sábado, agosto 29, 2020

Un acuerdo razonable sobre el aborto. Entrevista con Aníbal Faúndes


Un acuerdo razonable sobre el aborto

Entrevista con Aníbal Faúndes*

Ariel Ruiz Mondragón

El derecho al aborto es uno de los temas más polémicos por la enorme variedad de aristas que implica, que van desde aspectos religiosos y morales hasta los científicos, que incluyen también los sociales y legales. De allí que la discusión al respecto haya sido muy compleja y ríspida, en la que los términos medios suelen ser grandes ausentes.

Como un intento de introducir matices y encontrar puntos de acuerdo en la discusión al respecto, Aníbal Faúndes y José Barzelatto publicaron El drama del aborto. En busca de un consenso (Paidós, 2011), libro en el que analizan el asunto alejándose de las posiciones extremas para hallar coincidencias entre diferentes posiciones, y de esa forma intentar construir una vía hacia la legalización del aborto.

A propósito de ese libro sostuvimos, en el año de su publicación, una conversación con Faúndes (Teno, Chile, 1931), obstetra y ginecólogo por la Universidad de Chile, de la que fue catedrático. Entre 1970 y 1971 fue coordinador de Programa de Salud de las Mujeres del Servicio Nacional de Salud chileno. Dejó su país tras el golpe de Estado de 1973, y fue asesor del programa de Salud Materna y Planificación Familiar de la República Dominicana entre 1974 y 1976. De allí pasó a ser profesor de Obstetricia en la Universidad Estatal de Campinas, San Pablo, Brasil.

Ha ocupado diversos cargos en organizaciones internacionales: fue presidente del Comité de Recursos para la Investigación del Programa de Reproducción Humana de la Organización Mundial de la Salud; vicepresidente del Consejo Director del International Women´s Health Coalition, de Nueva York; presidente de las asociaciones Latinoamericana de Investigadores en Reproducción Humana y de la Internacional de Salud Materna y Neonatal.

 

Ariel Ruiz (AR): El aborto ha sido muy discutido. ¿Por qué un libro sobre él? Comentan que pretende ofrecer una visión más comprensiva para evitar el enfrentamiento.

Aníbal Faúndes (AF): Me di cuenta de que una gran parte del problema de que no encontráramos una solución y de que hubiera un enfrentamiento de posiciones tan opuestas se debe a que hay un malentendido fundamental en la discusión: no es verdad que haya personas “a favor del aborto”. Las hay que no están a favor de que la mujer que se hace un aborto sea condenada, lo que se interpreta como que es a favor de él.

Yo no quiero que ninguna mujer sea condenada. Aprendí, cuando era muy joven todavía, que la mujer que se hace un aborto es criminal; sin embargo, es al contrario: habitualmente es una víctima de las circunstancias, de una sociedad que no le da a ella la posibilidad de prevenir adecuadamente un embarazo ni las condiciones para tener un hijo.

Entonces aprendí que criminalizar a la mujer no es justo y, más adelante, que no es eficaz y que tiene consecuencias muy graves. Soy contrario a que se criminalice a la mujer, pero eso no significa que esté a favor del aborto: son dos asuntos totalmente distintos. Esa incomprensión que prevalece en las discusiones que escucho constantemente me hicieron pensar que era necesario escribir, a pesar de todo lo que se ha publicado sobre el tema, un libro que mostrara que el dilema de estar a favor y en contra es falso.

Me motivó que no es verdad que las personas se dividen entre las que creen que la mujer tiene derecho a hacer lo que quiera con su cuerpo y que el feto es una parte de él (con lo que yo no estoy de acuerdo porque creo que el feto existe y que merece cierto grado de respeto), y aquellas que piensan que el feto tiene todos los derechos, que la mujer no tiene ningún valor y que este hay que dárselo a una célula que es el cigoto (con lo que tampoco estoy de acuerdo).

La mayor parte de la gente está entre estos dos extremos: no es verdad que existan sólo los que están a favor y en contra del aborto, sino que la mayor parte de las personas están dispuestas a entender que existe un término medio.

Eso fue lo que me llevo a escribir el libro.

 

AR: En el libro se intentan aclarar los puntos de discusión. Anotan que el debate no está en cuándo comienza la vida sino en cuándo empieza el embarazo y cuándo hay un nuevo individuo en el proceso reproductivo.

AF: Lo que uno aprende en biología es que la vida es un continuo, que no hay un comienzo y un final. Mis hijos lo son de un espermatozoide mío que estaba vivo antes de fertilizar el óvulo de mi esposa del cual surgió. Es decir, en un espermatozoide hay vida y es única; nunca va a haber otro con los mismos genes que con los que creó a cada uno de mis hijos.

Cada uno de mis espermatozoides que se pierde, por ejemplo, en el caso del método del ritmo, tiene una capacidad genética única. Pero es una ley de la naturaleza: constantemente se pierden posibilidades de vida que no se llegan a materializar.

Otro tema es cuándo comienza una persona: cuándo ya hay un individuo que va a ser único si todo se da bien, y que se va a transformar en una persona en el futuro. Eso está muy claro: ocurre cuando ya el embrión se está multiplicando y no puede dividirse en dos para crear dos gemelos idénticos. Esto ocurre entre una y dos semanas después de la fertilización; o sea, coincide más o menos con el momento en que el embrión se implanta en el útero materno. Se supone que esto es en un instante, pero no lo es: es un proceso que dura días. Nada es tan categórico.

Otro concepto muy importante: el feto merece respeto porque aunque no es todavía una persona, lo va a ser. Los obstetras atendemos desde muy temprano ese feto que la madre nos confía y que será su futuro hijo, y ella quiere que lo cuidemos tanto como a su propia vida. Para mí el feto merece todo el respeto.

Ese respeto es distinto si es una célula o si es un feto de nueve meses que está a punto de nacer. Hay un continuo de la importancia que tiene para la propia madre: cuando se pierde un embarazo a las cinco o seis semanas, el sufrimiento de la familia no es el mismo que cuando el feto ya está por nacer o durante el trabajo de parto. Es distinto por la importancia que se le da sentimental y moralmente.

¿En qué momento el feto pasa a tener un valor moral que coloca en jaque la capacidad que tiene la mujer de decidir sobre interrumpir el embarazo? Eso está en la conciencia de cada persona.

Lo que nosotros proponemos es un límite de 12 semanas porque marcan el primer momento en que uno puede distinguir unión de células nerviosas, que no cerebro, que es mucho después. Ya hay algunas ligazones de células nerviosas, conexiones que podrían sugerir el comenzar a sentir. Lo de que el feto puede tener dolores a las 12 o 13 semanas es falso; no pueden comenzar hasta las 22 o 23. El electroencefalograma es más tarde, como a las 30.

Las 12 semanas son las que me dejan absolutamente tranquilo de que el feto todavía no siente, no hay identidad y entonces no hay aún el valor moral que ponga en jaque el de la madre.

Cada persona tiene derecho a pensar diferente, y eso es algo de lo que somos muy respetuosos en el libro; no verá en él decir “esta es la verdad absoluta” o “tal persona está equivocada y esta otra está en lo correcto”. Nosotros apenas colocamos los hechos y damos opiniones en algunas circunstancias, como en este caso específico: si se permite el aborto debería ser hasta las 12 semanas por la razón que mencioné, además de que entonces la interrupción del embarazo es mucho más segura para la mujer que después de ese lapso.

 

AR: Llama la atención que la penalización del aborto es mucho más costosa en todos los términos. ¿A qué se debe esto?

AF: Cuando el legislador decide que se debe castigar a la mujer que interrumpe su embarazo está pensando que con eso va a conseguir que menos mujeres aborten: la ley tiene como objetivo disminuir los abortos. Eso parte de imaginarse que cuanto más dure el castigo o mayor sea la posibilidad de ser castigada, se inhibirá que la mujer se practique un aborto. Pero en realidad la mujer que tiene un embarazo inesperado, no deseado, se ve en una circunstancia terrible: tener que interrumpirlo no es algo que tome a la ligera y que ella lo decida porque un legislador decidió prohibirlo. Ella lo hará conforme a sus circunstancias personales, de que su compañero y su padre la apoyen o no, de si su patrona la va a echar del empleo si se embaraza. De esto depende, no de que un legislador decida castigarla.

Entonces, independientemente de que sea legal o ilegal, una mujer se va a hacer el aborto. ¿Qué es lo que cambia con la ilegalidad? Que en lugar de ir a un hospital y tener una interrupción segura del embarazo, en condiciones amigables, en donde nadie la condene, que se sienta acogida y sin colocar en riesgo su salud ni su vida, ella tiene que ir a un lugar clandestino, lúgubre, con alguien que lo hace por negocio, donde no tiene ninguna acogida, donde todo es odio y en donde, además, coloca en riesgo su salud y su vida.

Entonces no va a haber más ni menos abortos, sólo que en la ilegalidad van a tener un alto costo para la mujer y para el sistema de salud porque no se le dio la posibilidad de tener un aborto seguro y se le va a tener que atender la complicación, y hacerlo es 100 veces más caro que una interrupción del embarazo segura. No disminuye el número de abortos y un porcentaje alto de ellos se complican. La diferencia entre un aborto seguro y legal en costos para el sistema de salud es de 1 a 50, suponiendo que 50 por ciento de las mujeres que tienen abortos clandestinos se complican; si es de 20 por ciento va a ser de 1 a 20, pero siempre va costar mucho más atender una complicación de aborto que hacerlo legal y seguro.

El aborto clandestino es una causa importante de muerte materna (una cuarta o quinta parte) en los países de América Latina, pero además tiene un costo para la sociedad, que en general está pagando por la atención a complicaciones del aborto.

No estamos consiguiendo disminuir los abortos, y vamos a tener el mismo número porque las razones que una mujer tiene para interrumpir su embarazo no tienen nada que ver con que sea legal o ilegal porque su decisión depende de sus circunstancias personales y sociales. Ella está dispuesta a desafiar todo cuando decide que no puede tener ese hijo, muchas veces por proteger al que ya tiene, con un costo enorme para ella y para la sociedad.

 

AR: En el aspecto médico, en el libro se menciona que, entre las consecuencias psicológicas, llega a ser más marcada la psicosis posparto que la posaborto. ¿A qué se debe este fenómeno?

AF: Hay muchas investigaciones sobre las consecuencias psicológicas, y hay algunas que llegan a la conclusión de que sí hay un aumento de las alteraciones psicológicas después de un aborto. Pero, como decimos en el libro, tanto la Sociedad Americana de Psiquiatría como otros organismos internacionales han llegado a la conclusión de que el aborto no tiene consecuencias psicológicas en sí.

Es difícil distinguir entre las consecuencias de tener un embarazo cuando no se desea, y las de cuál fue el fin de ese embarazo. También tenemos el problema del embarazo que continúa y se tiene un hijo que no se deseaba pero que al final termina siendo querido. Aun las mujeres que entregan los niños en adopción no son indiferentes a ese hijo.

Respecto a las consecuencias psicológicas, en general uno llega a la conclusión de que las de interrumpir el embarazo no son distintas de las de no hacerlo, y que incluso la psicosis posparto es más frecuente que la posaborto.

Si se separan grupos de personas, hay algunas para las cuales el aborto tiene una consecuencia psicológica importante. Son las que querían tener un hijo y que fueron obligadas a abortar por otras personas y no por ellas mismas; también aquellas que interrumpen su embarazo pero cuyo grupo social las condena, que es lo que hace que ellas se depriman y puedan tener conductas sociales inadecuadas.

Por eso es tan importante que el aborto no sólo tenga una atención médica de buena calidad sino también psicológica, para que sea realizado en un ambiente acogedor, en que la mujer no se sienta culpada por tener que interrumpir su embarazo.

También creo firmemente en que a una mujer con un embarazo no deseado tienen que ofrecérsele todas las opciones. Una mujer que aborta a pesar de que quisiera tener un hijo porque no tiene las condiciones de continuar trabajando para el hijo que ya tiene, porque durante el embarazo va a tener un periodo en el que no va a poder rendir igual y, después de que nazca el nuevo hijo, ¿con quién lo va a dejar porque tiene que continuar trabajando?

Esa mujer necesita apoyo de la sociedad para tenerlo: tener guardería y escuela, toda la protección necesaria para que ella, abandonada por su compañero, pueda tener un hijo. Hay que darle todas esas opciones; cuando éstas no existan, hay que ofrecerle la adopción y facilitársela. Infelizmente, no es tan fácil.

¿Qué es lo que las investigaciones están mostrando? Que tampoco es fácil para la mujer entregar un hijo en adopción después de que nació, por mucho que no lo haya querido, porque desde el final del embarazo adquiere cierto grado de aproximación. Tiene consecuencias psicológicas para la mujer entregar un hijo en adopción; hay un porcentaje muy alto que tiene contacto con ese hijo después de haberlo entregado en adopción, y que sufre las consecuencias de sentirse culpada por haberlo hecho.

Esto es muy complejo, y por eso lo fundamental es tratar de evitar el embarazo no deseado.

 

AR: En el libro se menciona que hay muchos casos en que hay una sensación de alivio cuando hay aborto…

AF: Lo que las mujeres me dicen es: “Para mí, haber tenido el aborto fue el alivio más grande que he sentido en mi vida, porque era muy difícil el problema. Sentirme acogida y haber podido tener el aborto en las condiciones que lo tuve me dio un alivio enorme”.

Cuento en el libro la experiencia que vivimos en Santiago de Chile en el último año del gobierno de Salvador Allende, época en que se admitía el aborto cuando colocaba en riesgo la salud o la vida de la mujer. En ese periodo en esa capital la mortalidad por aborto llegó a ser de dos tercios de las muertes maternas. Cuando una mujer llegaba y decía “me voy a hacer un aborto”, colocaba en riesgo su vida, por lo que tenía derecho a uno legal. Durante los primeros nueve meses de 1973, en un hospital donde yo trabajaba interpretamos la ley de esa forma, lo poníamos en la ficha clínica y hacíamos el aborto hasta las 12 semanas de embarazo. Me sorprendió mucho ver llegar a personas de alto nivel socioeconómico que yo conocía, a pedir la interrupción del embarazo a un hospital donde se iba a vestir con ropa de hospital con manchas y a compartir una sala con otras 20 mujeres. Yo decía: “Pero ¿por qué vienes aquí?”. Me respondían: “Aquí me siento acogida. Sé que puedo ir a un médico privado, pero yo sé que lo está haciendo por negocio, cuando yo sé que ustedes lo están haciendo porque consideran que no podemos seguir poniendo en riesgo la vida de mujeres. Ustedes lo están haciendo en una forma que una se sienta acogida. Me siento mejor aquí, con todas las mujeres que están de mi lado, que son de otro nivel social que yo pero que son solidarias. Cuando me hice un aborto con un médico de una institución clandestina me sentí explotada”.

Eso es fundamental: que el ambiente no sea sólo de calidad desde el punto de vista de la tecnología médica que se aplica, sino también desde el de la acogida emocional que la mujer recibe. De eso depende que después la mujer se sienta deprimida, culpada, con síntomas psiquiátricos, etcétera, y no tanto por haberse interrumpido el embarazo.

 

AR: Hay un capítulo muy interesante sobre las concepciones que sobre el aborto han tenido las religiones. A nosotros nos interesa más la católica. ¿Se ha transformado la idea de la Iglesia al respecto?

AF: Históricamente la Iglesia permitió el aborto por esa famosa diferencia entre el hombre y la mujer, y en la historia fue relativamente reciente que la Iglesia comenzó a condenar el aborto, que incluso ahora es una de las pocas razones por las que hay excomunión automática.

Sobre lo que nosotros llamamos la atención es que el código del derecho canónico en realidad permite el aborto indirecto en determinadas circunstancias. Este ocurre cuando la intención no es el aborto sino proteger la vida de la mujer, como cuando se extrae el útero embarazado de una mujer que tiene un cáncer genital, o cuando se extirpa la trompa si hay un embarazo ectópico.

La Iglesia se preocupa de que esto no se sepa, de que la condena del aborto no es absoluta, de que ella reconoce que hay determinadas circunstancias en que para salvar la vida de la mujer se justifica la interrupción del embarazo. Lo que es difícil entender es por qué se acepta únicamente en esas circunstancias y no en otras en que también está en riesgo la vida de la mujer sin que el aborto sea indirecto. Se acepta sólo cuando hay que retirar el útero o las trompas, lo que es, en cierto modo, mutilar a la mujer, y no se acepta cuando esto no es necesario para salvarle la vida. Es difícil para alguien que no es dogmático entender esa discriminación entre una y otra.

Otro asunto es que no hay duda de que una cosa es lo que dice la jerarquía de la Iglesia católica y otra la conducta del párroco del pueblo pequeño, del barrio, de la barriada, que conoce más de cerca la vida de las mujeres. Este sabe que una mujer que se provocó un aborto lo hizo no porque fuera mala, sino porque las circunstancias la obligaron a hacerlo; lejos de excomulgarla, en la confesión la perdona, independientemente de lo que dice la Iglesia católica. En el libro mencionamos estudios hechos entre sacerdotes que muestran que la mayoría, en su práctica diaria, conocen la realidad de las mujeres, y entienden que Cristo es infinitamente piadoso e interpretan el aborto de una manera diferente. Entonces yo creo que hay un divorcio entre la jerarquía católica y la realidad de la vida de las mujeres católicas y de los sacerdotes que están más próximos a la realidad.

Esto se ha ido agravando en los últimos papados. Existe esa gran paradoja: por un lado la Iglesia católica se pronuncia contra el aborto, y por el otro se opone a las intervenciones que se han mostrado eficaces para que la mujer no tenga que recurrir a la interrupción del embarazo, como los métodos anticonceptivos, que son el gran instrumento que permite reducir el número de abortos. También es contraria a la educación en sexualidad responsable, justo cuando el aborto se ha centrado en las adolescentes. Entre las mujeres adultas ha aumentado la prevalencia del uso de métodos anticonceptivos, pero a la adolescente que comienza su vida sexual se le niega el acceso al conocimiento de su propia sexualidad. Este saber es una forma de prevenir el embarazo.

Es triste esa gran contradicción: por un lado la Iglesia se opone a formas de evitar el aborto, pero al mismo tiempo lo condena.

Hay teólogos católicos que postulan que no debe ser así. Hay un asunto muy interesante: la condena del aborto no es un dogma de la Iglesia y, por lo tanto, puede cambiar. Mañana puede haber un papa que decida que el aborto no merece excomunión, que puede ser permitido hasta las 9 o 12 semanas. Un dogma no puede cambiar, pero hay teólogos que se oponen a que el aborto sea condenado y sostienen que debería ser permitido hasta las nueve o 12 semanas, justamente cuando hay algo que podría ser una conciencia y cuando comenzaría a haber una persona digna de respetar y, por lo tanto, no se podría interrumpir la continuidad de su vida.

Es verdad que la jerarquía de la Iglesia católica en este momento condena el aborto excepto en las circunstancias comentadas, pero también hay que dejar muy claro que no es en todas las situaciones, lo que no es seguido por todos porque no es un dogma; si lo fuera, nadie podría tener una posición diferente de la de la jerarquía eclesiástica. Hay muchos teólogos que se colocan en contra de que la Iglesia no permita los métodos anticonceptivos. La verdad que se creyó que en el Concilio Vaticano II se aprobaría el uso de las píldoras anticonceptivas, pero infelizmente no ocurrió. En adelante el movimiento de la Iglesia católica ha sido cada vez más conservador, pero nada impide que eso cambie; como no es un dogma es posible que en un futuro tenga una visión diferente de la actual sobre el aborto.

 

AR: El libro dedica una de sus partes a la ética. Postulan cuatro valores bioéticos. ¿Cuál es su importancia?

AF: Existen cuatro principios básicos de la bioética: la autonomía, la beneficencia, la no maleficencia y la justicia. Son fundamentales; aunque uno no lo sepa, en cada uno de los actos de la vida cotidiana uno está, en cierto modo, actuando de acuerdo con esos principios, aunque entendemos que a veces hay cierto conflicto entre uno y otro. Un ejemplo que siempre damos: el caso de una persona que es testigo de Jehová y no acepta la transfusión; entonces el principio de la beneficencia obliga a realizarla porque de otra forma ese paciente puede morir, aunque el principio de la autonomía obliga a aceptar la facultad de esa persona para decidir por sí misma. Hay muchas circunstancias en que esos principios antagonizan unos contra otros, y uno debe tratar de mantener un equilibrio entre ellos.

Por lo que se refiere al aborto, el principio de autonomía nos dice que la mujer debe tener derecho a decidir; los derechos de una persona tienen como límite la invasión de los derechos de otros, y allí está la cuestión del derecho del feto. Volvemos a la vieja discusión del momento en que los derechos del feto comienzan a colocar en jaque los de la mujer, y eso no tiene una respuesta absoluta. Nosotros creemos que la mayor parte de las personas van a aceptar un límite de 12 semanas, otros van a aceptar otro más adelante y algunos antes, pero consideramos que es un límite que merece consideración.

El principio de beneficencia es muy claro, y la no maleficencia no obliga a no colocar en riesgo la vida de una mujer obligándola a tener un aborto clandestino. En ese sentido los principios de bioética favorecen la idea de que el aborto, cuando es inevitable, cuando es una decisión incontrovertible de la mujer, debería ser seguro.

El principio de justicia en la situación social actual en los países con leyes restrictivas es violado absolutamente: sólo las mujeres pobres, que no tienen dinero, las que están presas, a las que hay que sacarles el útero porque se les infectó, sufren graves consecuencias porque pasan por procedimientos de aborto doloroso y riesgoso.

Los cuatro principios bioéticos están siendo violados cuando las leyes sobre aborto se mantienen restrictivas. Otro asunto es que si el objetivo es evitar los abortos, no se cumple.

 

AR: En el libro se anota que la intervención nacional más eficaz es abolir las leyes que penalizan el aborto…

AF: Esto está ampliamente demostrado, y Ciudad de México lo está comprobando: está acabando con la morbilidad y mortalidad por aborto sin aumentarlos. Hay otro asunto: imaginarse que las mujeres van a preferir abortar. Eso es pensar muy mal de las mujeres, que a ellas les gusta abortar: “Ya no uso más anticonceptivos porque tengo el aborto libre, y qué me importa hacerlo cuatro veces por año”. A veces me dicen: “Es que yo conozco a una mujer que sí”. Es posible que existan mujeres a las que no les importe abortar, pero son excepciones.

 

AR: Otro tema es si hay relación entre el grado de desarrollo de un país e incluso su régimen político, con la legislación sobre el aborto.

AF: Los países con las leyes menos restrictivas son países más desarrollados, con algunas excepciones, por ejemplo India y Zambia, que tienen normas muy permisivas pero que no se aplican, tanto que en estos dos países la mayor parte de los abortos siguen siendo clandestinos.

En general los países con mayor desarrollo y con menor desigualdad son los que tienen las leyes menos restrictivas. Considero que cuanto mayor es el sentido de justicia social, mayor es la probabilidad de que el país tenga leyes poco restrictivas. En los países escandinavos, en los del Occidente europeo y en los antiguos países socialistas de la antigua Unión Soviética tenían leyes muy permisivas sobre el aborto.

Una cuestión importante es que a las personas con poder para cambiar la ley, esta no les afecta: si su esposa o su hija tienen un embarazo no deseado, van a poder tener un aborto seguro y con la mayor comprensión. ¿Qué interés personal tienen esos individuos para que cambie la ley? Ninguno. Por eso cuando quienes dirigen un país lo hacen con una idea de justicia social, las leyes del aborto cambian; pero mientras los que gobiernan lo hagan basados en sus intereses personales, no habrá cambios.

Por eso hay una correlación en términos de desarrollo social: el índice de diferencia entre los más ricos y los más pobres se vincula con la legalidad del aborto. Es un poco también de desarrollo económico, pero influyen más los niveles de justicia social.

 

AR: Su libro es un llamado al diálogo para, mediante el conocimiento, alcanzar consensos. En ese sentido explíquenos más su idea del pluralismo razonable.

AF: El principio filosófico fundamental es que hay que encontrar un equilibrio adecuado entre la libertad y la justicia, entre el derecho de cada individuo de decidir por su bien personal y cuándo sus decisiones afectan el bien común. Eso es lo que John Rawls proponía.

Nosotros sostenemos que a pesar de la enorme distancia que parece haber entre los que se dicen provida y los que se dicen proelección, en realidad quienes están en esos extremos son pocos, y que la mayor parte de las personas podemos ponernos de acuerdo sobre ciertos principios fundamentales y elementos básicos pese a nuestras diferencias.

Son nueve los principios básicos con los que terminamos el libro, con los que nos parece que todo mundo está de acuerdo, por ejemplo, que hay muchos abortos y que debería haber menos. De allí partimos: si sabemos que hacer accesibles los métodos anticonceptivos, sobre todo los eficaces, van a disminuir los embarazos no deseados y los abortos. Entonces estaremos de acuerdo en que debe hacerse todo lo posible porque los métodos anticonceptivos sean accesibles (hay hasta teólogos católicos que coinciden en eso).

Después hablamos de la educación en sexualidad, donde hay más dificultad, pero las evidencias son cada vez mayores de que no es verdad que con ella se estimule la sexualidad. Ayer escuchaba a alguien decir que en la vida cotidiana nuestros adolescentes y niños son bombardeados por estímulos a la sexualidad. ¿Qué es lo que proponemos? Que en lugar o paralelamente a eso, demos un tiro de información que les diga a ellos, entre otras cosas, que no están obligados a tener sexo, y que cuando lo hagan tienen que hacerlo con responsabilidad, que los niños tienen que aprender a respetar a las niñas, y que estas se tienen que hacer respetar. También consideramos que con esto la mayor parte de las personas (no todas) van a estar de acuerdo, unos de una manera muy amplia y otros menos.

Pienso que el más difícil de los puntos que proponemos es que el aborto debe ser permitido cuando la mujer no tenga otras instancias ofreciéndole todo el apoyo, todas las opciones. En determinada circunstancia, que puede variar en cada sociedad, el aborto debe ser permitido y seguro, y no obligar a la mujer a tener un aborto clandestino.

Creemos que en los nueve puntos que proponemos las personas pueden estar de acuerdo, y eso es lo que llamamos pluralismo razonable. Es decir, va a haber una gran variedad de posiciones, pero hay un cierto punto en que podemos llegar a lo que Rawls llama un acuerdo entre cruzados: tenemos divergencias, pero hay un punto en que se cruzan nuestros pensamientos en elementos de acuerdo.

Ese fue uno de los motivos para escribir el libro: consideramos que los extremos en contra y a favor existen, pero no son la mayor parte de las personas, quienes están de acuerdo en algunos elementos razonables referentes al aborto y con las que podemos avanzar

No alcanzó a salir en el libro, pero hicimos una investigación en Brasil sobre las circunstancias en que las personas creen que el aborto debería ser permitido. Fue entre un grupo de funcionarios, desde el que limpia el piso hasta el profesional, más o menos en proporciones semejantes a las que existen en la sociedad. Sólo cinco por ciento estuvo de acuerdo en que el aborto fuera permitido en cualquier circunstancia; pero después, cuando preguntamos: “¿Usted cree que la mujer que se hace un aborto debe ir a la cárcel?”, 61 por ciento dijo que no.

La ley dice que el aborto no es permitido en ninguna circunstancia, y coloca en la cárcel a la mujer que se lo hace. ¿Qué pasa? Que la gente cree que, de manera mágica, si la ley dice que no se permite el aborto, entonces no los va a haber; si alguien está contra el aborto, entonces no lo aprueba porque si eso ocurre va a haber más. Ese es el razonamiento; pero puesto en la realidad, ¿la mujer que aborta debe ser castigada? Pues 61 por ciento dice que no.

Avanzamos un poco más y preguntamos: “¿Usted conoce a alguien que se haya hecho un aborto?”, y la mayor parte dijo que sí. “¿Usted cree que esa persona debe ir a la cárcel?”, y 89 o 90 por ciento respondió que no. Depende de cómo se pregunte, pero lo anterior nos muestra que hay un 90 por ciento de personas que no quieren que haya abortos, pero que piensan que a una mujer se le debe permitir la interrupción del embarazo en determinadas circunstancias y que debe ser seguro.

Lo anterior enseña que cuando se la coloca en circunstancias próximas, la gente piensa de una manera distinta que cuando en abstracto se le dice si está de acuerdo con el aborto.

 

AR: ¿Qué responsabilidad han tenido los medios de comunicación en este asunto? En una parte del libro dice usted que la información distorsionada y alarmante ha tenido un efecto dramático.

AF: La información es fundamental. Si al político le dices que 94 por ciento de las personas están en contra de que se permita el aborto en cualquier circunstancia, ni de idiota lo aprobará. Pero si dices que 90 por ciento de ellas está de acuerdo en que la mujer que conocen y que se hizo un aborto no sea condenada, el asunto cambia totalmente.

Otra información que es fundamental mostrar: no es verdad que legalizando el aborto va a aumentar su número. Toda esa información que aparece en el libro. Si los políticos actúan de acuerdo con eso, yo creo que tienen un papel fundamental, igual que la prensa.

Es importante que los medios de comunicación transmitan estos asuntos porque tienen una influencia sobre los políticos, que leen la prensa y quieren saber qué es lo que se dice.

Cuando hablo de las noticias distorsionadas, creo que también los investigadores somos un poco responsables. Debemos tener mucho cuidado con lo que informamos para que no sea malinterpretado. Es verdad que muchas veces los periodistas buscan lo sensacional porque lo que no lo es no es noticia. Por ejemplo, la píldora anticonceptiva aumenta el riesgo de trombosis venosa profunda; es noticia, y las mujeres dejan de tomarlas, se embarazan y aumentan los abortos. Yo no sé si es distorsionar y fue culpa de quien publicó la noticia sin ponderar adecuadamente lo que estaba diciendo. Entonces es una mezcla de responsabilidades, de nosotros los investigadores y de la prensa.

 

AR: Otra anotación interesante es que la legalización del aborto disminuye el número de ellos…

AF: Hay que hacer énfasis en la historia de los países que legalizaron el aborto y cómo, en lugar de aumentar, ha disminuido el aborto. Eso es fundamental.

Hay países como Reino Unido y España, por ejemplo, en que los abortos han aumentado, pero entre los migrantes, mientras que entre los nacidos en esos países han disminuido. Pero como tienen una gran migración, los migrantes han traído su cultura y está aumentando la tasa de aborto. Pero entre los nacidos en España ha disminuido el aborto. Esto es fundamental: la liberalización de la ley no aumentó los abortos. No sólo los países con leyes más liberales son los que tienen menos abortos, sino que, cuando un país lo libera, disminuyen.

Eso es fundamental, algo que los políticos tienen que saber. La intención del legislador es hacer ley de que no haya más abortos, y entonces no los va a haber. Es como hacer una ley de que no haya más niños de la calle, y entonces ya no va a haberlos. Los fenómenos sociales no se combaten con leyes.

El temor de que si liberalizan la ley va a haber más abortos es justificado, a no ser que los legisladores tengan elementos de información que les digan que eso no es verdad. Eso también es un mensaje importante que hay que transmitir.

 

*Entrevista publicada en Nexos, 4 de julio de 2019.