sábado, julio 10, 2021

Los Zetas, el terror como modelo de negocio. Entrevista con Juan Alberto Cedillo*

 


Los Zetas, el terror como modelo de negocio

Entrevista con Juan Alberto Cedillo*

Ariel Ruiz Mondragón

 

Una de las más terribles bandas delictivas que han actuado en el país es la de Los Zetas, los militares del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales que fueron reclutados por el Cártel del Golfo para que fueran su brazo armado y que terminaron por convertirse en otra poderosa organización criminal.

Un esfuerzo por relatar los orígenes, el ascenso, el auge y la caída de ese grupo se encuentra en el libro Las guerras ocultas del narco (México, Grijalbo, 2018), de Juan Alberto Cedillo, quien, a partir de los testimonios que varios integrantes de Los Zetas rindieron en cortes de Estados Unidos, así como de archivos de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), documentos en WikiLeaks y de su propia experiencia como reportero en el norte de México, hila la historia de la banda criminal que impuso un modelo de negocio y pretende documentar lo que el autor llama “el fenómeno de la narcoinsurgencia”, que sigue vigente en varias partes del país, entre ellas Ciudad de México.

Cedillo (Ciudad de México, 1954) estudió Historia en la Universidad Autónoma de Nuevo León. Corresponsal de Proceso y de la agencia EFE, es autor de cinco libros, con uno de los cuales, Los nazis en México (Debate, 2007), obtuvo el primer Premio Debate de Libro Reportaje.

 

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué relatar el surgimiento, apogeo y caída de Los Zetas?

Juan Alberto Cedillo (JAC): Es una historia que se ha contado desde varios ángulos; uno de ellos es que en México la principal información para conocer el narcotráfico proviene de la perspectiva del oficialismo. El gobierno es el que crea la narrativa y la captura; pero a mí esa visión es la que menos me interesó para escribir el libro.

Para este libro tuve la suerte de estar en Texas en por lo menos cuatro juicios, donde pude oír a los capos que estuvieron directamente implicados, quienes fueron capturados en México, extraditados a Estados Unidos y que participaron como testigos de la Fiscalía para contar sobre algún otro capo. Narraron sus historias de cómo operaron, cómo se pelearon, cómo traficaban la droga, de qué forma capturaron las ciudades, detalles de cuánto ganaban, en qué  gastaban, etcétera. Es la historia contada por ellos mismos, lo cual le da un valor diferente porque no es lo mismo que ellos te la relaten a escucharla de otros.

Cabe una pregunta: ¿cómo se podría saber si mienten ante un jurado cuando ellos son testigos del gobierno de Estados Unidos, con la promesa de reducción de condenas si dicen ciertas cosas? Porque entre nosotros ese asunto de jurar por la verdad como que no nos lo creemos.

¿Cuáles fueron los filtros para saber si era verdad? Primero, lo más importante es que yo cubrí estos asuntos durante 10 años, por lo que tenía la visión de qué y cómo habían ocurrido, y así podía darme cuenta si estaban mintiendo. La otra es que la investigación está respaldada en documentos de WikiLeaks, que son todo lo que el gobierno de Estados Unidos dejó allí, y en declaraciones ministeriales.

Las versiones oficiales son las que menos me interesan porque siempre están inclinadas a favor de un cártel por complicidad o por incapacidad. Entonces me metí al archivo histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional, y de allí saqué los perfiles de cada uno de los capos. Así pude saber que, en general, los testimonios son creíbles en un 90 por ciento; se equivocan en direcciones y fechas, pero cuentan muchos otros detalles.

 

AR: Hablas de las raíces socioeconómicas de lo que llamas la narcoinsurgencia de Los Zetas, y mencionas, por ejemplo, el Tratado de Libre Comercio (TLC). ¿Cuáles son los grandes factores que desataron la delincuencia y la violencia de esa banda?

JAC: Fíjate que es un asunto muy complejo para poderlo evaluar en toda su dimensión. Es más, no creo que haya una sola persona que pueda analizar las condiciones que provocaron que de repente México se viera en donde está. Si queremos simplificar le quitaríamos la riqueza a este fenómeno social.

Lo que te puedo decir es que se cocinó en los últimos 30 años; influyeron factores económicos, por ejemplo el cambio de modelo económico, por el que el Estado abandonó el sentido social que tuvo durante muchos años y le quiso dejar al mercado la atención a sectores sociales desfavorecidos.

El TLC es fundamental porque nos impuso el criterio de que íbamos a ser mano de obra barata para las empresas que se quisieran establecer aquí; entonces ahora México es el país de América Latina con el peor salario del continente, solamente arriba de Haití, porque hasta en Guatemala se gana mejor que aquí, lo cual es un factor que agudiza la injusticia social.

Así también podemos encontrar factores como la cultura: a los sinaloenses les gusta la adrenalina, las botas, las camionetas de doble cabina, a los buchones les encanta el whisky. Hay elementos familiares, como que la crisis económica obligó a ambos padres a trabajar, por lo que los niños ya no son educados por ellos sino por la televisión y la calle.

Hay factores como la democracia…

 

AR: Mencionas a alcaldes timoratos que no tenían el know how de los corruptos priistas…

JAC: De cómo esos corruptos priistas podían tener bajo control al crimen organizado porque formaban parte de él o porque sabían cómo manejarlo: por ejemplo, tenían un policía corruptazo que decía que devolvieran un camión robado porque se lo habían quitado al superrico, y a ese no se le podía tocar. Siempre había controles.

Cuando llegaron los alcaldes timoratos del PAN, que no tenían ni la menor experiencia, el crimen organizado se les montó e impuso la agenda. Incluso hay municipios, en Tamaulipas y en otras partes, a los que les quitan el 10 por ciento del presupuesto.

Para concluir: son muchos los elementos de este fenómeno social que cambió el rostro del país y que va a tener que ser investigado desde perspectivas sociológicas, económicas, políticas y culturales.

 

AR: Otro cambio que hubo fue la llegada de los militares a la Policía Federal…

JAC: El inicio de todo…

AR: … que dices que cambió el rostro del país, el comienzo de una edad oscura. ¿Qué pasó entonces con el combate a la delincuencia organizada? ¿Había otra salida? Porque lo que existía eran, como dices, policías corrompidas.

JAC: Durante muchos años el combate al narcotráfico era campo de la Procuraduría General de la República (PGR), que en un momento dado desapareció y entraron el Ejército y la Marina. ¿Por qué desapareció? Porque todo mundo sabía que la PGR era parte del crimen organizado. Hablamos de principios de los años 2000.

A Estados Unidos siempre le ha preocupado que las drogas lleguen a su nación: quieren resolver su problema de drogadicción mediante el freno a las drogas fuera de su país, por lo que intentan imponer los criterios del combate al narcotráfico en otros países. Sabían que la Policía Judicial Federal (la más responsable del asunto y que dependía de la PGR) estaba infiltrada, por lo que decidieron experimentar. Entonces le pidieron a México que ese cuerpo corrupto fuera renovado con jóvenes, militares altamente disciplinados y capacitados, para que fueran militares los que combatieran al crimen organizado. Fue un acuerdo con Estados Unidos.

La Sedena lo promovió e hizo el experimento de mandar tres grupos de militares a Reynosa en 1997. Se les asignó una clave de identificación porque llegaron como civiles; fueron los grupos X, Y y Z. El más destacado fue el que encabezaba Arturo Guzmán Decena, quien fue quien traicionó.

En los expedientes de la Sedena se puede observar un interés de venganza contra Guzmán Decena, aunque se presenta a varios más: al Hummer, a Lazcano y a varios más que se dieron de baja, mientras que otros desertaron, como Guzmán Decena quien se fue al bando contrario. Los documentos se van sobre él y dicen “lo queremos”, “la fiscalía debe traerlo”, “búsquenlo”. Estos tipos fueron reclutados por El June, no por Osiel Cárdenas, en 1997. A partir de esa traición la Sedena se endureció.

Finalmente fue un cambio de modelo en el narcotráfico, de la manera de operar de los cárteles, que antes eran discretos y corrompían en pequeño. Los que metieron el desorden en esto fueron Los Zetas, son quienes le cambiaron el rostro al país para mal.

 

AR: Explícanos a muy grandes rasgos ese cambio en el modelo de negocios, que va desde una mayor crueldad hasta la ampliación de las actividades delictivas.

JAC: Los Zetas pusieron el modelo de cómo matar a los enemigos: antes eran asesinatos con una pistola, pero llegaron ellos y mataron con un cañón, por decirlo de forma simple.

Desde que México empezó el narcotráfico a principios de los años veinte en Sinaloa, los cárteles siempre habían sido pocos grupos pequeños que corrompían al Ejército y a la PGR, y estaban involucrados con muy pocos sectores del Estado que los combatían. No eran las grandes organizaciones sino más bien asociaciones de varios tipos. Como las drogas no se quedaban en México sino que esas bandas eran un trampolín para que llegaran a la alberca de Estados Unidos, aquí el narcotráfico no se vio como problema sino como un mal menor. Cada vez más los estadounidenses presionaban para que cambiáramos las leyes y lo combatiéramos, pero a no hubo preocupación sino hasta los años sesenta.

Después en México ya hubo narcotraficantes en gran escala; al principio metieron mucha mariguana, y crecieron cuando entró más cocaína, cuando ya hubo mayor corrupción. Pero seguía siendo un asunto de pocos y que iba encaminado hacia Estados Unidos.

Entonces Los Zetas vinieron a meter el desorden al disputar las plazas: iban a Choix, a Concordia, y se las peleaban a Sinaloa, se quisieron apropiar del territorio de La Familia Michoacana, y desplazaron a los grupos pequeños que había (como Los Texas, Los Chachos y otros): los fueron integrando, y a los que no lo hacían los mataban.

Los Zetas generaron nuevos negocios: por ejemplo, en un momento dado tuvieron una empresa que traficaba en pipas gasolina a Estados Unidos, y se la vendían a empresas privadas establecidas. Hay cinco grandes ejecutivos presos en ese país entra en este negocio.

Ellos ampliaron los negocios y la estructura creció. En otro momento la droga se empezó a quedar en México, lo que implicó que las narcotienditas debían tener protección para ellas, por lo que se integró a los policías municipales, los alcaldes, los señores que venden alcohol localmente, y entonces se hizo un monstruo.

Además, como querían imponerse con terror, fueron los que introdujeron los métodos de colgar, descuartizar, incinerar y matar cruelmente para asustar a la contra, como le decían.

 

AR: Había otros negocios: el “fiscal” (por llamarlo así), por el que comenzaron a extorsionar a la gente, a acaparar la venta de productos pirata, el tráfico de inmigrantes…

JAC: Se quisieron quedar con todo el negocio donde reinara la corrupción. Fue un modelo que crearon ellos y que después copió toda la delincuencia: cooptar a los funcionarios, aterrorizar a los enemigos, controlar el narcomenudeo, la piratería, los giros negros, los secuestros exprés, etcétera, y, sobre todo, que no se denunciara: a sus víctimas les quitaban el celular, las golpeaban para que proporcionaran la contraseña de sus redes sociales, las revisaban para saber de hijos, parientes, amigos, trabajo y escuelas, y cuando los soltaban les decían que ya sabían todos sus datos. “Denuncias y vamos por ti”, les decían.

Eso provocó una cifra inmensa de secuestros que no están en las cifras oficiales porque también bajaron las cantidades exigidas (entre 30 y 50 mil pesos) para que fueran rápidos.

 

AR: Un asunto muy interesante es que Los Zetas no podían existir de forma totalmente independiente del poder político. ¿Cómo fue su relación con los gobernadores? Allí se mencionan desde Enrique Hernández Hernández hasta Humberto Moreira.

JAC: Hay una conexión siempre, incluso del presidente, con el bajo mundo (aunque esto no quiere decir que el titular del Ejecutivo sea el jefe de los cárteles, como muchos quisieran que fuera. En esta historia te puedes ir hasta Miguel Alemán, luego con José López Portillo y posteriormente con Miguel de la Madrid. El primero tuvo a Carlos I. Serrano, pistolero y jefe de la Policía Judicial Federal; López Portillo tuvo a Arturo El Negro Durazo, y Carlos Salinas a Guillermo González Calderoni. Estos policías amigos del presidente controlaban el bajo mundo y tienen relación con el narcotráfico, por lo que hay una conexión directa, lo que puede hacer creer que los mandatarios lo controlaban y se beneficiaban.

En el caso de Alemán, fue una época en que el presidente manejaba el presupuesto a su antojo, por lo que podía tener todo el dinero que quisiera. Entonces el dinero del narcotráfico era apenas una cajita, pero dejó de serlo desde López Portillo.

Entonces así ha sido con gobernadores y alcaldes: siempre tienen un pistolero que les hace el trabajo sucio, quien tiene la conexión con el bajo mundo, con los jefes de los cárteles. Siempre hay una conexión directa hacia el poder.

 

AR: A partir de reportes de Estados Unidos, comentas que en México ha habido una “narcoinsurgencia”. ¿Qué quiere decir esto?

JAC: Yo lo veo así: cuando en el noreste (Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila) los cárteles se quedaron acéfalos por capturas y por divisiones, muchas de las células se quedaron sin control pero ya con el modelo establecido por Los Zetas: manejar delitos del fuero común bajo la dinámica de la delincuencia organizada, lo que les facilitó la impunidad.

En un momento dado en Nuevo León la procuraduría empezó a hablar de Zetas pirata, de tipos que para extorsionar se hacían pasar por miembros de esa banda. Esto creció con la gran cantidad de jóvenes desempleados y pandilleros de todo tipo, que querían tomar la parte de la riqueza nacional que el Estado no les da, por lo que decidieron tomarla al amparo de la marca Zeta, además con el armamento que en la guerra de todos estos años empezó a circular a pasto desde Centroamérica. Así, en un momento dado en el mercado negro del sur podías conseguir un AK47 en 500 pesos; entonces el armamento les hizo sentirse más poderosos e impunes y vino una insurgencia de gente que, sin banderas políticas, quería vivir bien.

 

AR: Quiero vincular esto con otra parte muy interesante del libro, que es la intervención benigna de Estados Unidos en este conflicto: la ayuda social proporcionada por la Agencia para el Desarrollo Internacional. Señalas que hubo muy buenos resultados de esa política.

JAC: Cuando a Calderón le impusieron la lucha contra el narcotráfico, el gobierno de Estados Unidos vio el desmadre de la guerra contra los cárteles, sobre todo en la frontera. Por ello decidió que iban ayudar porque son parte del problema; quisieron replicar en México el Plan Colombia, nada más le llamaron Iniciativa Mérida. Le impuso a nuestro país el modelo de combate al narcotráfico y creó, con Genaro García Luna al frente, la Policía Federal, que se convirtió en un tercer ejército. Metió aviones, helicópteros, tecnología y capacitación. En Monterrey se brincó a la Federación y se puso a modificar las policías estatales e hizo directamente la fuerza civil. Nuevo León le interesaba muy particularmente.

Después vino la captura de capos y el desmadre de que las bandas se quedaron acéfalas y divididas, que se crearon otros grupos, por lo que los estadounidenses se dieron cuenta de que ya no debería ser un combate al estilo tradicional. Entonces cambiaron la orientación de la Iniciativa Mérida para que en lugar de que los fondos se dedicaran a más armamento y capacitación, fuera a programas sociales porque se dieron cuenta de que las bandas estaban reclutando a los jóvenes. En Nuevo León Los Zetas estaban al tanto de las pandillas y de que Monterrey tiene unas favelas que no le piden nada a Brasil. De allí estaban sacando a muchos jóvenes a los que se les hizo fácil integrarse porque no tenían nada que perder. Eso fue lo que les dio mucho poder.

Eso mismo se había replicado en Ciudad Juárez, en una zona de Tijuana y en Nuevo Laredo. Los norteamericanos hicieron una investigación de campo con chavos mexicanos: los contrataron (sobre todo mujeres) y los mandaron subrepticiamente a que fueran a indagar subrepticiamente para a sacar de cómo estaban operando. A partir de eso diseñaron una estrategia para quitarle a esos grupos la capacidad de jalar a las pandillas.

Se dieron cuenta de ello, mientras que en México no lo sabían o no lo estaban operando. Entonces lo que los estadounidenses hicieron fue cambiar la orientación hacia esos proyectos.

 

AR: ¿Hubo intervención del Estado mexicano?

JAC: Se lo brincaron. Incluso a mí me utilizaron para mandar un mensaje al gobierno mexicano, pero que El Universal no captó. Me buscó el jefe de la Iniciativa Mérida, el consulado de Estados Unidos, y un funcionario me habló de varios asuntos; en un momento dado hizo una pausa e hizo énfasis: “Estamos trabajando esto porque el Estado mexicano lo ignora; nos vamos a ir a los municipios, a los estados, aunque de gobierno a gobierno solamente podemos trabajar con la Federación”. Así mandaron el mensaje, pero creo que la nota no la publicó El Universal.

 

AR: En otra parte hablas de la desintegración de Los Zetas y de que mucha de su violencia se ha cebado no nada más sobre las capas altas sino también bajas de la sociedad, incluso taxistas. ¿Cómo ha sido el ataque a estos sectores sociales?

JAC: Ellos se fueron sobre los delitos comunes; por ejemplo, en Monterrey quisieron secuestrar a hijos de empresarios, pero cuando tocas a uno de estos entonces el Estado sí se pone las pilas. Secuestraron a una niña que era familiar de un miembro de la Secretaría de Seguridad, y a los dos días ya los tenían ubicados.

Cuando los cuerpos de seguridad se ponen las pilas, con tantas cámaras, con GPS y otras tecnologías, no hay manera de no encontrar a un tipo importante. Pero si es un pobre diablo, un ratero… Bueno, Los Zetas se dieron cuenta de que era más fácil, rápido y seguro irse sobre gente de menor nivel con menos dinero. Es como el capitalismo gringo: ganar por volumen y no por venta de unidad.

Ese modelo no se ve: está en Iztapalapa y en Ecatepec, por ejemplo, donde hay cientos de secuestros y desaparecidos, y al Estado no le importa porque tiene la visión racista de que la violencia en ciertas partes del cuerpo social es natural.

 

AR: ¿Qué nos dice la violencia desmedida de Los Zetas en lugares como San Fernando y Allende, así como las omisiones, descuidos e incluso complicidad de los gobiernos?

JAC: Allende, pese a ser la peor masacre en el país con 250 personas afectadas entre desaparecidas, muertas e incineradas, además de la destrucción de 40 residencias, estuvo sin conocerse un año y medio. Y no fue solamente en un pueblito como Allende: también destruyeron 27 residencias en Piedras Negras, una ciudad fronteriza importante.

¿Cómo pudo ocurrir que de Monclova, Piedras Negras, Allende y Sabinas, se llevaron gente, y que allí hayan llegado en convoyes de 15 o 20 camionetas? ¿Cómo pudo pasar eso a la luz del día y que hubiera incendios, desaparecidos, llamadas a la procuraduría, que pasara más de un año y nadie supiera nada? Solamente se explica como complicidad de la familia Moreira y del gobierno.

 

AR: ¿Cuál es la herencia de Los Zetas? Al final del libro dices que su modelo delincuencial ha llegado al Estado de México y a Ciudad de México.

JAC: Ellos crearon un mecanismo de corrupción hacia las autoridades, y también de cómo manejar ciertas plazas, meterse a los negocios ilegales y cómo controlarlos, pero sobre todo el terror para someter a quienes querían controlar, ya sean autoridades o sectores de la sociedad.

Ahora, por ejemplo, ya se está cobrando derecho de piso hasta a negocios de Polanco. ¿Qué hago cuando llega un tipo, un pobre diablo, a un negocio y dice: “A partir de ahora tienes que darme 20 mil pesos mensuales?”. Pero cuando matan al tipo que era gerente del negocio, ¿no te va a pasar lo mismo? Entonces se trata del sistema de terror que ellos crearon para someter. Si no pagas, te matamos, y todos los de alrededor van a pagar.

El terror es la mecánica que ellos utilizaron para someter, y eso es lo que han heredado. Estamos hablando de que incluso descuartizaron a personas mientras aún estaban vivas, a lo que no estábamos acostumbrados en México. Eso podía ocurrir en África, en zonas de Centroamérica, en las guerras; pero ¿qué tiraran una cabeza en México?

 

AR: ¿Cómo fue la internacionalización de Los Zetas? Hablas, por ejemplo, de que Herfiberto Lazcano anduvo en Centroamérica…

JAC: Empezaron a hacer alianzas en Italia, con la mafia rusa… pudo ser con uno y con otros grupo. Las mafias internacionales se asocian con quien tenga el poder en un momento dado, y en cierta etapa los que tuvieron el control del tráfico de cocaína fueron Los Zetas. Pero eso fue variando porque eso nunca es permanente, siempre fueron mutando.

 

AR: ¿Cuál fue la respuesta social a Los Zetas? En el libro cuentas que hubo un empresario de San Pedro que decía a sus vecinos que se quedaran a luchar.

JAC: Ha sido muy pobre. En Tamaulipas hay un grupo de autodefensa promovido por otro grupo que peleó contra Los Zetas. Más bien la sociedad fue sometida; ha habido más respuesta social en Guerrero o en Michoacán con las autodefensas (que no eran las que controlaban los narcos, aunque también estos tenían las suyas).

En general lo que tenemos en la sociedad mexicana es que estamos muy acostumbrados a que el gobierno nos resuelva todo, incluso con el asistencialismo que es criticado por El Bronco. Hay sociedades que están acostumbradas a que el gobierno vaya y les limpie el terreno que está enfrente de su casa, y eso es un problema porque la sociedad no se organiza realmente para denunciar y combatir. Por eso el gobierno de Estados Unidos intervino más.

 

AR: ¿Cuáles fueron las grandes causas de la caída de Los Zetas?

JAC: Las traiciones, las divisiones. La guerra los debilitó y las divisiones empezaron a fraccionarlos: el grupo central se quedó en el Cártel del Noreste, pero se formaron bandas como Zetas Vieja Escuela, Zetas por acá y por allá.

Pero lo fundamental fue la traición de Miguel Ángel Treviño, que siempre vio a los militares (que en un momento controlaron e hicieron poderosa a la organización) como los que tenían mayores posibilidades de ascender. Él los fue denunciando, siempre con la Policía Federal.

Si revisas a los capos que capturó la Policía Federal en los años 2006-2007, 2009-2010, siempre que fueron Zetas fue por una delación de él. Así lo hizo: los iba quitando para subir él, porque tenía el problema de que no era militar. Treviño y su hermano los comenzaron a traicionar, y se quedaron con la organización, pero cada vez más debilitada y menos capacitada, más salvaje. No es por defenderlos, pero al principio los militares tuvieron otra mística de cómo querían operar y no se querían meter con la población; sólo lo hicieron cuando perdieron ingresos.

 

AR: La Marina sale bien librada en tu historia; tenían incluso la confianza de Estados Unidos.

JAC: No sale bien librada; lo que pasa es que fueron los más efectivos porque trabajaban con Estados Unidos. Yo he escrito que se llevaron a mucha gente inocente. Estoy en un caso de 22 personas que detuvieron y no aparecieron.

 

AR: ¿Qué riesgos corriste al hacer este libro?

JAC: Los normales. En un momento me amenazaron, me retracté y dejé de escribir. Siempre el que te amenaza es un capo al que le molestó cierto asunto. Pero los capos no son permanentes, como tampoco las amenazas; van mutando, lo que depende de que llegue uno u otro.

Entonces hay riesgos, pero yo decidí jugármelos al escribir porque no estaba a gusto con que estos tipos impusieran su ley. Había que contarlo.

El principal factor fue que yo me divorcié de la familia; convivo con ella y todo, pero me separé para no ponerla en riesgo, lo que decidí asumir. Claro, gran parte es historia, y me cuido al no contar lo más delicado, porque tampoco quiero ser mártir.

 

AR: ¿En dónde ves la esperanza de que esta situación de la delincuencia cambié?

JAC: Será a largo plazo porque en el corto no hay esperanza, ni siquiera con López Obrador, quien tiene un discurso que no es acorde con lo que ocurre aquí. Este asunto de reconciliación, perdón y amnistía sería para Colombia y las FARC, pero no para México.

Por eso le va muy mal en los foros, porque no le puede pedir a las víctimas de criminales que les mataron a sus familiares que los perdonen. Estás hablando de guerra no sólo de un grupo armado al que tienes que darle amnistía, sino de miles de banditas.

 

AR: Al principio del libro afirmas que sobre el tema del narcotráfico hay periodistas de Ciudad de México que han contribuido a crear muchos mitos. ¿Qué ha pasado con este periodismo?

JAC: El de Los Zetas fue un tema muy difícil de cubrir, más desde Ciudad de México, donde la narrativa es la que el gobierno te proporciona. Por eso un libro reciente dice que no existen los cárteles, lo que causó polémica: allí el colega estaba tratando de decir que lo que existe es la narrativa del gobierno sobre la violencia y sobre los cárteles, y que era muy difícil poder captar la dimensión del asunto desde  Ciudad de México.

Yo escribo desde la provincia, pero no por estar allí te da ventaja, y no porque un reportero de Ciudad de México vaya y haga una buena investigación lo vas a descalificar, sino al contrario: cuando llegan desde fuera pueden tener una mayor visión porque los de adentro ya se acostumbraron a ciertos asuntos. Pero en este caso era una situación muy difícil indagar, captar, entender, porque el periodismo de investigación sobre el narco estaba proscrito en zonas como Chihuahua, Tijuana, Ciudad Juárez, Michoacán, Guerrero, Tamaulipas, Coahuila, etcétera.

Cuando se vino la oleada de que están matando periodistas (estamos hablando de hace unos tres o cuatro años), cuando llegaron apoyos internacionales, del Pen Club, entonces hubo quienes quisieron empezar a dar la apariencia de grandes reporteros que estaban descubriendo el hilo negro. Pero eso, para nosotros y por las zonas en que estamos, son leyendas urbanas que no tomaríamos en cuenta.

 

AR: Hay varias partes del libro en las que dices “esto no salió en los medios nacionales”. ¿A qué se debió esto, porque en muchos casos eran asuntos escandalosos?

JAC: Pues era un poco censura del mismo crimen organizado, y otro asunto es la incapacidad de los editores de la capital del país para entender la provincia. Desde la capital ésta se ve muy nebulosa; hay una incapacidad para entender su dimensión: al principio se minimizó y luego se exageró lo que estaba pasando. Hubo historias y circunstancias que no fueron entendidas; por ejemplo, nosotros tuvimos en San Fernando, en Monterrey y en Allende hechos más terroríficos que lo de Ayotzinapa, y no tuvieron ni siquiera la mitad del eco que este último caso. San Fernando fue peor: hay mil personas desaparecidas, otras dos mil muertas, mil huérfanos; en las fosas fueron hallados más de 300 cadáveres, aunque oficialmente la cifra quedó en 193, con los 72 migrantes, entre otros asuntos. No se entendía qué estaba pasando: por qué, a qué se debía, cómo fue que el pueblo estuvo tomado.

 

AR: En el libro hablas de cómo la banda comenzó a silenciar a los periodistas, desde El Mañana (a cuyo director asesinaron en 2004) y llegas hasta cuando Alejandro Junco de la Vega tuvo que irse a Texas porque habían lanzado granadas en sus oficinas. ¿Qué ha pasado con la prensa en las zonas dominadas por Los Zetas?

JAC: El mejor ejemplo es Tamaulipas porque recibió la presión del crimen organizado porque amenazaron a los reporteros, y la presión de los gobiernos de Tomás Yarrington y de Eugenio Hernández para que la violencia no saliera hacia la capital del país. A los grandes dueños los compraron con publicidad para que se dijera que en Tamaulipas no estaba pasando nada.

Entonces realmente tenemos un problema muy serio: mientras los medios dependan de la publicidad gubernamental, el periodismo de investigación bien hecho tiene sus límites.

 

*Entrevista publicada en Zenzontle 400 en septiembre de 2019.

 

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