viernes, septiembre 25, 2009

Pensar y dialogar sobre los problemas de la vida cotidiana. Entrevista con Josu Landa


Pensar y dialogar sobre los problemas de la vida cotidiana
Entrevista con Josu Landa*


Ariel Ruiz Mondragón

En el panorama editorial del país, la filosofía parece estar condenada al ambiente propiamente académico, en el que muchas veces parece no haber el suficiente contacto ni la atención debida a los problemas de la realidad cotidiana de la ciudadanía en general. A veces pareciera existir un divorcio entre esa disciplina y la búsqueda de la vida buena.

Sin embargo, también existen esfuerzos por sacar a la filosofía de las aulas y de los cubículos para recuperar lo mejor de su tradición a través del uso del lenguaje y del diálogo, pero sin caer en tareas de mera divulgación o, peor aún, de la vulgarización. Así, ajena al academicismo y a la trampas de los grandes medios, a finales del año pasado nació la revista cuatrimestral Íngrima, que es dirigida por Josu Landa, con quien sostuvimos una conversación acerca de ese proyecto editorial.

Entre los temas que se abordaron en la charla están los siguientes: las razones de la nueva revista, la construcción de una nueva y distinta opción editorial, las contribuciones de la filosofía a la buena vida, la importancia del lenguaje y del diálogo, así como la relación de la filosofía con la poesía y el periodismo.

Landa es poeta y filósofo; es Maestro en Filosofía por la UNAM, de cuya Facultad de Filosofía y Letras es profesor. Es autor de siete poemarios y una novela. Su más reciente libro es una recopilación de ensayos titulado Tanteos. Fue ganador del Premio de Poesía Carlos Pellicer en 1996.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué Íngrima?, ¿cuál es la razón de esta nueva revista de filosofía?

Josu Landa (JL): La revista es un proyecto un tanto añejo —yo ya tenía mucho tiempo pensando en hacerla—, y no lo concretaba por la razón de todos conocida: falta de dinero.

Por fin, un grupo de exalumnos míos y buenos amigos y, colegas, decidieron sacar una editorial independiente de libros de filosofía, que es Afínita, en la que han editado libros inéditos de Eduardo Nicol, por ejemplo. Cuando apareció ese proyecto, se estableció una especie de alianza con ellos. Aunque Íngrima es una revista independiente, hay que reconocer que tiene el apoyo, si no financiera propiamente dicha, sí de infraestructura de Afínita. Cuando se dio esa condición material —por llamarla así— fue cuando me decidí a hacerla.

¿Por qué motivo? Básicamente tratar de que la filosofía esté presente como praxis, como posibilidad de discurso y como opción existencial en la sociedad. La tradición filosófica occidental, que tiene unos 2 mil 500 años de existencia, y por razones históricas que no vienen a cuento en este momento, se ha confinado al ámbito académico, y eso ha significado una especie de separación con respecto a problemas de la vida real.

No quiero decir que no haya colegas que están laborando fuerte y seriamente, tratando de responder a problemas que se suelen llamar de ética práctica, por ejemplo, los de la eutanasia, la libertad de expresión, el aborto o los matrimonios homosexuales. Pero yo no estoy conforme con que simplemente nos dediquemos a reflexionar sobre un tema en un ambiente que, por muy serio o muy importante que sea, está, en gran medida, divorciado de la sociedad.

Queríamos salir a la calle; nuestra aspiración es llegar a la gente, dentro de nuestras modestas posibilidades. Los límites son de recursos, no de inventiva; sí tendríamos muchas cosas qué hacer, pero no tenemos recursos.

Entonces, la idea es competir con otros discursos que están tratando de conquistar el alma de la gente, competencia en la que la filosofía ha estado bastante ausente. Pensamos que ha llegado el momento de que eso cambie, y que lo que hay que hacer es ir abriendo espacios poco a poco.

Esa es la motivación central.

AR: En la declaración de principios que hacen en el primer número, y creo que también en el segundo, se pone mucho énfasis en que se trata de una revista alejada tanto del academicismo como de la lógica de los grandes medios de comunicación. ¿Cómo construir esta opción?

JL: Es que en realidad esos son dos extremos, y ninguno de los dos nos satisface. No es lo mismo la academia que el academicismo —hago este deslinde, porque la academia es un ámbito donde, insisto, se hace un trabajo serio y hay que reconocerlo; es más, yo pertenezco a la academia, no voy a negarlo.

Pero el academicismo ya significa unos tics, unos gestos, unas exigencias y unos valores que, en el fondo y a mi modo de ver, no son los que realmente tienen que ver con una filosofía genuina. Para mí, la filosofía es una posibilidad del discurso dirigido a dar respuesta al problema del sentido de ser en el mundo con la idea de vivir bien, e incluso con la idea de redimir al ser humano. O sea, una praxis del pensar que no apunte hacia mejorar la vida y dar opciones para la existencia, para mí es una opción trunca. En el mundo académico está, un poco, sucediendo eso.

Entonces, por ese lado, hay que rebasar ese límite.

Por el otro extremo tenemos a los medios de comunicación, que incluso se han autorepresentado a sí mismos de una manera que me parece inquietante; yo, por ejemplo, objeto la idea de que el medio sea el mensaje, como decía McLuhan. Para mí, el medio es medio, y como tal debe ser el puente, el vehículo que permita que fluya un discurso que, a mi modo de ver, va a fluir mucho mejor en términos de un diálogo; es decir, para nosotros el modelo de praxis filosófica del presente es el de la dialéctica socrática.

Estamos muy lejos de eso; pero es nuestro modelo, nuestro desiderátum, lo que quisiéramos alcanzar. Va a ser un proceso largo.

De esa forma, entre esos dos extremos, en el que el medio por sí mismo es un poder, y entonces trata de fijar sus reglas y sus leyes sobre la vida de la gente, nosotros estamos colocando el diálogo.

¿Qué significa esto? Que tomamos en cuenta problemas que conciernen a la existencia humana directamente, y lo que hacemos es ofrecerle a la gente la posibilidad de acompañarnos en el pensar; no ofrecemos recetas, no somos una revista de divulgación, porque no estamos divulgando nada que esté hecho y que haya que dar a conocer. Lo que simplemente estamos ofreciendo es mostrar que hay temas que son propios de nuestra existencia, de nuestra vida cotidiana, de nuestro estar en el mundo, que se deben asumir de manera reflexiva, y que hay modos diversos de hacerlo, como los que confluyen en un diálogo. Aun cuando no podamos ofrecer soluciones, el hecho mismo de pensar y de acompañarnos en ese pensar nos abre otras perspectivas que deben apuntar a una consolidación de nuestro ethos, y de esa manera a una existencia con más sentido en este mundo.

Ese es nuestro ofrecimiento. Por eso, en realidad no es una revista, y mucho menos de divulgación; no es el compendio de textos donde los artículos, aunque sean sobre un tema determinado, prácticamente no dialogan, y tampoco estamos divulgando nada. Simplemente estamos ofreciendo un acercamiento teórico a problemas que nos conciernen.

AR: En los primeros números se pone especial énfasis a la relación que tiene la filosofía con el buen vivir. ¿Qué nos puede aportar la filosofía para la construcción de la buena vida?

JL: Pienso que la filosofía ha sido arrinconada, en parte por la presión mediática, en parte por la presión mercantil; lo que hacen los grandes poderes fácticos es tratar de concretar sus intereses, y entre éstos no está el que la gente piense y se libere por la vía del pensamiento.

También tenemos la presión de las religiones, y por otro lado la presión conectada con estas cosas de la superación personal y de la autoayuda, que en general suelen ser pura bazofia —sin negar que haya algunos esfuerzos más o menos pasables—. Asimismo, pienso en la propia responsabilidad de los filósofos, que no hemos sido capaces de ser coherentes con la tradición filosófica, la cual no se reduce al manejo de tesis o de teoremas, sino que tiene que ser el recurso a la reflexión, a la interpretación y al diálogo, pero siempre con un compromiso ético, y por consiguiente con una congruencia ética.

Frente a esas dificultades, considero que la filosofía tiene el deber de plantearse como opción. La única manera de hacerlo es acudir al ámbito mediático; podríamos convertirnos en una secta, por ejemplo, y tener un influjo francamente reducido. Pero, para parafrasear a Calderón, los medios, medios son; por tanto, aun cuando los medios tengan una capacidad de negar la libertad, de imponerse sobre ella, también el filósofo genuino debe tener la fuerza para hacer valer su autonomía, su autarquía ética y su libertad, y por tanto jugar en esa arena movediza que son los medios.

En ese sentido, estamos tratando de abrir un campo y de ofrecer algo distinto a las religiones, a las ideologías y a las ventas de superación personal.

AR: La parte central de la revista es la sección “Semillero”, que se trata de extensos diálogos entre tres o cuatro personas. ¿Cuál es el papel del diálogo hoy en la reflexión filosófica que propone Íngrima?

JL: Se trata de rescatar, en la medida de nuestras posibilidades, un antiquísimo recurso que ha sido olvidado y relegado hasta por los propios filósofos. Tenemos la tendencia a pensar que los diálogos platónicos —que son un gran modelo— son cosa de la historia, del pasado, y que lo que nos queda es devanarnos los sesos tratando de interpretarlos y ver qué dicen, y observar puntillosamente hasta dónde está Sócrates, dónde Platón, en fin.

Ese tipo de labor filológica e histórica es importante, pero si no está comprometida éticamente con la vida, pues me parece que no cumple su función genuina.

A partir de ese modelo —que obviamente no se dio sólo en el caso de Platón y los griegos, sino que también se dio en otros momentos—, nosotros estamos tratando justamente de mostrar un camino de práctica filosófica. Insisto: no ofrecemos respuestas ni soluciones. Aquí sí podemos decir que el medio, el diálogo es el mensaje, en el sentido de que en la medida en que el camino del diálogo se va concretando, sucede algo en el alma de los dialogantes que no solamente son esas tres o cuatro persona que aparecen en nuestra revista, sino esperemos que sean los lectores que se acerquen.

Además, hay otra cosa: te habrás dado cuenta de que aparecen tres o cuatro contemporáneos, pero también están presentes los grandes pensadores del pasado, que no están allí como figurones y para darnos la razón o un espaldarazo, sino que están invitados a la misma mesa, como si fueran interlocutores vivos, porque así entiendo yo mi relación con el pasado filosófico. Éste no es un objeto de taxonomía, de tratamiento filológico frío, como si fuera un cadáver exquisito, sino que se trata de obras donde se ha condensado, hasta donde se puede, una experiencia de relación con la verdad y con su búsqueda. La manera más vital de acercarnos a ella es poner a los clásicos en nuestra misma mesa a dialogar con nosotros, para aprender de ellos, darles voz nuevamente e incorporarlos a nuestro diálogo actual.

Entonces, no sólo somos los que estamos allí, sino todo el pasado. En cada caso hay una catarata de citas que tienen ese sentido.

AR: En la revista también se puede destacar la relación de la filosofía con la literatura, en especial con la poesía: aparecen, por ejemplo, Eduardo Milán, Elsa Cross y Armando Rojas Guardia. ¿Cuál es su idea de la relación entre ambas disciplinas?

JL: En primer lugar, tratamos de darle espacio a la poesía, porque es la que menos réditos comerciales da, y entonces alguien tiene que estar siempre tratando de apoyarla. Además, yo soy poeta, y si puedo dar ese pequeño espaldarazo a la poesía, estaré siempre dispuesto a hacerlo.

Aparte de eso —que tampoco creo que sea lo más importante—, está el tema de la antigua tensión que hay entre arte, poesía –la poiesis en general, y la poesía escrita, en concreto- y la filosofía. A mí me parece que eso se ha exagerado un poco; hay muy buenas reflexiones que han sido determinantes para mi propio pensamiento al respecto, como son los casos de María Zambrano, Eduardo Nicol, Ramón Xirau y Adolfo Sánchez Vázquez, para decir los que son de aquí mismo, o Heidegger y tantos otros que han reflexionado sobre el tema, como el propio Platón.

Me parece que generalmente se ha hecho una lectura un tanto limitada de esos momentos de tensión más fuertes, que son los de los grandes diálogos socráticos —básicamente La República—, en los que muchos dicen que Platón expulsa a la poesía. No es así: combate cierta poesía de un modelo ideal de ciudad-Estado, y se suele olvidar que los propios Sócrates y Platón efectivamente tenían, si no un recelo, al menos una actitud crítica frente a los usos de la palabra, no solamente frente a la poesía. También está el recelo ante la retórica y ante otros tipos de recursos del lenguaje como la heurística, que también eran propios de la sofística, ante los cuales la propia dialéctica adquiere, con Platón, otro sesgo.

Así, lo que ahí he visto siempre es que la tensión con la poesía no es tan extrema como se ha hecho ver muchas veces; más bien, tanto Sócrates como Platón tienen una conciencia de la ambivalencia del lenguaje: éste sirve para nombrar, para hacer una excelente poesía, hasta para que los dioses mismos y las musas se expresen, pero no solamente en lo que llamamos poesía —la épica, la tragedia—, sino que también se exprese como musas mismas en la filosofía. En La República o en Fedón, Platón señala que hay una música —en el sentido de arte— de las musas, que es la filosofía.

Eso me permite ver que el problema de la ambivalencia del lenguaje es lo que está presente allí: el lenguaje sirve para nombrar, para dominar, para hacer excelente poesía, para conectarse con los dioses, para vincularse con los otros, e incluso para tratar de acceder a la realidad absoluta, al logos, que es palabra y pensamiento. Sirve para todo eso, y por lo mismo no se puede despachar a la ligera, estableciendo unos dominios tan tajantemente deslindados en un caso y otro —la poesía, la literatura y el arte por un lado, y por otro la filosofía.

También parece que hay muchos puntos de confluencia por allí, y en realidad lo que decía María Zambrano de que el pensamiento racional ejerce una violencia sobre la intuición de carácter poético, sólo es verdad en parte. Pero también es cierto que en la Antigüedad se tenía una conciencia mucho más abierta a esos vínculos, que se dan por esa condición ambivalente del lenguaje, que es el fenómeno en el que se concreta justamente lo que decía Heráclito: la realidad absoluta juega a ocultarse y a manifestarse.

El territorio donde mejor se expresa este juego problemático, que es el que funda y justifica la filosofía, es el lenguaje mismo. Entonces la poesía se presenta como una posibilidad del discurso, y la filosofía se presenta como otra posibilidad; ambas tienen un compromiso con la vida, que es lo que hemos olvidado tanto por la parte de los poetas como por parte de los filósofos.

Se olvida, por ejemplo, que con Aristóteles se acaban todas las dudas: rompe con el tono dubitativo platónico acerca del lenguaje y sobre todo de la poesía, y rescata el valor heurístico y teórico que tiene también la gran poesía, sobre todo la trágica, por medio de fenómenos tan supuestamente ajenos a la razón como la catarsis. Para Aristóteles, la catarsis es una vía de acceso a la realidad; también en el caso de la retórica establece un vínculo fuerte de la palabra con la verdad, y las dudas de Platón desaparecen allí: la retórica sí tiene un posible compromiso con la verdad, y además existe un tipo de discurso y de razonamiento propio de la retórica que es una especie de silogismo o truco. Con eso resuelve Aristóteles esas dudas, que en cierto momento motivaron la reflexión constante de Sócrates y todas sus escuelas, incluyendo la Academia.

Yo me fijo en eso: en el hecho de que los filósofos de la Antigüedad siempre fueron personas muy conocedoras y muy vinculadas a la poesía —algunos de ellos ejercían la poesía—, y que no puede darse ese divorcio tan tremendo con la filosofía.

AR: En los dos números hay expresiones duras, y en buena medida justificadas, acerca del periodismo. En el primero mencionas a Nietszche y a Karl Krauss, por ejemplo. En tu opinión, ¿cómo debe el periodismo comunicar la filosofía?

JL: En realidad es un antiguo problema. Pienso que tanto Nietszche como Krauss, entre otros, actualizaron una vieja preocupación, y que, a mi modo de ver, es la misma preocupación de Sócrates frente a los procedimientos sofísticos. Él y Platón también tienen una duda al respecto: hay sofistas que son completamente infumables, como es el caso de Hipias; pero hay sofistas a los que respetan mucho, como son los casos de Protágoras y de Gorgias. Es decir, hay de sofistas a sofistas. Eso muestra una vez más esta actitud abierta que tiene el ámbito socrático-platónico: no se pronuncian tan unilateralmente frente a las cosas. En lo que sí son muy exigentes es en el compromiso con la virtud, con el bien y con la verdad, con la buena vida, con la salvación de la humanidad, y todo lo que confluya en esa dirección es bienvenido.

¿Qué es lo que pasa? Cuando estamos hablando de sofística, de retórica, de poesía y demás, el único problema es la relación con el lenguaje y su uso; el lenguaje se puede convertir en un simple medio o puede ser la gran clave de la representación del mundo, de la verdad, de la realidad absoluta. Entre esos dos extremos están el lenguaje y sus usos posibles. Nadie puede negar que se puede hacer un uso demagógico del lenguaje. Hubo sofistas verdaderamente demagogos, y los hubo que ganaron enorme cantidades de dinero, que adquirieron un gran poder formando a la élite política y económica griega, justamente enseñándoles usos utilitarios y pragmáticos del lenguaje, no comprometidos con el ethos ni con la realización humana.

La clave está en un compromiso radical y profundo con la palabra. En el fondo el problema es análogo: el periodismo podría ser, en gran medida, una nueva sofística. Tiene normas y códigos propios. ¿En qué consisten? En focalizar la atención en determinado punto, en privilegiar lo momentáneo y lo efímero, etcétera; podríamos hacer una lista de características propias del discurso periodístico. Yo preguntaría: ¿en dónde está el compromiso con la realización del hombre? Bueno, un periodismo que pudiera acometer esta responsabilidad es el que podría ir abriendo un cauce a una nueva opción.

Por desgracia, esto no tiene una solución fácil. Todo esto siempre se resuelve en la praxis: tiene que aparecer una suerte de periodismo socratizante por el que, colocándose en el hecho de que hay un medio que es sólo eso, hacer lo posible para que la gente pueda darse cuenta de otras opciones para su propia realización humana.

Finalmente, si vamos a problemas, a necesidades o a urgencias humanas radicales, ¿qué demonios le importa a la gente si en tal parte mataron a fulano de tal o asaltaron un banco? De esas cosas no está mal que nos enteremos, que sepamos que suceden, pero no pueden ser el centro del uso de la palabra y no pueden ser el centro de la relación de la gente con la palabra. Entonces, los medios sólo podrían cumplir una función realizadora humana, educativa, política —en el sentido de una vida en la polis—, si realmente rebasaran esos requisitos que efectivamente funcionan como vías demagógicas: van a las más bajas pasiones para obtener resultados muy rápidamente, para satisfacer unos intereses que solamente conciben a una persona o a un grupo muy reducido, y no apuntan hacia el bien común.

Yo no podría darte una receta, pero sí tengo la esperanza de que algún día aparezca alguien en este terreno que se decida a invertir sus dineros en la competencia con los otros medios. No porque eso sea la solución efectiva y final de nada, sino porque hay que ofrecerle a la gente algo distinto a la basura que se está haciendo. De veras es impresionante: no digo que dentro de ese estercolero no haya alguna perla, pero son perlas en el estercolero.

AR: Quiero terminar con la explicación del nombre de la revista. ¿Qué quiere decir Íngrima?

JL: No tiene ningún misterio: Íngrima significa “sola”. Para verterlo un poco en el mexicano coloquial del momento, es “sola y su alma”. Íngrima es la única revista que tiene estos compromisos. Lo digo no para ufanarme ni con arrogancia, sino también para darnos cuenta de que casi nadie en el terreno de los medios está comprometido con el sentido. Nosotros asumimos este compromiso: tratar de construir, de abrir los cauces de una justificación racional de nuestra existencia, de competir con las religiones, las ideologías, la superación personal, y en ese sentido estamos solos.

Aparte de eso tengo que reconocer que hay un sesgo poetizante de mi parte: soy un sibarita de la palabra. Pero también quiero señalar que no estoy exhumando un cadáver, porque si bien en México se perdió la palabra —en el lenguaje ordinario—, aquí la cultivaron poetas muy importantes, y en otras regiones del mundo de habla hispana se usa y está muy vigente.

Por esas razones traté de introducir la palabra, y para hacer ver que hay una cosa efectivamente diferente a las demás, y por eso la palabra me sirvió. No sé si guste o no.

AR: Finalmente, la revista es un medio, paradójicamente.

JL: Lo único que agregaría yo es que finalmente no nos vamos a quedar con la idea de que todo en los medios está mal, sería una actitud demasiado unilateral y reductiva. Si no tuviera una esperanza de que hubiera posibilidades en el ámbito de los medios, pues no saldría con la revista. ¿Dónde cifro yo mi esperanza? Pues en la gente sensible que también está en los medios.

Es muy difícil remontar las determinaciones enajenantes de la lógica de los medios, pero también sé que hay gente con un gran criterio y sentido de la libertad, con una sensibilidad muy abierta, y que muy probablemente estas cosas que estamos diciendo aquí, a veces en un tono un tanto provocativo, van a caer en terreno abonado. Encontraremos gente que nos va a apoyar con su solidaridad, con su receptividad, y que nos va a dar un abrazo en los medios.



* Una versión más breve de esta entrevista apareció en Replicante, núm. 19, primavera de 2009. Reproducida con autorización del editor.