Los ecos internacionales de la Cristiada
Entrevista con Jean Meyer*
por Ariel Ruiz Mondragón
Tras la etapa más violenta de Revolución Mexicana, en la segunda mitad de la década de los veinte nuestro país tuvo que vivir la experiencia de un movimiento armado de carácter religioso: la llamada Cristiada, la que estuvo dirigida contra la política anticlerical del gobierno mexicano sustentada en la Constitución de 1917.
Dicha rebelión tuvo fin con los arreglos entre el gobierno mexicano y la cúpula de la Iglesia católica en 1929, aunque en varios lugares se mantuvo el levantamiento hasta tiempo después. Sin embargo, las consecuencias religiosas, políticas y culturales de la Cristiada aún se sienten en la actualidad, especialmente a través de la utilización de la muerte de aquellos a quienes la Iglesia católica ha denominado “mártires”.
Pero los efectos y los usos de aquel movimiento no se limitó al espacio nacional, sino que también trascendió al plano internacional: en muchos países se realizaron oraciones y actos de apoyo a los católicos mexicanos, y fue utilizado para fortalecer posiciones específicas en cada país.
Como una primera aproximación a las consecuencias de la Cristiada allende nuestras fronteras, Jean Meyer convocó a un grupo de académicos de 13 países a estudiar las manifestaciones que en otros países hubo respecto al levantamiento católico mexicano, cuyas contribuciones ha publicado ahora en el libro Las naciones frente al conflicto religioso en México (México, Tusquets, 2010).
Sobre este volumen charlamos con el autor, con quien abordamos los temas siguientes: las estrategias gubernamentales y rebeldes para difundir sus posiciones en el exterior, las relaciones con grupos extranjeros, las similitudes entre los gobiernos de Plutarco Elías Calles y de Benito Mussolini, la posición del gobierno francés ante el conflicto y la herencia simbólica que pervive en la actualidad.
Meyer es doctor en Historia por la Universidad de París X Nanterre, profesor-investigador del Centro de Investigación de Docencia Económicas e investigador emérito del Sistema Nacional de Investigadores. Director de la revista Istor, es autor de casi una treintena de libros, entre el que destaca el clásico La Cristiada.
Ariel Ruiz (AR): Tras su gran obra sobre los cristeros, ¿cuál fue la razón para realizar un coloquio sobre el impacto internacional sobre aquel movimiento, y que dio origen a este libro?
Jean Meyer (JM): Hace unos años una colega, Clara García, me dijo: “Ya está abierto el archivo histórico del Arzobispado de México; está muy bien catalogado, y todos los papeles de la época del conflicto religioso ya están abiertos al público”. Entonces yo le dije: “Mira, yo ya no trabajo el tema; estoy con otras cosas, con Rusia y con el celibato sacerdotal”.
Pero ella me insistió: “Date una vuelta, nada más para que veas”. Fui al archivo (que, efectivamente, está muy bien ordenado, catalogado, y el servicio al público es espléndido) y pedí el catálogo del Fondo “Obispos” de los años veinte, del conflicto religioso, y hojeándolo con mucha curiosidad y asombro, me di cuenta de que había mucha correspondencia, tanto en inglés como en español, de obispos norteamericanos. Entonces pedí unos expedientes y me picó la araña de la curiosidad, lo que me llevó a escribir y publicar un libro que se llama La cruzada por México. Los católicos de Estados Unidos y la cuestión religiosa en México. Y fui a trabajar los archivos norteamericanos, así como también a los Caballeros de Colón, que habían armado un lobby a favor de los católicos mexicanos en el Congreso de Estados Unidos, y que presionaba a los presidentes de ese país desde Wilson hasta Roosevelt.
Publiqué ese libro, pero me di cuenta realmente que el conflicto religioso en México había tenido un impacto mundial. Entonces decidí organizar un coloquio para tomar un poco la dimensión de ese impacto, porque yo había estudiado sólo el conflicto religioso, y más concretamente la dimensión militar de la insurrección de los cristeros. De manera muy normal todos los que somos historiadores de México somos ombliguistas: la historia de México es tan rica, que uno ni piensa mirar afuera. Sí, todo el mundo decía que el embajador de Estados Unidos intervino, ayudó a encontrar soluciones y a firmar los arreglos de 1929; fue algo así como el Mister Buenos Oficios, pero más allá de eso, no.
Y así como Friedrich Katz nos demostró que la Revolución Mexicana tuvo una dimensión internacional, y que México en varias ocasiones fue algo así como un campo de batalla entre grandes potencias e imperialismos que aquí se encontraban, donde se peleaban todos los espías del mundo, yo me di cuenta de que hasta China, Filipinas y Australia —para mencionar a los países más lejanos— llegó el ruido de la suspensión del culto en México, del exilio de los obispos y del fusilamiento del padre Miguel Agustín Pro, que fue realmente lo que fue el momento más espectacular. En este caso, el presidente Plutarco Elías Calles no quiso justicia, por lo que no hubo juicio y Pro fue ejecutado en caliente. Pero Calles cometió un grave error: convocó a la prensa y a los fotógrafos para darle toda la publicidad máxima al hecho, para que los católicos mexicanos entendieran de una vez y para siempre que no le temblaba el pulso. Lo que pasó es que a la semana aquello era la portada de todos los periódicos y revistas del mundo entero. En seguida se comenzaron a escribir hagiografías del mártir, del santo en todos los idiomas del mundo: en polaco, holandés, etcétera.
Tras tomar esto en cuenta, lancé invitaciones un poco al azar, aprovechando una red de amigos y diciéndole, por ejemplo, a una antropóloga polaca (quien, por cierto, fue embajadora de Polonia en México): “¿No habrá un historiador en Polonia que trate el tema en su país?”. O sea, no fue una selección científica. Así llegamos a 16 países representados en este libro; para otros países o no encontramos gente o, como iba a ser un coloquio de tres días intensos de seminario donde los 16 ponentes iban a asistir a todas las sesiones para hacer una obra realmente colectiva, nos limitamos a ese número, pensando que más no se podían por cuestiones de tiempo y de dinero.
Entonces, por ejemplo, Centroamérica o Perú no están presentes, aun cuando allí también hubo manifestaciones respecto al conflicto. Pero tuvimos que en Alemania el historiador que nos iba a hacer la ponencia se enfermó y no pudo terminar; yo aludo a ese país al final en el posfacio, en la síntesis, pero no tenemos una ponencia sobre él cuando fue importantísimo porque se dividió en dos: el Partido Socialista Alemán se solidarizó con Calles, y el muy fuerte Partido Católico del Centro, evidentemente, con los católicos mexicanos. Un caso muy interesante fue la intervención del gran rabino de Berlín a favor de los católicos mexicanos; ya que hay católicos que creen que los judíos odian al cristianismo y que quieren acabar con la Iglesia, y además hay católicos antisemitas, pues se debería pensar en ese rabino, que en el periódico de la comunidad judía de Alemania llamó a orar por los católicos mexicanos injustamente perseguidos.
Entonces tenemos desde Alemania hasta Chile, pasando por el Canadá francés (Québec) —que se movilizó muchísimo—, Estados Unidos y Brasil, hasta Polonia, Italia, España e Inglaterra; en varios casos, los ponentes desconocían con anterioridad el tema, por lo que todos se pusieron a trabajar casi un año para llegar a esa ponencia. Además, los investigadores de Inglaterra, España e Italia ya quieren hacer un libro porque hay materia para ello.
AR: ¿Hubo una estrategia de los católicos mexicanos para internacionalizar el conflicto, hubo una política del Vaticano para ello?
JM: No. Fue la Liga Nacional de Defensa de la Libertad Religiosa (LNDLR), que era la organización católica que se fundó en 1925. Cuando el gobierno mexicano intentó (aunque fracasó rápidamente) crear una Iglesia cismática, una Iglesia católica mexicana, los católicos sintieron la necesidad de organizarse para defenderse, y es cuando fundaron la LNDLR. Los ligueros más importantes, motivados y militantes fueron hombres jóvenes de entre 20 y 30 años, todos los cuales salieron de la Acción Católica de la Juventud Mexicana (ACJM), y tenían el radicalismo de la juventud. Cuando vieron que meses de acción cívica y de recursos legales en los tribunales no servían para nada, se impacientaron y, como los revolucionarios mexicanos, deseaban tomar el camino supuestamente corto de las armas, y entonces ellos fueron los que provocaron el levantamiento cristero, y ellos buscaron una ayuda internacional. Crearon una organización que se llama VITA México (Asociación Internacional de Apoyo a los Católicos Mexicanos) y dieron a conocer el conflicto religioso entre los católicos de muchos países —en Italia especialmente, donde fueron muy exitosos, mucho más que el Vaticano.
Realmente la propaganda la hicieron mexicanos en el extranjero, al grado de que sí provocaron la movilización de los católicos en todos los países, por lo que el gobierno mexicano tuvo que utilizar toda su red diplomática para armar contrafuegos. Por ejemplo, nuestro embajador en París en ese momento era nada menos que Alfonso Reyes, que era un joven escritor ya reconocido (aunque quizá no tan famoso como lo fue después), muy francófilo y francófono, y que en París tuvo que luchar rudamente porque un día aparecieron los muros de París tapizados con carteles que representaban al presidente Calles y lo denunciaban como asesino; entonces él contrató gente para quitar esos carteles y levantó una protesta en la Secretaría de Relaciones de Francia, y les dijo: “Como embajador de un país amigo, pido la intervención del gobierno francés para que no se agreda e insulte al presidente legítimo de México”.
Entonces hay esa dimensión de lucha entre mexicanos en el extranjero.
Como embajador en Brasil le pasó lo mismo a Reyes. Nuestro embajador en Colombia era el Sr. Urquidi, padre del economista don Víctor Urquidi, quien por desgracia ya falleció; éste me contaba que, cuando niño en Bogotá, Colombia, en el colegio a la hora del recreo tenía que pelearse con los compañeros del colegio, quienes le decían: “Tu papá sirve a un gobierno anticatólico, ateo, que fusila a los sacerdotes, que viola a las monjas”. Tenía unos recuerdos de infancia un poco fuertes.
AR: También estuvo Pascual Ortiz Rubio como embajador en Brasil.
JM: Ortiz Rubio sí era de armas tomar. Alfonso Reyes sí fue capaz de evitar discusiones y de ganarse la amistad de los intelectuales católicos brasileños y de los argentinos también, mientras que Ortiz Rubio provocó una tensión diplomática que casi llegó a la ruptura de relaciones. Realmente México lo mandó llamar y lo quitó, porque si no, iba derecho contra el muro.
AR: La LNDLR fue a hacer campaña a favor de los cristeros en otros países. ¿Pero el gobierno tuvo alguna estrategia específica para enfrentar esa campaña?
JM: La hubo. Incluso contrató periodistas profesionales tanto para escribir libros sobre México, sobre la Revolución Mexicana, sobre Luis N. Morones y la Confederación Regional Obrera Mexicana, la que movilizó al Partido Laborista inglés diciéndole “nosotros somos laboristas”. Calles contrató a un joven periodista norteamericano, Ernest Gruening, quien años después llegaría a ser gobernador de Alaska y senador por ese estado toda la vida, y que publicó un libro muy importante, muy interesante sobre México, que era evidentemente parcial porque el gobierno mexicano le pasaba toda la información contra sus enemigos internos, rivales revolucionarios, dando pruebas de su corrupción, violencia o asesinatos, pero evidentemente para que el gobierno del general Calles quedara bien y limpio.
Una dimensión de la estrategia fue movilizar a las embajadas y los consulados; por ejemplo, un medio hermano del presidente Calles, Arturo Elías, en ese momento era un cónsul importante en Estados Unidos, y provocó una pequeña crisis porque después de hacer lo que era perfectamente normal (multiplicar las entrevistas, las conferencias de prensa, intervenciones radiofónicas en las que defendía la política antirreligiosa del presidente mexicano), utilizó la franquicia postal que como cónsul tenía, para repartir cientos de miles de folletos de propaganda antirreligiosa en los que asumía la defensa de su gobierno. Cuando los católicos mexicanos (en este caso los famosos Caballeros de Colón) se enteraron, interpelaron en el Congreso al gobierno norteamericano diciéndole: “¿Sabe usted que…?”, y las autoridades estadunidenses en ese momento convocaron al embajador de México y le dijeron: “Oiga, dígale al cónsul que le pare o que se vaya”.
AR: Tras leer los casos del libro, se observa que el brindado a los cristeros mexicanos no fue un apoyo totalmente desinteresado, sino que en cada país tuvo una utilización local específica: en Irlanda sirvió para respaldar el nacionalismo, en Chile sirvió para apoyar al Partido Conservador, en Bélgica para la unificación de los católicos, etcétera. ¿Cuáles son los principales usos que usted aprecia que se le dieron a la rebelión cristera de México?
JM: Un hecho interesante es que en todos esos países se habla de la Iglesia, de los mártires —especialmente de los sacerdotes—, y el padre Pro es una figura emblemática –como se dice ahora—, pero casi no se habla de los cristeros porque, por un lado, el gobierno mexicano mantuvo una censura férrea sobre la guerra misma, y tan es así que no hay una sola entrevista de prensa, ni una sola fotografía de cristero publicada a lo largo de los tres años de la guerra. Hubo una gran cantidad de fotografías de Emiliano Zapata y de Francisco Villa, así como muchos periodistas extranjeros e incluso camarógrafos de cine norteamericanos —había 80 en 1919—que trabajaban en México siguiendo a los villistas. Pero de los cristeros nos tenemos ni un minuto de filmación ni de noticiero.
Eso por un lado; por el otro, cuando se sabía de la lucha armada, a los católicos europeos, muy escaldados por siglos de guerras de religión y de violencia, la idea de una como Cruzada, de lucha armada con motivos religiosos, de guerra santa les repugnaba mucho. En el caso de Irlanda, ésta acababa apenas de salir de una guerra de independencia contra Inglaterra, y también de una guerra civil entre irlandeses. El violentísimo Ejército Republicano Irlandés (IRA por sus siglas en inglés) había sido condenado por la Iglesia católica de ese país. Entonces ésta dijo: “Hay que rezar por los hermanos mexicanos, no hay que olvidarlos”, y exaltó a los obispos mexicanos, a los mártires y al padre Pro, pero ni una palabra de la lucha armada. Incluso el representante de la VITA quiere ir a Irlanda pensando “con esos valientes guerreros irlandeses vamos a tener apoyo, igual hasta militar. Va a haber voluntarios irlandeses para venir a luchar a México —acuérdese del Batallón de San Patricio en el siglo XIX”. Sin embargo los obispos irlandeses prohíben la entrada del señor, porque tienen la obsesión de que no se podía exaltar la lucha armada de los católicos mexicanos, por más que pensaran que fuera necesaria, porque allí acababan de condenar la lucha armada. Esto es un asunto muy serio, porque en 1927 IRA asesinó a un ministro católico del gobierno republicano irlandés, y lo hizo mientras iba a misa.
Entonces por eso casi no se hablaba de la lucha armada; se mencionaba a los mártires y había que rezar todos los domingos, y toda la catolicidad recordaba a los hermanos mexicanos.
AR: Los curas europeos que apoyaron al movimiento cristero mexicano siguieron caminos muy distintos en los años que siguieron. Está el caso del italiano Martino Capelli, quien traía a imágenes guadalupanas cuando lo fusilan los nazis; pero del otro lado, muy contrastante, estaba el belga León Degrelle, quien fue un nazi.
JM: Degrelle fue un personaje terrible, quien tiene su lógica. Él empezó como joven estudiante católico muy radical, e incluso él es el único periodista que llegó a México y publicó un libro acerca de sus andanzas en México —el que no he conseguido—, pero encontré referencias en los archivos del Arzobispado. Ya después de los arreglos, llegó al país realmente al final de la Cristiada. Quiso entrevistar al flamante arzobispo de México, don Pascual Díaz, quien fue uno de los dos que firmaron los arreglos. Éste, hombre muy prudente, no lo recibió, y fue su secretario personal quien contestó muy breve y prudentemente —no hay la menor crítica al gobierno mexicano— a las preguntas de Degrelle. Entonces, yo tengo la prueba de que éste vino a México.
Luego Degrelle encontró que el Partido Católico belga era demasiado socialcatólico y tímido, no lo suficientemente católico, por lo que fundó su propio partido, al que puso como nombre Rex —por Cristo Rey—, que es un movimiento de corte moderno, populista, ultranacionalista y demagogo. Rápidamente en 1936 llegó a tener el 20 por ciento de los votos de los belgas, y se fue del lado del fascismo. Visitó a Benito Mussolini, quien quedó encantado con él y lo apoyó; visitó a Adolfo Hitler, con los mismos resultados. En ese momento la Iglesia católica belga prohibió a los católicos votar a Degrelle, y éste fue derivando, más y más, hacia la ultraderecha, al grado de que cuando ocurrió la Segunda Guerra Mundial, cuando Bélgica estaba conquistada por los nazis, fundó una Legión de voluntarios belgas francohablantes que se llamó la Legión Wallonia. Sirvió en el Waffen SS, que es como los marines norteamericanos, una unidad combatiente de élite nazi.
Fue un héroe combatiente, herido varias veces, y recibió el grado de general del Ejército alemán, así como las más altas condecoraciones: no solamente la Cruz de Hierro, sino también la Cruz de Caballero con Hojas de Roble, y fue Hitler quien personalmente lo condecoró. De esto hay una fotografía famosa que usted puede encontrar en los sitios neonazis españoles. Supuestamente, Hitler habría dicho: “De haber tenido un hijo, yo hubiera querido tener a Degrelle”.
Degrelle peleó hasta el último momento, y cuando ya se derrumbaba el Reich, se subió a un avión caza —era piloto, incluso; fue un aventurero increíble este hombre—, y llegó hasta España, donde su avión ya no tenía combustible y cayó en el mar frente a San Sebastián. Lo pescaron los españoles y se volvió amiguísimo de Franco. Fue condenado en ausencia a muerte por contumacia en Bélgica, pero tuvo una segunda vida con Franco: de rico empresario. España nunca lo expulsó, y murió casi centenario, nazi y antisemita hasta el final, y en ruptura total con Roma. Para él, el Concilio Vaticano II fue la prueba de que los judíos se habían apoderado del Vaticano, y se fue con monseñor Marcel Lefebvre.
Felizmente, es el único caso que encuentro en este mundillo.
AR: Es muy interesante el caso de Italia y la posición de Mussolini, quien decía que Calles, de alguna manera, los había desnudado.
JM: El caso italiano es muy interesante en su ambigüedad misma, porque el régimen fascista, Mussolini, simpatizaba mucho con la Revolución Mexicana. Hay que recordar que nuestra revolución, si bien es social, también es nacionalista, y el fascismo italiano empezó así e incluso sedujo a muchos jóvenes en toda Europa, así como hace 50 años Fidel Castro nos sedujo a todos porque era el revolucionario del momento. Mussolini empezó como un anticlerical furibundo, y en el fascismo hubo una raíz anticlerical muy fuerte; incluso hay una escena famosa de un mitin público donde Mussolini dijo: “Les voy a demostrar que Dios no existe: si Dios existe, le doy cinco minutos para que me fulmine”, y se para, transcurre el tiempo y después dijo: “Ya pasaron los cinco minutos. Dios no existe”.
Entonces, el gobierno italiano simpatizaba mucho con la Revolución Mexicana, y especialmente con el gobierno de Calles. La política educativa de éste, la organización corporativa, los sindicatos, todo eso le gustó mucho a Mussolini, y hubo excelentes relaciones entre los dos países. Incluso uno de los mejores periodistas fascistas, Marco Appelius, vino a México y escribió un libro excelente sobre el gobierno de Calles que se llama El águila de Chapultepec, escrito en el momento del conflicto religioso. (Por cierto, Apelius es la única fuente que encontré que dice —no sé si él lo inventó— que el presidente Calles visitó a José de León Toral en la cárcel antes de su ejecución, y que tuvieron un diálogo muy breve, fuerte e interesante entre los dos).
Pero Mussolini, ya instalado en el poder, se dio cuenta de que Italia es un país muy católico, como México, y de que entonces le convenía hacer la paz con la Iglesia, lo que hace en los famosos Acuerdos de Letrán de febrero de 1929, que ponen fin a una cuestión espinosísima que remontaba a la unificación de Italia en la segunda mitad del siglo XIX, cuando el Papa perdió su soberanía temporal sobre la tercera parte de Italia, Roma se volvió la capital de Italia y el Papa se consideraba el preso del Vaticano.
Con esos acuerdos, Mussolini logró resolver la cuestión tanto para Italia como la cuestión internacional del Vaticano como Estado, como sujeto de Derecho Internacional, con su independencia, con sus pocos cientos o miles de ciudadanos. En ese momento hizo unas declaraciones muy importantes, que aparecen en el libro, en las que dice “quien se mete contra la Iglesia, termina siempre perdiendo, porque a largo plazo la Iglesia siempre se recupera de todas las derrotas”. Qué coincidencia que cinco meses después, en junio de 1929, se den en México los arreglos, que son un poco el equivalente de Letrán.
AR: ¿Hay otras similitudes en ambos casos?
JM: Fíjese que entre febrero y marzo de 1929 Calles creó el Partido Nacional Revolucionario (PNR). Un amigo que ha trabajado mucho el tema me ha dicho que Calles se inspiró de los estatutos del gran Partido Fascista italiano para crear el PNR. Encontró en los papeles de Calles una copia traducida al español de los estatutos de aquel partido, y que está anotada por Calles. Entonces realmente hay un paralelismo muy interesante entre ese nacional revolucionarismo que también se topa con una Iglesia y una religiosidad popular con la cual no simpatiza, pero que acaba finalmente tomando en cuenta.
AR: Hay otro tema en el libro, que es la herencia simbólica que en Europa dejó el movimiento cristero de México. Por ejemplo, está el Cristo Rey y el partido rexiano en Bélgica, el cura italiano que cuando es fusilado trae a la Virgen de Guadalupe, y el propio recuerdo familiar de usted respecto al padre Pro.
JM: Yo creo que el hecho mismo de que el Papa polaco Juan Pablo II haya querido tanto a México pues se debe a este hecho. Los polacos vibraron como los católicos del mundo entero viendo lo que se consideraba la resistencia heroica del pueblo mexicano, incluso sin saber de los cristeros, pero sabiendo que la fe del pueblo mexicano es grande, contra lo que habían pensado algunos obispos incluso mexicanos que creían que la fe del pueblo mexicano era muy superficial, que era un barniz, sin convicciones profundas, sin perseverancia. El mismo Calles creía lo mismo, y decía “qué bueno que cerraron los cultos. Cada domingo sin misa significa cinco por ciento de mexicanos que dejan de ser católicos, y entonces es cuestión de cuatro o cinco años y no habrá católicos mexicanos”.
Lo que pasa es al revés: como decía Tertuliano en los primeros siglos de la Iglesia, “la sangre de los mártires es semilla de cristianos”. Entonces, la fuerza de la Iglesia católica en los años siguientes, en gran parte, es el efecto no deseado, para nada, de la política del gobierno mexicano.
AR: ¿Hubo intelectuales y líderes políticos importantes que se alinearan con el gobierno mexicano? Por allí encontré alguna cita de The Times, que revivió la leyenda negra para atacar a la Iglesia.
JM: Intelectuales o políticos católicos, no, de ninguna manera. Realmente pocos gobiernos tomaron la defensa del gobierno mexicano. La mayoría de ellos observaron un silencio prudente diciendo “es un asunto interior de México y no podemos intervenir”. Eso lo veo muy concretamente en la correspondencia diplomática francesa. Francia intervino cuando sus intereses fueron afectados; por ejemplo, el gobierno francés —por cierto, en ese momento un gobierno anticlerical— en México defendió las escuelas católicas porque eran de los hermanos maristas o lasallistas, que eran franceses, daban sus clases en francés, y pues era una manera de defender la presencia cultural francesa, que iba de retirada frente a Estados Unidos desde que empezó la revolución.
De la misma manera, en los años treinta, cuando en 1935 para toda la República Mexicana sólo quedaron autorizados 305 sacerdotes, y en la Ciudad de México se habían cerrado casi todos los templos, la Embajada de Francia consiguió del gobierno mexicano que se abrieran dos templos: las parroquias francesa y libanesa. Líbano no era una colonia francesa pero fue un protectorado, y aunque los libaneses no eran ciudadanos eran son sujetos, y Francia intervino a su favor. Los católicos mexicanos no tenían templos, pero la colonia francesa en México y los libaneses sí por la intervención del gobierno francés; pero éste jamás llamó la atención del gobierno mexicano sobre su política religiosa, ya que era considerada un asunto interno.
AR: ¿Los cristeros recibieron algún apoyo del exterior más allá de oraciones y cierta propaganda?
JM: Los cristeros no recibieron ningún apoyo; a diferencia de las guerrillas modernas, contemporáneas, no recibieron dinero de ninguna potencia exterior, ni tampoco de los ricos mexicanos ni hubo el equivalente de narcoguerrillas. Fue realmente una guerrilla de pobres que, si hay que compararla con algo, es realmente con la guerrilla zapatista. Además, Estados Unidos había establecido lo que nos gustaría que hoy existiera: el embargo sobre las armas. Solamente el gobierno mexicano podía comprar armas en Estados Unidos, nadie más. Entonces, suponiendo que los cristeros hubiesen tenido dinero, no hubieran podido comprar armas a aquel país.
* Entrevista publicada en M Semanal, núm. 704, 2 de mayo de 2011. Reproducida con permiso de la directora.
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