martes, febrero 03, 2015

La modernidad del antisemitismo. Entrevista con Jean Meyer




La modernidad del antisemitismo
Entrevista con Jean Meyer*
Ariel Ruiz Mondragón

En el siglo XII apareció por primera vez un mito que dio sustento religioso al odio, la persecución, la exclusión, la discriminación y el asesinato de miles y miles de judíos: el del crimen ritual, por el cual se aseguraba que los judíos debían sacrificar a un niño cristiano en la Pascua judía y con su sangre preparar el pan ácimo para sus rituales.
Tal creencia fue ganando popularidad con el transcurrir de los siglos, pero fue hasta los siglos XVIII y XIX que terminó por convertirse en una amenaza muy real en contra de los judíos, pese a la carencia de pruebas que permitieran sostener tal acusación.
Curiosamente, fue la modernidad traída por la Revolución Francesa y las grandes transformaciones políticas y económicas que sufrió Europa en aquella época la que terminó por radicalizar las tendencias antijudías para dar forma a un antisemitismo que derivó en acciones criminales incluso por parte de Estados.
A esa tendencia no se pudo sustraer completamente el catolicismo: desde finales del siglo XIX no pocos de sus integrantes, por diversas causas políticas, terminaron por abrazar y promover el antisemitismo basándose en el mito del crimen ritual, pese a los numerosos y categóricos desmentidos que varios Papas habían realizado.
Sobre esto trata el libro de Jean Meyer (Niza, Francia, 1942) La fábula del crimen ritual. El antisemitismo europeo 1880-1914 (México, Tusquets, 2012), en el que el historiador rastrea algunos de los orígenes de esta perversa doctrina entre los católicos, investigación en la que pone especial atención en una revista publicada por los jesuitas, Civiltà Cattolica.
Sobre ese estudio conversamos con el autor, quien es doctor en Historia por la Universidad de París X Nanterre, profesor-investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), director de Istor. Revista de historia internacional e investigador emérito en el Sistema Nacional de Investigadores.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué publicar hoy un libro como el suyo? Sobre el tema tiene algunos recuerdos de su infancia y su juventud.
Jean Meyer (JM): Hay una doble motivación en el libro: la primera es de tipo estrictamente intelectual, profesional, histórica, y es que hace unos 20 años, preparando una clase para estudiantes de licenciatura sobre la historia del fascismo europeo, estaba leyendo el libro de Hannah Arendt que se llama Los orígenes del totalitarismo, y en su capítulo sobre el antisemitismo encontré una nota de pie de página que decía: “En esos años álgidos, cuando nace el antisemitismo a fines del siglo XIX, entre sus campeones están los jesuitas de una revista italiana que se llama Civiltà Cattolica, y citaba uno o dos artículos, de los que nada más dio las fechas.
En ese momento me quedé impresionado; se me grabó la cita y dije: “Algún día tendré que averiguar si es cierto lo que dice la señora”. A fines de los años setenta y a principios de los ochenta me costaba trabajo imaginar a los jesuitas, cuya historia no conocía bien (conocía a la fundación y a los jesuitas mexicanos actuales, que en ese momento estaban a fondo en la teología de la liberación, en el campamento Tierra y Libertad; algunos muchachos seminaristas se habían ido a la guerrilla, habían cerrado sus colegios Patria porque ya no querían tener nada que ver con las elites), y entonces me costaba trabajo encontrarlos en el bando, para mí reaccionario, del antisemitismo.
Se me quedó grabado pero no tenía acceso a la revista Civiltà Cattolica, y no pensaba pasar un tiempo en Italia exclusivamente para verla. Pero, muchos años después, comentándola con el historiador sacerdote católico Manuel Olimón, me dijo: “La colección completa la tenemos aquí, en la Universidad Pontificia” (que era el Antiguo Seminario Mayor). Fui a ver, y hallé los artículos y encontré que Hannah Arendt tenía razón.
Entonces fue cuando decidí contratar a unos ayudantes para que me fotocopiaran todos los artículos con tema judío desde la fundación de la revista (1850) hasta la Segunda Guerra Mundial. Y resulta que encontramos que había muchos artículos antisemitas, pero que había dos bloques cronológicos: en los primeros 30 años de la revista el tema no aparece; lo hace justamente en 1880, cuando nació el antisemitismo de manera masiva y populista en Europa. Pero este es un antisemitismo católico, pero ya también estaban el darwinista, el biológico-racista que, digamos, no tiene nada que ver con el antijudaísmo cristiano, que tiene sus fundamentos religiosos.
Y el otro bloque de artículos antisemitas se dio entre las dos guerras mundiales, 20 años después, concretamente entre 1920 y 1938; terminó en este año, que es cuando Mussolini, ya como aliado y alumno de Hitler, instauró las leyes racistas contra los judíos en Italia, las que entonces el Papa rechazó: Pío XI dijo: “Eso no se puede”. Entonces obligó a los jesuitas a abandonar su discurso antisemita y a protestar contra las leyes racistas que afectaban no solamente a los judíos religiosos sino a los judíos católicos, a las parejas mixtas y a los hijos de esas parejas, que ya no podían ir a la escuela, además de que esas personas no podían trabajar en la función pública. Esto Roma lo condenó.
Esa es la vertiente o la motivación profesional, histórica que me llevó a esto.
Ya con todo el material reunido empecé a trabajar el tema para hacer un libro, y fue entonces cuando entró mi dimensión personal, biográfica, y recuperé una memoria: recuerdo que mis padres habían militado en un movimiento que nació después de la Segunda Guerra Mundial precisamente, para que no volvieran a existir ni el genocidio ni el antisemitismo cristiano.
Mis padres, católicos, maestros (mi papá de Historia, mi mamá de alemán) militaron en ese movimiento que se llamó Amistad Judeo Cristiana, bajo la batuta de un gran historiador francés judío, Jules Isaac, quien había perdido a su esposa y a una de sus hijas en campos de concentración, en campos de la muerte; por esa tragedia, este señor dedicó el final de su vida a una labor que está totalmente ausente de su obra histórica anterior, en la que nunca se preocupó por la cuestión judía. Entonces empezó a hacer una serie de libros que tituló ¿Tiene el antisemitismo raíces cristianas?, Jesús e Israel y La enseñanza del desprecio. Entonces él fundó esa Amistad Judeo Cristiana para que hubiera un diálogo para limpiar las mentes y la enseñanza, y también para lograr un conocimiento recíproco: que los judíos conozcan a los cristianos y los cristianos a los judíos.
Ese movimiento incluso ha llegado a México: hay una confraternidad judeocristiana presidida por monseñor Carlos Aguiar, y del lado judío el rabino Marcelo Rittner.
Esa es la dimensión personal que hizo que cuando me traje a México la biblioteca de mi padre la regalé al CIDE; allí están como dos mil libros, entre ellos los de Jules Isaac dedicados a mis papás con mucha amistad, con mucho cariño: dicen “A mis jóvenes amigos”.
Esa es la dimensión biográfica que se suma con la dimensión profesional, y que explica que haya sentido, en un momento dado, la obligación moral de escribir este libro.

AR: Yendo sobre el contenido del libro: como usted expone, muchos católicos vinculaban lo que ellos llamaban “las amenazas al antiguo régimen”, a la monarquía, al clero, justamente con la emancipación de los judíos. ¿Cuál es la vinculación que se estableció entre los judíos y la modernidad que trajo consigo la Revolución Francesa?
JM: Los judíos no tienen nada que ver con la Revolución Francesa, pero ésta si tiene que ver con aquellos por esa idea de aplanadora de que todos los hombres son iguales y son ciudadanos, que ya no existen las corporaciones y que cada individuo es como un átomo autónomo, pero que debe obedecer las leyes del Estado y de la sociedad. Entonces eso emancipó a los judíos: a donde llegaron los ejércitos revolucionarios en toda Europa, y después los de Napoleón, que llegaron hasta Rusia, lo primero que hicieron fue proclamar que los judíos son ciudadanos; tumbaron las murallas del gueto y les dieron derechos, y eso asustó mucho a los líderes religiosos tradicionales y a los ancianos de la comunidad judía porque dijeron: “Estábamos protegidos adentro del gueto y ahora todos los vientos del mundo exterior van a entrar y nuestra religión va a estar amenazada”.
La Revolución Francesa era antirreligiosa, y de cierta manera los ancianos tenían razón porque muchos jóvenes recibieron con gusto la desaparición de las murallas y de la tradición. Muchos se hicieron bautizar para fundirse en la masa y fueron grandes actores en esa modernidad que explotó en el siglo XIX, y los encontramos, efectivamente, en todos los sectores, hasta en la política: un judío inglés, Benjamin Disraeli, llegó a ser amigo de la reina Victoria y brillantísimo primer ministro durante muchos años.
Podemos decir que en Londres también estuvo Karl Marx, el fundador del comunismo, protagonista y promotor de la revolución que triunfaría en Rusia 40 años después de su muerte; al mismo tiempo estaba, como símbolo del capitalismo, el banquero Rothschild.
Entonces tenemos ese fenómeno de una juventud que aprovechó las posibilidades que de repente se le ofrecieron en un mundo que sufría un sinfín de cambios revolucionarios, políticos, económicos, sociales, de comunicaciones (el ferrocarril, la prensa de masas, y y luego vinieron el teléfono y el telégrafo).
Finalmente las masas entraron en la vida política con el sufragio universal, y eso es lo que permitió el éxito del antisemitismo: en éste hay una dimensión de masas, de populismo, y a la hora de las elecciones era un producto que permitía ganar votos. Esto complica sobremanera el problema de las raíces del antisemitismo porque tiene muchas, y el antisemitismo cristiano es solamente un hilo en esa gruesa trenza, porque hay varios antisemitismos: revolucionario, de izquierda, de derecha, religioso, antirreligioso...

AR: Usted menciona que incluso la Iglesia quiso ganarse adeptos sumándose, a través de su prensa, a la campaña antisemitista...
JM: Así es.

AR: Un problema que atraviesa el libro y que creo es fundamental, es la integración, la adaptación o la asimilación de los judíos a las sociedades cristianas europeas. ¿Cómo fue esta integración?
JM: El problema otra vez surge con la Revolución Francesa: con ésta nace el nacionalismo moderno. Los mismos revolucionarios franceses bautizaron a Francia como “la gran nación”, y allí está todo dicho. En su conquista de Europa provocaron resistencias que siguieron el ejemplo francés y se volvieron resistencias nacionales. Entonces el nacionalismo creció de una manera formidable hasta llegar a su apogeo provocando la Primera Guerra Mundial, la cual generó la segunda. Esa catástrofe fue, de cierta manera, el suicidio de Europa.
El problema es que esa Revolución Francesa, que emancipó a los judíos, al engendrar el nacionalismo los amenazó, por más deseosos que estos hayan estado de que ya no les pudieran decir nada. Por eso buscaban el bautizo (por ejemplo, Karl Marx fue bautizado por sus padres), no eran religiosos, comían como todo el mundo, se casaban con mujeres cristianas y, además, eran patriotas, como el judío francés en la Primera Guerra Mundial (está el caso del propio Jules Isaac: condecorado con la Cruz de Guerra); en el ejército alemán los judíos peleaban como alemanes, con la misma bravura y el mismo patriotismo, y, sin embargo, los nacionalistas los miraban con sospecha y decían: “Un judío es un traidor, porque hay judíos por todos lados”.

AR: Como en el caso Dreyffus...
JM: Es el caso del pobre capitán Dreyffus, que era de una familia alsaciana judía tan patriota, que cuando Alemania anexó Alsacia, prefirió dejar todo y optó por la nacionalidad francesa y se fueron a Francia. Sin embargo, 20 años después de esa decisión de sus padres, dijeron que era el sospechoso ideal porque era judío.
Yo creo que el nacionalismo es la clave del éxito del antisemitismo; sin el nacionalismo hubiera sido el antijudaísmo tradicional, que no era mortífero (no digo que haya sido bonito, pero no se trataba de matar). Pero el nacionalismo vuelve la situación potencialmente terrible.

AR: Eso es en el caso francés, ¿pero no fue un poco distinto y más extraño el caso de Alemania con Bismarck y su política anticlerical, que promovió incluso una integración de los judíos?
JM: En Alemania, especialmente, la comunidad judía se volvió masivamente moderna: la presencia de judíos en la élite científica, intelectual y artística alemana (y pasó lo mismo en Austria) era absolutamente impresionante, y precisamente como eran nacionalistas les encantaba Bismarck, y cuando éste atacó a la Iglesia católica en el famoso “combate por la cultura” (así lo llamó Bismarck) sintieron que era contra la barbarie y el oscurantismo católicos.
Entonces los judíos apoyaron a Bismarck en esa lucha contra la Iglesia católica y, claro, los católicos alemanes se molestaron muchísimo, y pensaron: “Si sus antepasados mataron a nuestro Señor... No es Bismarck el que manipula a los judíos, sino estos los que manipulan a Bismarck para destruir a la Iglesia católica”.
Eso le dio fuerza, otra vez, al antijudaísmo católico tradicional, que era por motivos religiosos.

AR: ¿Cómo trataron los Estados este problema? En el libro está resumido un poco cómo fue en cada país, y me llamaron la atención dos casos: el de Hungría, con Masaryk, que incluso fue abogado de una persona juzgada por un crimen ritual, y en el que parece que sí se protegía a la comunidad judía; del otro lado estaba Rusia con el zar, y que fue donde se sucedieron los pogromos, en donde incluso el Estado fue acusado de promover esos actos.
JM: A grandes trazos, con dos excepciones (el gran Imperio Ruso y la pequeña Rumania), todos los gobiernos defendieron y protegieron a los judíos. El caso del emperador Francisco José, el hermano de Maximiliano, quien reinó más de 50 años hasta su muerte en 1916, protegió siempre a los judíos y su gobierno también. Por ejemplo, cuando hubo acusaciones de crimen ritual contra los judíos, la justicia del imperio siempre las frenó cuando pudo; no abría el proceso, no había caso, no había causa.
Sólo hubo proceso en un solo caso, que fue precisamente en el que Tomás Masaryk intervino como abogado; pero, con excepción de un solo caso, los judíos jamás fueron condenados y siempre fueron limpiados de la acusación.

AR: Se podía observar una mayor pluralidad al interior de la Iglesia católica. ¿Qué hay del conflicto generado por las diversas posiciones existentes al interior de ella respecto al mito del crimen ritual y de los judíos? Como usted dice, durante siglos la Iglesia católica condenó esa mentira, pero en este periodo que usted trabajó esto fue ocultado e incluso el Vaticano tenía muchas reservas para declararlo.
JM: En ese momento el problema era, precisamente, el Vaticano, y no fue casualidad que Civiltà Cattolica, que era una revista italiana de Roma, en contacto permanente con la Curia romana, tomara esa posición. El papado, el gobierno de la Iglesia en ese momento acababa de sufrir un trauma del cual tardó muchísimo en reponerse: el Papa y los cardenales no imaginaban cómo podría sobrevivir la Iglesia sin tener un gran territorio.
El Papa tuvo territorios llamados los Estados Pontificios hasta 1870, y en ese sentido era un soberano temporal, como un rey o como un emperador; en ese año terminó la unidad italiana al anexarse esos Estados y Roma se volvió la capital del joven reino de Italia, y el Papa, que no entendía y no aceptaba eso, se proclamó “el preso del Vaticano”.
Entonces hay que entender su antisemitismo como, yo diría, una psicopatología de una persona que ha sufrido un trauma, y para entender lo que está pasando busca un culpable, y lo encontró en el judío, cosa que a los jesuitas franceses, a los ingleses, norteamericanos, no se les ocurrió; estos eran jesuitas, igual que los de Civiltà Cattolica, pero dijeron: “No es cierto; el crimen ritual es una patraña”. Incluso los católicos ingleses le pidieron al Papa declarar nuevamente que esa acusación era una patraña, pero, por primera vez en la historia, el Papa se negó a hacerlo, cuando los pontifices anteriores lo habían hecho siempre.
La única explicación es el trauma, porque después Pío XI, cuando ya había pasado el trauma, en 1937 diría: “Espiritualmente los católicos somos semitas”; Juan XXIII quitó de la liturgia de Semana Santa algunos rezos ofensivos para los judíos, y con Juan Pablo II ya se acabaron todas las confusiones posibles cuando pidió perdón y que todas las Iglesias hicieran su autocrítica, además de que fue a rezar al Muro de las Lamentaciones en Jerusalén, y proclamó: “Los judíos son nuestros hermanos mayores”.
Pero hay un agujero negro de 1880 a 1914, y por eso estudié este tema.

AR: Hay una partes muy ambiguas, donde la Iglesia católica no acababa por declarar la falsedad del crimen ritual, y Civiltà Cattolica lo ocultó, prácticamente. ¿Por qué ocurrió eso?
JM: El crimen ritual es una creencia popular que nace en el siglo XII, después de las Cruzadas; es el mito de que, supuestamente, los judíos tienen la obligación religiosa de sacrificar un niño cristiano en la Pascua judía, que coincide con la Semana Santa cristiana, para preparar el pan ácimo con sangre de ese niño. A lo largo de los siglos, desde el XII en adelante, periódicamente los Papas, cuando había procesos y acusaciones, declaraban que es una fábula, una patraña.
El momento en el que realmente hay una investigación podríamos decir de tipo científico, intelectual, es en el siglo XVIII, cuando hubo una ola de acusaciones y de procesos de crimen ritual en Polonia, cuando los jefes de la comunidad judía de Polonia escribieron al Papa pidiéndole su intervención y su protección. Entonces el Papa le pide al cardenal Ganganelli (que después iba a ser Papa) hacer una investigación en todos los archivos de la Iglesia. Ganganelli recopiló todas las declaraciones de Papas, de cardenales, de teólogos, de superiores de órdenes religiosas desde el siglo XII hasta el XVIII, y concluyó: “Es una patraña; no existe el crimen ritual, y los católicos deben, absolutamente, renunciar a fomentarla, porque es criminal, mortífera: provoca sufrimiento y muerte entre los judíos.”
El Papa ratificó el informe de Ganganelli, lo mandó al rey de Polonia, al arzobispo de Varsovia (que era el primado de la Iglesia polaca) y las dos autoridades, secular y religiosa, mandaron copia de ese texto a todas las autoridades.
Con eso ya debería haber terminado el debate intelectual; pero, curiosamente, los jesuitas de Civiltà Cattolica no tomaron en cuenta el informe, nunca lo publicaron ni lo citaron, y cuando en procesos o en pleitos en la prensa de esa época algún rabino citaba otros textos del Papa, ellos tergiversaron y dijeron: “No, el Papa no dijo eso”, o llegaron a decir que era un apócrifo; cuando tuvieron que reconocer que no lo era, dijeron: “No, el Papa dijo que los judíos no sacrificaron esa niña para comer su corazón, no dijo que no había sacrificio ritual”. ¡Por favor!
Es la prueba de que contra una convicción irracional, los discursos racionales no pueden nada.

AR: Usted dice que ojalá pueda darle continuidad a esta investigación, aunque en algunas partes del libro ya están expuestas algunas posiciones del nazismo, cómo retomaron los nazis algunos de los libros que usted menciona. ¿Qué papel tuvo el antisemitismo de estos años en las prácticas de gobiernos del siglo XX? Menciona un caso en Estados Unidos, donde hubo un linchamiento por un caso de antisemitismo. ¿Cómo influyeron estos años en la conformación de esas doctrinas y en las prácticas de sus gobiernos?
JM: Eso es difícil de decir; en el caso de la Unión Soviética lo interesante es que una revolución internacionalista, que precisamente pretendía borrar (como la Revolución Francesa) todas las diferencias entre los hombres, que es el programa glorioso del comunismo, en tiempo de Stalin, digamos 20 años después del triunfo de la revolución, volvió a resurgir el viejo antisemitismo del tiempo de los zares, pero ahora bajo un régimen que, teóricamente, no debería admitir eso.
Entonces esto confirma lo que estaba diciendo, a saber: que la dimensión irracional hace que el bicho siga; es como si tenemos amibas que no logramos eliminar, y de repente otra vez tenemos amibiasis.
Yo creo que en el cuerpo social basta ver hoy en internet que en México, por ejemplo, hay una corriente antisemita brutal y grosera, de un nivel bajísimo, en la que el potencial de odio es muy fuerte.

AR: ¿Cómo se ha vivido ese problema en México? Usted menciona, por ejemplo, los casos desde Justo Sierra hasta Salvador Abascal.
JM: México fue un país sin judíos prácticamente hasta los años veinte del siglo XX; en tiempos de Obregón y Calles empezaron a llegar judíos de Alemania, de Polonia, de Europa Central, pero nunca fue una inmigración masiva, como en Estados Unidos o en Argentina. De tal manera que en México, podemos decir de manera un poco provocadora, el antisemitismo es uno sin judíos; es decir, es puramente ideológico, no descansa sobre una base. No es como en Estados Unidos o en otros países, donde a tu lado hay un barrio de judíos ortodoxos extraños, barbudos, que no entiendes y que tienen un ritual, que son numerosísimos. Entonces, el miedo al otro, que es diferente, allí se explica sociológicamente.
En México no es el caso, porque con excepción de algunas calles de Polanco, la comunidad judía mexicana no es visible. Pero hay un caso como el de España, donde el antisemitismo es fuertísimo y bárbaro, que es el más fuerte de toda Europa, y en ese país no hay judíos.

*Entrevista publicada en Replicante, diciembre de 2013.

1 comentario:

hectordavid14 dijo...

Muchas felicidades por este articulo, realmente es muy informativo sobre este delicado tema.
Espero que no se vuelva a repetir lo de Alemania nazi, pero la humanidad sigue haciendo atrocidades brutales como lo que pasa en Nigeria y países vecinos, el Ejercito Islámico y aquí en México la terrible matanza que sigue y el descontento social que se esta incubando. Felicidades a Jean Mayer