domingo, julio 24, 2011

Los ecos internacionales de la Cristiada. Entrevista con Jean Meyer

 
  Los ecos internacionales de la Cristiada
Entrevista con Jean Meyer*
 por Ariel Ruiz Mondragón

Tras la etapa más violenta de Revolución Mexicana, en la segunda mitad de la década de los veinte nuestro país tuvo que vivir la experiencia de un movimiento armado de carácter religioso: la llamada Cristiada, la que estuvo dirigida contra la política anticlerical del gobierno mexicano sustentada en la Constitución de 1917.
Dicha rebelión tuvo fin con los arreglos entre el gobierno mexicano y la cúpula de la Iglesia católica en 1929, aunque en varios lugares se mantuvo el levantamiento hasta tiempo después. Sin embargo, las consecuencias religiosas, políticas y culturales de la Cristiada aún se sienten en la actualidad, especialmente a través de la utilización de la muerte de aquellos a quienes la Iglesia católica ha denominado “mártires”.
Pero los efectos y los usos de aquel movimiento no se limitó al espacio nacional, sino que también trascendió al plano internacional: en muchos países se realizaron oraciones y actos de apoyo a los católicos mexicanos, y fue utilizado para fortalecer posiciones específicas en cada país.
Como una primera aproximación a las consecuencias de la Cristiada allende nuestras fronteras, Jean Meyer convocó a un grupo de académicos de 13 países a estudiar las manifestaciones que en otros países hubo respecto al levantamiento católico mexicano, cuyas contribuciones ha publicado ahora en el libro Las naciones frente al conflicto religioso en México (México, Tusquets, 2010).
Sobre este volumen charlamos con el autor, con quien abordamos los temas siguientes: las estrategias gubernamentales y rebeldes para difundir sus posiciones en el exterior, las relaciones con grupos extranjeros, las similitudes entre los gobiernos de Plutarco Elías Calles y de Benito Mussolini, la posición del gobierno francés ante el conflicto y la herencia simbólica que pervive en la actualidad.
Meyer es doctor en Historia por la Universidad de París X Nanterre, profesor-investigador del Centro de Investigación de Docencia Económicas e investigador emérito del Sistema Nacional de Investigadores. Director de la revista Istor, es autor de casi una treintena de libros, entre el que destaca el clásico La Cristiada.

Ariel Ruiz (AR): Tras su gran obra sobre los cristeros, ¿cuál fue la razón para realizar un coloquio sobre el impacto internacional sobre aquel movimiento, y que dio origen a este libro?
Jean Meyer (JM): Hace unos años una colega, Clara García, me dijo: “Ya está abierto el archivo histórico del Arzobispado de México; está muy bien catalogado, y todos los papeles de la época del conflicto religioso ya están abiertos al público”. Entonces yo le dije: “Mira, yo ya no trabajo el tema; estoy con otras cosas, con Rusia y con el celibato sacerdotal”.
Pero ella me insistió: “Date una vuelta, nada más para que veas”. Fui al archivo (que, efectivamente, está muy bien ordenado, catalogado, y el servicio al público es espléndido) y pedí el catálogo del Fondo “Obispos” de los años veinte, del conflicto religioso, y hojeándolo con mucha curiosidad y asombro, me di cuenta de que había mucha correspondencia, tanto en inglés como en español, de obispos norteamericanos. Entonces pedí unos expedientes y me picó la araña de la curiosidad, lo que me llevó a escribir y publicar un libro que se llama La cruzada por México. Los católicos de Estados Unidos y la cuestión religiosa en México. Y fui a trabajar los archivos norteamericanos, así como también a los Caballeros de Colón, que habían armado un lobby a favor de los católicos mexicanos en el Congreso de Estados Unidos, y que presionaba a los presidentes de ese país desde Wilson hasta Roosevelt.
Publiqué ese libro, pero me di cuenta realmente que el conflicto religioso en México había tenido un impacto mundial. Entonces decidí organizar un coloquio para tomar un poco la dimensión de ese impacto, porque yo había estudiado sólo el conflicto religioso, y más concretamente la dimensión militar de la insurrección de los cristeros. De manera muy normal todos los que somos historiadores de México somos ombliguistas: la historia de México es tan rica, que uno ni piensa mirar afuera. Sí, todo el mundo decía que el embajador de Estados Unidos intervino, ayudó a encontrar soluciones y a firmar los arreglos de 1929; fue algo así como el Mister Buenos Oficios, pero más allá de eso, no.
Y así como Friedrich Katz nos demostró que la Revolución Mexicana tuvo una dimensión internacional, y que México en varias ocasiones fue algo así como un campo de batalla entre grandes potencias e imperialismos que aquí se encontraban, donde se peleaban todos los espías del mundo, yo me di cuenta de que hasta China, Filipinas y Australia —para mencionar a los países más lejanos— llegó el ruido de la suspensión del culto en México, del exilio de los obispos y del fusilamiento del padre Miguel Agustín Pro, que fue realmente lo que fue el momento más espectacular. En este caso, el presidente Plutarco Elías Calles no quiso justicia, por lo que no hubo juicio y Pro fue ejecutado en caliente. Pero Calles cometió un grave error: convocó a la prensa y a los fotógrafos para darle toda la publicidad máxima al hecho, para que los católicos mexicanos entendieran de una vez y para siempre que no le temblaba el pulso. Lo que pasó es que a la semana aquello era la portada de todos los periódicos y revistas del mundo entero. En seguida se comenzaron a escribir hagiografías del mártir, del santo en todos los idiomas del mundo: en polaco, holandés, etcétera.
Tras tomar esto en cuenta, lancé invitaciones un poco al azar, aprovechando una red de amigos y diciéndole, por ejemplo, a una antropóloga polaca (quien, por cierto, fue embajadora de Polonia en México): “¿No habrá un historiador en Polonia que trate el tema en su país?”. O sea, no fue una selección científica. Así llegamos a 16 países representados en este libro; para otros países o no encontramos gente o, como iba a ser un coloquio de tres días intensos de seminario donde los 16 ponentes iban a asistir a todas las sesiones para hacer una obra realmente colectiva, nos limitamos a ese número, pensando que más no se podían por cuestiones de tiempo y de dinero.
Entonces, por ejemplo, Centroamérica o Perú no están presentes, aun cuando allí también hubo manifestaciones respecto al conflicto. Pero tuvimos que en Alemania el historiador que nos iba a hacer la ponencia se enfermó y no pudo terminar; yo aludo a ese país al final en el posfacio, en la síntesis, pero no tenemos una ponencia sobre él cuando fue importantísimo porque se dividió en dos: el Partido Socialista Alemán se solidarizó con Calles, y el muy fuerte Partido Católico del Centro, evidentemente, con los católicos mexicanos. Un caso muy interesante fue la intervención del gran rabino de Berlín a favor de los católicos mexicanos; ya que hay católicos que creen que los judíos odian al cristianismo y que quieren acabar con la Iglesia, y además hay católicos antisemitas, pues se debería pensar en ese rabino, que en el periódico de la comunidad judía de Alemania llamó a orar por los católicos mexicanos injustamente perseguidos.
Entonces tenemos desde Alemania hasta Chile, pasando por el Canadá francés (Québec) —que se movilizó muchísimo—, Estados Unidos y Brasil, hasta Polonia, Italia, España e Inglaterra; en varios casos, los ponentes desconocían con anterioridad el tema, por lo que todos se pusieron a trabajar casi un año para llegar a esa ponencia. Además, los investigadores de Inglaterra, España e Italia ya quieren hacer un libro porque hay materia para ello.

AR: ¿Hubo una estrategia de los católicos mexicanos para internacionalizar el conflicto, hubo una política del Vaticano para ello?
JM: No. Fue la Liga Nacional de Defensa de la Libertad Religiosa (LNDLR), que era la organización católica que se fundó en 1925. Cuando el gobierno mexicano intentó (aunque fracasó rápidamente) crear una Iglesia cismática, una Iglesia católica mexicana, los católicos sintieron la necesidad de organizarse para defenderse, y es cuando fundaron la LNDLR. Los ligueros más importantes, motivados y militantes fueron hombres jóvenes de entre 20 y 30 años, todos los cuales salieron de la Acción Católica de la Juventud Mexicana (ACJM), y tenían el radicalismo de la juventud. Cuando vieron que meses de acción cívica y de recursos legales en los tribunales no servían para nada, se impacientaron y, como los revolucionarios mexicanos, deseaban tomar el camino supuestamente corto de las armas, y entonces ellos fueron los que provocaron el levantamiento cristero, y ellos buscaron una ayuda internacional. Crearon una organización que se llama VITA México (Asociación Internacional de Apoyo a los Católicos Mexicanos) y dieron a conocer el conflicto religioso entre los católicos de muchos países —en Italia especialmente, donde fueron muy exitosos, mucho más que el Vaticano.
Realmente la propaganda la hicieron mexicanos en el extranjero, al grado de que sí provocaron la movilización de los católicos en todos los países, por lo que el gobierno mexicano tuvo que utilizar toda su red diplomática para armar contrafuegos. Por ejemplo, nuestro embajador en París en ese momento era nada menos que Alfonso Reyes, que era un joven escritor ya reconocido (aunque quizá no tan famoso como lo fue después), muy francófilo y francófono, y que en París tuvo que luchar rudamente porque un día aparecieron los muros de París tapizados con carteles que representaban al presidente Calles y lo denunciaban como asesino; entonces él contrató gente para quitar esos carteles y levantó una protesta en la Secretaría de Relaciones de Francia, y les dijo: “Como embajador de un país amigo, pido la intervención del gobierno francés para que no se agreda e insulte al presidente legítimo de México”.
Entonces hay esa dimensión de lucha entre mexicanos en el extranjero.
Como embajador en Brasil le pasó lo mismo a Reyes. Nuestro embajador en Colombia era el Sr. Urquidi, padre del economista don Víctor Urquidi, quien por desgracia ya falleció; éste me contaba que, cuando niño en Bogotá, Colombia, en el colegio a la hora del recreo tenía que pelearse con los compañeros del colegio, quienes le decían: “Tu papá sirve a un gobierno anticatólico, ateo, que fusila a los sacerdotes, que viola a las monjas”. Tenía unos recuerdos de infancia un poco fuertes.

AR: También estuvo Pascual Ortiz Rubio como embajador en Brasil.
JM: Ortiz Rubio sí era de armas tomar. Alfonso Reyes sí fue capaz de evitar discusiones y de ganarse la amistad de los intelectuales católicos brasileños y de los argentinos también, mientras que Ortiz Rubio provocó una tensión diplomática que casi llegó a la ruptura de relaciones. Realmente México lo mandó llamar y lo quitó, porque si no, iba derecho contra el muro.

AR: La LNDLR fue a hacer campaña a favor de los cristeros en otros países. ¿Pero el gobierno tuvo alguna estrategia específica para enfrentar esa campaña?
JM: La hubo. Incluso contrató periodistas profesionales tanto para escribir libros sobre México, sobre la Revolución Mexicana, sobre Luis N. Morones y la Confederación Regional Obrera Mexicana, la que movilizó al Partido Laborista inglés diciéndole “nosotros somos laboristas”. Calles contrató a un joven periodista norteamericano, Ernest Gruening, quien años después llegaría a ser gobernador de Alaska y senador por ese estado toda la vida, y que publicó un libro muy importante, muy interesante sobre México, que era evidentemente parcial porque el gobierno mexicano le pasaba toda la información contra sus enemigos internos, rivales revolucionarios, dando pruebas de su corrupción, violencia o asesinatos, pero evidentemente para que el gobierno del general Calles quedara bien y limpio.
Una dimensión de la estrategia fue movilizar a las embajadas y los consulados; por ejemplo, un medio hermano del presidente Calles, Arturo Elías, en ese momento era un cónsul importante en Estados Unidos, y provocó una pequeña crisis porque después de hacer lo que era perfectamente normal (multiplicar las entrevistas, las conferencias de prensa, intervenciones radiofónicas en las que defendía la política antirreligiosa del presidente mexicano), utilizó la franquicia postal que como cónsul tenía, para repartir cientos de miles de folletos de propaganda antirreligiosa en los que asumía la defensa de su gobierno. Cuando los católicos mexicanos (en este caso los famosos Caballeros de Colón) se enteraron, interpelaron en el Congreso al gobierno norteamericano diciéndole: “¿Sabe usted que…?”, y las autoridades estadunidenses en ese momento convocaron al embajador de México y le dijeron: “Oiga, dígale al cónsul que le pare o que se vaya”.

AR: Tras leer los casos del libro, se observa que el brindado a los cristeros mexicanos no fue un apoyo totalmente desinteresado, sino que en cada país tuvo una utilización local específica: en Irlanda sirvió para respaldar el nacionalismo, en Chile sirvió para apoyar al Partido Conservador, en Bélgica para la unificación de los católicos, etcétera. ¿Cuáles son los principales usos que usted aprecia que se le dieron a la rebelión cristera de México?
JM: Un hecho interesante es que en todos esos países se habla de la Iglesia, de los mártires —especialmente de los sacerdotes—, y el padre Pro es una figura emblemática –como se dice ahora—, pero casi no se habla de los cristeros porque, por un lado, el gobierno mexicano mantuvo una censura férrea sobre la guerra misma, y tan es así que no hay una sola entrevista de prensa, ni una sola fotografía de cristero publicada a lo largo de los tres años de la guerra. Hubo una gran cantidad de fotografías de Emiliano Zapata y de Francisco Villa, así como muchos periodistas extranjeros e incluso camarógrafos de cine norteamericanos —había 80 en 1919—que trabajaban en México siguiendo a los villistas. Pero de los cristeros nos tenemos ni un minuto de filmación ni de noticiero.
Eso por un lado; por el otro, cuando se sabía de la lucha armada, a los católicos europeos, muy escaldados por siglos de guerras de religión y de violencia, la idea de una como Cruzada, de lucha armada con motivos religiosos, de guerra santa les repugnaba mucho. En el caso de Irlanda, ésta acababa apenas de salir de una guerra de independencia contra Inglaterra, y también de una guerra civil entre irlandeses. El violentísimo Ejército Republicano Irlandés (IRA por sus siglas en inglés) había sido condenado por la Iglesia católica de ese país. Entonces ésta dijo: “Hay que rezar por los hermanos mexicanos, no hay que olvidarlos”, y exaltó a los obispos mexicanos, a los mártires y al padre Pro, pero ni una palabra de la lucha armada. Incluso el representante de la VITA quiere ir a Irlanda pensando “con esos valientes guerreros irlandeses vamos a tener apoyo, igual hasta militar. Va a haber voluntarios irlandeses para venir a luchar a México —acuérdese del Batallón de San Patricio en el siglo XIX”. Sin embargo los obispos irlandeses prohíben la entrada del señor, porque tienen la obsesión de que no se podía exaltar la lucha armada de los católicos mexicanos, por más que pensaran que fuera necesaria, porque allí acababan de condenar la lucha armada. Esto es un asunto muy serio, porque en 1927 IRA asesinó a un ministro católico del gobierno republicano irlandés, y lo hizo mientras iba a misa.
Entonces por eso casi no se hablaba de la lucha armada; se mencionaba a los mártires y había que rezar todos los domingos, y toda la catolicidad recordaba a los hermanos mexicanos.

AR: Los curas europeos que apoyaron al movimiento cristero mexicano siguieron caminos muy distintos en los años que siguieron. Está el caso del italiano Martino Capelli, quien traía a imágenes guadalupanas cuando lo fusilan los nazis; pero del otro lado, muy contrastante, estaba el belga León Degrelle, quien fue un nazi.
JM: Degrelle fue un personaje terrible, quien tiene su lógica. Él empezó como joven estudiante católico muy radical, e incluso él es el único periodista que llegó a México y publicó un libro acerca de sus andanzas en México —el que no he conseguido—, pero encontré referencias en los archivos del Arzobispado. Ya después de los arreglos, llegó al país realmente al final de la Cristiada. Quiso entrevistar al flamante arzobispo de México, don Pascual Díaz, quien fue uno de los dos que firmaron los arreglos. Éste, hombre muy prudente, no lo recibió, y fue su secretario personal quien contestó muy breve y prudentemente —no hay la menor crítica al gobierno mexicano— a las preguntas de Degrelle. Entonces, yo tengo la prueba de que éste vino a México.
Luego Degrelle encontró que el Partido Católico belga era demasiado socialcatólico y tímido, no lo suficientemente católico, por lo que fundó su propio partido, al que puso como nombre Rex —por Cristo Rey—, que es un movimiento de corte moderno, populista, ultranacionalista y demagogo. Rápidamente en 1936 llegó a tener el 20 por ciento de los votos de los belgas, y se fue del lado del fascismo. Visitó a Benito Mussolini, quien quedó encantado con él y lo apoyó; visitó a Adolfo Hitler, con los mismos resultados. En ese momento la Iglesia católica belga prohibió a los católicos votar a Degrelle, y éste fue derivando, más y más, hacia la ultraderecha, al grado de que cuando ocurrió la Segunda Guerra Mundial, cuando Bélgica estaba conquistada por los nazis, fundó una Legión de voluntarios belgas francohablantes que se llamó la Legión Wallonia. Sirvió en el Waffen SS, que es como los marines norteamericanos, una unidad combatiente de élite nazi.
Fue un héroe combatiente, herido varias veces, y recibió el grado de general del Ejército alemán, así como las más altas condecoraciones: no solamente la Cruz de Hierro, sino también la Cruz de Caballero con Hojas de Roble, y fue Hitler quien personalmente lo condecoró. De esto hay una fotografía famosa que usted puede encontrar en los sitios neonazis españoles. Supuestamente, Hitler habría dicho: “De haber tenido un hijo, yo hubiera querido tener a Degrelle”.
Degrelle peleó hasta el último momento, y cuando ya se derrumbaba el Reich, se subió a un avión caza —era piloto, incluso; fue un aventurero increíble este hombre—, y llegó hasta España, donde su avión ya no tenía combustible y cayó en el mar frente a San Sebastián. Lo pescaron los españoles y se volvió amiguísimo de Franco. Fue condenado en ausencia a muerte por contumacia en Bélgica, pero tuvo una segunda vida con Franco: de rico empresario. España nunca lo expulsó, y murió casi centenario, nazi y antisemita hasta el final, y en ruptura total con Roma. Para él, el Concilio Vaticano II fue la prueba de que los judíos se habían apoderado del Vaticano, y se fue con monseñor Marcel Lefebvre.
Felizmente, es el único caso que encuentro en este mundillo.

AR: Es muy interesante el caso de Italia y la posición de Mussolini, quien decía que Calles, de alguna manera, los había desnudado.
JM: El caso italiano es muy interesante en su ambigüedad misma, porque el régimen fascista, Mussolini, simpatizaba mucho con la Revolución Mexicana. Hay que recordar que nuestra revolución, si bien es social, también es nacionalista, y el fascismo italiano empezó así e incluso sedujo a muchos jóvenes en toda Europa, así como hace 50 años Fidel Castro nos sedujo a todos porque era el revolucionario del momento. Mussolini empezó como un anticlerical furibundo, y en el fascismo hubo una raíz anticlerical muy fuerte; incluso hay una escena famosa de un mitin público donde Mussolini dijo: “Les voy a demostrar que Dios no existe: si Dios existe, le doy cinco minutos para que me fulmine”, y se para, transcurre el tiempo y después dijo: “Ya pasaron los cinco minutos. Dios no existe”.
Entonces, el gobierno italiano simpatizaba mucho con la Revolución Mexicana, y especialmente con el gobierno de Calles. La política educativa de éste, la organización corporativa, los sindicatos, todo eso le gustó mucho a Mussolini, y hubo excelentes relaciones entre los dos países. Incluso uno de los mejores periodistas fascistas, Marco Appelius, vino a México y escribió un libro excelente sobre el gobierno de Calles que se llama El águila de Chapultepec, escrito en el momento del conflicto religioso. (Por cierto, Apelius es la única fuente que encontré que dice —no sé si él lo inventó— que el presidente Calles visitó a José de León Toral en la cárcel antes de su ejecución, y que tuvieron un diálogo muy breve, fuerte e interesante entre los dos).
Pero Mussolini, ya instalado en el poder, se dio cuenta de que Italia es un país muy católico, como México, y de que entonces le convenía hacer la paz con la Iglesia, lo que hace en los famosos Acuerdos de Letrán de febrero de 1929, que ponen fin a una cuestión espinosísima que remontaba a la unificación de Italia en la segunda mitad del siglo XIX, cuando el Papa perdió su soberanía temporal sobre la tercera parte de Italia, Roma se volvió la capital de Italia y el Papa se consideraba el preso del Vaticano.
Con esos acuerdos, Mussolini logró resolver la cuestión tanto para Italia como la cuestión internacional del Vaticano como Estado, como sujeto de Derecho Internacional, con su independencia, con sus pocos cientos o miles de ciudadanos. En ese momento hizo unas declaraciones muy importantes, que aparecen en el libro, en las que dice “quien se mete contra la Iglesia, termina siempre perdiendo, porque a largo plazo la Iglesia siempre se recupera de todas las derrotas”. Qué coincidencia que cinco meses después, en junio de 1929, se den en México los arreglos, que son un poco el equivalente de Letrán.

AR: ¿Hay otras similitudes en ambos casos?
JM: Fíjese que entre febrero y marzo de 1929 Calles creó el Partido Nacional Revolucionario (PNR). Un amigo que ha trabajado mucho el tema me ha dicho que Calles se inspiró de los estatutos del gran Partido Fascista italiano para crear el PNR. Encontró en los papeles de Calles una copia traducida al español de los estatutos de aquel partido, y que está anotada por Calles. Entonces realmente hay un paralelismo muy interesante entre ese nacional revolucionarismo que también se topa con una Iglesia y una religiosidad popular con la cual no simpatiza, pero que acaba finalmente tomando en cuenta.

AR: Hay otro tema en el libro, que es la herencia simbólica que en Europa dejó el movimiento cristero de México. Por ejemplo, está el Cristo Rey y el partido rexiano en Bélgica, el cura italiano que cuando es fusilado trae a la Virgen de Guadalupe, y el propio recuerdo familiar de usted respecto al padre Pro.
JM: Yo creo que el hecho mismo de que el Papa polaco Juan Pablo II haya querido tanto a México pues se debe a este hecho. Los polacos vibraron como los católicos del mundo entero viendo lo que se consideraba la resistencia heroica del pueblo mexicano, incluso sin saber de los cristeros, pero sabiendo que la fe del pueblo mexicano es grande, contra lo que habían pensado algunos obispos incluso mexicanos que creían que la fe del pueblo mexicano era muy superficial, que era un barniz, sin convicciones profundas, sin perseverancia. El mismo Calles creía lo mismo, y decía “qué bueno que cerraron los cultos. Cada domingo sin misa significa cinco por ciento de mexicanos que dejan de ser católicos, y entonces es cuestión de cuatro o cinco años y no habrá católicos mexicanos”.
Lo que pasa es al revés: como decía Tertuliano en los primeros siglos de la Iglesia, “la sangre de los mártires es semilla de cristianos”. Entonces, la fuerza de la Iglesia católica en los años siguientes, en gran parte, es el efecto no deseado, para nada, de la política del gobierno mexicano.

AR: ¿Hubo intelectuales y líderes políticos importantes que se alinearan con el gobierno mexicano? Por allí encontré alguna cita de The Times, que revivió la leyenda negra para atacar a la Iglesia.
JM: Intelectuales o políticos católicos, no, de ninguna manera. Realmente pocos gobiernos tomaron la defensa del gobierno mexicano. La mayoría de ellos observaron un silencio prudente diciendo “es un asunto interior de México y no podemos intervenir”. Eso lo veo muy concretamente en la correspondencia diplomática francesa. Francia intervino cuando sus intereses fueron afectados; por ejemplo, el gobierno francés —por cierto, en ese momento un gobierno anticlerical— en México defendió las escuelas católicas porque eran de los hermanos maristas o lasallistas, que eran franceses, daban sus clases en francés, y pues era una manera de defender la presencia cultural francesa, que iba de retirada frente a Estados Unidos desde que empezó la revolución.
De la misma manera, en los años treinta, cuando en 1935 para toda la República Mexicana sólo quedaron autorizados 305 sacerdotes, y en la Ciudad de México se habían cerrado casi todos los templos, la Embajada de Francia consiguió del gobierno mexicano que se abrieran dos templos: las parroquias francesa y libanesa. Líbano no era una colonia francesa pero fue un protectorado, y aunque los libaneses no eran ciudadanos eran son sujetos, y Francia intervino a su favor. Los católicos mexicanos no tenían templos, pero la colonia francesa en México y los libaneses sí por la intervención del gobierno francés; pero éste jamás llamó la atención del gobierno mexicano sobre su política religiosa, ya que era considerada un asunto interno.

AR: ¿Los cristeros recibieron algún apoyo del exterior más allá de oraciones y cierta propaganda?
JM: Los cristeros no recibieron ningún apoyo; a diferencia de las guerrillas modernas, contemporáneas, no recibieron dinero de ninguna potencia exterior, ni tampoco de los ricos mexicanos ni hubo el equivalente de narcoguerrillas. Fue realmente una guerrilla de pobres que, si hay que compararla con algo, es realmente con la guerrilla zapatista. Además, Estados Unidos había establecido lo que nos gustaría que hoy existiera: el embargo sobre las armas. Solamente el gobierno mexicano podía comprar armas en Estados Unidos, nadie más. Entonces, suponiendo que los cristeros hubiesen tenido dinero, no hubieran podido comprar armas a aquel país.

* Entrevista publicada en M Semanal, núm. 704, 2 de mayo de 2011. Reproducida con permiso de la directora.

lunes, julio 11, 2011

Viaje al centro del PAN. Entrevista con Víctor Reynoso



Viaje al centro del PAN
Entrevista con Víctor Reynoso*

por Ariel Ruiz Mondragón
El Partido Acción Nacional (PAN) tuvo que bregar medio siglo para alcanzar el Poder Ejecutivo en una entidad de la República, y poco más de 10 años más para alcanzar el de la Federación. Toda esa historia de participación política-electoral ha estado marcada por diversas divisiones a su interior, cuya resolución ha marcado no sólo su propia existencia, sino también la del sistema de partidos y la de la propia democracia mexicana.
En el libro Rupturas en el vértice. El PAN a través de sus escisiones históricas (México, Cepcom, 2007), Víctor Reynoso presenta un análisis de cuatro momentos definitorios en la vida de ese partido: la fundación en 1939, y tres crisis internas (1963, 1978 y 1992) que resultaron en la salida de importantes militantes. En ese trabajo podemos observar, en buena medida, la forma en que los panistas entendieron y ejercieron la política entre ellos, la que nos permite explicar, también, el ejercicio de sus gobiernos.
Sobre ese volumen charlamos con el autor, quien es doctor en Sociología por El Colegio de México e investigador-profesor de la Universidad de las Américas-Puebla. Ha sido colaborador en revistas como Este País, Nexos, Metapolítica y Estudios de Política y Sociedad, y en diarios como El Universal y Reforma.

AR: ¿Por qué escribir un libro acerca de un partido electoral destinado a ser perdedor desde su fundación, y no sólo eso, sino además sobre sus divisiones internas?
VR: Creo que es importante aclarar eso de “destinado a ser perdedor”. Ciertamente los fundadores panistas, los más destacados de ellos, no buscaban triunfos electorales inmediatos. Sabían que no los obtendrían pues entraban a participar en un sistema electoral controlado, sin sufragio efectivo. Pero no pensaban que eso sería eterno. La frase panista en la época de la fundación y los primeros años sobre su lucha como “brega de eternidad” no debe entenderse literalmente, no al menos en cuanto al acceso al poder.
Desde 1946 los panistas accedieron al poder y lo ejercieron, si bien en dosis mínimas. Pero creo que era claro que trabajaban para lograr la “auténtica representación”, una sana relación entre gobierno y sociedad, que según los panistas estaría dada por elecciones libres. Hay documentos de los años cuarenta que dejan clara esta preocupación. Es la preocupación que está detrás de la crisis que sigue a la elección federal de 1958, cuando el PAN se retira, por primera y única vez, de la Cámara de Diputados federal y de la Comisión Federal Electoral, el equivalente al actual Consejo General del IFE. Esta crisis daría lugar a la reforma electoral de 1963 y a los diputados de partido.
De manera que el destino del panismo originario no era tanto la derrota eterna, sino la transformación del sistema electoral para que algún día diera lugar a elecciones libres, al sufragio efectivo, y así a la “auténtica representación”.
A esto se añade que uno de los fundadores del PAN, sin duda el más importante, Manuel Gómez Morin, no era un teórico ni un predicador, sino alguien que había participado de manera importante en las instituciones del país, destacadamente en la Secretaría de Hacienda y el Banco de México en los años veinte, y en la Universidad Nacional en los años treinta. Este tener los pies en la realidad, conocer el sistema desde dentro, hacía atractivo el proyecto panista de fundar una institución que contribuyera a dar el paso del país del hombre fuerte al país de instituciones y leyes (Calles dixit). Si consideras además que el “sufragio efectivo” era la mitad de lema maderista, tenemos en el PAN, en el originario y de las primeras décadas, una cuestión en el centro de la vida política mexicana.
La cuestión de las divisiones internas tiene un interés teórico y un interés específico sobre el PAN. El teórico se refiere a que los partidos políticos, todos, no son unitarios. Todos tienen tendencias o fracciones internas. No son “equipos” con un interés común, sino “cárteles” con intereses encontrados. Para entender a un partido político hay que entender las características de sus grupos internos, de sus fracciones y tendencias, de la forma en que se relacionan y resuelven sus diferencias y conflictos.
Cuando empecé a estudiar al PAN, en los años ochenta, la cuestión de sus divisiones internas tenía mucha importancia tanto en la opinión pública como en la vida interna del partido. Se hablaba de “panistas tradicionales” y “neopanistas”, una división superficial y equivocada en algunos casos. Aclarar el carácter de las divisiones internas del panismo motivó la investigación y la redacción de este libro.

AR: Usted estima que las crisis del PAN también lo fueron del sistema de partidos, y que en este sentido el régimen también les dio respuesta ya que necesitaba a esa organización. ¿Qué tanto dependió la existencia del PAN de la ayuda que le brindó el viejo régimen?
VR: Aclaro en qué sentido las crisis del PAN eran crisis del sistema de partidos en esa época. Se trataba de un sistema de partidos muy particular, de un sistema hegemónico, sin competencia pero con más de un partido. Había un partido hegemónico que, gracias a su control del proceso electoral, tenía asegurado el triunfo —por supuesto que no bastaba el control de ese proceso: si el Partido Revolucionatio Institucional (PRI) pudo mantenerse en el poder tantas décadas, fue porque además contaba con importantes fuentes de legitimidad. Pero el sistema requería de otros partidos que dieran la fachada de un sistema plural, y no de un sistema de partido único.
El PAN cumplió con ese papel; lo cumplieron también (en el periodo que va de 1946 a 1979) el Partido Popular Socialista (PPS) y el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM), pero para todos era claro que se trataba de partidos subordinados al régimen, sin la autonomía que tenía el PAN. Las reformas electorales de 1963 y 1978 se explican fundamentalmente por estas características del sistema, pues pretendieron y lograron incentivar la participación de la oposición, sin darle acceso al poder. Fueron fundamentales para dinamizarlo y mantenerlo.
La “ayuda” del viejo régimen al PAN fue mínima. Ciertamente las reformas mencionadas le dieron oxígeno al PAN y al sistema hegemónico. Con la de 1963 el panismo pasó a tener 20 diputados por legislatura primero, y luego 25 (antes de la reforma había tenido un máximo de 6). Con la reforma de 1978 el número de diputados panistas aumentó también notablemente (de 20 en 1976 a 43 en 1979), aunque el PAN no era el destinatario principal de esa reforma. A partir de ese cambio en la ley el PAN recibió una serie de prerrogativas (gastos de correo y papelería, me parece), pero nada trascendente.
No tenía nada que ver con las grandes cantidades de dinero que hoy reciben los partidos. Es un contraste muy notable cómo ahora el Estado mexicano “ayuda” a los partidos, y esa misma "ayuda" en las antiguas décadas del sistema hegemónico.
Otra cuestión sería si se le daban triunfos que no merecía. Lamentablemente no contamos con encuestas para la época (quizá las había, pero no se han hecho públicas). Pero no tengo la impresión de que el PAN estuviera sobrerrepresentado, de que recibiera triunfos que no hubiera obtenido en las urnas.

AR: Durante su larga lucha, el PAN tuvo un modelo cívico que puso énfasis en la obediencia a las reglas escritas, a la democracia, a la participación ciudadana y la responsabilidad de los funcionarios. ¿En su vida interna ha respetado ambos principios?
VR: Sí, con matices y centrándonos en los organismos nacionales del partido. En algunos órganos locales las cosas han sido más complejas. Con matices porque no creo que haya ninguna organización humana que se base sólo en reglas escritas, ya que siempre hay reglas no escritas que son muy importantes. Pero el contraste entre el PAN y nuestros otros partidos es aquí notable, y la peculiaridad panista es el apego a la normatividad escrita.
Tienes el caso del PRI. La normatividad que hizo al sistema priísta uno de los aparatos políticos más longevos e interesantes de la historia contemporánea es una normatividad no escrita. En ningún lado se escribieron las reglas fundamentales que hicieron funcionar este sistema: que el Presidente en turno elige a su sucesor; que debe haber autonomía sexenal, es decir, el Presidente no interviene en política después de su periodo; que el Presidente debe elegir a su sucesor dentro de su gabinete, y que tiene una influencia decisiva en la selección de los gobernadores, senadores y diputados, pero limitado por ciertas normas, no escritas desde luego; que los candidatos del PRI siempre ganan, etcétera. Estas normas fueron del PRI clásico, y nunca fueron escritas.
Esta institucionalidad no escrita es lo que hace fascinante al PRI, un caso muy interesante para las ciencias sociales. El PAN, desde esta perspectiva, es mucho menos interesante. Fuera de este juicio de valor “epistemológico”, no hay una valoración en esta distinción. Se trata de juicios de hecho. No creo que el PRI hubiera podido gobernar al país apegándose estrictamente a las normas escritas (como no lo hicieron ni Benito Juárez ni Porfirio Díaz). Pero ese es otro tema.
Habría ciertamente que distinguir en tu pregunta entre normatividad escrita y democracia. Para algunos, el que el presidente nacional del PAN sea electo en el Consejo Nacional, formado ahora por poco más de 350 integrantes, no sería democrático: no participa el demos panista, la militancia. Pero creo que los panistas sí han sido razonablemente respetuosos con sus reglas escritas.
No me queda claro que sea el caso en cuanto a la responsabilidad de los funcionarios públicos. Si en los gobiernos panistas (federales, estatales, municipales) se hubiera aplicado esa responsabilidad, tendríamos a muchos más funcionarios sancionados, algunos del PAN, y otros de otros partidos.

AR: ¿Cuáles han sido los principales mitos que sostuvieron al panismo, especialmente en sus años duros? Por allí encuentro, por ejemplo, el del fraude electoral del gobierno, sin cuya maquinación los panistas ganarían los comicios.
AR: Sin duda el mito del fraude electoral es fundamental para el sostén del panismo. El fraude existía, o si queremos ser más precisos, existía el total control del gobierno sobre el proceso electoral. Hasta la reforma electoral de 1996 el secretario de Gobernación salió del organismo electoral y el padrón electoral llegó a ser un instrumento público, no controlado por el gobierno. Pero el mito panista consiste en que si no hubiera fraude el PAN ganaría todo (o casi), y el PRI perdería. Hoy vemos en los resultados electorales federales y locales que eso no era cierto.
Otro mito, quizá más importante: la idea de que todos los males del país se debían a la política, y que todos nuestros males políticos se debían al PRI. Acabar con el PRI, “sacarlo de Los Pinos”, sería el inicio de una transformación total del país. Es claro que no es así, y los hechos lo han demostrado con claridad. Pero ese mito fue una idea que dio mucha fuerza al panismo.

AR: Tengo la impresión de que fue la doctrina originaria del PAN es la que dio origen a los conflictos internos de la organización, ya que obstaculizaban su profesionalización y crecimiento. ¿Es así?
VR: No lo veo así. La doctrina panista es básicamente la misma hoy que en 1939. Se ha modernizado, pero no ha perdido su esencia. Con la misma doctrina el PAN ha vivido épocas de tranquilidad interna y épocas de fuertes conflictos. Si acaso un cambio doctrinal produjo un conflicto interno, fue el realizado a fines de los años sesenta, que mostró un perfil más radical del grupo que saldría a fines de los setenta, encabezado por Efraín González Morfín.
Pero no veo que la doctrina panista obstaculizara la profesionalización y crecimiento del partido.

AR: Se hace referencia a un documento de 1941 en el que se pedían asuntos clave: autonomía del órgano electoral, credencial ciudadana con fotografía y padrón electoral, representación proporcional pura, iniciativa popular, plebiscito y referéndum. Sólo la tercera no ha caminado, pero las primeras son realidad y las últimas tres son enarboladas por la izquierda. Eso, más los cargos que ha alcanzado, ¿no quiere decir que su triunfo ha sido más electoral que cultural?
VR: El PAN ha tenido un triunfo cultural y desde luego triunfos electorales. No es cualquier cosa haber ganado dos veces la Presidencia de la República, además de muchos estados y municipios. Hay un triunfo cultural también en el sentido planteado por Carlos Castillo Peraza a principios de los noventa: las tesis fundamentales del PAN (la defensa de la democracia electoral en particular, muy mal vista en la época de la fundación) están hoy generalizadas. Los asuntos clave que mencionas son importantes al respecto.
Lo interesante es preguntarse si ha habido un triunfo político del panismo. En el sentido que quizá Gómez Morin lo plantearía: hacer de la política un instrumento eficaz para acabar, o limitar significativamente, con el dolor humano evitable.

AR: El PAN realizaba un trabajo de Sísifo, como usted dice: participaba en elecciones inequitativas, las perdía y denunciaba fraude. Pero inmediatamente volvía a participar, hasta que “algo rompiera con esa lógica”. ¿Qué fue, finalmente, ese “algo”?
VR: El fin del control electoral por parte de los gobiernos priistas. El ciclo de reformas que se inicia en 1989 y culmina en 1996. El Sísifo electoral puede existir solamente en un sistema hegemónico. Ese sistema se acabó en 1996.

AR: Hay una tensión que recorre la historia del partido: política y religión, la que se acentuó a fines de los años cincuenta y principios de los años sesenta, con la intentona del sector juvenil por acercarse a la democracia cristiana. Para ello se podrían contrastar las posiciones, por ejemplo, de Adolfo Christlieb Ibarrola y de José González Torres. ¿Cómo ha tratado y resuelto ese conflicto el PAN?
VR: Aprovecho para aclarar un lugar común sobre el PAN: que desde su origen estuvo dividido por dos tendencias muy claras, una secular y liberal, encabezada por Manuel Gómez Morin, y otra católica conservadora, cuyo líder era Efraín González Luna. No hay ninguna fuente que permita hablar de esta distinción. Ciertamente la biografía de ambos fundadores permitiría plantear la hipótesis. Pero no hay datos que sostengan ese lugar común o prejuicio. Ahora que se ha publicado la extensa correspondencia entre los dos principales fundadores del PAN, es claro que hubo entre ambos una fuerte identificación personal, política y doctrinaria.
La polémica panista sobre la forma en que debía vincularse religión con política se dio, como bien dices, a principios de los años sesenta. Pero no tanto por el intento de los líderes juveniles que pretendían incorporar al PAN a la democracia cristiana internacional. La polémica se dio más bien entre una tendencia encabezada por don José González Torres, presidente nacional panista entre 1959 y 1962 y candidato a la Presidencia de la República en 1964, y Adolfo Christlieb Ibarrola, líder nacional panista desde 1962 hasta su muerte, en 1968.
Ambos líderes se opusieron a la propuesta de integrar al PAN con la DC internacional. Ambos eran católicos. Pero hasta ahí sus semejanzas. González Torres tenía una actitud más cercana al integrismo, donde no había una distinción entre religión y política. Usó un traje negro toda su vida en señal de luto porque la Iglesia católica no era reconocida legalmente en México (en 1991 se alegró del reconocimiento, pero al parecer no cambió el color de sus trajes).
A Christlieb lo debemos situar claramente en un catolicismo de distinción de planos, secular o liberal si se quiere. Aunque podía reconocer que su participación en política se originaba en sus valores cristianos, no derivaba de esos valores una posición política definida, clara y unívocamente determinada. Consideraba que había una especie de “autonomía relativa” (el término obviamente no es de él) entre religión y política. La cuestión del reconocimiento jurídico de las Iglesias seguramente le parecía mínimo frente a los problemas sociales y económicos del país.
Christlieb publicó interesantes ensayos sobre su forma de ver la relación entre religión y política. Fue cruel con sus oponentes, a los que dirigió la célebre frase de “meadores de agua bendita”.
Hoy, creo que debido al avance de la secularización en el país, a la que el PAN no puede ser ajeno, las posiciones integristas se han debilitado. Existen, sin duda, pero son minoritarias. Y, sobre todo, difícilmente tendrían éxito en un contexto dominante. Un candidato panista a la Presidencia con posiciones integristas tendría, creo, asegurada su derrota. Puedes ver el caso de los actuales gobernadores de Jalisco y Guanajuato. Suponiendo sin conceder (los conocemos por la prensa, que suele exagerar estas cosas) que fuera católicos integristas, tendrán que mesurar, ocultar o de plano eliminar su integrismo si quieren ser candidatos presidenciales.

AR: Desde el grave conflicto de 1975-1976, ¿la gran disputa al interior del partido no ha sido entre quienes buscan, principalmente, votos de manera profesional, y aquellos que apelan a la doctrina y prefieren seguir siendo amateurs?
VR: No creo que ese sea un factor de división interna, de fraccionalización. No veo ningún dato o proceso que nos señale que por ahí van las cosas.
Sí hay una tendencia, común a muchos panistas, a sentirse más cómodos en la oposición. Entre otros, Roy Campos lo ha señalado: en 2006 el discurso panista durante la campaña a la Presidencia tuvo fuertes tonos de partido de oposición: había que evitar que López Obrador, “un peligro para México”, llegara al poder. Hoy, los panistas están tentados a seguir con ese discurso opositor, al poner como su principal argumento para la elección de 2012 el evitar que el PRI regrese al poder. Algo muy curioso para un partido que ha gobernado al país desde el 2000.

AR: ¿Cuál ha sido la influencia real de los grupos externos en el PAN? Por ejemplo, durante etapas de su vida y hasta la fecha se habla de la intervención de organizaciones como el Grupo Monterrey y El Yunque, por ejemplo.
VR: Sin duda ha habido influencias externas dentro del PAN, como en cualquier partido político. Pero me parece que se han exagerado. No han determinado ni los liderazgos ni el proyecto del partido. Se decía, por ejemplo, que José Ángel Conchello y su grupo eran instrumentos del Grupo Monterrey. Ese grupo de panistas dirigió al partido unos años, y luego fue desplazado por Luis H. Álvarez (quizá el actor central de Rupturas en el vértice, aunque es difícil advertirlo porque se trata de un político muy discreto), grupo del que formaron parte Carlos Castillo Peraza y Felipe Calderón. Sólo cerrando los ojos a la realidad se puede afirmar que ese grupo es afín a o está controlado por grupos como los empresarios regiomontanos o El Yunque.
Las teorías de la conspiración son muy atractivas y a veces difíciles de rebatir, pues sus argumentos aluden a pruebas secretas, inaccesibles. Pero, volviendo a tu pregunta, creo que la influencia de esos grupos ha sido poco significativa en el PAN.

AR: ¿Qué cambios ha generado en el PAN su arribo a la Presidencia de la República? ¿Ha cambiado su ética de la convicción por la ética de la responsabilidad?
VR: Espero que sí. Aunque ciertamente, gracias al carisma del fundador, que tuvo una intensa participación en el servicio público, el PAN siempre mantuvo un sentido de la ética de la responsabilidad.
Espero que el ejercicio del poder presidencial haya contribuido a la maduración de la clase política panista y la haya preparado para gobernar mejor al país, o para ser una oposición más creativa y crítica. No hay doctorados para ser Presidente de la República o secretario de Estado. Se aprende en la práctica, a veces con costos muy altos.

AR: En las últimas dos décadas no ha habido separaciones tan graves como las que se describen y explican en su libro, pero sí sensibles: por ejemplo, las de Carlos Castillo Peraza y Fernando Gómez Mont, así como el conflicto con Manuel Espino. ¿Qué lectura se le puede dar a estos hechos?
VR: Creo que es un dato interesante el que mencionas. Es frecuente que haya salidas individuales de los partidos. Es cosa de todos los partidos, y si no de todos días, sí de todos los años. En la mayor parte de los casos estas renuncias, expresas o tácitas, no hacen ruido. Lo hicieron los casos que señalas porque eran panistas notables, y su retiro del partido fue en el contexto de algún conflicto. Pero no pueden considerarse escisiones de grupos o tendencias, como las analizadas en Rupturas en el vértice.
Una lectura posible a esta ausencia de escisiones en los últimos 20 años es que el PAN ha incrementado notablemente los cargos públicos que puede ofrecer a sus militantes. A diferencia del PRI, donde el tamaño del pastel priista se redujo notablemente, pues ahora tiene que compartirlo con otros partidos, el pastel panista, incluyendo cargos pagados en el partido, ha crecido enormemente. Es difícil salirse de un partido que te ofrece incentivos selectivos (cargos públicos remunerados) en forma creciente, y más si no hay una alternativa. Esto explicaría porque las escisiones priistas se han multiplicado desde la transición y las panistas han disminuido.

AR: Las críticas en los conflictos internos del partido han sido, entre otras, la indebida intervención de grupos empresariales, el pragmatismo político que pudiera convertirse en oportunismo y la formación de estructuras paralelas al partido. El caso de Vicente Fox pareciera resumir esas añejas críticas. En este sentido, ¿Fox fue una derrota cultural del panismo?
VR: No lo veo así. Creo más bien que lo que expresó el gobierno de Fox fue uno de los mitos panistas ya mencionados: “dame elecciones libres para sacar al PRI de Los Pinos, y todo lo demás se nos dará por añadidura”. Ese mito era de una gran ingenuidad, aunque las elecciones libres y el poder sacar del poder a cualquier partido mediante votos es en sí un progreso. Pero además la política es un asunto complejo. Los males del país obviamente no dependían de un partido ni se iban a acabar con la alternancia. El cambio del sistema que hizo a la alternancia posible, si bien acabó con algunos problemas, generó otros nuevos.
Se requiere además de visión, estrategias, tácticas, decisiones… Parece que Fox y muchos panistas creyeron que bastaba llevar sus buenas intenciones a Los Pinos.
Creo que fue esa ingenuidad, más que los factores que mencionas, lo que explica las limitaciones del Fox.

AR: ¿Cómo ha sido la relación de los dos más recientes Presidentes de la República con su partido? ¿Cuál ha sido su intervención al interior de éste?
VR: Me parece que las relaciones han sido muy distintas. En el caso de Fox parece haber habido una mayor autonomía entre partido y Presidencia. En el caso de Calderón, por primera vez en la historia del PAN, dos presidentes no terminaron su periodo (Manuel Espino y Germán Martínez Cázares). Por primera vez hubo dos elecciones de presidente nacional con candidatos únicos (Martínez Cázares y César Nava). Que estos dos candidatos únicos hayan sido políticos muy cercanos al presidente habla de una fuerte influencia, de un control, del Ejecutivo sobre la organización del partido.
Esto cambió en la elección de diciembre de 2010, cuando hubo cinco candidatos (nunca había habido tantos en una elección para la presidencia nacional panista).
Pero debo mencionar que hay todavía muchas cosas que aclarar, preguntas que responder y lugares comunes que desnudar, sobre nuestros partidos políticos y nuestra política en general. Espero que Rupturas en el vértice sea una contribución.

*Entrevista publicada en M Semanal, núm. 693, 14 de febrero de 2011. Reproducida con permiso de la directora.