martes, enero 15, 2019

Una ciudad envejecida y empobrecida se estremece... Entrevista con Ricardo Becerra



Una ciudad envejecida y empobrecida se estremece…

Entrevista con Ricardo Becerra*

Ariel Ruiz Mondragón

Tras los días de máxima emergencia que vivió Ciudad de México tras el sismo del 19 de septiembre del año pasado, en las siguientes semanas se comenzó a desarrollar otra tarea fundamental: su reconstrucción.

Para atender esa inmensa labor se integró una Comisión de Reconstrucción, integrada por especialistas de diversas áreas. Al frente de ella quedaron Ricardo Becerra como comisionado y Carlos A. Flores Vargas como coordinador general. Ambos vivieron intensas jornadas, lo mismo en recorridos con los afectados por las muy diversas zonas dañadas, que en sesiones con expertos en ciencia y tecnología para poder atender de manera eficaz la enorme tarea que emprendieron.

A un año del temblor, ahora ambos presentan “un testimonio vital” de aquellas jornadas y labores en el libro Aquí volverá a temblar (México, Grijalbo, 2018), en el que hay relatadas desde vivencias muy sentidas de la tragedia, hasta una descripción, un balance y propuestas de la política de reconstrucción de la ciudad, idea que va mucho más allá de la simple construcción material.

Acerca de ese libro conversamos con uno de los autores, Ricardo Becerra, quien es licenciado en Economía por la UNAM. Fue asesor en el Instituto Federal Electoral en dos periodos (1996-2001 y 2008-2013), y ha sido consultor para la Comisión Económica para América Latina y el Caribe. Actualmente es presidente del Instituto de Estudios para la Transición Democrática, ha colaborado en publicaciones como Nexos, unomásuno, Reforma, Economía informa, El Universal, Voz y Voto, El Economista, Voices of Mexico y La Crónica de Hoy. En 2004 obtuvo los premios Premio Nacional de Periodismo y Ondas Iberoamericano por el guion de la serie “México, historia de su democracia”.


Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy un libro como el suyo? Como se dice en él, es el testimonio de dos hombres que fueron responsables del momento inicial de la reconstrucción, es un balance de lo que se ha hecho bien y se ha hecho mal en ella y una descripción de ese proceso.

Ricardo Becerra (RB): El propósito de haber redactado el libro es que la ciudad no olvide; como bien reitera Héctor de Mauleón, Ciudad de México vive los sismos como si fuera el primero. Siempre mal preparada, desorganizada, con protocolos absolutamente insuficientes y con un espanto que no le permite afrontar correctamente una emergencia no ante un riesgo, sino ante la certeza de que aquí va a volver a temblar.

El objetivo de Carlos Flores y el mío es que Ciudad de México, por ningún motivo, olvide lo que pasó hace un año, y nos preparemos para el inevitable sismo que llegará en algún momento.


AR: ¿Qué es lo que debemos entender por reconstrucción? En el libro se dice que no es nada más una nueva edificación material y la recuperación de espacio público, sino también es proceso de reorganización social y de reordenamiento vital de las personas. Incluso en algún punto también llaman a asumir la tristeza de los damnificados, al mismo tiempo que se rechazan ideas como “la refundación de la ciudad”.

RB: En efecto, a la reconstrucción le falta su discurso aún hoy. Todo parece ser una respuesta reactiva a presiones inmediatas, o la pequeña ambición de un gran programa de vivienda.

Pero la reconstrucción es mucho más que eso: es dar la certeza a miles de ciudadanos de que su gobierno va a estar allí, probablemente no dándoles todo de manera gratuita, acompañando el muy sufrido proceso de recuperación del patrimonio.

Hay que entender con mucha claridad el significado vital que tiene perder el patrimonio: como dice Naciones Unidas, la pérdida de un hijo y la del patrimonio son las dos peores cosas que le pueden pasar a un ser humano. Si no nos involucramos e implicamos directamente en esta dimensión, y el Estado se muestra allí, no se ha entendido que el sismo o la catástrofe tienen unas implicaciones anímicas que convierten a las personas en personajes únicos.


AR: La primera parte del libro trae un testimonio muy vívido de esas situaciones. También sobre ello se anota que el sismo nos mostró lo mejor de los ciudadanos, pero también lo peor no sólo de la condición chilanga sino también de la humana. ¿Cuáles son los mejores ejemplos de cada uno de esos aspectos que le tocó observar?

RB: A favor está el gran ejemplo de los profesores que vivieron el sismo, se les cayó media escuela y los niños estaban absolutamente espantados. Fue una escuela de tiempo completo (es decir, salen a las cuatro de la tarde), y los profesores hicieron todo lo posible para entretener, hacer jugar a los infantes, quitarles los nervios en medio de las ruinas recién caídas, con el tráfico suspendido y con los padres llegando a cuentagotas por ellos. Esa jornada terminó como a las siete de la noche. Cuando entregaron al último niño (por fortuna nadie pereció), todos los profesores se echaron a llorar y a correr en busca de sus propios hijos.

Es decir, ese sentido del deber de esos profesores es absolutamente conmovedor. Imagínate la escenografía: muros caídos, un edificio que se enderezó contra la escuela, el rumor de las ambulancias, y ellos jugando con los niños para tranquilizarlos.

Lo peor que vi fue, sin duda, una burocracia con una actitud totalmente antipática, encerrada en sí misma, que al mes de la emergencia había agotado toda simpatía, toda energía para atender al público, y que se recluyó inmediatamente en sus rutinas y en sus circuitos más o menos banales.

Esta circunstancia es una de las más desesperantes que enfrentan los responsables de la reconstrucción que quieren hacer su trabajo. Pero si te encuentras con una burocracia con pachorra, llena de inercias y de vicios en un momento álgido, pues recibes un shock anímico y político.


AR: En el libro se dice que el sismo se ensañó con los adultos mayores: casi 60 por ciento de los damnificados son personas de más de 50 años de edad. Se destaca que son gente que ya no tiene las energías ni las posibilidades de recuperar lo perdido. ¿Qué nos dice este dato acerca de la tragedia, de personas cuyo patrimonio era su casa y una raquítica pensión?

RB: Nos informa que estamos en una ciudad envejecida, tanto humana como estructuralmente. Ciudad de México no se ha renovado ni modernizado ni reconstruido como debería. Los edificios y las casas caídas son esencialmente viejas, habitadas también por adultos mayores.

Entonces tienes un círculo vicioso en el que ellos, si bien lucharon toda su vida por tener ese espacio, con pensiones e ingresos tan bajos no tienen lo suficiente para mantener esas estructuras y resultan ser las más frágiles cuando viene una catástrofe. Esa dimensión humana es uno de los asuntos que hay que entender con mucha mayor precisión.

Que el sismo se haya ensañado sobre todo con las mujeres, y con las adultas mayores especialmente, plantea un reto formidable al Programa de Reconstrucción y al plan de acompañamiento para dar seguridades y certezas a esta gente que no tiene posibilidades de obtener salidas de mercado, de obtener un crédito, etcétera.


AR: Se señala que una parte de la reconstrucción la debe atender el Estado, pero también puede haber soluciones de mercado. ¿Cómo se han combinado ambos aspectos en el proceso de reconstrucción?

RB: Siempre dijimos: ni la solución tecnocrática de que hay una sola sopa y te la tragas, pero tampoco la populista, de que todo gratis. Lo que hay que hacer es un montón de programas y de medidas que puedan ir solventando los múltiples problemas que van a enfrentar las comunidades y las personas en sus procesos de reconstrucción.

Hay un ejemplo en el libro que me parece muy elocuente: la pobreza y el envejecimiento urbano no está en Xochimilco, Tláhuac o Iztapalapa, sino en la Condesa. Allí un edificio de seis pisos se colapsó; vivían allí seis tipos de familia: unos muchachos jóvenes muy exitosos, un artista más o menos reconocido y hípsters típicos de esta colonia, pero también el edificio era habitado por otras tres familias: una pareja de adultos mayores de 65 años, una viuda de setenta y tantos, y dos hermanas de la tercera edad.

Al quinto día las tres familias jóvenes ya estaban buscando crédito para reconstruir su casa, pero ¿y las otras tres? Allí el Estado debe ser el que intervenga, en el mismo predio, para ayudar a solucionar no sólo los problemas personales sino la conflictiva vecinal. Te has de imaginar que para unos, los otros representan una carga, un entorpecimiento. Entonces la negociación y la concertación vecinal, que forma parte esencial de la reconstrucción, es otra de las condiciones críticas del proceso.


AR: Al respecto, ¿qué nos mostró socialmente el sismo? Para el caso de Chimalpopoca recuerda a las trabajadoras y la precariedad laboral que, mínimamente, viene de 1985.

RB: Insisto: el problema social más importante es el del empobrecimiento general. Seguramente hay gente a la que le ha ido bien y muy bien en Ciudad de México, pero en general el empobrecimiento está a ojos visto.

Nuestros recorridos, no darle citas burocráticas a quien más ha sufrido, eran parte esencial de la política de reconstrucción. Fue ir directamente y padecer lo que se sufre, con mentadas, enojos, reclamos, demandas. Pero si sabes explicar en qué sí se puede ayudar, se establece una muy buena relación con los vecinos. Lo que descubrimos en 154 puntos, los más críticos de la ciudad, donde estuvimos, es que, en general, el descuido, la falta de mantenimiento porque no hay ingresos para echarle una manita a las bases estructurales de las casas, es una constante.

Hay un mito de que México es un país de clases medias, que dio origen a un famoso libro cuya observación sociológica era que se veía cómo en sus construcciones la gente pobre deja los castillos pelones con sus botellas de Coca para evitar los rayos, lo cual es porque saben que van a tener una casa de dos pisos.

Pero esa es una mala parábola: lo que nosotros descubrimos en el terreno es que los pobres saben que sus hijos no van a encontrar casa, y cuando contraigan matrimonio van a necesitar un cuarto donde vivir, el que están preparando en su misma casa. Lo terrible del asunto es que, al prepararlo, no están conscientes de que deben hacerlo con cálculos nuevos y con técnicas constructivas compatibles con el primer piso. Así, encontramos casas construidas con ladrillo, luego con concreto y luego con un tipo de adobe y con amarres muy precarios.

Sobre esas casas, que están sobre todo en Iztapalapa y también en Xochimilco, donde son un fenómeno masivo, cayo parte del ensañamiento de la catástrofe.


AR: Veamos el panorama ideológico: ¿cómo ha impactado el neoliberalismo en este desastre? En el libro se habla de las consecuencias de la desigualdad, de mantener la disciplina fiscal y la estabilidad económica aun a costos muy altos.

RB: La falta de inversión en infraestructura ya tiene efectos dantescos en la ciudad. Te cuento una anécdota que no pusimos en el libro: muy cerca de los grandes rascacielos de Reforma, a unas cuatro cuadras, por la zona de la Tabacalera, hubo edificios viejos dañados. Éstos exhibieron las entrañas de la infraestructura de la ciudad: nos encontramos que allí, a tres cuadras del México hipermoderno, tenemos un sistema de aguas con ductos de cerámica de 1910. Imagínate la presión y la demanda de agua que ejercen esas enormes torres, y nosotros las alimentamos con unos ductos antiquísimos.

Esta falta de inversión en la estructura básica es una de las cusas efectivas de la catástrofe que vivió Ciudad de México y, estoy seguro, el resto de los estados.

El segundo tema es la parálisis mental: los neoliberales, por alguna razón, se petrifican, y aunque algunos no sepan que lo son, adquieren todos los prejuicios que contiene esa ideología. Escuché decir a un altísimo funcionario del área jurídica de Ciudad de México, que no debíamos hacer expropiación, cuando en las ciudades ese expediente es uno de los más útiles en un momento de desastre.

¿Por qué la gente no quiere salirse de sus casas? Porque va a venir el invasor, aunque esté viviendo en altísimo riesgo. Allí la medida del Estado es expropiar: da un dinero en efectivo y la gente no pierde tu patrimonio, que se convierte en líquido. Entonces, por ejemplo, la zona de grietas se desocupa, se acomete una demolición y se hace un dictamen de ingenieros que diga “aquí ya no se puede construir”.

Estas taras y parálisis mentales afectan el proceso de reconstrucción en Ciudad de México.


AR: Pero, como se señala en el libro, incluso los propios damnificados están muy preocupados por su propiedad. Es interesante cómo entre ellos también ha penetrado la ideología neoliberal y se oponen a una medida que los podría beneficiar.

RB: Era una doble vuelta de tuerca: incluso a los que podían ser beneficiados con ella la expropiación les sonaba mal. Yo creo que ahí era más bien un asunto de sospecha con el Estado, otro prejuicio neoliberal, aunque, claro, en nuestro caso hay ejemplo en los que se constató que, en efecto, hay que ser muy desconfiados. En esa sociedad vivimos.


AR: Pero también retratan la solidaridad, que es muy grande pero muy episódica. Hablan de la sociedad civil y que se pueden recomponer sus relaciones con el gobierno. Después de 1985 muchos destacaban un enfrentamiento entre sociedad civil y gobierno, y en este proceso, dicen ustedes, hubo hasta admiración mutua. ¿Cómo puede ser esa relación?

RB: Fue buena a pesar de los dos: el sentido de la emergencia, la urgencia de recatar vivos y cuerpos, no daba mucha oportunidad a ideologizarse. Muy rápidamente se acomodaban todos en los momentos del rescate. Después hubo una política lo suficientemente poderosa para que esa solidaridad y esa movilización social tuvieran un cauce.

Nosotros propusimos la creación de una red de ciudadanos entrenados por el gobierno, dotados de equipo, para que fuesen los personajes de colonia que todo el mundo sabría identificar como los líderes porque están capacitados para enfrentar una emergencia. Pero esa iniciativa no se ve (otra vez: la reconstrucción es “levántese la casa”. No es eso, aunque también sea parte de la reconstrucción).

Después la desconfianza estalló donde más duele: en el dinero público. El episodio del presupuesto en la Asamblea Legislativa (para mí inexplicable) terminó de bloquear las posibilidades de una relación sana entre el gobierno y las organizaciones de la sociedad civil. Todo después ya fue puntual, para proyectos muy específicos, pero no para acometer una nueva idea de orden urbano.


AR: En otra parte se dice que vivir en democracia no es sencillo, y se habla de la pluralidad, de los Ejecutivos, de la Asamblea, de los medios. ¿Qué ventajas y desventajas tiene la reconstrucción en un “áspero ecosistema democrático”, como se le llama en el libro?

RB: Creo que si algo venturoso ocurrió fue que el gobierno de la ciudad y el federal movilizaron un montón de recursos e instrumentaron muchas iniciativas en el momento de la emergencia, que sí fue bien atendida y lo fue masivamente. No faltó nada de lo básico.

Los problemas comenzaron una semana o semana y media después de la emergencia, cuando ya se debía preparar la siguiente fase, propiamente la de reconstrucción. Entonces la sociedad, los ciudadanos, los electores estaban viendo nuestra actuación y evaluando, lo que llevó como un resorte a una respuesta muy grande del gobierno. El problema fue que los gobiernos, federal y local, no estaban preparados para la siguiente etapa: no hay protocolos ni una sistematización de experiencias que les permitiera ir tomando decisiones ordenadas.

Te pongo un ejemplo: debimos haber tenido lista una plataforma electrónica bien habilitada para ubicar la geografía del daño. Se construyó sobre la marcha con muchos problemas, incluso conceptuales; se quiso hacer una metadata cuando lo que se necesitaba era certeza jurídica, un dictamen. Es lo que necesitabas para empezar; si luego le quieres meter más cosas está bien, pero para atender la primera etapa había que hacer esta plataforma, y no la teníamos. Esto es una lección que debe asumirse: hay que tener una plataforma preconstruida y un administrador predestinado a hacer estas tareas.

La competencia, el pluralismo genera una necesidad de responder mucho más rápido, pero esta necesidad se bloquea a sí misma por falta de experiencia, por carencia de protocolos, por burocracia y, en algunos momentos, por corrupción.


AR: También hubo politización, que en el libro va desde el joven de un partido que les grita y hace denuncias fuera de lugar durante una reunión con damnificados, hasta el episodio del presupuesto 2018 en la Asamblea Legislativa, que motivó su renuncia de la Comisión. ¿Qué hay sobre esto?

RB: Me parece que, otra vez, no se entendió el concepto de reconstrucción: que ésta, por su emergencia y por su naturaleza crítica, debe estar por arriba del pleito político normal, y que la Comisión no debe responder a los amarillos, a los morados o a los tricolores. La reconstrucción tiene que estar por encima de ellos y generar criterios iguales para la atención de todos. Esto es lo que más extraño yo de la reconstrucción de Ciudad de México porque parece que los beneficios llegan caprichosamente. No se tiene un catálogo de criterios de carácter universal para apoyar del mismo modo a perredistas, panistas o morenistas. Se trata de damnificados y el sesgo político no debe importar.

Esa es, creo, la falla más importante de la comprensión de la reconstrucción. También está la mala coincidencia entre el temblor y el inicio del proceso electoral, que fue veneno puro. En noviembre ya los actores políticos tenían un ojo en la reconstrucción y otro en la elección. Eso distraía muchísimo y sesgaba muchas de las decisiones.


AR: En el proceso de reconstrucción hubo muchas tensiones: por ejemplo, la Comisión tenía que operar de manera que se evitara la precipitación, pero también que no se cayera en la petrificación y que se notara que había avances. Otra es conciliar las demandas de la calle, con los damnificados, pero también tomar muy en cuenta a la ciencia y la tecnología. ¿Cómo se resolvieron estas tensiones, paradojas, contradicciones, enfrentamientos?

RB: Si hay algo que deprime, angustia y derrota anímicamente a un damnificado es la contemplación diaria de su patrimonio destruido. Ese es el catalizador de la amargura social más importante que he visto. Por eso si el gobierno no tiene todo el dinero para decir “me encargo de esto”, lo que debe plantear son las fases de la reconstrucción para que, ante los ojos de los damnificados, la reconstrucción no se detenga.

Por ejemplo: los dictámenes no deben faltar. Son absoluta prioridad. Segundo: los apoyos de renta, que a la mejor son pequeños pero ayudan, sobre todo a mujeres madres solteras y adultas mayores. Tercero: demoliciones; cuarto: retirar las pertenencias y habilitar un programa de resguardo en bodegas; quinto: asambleas vecinales y constitución de fideicomisos para que el gobierno pueda suministrar algunos recursos y que las construcciones no se detengan.

Este es el sentido que tiene tener una Comisión de Reconstrucción: ir orquestando, no a tontas y a locas, sino con una explicación a la gente sobre cómo la va a ayudar el gobierno y estar en un diálogo permanente con ella.

Ahora tienes una reconstrucción en la que ya se comprometió gratis una reconstrucción en Tlalpan; bien, pero se tiene, por otro lado, un conflicto vecinal atorado a 10 cuadras de allí. Así, sin que se haya concluido la dictaminación, ya se está avanzando en un lado y apenas se va a empezar rn otro. Es la ausencia de criterios universales.


AR: Hay varios problemas mencionados a los que no solemos poner atención, por ejemplo, la conflictiva relación con el agua, la amenaza agrícola sobre las zonas de reserva ecológica y el imperio del automóvil. ¿Qué nos dice de estos puntos?

RB: La reconstrucción es también un replanteamiento de la infraestructura esencial del agua. En este momento se puede organizar un gran programa de vivienda, pero sin haber resuelto el problema del líquido y sus enormes fugas, lo que se va a hacer es un montón de casas sedientas. Entonces la reconstrucción debe tener un panorama más o menos amplio de lo que va a significar. Por definición ningunos recursos alcanzan; es tal el rezago en la infraestructura de la ciudad y de México que hay que hacer intervenciones estratégicas.

Por el problema del agua la ciudad hoy es más vulnerable, porque la explotación a lo bestia de los mantos acuíferos ha debilitado el suelo y lo ha modificado, de modo que estamos más expuestos a los rigores de las ondas sísmicas. Ese es un problema esencial para el siguiente desastre. Esperemos que ya no tengamos tubos de cerámica.

Otro asunto es que vamos a tener que replantear varios aspectos de la vida urbana; una de las grandes cosas que todavía se realizaron con Mancera fueron las nuevas normas constructivas. Puedes ver por toda la ciudad la proliferación de esos edificios que dan paso al automóvil en la planta baja; para dar paso al coche se hacen columnas delgaditas. Ante un sismo que se aceleró, como el del año pasado, esas patitas se tambalearon. Una de las características del sismo es que dañó sobre todo primeros, segundos y terceros pisos, precisamente porque fueron las columnitas las que se trozaron, se cortaron o se movieron.

Entonces hay una nueva gran tarea de reforzamiento de edificios en la ciudad, que espero la tomemos en serio, sobre todo los dueños de los edificios.


AR: ¿Y qué pasa con la agricultura?

RB: El 99 por ciento de la economía de la ciudad se mueve entre la industria y, sobre todo, los servicios. Sin embargo, lo que estamos haciendo es invertir o sostener una actividad altamente demandante de agua, como la agricultura, para un beneficio muy pequeño en el contexto de la ciudad.

Yo no hablo de que se despoje de su actividad a los que actualmente están en la agricultura, sino de que hay que tener una política radical, drástica, para evitar la tala de árboles y mayor actividad agrícola, sobre todo en el sur de la ciudad. En ese aspecto nos va la vida porque allí es donde se recarga lo principal de los mantos acuíferos de la ciudad.


AR: El sismo dejó ver una solidaridad que dura un rato, por lo que hay que fortalecer la sociedad civil. Pero en el libro hay un dato brutal: 72 por ciento de los mexicanos no confiamos en nadie fuera de la familia. ¿Qué efectos tiene esto no sólo en la reconstrucción sino en la convivencia de los mexicanos?

RB: Sin embargo, como se ve la gráfica que viene en el libro, en el momento de la desgracia subió nuestra autoestima…

AR: Pero luego bajó…

RB: Sí, volvió a precipitarse. La solidaridad misma generó una espiral positiva de autoestima, de respeto al otro, de compañerismo, de camaradería que no había visto la ciudad en mucho tiempo. En el libro hay un ejemplo del ratero que llega a ayudar en San Gregorio, Xochimilco. Había un manto ante la desgracia para ayudarnos.

Eso debe aprovecharse y debemos tomar medidas para que cristalice en organización más permanente y en demandas más sostenidas. Como te digo, los voluntarios de Ciudad de México tienen que ser una institución; la organización vecinal tendría que ser otra, sobre todo, en el ejercicio de protocolos de seguridad. No bastan una vez al año, sino que se ejerciten con más frecuencia, porque están en el papel pero no se hacen.


AR: Para mucho de esto se requiere dinero. Dicen en el libro: “Sin recuperación económica no es posible la reconstrucción urbana”. ¿Cómo vamos en ello?

RB: La reconstrucción tiene también ese filón. Tengo la impresión de que la fase a la que debemos entrar es la de programas de reconstrucción delegacionales, y que en ellos haya criterios iguales para que no importe que gobierne un amarillo o un morado y que se incluya la dimensión de desarrollo económico, entendido como proyectos de cierto estándar para la reactivación y el mejoramiento tecnológico y económico de la ciudad.

Por ejemplo, creo que es muy importante pensar en una planta potabilizadora en la zona de Iztapalapa; allá hay mucho escurrimiento de agua, al contrario de lo que se cree. Pero si se acompaña la reconstrucción de una moderna planta de potabilización no solamente generas un beneficio a los iztapalapenses sino también empleo, tecnología y se vincula con escuelas, etcétera.


AR: En febrero de este año se acabó la primera Comisión de Reconstrucción. Usted ha seguido trabajando con asuntos de desastres y le ha seguido dando seguimiento a los trabajos de reconstrucción…

RB: Es una experiencia que te marca de por vida.

AR: Después de la primera Comisión, ¿qué opina de cómo se han seguido desarrollando los trabajos de reconstrucción?

RB: Veo que la reconstrucción ha caminado, que se han tomado decisiones correctas, que se ha avanzado en asuntos centrales del proceso, como las demoliciones.

¿Cuáles son los problemas más importantes? Uno, ya lo dijimos, es la falta de criterios universales. Segundo: el censo. La reconstrucción puede tener muy fácilmente un sesgo clientelar, de atender a un grupo consentido, a una fracción, a los afiliados. Esa tentación allí va a estar.

La ausencia de censo es una de las más graves pifias de la reconstrucción; una instancia profesional del Estado, que está arriba de cualquier sospecha, debe hacerlo. Lo debe desarrollar el INEGI, la institución que sabe hacerlos en México. Nosotros le habíamos mandado ya un oficio, y había dicho que en principio sí, si había recursos para organizar el censo de damnificados. Pero por diferentes razones en la ley quedó que las dependencias de la ciudad iban a hacer censos. Eso es un error: las dependencias de la ciudad no saben hacer censos, y hacerlos es un asunto muy complicado.


*Entrevista publicada en etcétera, núm. 216, noviembre de 2018.