martes, julio 24, 2012

Viajes al centro de la impunidad. Entrevistas con Diego Enrique Osorno y José Luis Martínez S.

 Viajes al centro de la impunidad

Entrevistas con Diego Enrique Osorno y José Luis Martínez S.*


Ariel Ruiz Mondragón



Como se ha mencionado muchas veces, México es un país en el que pasan muchas cosas y no pasa nada: hay múltiples casos de violencia, abusos y descuidos que causan grave daño a la sociedad, los que en la mayoría de las oportunidades, y por graves que sean, quedan sin castigo. Un hecho lamentable pronto es opacado por un nuevo escándalo que deja sepultado aquel muy pronto, lo que da lugar al olvido, la impunidad y la resignación.

Como una forma de conocer algunos de esos casos y tener presente que la justicia mexicana tiene muchos, demasiados pendientes, Diego Enrique Osorno se dio a la tarea de seleccionar una serie de textos periodísticos que dieran buena cuenta de aquellos, los que acaba de publicar en una compilación titulada País de muertos. Crónicas contra la impunidad (México, Debate, 2011). En este volumen hay 14 crónicas de igual número de autores: Alejandro Almazán, Alejandro Cossío, Froylán Enciso, Daniel de la Fuente, John Gibler, León Krauze y Ángeles Magdaleno, además de José Luis Martínez S., Pablo Ordaz, Jesús Ramírez Cuevas, Daniela Rea, Arturo Rodríguez García, Emiliano Ruiz Parra y el propio Osorno.

Sobre ese libro conversamos con dos de los coautores: Osorno y José Luis Martínez S. El primero, responsable de la selección e introducción, es reportero de Milenio y autor de tres libros, además de haber colaborado en publicaciones como Replicante, Nexos, Letras Libres y Narco News, entre otras.

Por su parte, Martínez S. es director del suplemento cultural Laberinto del periódico Milenio Diario, y ha sido profesor en la Escuela Nacional de Estudios Profesionales Aragón de la UNAM y en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García.


La crónica como arma contra el miedo. Entrevista con Diego Enrique Osorno

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hacer y publicar hoy esta compilación de crónicas?

Diego Enrique Osorno (DEO): Porque las vidas de los muertos no deben perder su significado por el hecho de haber quedado absorbidas por la actual montaña de estadísticas. Esta idea surgió en septiembre de 2009, unos meses después de la muerte de los 49 niños de la Guardería ABC, mientras platicaba con el editor Andrés Ramírez acerca de la escasa publicación de libros de reportaje o de crónica que abordaran algunos de los crímenes impunes que habían ocurrido en los años recientes en el país, esos que poco a poco se van desvaneciendo de la mente de todos, en medio del océano de sangre en el que naufraga nuestra realidad cotidiana.

Al hacer un recuento mencionamos los casos de Acteal —del cual después se publicó un excelente libro—, el de los mineros de Pasta de Conchos y el de la Guardería ABC. A las pocas semanas me reuní con Carlos Montemayor, y mientras hablábamos acerca de los militantes desaparecidos del Ejército Popular Revolucionario (EPR) en Oaxaca, salió de nuevo el tema de la falta de libros o trabajos de largo aliento que registraran, desde la memoria periodística, los episodios trágicos de la historia reciente. Carlos me alentó a que armara un libro de crónicas que miraran esos sucesos. Durante unas semanas, Carlos acompañó el proyecto, hasta que su salud se quebrantó y falleció. Por eso el libro está dedicado a él, uno de los hombres que con mucha lucidez y pasión contó la historia inmediata del país, sobre todo de sus zonas menos vistas.

Así, a principios de 2010, lo que sería una crónica del incendio del 5 de junio de 2009 en Hermosillo, Sonora, fue tomando la proporción de un libro, en este caso uno titulado Nosotros somos los culpables. La tragedia de la Guardería ABC, el cual considero —pese a las fallas que tiene— el más completo que he podido hacer, de los tres de periodismo que me ha tocado concretar.

Entonces, la idea del libro de crónicas de crímenes impunes adquirió un carácter colectivo. Empecé a platicar con colegas al respecto y fueron surgiendo opiniones sobre más casos imprescindibles de incluir en un proyecto así, como el de la discoteca News Divine, en el que la política de represión juvenil de los gobiernos perredistas en el Distrito Federal mató a una docena de chicos; u otros sucedidos en el contexto de la guerra del narco, como el de soldados matando a civiles en Sinaloa, o la masacre de Creel, Chihuahua.

La idea era incluir en el libro historias de los diferentes tipos de impunidad asesina, desde los cometidos mediante una violencia directa, hasta los derivados de la violencia institucional o la violencia cultural, esas que también se les conoce como invisibles, pero que en el libro quedan muy evidentes con textos magistrales como el de Emiliano Ruiz Parra sobre los trabajadores de la Sonda de Campeche o el de Pablo Ordaz sobre la hemorragia imparable de Ciudad Juárez, entre otros. Desde entonces estaba claro que algo a intentar evitar en el proyecto era que éste añadiera más violencia a la violencia. No queríamos hacer pornografía de la muerte, ni que la sangre le subiera a la cabeza al lector a la hora de leer las crónicas.

AR: ¿Cómo fueron escogidos los autores y los textos que aparecen en el libro?

DEO: La idea era que el libro no fuera sólo una barricada de palabras contra la desesperanza. Como se dice: había que afilar el cuchillo por los dos lados. Además de la denuncia de cada uno de estos casos, había que conseguir textos que lo hicieran con buena prosa, incluso con la ayuda de la literatura, esa hermana desmadrosa del periodismo que es capaz de sublimar la narración de acontecimientos reales y verificables. Ese fue a grandes rasgos el criterio de selección de los textos.

En País de muertos vienen apenas catorce casos representativos de los últimos años, ya que por desgracia, en el México de hoy se podría hacer un libro de crónicas de crímenes impunes cada semana o uno diario de cuentos de terror. La lista de miles de casos clave que no vienen en el libro, creo que la encabezan dos historias: una es la de los dos jóvenes asesinados durante la intervención de la policía federal en San Salvador Atenco en mayo de 2006, y otra la de los soldados cazados y asesinados en 2008 en Monterrey y Guerrero cuando se encontraban fuera del cuartel, sin uniforme y sin armas, paseando.

En cuanto a la selección de los autores, tras definir los casos, se buscó a cronistas que hubieran tocado dichos temas en sus respectivos espacios de publicación. A raíz de ello, se les fue invitando a participar en el proyecto pidiéndoles textos publicados y/o inéditos, hasta ir conformando el libro. La idea era que la mirada de los crímenes impunes nacionales fuera lo más plural posible. En el libro hay periodistas de La Jornada y de Reforma, de Proceso y Letras Libres, de Milenio y Al Jazzeera, de El País y Gatopardo, así como también autores de 25 años de edad y otros rondando los 50; hay cronistas de la Ciudad de México y de Tijuana, de Texas y de Madrid, corresponsales internacionales y reporteros del día a día... O sea, no se trata de un grupito de amigos publicando sus crónicas, ni tampoco se dejó demasiado espacio para el azar: todo el volumen, aunque es colectivo, está intencionado. Hay quienes me han dicho que sintieron contradicciones durante la lectura del libro. Esa contradicción, más que verla como un defecto, yo la resalto como una virtud de la pluralidad que se buscó a la hora de seleccionar el tipo de miradas con las que el libro se asomaría a escudriñar los crímenes impunes actuales.

AR: En estos casos y en otros parecidos, ¿cuál ha sido el papel de los medios de comunicación en estas historias? Hay muchas anotaciones críticas: la prensa que difama a las víctimas y se limita a difundir versiones oficiales (Pasta de Conchos), la que sólo se interesa en el conflicto cuando es asesinado el reportero extranjero (Oaxaca) o que francamente está comprada por el narcotráfico (señalamiento de Pablo Ordaz).

DEO: Es muy notorio que los autores de las catorce crónicas que aparecen en el libro no se conformaron con la versión oficial de los sucesos que se narran. Como dice Emiliano Ruiz Parra, en País de muertos se lee ese periodismo que sale a buscar la versión de quienes no tienen portavoz ni oficina de comunicación social y jamás han organizado una conferencia de prensa. Esa reivindicación del periodismo narrativo, en contraste con aquel que no va al sitio de los hechos, que no investiga y que, por una u otra razón, se rinde ante el boletín, diría que es la principal crítica implícita que se hace al papel de los medios de comunicación, a los que la frenópatica dinámica actual presiona para privilegiar la producción de noticias a granel, descuidando el análisis y la presencia directa en los lugares donde ocurren las cosas.

Se trató de hacer este planteamiento, no desde un púlpito, sino mediante la realización y selección de crónicas hechas a ras de tierra, y que cumplen con una de las principales misiones que tiene un periodista: la de hacer lo más entendible posible lo que sucede en su entorno. Para conseguir esto hace falta estar ahí, en los lugares donde a veces las madrugadas son color ceniza y hollín.

AR: Hoy, ¿qué posibilidades y limitaciones hay para hacer un “periodismo de a pie” (como le llama Froylán Enciso), que escuche a las víctimas y que le permita a la sociedad su autoconocimiento? Lo destaco por tu señalamiento de que en México se encuentra la trinchera más importante en la batalla por la libertad de expresión en América Latina.

DEO: A nivel colectivo, los periodistas son muy poderosos, pero en lo individual están en constante peligro. Es una paradoja resultado no sólo de la situación de violencia que se vive en varias regiones del país, sino también de la forma en que el desarrollo tecnológico ha modificado a los medios de comunicación en todo el mundo. Los medios de comunicación hoy son centros de poder y a la par de ese estatus están enfrentando retos económicos que todavía no les queda claro cómo van a superar. A nivel individual, esto repercute en las condiciones laborales de muchos trabajadores de los medios de comunicación, y en el caso de México en particular, hay que añadirle que los reporteros tenemos frente a nosotros una violencia que ocurre entre una nebulosa de cárteles, corporaciones oficiales, intereses políticos y económicos que es muy difícil de despejar para registrar con fidelidad lo que sucede realmente, sin que te den un tiro en la nuca. Como dice Pierre Bordieu, el periodismo es una profesión muy poderosa, compuesta por individuos que somos muy frágiles en muchos sentidos. Esta circunstancia hace que de repente abordemos los sucesos de la llamada “guerra del narco” haciendo narcocorridos grandotes o partes policiales, ambas cosas que creo que no nos toca realizar a nosotros.

Una opción, entre varias para encarar este reto, es mirar a quienes van quedando como víctimas de esa nebulosa, que es a lo que creo que se refiere Froylán Enciso con ese comentario que citas, en el que por cierto, retoma el nombre de Periodistas de a pie, una red de reporteros creada por Marcela Turati, Elia Baltazar, Mago Torres y Daniela Pastrana.

AR: Citas a John Pilger, quien “cuestiona que en las clases de periodismo de las universidades no se diga que el Estado miente por costumbre”. ¿Pero no te parece que en ocasiones quienes se le oponen también lo hacen?

DEO: Claro que la mentira no es exclusiva del Estado y también existe en los márgenes contestatarios. El sentido de esta cita es que en muchas escuelas de periodismo se enseña a tener un respeto exagerado en las fuentes oficiales, sin tomar en cuenta que la mentira también forma parte de la lógica de cualquier autoridad. Se suele decir que las fuentes oficiales son dignas de confianza y que de las no oficiales hay que desconfiar. Por eso a veces vemos en la página 8 de los periódicos una plana llena declaraciones de diputados que opinan cosas lamentables con una impunidad que da miedo y que se reproduce sin demasiado asombro.

Ahondando en esta cultura oficialista del periodismo, uno de los fundadores de la escuela de periodismo de El País, Miguel Ángel Bastenier, en su libro Cómo se escribe un periódico, critica a quienes escriben precisamente “desde arriba” para “los de abajo”, en un lenguaje esotérico, administrativo y colonial, pues era el lenguaje del gobernante ante sus súbditos, no el de los ciudadanos. Dice Bastenier que ese chip se ve reflejado en quien escribe en los periódicos y se siente imbuido de una categoría distinta y superior a la de los demás ciudadanos, o, como lo dice también la periodista colombiana María Teresa Ronderos, es el chip de aquellos reporteros que se ponen la corbata de la autoimportancia a la hora de redactar y forman parte así de un enorme aparato propagandístico sin apenas saberlo.

AR: Los relatos del libro van desde un asesinato individual (el caso Wallace o el del profesor argentino de ping pong) hasta masacres (Acteal), incluyendo evitables accidentes (Pemex, Pasta de Conchos o Guardería ABC), entre otros. ¿Cómo es que la sociedad mexicana ha tolerado eso y muchos casos más que no están en el libro?

DEO: No es fácil romper un pacto de impunidad que se fue construyendo durante 70 años, en la época del partido único, y menos si los dos gobiernos de alternancia emanados del PAN, en lugar de romper con dicho pacto, decidieron mantenerlo y seguir gobernando con él.

Al poco tiempo de que Fox llegó a la Presidencia y se inició la investigación de los delitos cometidos durante la “guerra sucia”, se nos dijo de repente que había que parar la cosa en afán de mantener la gobernabilidad del país, que mejor había que mirar hacia adelante. Y miramos hacia adelante ¿y qué fue lo que pasó? Que el pacto de impunidad se mantuvo y se robusteció para que Ulises Ruiz, Mario Marín y una enorme lista de políticos no se hicieran responsables de cosas verdaderamente graves. Llegamos a una situación absurda en la que en México, cuando se habla de gobernabilidad, lo más seguro es que se esté hablando de impunidad.

¿Y cómo ha permeado ese pacto de impunidad a nivel social? Pues consiguiendo que todos seamos benefactores de dicho pacto en nuestro pequeño espacio, ya sea cruzando impunemente el semáforo en rojo en una avenida o matando impunemente mujeres en Ciudad Juárez, sin que en ambos casos pase nada. Esa impunidad a la que las elites le llaman gobernabilidad, en efecto, a nivel ciudadano es vista con normalidad, con una tolerancia o resignación que da escalofríos.

AR: ¿Cuál es tu opinión sobre el boom de libros acerca de la delincuencia y el narcotráfico, y que va desde libros de cuentos y novelas hasta trabajos académicos, pasando por textos periodísticos?

DEO: Hay una anécdota que leí por ahí alguna vez y que alguien me recordó acá en Ciudad Mier, Tamaulipas, donde ando ahora haciendo una crónica sobre la gente desplazada a causa de la guerra y el esfuerzo de los habitantes que se quedaron por recuperar la esperanza. La anécdota es sobre un oficial alemán que visitó a Pablo Picasso en su estudio de París durante la Segunda Guerra Mundial. Allí vio el Guernica y, sorprendido por el “caos” vanguardista del cuadro, preguntó al pintor: “¿Esto lo ha hecho usted?”. A lo que Picasso respondió: “¡No, ustedes lo hicieron!”.

Clausewitz dice que toda guerra es una prolongación de la política. La industria de la guerra que echó a andar un presidente miedoso de perder su cargo y de no poder ejercer el poder, es la que ha producido en buena parte esta realidad. El mundo editorial no escapa de esa industria puesta en marcha ante la falta de capacidad política del actual mandatario, quien cuatro años después de asumir el cargo sigue sin ser reconocido como Presidente por el principal candidato perdedor, y aún no ha podido ser tomado con el suficiente respeto por los principales grupos del poder en el país, tal y como se percibe en la ya abierta batalla entre Telmex y Televisa y TV Azteca, en la cual este gobierno fracasó como mediador y regulador. Aquella crisis política del 2006 no termina. Fue encubierta con una guerra y una retórica de guerra que ojalá parara antes de que se deshaga el país, si es que alguna vez este país estuvo bien hecho.

AR: Finalmente, creo que el libro también puede empujar a la acción. Te hago la pregunta que los familiares de Brad Hill le hicieron a John Gibler tras el asesinato de su pariente: “¿Qué podemos hacer?”

DEO: Tenemos que inventar una razón que no sea la resignación. Hay que desafiar esta barbarie. Para eso necesitamos estar informados, saber qué está pasando. Leer y escribir crónicas es un arma contra el miedo que hoy hay en el país. Cuando uno no sabe lo que está pasando, siente más miedo que cuando tiene algo de conocimiento sobre la situación. Hay que arrebatarle la narrativa de lo que sucede a los policías y a los narcos. Ya pocos han de creer que la tragedia nacional es a causa del enfrentamiento entre un cártel de la droga con otro. Esa narrativa oficial que trataba de explicar la violencia, ya se chingó. Hay que hacer una nueva, pero desde la perspectiva ciudadana, no militar ni criminal.

Debido a los miedos de un Presidente, la opción de México no puede ser con la que ya viven muchos sitios del país, como, por ejemplo, Ciudad Mier: “Estado narco o Estado militar”. Hay que reivindicar la vida civil hoy más que nunca, y el libro País de muertos fue conformado con ese principio. No hay que permitir que todo esto siga creciendo más y más hasta que dentro de unos años veamos que la presidencia del Conaculta la asuma Zeta-88 o el teniente coronel González. Desempolvemos viejos sueños como el de que este país sea menos desigual o que haya democracia en todos sus rincones. En Brasil efectivamente hay mayores índices de violencia que en México, y aún así, un Presidente con una enorme legitimidad, Lula, no le declaró “la guerra” al crimen organizado. Se la declaró al hambre. Aquí quizá habrá que empezar por declararle un día de estos la guerra a la impunidad con la que uno o algunos desataron este baño de sangre nacional.


Periodismo narrativo contra la resignación. Entrevista con José Luis Martínez S.

Ariel Ruiz (AR): ¿Cuál es la importancia de publicar un libro como éste?

José Luis Martínez (JLM): Creo que es una apuesta muy pertinente contra el olvido y también, como Diego Osorno lo apunta en su prólogo, contra la desesperanza. Creo que lo peor que le puede pasar a un país como el nuestro en momentos como el actual es que las cosas pasen desapercibidas, que no nos demos cuenta de lo que está sucediendo. Hay tendencias siempre interesadas, de las versiones oficiales o de quien tiene algún interés particular en denostar al gobierno y en tergiversar las historias. Pero creo que una característica de este libro es el afán de investigación de quienes participan en él.

AR: En el libro hay señalamientos de varios de los autores al papel que ha desempeñado la prensa en varios de esos casos: que está vendida, que se pone al servicio del poder, que la prensa internacional haya dado relevancia al conflicto de Oaxaca en 2006 hasta que fue asesinado Brad Will, entre otros. En tu opinión, ¿cuál ha sido el papel de los medios en casos como éstos?

JLM: Creo que documentan los hechos. En ocasiones la narración, el periodismo no tiene por qué soslayar y desdeñar la interpretación o una toma de posición, algo que en el periodismo moderno queda cada vez más superado; no hay la presunta objetividad, todos tenemos un punto de vista que podemos expresar de una manera tácita o abiertamente, y lo importante, desde mi punto de vista, son los argumentos. ¿Con qué argumentos cuentas para sostener tu opinión, para sustentar una historia, para documentar los hechos que estás mostrando? Desde luego, sería muy interesante que a estas historias que Diego Osorno reúne en este libro, se contrapusieran otras versiones, pero no versiones hechas desde el patrocinio de nadie más que no fuera la investigación y el afán de bordar en torno a lo que nosotros creemos que es la verdad de un hecho.

AR: Como se dice en el libro, te has dedicado al periodismo cultural, al cine, la música, la literatura. En ese sentido, ¿cómo decidiste hacer tu reportaje sobre el caso de Isabel Miranda de Wallace?

JLM: Bueno, yo tengo 31 años de carrera, y en ellos básicamente mi labor ha sido de editor, pero afortunadamente he incursionado en prácticamente todas las áreas del periodismo, excepto en el económico-financiero. Pero yo he hecho suplementos de corte político, he estado en secciones de espectáculos, aquí en Milenio fui fundador de la sección Tendencias, la que coordiné durante un buen tiempo, y he hecho publicaciones especializadas en el análisis de los medios de comunicación. Entonces, yo no me considero un periodista cultural, ni de espectáculos ni de política, sino simplemente un periodista con la curiosidad suficiente para indagar en los casos que me suscitan algún interés. En ese sentido, por ejemplo, llegué a publicar en La Jornada Semanal reportajes sobre la iniciación sexual de las mujeres en los años ochenta, o sobre las salas de masaje cuando empezaron en la Ciudad de México, etcétera. En fin, creo que en ese sentido, si bien los últimos 10 ó 12 años el mío ha sido preponderantemente un periodismo más especializado, siempre he tenido preocupación por abordar otros temas.

AR: ¿Y por qué este caso en particular?

JLM: Esta es una investigación que emprendí hace varios años, de la que he publicado varios textos, y me interesó básicamente por una cosa: porque siendo un caso cuya trascendencia es inocultable y que desde el principio llamó la atención, cuando yo trataba de enterarme de pormenores del caso, de conocer la historia un poco más a fondo, me di cuenta de que, como en muchas otras historias que se vuelven noticias, los medios no van más allá, sólo dan parcelas de información. De esa forma, esa historia como tal no estaba contada.

Posteriormente Martín Moreno hizo un libro, que es El caso Wallace, y bueno, desisto un poco del afán de hacer mi propia historia, que era el objetivo principal, como lo sabe la señora Miranda. Pero con lo que yo había publicado, principalmente aquí en Milenio, Héctor de Mauleón me pidió un trabajo sobre la aprehensión de Juana Hilda González Lomelí, y recientemente, en enero, ya que capturaron a toda la banda, me pidió otro texto.

He seguido, de alguna manera, interesado en la historia, la que, creo, todavía da para más porque, más allá de la muerte lamentabilísima de Hugo Alberto Wallace, es cómo este hecho transformó a una mujer conservadora, directora de una escuela, ama de casa, en una de las activistas e investigadores más acuciosas del secuestro en México y de la procuración de justicia en este país.

La transformación es asombrosa. Entonces, ella, por sí sola, es una historia que a mí me parece que todavía tiene muchas aristas que no se han abordado.

AR: ¿Qué lección sacas en específico de este caso?

JLM: El libro completo no diría que es una lección, sino una verdadera bofetada en contra de la impunidad. Es decir, nos muestra cómo la procuración de justicia en este país es absolutamente precaria, interesada en muchos casos y totalmente pervertida.

En el caso Wallace son muchas las lecciones. La primera de ellas, por supuesto, la impunidad, pero también la absoluta inepcia de las policías mexicanas. Dice la señora Wallace: “En la Agencia Federal de Investigación (AFI) nunca les interesó mi caso, y en la Policía Judicial del Distrito Federal son tan tontos y torpes, y además sin recursos, que dan lástima”.

Eso, y ahora también con la película Presunto culpable, nos muestra realmente los entresijos de un sistema judicial que se está cayendo a pedazos, como sucede también con el caso de Florence Cassez, el que desde luego no tendría mayor complicación porque está perfectamente documentado que la señora es culpable de secuestro. ¿Qué es lo que tiene a México en un conflicto internacional con Francia, uno de los conflictos mayores con un país que siempre ha sido tan cercano? El afán protagónico de las autoridades por mostrar una supuesta captura en acción, cuando si se hubieran hecho bien las cosas no hubiera pasado nada.

Entonces, entre el afán de protagonismo, la inepcia, los intereses creados, los ciudadanos estamos verdaderamente a la intemperie, y por eso el caso de la señora Wallace es ejemplar: porque, a pesar de eso, sí se puede. Por eso este libro también nos da esperanzas.

Es ejemplo, también de lucha. A mí me gusta mucho que todos los periodistas que participan en este libro tienen un afán de contar, de que esas historias se queden allí no como ejercicios retóricos o literarios, sino como verdaderos ejercicios de denuncia y como una demostración fehaciente de que el periodismo escrito, si quiere seguir vigente, tiene que apostarle a las historias y a la investigación, por supuesto.

AR: El libro tiene un caso de un asesinato cometido hace 40 años; tú refieres que tienes 31 años en el periodismo. En este periodo, ¿el periodismo mexicano ha cambiado su forma de tratar casos de la nota roja?

JLM: Bueno, lo primero es que lo que tú llamas nota roja salta de las secciones de policía a la primera página de los periódicos, eso es un cambio evidente. Siempre ha habido descuartizados, decapitados (claro, no en la cantidad que estamos viendo), y quien lo dude que se asome a las páginas de Alarma! y Alerta!, con sus particulares estilos.

Siempre ha habido impunidad en este país, siempre se ha procurado el olvido, pero también siempre han existido aquellos periodistas que intentan hacer verdaderamente su labor de intermediarios entre el poder y la sociedad, que esa es otra cosa que es muy importante (y que yo no califico si está bien o mal): antes cuando menos se guardaban las formas, pero ahora tú puedes ver que hay una amistad, una camaradería y una relación estrecha entre muchos periodistas y las gentes del poder. No hay esa distancia que creo que es necesaria para poder actuar con mayor libertad y ser absolutamente crítico.

Desde luego otro cambio son las nuevas tecnologías que irrumpen y que creo que son imparables, y que van a desplazar a la prensa y los libros impresos, eso es una realidad que solamente los románticos o los nostálgicos anticipados no quieren ver.

Pero antes de que llegaran estas nuevas tecnologías había historias seriadas muy largas: en unomásuno, Humberto Ríos Navarrete llegó a escribir, con Amílcar Salazar, historias de 10 ó 12 partes (como, por ejemplo, su historia del Rey de la Basura) que se publicaban desplegadas en dos o tres páginas durante una semana o más.

Al respecto, había una frase que a mí me decía mi maestro Vicente Ortega Colunga cuando tenía que entregar un material y yo le preguntaba: “¿Cuánto escribo?”. Y su frase era: “Lo que te dé”. Ya nadie dice eso. Es decir: la historia, según los datos que tengas, su naturaleza misma, te da para escribir mucho o poco, no la puedes inflar pero tampoco constreñir; la medida exacta es lo que te dé.

En la actualidad vemos reportajes de siete mil caracteres, y ya son largos, o de 15 mil cuando son exagerados; creo que solamente algunas revistas como Nexos, Letras Libres o Gatopardo se permiten textos a los que les dan 8 ó 10 páginas. Pero la cuestión es que sí hay lectores para eso, y como decía Adolfo Bioy Casares, pueden cambiar los soportes, pero la escritura es necesaria, tiene que estar.

Entonces, yo sí estoy muy seguro de que en el periodismo, antes y ahora, lo más memorable son las historias que ha contado: la muerte de Trotsky con el Güero Téllez, las crónicas de José Ramón Garmabella (quien acaba de fallecer), etcétera. Eso es lo que va quedando: las historias.

Lo único que lamento de la prensa actual es que en la mayor parte de los periódicos y revistas se ha privilegiado el diseño, que hay un predominio de la imagen por sobre el texto, sobre la historia, cuando tendría que haber un equilibrio, porque también son imposibles de leer sólo sábanas de texto. Pero hay revistas que son para ver, no para leer, revistas para veedores, no para lectores.

He visto muchas transformaciones, pero yo no soy un nostálgico; creo que la nostalgia es algo absolutamente paralizante. Pero sí me ha gustado mucho la historia, y yo tengo un libro que se llama La vieja guardia. Protagonistas del periodismo mexicano, que es un tema que he desarrollado en varios foros y trabajos en revistas especializadas, pero simplemente con el afán de no sólo testimoniar sino también de aprender.

AR: El libro tiene crónicas desde asesinatos individuales (como el de un maestro de ping pong en Toluca, Estado de México) hasta masacres (Acteal, en Chiapas), además de accidentes laborales muy evitables (Pasta de Conchos en Coahuila, o la Sonda de Campeche), por ejemplo. ¿Cómo es que la sociedad mexicana ha soportado y tolerado todo esto y más?

JLM: Por el olvido, por esa amnesia casi instantánea en la que un hecho, por grave que sea, es sepultado casi inmediatamente por otro que causa escándalo en los medios. Por ejemplo: a mí me parece inconcebible un acontecimiento como el de la Guardería ABC (yo no estoy mencionando culpables, no sé realmente quiénes son), y olvidarlo nos condena a peores hechos. También lo es olvidar que un accidente como el de Pasta de Conchos no fue gratuito, sino ocasionado por las condiciones de trabajo de los mineros; que los pudieran sacar o no, ese es otro asunto, pero ¿cuáles son las condiciones en que trabajan los mineros mexicanos? Muchos periodistas interesados acusan a la empresa, pero ¿y qué pasa con Napoleón Gómez Urrutia en su exilio dorado?

Lo interesante de contar una historia o de realizar una investigación es considerar todos los factores que intervienen en ella, y es lo que se hizo en un accidente prácticamente peliculesco como el de la Sonda de Campeche.

Es decir, yo creo en lo que en este libro dice Diego en una frase que me parece muy interesante: “Este libro no es una fosa común, ni tampoco una sala de museo de muertos; es un altar que de alguna manera que nos permite recordar (los altares nos permiten recordar)”. Pero, por otra parte, también son crónicas contra la impunidad, como lo dice el subtítulo.

El libro también es una lección de la vigencia, de la validez y de la importancia del periodismo narrativo. ¿Qué se necesita para hacerlo? En los medios yo no lo sé, pero personalmente sí: dedicar un poco de tiempo y saber que hay historias que merecen ser contadas, preservadas, que nos digan “ojo con esto, no puede volver a suceder una tragedia, y acuérdate, como decía Hemingway: no hay grandes tragedias, todas las tragedias son grandes”.

No puede suceder una tragedia como la de la Guardería ABC, que duele más cuando los afectados son niños, y que la lucha de los padres está allí. Hay muchas cosas que hemos olvidado en este país.

Yo no sé si en otro país se hubiera apagado tan pronto el escándalo por lo de Bellas Artes, que es patrimonio de este país, o si la señora Sari Bermúdez permanecería tan tranquila en la Fundación Fox después del desastre que fue su administración y de ese elefante blanco que es la Biblioteca Vasconcelos, por hablar de dos temas relacionados con la cultura.

Pero podemos irnos a los temas relacionados con la justicia y la legalidad, y yo no sé si Genaro García Luna permanecería en su puesto después de lo sucedido con el caso de Florence Cassez, o con ese afán protagónico que pone ante las pantallas de televisión entrevistados por periodistas reconocidos a delincuentes como la Barbie o el JJ, cuando todavía no están sujetos a proceso ni ha terminado el juicio contra ellos, y cuando, además, las autoridades saben que aunque cualquiera de ellos diga que es culpable, todo eso no sirve jurídicamente para nada, no tiene ninguna validez; lo que la tiene es lo que consta en actas. Entonces, este afán de protagonismo yo no sé si en otro país sería tolerado.

Esto tiene que ver mucho con la idiosincrasia mexicana: somos aguantadores, desmemoriados y solemnes, porque es una gran mentira que el mexicano sea desmadroso, relajiento. Hay un culto a muchas cosas que nos tergiversan nuestra manera de ver, por ejemplo: ¿quién se acuerda o a quién le interesa acordarse de que Andrés Manuel López Obrador tuvo una estrecha relación con la Iglesia, y que él fue el que vetó prácticamente las Leyes de Sociedades de Convivencia? ¿Quién se acuerda de que nuestro actual Jefe de Gobierno de la Ciudad de México fue el responsable, porque estaba en el puesto de secretario de Seguridad Pública, de los linchamientos en Tláhuac? ¿Quién se acuerda del caso Hildebrando en este momento? Ahora, para contar esos casos hace falta investigarlos y mostrárselos con pormenores a la gente (como lo hace este libro). Esto es lo que está sucediendo.

Es lo que te podría decir.


AR: Para finalizar, rescato una pregunta que hicieron los familiares de Brad Will cuando vinieron a Oaxaca tras el asesinato de éste: ¿qué podemos hacer?

JLM: Creo que hay lecciones, muchas. La principal de ellas es no caer en la resignación, que es lo peor que nos puede suceder. La señora Wallace, los familiares de los mineros, los del News Divine no han caído en la resignación, ni tampoco los padres de los niños de la Guardería ABC. Sigue vigente también la exigencia de justicia el caso de Acteal.

Creo que este es un libro que nos llama a no permanecer inmóviles, a no resignarnos y a saber que desde la ciudadanía se puede exigir al poder que cumpla con sus obligaciones. Considero que eso queda muy claro en todas las historias.

AR: Alguna otra cosa que quieras agregar.

JLM: Te agradezco la posibilidad de platicar, y también agradezco a Diego Osorno la convocatoria y la imaginación para hacer un libro como éste. Él es un periodista muy joven y con muchas inquietudes sociales. Creo que es un apasionado del periodismo narrativo y de investigación, a lo que aúna una abierta toma de posición en las historias que cuenta. Sucedió con lo de Oaxaca, con lo de la Guardería ABC, sucede cuando nos narra la historia del narcotráfico en el libro del cártel de Sinaloa, y que es un ejemplo de cómo el compromiso, la investigación y el afán de documentar y de escribir bien los hechos, de transformarlos en historias, atrapa a los lectores. Es ejemplo de que no debemos tenerle miedo a escribir más allá de tres mil caracteres, sino que podemos contar historias largas y vamos a encontrar lectores para ellas.

*Entrevista publicada en Replicante, marzo de 2011.




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