La seguridad más allá de lo policiaco
Entrevista con María Cristina Rosas
Por Ariel Ruiz Mondragón
Muchas veces, y no sin buenas razones, las
discusiones sobre la seguridad suelen ceñirse a sus vertientes pública y
nacional, en las que aún predomina una concepción estato-céntrica que ha
privilegiado las soluciones policiacas y militares a los problemas en la
materia.
Sin embargo, desde mediados de los años noventa
el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ha impulsado en el
concepto de seguridad humana, que pone el acento en los problemas de la gente y
pone énfasis en la agenda de desarrollo para lograr mejores condiciones de
seguridad.
Sobre este tema recientemente fue publicado el
libro La seguridad por otros medios.
Evolución de la agenda de seguridad en el siglo XXI: lecciones para México
(México, Centro de Análisis e Investigación sobre Paz, Seguridad y Desarrollo
Olof Palme, UNAM, Editorial E, 2011), coordinado por María Cristina Rosas, en
el que varios autores revisan la seguridad humana y varias de sus vertientes,
generalmente descuidadas en otros trabajos al respecto.
Sobre ese volumen conversamos con la
coordinadora, quien es doctora en Relaciones Internacionales y Estudios
Latinoamericanos por la UNAM, de cuya Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
es profesora-investigadora. Asimismo, es miembro del Sistema Nacional de
Investigadores. Ha recibido el premio en Investigación Económica “Maestro Jesús
Silva Herzog”, del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM, además de
obtener la Distinción Universidad Nacional para Jóvenes Académicos en 1999.
Ariel Ruiz: Usted
ha escrito varios libros sobre el tema de la seguridad, ¿cuál es la razón y la
particularidad de éste?
María Cristina Rosas: Este libro se diferencia
de obras precedentes en diversos aspectos. De entrada, cabe destacar que se
publica una década después de los ataques terroristas contra Estados Unidos,
mismos que catapultaron al terrorismo al rango de “máxima amenaza” a la
seguridad internacional. Este hecho desplazó a la agenda de desarrollo que
logró acaparar la atención de la comunidad internacional a lo largo de la
última década del siglo XX. En el libro que nos ocupa, se insiste en la
importancia del binomio seguridad-desarrollo dado que, como queda de manifiesto
en el caso mexicano, no es posible aspirar a la seguridad mientras no se
atienda la agenda de desarrollo y viceversa.
Otro aspecto que me permito destacar de este
libro es que, como su nombre lo sugiere, plantea que la seguridad no se puede
lograr con una visión estrecha —militarista— ni centrada en un solo tema —el
terrorismo en el caso de Estados Unidos, o el crimen organizado en el caso de
México. La seguridad puede verse mermada por situaciones que no necesariamente
tienen que ver con el terrorismo y/o el crimen organizado; por ejemplo, los
fenómenos naturales que devienen en desastres ante la pésima gestión de las
autoridades; las epidemias y pandemias; la escasez y/o falta de acceso a los
alimentos; el desabasto energético; la actual crisis económica, etcétera. Un
ejemplo que siempre me gusta citar, dado que ilustra, en mi opinión, la
importancia de asumir a la seguridad con una visión amplia, es la epidemia del
sida en Sudáfrica. Según diversas estadísticas, se dice que una de cada tres
personas es cero-positiva en ese país. Desde la óptica de la seguridad, todo
aquello que pone en riesgo la supervivencia de la nación es una amenaza. Por lo
tanto, dado que una tercera parte de la población sudafricana está en peligro
de morir por el sida, esta enfermedad constituye una amenaza a la seguridad
nacional de Sudáfrica.
Otro ejemplo: para los países caribeños, entre
otros, el cambio climático, el calentamiento global y el aumento del nivel del
mar constituye una amenaza para su supervivencia, debido a que sus territorios podrían
quedar sumergidos en las décadas por venir. Este hecho ya es una realidad en
Asia y el Pacífico Sur. Si recordamos que un Estado se compone, en esencia, por
un territorio, una población y un gobierno, la posibilidad de que cualquiera de
estos elementos desaparezca constituye una amenaza a la seguridad de dicho
Estado.
Otro aspecto es que este libro se propone
ampliar la bibliografía especializada sobre el tema de la seguridad en México,
donde hay muy poca literatura alusiva. Si nos comparamos con los países de
Centroamérica o del Cono Sur, donde hay una abundante y prolífica producción de
libros y revistas sobre temas de seguridad, nuestro país presenta un rezago
considerable.
Finalmente, a diferencia de libros precedentes
a mi cargo, este presenta a la comunidad especializada y el público interesado
en esta problemática a una nueva generación de especialistas en seguridad, que
con frescura, rigurosidad científica y con el compromiso de contribuir a
proponer soluciones a los desafíos que encara México en torno a la seguridad,
presentan análisis, a mi manera de ver innovadores, que en muy pocas
publicaciones del mundo se pueden encontrar en un mismo libro. Yo me ocupé de
los capítulos que abren y cierran la obra: la seguridad humana y la seguridad
marítima, mientras que estos jóvenes investigadores analizan la problemática de
la seguridad ambiental, alimentaria, privada, aeroespacial y el tráfico ilícito
de armas pequeñas y ligeras, entre otros. El libro es la primera publicación del
Centro Olof Palme, organización que presido, que no tiene fines partidistas ni
lucrativos, y que se propone contribuir a la reflexión sobre la problemática de
la seguridad en México y en el mundo.
La
situación de la seguridad en el mundo ha cambiado mucho tras los atentados
terroristas, especialmente los de septiembre de 2001 en Estados Unidos. ¿Cómo
cambió ese fenómeno la seguridad en México?
Debido a que México es un vecino geográfico de
Estados Unidos, ha debido adecuarse a los requerimientos fronterizos y
migratorios delineados por la Unión Americana en el nombre de la seguridad.
Quiero señalar que México es muy afortunado porque, a comparación de Canadá,
nunca fue acusado —como sí le pasó a Ottawa— de que por su territorio
transitaron e ingresaron a suelo estadounidense los terroristas que
secuestraron los aviones con los que se perpetraron los ataques. Canadá ha
tenido que vivir con esa especie de leyenda urbana —porque en víspera del 11 de
septiembre los terroristas ingresaron directamente a Estados Unidos, no vía
Canadá—, al punto de que diversos líderes políticos y de opinión estadounidenses
consideran que la frontera Canadá-Estados Unidos es mucho más porosa y
vulnerable desde el punto de vista de posibles acciones terroristas, que la
frontera México-Estados Unidos. Esa es la buena noticia para México.
La mala noticia es que el crimen organizado y
el narcotráfico suplen con creces, en nuestra relación con el vecino del norte la
relación México-Estados Unidos, a la amenaza terrorista. De hecho la Unión
Americana así lo reconoce, aunque es evidente que en la década pasada nunca le
prodigó el apoyo político ni económico a su combate, y menos de manera paralela
a los niveles observados en la lucha contra el terrorismo en lugares como
Afganistán y Pakistán. No hay parangón. Claro que ahora con la captura y muerte
de Ben Laden y el retiro de las tropas estadounidenses de Afganistán —que se
concretará a más tardar en 2014— aparece en el horizonte la posibilidad de que
sean el combate del crimen organizado y del tráfico de estupefacientes las
principales amenazas a la seguridad internacional y reciban mayor atención de
parte de Washington.
El riesgo, por supuesto, es el de un mayor
intervencionismo atentatorio contra la soberanía mexicana y la de otras naciones
donde la criminalidad organizada está haciendo estragos a su seguridad.
Uno de
los principales planteamientos del libro es darle un lugar preponderante al
concepto de seguridad humana. ¿Qué significa éste y en qué se distingue de las
anteriores ideas al respecto?
La seguridad humana es la expresión más clara
del concepto amplio de seguridad. Se centra en las personas, de manera que
cualquier aspecto que les provoque malestar, tiene el potencial de erigirse en
una amenaza a la seguridad del país y del mundo. La diferencia con el concepto
de seguridad que prevaleció en la Guerra Fría, es que éste se centraba en el
Estado y en muchos casos, en salvaguardar al régimen político. Era un concepto
estato-céntrico y militarista. Se partía de la premisa de que quien tenía más
armas vivía más seguro. De ahí la obsesión, por ejemplo, por la posesión de
armas nucleares.
Y a propósito de la caracterización de la
seguridad en la Guerra Fría como algo que era de la incumbencia sobre todo del
Estado y de la clase gobernante, hay que decir que tuvo consecuencias muy
lamentables: en diversos países latinoamericanos —y también en otras latitudes—
en el nombre de la seguridad se cometieron atropellos indescriptibles contra
las sociedades. Hoy se reconoce que el tema de los derechos humanos es parte
integral de la seguridad. Asimismo, cada vez se reivindica más la relación
simbiótica entre seguridad y desarrollo.
Ahora bien: me gustaría añadir que el concepto
de seguridad humana, pese a lo dicho, aún se encuentra en construcción y que
hay dos grandes acepciones o escuelas sobre el particular: la minimalista y la
maximalista. La minimalista, esbozada sobre todo por Canadá y Noruega, busca
restringir la acepción de seguridad humana a aquellas situaciones que
involucran a víctimas de conflictos armados y de violaciones a los derechos
humanos. En contraste, la acepción maximalista, defendida por Japón y en buena
medida por Naciones Unidas, plantea que la seguridad humana debe incluir, en la
lista de amenazas y flagelos, aspectos como los ambientales, alimentarios,
energéticos, sanitarios, económicos, etcétera.
¿Cuál es el concepto más adecuado? Depende de
lo que se pretende lograr. Por ejemplo, si se busca traducir la seguridad
humana en políticas públicas, evidentemente debe ser un concepto más
“aterrizado”, pragmático, y de ahí la tendencia a centrarlo en aspectos como
víctimas de conflictos violentos y de violaciones a los derechos humanos.
Justamente esta versión “minimalista” de la seguridad humana es la responsable
de incentivar lo que ha dado en llamarse la
responsabilidad de proteger, esto es, la percepción de que si un Estado no
quiere o no puede garantizar la seguridad y el bienestar de su sociedad
entonces corresponde a la comunidad internacional intervenir para cumplir con
ese objetivo. Esto es muy polémico, porque involucra consideraciones soberanas.
Pienso que, en contraste, el concepto
“maximalista” de la seguridad humana, fascina a las comunidades académicas y
tiene eco en algunos círculos políticos, porque se le asume de manera más
“amplia” aunque también “abstracta”. Dada su amplitud, parece difícil ponerlo
en marcha, pero se le reconoce como la culminación de ese debate sobre la
relación entre seguridad y desarrollo. Todos están de acuerdo —o la mayoría al
menos— en que un concepto de seguridad militarista y centrado en la lucha
contra el terrorismo y/o el crimen organizado, es insuficiente para garantizar
la seguridad de las sociedades; luego entonces, hay que ampliarlo. Pero, ¿hasta
dónde se puede ampliar el concepto de seguridad humana, sin que todo se
convierta en un problema de seguridad? Ése es un grave riesgo: si todo se convierte
en un problema de seguridad, entonces el Estado debe emplear todos los recursos
que estén a su alcance para hacerle frente y podría mal utilizar sus
instituciones, sus recursos materiales y humanos e, inclusive, violentar el Estado
de Derecho. Por ejemplo, durante su mandato Vicente Fox decía que las aguas y
los bosques son un problema de seguridad nacional. Si bien se agradece que eleve
a ese nivel de prioridad la problemática de las aguas y los bosques, lo cierto
es que para revertir el desafío que plantean la escasez de agua y la
sobreexplotación forestal, no parece necesario que el Estado agote sus recursos
destinados a salvaguardar la seguridad nacional en esos problemas. Más bien
parecería que hay instancias que podrían muy bien hacerse cargo de esa
problemática, como por ejemplo la Secretaría de Medio Ambiente, las comisiones
de aguas, etcétera, sin tener que involucrar a los órganos e instituciones abocados
a la seguridad nacional.
Entonces, yo diría que es fundamental contar
con una agenda de vulnerabilidades, riesgos y amenazas, dado que cada uno de
esos conceptos, llevado a la práctica, posibilita diversas medidas y acciones
encaminadas a garantizar la seguridad. Si no se atienden adecuadamente las
vulnerabilidades y los riesgos, pueden surgir amenazas graves a la seguridad de
las naciones.
En
nuestro país predominan los conceptos de seguridad pública y seguridad
nacional. ¿Cómo se vincularía con éstos el del seguridad humana?
La seguridad pública es un concepto que se
refiere al mantenimiento de la ley y el orden; La seguridad nacional, en
cambio, tiene que ver con la supervivencia de la nación. En la medida en que el
mantenimiento de la ley y el orden se deterioran, se puede llegar a un punto en
el que un problema de seguridad pública se convierta en un problema de
seguridad nacional. El ejemplo más socorrido es el narcotráfico, que de ser un
flagelo para la seguridad pública ahora constituye una amenaza para la
seguridad nacional. Esto también tiene importantes connotaciones respecto a las
responsabilidades para atender el problema. Las tareas de seguridad pública
normalmente recaen en la policía, y las de seguridad nacional en las fuerzas
armadas. En la medida en que en México y otros países la policía ha sido
insuficiente para encarar el problema, se ha echado mano de las fuerzas armadas,
con el gran riesgo de que nuestros marinos y soldados se desprofesionalicen al
realizar por largo tiempo tareas distintas a aquellas que justifican su
existencia. Lo que siempre me pregunto en el contexto actual de México es quién
cuida la seguridad nacional, dado que los soldados y cada vez más marinos están
participando en tareas de seguridad pública.
Pero su pregunta además me parece crucial
porque hay que valorar si la seguridad humana ayudaría a resolver esta compleja
problemática, y me parece que sí sería posible. El concepto de seguridad
humana, en su versión “minimalista”, busca liberar a las personas del temor, en
tanto que en su versión “maximalista” se propone liberar a las personas de las
necesidades. En México enfrentamos ambos problemas: tenemos temor, y tenemos
muchas carencias materiales y baja de calidad de vida en general, y todo ello
nos hace vivir en un país inseguro. Por eso creo que la seguridad humana
encajaría a la perfección en la agenda nacional, dado que tenemos que liberar a
la sociedad mexicana del temor y de las necesidades.
Pareciera
que en materia de seguridad las preocupaciones principales actualmente son las
de la amenaza terrorista, los conflictos armados y el crimen organizado. Pero
¿cuáles son otros problemas que requieren inmediata atención en el mundo y en
México?, ¿son tan graves como los primeros?
Tanto el terrorismo como los conflictos armados
y el crimen organizado me parece que son manifestaciones de múltiples problemas
y que para hacerles frente hay que ir a las raíces de los mismos. En este
sentido, y el mismísimo Banco Mundial así lo avala, hay una relación estrecha
entre violencia y pobreza. Ello no significa que la violencia esté ausente en
los países más ricos y prósperos. A todo mundo, por ejemplo, le causó sorpresa
lo sucedido en Noruega hace unas cuantas semanas, sobre todo porque según los
indicadores sobre calidad de vida a escala planetaria, Noruega es el mejor país
para vivir y, por lo tanto, debería, al menos en teoría, ser un país sin
violencia.
Las causas de la violencia son múltiples. Sin
embargo, me permito hacer notar que la violencia es recurrente en los países en
desarrollo —a diferencia de los países más prósperos—, y que una forma de
hacerle frente debería incluir una distribución más equitativa de la riqueza y
revertir el analfabetismo, la malnutrición y desnutrición. Hay que garantizar
vacunas y servicios médicos a la población, así como también proveerla de
condiciones que le den acceso a empleo y a condiciones salariales dignas.
Dicho esto, en mi opinión y respondiendo a la
segunda parte de su pregunta, los otros problemas que merecen atención
inmediata incluyen los sanitarios —epidemias y pandemias—, los alimentarios,
los ambientales y los energéticos, en particular en el caso mexicano. Ya la
influenza AH1N1 nos mostró la relevancia de la seguridad sanitaria en un país,
como el nuestro, que dejó de producir vacunas hace dos décadas. En materia
alimentaria, es muy peligroso que México no sea capaz de producir los alimentos
que requiere su población. En el terreno ambiental, para un país tan expuesto a
fenómenos naturales como huracanes, terremotos, erupciones volcánicas,
etcétera, es fundamental contar con las políticas de prevención y manejo de
riesgos pertinentes. Y en el ámbito energético, pienso que México está obligado
a explorar fuentes alternativas de energía más allá del petróleo, dado que el
horizonte para el corto y mediano plazos se ve muy complejo en ese ámbito.
Los
desafíos que plantea la seguridad humana tienen tamaños que rebasan los límites
nacionales. ¿Cuáles son los problemas que ello plantea a las naciones, por ejemplo
en temas como la soberanía?
En aspectos como las víctimas de conflictos
armados y las violaciones a los derechos humanos, es necesario reconocer que la
normatividad internacional ha evolucionado al punto de generar una justicia
penal global. El hecho de que conocidos genocidas deban enfrentar en la
actualidad juicios a cargo de la Corte Penal Internacional y de otras cortes ad hoc me parece un avance, tal vez
pequeño, en la protección de los derechos humanos más fundamentales. También es
verdad que entre los consignados y acusados ni son todos los que están ni están
todos los que son, pero por algo se empieza.
Es cierto que en el tema de la responsabilidad de proteger se invoca a
la seguridad humana de manera selectiva y parcial, sobre todo en función de
intereses estratégicos más que por consideraciones humanitarias. Tenemos que
entender, sin embargo, que cualquier intervención demanda cierta
responsabilidad de quien interviene, y que ello automáticamente marca un freno
para la acción internacional, como también eso explica la inacción. Así que la
vulneración de la soberanía acontece en función del tipo de intereses
estratégicos en juego.
A mí me parece, sin embargo, que la soberanía
también es ultrajada por el crimen organizado, el narcotráfico, las pandemias,
etcétera. Hay que reconocer que en el mundo de la globalización, cada vez es
más necesaria la cooperación internacional a fin de hacer frente a las
amenazas. Desafíos como los ambientales, los sanitarios, el tráfico ilícito de
armas pequeñas y ligeras y el de estupefacientes, entre otros, demandan una
acción concertada, porque es insuficiente lo que un solo país puede hacer.
Idealmente debería proceder una concertación, esfuerzos por consenso, no
intervenciones sin permiso; cuando éstas ocurran, hay que denunciarlas en todos
los foros existentes. Por ello considero que tenemos que preguntarnos si sólo invocando
la defensa de la soberanía vamos genuinamente a resolver los problemas de
seguridad que nos aquejan.
En mi opinión, en muchos casos para salvaguardar
la soberanía sí requerimos de la ayuda y la cooperación de otras naciones,
porque además me parece ilógico que Estados Unidos esté conforme con la manera
en que las organizaciones del crimen organizado y otras más, operan en México,
generando una enorme inseguridad que de hecho ya se ha extendido a su propio
territorio. México, al igual que Canadá, constituyen la primera línea de
defensa y seguridad de Estados Unidos; lo voy a decir de otra manera: la
seguridad estadounidense pasa por la mexicana y la canadiense. Es decir que es
del interés de Estados Unidos que México sea un país próspero y seguro, porque
de esa manera puede dirigir su atención a otras regiones prioritarias para sus
intereses, por ejemplo, Medio Oriente.
¿En
qué medida la seguridad humana ha permitido identificar problemas y elaborar
políticas públicas? En México sólo está mencionado el caso de la Comisión de Derechos
Humanos del Distrito Federal (CDHDF) en 2008.
Yo creo que en el mundo, la acepción
“minimalista” sobre la seguridad humana es la que más aplicaciones concretas ha
tenido en el mundo real, a propósito de las políticas públicas. Al amparo de la
seguridad humana, por ejemplo, fue suscrita la Convención de Ottawa contra las
minas terrestres anti-personal y también la Convención sobre las municiones de
racimo. Asimismo, la idea de que la comunidad internacional actúe ante
violaciones graves a los derechos humanos y para asistir a víctimas de
conflictos armados, ha ayudado a la evolución del derecho penal internacional.
Ahora bien, en México efectivamente sólo la
CDHDF cuenta con un estudio sobre la seguridad humana en la capital del país,
abocado a “aterrizar” dicha agenda en problemas tan concretos como el manejo de
la basura, el abasto de agua y los asentamientos humanos, entre otros. Este
informe —que lamentablemente no ha recibido la difusión que su importancia
sugiere— es un trabajo que debería reproducirse en otras partes del país, donde
hay problemas similares pero también distintos a los de la capital del país, en
términos de su afectación a la seguridad de las personas.
Quiero añadir que pese a que este informe tiene
un perfil muy cargado a cuestiones de derechos humanos, es una iniciativa
loable que se aboca a aspectos muy cotidianos y concretos de los habitantes de
la ciudad de México, por lo que rompe con esa idea de que la seguridad humana
es sobre todo un concepto que interesa a los académicos.
En el libro propongo la elaboración de índices
de seguridad humana para México. Se trata de una tarea compleja y que involucra
mucho trabajo. Baste mencionar que aun cuando el debate sobre la seguridad
humana se viene acentuando desde 1994 con la publicación del informe del PNUD
dedicado justamente a ese tema, no fue sino 11 años después que, a instancias
de Canadá, fueron publicados los primeros índices de seguridad humana, mismos
que han sido fuertemente impugnados en razón de sus fuentes. Éste no es un tema
menor: los índices de 2005 documentaban, desde la acepción “minimalista”,
violaciones graves a los derechos humanos y víctimas de conflictos violentos,
pero había discrepancias en torno a la metodología y, como mencioné, en las
fuentes empleadas. Aunque criticables por su aparente parcialidad, estos
primeros índices de seguridad humana, en mi opinión, contribuyeron a llamar la
atención en torno a crisis muy graves que se generan en diversas partes del
mundo, por ejemplo Sudán, Afganistán, Colombia, Sierra Leona, Costa de Marfil,
Irak, etcétera. Sin embargo, como es sabido, hay muchas partes del mundo donde
no hay conflictos armados en marcha, y donde, sin embargo, no se pude hablar de
que haya un escenario de paz. La paz no es sólo la ausencia de guerra ni de
violencia física.
Desde entonces, y tomando en cuenta las
críticas a los índices de seguridad humana de 2005, el Banco Mundial optó por
ampliar el concepto “minimalista”, estableciendo la conexión entre pobreza y
conflictos, sugiriendo que para llegar a un escenario de seguridad humana hay
que combatir decididamente la pobreza.
Sin embargo, el tema de los índices no se debe
abandonar, dado que su utilidad estriba en facilitar el diagnóstico. Si somos
capaces de hacer el diagnóstico de aquello que daña la seguridad de las
personas, estaremos ya muy cerca de encontrar las soluciones pertinentes. Y el
diagnóstico, seguramente, será distinto para cada país y región. Regreso a lo
que le comentaba en una pregunta previa: para Sudáfrica, los índices de
seguridad humana seguramente estarían muy cargados al terreno de la salud,
debido a la epidemia del sida; para la República Dominicana, en cambio, los
fenómenos naturales, en particular los huracanes, tendrían que ser resaltados
en la elaboración de sus índices de seguridad humana.
¿Nuestro
país requiere de cambios institucionales y de reformas legales para adoptar la
seguridad humana o ya existe el andamiaje necesario para ello?
Pienso que se requiere voluntad política para
llamar a las cosas por su nombre. Me refiero al hecho de que en América Latina,
sólo dos países, Chile y Costa Rica, han adoptado a la seguridad humana como
política de Estado. Claro que, a comparación de México, son países pequeños y
con una población comparativamente menor.
Aun así, encuentro en los planes nacionales de
desarrollo de México un lenguaje prácticamente idéntico al que emplean quienes
se abocan a la seguridad humana en otros países. En particular, veo el
reconocimiento a la importancia de la relación entre seguridad y desarrollo. Lo
que falla, ciertamente, es la falta de compromiso de parte de las autoridades
mexicanas. Pareciera como si se temiera pronunciarse en torno a la seguridad
humana, en términos de una política de Estado, posiblemente por una mala
percepción del concepto, o quizá inclusive el temor a que se pudiera invocar la
responsabilidad de proteger por parte
de terceros países ante la situación de violencia e inseguridad que prevalece
en diversas regiones del territorio nacional.
Sin embargo, México, en su condición de país en
desarrollo, puede hacer de la seguridad de las personas una política de Estado,
lo que, por otra parte implicaría el compromiso de efectuar una mejor
asignación de los recursos a las partidas presupuestales destinadas a la
seguridad y el desarrollo. El año pasado, por ejemplo, nuestro Congreso decidió
aumentar partidas presupuestales para la seguridad de los estados del norte del
país, y redujo las partidas presupuestales para el desarrollo de las entidades del
sur. Pienso que una política de seguridad humana podría coadyuvar a una mejor
asignación de los recursos de manera que se financie a la seguridad pero no se
comprometa el desarrollo, y ello no requeriría cambios en nuestra legislación.
Por otra parte, creo que en los debates que se
han venido desarrollando en torno a la Ley de Seguridad Nacional hay un
reconocimiento a la importancia de una agenda amplia de seguridad, sin que se
haya llegado al punto de investir a la seguridad humana del nivel de prioridad
que debería tener. Con todo, recuerdo que cuando tuvimos la etapa más dura de
la epidemia de la influenza AH1N1 en abril-junio de 2009, en ese marco los
legisladores hablaron de incluir a las enfermedades y a los fenómenos naturales
en la lista de amenazas a la seguridad nacional.
En
términos presupuestales parece haber una disputa por los recursos entre los
gastos policiacos y militares, y los dedicados propiamente al desarrollo. ¿Cómo
se pueden conciliar ambos rubros?
El gasto en seguridad ha crecido
considerablemente a lo largo del gobierno del presidente Felipe Calderón. Sin
embargo, México tiene un rezago en la materia, amén de que, en el caso de las
fuerzas armadas, la mayor parte de los recursos asignados se destinan a
salarios y pensiones. El gasto en inteligencia civil también ha crecido, y no
sólo para el Centro de Investigación y Seguridad Nacional, sino también para la
Secretaría de Seguridad Pública federal.
Es evidente que los delitos y amenazas del
siglo XXI no pueden ser combatidos ni con métodos ni operativos del siglo XIX o
XX, y la labor de los servicios de inteligencia es fundamental para apoyar las
tareas de seguridad pública y seguridad nacional. A lo que me refiero es que
debe haber un crecimiento y correcta administración y distribución del gasto en
seguridad, con la debida corresponsabilidad de parte de los actores
involucrados a todos los niveles de gobierno. Pero también debe haber una
correcta y adecuada asignación de recursos a la agenda de desarrollo, que
incluya educación, salud, capacitación laboral, alimentación, entre otras, dado
que la falta de acceso a oportunidades educativas, la crisis económica
internacional, las enfermedades, etcétera, son factores que condicionan la
inseguridad.
*Entrevista publicada en Este País, núm. 245, septiembre de 2011.
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