domingo, septiembre 25, 2011

"Necesitamos una visión de futuro, ya no de pasado". Entrevista con Jorge G. Castañeda

“Necesitamos una visión de futuro, ya no de pasado”
Entrevista con Jorge G. Castañeda*

por Ariel Ruiz Mondragón
El interés por las peculiaridades de México y los mexicanos tiene ya una larga data, lo que ha dado origen a las más diversas reflexiones, especulaciones y análisis de muchos estudiosos, quienes se dieron a la dura tarea de encontrar el “alma del mexicano”, la “identidad nacional” o el “ser del mexicano”, con diversos resultados y aportes que hoy ya forman parte de la cultura de nuestro país.
Recientemente Jorge G. Castañeda publicó su libro Mañana o pasado. El misterio de los mexicanos (México, Aguilar, 2011), en el que realiza una exploración por ciertos rasgos distintivos del carácter nacional sustentado en lo que llama “tres fuentes de sabiduría”: los autores clásicos, los números (datos de encuestas, estadísticas y diversas investigaciones) y su propia experiencia personal. De ellas el autor destaca algunas características de los mexicanos: el individualismo, la aversión a la competencia, el rechazo al conflicto, la obsesión por una historia victimizada y el recelo ante lo extranjero, así como una muy endeble cultura de la legalidad, por ejemplo. Además, destaca que la sociedad mexicana ya es de clase media.
Con el autor platicamos acerca de algunos de los tópicos del libro, entre otros los motivos de la vuelta al estudio de los mexicanos, su rescate de los clásicos, su caracterización del mexicano y las dificultades que para el desarrollo y la democracia plantean sus rasgos distintivos, y las posibilidades de transformarlos.
Castañeda, quien es doctor en Historia Económica por la Universidad de París La Sorbona, ha sido profesor en las universidades Nacional Autónoma de México, de Nueva York —donde fue nombrado Profesor Global Distinguido—, Cambridge, Princeton y Berkeley; además es autor de 15 libros y colaborador de publicaciones como Reforma, El País y Newsweek. Fue secretario de Relaciones Exteriores de México entre 2000 y 2003.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué publicar en estos tiempos un libro como el suyo?, ¿por qué volver al tema del mexicano, qué parece ser obsesivo entre muchos estudiosos mexicanos?
Jorge Castañeda (JC): Mexicanos y no mexicanos. Es muy importante subrayar que hay una muy sólida y rica tradición de introspección mexicana, pero también hay una rica y sólida tradición de mirada externa a lo mexicano, por gente tan talentosa como novelistas del tipo de Malcolm Lowry, D. H. Lawrence, Graham Greene; antropólogos como Óscar Lewis, fotógrafos como Tina Modotti o Paul Weston, y pintores como Leonora Carrington (que acaba de fallecer).
Es decir, esta es una tradición muy larga y muy rica que ha sido una parte casi permanente de la historia de México, por lo menos del último siglo.
En segundo lugar, creo que en momentos difíciles como los que estamos viviendo ahora en México, en coyunturas complicadas, cuando la actualidad y cuando los árboles nos impiden ver el famoso bosque (por así decirlo), pues es un buen momento para tomar un poquito de distancia y ver desde más lejos lo que está sucediendo, y tratar de encontrar respuestas a las preguntas que todos nos hacemos, pero que permanecen sin respuesta si permanecemos demasiado cerca de la coyuntura, de la actualidad.
Ése es un poco el propósito de este ensayo, de este intento de tomar distancia: recular un poco y tratar de encontrar una respuesta a la pregunta clave (pero que no sea la misma respuesta de siempre): ¿por qué si sabemos, más o menos, lo que hay qué hacer, no lo hacemos y logramos que el país avance muchísimo más de lo que ya ha avanzado?

AR: Como usted señala en el prefacio, usted abreva de lo que llama “tres fuentes de sabiduría”. Una de ellas es la escuela nacional de clásicos que han tratado el tema de lo mexicano. Hoy, ¿qué se puede rescatar de aquella escuela? Usted por allí cita, por ejemplo, a Emilio Uranga, a Octavio Paz, a Jorge Portilla.
JC: Yo veo que muchísimo es rescatable en lo que se refiere a la búsqueda del “alma” o del “ser mexicano”, más allá de la descripción de ciertos rasgos o de un mundo que obviamente ya no existe, por ejemplo, toda la descripción que hace Octavio Paz del pachuco en El laberinto de la soledad o en otros escritos, pues no viene mucho al caso, al igual que otros que hay en otros momentos históricos, como los famosos Low Riders mexicanos y norteamericanos en Estados Unidos, cholos en el sentido de allá, no del Perú.
No todo es rescatable, ya que muchas fueron generalizaciones equivocadas o basadas en datos que ya no son pertinentes; otras reflejan una manera de pensar de un momento que ya no es el mismo, un México todavía rural en el caso de Samuel Ramos y de Manuel Gamio, un México analfabeta, apenas mestizo, ya que apenas se estaba volviendo realmente mestizo mayoritariamente (ese es uno de los mitos que tenemos en este país: que éste se volvió mestizo casi desde la Conquista. Pero no cuadran los números: no había suficientes españoles, o tendrían que haber sido extraordinariamente, digamos, fecundos o calenturientos, como se le quiera decir).
Creo que sí hay mucho que rescatar, pero lo que a mí me interesa hacer, más que rescatarlos (aunque obviamente los cito in extenso) es ver qué de lo que dijeron hoy se puede confirmar o desmentir con el ya enorme archivo de información estadística, monográfica, de encuestas, de impresiones, de estudios cualitativos del que disponemos hoy, y que ellos no tuvieron, lo que no invalida lo que ellos dijeron. Simplemente hoy ya tenemos todos esos datos y es un poco absurdo no usarlos.

AR: En el libro usted destaca ciertos rasgos distintivos del carácter nacional (que no identidad nacional) del mexicano. ¿Pero cómo caracterizar a éste cuando el país presenta tantos contrastes, mucha desigualdad, con tanta diversidad cultural, pluralidad política y con marcadas diferencias regionales?
JC: A propósito, no busco y nunca uso el término “ser mexicano”, o incluso si uso el término “alma mexicana” lo pongo entre comillas, porque quiero distinguir entre estos rasgos de carácter nacional y la identidad nacional. Ésta es algo muchísimo más rico, más complejo, más sofisticado y más discutible justamente por las tesis de las identidades múltiples de otros países e incluso, quizá, de México; en nuestro caso, por la diferencia en la identidad del 90 por ciento de los mexicanos que está aquí y del 10 por ciento que está en Estados Unidos, pues ¿de cuáles mexicanos estamos hablando cuando hablamos de identidad? Eso es algo que tiene que ver con la religión, con el idioma, con la cuestión étnica, con la historia, con 20 factores.
Estos rasgos de carácter son algo mucho más simple: son cuatro o cinco cosas que me parece (a mí y a muchos) que son comunes a todos los mexicanos, sean del norte o del sur, sean ricos o pobres, sean mestizos, indígenas, europeos, del trópico o del altiplano. Me da lo mismo; es decir, me parece que esos rasgos son comunes a todos, aunque no conforman la identidad en su conjunto; son una parte de ella, pero no son la identidad nacional mexicana. Son simplemente características, una especie de parte de ese carácter nacional que hace que seamos de esta manera y no de otra. Por ser de esta manera somos distintos a otros, ¿por qué? Hay muchísimos países en donde la identidad nacional y la religión es católica; el idioma, el castellano, también, y hay varios países mestizos. Países con una gran diversidad regional, climática, gastronómica, etcétera, pues hay muchos, no somos el único.
En cambio sí creo que somos bastante especiales con estos rasgos de carácter.

AR: La primera parte del libro está dedicada a describir y atacar uno de esos rasgos: el individualismo. Pero también dice que algunos de esos rasgos nos permitieron constituirnos como nación. ¿Qué aspectos positivos tuvo antes el individualismo, por ejemplo?
JC: Fue muy útil, por ejemplo, a pesar de ciertas formas dizque colectivas de trabajo y/o de tenencia de la tierra. Básicamente, el mexicano ha tenido siempre un tremendo arraigo individual a la tierra. Los ejidos colectivos siempre fueron muy minoritarios, y lo que siempre ha existido es la parcela individual dentro del ejido, el que nominalmente es colectivo, pero sabemos que en los hechos no, salvo muy contadas excepciones.
Ese arraigo individual a la tierra durante muchísimo tiempo, por lo menos quizá hasta los años cuarenta, permitió al país dos cosas: uno, posponer por un tiempo el éxodo rural y permitir que mucha gente permaneciera en el campo, cerca de sus costumbres, de su terruño, de su familia y de su comunidad, y que no viniera a atiborrar las ciudades, como sucedió en algunas otras partes de América Latina, por ejemplo, o como sucede ahora en África. Eso fue útil.
También fue útil ya que ese arraigo individual del campesino en la tierra, al entregársele ésta no sólo en el cardenismo, sino incluso con Adolfo López Mateos, era una manera de que estuviera contento (contento con nada, porque las tierras que se le entregaban no les servían para una pura chingada). Pero los campesinos estaban contentos porque querían tierras, y pues tuvieron una parcela.
Eso también tuvo cierta parte positiva en el sentido de mantener la paz social en el campo, después de un momento de gran convulsión que fue la Revolución. Entonces también tuvo su elemento medio positivo ese individualismo.
Otro elemento: por lo menos desde 1890, más o menos, un número muy importante de mexicanos escogieron y optaron por una salida individual a los retos que enfrentaban, que era la emigración a Estados Unidos, que empieza alrededor de aquel año. Esa emigración le sirvió enormemente al país, porque redujo la presión sobre el mercado del empleo, sobre la tierra, los servicios y muchísimas cosas, permitió generar algún tipo de remesa, mayor o menor en distintos momentos, y posibilitó establecer una comunidad mexico-norteamericana en aquel país.
Es una salida eminentemente individual: no se va una comunidad, se va un cuate de Tepatitlán, de Los Altos, de Michoacán, y luego se va otro, y la familia, del mismo pueblo durante tres o cuatro generaciones. Es un acto eminentemente individual.

AR: Otro de los aspectos que usted señala es la aversión de los mexicanos a la competencia. ¿Por qué si el mexicano es individualista no le gusta la competencia, no le gusta destacar?
JC: La competencia y el enfrentamiento, porque la competencia siempre implica conflicto, e implica también ganadores y perdedores: no hay competencia donde no gane uno y no pierda otro; de otra competencia no hay, a menos que sea falsa.
La meritocracia significa que a los que hacen mejor su chamba, cualquiera que sea, pues les va mejor y a la mejor se enriquecen, y a los que la hacen peor, pues les va peor y a la mejor desaparecen. Eso es algo muy ajeno al carácter mexicano: no creemos en la meritocracia.
Incluso, por ejemplo, yo recuerdo que, cuando traté de cambiar la Ley del Servicio Exterior en la Secretaría de Relaciones Exteriores, y para las promociones en el escalafón traté de reducir el peso ponderado de la antigüedad y aumentar el de los resultados de exámenes, de evaluaciones, de concurso, el viejo servicio se me alzó en armas. Sus integrantes decían: “¿Por qué tiene que ser eso? ¿Y la antigüedad, qué? ¿No vale?”. Tenía ganas de decirles: “Pues no”. ¿Qué es lo que debe valer? Exclusivamente criterios meritocráticos. ¿Eso quiere decir que vamos a fusilar a todos los de mayor antigüedad y a decir que no sirven? No; quiere decir que vamos a premiar mucho más a los que sí sirven que a los que no. Éso es una meritocracia (la que, por cierto, existe en Relaciones, en Hacienda, en Banco de México hasta cierto punto, y no mucho más).
Eso es ajeno a nosotros; por eso, por ejemplo, no hay en este país (y lo vemos muy claramente en la prensa, en las universidades, en las editoriales) una jerarquía meritocrática evidente. Nadie puede decir (aunque cada quien tiene su opinión) que es muchos más prestigioso que te publiquen fotos o columnas en tal periódico que en tal otro, o en tal revista que en tal otra, o en tal editorial que en tal otra. Nadie puede alegar aquí que es mejor, pero infinitamente mejor, y valorado así por el mercado, ir al ITAM, a la UNAM, al Tec o a la Ibero; aquí no hay un Harvard, Princeton o Yale, no hay un Oxford o Cambridge, no hay una École Pratique de Hautes Etudes o Polytechnique, no hay ni siquiera una universidad de Chile o de Sao Paulo. La UNAM tiene dos o tres facultades que sí son consideradas mejores que las demás del país, pero no pasan de esas; y a la inversa, el ITAM tiene un departamento, quizás dos, y el Tec también dos. Es decir, la idea de una meritocracia es ajena, porque implica competencia y enfrentamiento.

AR: Usted da varias razones por las que el mexicano rechaza el enfrentamiento, y una de ellas es la del rechazo a las proposiciones binarias y el principio del tercio excluido. Si las elecciones, la democracia justamente tratan de eso, ¿cómo ha sido posible el avance de ésta en nuestro país?
JC: Es que nos ha costado mucho. Primero, por eso llegamos tan tarde, más tarde casi que nadie a ella; segundo, nuestra llegada ha sido muy difícil, y lo vemos con este ejemplo que ciertamente sólo duró medio día pero que es extraordinario por imbécil: la idea de la candidatura única al gobierno de Michoacán. Bueno, estamos 30 años peleando para que haya elecciones limpias, libres y abiertas en México, y ahora hay problemas, y ante su seriedad dices: “No, mejor volvemos al sistema de antes”.
Eso lo que nos muestra es la no aceptación del principio del tercio excluido y de que la mayor parte de las opciones en la vida sí son binarias, o por lo menos en la política, en la competencia empresarial, en los deportes, en los Oscares, en lo que se quiera, unos ganan y otros pierden. A y No A no son compatibles, no pueden serlo, y eso es algo que nos cuesta mucho trabajo entender: no nos gusta, porque implica optar. Entonces yo creo que es algo muy arquetípico, que vemos reflejado en muchas cosas que no se ven en otros países.

AR: México comparte una frontera y una historia común con Estados Unidos. ¿Cómo ha ayudado a modelar este carácter nacional del que usted habla nuestra interacción con ese país? Pienso, por ejemplo, en el temor al extranjero.
JC: Obviamente ha habido razones materiales indiscutibles que han contribuido a este rechazo y pavor de lo ajeno. Se debe a Estados Unidos, pero no sólo a ellos: también la Conquista, la Colonia y los franceses; es decir, no sólo Estados Unidos, pero sí primordialmente ellos. Esa es una realidad indiscutible: Texas en 1847, todavía la ocupación de Veracruz en 1914...

AR: O la intervención con sus fragatas a favor de Benito Juárez.
JC: Con Juárez, aunque allí ya es mucho más complicado el asunto.
Pero sobre ese piso se ha construido una historia oficial, un sentimiento y una cultura nacional que ya son mucho menos evidentes. Hay agravios entre vecinos, pero la verdad son poquito comparado con otros: entre Alemania y Francia, o entre China y Japón cuántas invasiones, ocupaciones y millones de muertos ha habido, u hoy con India y Pakistán, por ejemplo.
Es decir, nosotros nos hemos contado un cuento que tiene una parte innegable y otra inventada, mítica. La inventada nos complica enormemente la vida, porque, por ejemplo y como lo subrayo mucho en el libro, nos ha generado una disposición constitucional y de leyes secundarias aberrantes sobre la prohibición de propiedad extranjera en las playas. Primero, nadie entiende cuál es el carácter estratégico de una playa; no es posible que alguien seriamente hoy pueda decir “las playas son estratégicas”. Segundo: nadie entiende la lógica de discriminar entre un nacional y un extranjero, aunque a veces algunos dicen: “es que la prohibición para los extranjeros es porque en México las playas son públicas”. ¿Entonces por qué los mexicanos sí podemos tener un terreno de playa, pero los americanos o los chinos no? Tercero: la idea de que si les permitimos comprar propiedades en las playas se van a venir a instalar, y luego éstas se van a convertir en una especie de enclave donde rijan sus leyes y sus costumbres, etcétera. Esto presupone que sus leyes, sus costumbres y sus hábitos son distintos a los nuestros. ¿Pero en qué son distintos? ¿Qué hablan otro idioma? Pues la mayoría habla español, y la mayoría de los mexicanos allá empiezan a hablar inglés. Entonces, si aplicamos todo aquello a nuestra gente que está en Estados Unidos, pues tenemos un problemón, porque resulta que todas las tesis racistas de allá las hacemos nuestras. “Es que no queremos tener uno o varios islotes distintos a los nuestros metidos aquí”: pues eso es lo que dicen los de Arizona, exactamente.
Es un absurdo, porque si termináramos con esa disposición, podríamos aumentar enormemente el número de turistas americanos y canadienses que vendrían a México ya a sus 60 o 65 años, y no por una semana o dos, sino para vivir tres, cuatro o seis meses al año, durante los meses de invierno de sus países, ya jubilados. Es gente que puede comprar una casa, pero que sólo la puede comprar con hipoteca, y el régimen de fideicomiso no se lo permite.
Eso es un resabio directamente del pasado, de este invento que nos hicimos de que “es que nos quisieron quitar”. No: sí nos quitaron, sin duda, pero ¿por qué nos querrían quitar más? Si quisieran lo hubieran podido hacer. ¿Quién quiere quitarte una playa, cómo pa’qué?

AR: Usted señala a esa historia que nos dieron. ¿Para construir un nuevo México que ingrese a la modernidad requerimos de una nueva historia, de nuevos mitos?
JC: Bueno, yo creo que necesitamos una visión de futuro, ya no de pasado, y lo que se ha demostrado, como hemos visto en los libros que hicimos Héctor Aguilar Camín y yo, es que los mexicanos no tenemos hoy un sueño en común, lo que es parte del individualismo. Hay sueños mexicanos, no hay un sueño común mexicano. El del pasado obviamente ya no sirve. Sirvió tener una idea de una historia común en un país tan diverso, tan fragmentado, y fue muy útil para crear una noción de nación: ¿Por qué somos mexicanos? Pues porque tenemos una historia común; no tenemos un clima, una gastronomía o una religión comunes. El idioma, antes de 1920, tampoco lo era.
¿Qué tenemos en común? Pues algo que construimos, que es una historia común. ¿Qué historia? Pues la historia oficial, la de víctimas, de vejaciones, de agresiones.
Pero eso, que sí nos ayudó muchísimo, hoy nos complica enormemente la vida porque muchas de las cosas que necesitamos hacer no las podemos hacer porque esa historia impide hacerlas. Porque si la expropiación petrolera y la soberanía sobre el petróleo es algo fundante de la identidad nacional mexicana, pues obviamente no le podemos quitar nada sin que se derrumbe la identidad; entonces, no la quitamos. La bronca es que, entonces, tampoco nos alcanza el petróleo.

AR: ¿Cómo se han transformado los rasgos del carácter nacional que usted encuentra, con el tiempo y con procesos más o menos recientes, por ejemplo el desafío multicultural, que pone en entredicho la noción de nación, la idea del mestizaje y reivindica derechos colectivos, así como la globalización, que va contra la idea del miedo al extranjero, por ejemplo?
JC: Lo que pasó con el multiculturalismo es que, a pesar de la glorificación de lo indígena que se produjo con el zapatismo, pues contra los números es muy difícil: la población indígena mexicana es cada vez más minoritaria, es muy pequeña, y no sólo eso, sino muy dispersa, no está concentrada en una o dos grandes zonas. Entonces se topa contra la exigüidad, contra la dispersión, contra la dominancia del rasgo mexicano. ¿Qué pasó con los zapatistas? El zapatismo se volvió el movimiento de un caudillo: Marcos. Todo el cuento del “mandar obedeciendo”, “subcomandante”, todo ese rollo valió para una pura chingada. Lo que quedó fue el rockstar de Marcos. Punto.
¿Indígena? Pues yo no sé si indígena o no indígena, pero sé que es lo más mexicano y más tradicional que hay, no distinto del villismo, del zapatismo, del obregonismo, igualito. ¿Qué fue el zapatismo? El movimiento de Marcos. ¿Qué es la marcha de la seguridad? Es el movimiento de Javier Sicilia. Entonces era muy difícil que aquello prosperara, y pues no prosperó.
Yo creo que en términos generales el multiculturalismo en México es algo que no tiene futuro, salvo en la manera en que lo describo, es decir, a través de un regionalismo determinado por las viejas divisiones regionales de toda la vida, a la cual se agrega una más, que es la de la forma de inserción en la economía mundial; esto viene a sumarse a las viejas regiones y genera particularidades que sí pueden generar un cierto multiculturalismo, pero no basado, ni mucho menos, sólo en la cuestión étnica o histórica, sino basado en un conjunto de factores que pueden o no ser de culturas distintas. Nunca en exceso.

AR: Al final del libro usted dedica un capítulo a los mexicanos que viven en Estados Unidos, y señala que allá, por ejemplo, sí respetan la ley. ¿Usted ve el futuro del mexicano en aquellos mexicanos que viven en Estados Unidos?
JC: No es tanto un futuro, yo lo veo como una trascendencia en dos partes: la primera, que es probable (porque se necesita muchísimo más estudio), que sí es posible transformar el carácter nacional mexicano, o estos rasgos de los que hablo. ¿Cómo sabemos que sí se puede? Pues como decía el viejito que estaba orinando en el parque, y le dijeron: “No se puede estar meando aquí”, “Pues estoy pudiendo”, respondió. Los mexicanos en Estados Unidos están pudiendo, es decir, están cambiando sobre la marcha muchísimas cosas —unas son forzadas, otras por conveniencia y algunas a medias— en los espacios públicos, el trabajo, la escuela, etcétera. Sí, pero en la casa o en el barrio no.
Todo eso es cierto, pero lo que estamos viendo es que sí es posible cambiar, y, segundo, también estamos observando que —y esto es muy interesante— ese cambio repercute en México de regreso. Esto se debe en parte a que la gente va y viene, menos que antes por las políticas americanas y porque la gente se comunica muchísimo más que antes porque ha disminuido brutalmente el costo de comunicarse: con las tarjetitas telefónicas de allá es prácticamente gratis la llamada y las comadres pueden hablar horas y horas sin costo, y también lo hacen por internet, Twitter, Facebook y todo eso. Y lo hacen más las mujeres que los hombres, porque las mujeres son de origen más urbano y van a destinos más urbanos y más a zonas de servicios —que requieren de un nivel educativo superior— que los hombres; éstos todavía tienen un origen rural, y todavía van a algunas labores agrícolas. Las mujeres son más modernas, y sobre todo su proceso de liberación es mucho más marcado porque parten de una situación más oprimida aquí a una situación más libre allá porque de repente tienen acceso y se benefician de todas las conquistas que han obtenido las mujeres en Estados Unidos.

AR: Para finalizar: usted menciona que a la caída del PRI en 2000, en el nuevo grupo gobernante había dos grupos, uno conservador y otro transformador. También señala por allí el gran líder del cambio de Francia que fue Charles de Gaulle. ¿Considera usted que ya haya alguna fuerza política o una figura que pueda impulsar las transformaciones del mexicano?
JC: No. Yo no la veo, y no veo ninguna esperanza. No observo en ninguna de las fuerzas, ni entre los poderes fácticos, ni en los partidos, ni en las personalidades, alguien que pueda realmente consumar este tránsito a corto plazo.
Ahora, justamente el chiste de estas cosas es que uno no las ve. En Egipto, pues antes de que sucediera el movimiento reciente, pues no se veía nada y un buen día se vio. Yo no veo nada, pero no quiere decir que no suceda.

*Una versión un poco más breve de esta entrevista fue publicada en M Semanal, núm. 712, 26 de junio de 2011. Reproducida con permiso de la directora.

lunes, septiembre 12, 2011

México: el éxito del fracaso. Entrevista con Guillermo Sheridan




México: el éxito del fracaso

Entrevista con Guillermo Sheridan*

por Ariel Ruiz Mondragón

La vida pública mexicana (desde la calle hasta los pináculos del poder económico y político) padece varias taras, vicios, cretinismo, atraso y malas costumbres que parecen mantener en un estado de gozosa postración al país, conductas en las que la mayoría de los ciudadanos (ya sean tianguistas, políticos, luchadores sociales, policías o simples ricachones, por mencionar sólo a algunos tipos sociales) parecen insistir con mucho orgullo y donosura.

Uno de los mejores y más severos cronistas de la vida cotidiana de los mexicanos lo ha sido, ya desde hace varios lustros, Guillermo Sheridan, quien acaba de publicar su libro Viaje al centro de mi tierra (Oaxaca, Almadía, 2011), en el que reúne 65 textos que dan cuenta del esplendor del diario transcurrir nacional en sus diversos ámbitos: social, político, cultural y económico. Es un notable mosaico que resume, en buena medida, el comportamiento de nuestros connacionales.

En uno de los artículos, Sheridan afirma: “El orgullo de ser mexicano aumenta en momentos de crisis. Eso explica que durante los últimos 70 años hayamos estado tan orgullosos”. Por ello su publicación resulta más que oportuna y pertinente, así como lo es también la esclarecedora plática que nos brindó el autor acerca de, por ejemplo, la necesidad de forjar un héroe mexicano originario, nuestra capacidad de adaptación el medio y al miedo, la industria mexicana de resolución de problemas y la restauración política que se avecina.

Sheridan es doctor en Letras por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas de la misma instuitución y tiene el nivel III en el Sistema Nacional de Investigadores. Autor de más de 15 libros, ha participado en revistas como Vuelta, Revista de la Universidad, Biblioteca de México, Letras Libres, Nexos, Proceso y Esprit. Además, ha colaborado en diarios como unomásuno, La Jornada, Reforma y El Universal. Es autor de alrededor de quince libros.


Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué recopilar y publicar hoy un volumen como el suyo?

Guillermo Sheridan (GS): Porque va a vender 16 millones de ejemplares y esto le va a hacer un enorme bien a la pujante industria editorial mexicana, al pueblo siempre ávido de cultura, al autor que podrá retirarse a pescar con sus regalías y a los periodistas que se van a ganar el Premio Nacional de Periodismo “Leona Vicario” en la categoría de entrevista.

AR: Para empezar por el principio: usted ha descubierto que todos los males de México derivan de que “el primer hombre que fue creado por Dios fue Jorge Rivero”. ¿Hay alguna esperanza de que podamos tener una suerte de refundación humana en el país que le permita superar el trauma de su historia: que el primer hombre haya tenido “las tetas y las nalgas más grandes que las de la madre Eva”?

GS: Bueno, no lo descubrí, lo constaté en una película. En todo caso, habría que hacer algo para que se lleve a cabo la refundación pacífica del paraíso original mexicano, desde luego sobre un nuevo modelo económico, y que Adán no sea Jorge Rivero sino alguien más representativo, un héroe que nos dé patria, alguien que simbolice las tradicionales fortalezas y las legítimas esperanzas del mexicano promedio, alguien, no sé, como José Alfredo Jiménez. Producto orgullosamente mexicano, sin fecha de caducidad, calidad de exportación, tecnología de punta. Un banco genético blindado contra cualquier tipo de trauma.

AR: Usted destaca conductas ciudadanas nocivas y costumbres bárbaras como la violencia diaria, el ruido, la discriminación o la sumisión de los encuerados ante Spencer Tunick. ¿Cómo es posible que con todo esto la sociedad mexicana haya podido sobrevivir?, ¿o todo ello no ha sido, más bien, la condición de su supervivencia?

GS: Sí, supongo que somos una especie con una enorme capacidad de adaptación al medio. Últimamente también estamos demostrando nuestra capacidad de adaptación al miedo. Un pueblo que considera nutritiva, saludable y hasta sabrosa la torta de papel de estraza es capaz de todo. Padecemos formas de violencia criminal espeluznantes y ponemos el grito en el cielo, pero al mismo tiempo, en el 60 por ciento de los hogares mexicanos tratamos de romper el récord Guiness de mujeres y niños golpeados. Vivimos en un país en el que las mamás duermen a los niños cantándoles “Tirolotiro mató a su mujer con un cuchillito del tamaño de él” y los charros se refieren a su novia como la chancla antes de aventarla al suelo. Las recientes cifras de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico sobre prácticas violentas en las secundarias del mundo, entre las que México se ganó el primer lugar, le auguran un futuro promisorio a la violencia. Desde luego, en aras de la objetividad —y antes de que lo que acabo de decir parezca crítica y alguien me pregunte que por qué no me largo a otro país—, también es necesario decir que somos solidarios, dicharacheros y bonachones.

Por otro lado, lo de las conductas ciudadanas nocivas, que conste, fue cosa de Marcelo Ebrard, que convocó a su pueblo a detectarlas, como narra el libro. Yo participé en la detección de conductas nocivas porque soy un ciudadano obediente.

AR: En el libro se describen fenómenos nacionales que llegaron aparejados con la democracia, como la multiplicación de la acción “de la bola”, el aumento de las marchas motivadas por lo que sea, y los beneficios que han obtenido los partidos políticos, sus candidatos y los legisladores, entre otros. ¿Qué más le falta a nuestro retroceso democrático? ¿Podemos aspirar legítimamente al proyecto de nuestros soberanos representantes en el Congreso de la Unión, que es el de, como usted bien señala, establecer una dictadura más perfecta que la anterior?

GS: ¿Yo digo eso? Caray... Eso lo ha de haber dicho esa parte negativa y oscura de mí con la que no tengo nada que ver. Debo pedir a los potenciales lectores de este libro que lo abran con cautela. Merodea por él un personaje altanero y sangrón, bastante cínico, y tan francamente maligno que augura que en el 2012 se iniciará la restauración. Y además es capaz de decir tonterías como esa de que es posible lograr una dictadura más perfecta que la de antes, esa “tiranía invisible” que controlaron los partidos de la revolución durante tantos años. Es una falta de respeto al montón de presidentes, ideólogos y líderes que tanto se esmeraron en darnos patria, en sacarle brillo a una dictadura a tal grado eficiente que hasta logró no calificar de dictadura.

AR: Si en este país es más negocio tratar de arreglar los problemas que realmente solucionarlos, como usted diagnostica, ¿en el futuro podemos esperar una multiplicación y agravamiento de nuestros problemas para aumentar las posibilidades de hacer negocios, fomentar la inversión en la materia y acrecentar nuestra productividad?

GS: Esa es una teoría que debería tratar de desarrollar más en serio, la teoría que se titula “el éxito del fracaso”. Durante años se demostró en México que, por ejemplo, un campesino improductivo era mejor que uno productivo. La productividad generaba, digamos, chilacayotes, pero la improductividad generaba secretarías de Estado, confederaciones nacionales campesinas, harto líder, diputados y senadores y partidas presupuestales para que el campesino fuera productivo y para arreglar el “problema de la tierra”, etcétera. Cuando todas las partes involucradas cayeron en la cuenta de que era más negocio empeorar el problema que resolverlo, se institucionalizó el éxito del fracaso. El Estado se dio cuenta de que causar desastres sociales a largo plazo era una gran fuente de negocios privados a corto plazo y logró, durante décadas, ser a la vez el causante del desastre, el encargado de arreglarlo y, lo más importante, su administrador. Hay señores líderes y legisladores que llevan sexenios fingiendo que arreglan el lío de la tierra, el de Pemex, el de la minería, el del ISSSTE, etcétera. En estos días puede verse una aplicación directa de esta teoría en el lío de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México: es un fracaso académico, pero es todo un éxito en los demás aspectos: tratar de arreglarlo, o más bien, fingir tratar de arreglarlo, va a generar una industria imperecedera y mucho más productiva, con muchas más recompensas políticas y prestaciones económicas que la mera simplonada de formar profesionistas competentes.

AR: Sobre los ricachones dice usted que sólo han patentado “nuevas formas de engañar” y, por ende, de robar y enriquecerse. ¿Atisba usted alguna posibilidad de que salpiquen algo de sus ganancias hacia los niveles bajos de la pirámide azteca?

GS: Sí: hay ricos que pagan salarios justos y asumen como un deber mejorar las condiciones de vida de sus empleados. Ni modo: me consta. Pero son pocos. Temo que la mayoría sean unos ricachones miserables que jamás asumirán esas responsabilidades. En México ser un ricachón que aumenta su riqueza explotando criminalmente a sus empleados y evadiendo impuestos es algo que se sobreentiende como lo normal, lo recomendable y hasta como motivo de orgullo. Hay fábricas muy católicas en las que se las arreglan para trabajar sólo con obreros eventuales, a los que despiden cada seis meses. El ricachón mexicano es un depredador instintivo. La idea de emplear su poder para elevar el nivel de vida de la gente le parecería una falta de respeto a su virilidad. Es, para decirlo con terminología especializada, más una langosta que una abeja. Una herencia de nuestro carácter de colonia y de la mentalidad colonizadora que, sumada al clasismo azteca...

AR: En el mensaje político de su informe ciudadano al Honorable Congreso de la Unión, usted postuló “Hemos avanzado poco, pero aún hay mucho por no hacer”. ¿Podría mencionarme tres asuntos nacionales en los que no sólo ya no podremos no hacer nada, sino francamente retroceder en actitud patriótica?

GS: No, no podría. Estamos condenados a tratar de prevalecer sobre nuestro peor enemigo, que somos nosotros mismos. (Me fastidia hablar en primera del plural, ese “nosotros” que está en boca de todos y ya no dice nada ni nombra a nadie). No hay más remedio que acudir al catálogo de lugares comunes y sostener la necesidad de la educación y el fortalecimiento de las instituciones y la democracia. Pero lamentablemente están en manos de los políticos que son, en general, impresentables. Logramos crear el Instituto Federal Electoral con gran tesón, pero menor al que se emplea en destruirlo. El logro de la democracia está siendo corroído por las asambleas dedito. Y la educación pública es propiedad privada de una líder que ejemplifica como nadie el éxito del fracaso. Pensar en todo eso me hace recordar esa paradoja de Anthony Burgess en La naranja mecánica: la ambulancia que atropella gente para llevarla al hospital, que es el negocio de los choferes y del hospital. Claro, la gente se enoja y quiere deshacerse de los choferes, pero los choferes son los únicos que tienen llaves de las ambulancias y el monopolio de su administración, así que la gente acaba por rendirse porque si la atropellan, ¿quién va a llevarla al hospital?

AR: Entre otras características de nuestro país usted destaca, por ejemplo, la excelencia en la construcción de círculos viciosos (los que deberían exportarse), el gran gusto por la derrota (la que debería ser nacionalizada) y la convicción de equivocarse “con la condición de sentir bonito y de hacerle caso a los impulsos” del corazón. Tenemos inventos geniales como el drenaje géiser. ¿Cómo podemos explotar estas ventajas comparativas del país para incrementar nuestra competitividad?

GS: No se puede porque por desgracia la demanda de drenaje géiser es nula. Tampoco hay mucha demanda de accidente vial como método para controlar la explosión demográfica, ni de lago recreativo en vía rápida, ni de alcantarilla eléctrica pirotécnica. Creo que sólo hay demanda de “Chicharito”, pero ese es garbanzo de a libra.

AR: En un artículo, usted describe el proceso de devastación de las pirámides de la prehispánica ciudad de Teotihuacan, a las que pone como un ejemplo de nuestra identidad profunda. “No debemos permitir que se detenga la destrucción en la que tanto nos hemos esmerado”, pondera usted con sensatez histórica. ¿Cómo ha sido posible que, pese al denodado, ininterrumpido, caótico y cotidiano esfuerzo de millones de mexicanos de ya muchas generaciones a través de los siglos, no hayamos podido completar la faena de destruir ya no digamos a Teotihuacan, sino al país entero?

GS: Caramba. La pregunta me rebasa por la izquierda. Creo que responderla le corresponde a las generaciones venideras que, todo parece indicarlo, ya no van a existir. Pero hay que insistir. Mientras exista el cañón del Sumidero habrá por dónde resurgir. López Velarde dice que vivimos al día y de milagro, como la lotería...

AR: ¿Algún asunto importante que quiera agregar?

GS: Bueno, Mozart, la teoría del campo unificado, la simbología comparada, las berenjenas y, en fin, una larga lista. Acaso, de regreso a este libro, deba subrayar el carácter irreverente de la mayor parte de las crónicas que lo conforman. Desde que se inventó el derecho de los lectores a opinar abajo de los artículos he caído en la cuenta de que no es baja la proporción que no parece darse cuenta de que lo que lee es una sátira, o una parodia o, en algunos casos extremos, un ejercicio de cinismo puro y llano. Mi amigo Alejandro Rossi tiene un escrito en el que, lamentando esto, sugiere que los párrafos que el escritor redacta con ese espíritu deberían estar señalados en las publicaciones con una marca alusiva, para que el lector entienda, lo que ahora se llama un “emoticón”. Y quizás agregar que, felizmente, la parte dedicada a cuestiones de política es la menos importante. La vida está en otra parte.

*Una versión un poco más breve de esta entrevista fue publicada en M Semanal núm. 712, 27 de junio de 2011. Reproducida con permiso de la directora.