lunes, diciembre 17, 2012

En busca de una izquierda decente. Entrevista con Julio Patán




En busca de una izquierda decente
Entrevista con Julio Patán*
por Ariel Ruiz Mondragón
La democratización de nuestro país ha tenido un actor fundamental en ese vasto conglomerado ideológico variado y hasta contradictorio que conocemos bajo el concepto de izquierda. Ella ha pasado desde las catacumbas hasta casi alcanzar la Presidencia de la República, lo que ha sido fruto de la persistencia de su acción.
Tal vez el momento en que la izquierda multiplicó su presencia y su relevancia en el escenario político nacional fueron las elecciones de 1988, de las que derivó su más importante organización partidista, el Partido de la Revolución Democrática (PRD), el que resulta esencial para conocer el desarrollo político del país.
Justamente es el periodo que empieza a partir de aquel año y hasta la actualidad el que aborda Julio Patán para realizar una provocadora y crítica crónica sobre la labor que ha desempeñado la siniestra nacional, y que es materia de su más reciente libro, El libro negro de la izquierda mexicana (México, Temas de hoy, 2012), relato de los episodios más oscuros de esa tendencia ideológica.
Sobre los temas que aborda en ese libro Replicante charló con Patán (Distrito Federal, 1968), quien es escritor y conductor de televisión; autor de tres libros, actualmente colabora en Canal 22 y en Foro TV.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy publicar este libro, esta diatriba sobre la izquierda mexicana? Por supuesto, el título nos recuerda El libro negro del comunismo, editado por Stéphane Courtois; pero al principio adviertes que la trayectoria de la izquierda nacional ha sido positiva.
Julio Patán (JP): Cuando hacemos libros políticos en México, donde tenemos una cultura del “sospechosismo” muy arraigada, siempre suponemos que hay una línea, un interés oculto, una conjura o no sé qué cosa detrás del libro. Por supuesto, no es cierto en mi caso y creo que en prácticamente ninguno. Los libros tienen un origen estrictamente personal, y en el fondo están diciendo algo sobre la vida de sus autores, de una u otra manera. Se decía que todos los libros son autobiográficos; bueno, no es cierto, pero tienen algún resorte autobiográfico.
Yo vengo de un contexto totalmente de izquierda: vengo de una familia de exiliados españoles, me eduqué en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM (que no es propiamente un enclave conservador, estaremos de acuerdo), y antes en una escuela del exilio español que es el Instituto Luis Vives. Mis amistades vienen de la izquierda. Yo trabajé con Alejandro Aura en el Instituto de Cultura de la Ciudad de México durante el gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas.
Ese es mi mundo. A título personal, me he ido alejando de ciertas posiciones de izquierda más o menos gradualmente desde hace algunos años. Creo, sin embargo, que México merece una opción de izquierda decente, moderna, democrática, viable; no sólo la merece: la necesita. Creo que ya es momento de que la izquierda gobierne a México y se le dé esa oportunidad, pero una izquierda que no es la izquierda que ahora tenemos electoralmente.
Con las notables excepciones de algunas figuras extraordinarias, a mí me parece que Andrés Manuel López Obrador y el Movimiento de Regeneración Nacional (ya la palabra “regeneración” es incómoda) representan un terrible conservadurismo de izquierda, una idea disimulada, matizada y lo que tú quieras, pero todavía muy arraigadamente maniquea de las relaciones sociales (pobres-buenos, ricos-malos, etcétera) y económicamente se me hace inviable, ya que me parece un galimatías el proyecto económico de López Obrador.
Entonces, creo que no tenemos una opción de izquierda decente.
Este libro, como un ajuste de cuentas personal por una izquierda que no se ha cuestionado debidamente a sí misma, podría haber salido en cualquier momento. Pero me parece que es bueno que salga ahora no sólo por razones comerciales (porque también los libros son un negocio y no hay que tener miedo de decirlo) sino por razones de la discusión pública. Si priva tanto desencanto en el elector mexicano como todos sabemos que hay; si hay tanta propensión a decir “voy a votar por el menos peor”, y si hay una voluntad creciente de decir que el menos peor es López Obrador y de votar por él, bueno, por lo menos hagámoslo, pienso yo, con una base de información y de reflexión profunda.
No te voy a decir que eso lo vaya a producir mi libro, para nada, además de que no soy el primero que discute estas cosas: allí están Enrique Krauze, Luis González de Alba, Roger Bartra y podríamos continuar con la lista (el propio Octavio Paz, de alguna manera). Pero ojalá contribuyera un poquito a eso, nada más a que nos esforcemos en documentarnos un poco, y ver quién está allí, porque el menos peor lo es con René Bejarano y con Manuel Bartlett (que fue el que creó el fraude del 88, según ellos mismos), entre otros de una lista.
Entonces, me parece que debemos llegar a votar por lo menos recordando esto.

AR: Dices que el libro es un análisis de conciencia de la izquierda, mismo que ha faltado. ¿A qué atribuyes este fenómeno de falta de autocrítica? Esto también ha ocurrido entre los intelectuales, lo que da lugar a la “traición de los clérigos” según Julien Benda, como recuerdas.
JP: Desde luego que ha habido muchísimas excepciones; otra vez, sólo para limitarnos a México, hay que hablar de Luis González de Alba, Roger Bartra y otros casos. Pero, en efecto, falta crítica sobre todo a escala política. Yo creo que tiene que ver con que la izquierda en México no se ha terminado de liberar de sus atavismos políticos. La izquierda, todavía en los años ochenta, estaba habitualmente muy convencida de que la vía del acceso al poder era la revolución, o que podía serlo. Optó por la vía pacífica, pero aquella idea todavía perduraba; era una izquierda que veía con ojos más o menos buenos a la revolución cubana, a la sandinista, que todavía se permitía quemar la efigie de Octavio Paz por criticar a Daniel Ortega, y no he oído que ofrezcan disculpas por eso (a propósito: ahora hemos visto lo que es Ortega).
En resumen, creo que es una izquierda que todavía en el disco duro mantiene una fe marxista-leninista, una idea de guerra santa, de fin de los tiempos, de triunfo del proletariado como inevitabilidad histórica por las leyes de la historia, etcétera. Perdura el romanticismo revolucionario de la vieja izquierda por allí. Por ejemplo, es revelador que Rosario Robles, que es una mujer democrática, que con todos sus defectos hizo una muy buena gestión en el gobierno de la Ciudad de México, le haya dado las llaves de la ciudad a Fidel Castro, lo que es particularmente significativo. Es grave, quizá sólo desde el punto de vista simbólico, pero es altamente significativo, creo yo.
¿A qué voy, para cerrar la idea? Cuando tú piensas que tu misión es salvar a la humanidad, instaurar el reino de los pobres en la Tierra, el paraíso proletario o, dicho de otra manera, cuando piensas que tienes la verdad, piensas que ésta no se discute y que lo demás son matices. Esto tiene que ver mucho con atavismos ideológicos y con que no haya habido un análisis de conciencia. También influye, digamos, el pragmatismo político, es decir, esta idea de que nunca debes reconocer tus fallas públicamente. Es la idea muy soviética de que no puedes darle armas al enemigo.
Todavía, hace poco Elena Poniatowska, que puede ser una mujer tremendamente lúcida, decía que no iba a expresar sus críticas hacia López Obrador porque no era el momento. Bueno, llevamos demasiadas décadas diciendo que no es el momento.
En resumen: yo creo que ya es el momento de ventilar las críticas, de discutirlas, de entender sus orígenes, y a partir de eso tomar todas las decisiones que queramos. Pero yo creo que con el mismo filtro crítico a que se somete a la derecha o al PRI, con plena razón, se debe se someter a la izquierda.
Esa es mi idea.

AR: Otro aspecto que se deja ver en el libro es el coctel ideológico que hay en la izquierda: hay nacionalismo revolucionario, particularismos indigenistas, la aspiración revolucionaria y cuestionamientos a la legalidad. Al final mencionas el tema del aborto, sobre el que López Obrador ha respondido que va a hacer una consulta. ¿Dónde está situada ideológicamente la izquierda?
JP: En el caso de Andrés Manuel, creo que es más universalmente aceptado que tiene muchas pulsiones conservadoras. Cuando el PRI o el PAN dicen que van a someter a consulta pública el tema del aborto, sea a escala local o nacional, la izquierda se jala los pelos porque dice: “Una consulta la vamos a perder; México es una sociedad conservadora”. Me intriga que no suceda lo mismo cuando lo dice López Obrador, pues no apoyó la reforma a la ley para despenalizar el aborto; esto lo dice Rosario Robles en su libro con toda claridad. Tuvimos que esperar a que llegaran Marcelo Ebrard y su equipo, así como una nueva representación en la Asamblea Legislativa para que sucediera, lo que implicó, además, una confrontación. A propósito: Ebrard demostró mucho más instinto político que López Obrador porque en la ciudad no pasó nada y porque aquí demostramos que la ciudadanía es mucho más tolerante (no me gusta mucho la palabra) de lo que suponemos, creo yo.
Efectivamente, hay una esencia conservadora en López Obrador, que es lo que a mí me lleva a preguntarles a mis amigos ¿dónde está su progresismo? Yo también puedo decir que, por el bien de todos, primero los pobres, no es muy difícil: también lo dijeron Franco y Pinochet. Es decir, no es privativo de la izquierda tener ese tipo de discursos: nadie desatiende a los pobres; más bien, nadie se permite decir que desatiende a los pobres.
¿Dónde están las propuestas de López Obrador sobre matrimonios del mismo sexo y sobre la despenalización de las drogas? O las pasa por encima, o les saca la vuelta. Bueno, este tipo de planteamientos está en el corazón de las izquierdas modernas: es lo que vemos en las europeas, en Chile, en Brasil, incluso en ciertos sectores del Partido Demócrata norteamericano.
Creo que en la lucha por el mercado de izquierda más o menos dura, durante los años noventa y principios del nuevo siglo se enfrentaron dos conservadores: el subcomandante Marcos y López Obrador. Andrés Manuel, con una retórica muchas veces muy cercana al echeverrismo, y yo creo que efectivamente se roza con planteamientos populistas. Yo no creo que él vaya a ser una especie de Hugo Chávez o algo así, no creo que esté en esas posiciones, pero hay ciertas afinidades espirituales (vamos a llamarles así) entre uno y otro. Bueno, ese es el populismo latinoamericano contra el subcomandante Marcos, que es un conservador de izquierda en el sentido más estricto (o lo fue, no sé en qué esté en este momento), un leninista que todavía a finales del año 1993 decía que las columnas guerrilleras iban a llegar a la Ciudad de México, y un indigenista (y, perdón, el indigenismo es una forma lamentable de conservadurismo que se roza, a veces, casi con el racismo). Una cosa es discutir de nuevo las terribles carencias de las poblaciones indígenas de México, que son lamentables, imperdonables, y otra cosa es esta especie de utopismo proyectado hacia el pasado que nos hace creer que hubo sociedades perfectas hasta que llegaron los hombres blancos malos a desbaratarlas. No existieron las sociedades perfectas, lo que es un poco Rousseau con el “buen salvaje”; pero eso no existió, es propio de antropólogos y de mesías revolucionarios.
Entonces, a mí me pareció muy inquietante que digamos: “En el round por el público de izquierda se enfrentaron dos conservadores”. Y acabó ganando López Obrador, por supuesto.
Eso me parece terriblemente grave. Pero quiero pensar que, a pesar de todo, lo que sucede en la Ciudad de México es un poquito distinto.
Saltar de la oposición al poder también te obliga a chocar con la realidad; yo creo que eso le pasó a Lula da Silva en Brasil. Él, que fue un radical durante muchos años, con posiciones incluso más recalcitrantes que las de López Obrador, llegó al poder y dijo: “Bueno, la realidad pesa: se tiene que jugar con el mercado, pactar con Estados Unidos, hacer alianzas, ir al Fondo Monetario Internacional, meterle inversión privada a Petrobrás, etcétera”.
En la Ciudad de México, la izquierda ha gobernado durante mucho tiempo, incluso López Obrador, y ha tenido que enfrentarse a la realidad, la que te obliga a orientar el rumbo o a desbarrancar un país, como en Venezuela y Bolivia —aunque no creo que estemos en eso. Quiero pensar que si la izquierda gobierna este país, ya no sólo esta ciudad, va a tener también que enderezar el rumbo por contacto con la realidad, y porque, además, en las sociedades democráticas (y México, a pesar de todo, es una de ellas) hay equilibrio de poderes. Andrés Manuel no va a tener (si gana las próximas elecciones) mayoría absoluta en la Cámara para hacer lo que quiera. Entonces, supongo que va a tener que aprender y que van a privar sus instintos democráticos.

AR: ¿Qué tal fuerte es la convicción democrática de la izquierda si partimos, por ejemplo, del señalamiento que haces a propósito de las elecciones internas del PRD, en las cuales ha habido recurrentes denuncias de anomalías; de su denuncia de fraude en la elección presidencial de 2006, o de las asambleas en el Zócalo?
JP: Hay muchos políticos dentro de la izquierda partidista absolutamente convencidos (los conozco, los he escuchado y les creo) de que la única vía de acceso al poder es el voto libre y secreto. Vamos a empezar por allí.
A final de cuentas el PRD, solo o en alianza con quien tú quieras, ha terminado por comportarse institucionalmente desde que nació, y también hay que reconocerlo. Está el traspié obradorista en Paseo de la Reforma, que fue una aberración, pero más allá de eso, en general se ha comportado institucionalmente.
Quiero pensar que hay, ya, reflejos democráticos auténticos adquiridos por la izquierda mexicana. Ahora, entiendo tu preocupación: este reflejo de López Obrador de lanzarse a la plaza pública cada vez que obtiene un triunfo o una derrota, es altamente significativo. Hay una embriaguez de la plaza pública. Esta democracia de mano alzada (a la que se llama, de manera eufemística, “democracia directa”) y que es lo menos democrático que existe, eso lo tiene muy arraigado, y es compartido por muchos sectores del movimiento que está alrededor de López Obrador y por el zapatismo, por ejemplo. La democracia de asamblea: todos nos reunimos y levantamos la mano; “¿Vamos a bloquear Reforma?”, “¡Sí!”.
Si yo fuera asesor de López Obrador, le diría, como si fuera una especie de alcohólico: “Andrés Manuel: Vamos a obligarnos a no ir al Zócalo durante seis meses. ¿Qué te parece? Una cura de desintoxicación”. Yo entiendo que es muy embriagante ser ovacionado por 10, 20 o 100 mil personas, debe sentirse superchulo. ¡Imagínate, cómo no! ¿A quién no le gusta eso? Una estrella de rock. Lo entiendo. El problema es que te genera una visión distorsionada de la composición electoral mexicana. Decía el otro día Jesús Silva-Herzog Márquez que deberíamos dejar de pensar que el electorado mexicano es como nuestras fiestas con nuestros cuates: “Es que yo no conozco a nadie que vaya a votar por Peña Nieto”. Pues no, pero es que tú te mueves en un circuito determinado. Bueno, es lo mismo que le pasa a Andrés Manuel, y es lo mismo a lo que es propensa la izquierda: a pensar que estos circuitos cerrados (que pueden ser de 50 mil personas, no importa) representan a la población. Allí hay una tendencia a lo que se llama democracia directa sumamente preocupante, porque genera falsas expectativas en general; yo no digo que la gente no se manifieste, me parece excelente, y el Zócalo debe permanecer planito para que se llene de manifestantes del tipo que sea todos los fines de semana. Pero no hay que confundir el mitin, la marcha, la aglomeración humana del tipo que sea, con los resultados en las urnas.
Sí creo que, en muchos casos, al movimiento que rodea a López Obrador se le han confundido ambas cosas. Creo que en 2006 fue clarísimo. Allí es donde dudas.
De todas maneras, soy más o menos optimista. Creo que, con todo, aun con los inadmisibles fraudes internos en las elecciones del PRD, la tendencia ha sido a mejorar si la analizamos históricamente, como ocurre con la derecha mexicana. Ésta también tiene una convicción democrática, y puedes decirlo del PAN, a pesar de todo.     

AR: El libro está marcado por lo que llamas dos fraudes que ha alegado la izquierda, 1988 y 2006. ¿Cuáles son las diferencias de comportamiento entre los dos líderes a los que les tocó enfrentar ambas crisis? Porque pareciera que el de Cuauhtémoc Cárdenas fue más exitoso en términos de institucionalidad y legalidad.
JP: Coincido plenamente contigo. La palabra es muy fea, pero la institucionalidad, así como el respeto a la ley, a final de cuentas, me parece que han demostrado ser mejores herramientas políticas, ya no sólo un mejor principio ético, en los plazos mediano y largo.
Vamos a comparar los resultados. Cuauhtémoc Cárdenas sufrió un fraude en 1988 (o cuando menos estuvo convencido de que se había cometido un fraude), y con su gente organizó un partido político que se ha convertido en un partido prioritario para este país, que es el PRD; logró conquistar 10 años después la Ciudad de México, la dejó en manos de la izquierda y contendió fuertemente por la Presidencia, con mucha gente en las cámaras para modificar legalmente este país. No me parecen logros menores: en un país técnicamente de partido único, gobernado 70 años por el PRI, no es poco haber conseguido eso, sin derramamiento de sangre, sin exaltación, sin bloqueos de calles, sin llamados a las trincheras.
El llamado a la trinchera que hizo López Obrador, vamos a ver qué tanto le costó; puede ser que tenga unas cartas para ganar ahora las elecciones. Pero le costó una caída brutal en su popularidad, le costó una larga marginación en la política (estuvo en un papel relativamente apagado durante varios años en este sexenio), y si no fuera por la extraordinaria incompetencia y lo cuestionables que son los otros dos verdaderos candidatos a la Presidencia en este momento (Quadri no tiene opciones), estaría hundido. Su caída en la popularidad fue dramática y yo creo que no se dio cuenta. A mí lo que me parece de López Obrador es que tiene ciertos momentos de gran habilidad política, un maquiavelismo que nadie le puede regatear, pero que en el largo plazo no tiene perspectiva. Se ve un poco arrastrado por su soberbia, también.
En efecto, yo creo que la historia alrededor del primer fraude, la de Cárdenas, a pesar de todo, es una historia de éxito, y que la de López Obrador todavía no lo es.

AR: Incluso, López Obrador, con su movimiento, su acercamiento al PT y a Movimiento Ciudadano, parece que está en una labor de demolición de lo que ha hecho Cárdenas, empezando por el propio PRD.
JP: Por supuesto, yo también lo creo. A contrapelo de la iniciativa de Cárdenas, lo que quizá lo ejemplifica mejor casi en el plano simbólico es tener como candidato a Manuel Bartlett. Cuando agarran y dicen “vente para acá” al que, según se ha dicho, organizó el fraude de 1988, y lo pones, sin que haya abandonado la militancia priista, como candidato al Congreso, algún mensaje estás mandando, creo yo.

AR: Un asunto que se suele olvidar a raíz de la elección presidencial de 2006 es la relación de López Obrador como Jefe de Gobierno del Distrito Federal, con los poderes fácticos, por ejemplo con Televisa, con la Iglesia católica, con empresarios. No ha sido ajeno a ellos.
JP: No, por supuesto que no. Ha sido una relación manejada muy hábilmente: de cercanía en lo práctico, y de distanciamiento en el discurso, porque parece que toda la gestión de López Obrador en la Ciudad de México no hubiera tenido nada que ver con los medios de comunicación que le dieron una enorme presencia (eso está documentado, además). Pero luego dicen que fue una presencia crítica, muchas veces. ¡Y por qué no tendría que serlo!  ¿Para qué están los medios de comunicación? Ahora resulta que cuando se trata de un candidato de la izquierda tenemos que ser todos homogéneamente encomiásticos, o somos corruptos y tranzas. ¡Pues no! Hubo de todo.
Pactó con Carlos Slim para hacer obras en el centro histórico, y está bien, además. A mí me parece sano que la izquierda pacte con las grandes empresas, con las pequeñas o con las que sea. Eso habla de saneamiento ideológico. Lo que es cuestionable no es el hecho de que haya pactado, sino el que mantenga este doble discurso. Bueno, ahora volvió a cambiar el discurso porque vio que el anterior no le funcionó, pero esta idea de que los ricos son malos y los pobres, bueno, y de que va a defender a los pobres de los ricos, es de una gran hipocresía, de un maquiavelismo la verdad un poco barato, que creo también le quitó muchos puntos. Es decir, esta idea de que a la gente le puedes decir lo que sea y que no importa porque no cala el mensaje no es cierta, no es verdad. Las palabras y los hechos importan, y la gente los absorbe.
Yo creo que el Morena terminó por tener que entenderlo y darle un poquito la vuelta a la brújula ideológica. Pero es un caso clásico del doble discurso.

AR: Como mencionaste al principio, tú colaboraste con Alejandro Aura en el Instituto de Cultura de la Ciudad de México. Más allá de algunos casos que están mencionados al principio del libro, ¿qué opinas de las políticas que ha seguido el Gobierno del DF en torno a la cultura y a la educación? En términos educativos, ¿qué te parece, por ejemplo, la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM)?
JP: La UACM me parece un despropósito. Allí hay mucha gente valiosa dando clases e investigando, y está muy bien que se abran nuevas opciones educativas, por supuesto que sí. Pero hay una retórica de brazos abiertos como en contraste con la UNAM, que en los hechos es falsa; otra vez, hay un doble discurso. Hay una propuesta de inyección de recursos, pero no me queda claro cómo la van a mantener en los siguientes sexenios, porque además se va acabando el petróleo, por ejemplo. Tampoco hay un plan económico de apoyo a una universidad como la que tenemos aquí, cosa que la UNAM, mal que bien, sí ha ido haciendo: buscar sus propios recursos como puede.
En la UACM no hay eso, no ves un plan económico, lo cual me parece una falta de responsabilidad absoluta, a diferencia de lo que ocurre en la UNAM, la UAM o el Politécnico. Es una universidad que nació con una bandera ideológica un poco descarada, y no se ha logrado desmarcar de ella.
Yo creo, y es una cosa que sí vale la pena rescatar, que la gente de cultura del Distrito Federal ha trabajado bien. No tengo claro siempre para que tienes que hacer un concierto en el Zócalo o lo que tú quieras, pero ha sido buen trabajo.    
Otra de las grandes apuestas de las socialdemocracias, sobre todo en los países de América Latina que están muy atravesados por la violencia, tienen que ver con el uso de la cultura no sólo por su valor intrínseco, sino por su capacidad de regenerar el tejido social. Pero sirven para eso: recuperas espacios públicos, involucras a la población, y yo creo que eso se ha entendido bien aquí. Entonces, hay que usar la calle como espacio de la cultura.
Leyendo en el Metro, ferias del libro como la del Zócalo, los libroclubes de Aura (en los que yo trabajé), etcétera, son proyectos discutibles a veces, pero que tienen una sustancia correcta. Yo creo que se ha utilizado bien la cultura aquí en muchos casos. Espero que vayan mucho por ese lado.
Hay otras cosas que ha hecho muy bien la izquierda en esta ciudad. Yo creo que Marcelo Ebrard no fue un mal Jefe de Gobierno, para nada, sino uno bueno, y espero que Miguel Ángel Mancera lo sea también. Yo no tengo problema en votar por esa izquierda, ya lo he dicho varias veces. No es que me parezcan unos modelos de santidad o perfección, pero es un modelo razonable, viable, moderno, tolerante. Han implementado formas distintas de transporte público, han acotado, en la medida de lo posible, a los ambulantes, a los microbuseros. Es decir, ha habido luchas que a mí me parecen muy legítimas desde la administración del DF, y un poco con bajo perfil, además. Y no creo que sea una mala administración, para nada.
Allí hay un proyecto cultural que, más o menos, todos podemos aceptar. A propósito, ¿cuál es el de López Obrador? No sabemos.

AR: Pues creo que poner a Elena Poniatowska en la Secretaría de Cultura.
JP: Es una mujer a la que todos preferimos seguir leyendo, que tiene 80 años y que no tiene nada que hacer en un papel de gestión cultural, por favor. Ser un intelectual o un escritor de enorme importancia, como lo es ella, no te convierte en un funcionario público eficaz. Es un poco una vergüenza tener que decir esto, pero es así de fácil: son cosas totalmente distintas.
¿Tú recuerdas que en el primer debate no se usó la palabra “cultura”? No es un tema de la agenda de ningún candidato. Sorprende un poco, sobre todo en el caso del movimiento de López Obrador.

AR: ¿Cómo han influido en la izquierda mexicana las condiciones de la izquierda a nivel internacional? En el periodo que relatas podemos ver desde la caída del socialismo real hasta el régimen de Hugo Chávez, la muerte de Kim Jong-Il, las izquierdas de Chile y Brasil.
JP: Bueno, la izquierda mexicana es muy amplia, pero creo que la caída del muro de Berlín, las evidencias del horror que es Cuba, etcétera, han terminado por calarla de alguna manera. Sí ha tenido que asumir, en alguna medida, esa realidad, y sus proyectos no pasan por allí, de ninguna manera. No creo que sus nostalgias lleguen a ese extremo. Una comprensión básica de lo que pasó con el socialismo real y sus derivados creo que la tienen; profunda, allí ya tengo más dudas.
Creo que todavía quedan resabios de los mitos revolucionarios, del gran caudillo, en muchas de estas figuras. No son capaces de establecer una crítica pública firme y clara contra Fidel Castro. ¿Importa? Pues quizás no tanto a estas alturas (no para nosotros, quiero decir), pero habla mucho de lo que pasa en esos espíritus.
Sí hay un cierto romanticismo que no termina de abandonar a los izquierdistas, eso sí lo creo. No creo que afecte a sus proyectos políticos de manera directa; creo que sí influye, en alguna medida, en su manera esporádica de hacer política. Estas manifestaciones públicas a las que me refiero de la mano alzada, de efervescencia casi criptorevolucionaria, pues se derivan un poquito de allí. Pero creo que las han absorbido más o menos.
Pero no creo que hayan absorbido tanto, pero otra vez la Ciudad de México es distinta; es lo que sí ha comprendido la izquierda en otras partes. Es decir, yo en el movimiento de López Obrador no veo la influencia de la Bachelet o Lagos en Chile, o incluso de Felipe González en España. Sí, esa comprensión profunda de que las cosas tienen que funcionar ya de otra manera, no la veo por ninguna parte. No veo esa cultura política, en el discurso, cuando menos. Creo que ese es el salto que falta dar todavía, un saltito intelectual, casi te voy a decir.

AR: Hay una parte del libro donde haces una crítica del juarismo de López Obrador. Hay un dilema que ha tenido que enfrentar la izquierda mexicana con él, que tiene que ver con su proceder, con su acción política, que es el enfrentamiento, de contradicción que hay entre la justicia (como concepto moral) con lo que es la ley. ¿Cómo ha sido este conflicto y a dónde nos puede llevar?
JP: Me preguntabas qué había aprendido la izquierda mexicana de las experiencias de afuera. Creo que esa dicotomía entre la justicia y la ley lo ejemplifica muy claramente. Lo dijo López Obrador: hay una instancia superior a la ley, y es la justicia. Bueno, si eso no es el discurso de un mesías, ¿cuál lo es? Hay una cosa es lo que está bien, y eso es casi religioso, no te voy a decir filosófico, y otra cosa son las leyes que se ponen los hombres, “y yo no acato eso”. Esto es casi de un ayatolá, tics de un iluminado religioso.
Esa contradicción a mí es la que más me preocupa en López Obrador como posible dirigente de este país, porque los políticos no están para salvarnos sino para operar con efectividad lo que les indiquen sus electores a través de sus representantes; de la misma manera que las leyes no están para hacer justicia sino solamente para que haya un Estado de ley. La justicia es una ambición que no puede regir nuestro comportamiento político, porque es inalcanzable.
Creo que esa es la disparidad de criterios que Andrés Manuel no logra remontar.

AR: Una última pregunta: en el libro y en esta entrevista has sido muy crítico de López Obrador. Pero todos tenemos claroscuros. ¿Cuáles son los claros que encuentras en él?
JP: Eres el primero que me pregunta algo así. Yo creo que la firmeza y la persistencia en la persecución de ciertos ideales, y que son por sí mismas virtudes, no cuando implican pasar sobre todos lo demás, como en algunas ocasiones ha sucedido. La consistencia de López Obrador tampoco es muy común en eso que llamamos “clase política mexicana”, que está hecha de bandazos y de pragmatismo. Creo que la gente ha sabido reconocer eso en él, y me parece que es el motivo central de su perdurabilidad a la cabeza de la política mexicana.
Luego, a él no le interesa lo material, me parece, sino otra cosa: el poder. Pero en un país tan filtrado de corrupción como México, que haya una figura de referencia que no se contamine agarrando dineros ajenos, es muy importante. El problema es que empieza a extenderse eso entre sus allegados.
Lo tercero es que tiene una capacidad casi dialéctica para, por un lado, juntarse con gente de la peor ralea, como menciono en el libro; pero, por el otro lado, también tiene capacidad para convocar a gente de muy alto nivel. Eso es lo otro que le ha permitido sobrevivir políticamente, me parece; o sea, que junto a los hampones en turno (Juanitos o lo que tú quieras) pues también está Juan Ramón de la Fuente, Marcelo Ebrard, René Drucker y otros casos más.
También tiene ese instinto. Inmediatamente no lo veo en sus pares; no es que la gente que rodea a Josefina o a Peña Nieto sea lamentable, pero no tienen la capacidad de voltear hacia la sociedad y tomar a personas que valen la pena o no tienen esa capacidad, y él sí la ha tenido.

*Entrevista publicada en Replicante, junio de 2012.

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