viernes, febrero 15, 2008

La guerrilla en un hoyo negro. Entrevista con Fritz Glockner


La guerrilla en un hoyo negro
Entrevista con Fritz Glockner

Ariel Ruiz Mondragón

Generalmente se suele considerar que el último levantamiento armado que enfrentó el régimen de la revolución mexicana fue el del general Saturnino Cedillo en 1938, sofocado rápidamente. De allí en adelante parecería que la tranquilidad política y la estabilidad social fueron garantizadas por el gobierno en la prolongada etapa autoritaria de la pax priísta, apenas sacudida por algunos movimientos cívicos de distinta índole (magisterial, ferrocarrilero, médico, estudiantil).

Sin embargo, al lado de diversas luchas sociales (aun más: como productos de algunas de ellas) aparecieron grupos radicales que consideraron inadecuadas, insuficientes y engañosas las vías que el sistema político mexicano ofrecía para canalizar sus demandas, por lo que decidieron empuñar las armas para procurar una revolución que enderezara la injusticia y la desigualdad reinantes. Varios de estos intentos tuvieron lugar desde los años cuarenta del siglo pasado, y, pese a la democratización del país, todavía no cesan.

Acerca de varias de esas intentonas revolucionarias Fritz Glockner acaba de publicar su libro Memoria Roja. Historia de la guerrilla en México (1943-1968) (México, Ediciones B, 2007), en el que da cuenta de las acciones de los principales grupos guerrilleros en ese periodo.

Sobre ese libro conversamos con el autor, plática en la que se abordaron los siguientes temas: las razones y dificultades para realizar su investigación histórica, el estado de la discusión sobre la memoria histórica en México, la clausura de las vías pacíficas para la resolución de conflictos, el papel del PCM, de Cuba y de Estados Unidos en el desenvolvimiento de la guerrilla mexicana, la eficiencia de los servicios de inteligencia y la ingenuidad de los grupos armados, el fracaso del asalto al Cuartel Madera y el movimiento estudiantil de 1968.

Glockner es historiador y novelista, autor de 6 libros; ha sido editor y librero, además de colaborador de diversos medios periodísticos. También ha sido profesor en la Universidad Iberoamericana y en Darmouth College, y fue uno de los principales encargados de prensa de la campaña presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas en 1994.

Ariel Ruiz (AR): A pesar de que en la primera parte de tu libro abordas el tema, quisiera preguntarte: ¿Por qué escribir un libro como este, sobre todo después de libros novelados que tenían mucho de memoria, como Veinte de cobre y Cementerio de papel?

Fritz Glockner (FG): No es que hayan salido de repente Veinte y Cementerio; mejor dicho, el proyecto original es Memoria roja. En el trayecto de investigar, de estar redactando este libro, es como salen aquellos dos hijitos no previstos. Pero el proyecto original hace 25 años era el de escribir la historia de la guerrilla en México.

De pronto esas dos novelas salieron con muy buena estrella; pero la idea desde el principio fue rescatar esta memoria oculta, soterrada, que el Estado mexicano ha venido negando desde su fundación como tal.

Entonces es una primera forma de entregar cronológicamente la memoria roja desde 1943, con el surgimiento de Rubén Jaramillo, hasta 1968, con la lógica de lo que fue el movimiento cívico popular estudiantil. No terminé allí la historia, evidentemente, porque, como siempre he dicho, es una historia de fantasmas y no de cadáveres, porque están actuando en el presente. Actualmente existen, según la Defensa Nacional, 19 grupos armados, de los que se conoce al EZLN, al ERPI, al EPR, pero por allí está uno que retoma el nombre de Rubén Jaramillo, otro que retoma el villismo, y que están actuando hoy.

Para el próximo año va a venir otro libro que se llamará Los años heridos, que comprenderá de 1969 a 1978 narrativamente hablando, y de 1979 al 2007 va a venir una cronología comentada. No llegó al 2007 porque tampoco es mi intención ser el contraataque de estos torturadores de la historia (me refiero a Héctor Aguilar Camín, a Carlos Tello Díaz, a Enrique Krauze, al propio Sergio Aguayo, quienes han alquilado su computadora –ya no es su pluma porque ahora todos escribimos en computadora- y sus dedos a intereses evidentemente propagandísticos y no en busca de la historia de este país).

Esto no quiere decir que mi trabajo sea infalible; al contrario, creo que todavía hay muchos huecos que hay por rellenar y muchos datos por contrastar. Pienso que es un primer acercamiento sobre lo que tiene que ver con la historia oculta o negada de nuestro país, fruto de un trabajo de 25 años de investigación.

AR: ¿Cuáles fueron las principales dificultades que tuviste para realizar la investigación?

FG: Evidentemente las fuentes. Todo historiador va a tener un problema implícito con sus fuentes, así estés investigando el siglo XIX, Mesoamérica o lo que quieras. En este caso toma en cuenta que estoy tratando una historia negada, en principio, evidentemente, por el Estado mexicano, que está reduciendo los movimientos armados de origen popular social o ideológico a la nota roja periodística.

Aquellos activistas, aquellos guerrilleros se encontraban en círculos clandestinos; por lo tanto, también su propia educación clandestina les circunscribía a una disciplina de no hablar, incluso después de haber transcurrido diez, veinte o treinta años. Muchos de ellos afortunadamente accedieron a conversar conmigo gracias al apellido que tengo, a mi origen, a que mi familia ya cubrió su cuota de sangre no solamente numérica sino de género (de mi tía Julieta y mi papá nadie me puede reclamar nada).

Otro aspecto en el cual hubo que ser muy cauto fue la información hemerográfica. Como ya mencioné, no te puedes ir con la lógica de la información de la nota roja publicada en la prensa de la década de los años sesenta y setenta (como la de Excélsior, El Universal, La Prensa, El Heraldo), como tampoco puedes casarte con la visión panfletaria de la revista ¿Por qué?, de la revista Política o de la revista Sucesos (incluso en sus mejores momentos). Esas fuentes hemerográficas también tienen que ser tomadas con precaución por el investigador.

Incluso el testimonio oral, el someter a todo participante de los grupos armados a que me narraran sus experiencias, es una forma de tortura también. La memoria tiene sus recovecos, no de traición sino de acomodar los hechos, los datos con una frialdad ya fuera de la pasión, y entonces esta memoria puede estar un poco distorsionada, puede estar acomodada a momentos diferentes de tu existencia, y eso nos pasa a todos: “Cuéntame que hiciste hace diez años, carnal, cuando te detuvieron”. Aquello lo contaste de manera diferente al día siguiente, y lo vas a contar de manera diferente al año, y cuando han pasado diez años lo vas a contar de manera distinta porque eres una persona diferente. Entonces también el testimonio oral es una fuente que tienes que tomar con pinzas

Otro elemento: de la escasa bibliografía al respecto, creo que el más documentado pudiera ser Lucio Cabañas; pero no deja ser una bibliografía a la que hay que entrarle con pinzas.

Por último, los testimonios escritos de muchos activistas o de muchos miembros de las fuerzas represivas. Está el famoso libro-testimonio de quien fuera agente del ministerio público al que le tocó el 65, el 68, e incluso el interrogatorio de aquellos que participaron en el intento de secuestro a Garza Sada. Es un testimonio que también hay que tener.

Todo el mundo anhelaba, antes de 1998, tener acceso a los famosos archivos de la policía política de México, los de la Dirección Federal de Seguridad (un poco por morbo, por gusto de saber qué se decía de uno). Cuando con Zedillo se abren en ese año las famosas tres mil y pico de cajas, y posteriormente en el 2002 con Vicente Fox algunas más, se genera una ola de credibilidad innecesaria a lo que está ahí escrito. ¿A qué me quiero referir? No es un archivo histórico, sino un archivo policíaco. Hay que tener mucha cautela, porque del 2002 a la fecha han nacido como hongos supuestos especialistas de la mal llamada “guerra sucia”, los que basan su información en las declaraciones extraídas a un detenido que estaba siendo torturado (a muchos de esos seudoespecialistas de la mal llamada “guerra sucia” son a los que considero como torturadores de la historia). Esa información policíaca hay que manejarla con mucha cautela, porque allí no está la neta del planeta.

Insisto como investigador histórico: de por sí las fuentes presentan una serie de limitantes y de precauciones que hay que tomar en cuenta, en este caso con mayor razón, asumiendo que se habla de una historia negada. La propaganda política y la forma de distorsionar los hechos ha sido la vertiente del éxito de la campaña del Estado mexicano, e incluso de la propia izquierda que rechazó, que negó o que estuvo en desacuerdo con los ultras que optaron por las armas; también de los exiliados latinoamericanos, que no veían razón de ser de la existencia de la guerrilla en México, porque ellos fueron recibidos con bombos y platillos después de que salieron corriendo de las dictaduras latinoamericanas o de la llamada República española desde 1939 (claro, para ellos la vida era poca madre, color de rosa, y no vieron la razón de ser de un movimiento armado cuyos orígenes tienen que ver con la injusticia social).

Entonces estuve frente a una serie de testimonios, de fuentes que hay que saber interrogar, seducir, tamizar y comprobar para poder caer en la redacción de un texto final.

AR: Actualmente, y no es de ahora, sino desde hace muchos años, en varios países de Sudamérica hay intensos debates acerca de la memoria histórica de las guerras sucias de los regímenes dictatoriales. ¿En qué punto de esa discusión intelectual y moral nos encontramos en nuestro país?

FG: No hemos llegado a esa discusión en este país porque no existe la historia; insisto, es una historia que apenas estamos pariendo. Es obvio que a partir de 1994 los reflectores no solamente se centraron en la existencia del EZLN y de guerrilleros en México, sino que también arrojaron sombras de luz (contradictoria la metáfora, ya que no lanzaron sino sombras de luz hacia el pasado inmediato anterior al 94). Pero sigue siendo un tema que ha sido muy bien manejado y controlado por los medios de comunicación por órdenes de los gobiernos estatales, municipales y el gobierno federal.

Vicente Fox se quiso revestir un poco de aperturoso, y su principal intento de deslinde de los gobiernos priístas tuvo que ver con la famosa y mal llamada “guerra sucia”. Recordemos que Fox, cuando era candidato a la presidencia de la República, abrió su intervención en el debate de 2000 precisamente reconociendo a los desaparecidos políticos, la lucha de Rosario Ibarra de Piedra, los abusos que el Estado mexicano había ejercido en décadas pasadas sobre aquellos civiles que optaron por las armas como vía de modificar la estructura de este país. Fue un discurso político hueco: creó una institución política vacía de justicia (la famosa Fiscalía Especial para Movimientos Políticos y Sociales del Pasado). Abrió los archivos para que se escribiera una historia light, como la hipótesis de Sergio Aguayo en La charola: nunca existió guerrilla, o existió pero nunca atentó contra la seguridad del Estado mexicano, sino que por el contrario, fueron los cuerpos de seguridad los que potenciaron la existencia de la guerrilla para ganar canonjías políticas y económicas. Pero sin la guerrilla no hubiera existido una reforma electoral promovida por Jesús Reyes Heroles en 1978. La existencia de 3 mil desaparecidos políticos en el periodo de 1969 a 1978 nos habla de una tragedia humana de dimensiones cabronas, que no la minimice.

Aquello no convocó a la mayoría del debate nacional (como si sucedió en Colombia, en Argentina o en Guatemala), y fue por la capacidad mediática del sistema político mexicano para negarla, no porque las causas sean menores en México que en Colombia. Pero generó preocupación en los cuerpos de seguridad, y digo: ¿quién podría hacer pendejo a Luis Echeverría Álvarez, quien fuera oficial mayor, subsecretario y secretario de Gobernación, y Presidente de la República? Si alguien conoció, estuvo en los sótanos del inframundo histórico del sistema político mexicano fue él. ¿Quién podría hacerlo pendejo? ¿Fernando Gutiérrez Barrios, Nazar Haro, Zorrilla? Que no mame Aguayo con su teoría estúpida de que Gutiérrez Barrios le inventara informes a Echeverría, quien conocía la forma en la que se intervenían las líneas telefónicas, la manera en que se interceptaban el correo y el telégrafo mexicanos; conocía qué tipo de espías infiltraban el movimiento campesino, gremial, sindical, guerrillero, popular, estudiantil.

¿Qué pasó? Que evidentemente Echeverría manejaba todos y cada uno de los aspectos del rompecabezas de la política negra mexicana. Por lo tanto, en esa lógica sabía cómo enfrentar a los guerrilleros y cómo exterminarlos, cómo generar una guerra de baja intensidad. Nunca se puso en jaque al Estado mexicano, pero sí hubo golpes sorprendentes que generaron inestabilidad política y económica (el asesinato de Garza Sada no fue una fiesta para el gobierno de Echeverría). Si el asesinato del máximo líder empresarial de este país no generó inestabilidad para la seguridad nacional, ¿entonces qué? Que no me salga con pendejadas.

¿Que la guerrilla no convocó a las masas a que arribaran a la capital del país con trinches, hoces, martillos y fusiles? Pues obviamente, estaban en la década de los setenta, no estaban en 1910. Entonces que no me diga Aguayo que no hubo jaque a la estabilidad y a la seguridad nacional con los ejemplos que acabo de dar. Allí están los documentos, los archivos, las declaraciones.

¿Qué pasa? Que Vicente Fox incuba una serie de intelectuales orgánicos, ligados también al zedillismo y al salinismo (a los cuales catalogo como “torturadores de la historia”), para minimizar los efectos de una historia que es vigente; acaban de suceder, apenas hace unos meses, atentados a los ductos de PEMEX, acción armada exitosa que no costó ni una gotita de sangre, con una capacidad de fuego nunca antes vista. Para minimizar el presente tienes que minimizar el pasado.

¿Qué ha pasado? Que no hemos llegado al debate moral siquiera, si hicieron bien o no Rubén Jaramillo o Lucio Cabañas; no hemos llegado al ajuste de cuentas histórico, por lo tanto no hemos llegado al ajuste de cuentas de la justicia como tal. ¿Qué pasó con las órdenes de aprehensión en contra de Nazar Haro, de Echeverría?

Entonces estamos en el retraso del retraso en comparación con los procesos de Argentina, Chile, Guatemala, Uruguay.

AR: Yendo ahora sí sobre el contenido del libro: creo que lo que atraviesa el libro es la tensión de la lucha social y del movimiento popular de marchar por las vías legales, institucionales y pacíficas, y la apelación a la lucha armada. ¿Crees que sí se habían cerrado todas las vías pacíficas para que muchos decidieran seguir la vía armada?

FG: Evidentemente se cerraron. No es que se hayan cerrado, sino que nunca se abrieron. Cerrar quiere decir que estuvo abierto todo el tiempo, y no. No hubo apertura.

Triunfa la revolución mexicana, que es una historia de traidores (con sus lógicas de traición: Obregón traiciona a Carranza, Carranza a Zapata, Cárdenas a Calles, aunque todos estén en el mismo muro del Congreso de la Unión y todos estén enterrados bajo el símbolo de la revolución mexicana) que genera una estabilidad mediática a partir de 1920 con Obregón, con el paréntesis de la llamada “guerra cristera”. Este país estaba hasta el culo de guerras: veníamos del siglo XIX, en el que había guerra cada tercer día. Necesitábamos un respiro, el que da el inicio del siglo XX, bajo una norma y una lógica de logros revolucionarios que nunca aterriza: la tierra nunca llega a quien tiene que llegar, la apertura democrática nunca se da en los gremios sindicales, el corporativismo instaurado desde el Estado mexicano por Lázaro Cárdenas se perfecciona en un control mediático cabrón del proletariado mexicano (el proletariado sin cabeza de Revueltas). Esto generó no que se cerraran las puertas, sino que nunca estuvieran abiertas.

¿Qué pasó cuando se empezó a exigir el cumplimiento de la ley? Nada. No son mentiras lo que estoy diciendo: el desfile de Jaramillo a la oficina de la Reforma Agraria; el desfile de Arturo Gámiz y Pablo Gómez Ramírez, apoyados por los Gaytán, para que se cumplieran los pactos que habían acordado los pinches terratenientes y los campesinos, no sirvieron. Además, ¿qué pedía Lucio Cabañas el 18 de mayo de 1967 en Álvarez? La destitución de una directora. No era la toma del poder. ¿Qué pedían Genaro Vázquez, los ferrocarrileros en 1958, los maestros en 1948? En el pliego petitorio de 1968 del Consejo Nacional de Huelga nunca se pidió el derrocamiento del presidente o la instauración del socialismo. Todas son demandas elementales, no estaban pidiendo las perlas de la Virgen.

Son la prepotencia, la falta de sensibilidad, la corrupción, la cooptación, el chayote, la degradación no del sistema político sino de la propia revolución, que es una historia de traiciones. ¿Cómo esperamos a alguien honorable si la historia de la revolución mexicana es “Hoy te saludo y mañana te asesino”? Nuestros cimientos están jodidos porque nuestro discurso revolucionario está jodido, ya que nace de la traición. Eso generó prepotencia y que nunca se hubieran abierto los cauces legales; siempre estuvieron cerrados.

AR: Incluso la participación electoral.

FG: Bueno, no había participación electoral. Había candidatos de paja, como Vasconcelos y Henríquez.

AR: Pero en el libro muestras ejemplos como los de Jaramillo, que participó en el PAOM o Pablo y Raúl Gómez y Arturo Gámiz en el PP…

FG: Pero son este tipo de actitudes bienintencionadas creyendo en la legalidad cuando ésta no existe. Repito: somos de origen traidor. Claro que tenían ganas de participar legalmente en una pinche elección, y así lo hacen Gámiz y Gómez en Chihuahua, y así lo hace Jaramillo, lo hace Lucio en Chilpancingo. Se creen el discurso de la ingenuidad, cuando el sistema tiene sus propios intereses culeros de traición: si los generales y dirigentes de la revolución mexicana se traicionaban entre ellos, ¿que no traicionen a un pinche campesino (no lo digo despreciativamente)? Su visión de los campesinos era de patarrajadas. Si estoy chingándome al general de al lado, ¿pues cómo no voy a traicionar a un cabrón patarrajada? Claro, los otros tenían la ilusión de la legalidad, pero la legalidad no tiene más ilusion que la traición (qué frase me acabo de aventar: es culera porque es muy fuerte).

AR: Sobre esto me gustó la parte donde relatas la discusión entre Heberto Castillo y Genaro Vázquez acerca de las vías legal y armada como método de lucha.

Ahora bien, ¿qué te parece la posición que en general asumió el Partido Comunista Mexicano en todos estos episodios? Gámiz y Jaramillo lo criticaron, por ejemplo.

FG: Acomodaticio. El PC fue el gran esquirol de la izquierda mexicana. Jugaba el papel de representar los intereses de un proletariado inexistente: nunca estuvo ligado al proletariado. Estaba encerrado en una puta burbuja recibiendo consignas (que se convertían en condenas) de la Primera, Tercera, Decimoctava, Trigésima novena Internacional de la URSS y Stalin. A éste le valía madre el proletariado mexicano; más bien tenía su geopolítica mundial.

Es lo mismo con Cuba: con todo el dolor de mi corazón, con todo lo que aprecio y respeto a la revolución cubana, Fidel Castro la jugó de esquirol. Hay que decirlo; no porque sea un mito o un icono no vas a decirlo. La amistad entre Fernando Gutiérrez Barrios y Fidel Castro generó complicidades esquiroles de delación. Hubo jóvenes que se acercaban a la embajada cubana a pretender recibir entrenamiento, al igual que lo recibían otros jóvenes de América Latina, de Asia y de África. No dio acta de nacimiento Cuba a México de los movimientos guerrilleros mexicanos; por lo tanto la guerrilla mexicana es la más aislada, vapuleada, puteada, escupida, sobajada, ignorada. La ignora el enemigo, que es el Estado mexicano; la ignora el grupo electoral, el partido que representa al proletariado mexicano, que es el PC; la ignora el bastión, el paraíso revolucionario, el icono de la liberación latinoamericana, Cuba, que la traiciona y vapulea. Y los compas guerrilleros latinoamericanos que terminan exiliados en México también la ignoran, porque estaba cabrón que se arriesgaran, después de salir corriendo de Stroessner, de Pinochet o de Videla, a ligarse a los guerrilleros mexicanos, porque ya habían padecido la tortura allá y no querían que los torturaran aquí.

Pobre pendejo guerrillero mexicano, se metió no en una isla sino en un hoyo negro del Universo. Está jodido, por eso me cuesta un huevo escribir esto y explicarlo. Es la historia la que me mueve, es la memoria; es darle un poquito de luz a ese agujero.

Pero el PCM jugó un papel de esquirol no solamente en la historia de la guerrilla, sino en la historia de la izquierda latinoamericana, pero ese ya es otro tema.

AR: Lo que narras en el libro está enmarcado en la época de la Guerra Fría; sin embargo encuentro pocas referencias a Estados Unidos. En ese sentido, ¿qué influencia tuvo la política anticomunista norteamericana en el combate a los grupos armados en México?

FG: Me da mucha hueva el imperialismo. Para los reaccionarios, los conservadores de México y el gobierno mexicano el color rojo ya significaba “comeniños”, el monstruo comunista. También para la izquierda mexicana una hamburguesa, un Kit Kat o John Lennon significaban el imperialismo, no mames. Esto no quiere decir que Estados Unidos no influyó en la guerra de baja intensidad que se establece en México desde la propia profesionalización y capacitación de policías y militares, así como, evidentemente, en el intercambio de información. Sobre todo los gobiernos mexicanos fungían de agentes de la CIA; era más lo que aportaba México a la campaña anticomunista mundial emprendida por Estados Unidos, que la campaña mundial estadounidense hacia México. Aquí los presidentes estaban en la nómina de la CIA; no es que el imperialismo viniera a dominarnos, aunque había dominio vía publicidad, como Selecciones del Reader’s Digest (después de lo que los soviéticos sacan su Sputnik; qué hueva uno y otro).

Hay cosas más importantes, y por eso no meto lo que estás diciendo. También por la hueva tremenda que me da el suponerme izquierdista al que, porque va a agarrar una hamburguesa o una Coca Cola en un restaurante mexicano, tachen de imperialista.

Eso era en los sesenta y los setenta. Era el estalinismo. No hubo macartismo, no hubo autores censurados, pero casi. Si analizas el caso de José Revueltas, padeció lo mismo que los escritores norteamericanos con el macartismo, pero de parte de la izquierda. Eso me da hueva, y también, sobre todo, la complicidad del Estado mexicano con la CIA, por la que no es que necesitáramos a sus agentes aquí (que además los teníamos), pero era el propio gobierno mexicano el que estaba en la nómina.

AR: Sobre los cuerpos de inteligencia del Estado mexicano señalas la profesionalización de la Dirección Federal de Seguridad. ¿No te parece que fueron muy eficientes en la época de la que escribes?

FG: No necesitaban ponderar la peligrosidad de los grupos armados, como lo dice el pendejo de Aguayo. Eran tan eficientes que sabían y tenían la tecnología para intervenir llamadas telefónicas; contaban con la actuación para infiltrar campesinos, estudiantes. Evidentemente fueron eficientes, eficientísimos.

Cuando acudes al Archivo General de la Nación y ves los documentos, te das cuenta de que no transcurrían 24 horas de que apareciera una pinta en el último rincón de la Sierra Mixteca poblana o hidalguense, en pinches pueblitos a los que para llegar tienes que caminar 12 horas, para que ya estuviera reportado en la Ciudad de México. Si eso no es eficiencia, no sé qué chingados lo es.

El Estado mexicano tenía una red policíaca implacable. Pero la propia corrupción, cuando llega el narco, genera que sea ineficiente. Pero fue eficientísima, y también los propios grupos guerrilleros eran muy inocentones.

AR: Como ocurrió muy claramente con el grupo de Víctor Rico Galán.

FG: El de Rico Galán, la propia 23 de septiembre (como lo contaré en Los años heridos), incluso el propio Jaramillo eras muy inocentes; Arturo Gámiz incluso quería ser diputado por el PP. Los estudiantes del MAR, estudiando en la universidad Patricio Lumumba. Son actos de inocencia revolucionaria que les costó la vida, días de tortura y una casa del terror nunca imaginada.

Esa inocencia, contra la perversidad del sistema político mexicano, generó esa casa del terror.

AR: Una de las partes que más me gustó del libro es donde narras el asalto al Cuartel de Madera.

FG: Que no te escuche Carlos Montemayor porque te va a odiar.

AR: Va a salir en la entrevista.

FG: Bueno, que se chingue Carlos Montemayor. Está más chingón que Las armas del alba(risas).

AR: Señalas que, cuando Gámiz y su gente se van a la sierra, era correcta la decisión derivada de su análisis: tomar las armas. Ya tenían algunos éxitos políticos, tenían la justificación teórica y estaban dadas las condiciones objetivas, como se desprendía de su análisis. Únicamente faltaba la fecha para la gran revolución socialista. ¿Qué fue lo que falló?

FG: Estoy convencido que el famoso capitán Cárdenas Barajas era un infiltrado, no sé si del propio gobierno mexicano, sino tal vez del cubano, y se trianguló. No olvidemos que ese güey tuvo participación en el entrenamiento de Fidel Castro y Ernesto Guevara de la Serna. Dejaba mucho qué desear; era un personaje oscuro que aparece en otras casas de seguridad, si no, ¿cómo chingados sabía siempre quién estaba dispuesto a tomar las armas? Todas esas historias me permiten suponer la evidente traición y el sobreaviso que tenía el pelotón militar (si no la totalidad de los soldados rasos, sí los mandos castrenses del cuartel de Madera). Esto genera (y lo cuenta muy bien Lugo, un sobreviviente, en su testimonio) que los estuvieran esperando. Para mí, fundamentalmente pasa eso.

Hubiera o no llegado Salvador Gaytán, se hubiera o no inundado el pinche río, los estaban esperando. No eran 30 soldados, como ellos pensaban, sino casi 130. Aunque hubieran llegado los otros campesinos, los soldados estaban acuartelados.

Además, ¿quién había tenido entrenamiento militar? Únicamente Gaytán, Gómez y Gámiz. Los otros eran soldados y habían tenido una educación militar.

Una vez más fue la inocencia. Además, si habían estudiado que el pendejo de Fidel Castro había fracasado en su intento de asalto al Cuartel Moncada, ¡pa’que chingados repiten el ejemplo de un fracaso! (risas). No me estoy burlando de los mártires revolucionarios, en buen plan. No estaban repitiendo una acción armada guerrillera exitosa, sino emulando una acción fracasada, la del Moncada, donde cayó preso Castro.

AR: Concluyes con lo relativo al movimiento estudiantil de 1968, y mencionas que algunos salieron de él hacia la guerrilla, como ocurrió con los llamados Lacandones, que después derivaron en la Liga 23 de septiembre. Confrontas dos visiones acerca del 68: una, que afirma que el movimiento fue una vacuna contra las guerrillas, y otra que afirma que aquél hizo posible la guerrilla. ¿Cuál de las dos opiniones prefieres?

FG: Por ninguna de las dos. Salida por la tangente: ambas tienen razón, pero no estoy de acuerdo con ellas. ¿A qué voy? Los miembros de la guerrilla mexicana pos68 son el personaje de la hermana en Rojo amanecer, la adolescente. Una de las grandes gracias de esa película es esa historia generacional: el abuelo que participó en la revolución mexicana; el papá y la mamá, productos del “milagro mexicano”; los chavos sesentayocheros en la euforia, la utopía, los sueños, el Che, Lennon. Luego hay una chica, una hermana, que va en la secundaria, y está Carlitos. La indignación del personaje de la chica de secundaria que no está en la Plaza de las Tres Culturas (o que está allí porque vive en Tlatelolco, pero que no entiende lo que sus pendejos hermanos están haciendo) y que ve la masacre, la lleva a la guerrilla. Carlitos, que somos nosotros, a quienes dejaron un país tapizado de cadáveres, y nomás tenemos que saltar, que es como termina Rojo amanecer.

Evidentemente se activa la guerrilla urbana en la década de los setenta, pero no nada más por el 68, sino también por el 71. Coincide que también en Guadalajara la FEG había dominado la ciudad, y pasó desapercibida, al igual que en 71. Pero allí la represión generada por Carlos Ramírez Ladewig y sus secuaces ya tenía hasta el culo a la gente. El conflicto de intereses entre la familia Zuno y la familia Ramírez, grandes caciques de Jalisco, genera la activación de aquellos famosos “Vikingos”, que no son lumpenes, que no son banda, sino que hay una historia de un tejido social: un barrio popular a las afueras de Guadalajara que genera unas complicidades y unos rollos muy chingones. Todos se conocían desde niños, no eran banda sino estudiantes, y tenían participación política en la universidad. Con todos esos elementos se formó una sopa poca madre que explotó en las ciudades: Monterrey, Guadalajara, Sinaloa, algo de Puebla, la Ciudad de México. Son las grandes ciudades a donde se traslada lo que va a ser la guerrilla urbana, no producto del 68, que no estuvo en varias de esas ciudades. Raúl Ramos Zavala ya traía el gusanito, y Carlos Martín del Campo trae el gusanote, igual que Diego Lucero en Chihuahua.

Reducir el análisis a vacuna o motor me parece absurdo; no es ni una ni otro, pero ambos tienen razón. Fue vacuna y motor, pero entre ambos no hay conexión.

Es evidente que la reforma electoral de 1978 es producto de la guerrilla en México. Los dos momentos de amnistía son reconocimientos de que hubo guerra de guerrillas: si eran delincuentes comunes, ¿por qué chingados los amnistiaron? Ese análisis no se ha hecho para aprovecharlo desde la propia izquierda. La aministía es el reconocimiento tácito de que fuimos a las armas por motivos sociales.

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