lunes, junio 16, 2014

La sociedad extorsiva. Entrevista con Marco Lara Klahr



La sociedad extorsiva
Entrevista con Marco Lara Klahr*
Por Ariel Ruiz Mondragón
Desde que estalló la “guerra contra el narcotráfico”, los diversos cárteles dedicados al trasiego de sustancias ilícitas ensancharon sus miras, ampliaron sus mercados y diversificaron sus actividades no sólo para sobrevivir sino para aumentar su poder. Entonces uno de sus delitos preferidos pasó a ser la extorsión, que de mil maneras se expresa en la vida cotidiana de la sociedad mexicana y para la que existen grandes incentivos.
A ese tipo de delito Marco Lara Klahr (Distrito Federal, 1962) dedica su libro más reciente, Extorsión y otros círculos del infierno (México, Grijalbo, 2013), en el que revela y relata las múltiples formas que adopta ese crimen en nuestro país, en el que se ha convertido en una auténtica, productiva y nada riesgosa industria.
Replicante tuvo oportunidad de charlar acerca de ese volumen con el autor, quien es profesor normalista y licenciado en Ciencias de la Comunicación por la UNAM. Reportero desde hace 32 años, ha colaborado en diversos diarios y actualmente es miembro del Consejo Consultivo de El Universal; entre otras revistas, ha colaborado en Día Siete, Gatopardo, Etcétera, Replicante, Metapolítica y Readers. Ha coordinado diversos programas y proyectos, como el de Violencia y Medios de Comunicación en el Instituto para la Seguridad y la Democracia, la Fundación Prensa y Democracia y el Programa de Medios y Acceso al Información del Instituto de Justicia Procesal Penal, además de que es socio fundador de la Escuela Mexicana de Escritores. En 2000 y 2009 recibió el Premio Nacional de Periodismo en las categorías de reportaje y transparencia, respectivamente.
 
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué un libro como el tuyo? ¿Cuál es la relevancia del tema de la extorsión?
Marco Lara Klahr (MLK): Yo, desde hace muchos años y como reportero (que es una de mis principales actividades profesionales) tengo una agenda periodística temática que he denominado “fenómenos sociales emergentes”. Algo que a mí me interesa como periodista son fenómenos sociales que tienen alguna relación directa con la transformación derivada de consecuencias de la globalización o de cambios estructurales de gran alcance.
Originalmente yo había pensado hacer un libro sobre algunos aspectos del narcotráfico, pero pensé que me exponía a tener que utilizar averiguaciones previas o expedientes judiciales, lo que implicaba volver a la bipolaridad de los periodistas de descreer de las instituciones y utilizar sus documentos como verdad. Es esa onda esquizofrénica que tenemos los periodistas en sociedades como la mexicana: yo descreo de la Procuraduría General de la República, de la calidad de sus investigaciones, y me consta que no hace investigación científica, y, sin embargo, cuando tengo una averiguación previa suya le creo. Y lo mismo ocurre con las procuradurías de los estados.
Entonces, me tardé un buen tiempo, y lo que más me demoro fue resolver ese problema ético. Encontré que una salida digna era identificar algún aspecto más amplio que el narcotráfico relacionado con el crimen organizado, que tuviera un altísimo impacto directo en la vida de las personas, y que tuviera algunos componentes idiosincráticos.
Eso me fue llevando a observar algunos fenómenos como la paramilitarización, el secuestro y la extorsión, y al final eso se conectó con algunas historias de las que yo iba teniendo noticia. Entonces tomé la decisión de hacer un libro sobre extorsión.
También porque fui observando que la extorsión tenía facetas desde nivel micro, como en las relaciones interpersonales, hasta el macro, en dinámicas globales.
Eso fue lo que me hizo seleccionar ese tema, y me parece que no me equivoqué; a lo mejor los lectores dirán lo contrario.
Yo quiero hacer énfasis en que éste no es un libro de nota roja (porque a veces la gente se refiere a él como si lo fuera, de que “ahora sí vas a ver las menudencias de la víctima”, como decía La Garrapata). No es un libro estridente; es un reportaje que pretende mostrar los sistemas. No es un libro basado en averiguaciones previas ni expedientes judiciales; no usa apodos. Tiene un lenguaje bastante contenido; va siendo narrado en círculos; contiene un libro dentro de otro libro (que es lo de “La gata”).
La idea es aportar información para el debate y la comprensión social, la reflexión y la búsqueda de soluciones colectivas. La idea no es hacer un libro para divertir o intimidar.
El libro pretende estar transversalizado tanto en la investigación periodística como en el paradigma de periodismo que yo suscribo y practico. Es la idea de que deben tener mayor visibilidad en el periodismo aquellos que menos la tienen en el espacio público, incluidos quienes delinquen o dicen que delinquen.

AR: Sobre los periodistas: al final, en tu texto sobre Nazario Moreno, haces una anotación muy fuerte: “No hay nada más fácil que hacer creer a un periodista lo que quiere creer”. Al respecto, ¿cómo ha informado la prensa acerca de este tipo de hechos?
MLK: El periodismo mexicano es como el periodismo en todas las sociedades de cultura política premoderna. Hay sociedades que ahora tienen una cultura política más avanzada, que han evolucionado hacia unos estadios de relaciones sociales donde están más implicadas la ética y la participación ciudadana.
México, en términos de cultura política, es una sociedad anclada en prácticas premodernas, y eso, sin duda, permea el trabajo que hacemos los periodistas y los medios. Entonces, hay muchos relatos en paralelo: está el de la prensa industrial, que es sensacionalista, envilecedor de la sociedad, alimentada y azuzada por el poder público, que se ejerce con una visión punitivista. Esa prensa construye un relato de nosotros como seres peligrosos, amenazantes, irredentos, y más si somos morenos, indígenas o pobres. Así nos volvemos más intimidantes y más peligrosos en ese relato discursivo del poder público de perspectiva punitivista y de una industria de las noticias premoderna, con periodistas de mentalidad inquisitoria y muy precariamente formados.
Allí está el relato de las elites, finalmente, y por otro lado está el relato de lo que los ciudadanos experimentamos en nuestra interacción en el espacio público cotidiano.
Eso es algo muy interesante de la extorsión: que allá arriba está el correlato de información por goteo, donde “todos somos sospechosos de extorsionar, y el que es víctima pues ya se chingó”, o alguno es vuelto héroe: “No se dejó extorsionar y agarró las armas y murió en su defensa”, y dicen que es un mártir en lugar de decir que es una víctima a la que el Estado abandonó.
Entonces, me parece que así está narrado este fenómeno por nosotros en la prensa, en la industria de las noticias: información por goteo, totalmente descontextualizada, más enfocada en intimidar y en explotar los miedos sociales que en enterar, poner al día, problematizar, reflexionar, buscar opciones colectivas de solución. Así es como yo lo veo.
Cuando yo hablo de la prensa y del periodismo estoy hablando de mí también; no solamente estoy hablando de los demás: yo soy reportero y soy periodista en esa prensa desde hace más de tres décadas, por lo que tengo el mismo virus. Yo soy un periodista inquisidor, y eso lo digo en los talleres y es cierto, aunque suene un poco como a Alcohólicos Anónimos, donde yo diría: “Yo soy Marco M., y soy inquisitivo” (risas).

AR: En tu libro cuentas una anécdota: fuiste a Durango en 2011, y se te acercó un hombre menor de 30 años que dijo conocerte (por supuesto tú no lo conocías a él) y te intimidó. Por este tipo de experiencias, ¿te has sentido en peligro al hacer este libro, o en tu trabajo de reportero en general? En un país con tantos periodistas asesinados, ¿cómo es posible el periodismo?
MLK: A lo largo de mi historia de más de tres décadas de reportero, pues sí he tenido lo que podríamos llamar incidentes y ataques; por lo menos están registrados en la prensa un secuestro, dos asaltos a mi casa, una balacera, amenazas y otros incidentes que han ido pasando a través de los años. Hay una recomendación de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos de hace mucho tiempo, en el programa de agravio a periodistas, por un secuestro que sufrí en Michoacán, lo que debió haber ocurrido en 1995.
Obviamente sufrí la descalificación de nuestros colegas; bueno, hasta me acuerdo que alguien dijo “es que él no es periodista; hace muchos años que no hace periodismo”, o alguna cosa así; o sea, “secuéstrenlo, no hay pedo”. Ya sabes, la denostación de las víctimas.
Cuando hice el libro de pandillas viví muchos momentos muy intimidantes; cuando he hecho cosas sobre fronteras, sobre el tren en Lechería he vivido cosas fuertes. Cuando yo estaba haciendo un reportaje sobre los militares que se prostituyen viví cosas que... pues no sé cómo describirlas, pero que yo sentí que era como un acecho.
En este libro hubo varios momentos de riesgo, y antes de que se publicara hubo algunas llamadas ambiguas... sentí que eran como llamadas de desesperación de policías en el sentido de “la regué en mi testimonio, ya no lo publiques”, cosas así.
Pero lo que te puedo decir es que yo estoy en la gloria respecto a compañeros que pueden estar en Matamoros, Apatzingán, etcétera.
Yo vivo eso como riesgos inherentes al periodismo en un país en el que el poder del Estado no solamente es incapaz de garantizar el ejercicio de la libertad de expresión y de la libertad de prensa, sino cuyos servidores públicos tienen un ADN político burocrático absolutamente reacio a la rendición de cuentas, a la transparencia. Entonces, un entorno de suyo complejo se exacerba por la violencia que ejercen los servidores públicos hacia los ciudadanos, incluidos los periodistas.
Insisto: teniendo riesgos y sintiendo asechanzas, digo que no se comparan en nada con nuestros compañeros en otros lugares.
Por último, digo también que es verdad que cada periodista está en libertad absoluta de decidir si quiere seguir haciendo periodismo en un entorno así. No es legítimo que nadie dé lecciones o pontifique sobre valentía; eso es una falacia. Yo respeto absolutamente a nuestros compañeros que deciden no hacer periodismo, que deciden retirarse u optan por el periodismo servil para no hacerlo de otro tipo y que pueda traerles consecuencias.
En mi caso, cuando estaba haciendo el libro y cuando se publicó, amigos y familiares me decían: “¿Por qué insistes en esos temas? ¿No crees que es momento de retirarte?”. Lo que les respondí fue que yo creía que, en mi caso, yo no tenía por qué pensar que sólo iba a hacer periodismo en condiciones cómodas sino que me parecía que lo que lo poco o mucho que yo sepa de periodismo y mi experiencia son una herramienta social. Es decir, pueden servirle a alguien para visibilizar aquello que otro pretende encubrir o meterle una lógica de opacidad.
Entonces, no soy mártir ni me siento héroe o boy scout; ni siquiera me siento valiente (creo que a lo más podría ser un poco irresponsable). Disfruto reporteando; creo que soy un reportero digno y que el trabajo que hago puede servirle a alguien para ejercer su derecho a la información o para exhibir o entender algo. Lo seguiré haciendo hasta que la muerte nos separe (risas). Y lo sigo haciendo sin la idea de esos colegas nuestros que traen la onda de “pobres de nosotros, somos corresponsales de guerra” y todo eso, a lo que yo paso.
Yo creo que hay colegas que están en altísimo riesgo, que es a los que hay que proteger, de los que hay que estar cerca en la medida de nuestras posibilidades. Nosotros en el DF y otras ciudades, evidentemente estamos por ahora más seguros y ciertamente tenemos que salir a hacer coberturas, en las que hay que utilizar herramientas del periodismo, hay que comportarse de acuerdo con la ética profesional, hay que tener un sentido de respeto a la comunidad, y probablemente así sólo estemos un poquito menos inseguros.

AR: Vayamos propiamente al tema de la extorsión. ¿Qué nos muestra este delito respecto a lo que es el Estado mexicano? Más que vacío, por parte de las autoridades parece haber una complacencia o, peor aún, complicidad con los delincuentes, si no es que son ellas mismas las delincuentes (como se observa en “La gata”, esa extensa y episódica parte de tu libro).
MLK: En su sentido amplio el Estado somos la sociedad, las instituciones, el poder público. En esa acepción amplia, en realidad la extorsión es un fenómeno interesante porque, como decía hace rato, te deja mirar aspectos propios de una sociedad premoderna y con enormes contradicciones. Por ejemplo, la extorsión tiene una dimensión interpersonal de familiares que se extorsionan entre sí, de compañeros de trabajo, escuela o prisión que se extorsionan entre sí.
En todos esos casos vemos la participación de ciudadanos en formas extorsivas, incluso de ciudadanos que no se dedican formalmente a actividades delictivas sino que encuentran en esa práctica una opción de protección o de recursos. En sociedades como la mexicana tenemos relaciones sociales extorsivas, y esto tiene un componente idiosincrático fuerte.
Ya no vemos prácticas extorsivas muy arraigadas socialmente, así está de normalizado el asunto. Ya ni siquiera las vemos como extorsión, lo que es un aspecto importante: como sociedad, como parte del Estado, tenemos normalizadas formas extorsivas que, en muchos caso, ya no vemos como tales.
En lo que se refiere al poder del Estado, a las instituciones, a las leyes, a los servidores públicos, lo que es claro es que, por un lado, la extorsión es posible por la intervención de ese poder en sus vertientes corruptas. La extorsión sería impensable sin corrupción.
Entonces, por un lado diría que es muy difícil que tú acudas a una institución a exigir o a solicitar un servicio o a ejercer un derecho, y no te encuentres con una forma extorsiva. Ése es un dato importante.
Después, en términos de seguridad ciudadana y de justicia penal y prevención, te das cuenta de que una vez que un ciudadano entra en una lógica extorsiva como víctima, queda en la indefensión total. Es decir, no hay forma de que él encuentre una opción del poder público: encuentras caricaturas como la denuncia ciudadana de extorsión a un teléfono que habitualmente no funciona, donde te dejan esperando hasta que te cansas, donde te toman la denuncia y esa denuncia se queda allí si no es que llega a quienes te están extorsionando.
Finalmente, diría que no existen mecanismos de prevención y de política pública, en general, que le quiten a la extorsión y a otras formas delincuenciales el altísimo incentivo, porque en una sociedad y en una economía que no te da certezas, un trabajo precarizado (generalmente subempleo), informal, temporal, te lleva a la certeza de que violar la ley tiene altos incentivos.
En el sentido anterior, yo digo que en México la impunidad es tan grande que, de hecho, el Estado mexicano genera incentivos para violar la ley penal.
Ese es el escenario que yo encontré en este reportaje. Obviamente, yo traté de quitarle la parte estridente, mórbida, intentando centrarme en el costo y en la condición humana que implica ser víctima o partícipe de dinámicas de extorsión.

AR: Das datos muy dramáticos, como el del Instituto Ciudadano de Estudios Sobre la Inseguridad, que dice que en Chihuahua y el Estado de México se concentra casi el 70 por ciento de denuncias por extorsión, y que sólo el 0.9 y 2.5 por ciento de ellas, respectivamente, son consignadas. ¿Cuáles son los principales obstáculos legales que se tienen para perseguir la extorsión?
MLK: Ya visto desde el punto de vista estrictamente legal, punitivo, sin hablar del aspecto social o de seguridad ciudadana, preventivo o idiosincrático, en primer lugar la extorsión es un delito que, para empezar, es muy difícil denunciar porque tú casi nunca estás en condiciones de dimensionar la amenaza. Entonces, cuando alguien trata de extorsionarte no sabes si es un amigo tuyo, algún conocido o un familiar, si es una broma, si es alguna organización criminal de gran envergadura o si es alguien que está suplantando a esa organización.
Todo eso hace que tú quedes en una incertidumbre tan grande que las propias personas que extorsionan explotan ese espacio de incertidumbre, utilizando un lenguaje muy intimidante, un tono muy imperativo, a un ritmo trepidante, dando instrucciones, etcétera. Ése es un primer dato: no sabes de qué tamaño es el asunto, y por ello no sabes a quién acudir.
Sobre lo anterior allí están los datos de la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública 2012 (Envipe), que dice que no se denuncian más del 92 por ciento de los delitos cometidos en México, y en el caso de secuestro y extorsión esa cifra aumenta. Además señala que la gente no acude a denunciar porque cree que no sirve para nada, es muy farragoso, burocrático, la trataron mal, intentaron extorsionarla o teme que el servidor público esté asociado con los extorsionadores, como ha pasado.
La poca gente que denuncia es maltratada, en algunos casos ridiculizada, y cuando se trata de un servidor público, por ejemplo de un agente del Ministerio Público que trata de extorsionarte, tú vas y denuncias que te pidió dinero, que se lo diste y no pasó nada; entonces él te revierte la denuncia y dice “pues no, ella trató de sobornarme”. Y entonces entras en la lógica del delito del soborno, y entonces ese es otro problema.
Eso se agrava por la capacidad actoral de los extorsionadores, que han desarrollado toda una forma de discursividad, de retórica violenta que hace que sea muy intimidante.
Y por último, un delito así, con estas complejidades, que, además habitualmente casi nunca se da en estado puro, y que empieza como extorsión y termina en robo, secuestro, homicidio, amenazas cumplidas, tortura sicológica o física, en allanamientos. Eso hace que realmente la autoridad de procuración de justicia intervenga cuando el asunto ya está absolutamente fuera de control para ti, y para cuando ya está absolutamente en control del extorsionador. Entonces cuando interviene la autoridad lo hace de manera formal: levantan una averiguación previa, y luego ésta se va hundiendo en un proceso de victimización secundaria: eres víctima de extorsionadores y luego de las instituciones cuando pides el amparo de ellas.
Todos esos problemas están finalmente asociados a la normalización. Creo que uno de los principales problemas para combatir la extorsión es la normalización. Párate un día en la esquina de una calle, date una vuelta y haz el ejercicio de las formas extorsivas que tú ya no ves y verás lo que pasa. Vas a ver un señor que está cobrando en la calle, un taller que está allí y que luego pasa la patrulla y le saca algo; llegas al edificio donde vives, entras y ves una lista que dice que tienes que aportar 50 pesos para que el barrendero se lleve la basura, y otras cosas. Eso es extorsión y soborno porque estás sobrepagando un servicio público; pero si lo expresas, tus vecinos se enojan y dicen: “Este señor no es un buen ciudadano, no coopera, no participa, no colabora, no le gusta la solidaridad”. Es esto el problema: la extorsión está normalizada desde formas chicas hasta muy grandes.

AR: Dedicas una parte del libro al fenómeno económico: recuperas una declaración de Juan Carlos Garzón, ministro colombiano, que dice que la extorsión es una economía de subsistencia, mientras que Alejandro Martí dice que es la caja chica del crimen. ¿Qué peso tiene la extorsión en la economía criminal?
MLK: Una de las fuentes a las que recurrí es el Grupo de Tarea sobre Lavado de Dinero y Terrorismo, que es un mecanismo multilateral que se dedica a proveer información a los países sobre la dimensión global del crimen organizado, la corrupción y el terrorismo. Tiene información muy buena, muy interesante, y una metodología muy consistente. Edgardo Buscaglia ha sido uno de los que más ha participado en investigaciones de este tipo de organismos y que más ha ayudado a su conocimiento público, y lo que dice este mecanismo es que hay 22 giros del crimen organizado que tienen dimensión global por sus redes, por sus mercados, por sus canales de distribución y por sus articulaciones. Uno de esos giros es la extorsión.
También dice que las mayores organizaciones del crimen organizado mexicanas están articuladas globalmente en esos 22 giros, que incluyen la extorsión a nivel global.
Eso lo puedes ver si sigues, como yo hago, cierto tipo de prácticas extorsivas normalizadas, por ejemplo en Michoacán: ves claramente que Nazario Moreno y las organizaciones que ha fundado han logrado maestría en eso, enormes coberturas, una base territorial con milicias (yo no meto el rollo religioso porque me parece que eso sólo es un componente secundario, de manipulación y de cohesión social; no estoy tan seguro de que sea algo que haya que tomar seriamente para la parte delincuencial, aunque tiene una dimensión cultural importante, pero no sé hasta dónde, no tengo claro qué tan arraigada pueda estar).
El hecho es que eso lleva a lo que yo llamo, tomando algunos elementos de la economía y la sociología, “economías criminales de escala”. Es decir, sobre la misma base que sirve para mover drogas, traficar con personas, explotar mujeres, traficar armas o lavar dinero puedes extorsionar. Yo escuché decir a policías que la extorsión es la caja chica del crimen organizado porque le provee recursos frescos y constantes.
Una de las razones por las que la extorsión se exacerbó con el gobierno del presidente Felipe Calderón fue porque militarizó la seguridad pública. Entonces, el Ejército irrumpió en lugares como Juárez. Si observas, la extorsión se salió de control precisamente en aquellos lugares donde llegó el Ejército: Chihuahua, Guerrero, Tamaulipas, Michoacán, Durango, y la razón es que cuando entra un agente disruptor de los tráficos normales (las drogas, las armas, los migrantes), entonces las organizaciones estructuradas a partir de mercados ilegales mutan hacia giros invisibles que no necesitan desplazamientos ni gran infraestructura, como la extorsión y el secuestro. Entonces generan una lógica extensiva; es decir, se meten en todas las zapaterías, todas las peluquerías, todas las carnicerías, todas las concesionarias de autos, y eso les permite mantener su estructura delincuencial mientras el Ejército se acomoda y genera sus propias dinámicas de interés y reconfigura el mercado local criminal. No estoy diciendo que esto lo detiene; irrumpen las tropas del Ejército y temporalmente se detiene, en efecto, pero los criminales swichean hacia la extorsión y hacia el secuestro, que no necesitan visibilidad, no tienes que andar armado en la calle ni una gran infraestructura. Con una laptop con señal y cinco teléfonos lo resuelves, y ni siquiera tienes que ir a cobrar la extorsión porque la puedes depositar en bancos como Azteca o BanCoppel, o mandan a otras víctimas a cobrar: secuestran a tu hijo y te dicen que lo van a liberar pero que tienes que ir a hacer una serie de cobros. Entonces son de esos delitos en los que no necesitas nada en la calle.
Así funciona. Ya cuando el Ejército se convierte en un poder fáctico local y se reconfiguran los mercados, entonces ya se vuelve a la actividad normal, hasta grados como el de Chiapas, donde la gente hace manifestaciones contra la policía federal o contra el Ejército porque están en la extorsión, o las lamentaciones de Nazario Moreno y sus personeros, que dicen: “Nosotros no tenemos pedo con las autoridades, con la población; nuestro pedo es que el Ejército y la policía federal están ganándonos territorios para la extorsión. Allí sí tenemos un problema. Ellos extorsionan, nosotros proveemos protección, y estamos peleando contra ellos porque extorsionan”.
Eso produce una lógica de economías de escala; pongo de ejemplo una gasolinería, en la que para rentabilizar el mismo espacio, la infraestructura, los servicios, ponen un cajero automático, un café, un tallercito, una tiendita de conveniencia, y eso es una economía de escala.
Una economía criminal de escala es una donde tienes tu base para distribuir drogas en una zona delimitada, estás articulado a otros grupos, y entonces cuando aparece un factor disruptor del mercado van para otro giro: al secuestro, a extorsionar a madres solteras de clase media (lo que pasó en Ciudad Juárez). De manera extensiva se va identificando a las personas más indefensas, a las que menos se pueden defender porque tienen que ir a trabajar, a mantener a los hijos y que ganan poco. Y es gente que no tiene dinero, pero le dicen “endósame la factura de tu coche, voy a venir por el refrigerador” y se va haciendo una lógica extensiva desde abajo, y así vas expoliando a la sociedad.
La extorsión es uno de los fenómenos sociales más expoliadores de las relaciones sociales y de la economía.

AR: Pones unos casos muy dramáticos, por ejemplo el de la extorsión a maestros en escuelas públicas de zonas populares de Guerrero, o la que practican los policías con los niños que son explotados sexualmente en Tapachula. Entonces este delito se ceba también en los más pobres.
MLK: Por eso digo que son relaciones sociales extorsivas. No se trata de banalizar el tema al grado de decir que todos nos estamos extorsionando, o que la cosa no tiene remedio; eso me parece bastante chabacano. Más bien pienso, como dices y como planteo en el reportaje, que, en efecto, cuando el Estado genera incentivos para violar la ley, entonces la extorsión se vuelve una de las figuras más presentes en las relaciones sociales. De allí viene en parte la construcción de incentivos: hay impunidad e indefensión totales, y entonces lo que sucede es que el costo de extorsionar es menor que el de ser chofer de un taxi; es decir, se arriesga más un chofer de taxi en la Ciudad de México que un extorsionador. Si sales a la calle como taxista tienes el riesgo de que te agarre la policía y te extorsione, de que se descomponga tu carrito, de que te asalte, de que te golpeen, de que choques, de que generes algún daño; en cambio, el extorsionador tiene menos del uno por ciento de riesgo de que lo castiguen, según dice la Envipe, que menciona que de los delitos denunciados apenas el uno por ciento llega a sentencia condenatoria. Entonces el riesgo es mínimo; por eso te digo que el Estado mexicano genera incentivos para violar la ley penal, sin duda.
Eso nos decía el maestro Johan Galtung el año pasado. Yo le pregunté: “¿Usted cómo valora esta violencia exacerbada?” (porque uno que está aquí se enoja y utiliza hasta elementos de juicio moral: la maldad, la perversidad, la descomposición social, etcétera). Me vio como si estuviera viendo a alguien de las cavernas (el tipo tiene experiencia en miles de conflictos en el mundo durante los últimos 60 años), y me dijo: “Mientras no quiten los incentivos, eso va a seguir pasando porque eso no tiene una dimensión propiamente moral. Tiene unos incentivos muy altos”.
O sea: cuando una gente viola la ley y no sólo no hay consecuencias sino que los márgenes de rentabilidad son tan altos y el riesgo tan poco, va a hacer lo que tenga que hacer por ganar.
Estaba yo recordando esto que me decía el maestro Galtung porque en septiembre, en Berlín, hablando con el jefe de la policía antinarcóticos de Alemania, él me decía: “Cuando nosotros detenemos a alguien, a un jefe del crimen organizado que está en drogas, él tiene la certeza de que lo vamos a mandar a la cárcel; tenemos todo perfectamente documentado”. Entonces yo le dije: “¿Cuánto tiempo lo mandan a la cárcel?”; “Nosotros lo mandamos a la cárcel 15 años”, dijo, y lo decía con vehemencia.
Yo le dije: “Si a usted lo escucharan en México los periodistas y los ciudadanos inquisidores, los policías, le dirían: 'No, la gente tiene que irse unos mil 700 años para que nosotros como sociedad nos sintamos satisfechos; no seguros, satisfechos”. Es la venganza social, y ya con eso siento que me desquité lo suficiente. Nos moríamos de la risa, pero él decía: “Es que es distinto aquí, porque irte 15 años a la cárcel aquí implica que te vamos a quitar todos tus bienes, y además vamos a traer tus coches en la calle porque hay una ley aquí que establece que el policía puede utilizar bienes requisados para su trabajo, incluidas patrullas. Eso hace hasta una competencia entre los policías a ver quién consigue el mejor coche. Además, si tú vas a quedar exhibido socialmente, estigmatizado, vigilado, y tu familia va a quedar estigmatizada para siempre, es obvio que a tu esposa no le va a gustar eso; va a preferir que tengas un trabajo que puedan planear a largo plazo, que tus hijos puedan ir a una buena escuela, que puedan ser profesionales brillantes, que puedan ascender en la escala social; eso es lo que te interesa”.
Decía Galtung: si generas certeza en la comunidad, en los ciudadanos, no necesitas darle la certeza de riqueza sino certidumbre en términos de estabilidad laboral, empleo de calidad, buen servicio educativo, buen entorno para vivir. Eso genera dinámicas muy saludables, que es lo que llamamos redes sociales.
Entonces, el gran problema es que se generan incentivos para extorsionar.

*Entrevista publicada en Replicante, junio de 2013.

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