una especie de autoanulación, al grado de ya no verse en los espejos y termina siendo alguien más: una fabricación literaria, una falacia, un ser neutro que es niño y niña. Es una especie de alucinación.
En cierta forma la tesis de este libro es que el yo no es algo fijo sino que es una ficción, una falacia, una hipótesis, una fuga, un accidente, una condición, una circunstancia: muchas cosas a la vez.
También en el texto sobre la conciencia y el tiempo hay una serie de teorías acerca del yo: el yo de Hume, que es un yo de las sensaciones, y el yo de Rosset, que es más bien algo que propone el otro, que el yo sólo es en sociedad. Entonces ¿quién es uno a solas? Es lo que yo me pregunto. Cuando yo estoy en mi casa sola sí creo que soy alguien.
Entonces es como una especie de teoría del yo pero que no queda definida. Incluso me gusta la idea de no ser yo, de que el yo siempre tiene la posibilidad de ser otra cosa.

AR: Es un asunto muy dinámico y no hay propiamente una conclusión. Ante tantas transformaciones, ¿cómo se puede hallar el yo?
TLM: A mí siempre me ha asombrado la gente que dice que se conoce a sí misma. Yo nunca he entendido qué conocen, porque a mí siempre el autoconocimiento (que, además, es una divisa socrática: “Conócete a ti mismo”) me ha parecido un viaje imposible. Pero eso, claro, puede ser un problema personal. Mi apuesta en este libro es poner ese problema en la mesa y ver qué sucede con los demás: ¿tienen esa misma experiencia?, ¿a los demás les ocurre lo mismo, o sí tienen un yo más fijo?
Al final del libro lo que planteo es una especie de desidentidad como el mejor lugar para la especulación y para el campo de batalla. Quizás así podamos discutir.

AR: Al yo lo vincula mucho con el tiempo, y allí hace un juego con Borges. ¿Cómo se relacionan el yo, la identidad y la desidentidad con el tiempo?
TLM: Es como un experimento. Voy a plantear dos principios: el de la conciencia, que interfiere en lo que uno vive (porque es cierto: estás bailando muy tranquilamente, y de repente dices: “Estoy bailando”, y ya no lo haces tranquilamente). Entonces ¿qué es eso de la conciencia? Porque detiene a la experiencia. Planteo el caso de un amigo: lo que no le gustaba de hacer el amor era que durara mucho, porque cuando es así interviene la conciencia y arruina todo.
El segundo es la frase de Borges que dice que no le gustaba viajar sino haber viajado. Lo que planteo es un viaje que yo hice pero como una reconstrucción del viaje; mi teoría es que el viaje mismo interfiere y que sólo lo tienes cuando regresas y te acuerdas de él.

AR: Eso está relacionado con Cavafis.
TLM: Sí, el regreso, cuando de veras sabes a dónde te fuiste. Ese es uno de los planteamientos del tiempo, la conciencia y el yo.

AR: En el libro también hay relatos de la intimidad, el recuerdo de los padres, las casas, los animales. ¿Cómo entiende el papel de la familia en las definiciones anteriores?
TLM: Hay una foto que tengo en mi estudio, en la que estoy recién llegada (tengo un mes o dos meses, y están mis papás y mi hermana), la cual desata toda esa reflexión acerca de mi papá y de mi mamá. También esa historia de las casas: por locuras de mis padres nos corrieron de todas, hasta que intervino mi mamá y ella se encargó de llevar la vida hacia cierta normalidad, porque mi papá nunca pudo hacerlo.
Mi padre era un hombre que siempre se estaba yendo a algún lugar, y mi mamá era la que cuidaba el presente, que no hubiera tantas fugas. Cada quien tiene la familia que le toca, ni modo, no la escoges.
Me tocó así, y me llevó a no tener hijos; de algún modo, sí determinó mi decisión de yo no querer incurrir en esa escenografía, en la que pierdes el control. Al tener hijos ya no es enteramente tuyo el destino sino que ya se lo traspasas a alguien más, y éste de alguna manera altera el tuyo y las decisiones ya son caóticas. Eso que vi en mis papás no quise tenerlo yo.

AR: En la segunda parte del libro destaco el texto que dedica a Cioran, que tiene un fuerte tono crítico. Se refiere a sus orígenes conservadores, fascistas, a sus incongruencias, sus caídas en el sentimentalismo. ¿Cuáles son los aspectos más criticables que le encuentra a ese filósofo?
TLM: A mí me cuesta mucho trabajo entender a un profeta del apocalipsis que se hace famoso, como es el caso de Cioran. Se hizo famosísimo al denunciar la realidad, diciendo que era una basura, que nada de esto valía la pena, y de repente se hizo célebre y todos querían estar con él. ¿Qué pasó allí?
El meollo del texto es que yo voy a defender el pesimismo, y de repente me doy cuenta de que es absurdo hacerlo porque es una apuesta optimista que quiere que el pesimismo salga bien. Es un optimismo perverso.
Lo que digo es eso: en el caso de Cioran se convirtió en una especie de publicista de sus propias ideas negativas y, entonces, de cierta forma le apostó a la prosperidad, al optimismo, a la felicidad y al éxito. Entonces algo salió mal o algo salió muy bien; si ocurrió esto último, desmiente todas sus teorías.

AR: También me gustó también el texto de la mujer que es mala…
TLP: ¡Ahh, las buenas personas!
AR: Sí, de esa persona a la que no se la da la bondad. Creo que es una visión muy crítica de la bondad como se practica hoy, sobre todo en términos políticamente correctos. ¿Qué le encuentra de criticable a este tipo de bondad?
TLM: Sí, esa bondad automática. Este texto en que digo que no soy una buena persona me permite colocarme en una posición tal que sí puedo pensar con claridad en las cosas en las que quiero pensar, porque esta bondad automática es un lastre porque de algún modo no puedes decir lo que piensas, porque si lo haces dejas de ser bueno. Uno piensa de una manera muy matizada, muy ambigua, muy compleja, y no todas las situaciones son “ay, qué maravilla, qué buena onda”. Pues no, tienes reacciones mucho más complejas, pero como eres buena persona pues nada más puedes decir una sola cosa, que es la comunicación de esta bondad automática.
Yo me coloco en la posición contraria: yo no soy una buena persona, y por lo tanto puedo mirar a las buenas personas y ver lo que hacen. Entre las cosas que veo, por ejemplo, está la devoción por un líder: en México nace uno casi cada tercer día, pues es un país desesperado. Y allí van todas las buenas personas tras ese líder, y de repente ya no les gusta. Es el caso de Javier Sicilia, como lo digo en el libro: de repente tiene la admiración y la idolatría, y luego ya no les gusta y lo botan, y entonces hay que lincharlo. Luego ya estamos con otro líder.
Esa forma de bondad yo no la puedo practicar; lo que yo pienso es que es un defecto mío, una limitación. No tengo el entusiasmo para entregarme a estas causas justas, espectaculares, colectivas, en que sales a la calle y te entregas. No puedo porque no soy una buena persona.
Entonces esa es como mi postura política esencial; no tiene que ver con izquierda o derecha, es nada más que yo no soy una buena persona. A partir de allí digo lo que pienso.

AR: Y a veces es dura: dice que en esas luchas a veces avanza más el líder que la causa.
TLM: Yo no he visto más que eso. En casi todos los casos, por lo menos cercanos que yo he vivido, progresa el defensor y nunca la causa. El defensor se hace popular, le dan premios, aparece en las revistas, viaja, está en todos los congresos, vende libros… ¿Y la causa? Pues siguen matando y no pasa nada. Eso es lo que le pasó un poco al subcomandante Marcos: se convirtió en víctima de su propio éxito. Fue popularísimo, tenía su columna en el periódico, ¿y la causa? Se quedó rezagada. Esa es mi perplejidad.

AR: Al contrario de estas causas, ¿cuál bondad sí es posible? Creo que se decanta por una más individual e individualizada.
TLM: Yo creo que es la bondad que va caso por caso, de que vas pensando y vas actuando según lo que se va presentando en tu vida, en tu experiencia, y lo vas pensando con ese cuidado que merece, sin tomar inmediatamente el partido porque eres buena persona. Espérate un momentito y vamos a ver qué está pasando, y sobre todo vamos a tomar en cuenta lo que es discordante y lo que no te gusta. Incorpora en tu pensamiento lo que no te gusta y no lo excluyas para ser buena persona. Es lo que yo trataría de hacer siempre, pero bajo el entendido de que yo no soy automáticamente una buena persona; al contrario, soy una persona ambigua y estoy colocada en una especie de no lugar. A partir de allí ya puedo empezar a pensar.

AR: Plantea usted otra posición: el escepticismo, aunque también es dura con éste.
TLM: Es que nada parece salir, que es un poco la conclusión del libro. Cada procedimiento que yo empleo no sale: el pesimismo no funciona, el escepticismo tampoco. Como activista yo he sido un fracaso, no me sale, y en el caso del escepticismo lo que sucede es que yo tiendo a él, pero me doy cuenta de que en cualquier discusión para la persona no escéptica tú perteneces al bando contrario y entonces te ve como un enemigo.
Este diálogo idealmente socrático en el que yo te pregunto y tú me respondes y viceversa, y todo tiene un tiempo, además, armónico, no se da jamás. La persona no escéptica te coloca del lado contrario, y entonces te das cuenta de que tú también quieres la autoridad del escéptico, y eso ya es una paradoja; por lo tanto, el escepticismo ya no funcionó y es también como una no salida.
Por eso acabo en una especie de extraño lugar donde intento fabricar una forma de sabiduría, que sería como estoica: lo que no puedes controlar, lo que no está en tus manos, déjalo en paz. Pero tampoco eso me sale. Entonces al final ya planteo una especie de “mañana empiezo otra cosa a ver si me sale”. Y allí termina el libro.

AR: Menciona la puñalada que le dan al escéptico, a los no creyentes: “¿Tú que estás haciendo por el país? No estás en las marchas y además criticas”. ¿Qué les responde?
TLM: Mi forma de aclarar eso y de colocarme en una posición absolutamente realista, es decir “yo no soy una buena persona”, y a partir de allí se pueden explicar todas estas fallas.
En efecto, a mí sí me ocurrió con un activista de mucho renombre, quien me dijo: “¿Tú qué has hecho por el país?”. La verdad, yo no he hecho nada por el país; yo no puedo decir que por México ya he hecho algo, salvo vivir aquí.
Entonces cuando voy a algunas marchas me cuesta mucho trabajo gritar, levantar el puño. No puedo hacerlo; no digo que sea malo hacerlo sino que a mí me cuesta un enorme trabajo hacerlo. Soy una pésima activista, lo cual no significa que no estoy absolutamente consternada, no excluye toda la parte moral, que esa la compartimos creo que todos. La preocupación, el titubeo, la vacilación, la perplejidad, el coraje, todo eso está. Cualquiera que lee los periódicos todos los días o está al tanto tiene esos sentimientos, pero en mi caso no logro pasar al movimiento.

AR: Usted es poeta, y hace una crítica severa a la solución fácil que algunos adoptan para tener público: meter en sus poemas a los pobres, a los muertos y a las víctimas. ¿Qué ocurre con esa postura?
TLM: Esa es la eterna discusión en la poesía, que no termina y siempre es muy agresiva. Le pasó a los Contemporáneos (Guillermo Sheridan tiene un libro muy interesante al respecto, y cito las inteligentísimas intervenciones de cada uno de ellos, e incluso cómo se retractó Gorostiza de lo que él hizo).
Es como el eterno debate entre poetas: el que le va a entrar de lleno a la guerra, a la política, a la protesta, a la denuncia, y el que no lo va a hacer, pero que no por eso no está comprometido con el predicamento moral. Entonces siempre el poeta que le entra de lleno a la protesta y a la denuncia le reclama al otro: “¿Y tú qué estás haciendo? Hay que escribir sobre la violencia”, etcétera. Es allí donde yo planteo todo mi desacuerdo.

AR: Es la discusión sobre el arte comprometido.
TLM: Siempre, y que además no termina. Ahora entre los poetas existe; cuando pasó lo de Javier Sicilia se convirtió en un problema de la poesía cuando era un problema de homicidios, violencia, narco y justicia. De repente se convirtió en un problema de la poesía y hubo un pleito entre los poetas. Yo lo observé, no intervine (casi siempre observo, me cuesta mucho trabajo intervenir). Vi poetas que se peleaban en el Zócalo por leer su poema sobre la violencia (es el sueño de estar frente a un público enorme que clama cuando lees tu poema, lo que casi nunca le pasa a un poeta: en su casa hay cinco personas escuchándolo, a menos que ya seas muy famoso). Cuando esa víctima que incorporaste en tu poema se convierte en un vehículo para tu propia fama es donde, para mí, entra el dilema: ¿cuán real es el empleo de una circunstancia muy dolorosa que convierte en un portavoz al poeta, quien de repente es famosísimo, que está en los congresos y ahora nos va a leer su poema sobre los muertos? Ahí es donde yo preguntó (y no respondería): ¿qué pasa?



*Entrevista publicada en Este País, núm. 298, marzo de 2016.

lunes, agosto 01, 2016

Noticias del universo. Entrevista con Gerardo Herrera Corral


Noticias del universo
Entrevista con Gerardo Herrera Corral*
Ariel Ruiz Mondragón
Durante los años más recientes se han reportado diversos descubrimientos científicos que están cambiando la comprensión y el conocimiento del universo. Entre ellos se han destacado, por ejemplo, el bosón de Higgs y las ondas gravitacionales, por mencionar sólo dos.
Tales avances y hallazgos todavía han sido insuficientemente explicados y difundidos entre el gran público. Ese hueco es el que pretende llenar el destacado científico mexicano Gerardo Herrera Corral (Delicias, Chihuahua, 1963) con su más reciente libro: Universo: la historia más grande jamás contada (México, Taurus, 2016).
A propósito de ese volumen Etcétera charló con el autor, quien ha trabajado en el experimento ALICE (A Large Ion Collider Experiment) del Gran Colisionador de Hadrones de la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN, por sus siglas en francés).
Herrera Corral es doctor en Física por la Universidad de Dortmund, Alemania. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores en su nivel III, así como de la Academia Mexicana de Ciencias y del Panel de Instrumentación Innovación y Desarrollo del International Committee for Future Accelerators desde 1996. Actualmente es profesor del Departamento de Física del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional.
También ha sido becario del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, del Centro Latinoamericano de Física, y de las fundaciones Fulbright y Alexander von Humboldt.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir un libro como el suyo, que abarca un trayecto tan amplio que va desde la conciencia hasta el Big Bang?
Gerardo Herrera Corral (GHC): Creo que es necesario e importante. No sé de ningún texto en español en el que se actualice la historia del universo, la cual creo que es importante que la gente conozca porque es una manera de esquematizar dónde han ocurrido los eventos cruciales del universo para que llegara a ser lo que es. Pienso que es importante, además, porque han ocurrido muchos avances y hallazgos en fechas recientes, los que han cambiado y en algunos casos han confirmado nuestra visión del universo.
Entonces era importante escribir esta historia a la luz de todos estos nuevos hallazgos, y proporcionarle a la gente la información que necesita para entender el mundo en el que vivimos. Esa es una de las razones, quizá la principal, para escribir un libro sobre los 13 mil 800 millones de años que tiene el universo.
Espero que el libro les guste, y que sea ojalá también visto como una manera de seguirnos educando. Es importante que la gente entienda que uno no termina de educarse cuando termina la escuela sino que la educación es un proceso continuo que no acaba nunca, y que es necesario seguir leyendo y aprendiendo. En ese sentido el libro aporta material para que las personas sigan aprendiendo sobre lo que está ocurriendo en el mundo de la ciencia y cómo nuestra idea de la naturaleza está cambiando.

AR: Casi al final del libro hay una descripción muy interesante del Big Bang, del originario estado líquido del Universo, y es muy importante lo que usted dice sobre la gente común y corriente. ¿Por qué ésta hoy debe ocuparse e incluso preocuparse por un hecho que ocurrió hace 13 mil 800 millones de años?
GHC: Creo que hay varias razones, pero quizá la principal es que los seres humanos somos la única especie en la Tierra que se preocupa por tener una visión del universo. Los seres humanos no nos contentamos con sobrevivir, no estamos preocupados solamente por comer y propagar la especie, como muchos otros organismos vivos de nuestro planeta. Nosotros, además de eso, nos preocupamos por entender y tener una visión del universo; nos creamos en nuestras mentes y en nuestra imaginación una idea de cómo es la naturaleza, de cómo funciona. Este hecho es el que nos hace ser humanos.
Así, es esencial para lo que somos formarnos esa visión, y esto tiene que ver precisamente con el universo, con cómo éste dio origen a la conciencia, a la vida, a las estrellas. Esto es lo que tratamos de explicar en el libro.
Hay diferentes etapas que es necesario entender, y hay eventos cruciales que nos pueden explicar por qué ocurrió lo siguiente o por qué ocurrió lo anterior para que el universo llegara a conformarse como finalmente lo hizo, de tal manera que conocerlo es conocer nuestra misma historia.
Esa es una razón muy buena, pero hay otras, por ejemplo lo que está ocurriendo en el mundo de la ciencia y la tecnología. Hay una actividad muy intensa en los laboratorios, donde se está generando el conocimiento y también se desarrollan tecnologías. Las investigaciones que nos llevan a entender cómo era el universo cuando éste tenía un microsegundo de edad, son investigaciones que, además, nos están dando tecnología.
Para poder entender el universo es necesario desarrollar detectores, aceleradores y una gran cantidad de nuevas herramientas que, a final de cuentas, acaban por darnos un mejor nivel de vida, por curar enfermedades, por proporcionarnos una manera de vivir más confortable que nos permite también abordar otros asuntos.
Por ejemplo, en el Gran Colisionador de Hadrones y el centro de investigaciones donde se estudia el plasma de quarks en estado líquido del universo temprano, se desarrolló la triple w que ha transformado nuestras vidas. Ahora nos resulta difícil imaginar cómo era el mundo cuando no teníamos internet, hace apenas unos años, y surgió como uno de los eventos que se dan alrededor de esas investigaciones y del desarrollo del conocimiento.
Esa es otra razón para estar enterados de cómo está avanzando nuestro conocimiento.

AR: Usted es un científico “duro”: es doctor y profesor de Física, ha colaborado en el Gran Colisionador de Hadrones. Desde esta perspectiva ¿cómo ha sido su paso hacia la divulgación de la ciencia y para hacer un libro como este?
GHC: También hay allí varias razones, algunas muy puntuales; por ejemplo, el 4 de julio de 2012 se anunció el descubrimiento del bosón de Higgs, la famosa “partícula de Dios”. En ese momento la gente preguntaba porque quería saber qué estaba ocurriendo, de qué se trataba, tiene interés por esos temas y demanda información. En muchas de las charlas que yo doy la gente pregunta por material para leer. Me di cuenta de que yo contestaba que pronto aparecerían los libros traducidos de otros idiomas: vamos a esperar a que los gringos escriban algo, nosotros lo traducimos y se lo damos a la gente.
Otra razón es que yo mismo me quejaba: “Tiene usted razón, cómo es posible que no haya nada que leer en español, es impresionante”. Y también decía: “Fíjese que en Suiza, ahora que estuve allá, a la semana de que se anunció el hallazgo ya había libros para la gente sobre él”. Pasé por el aeropuerto de Ámsterdam, y allí ya había libros sobre el Higgs explicándole a la gente de qué se trata. En Estados Unidos también hay textos, y es increíble que en nuestro país no haya algo así. Entonces me di cuenta de que alguien tenía que escribirlos, y que quizá no estaba mal que fuera alguien que estaba en la primera fila en el laboratorio donde se descubrió, participando en el mismo experimento, pues a lo mejor tenía también una cierta responsabilidad.
Me cayó como un balde de agua una frase de Alfonso Reyes, quien acostumbraba decir que escribir es una obligación para todos. Aquel tipo de experiencias me fueron llevando a que, como a final de cuentas utilizamos el dinero de los impuestos de los mexicanos para hacer las investigaciones, quizá también no solamente estamos obligados a escribir sino también a explicarles qué estamos haciendo con ese dinero, qué tipo de investigaciones realizamos y cuáles son los logros.
Todo este tipo de cosas son las que lo llevan a uno a sentarse y a tratar de escribir, desde la trinchera del investigador, que no tiene el entrenamiento para hacerlo, pero que sí tiene quizá alguna perspectiva que podría ser peculiar e interesante para la gente. Así, se trata de un texto que no proviene de un escritor profesional, pero sí de un profesional de la investigación.
Eso es lo que me ha llevado a escribir en mis ratos libres sobre lo que estamos haciendo, sobre lo que está pasando en el mundo de la ciencia: tratar de explicarle a la gente, que está exigiendo cada vez más, pero sobre todo a los jóvenes.

AR: En el libro también trata el fenómeno que usted llama “higgsteria”, la curiosidad que despertó el bosón de Higgs. En ese sentido ¿cómo ha observado usted la cobertura que los medios de comunicación mexicanos le han dado a los temas científicos?
GHC: Desde luego que sí ha habido una cobertura, y se ha dado prácticamente a partir de la exigencia de la gente. Pero tengo la impresión de que en México hay una cobertura excesiva de los temas políticos. Hay un exceso de programas de televisión y radio dedicados a platicar sobre Andrés Manuel López Obrador y los partidos políticos, por ejemplo, y eso es exagerado al grado del aburrimiento: son temas que ya no tienen nada más que decir, pero se insiste en seguir hablando sobre ellos. Les hemos dado en nuestro país una importancia extrema a las figuras políticas, creo yo, y eso definitivamente tiene un costo en la cobertura de los temas culturales y de la ciencia.
Creo que éstos sí se cubren, básicamente porque hay una demanda de la gente, pero creo que podría ser mejor: podríamos tener más libros, mejores secciones de cultura y de ciencia en los medios.

AR: En el libro se menciona la presencia de mexicanos en el CERN. ¿Cuál ha sido la contribución mexicana a las investigaciones científicas que se realizan en el Gran Colisionador de Hadrones, como el proyecto ALICE, del que usted también ha formado parte?
GHC: México participa en el proyecto Gran Colisionador de Hadrones desde hace más de 20 años; en particular hemos trabajado en el experimento ALICE. Es la primera ocasión que un grupo de mexicanos de diferentes instituciones del país trabajan en un proyecto tan ambicioso, quizá el más importante en la historia de la humanidad, en el que se plantean preguntas fundamentales. Es la primera vez que México lo hace al nivel de responsabilidad más alto, que es el de diseñar y de construir parte del detector.
México ha diseñado, construido y operado tres de los 19 detectores que forman parte del Gran Colisionador de Hadrones. Pero es más que eso: a mí me gustaría también dejar claro que no es solamente que estamos haciendo detectores, como lo hacen otros países como Francia, Alemania o Estados Unidos: creo que en el experimento ALICE hemos hecho piezas que son fundamentales para el experimento.
Hace poco yo comentaba que si uno revisa las publicaciones científicas de ese proyecto, uno encuentra que entre las 10 más citadas de todo el Gran Colisionador de Hadrones hay tres del experimento ALICE. Así, tenemos el 30 por ciento de las citas científicas de este experimento.
Si uno toma las publicaciones de ALICE, la más citada, que está junto a las publicaciones del bosón de Higgs, se encuentra uno, por ejemplo, con un artículo de cinco páginas en el que se cita 20 veces el detector que fue diseñado y construido en México.
Eso te da una idea del impacto que las actividades del grupo mexicano ha tenido en este experimento: hemos construido un detector que es fundamental para éste.
Nuestra contribución ha sido importante; estamos muy contentos por ello, y también nos interesa mucho que la gente sepa que se está haciendo investigación de alto nivel y que se están aprovechando los pocos recursos que tenemos para ello.

AR: En el libro usted hace una reivindicación del diálogo con especialistas de otras materias. Quiero hacer referencia a dos de ellas; la primera es que hay varias menciones a la filosofía. ¿Cómo dialogan hoy la física y la filosofía?
GHC: Los temas de investigación que aborda la física moderna son, como decía Octavio Paz, los que los filósofos se plantearon antaño. Ahora esos temas son sujetos a la investigación científica y los físicos los están abordando. Eso es muy importante.
Creo que buena parte de la actividad filosófica que se desarrolla todavía está muy anclada en el pasado, aún se dedica a los problemas clásicos. Pero también existe una buena cantidad de filósofos que están muy interesados en los problemas más actuales. Hay, por ejemplo, una actividad muy intensa alrededor del problema de la conciencia, en donde la participación de los filósofos es fundamental: están allí y arrojan ideas, ponen propuestas sobre la mesa, sobre cómo aproximarse y abordar los problemas de la ciencia. Allí el papel de los filósofos es fundamental. Hay algunos muy modernos que se han metido en estos asuntos muy espinosos y que están también en la mesa de los científicos, y allí la interacción es muy intensa entre físicos, neurofisiólogos y filósofos.
Están, por supuesto, temas como el origen del universo, que ha sido tradicionalmente de la filosofía y que actualmente está sujeto a la investigación de los físicos. Ése es otro de los puntos donde confluyen las ideas y las propuestas; allí la física también se ha convertido en especulativa, y es donde los filósofos que le entran a los temas de vanguardia hacen y discuten propuestas que están muy cercanas a lo que los físicos están haciendo.
Entonces sí hay una discusión muy interesante en esos terrenos de frontera, donde la física está generando conocimiento y donde los filósofos también están preocupados por ver qué es lo que está ocurriendo y qué puede ocurrir.
Creo que en ese sentido los filósofos más metidos en los temas de la modernidad sí están contribuyendo mucho a generar nuevas hipótesis, sobre todo.

AR: El otro diálogo que me interesa: usted hace una descripción del origen del universo, de la vida, productos de combinaciones físicas y químicas, que son tan complejas y dilatadas que muchos consideran difícil no creer en que todo ha sido diseñado por un agente externo. Entonces entramos al tema de la religión. Hacia el final del libro hay un diálogo que sostienen usted y el teólogo Panos Charitos. En ese sentido ¿cómo ha sido el diálogo entre la física, la ciencia, y la religión?
GHC: Todos sabemos de la relación tan árida que ha existido entre la ciencia y la religión; conocemos episodios muy oscuros en el pasado, y una relación hasta violenta, en la que, creo yo, la ciencia ha sido siempre víctima en el sentido de que hemos observado la persecución que ejercía lo que antes era dominante como ideología, que era la religión.
Pero creo que eso ha venido cambiando, y considero que en los tiempos modernos ese diálogo ha mejorado mucho: se ha civilizado, hemos aprendido a aceptar las diferencias y también a conversar de una manera más serena sobre los temas que preocupan mucho a los teólogos y a los físicos. Tan es así que en los últimos años el CERN estuvo organizando simposios entre ciencia y religión, a los que se convocó a teólogos de todo el mundo para que, con los físicos que trabajan en el Gran Colisionador de Hadrones, dialogaran sobre el origen del universo, pero también sobre temas epistemológicos, sobre qué significa la verdad para unos y para otros. Esto muestra que hay una apertura en ambos lados por acercarse y por tratar de ver cuáles son los espacios comunes, los términos que podrían afinarse y poder dialogar.
Pero yo no creo que eso venga a resolver ningún conflicto porque tampoco se trata de resolverlo; son cosas separadas, que se enfrentan, que no necesariamente se pueden conciliar, pero creo que podemos conversar sobre ello. Esa conversación puede ser muy enriquecedora para ambos, y así se está dando, cada vez con mayor apertura, lo cual creo que es muy bueno.

AR: También me llamó mucho la atención que en la parte dedicada el Big Bang, la Gran Explosión, dice usted que no fue ni grande ni explosión. ¿Por qué entonces esa denominación?
GHC: En la física hay muchos términos que resultaron ser equivocados; se van generando lenguajes a medida que se va aprendiendo. Cuando se genera conocimiento se debe generar también el lenguaje, las palabras para describir los fenómenos nuevos. Esto siempre ha ocurrido en la física.
Pero al hacerlo siempre se corre el riesgo de que los términos elegidos, las palabras que se van construyendo pueden ser equivocadas porque el conocimiento cambia. Hay muchos ejemplos de esto en la física, como ocurre con una de las palabras icónicas: átomo, acuñada para decir que es indivisible, que es lo que significa. Pero ahora vemos que los átomos sí se pueden dividir y que la palabra resultó ser equivocada.
Así hay muchas palabras en la física que, con el paso del tiempo, acabaron siendo modificadas. Otra de ellas es Big Bang, que utilizó Fred Hoyle para mofarse de la nueva teoría que se planteaba en el siglo pasado, y para burlarse de ella utilizó las palabras Big Bang como para decir “llamarada de petate”. Ése era el sentido, porque nosotros utilizamos esa expresión para referirnos a algo que es muy pretencioso, que nos quiere apantallar con gran elocuencia de algo pero que realmente no lo vale. En ese sentido Hoyle utilizó Big Bang, pero se quedó como término para describir la gran explosión; la traducimos así, literalmente, como Gran Explosión, pero en realidad se trató de una diminuta aparición de luz, que tampoco podía ser Bang porque esta palabra se refiere a ruido, y el ruido se traslada en el espacio, sólo que en aquel entonces no había espacio.
Nos quedamos con esa terminología equivocada para señalar un fenómeno físico, pero ocurre así y de esa forma se va generando el lenguaje. De vez en cuando es bueno comentarlo para que la gente lo tenga más o menos claro y no acabe en la palabra que signifique una idea equivocada.

AR: Para usted, que está muy cerca de los grandes avances científicos contemporáneos, ¿cuáles considera que pudieran ser los siguientes grandes descubrimientos en materia de física? Por allí menciona, por ejemplo, la parte oscura del universo.
GHC: Creo que el proyecto del Gran Colisionador de Hadrones se plantea preguntas muy importantes y muy profundas, y creo que los avances podrían llegar como respuestas a esas cuestiones. Algunos de ellos son, por ejemplo, la existencia de dimensiones extra, más de las que podemos percibir. Nosotros vivimos en un mundo de tres dimensiones espaciales y una temporal, pero no hay nada que prohíba que exista una quinta dimensión. Un avance importante podría ser la observación de ellas.
También creo que en los próximos meses o años podríamos ver partículas nuevas que nos digan algo sobre las teorías que debemos adoptar para entender el universo, que podrían darnos una respuesta al problema de la materia oscura. Sabemos que ésta representa la mayor parte del universo, más del 90 por ciento de lo que nos rodea, y no sabemos qué es. Es un problema central de la física moderna, y yo creo que en los próximos años nos quedará claro.
También tendremos mejor idea del universo temprano y aprenderemos a dar una respuesta al problema de la materia y de la antimateria. Creo que todos estos avances que están por llegar son algunos de los temas en los que la física dará nueva luz.




*Entrevista publicada en Etcétera, núm. 186, mayo de 2016.