Pensar
el crecimiento
Entrevista
con Luis Rubio*
Ariel
Ruiz Mondragón
Nunca
es mal momento, y mucho menos en vísperas de un nuevo gobierno, para
establecer un objetivos claro para el país, y para revisar las
posibilidades, estrategias y mecanismos para intentar alcanzarlo. Más
bien, en esta época esto parece hoy un ejercicio de imaginación y
propuestas muy necesario.
En
esa dirección apunta el libro de Luis Rubio Ganarle
a la mediocridad. Concentrémonos en crecer
(México, Miguel Ángel Porrúa/CIDAC, 2011), en el que la apuesta ya
no es por pretender realizar grandes transformaciones que sólo
quedan en proyectos truncos, sino en impulsar reformas más limitadas
pero más realistas que, a su vez, desencadenen otros cambios para
generar condiciones para lograr el crecimiento.
Sobre
el volumen antes mencionado sostuvimos una conversación con el
autor, quien es doctor en Ciencia Política por la Brandeis
University. Presidente del Centro de Investigación para el
Desarrollo A.C. (CIDAC), ha sido autor y editor de más de 40 libros,
además de ser colaborador de publicaciones como Reforma,
Nexos,
The Washington Post,
The Wall Street Journal
y The Los Angeles
Times. Entre otros
galardones ha obtenido los premios APRA al Mejor Libro en 1985, el
Dag Hammarskjöld en 1993 y el Nacional de Periodismo en Artículo de
fondo en 1998.
Ariel
Ruiz (AR): ¿Por qué publicar un libro como el suyo?
Luis
Rubio (LR): Creo que
en los últimos años en México la discusión ha sido de todo o
nada. Lo que yo traté de escribir fue una discusión en un sentido
distinto: la perfección no existe, y si seguimos en maximalismos
nunca vamos a resolver los problemas del país.
Mi
propuesta es bastante modesta: que nos concentremos en un solo
objetivo y corrijamos lo que se requiere para que se pueda
alcanzarlo. Si logramos empezar a crecer, eso comienza, primero, a
hacer menos complicados los problemas y, segundo, hace más fácil
que la gente esté dispuesta a aceptar los costos de reformas y
cambios que va a haber.
Entonces,
mi idea es concentrarnos en algo más modesto pero mucho más
realista.
AR:
A lo largo del libro se habla de cómo generar riqueza, de que la
economía del país crezca. En ese sentido, ¿cuál ha sido la
relación de nuestro proceso democratizador en el crecimiento
económico del país?
LR:
Yo creo que la
correlación, en todo caso, es negativa; el único factor que ha
tenido una incidencia importante sobre el crecimiento de la economía
es un mecanismo que se creó como garantía frente a los cambios
políticos y que se hizo a la mitad (como tantas otras cosas), que
fue el Tratado de Libre Comercio. Éste se concibió para conferirle
un sentido de permanencia y de garantías a los inversionistas de que
las reglas del juego no iban a estar cambiando todos los días. El
objetivo era originalmente un acuerdo de inversión, no de libre
comercio; el precio por obtener la garantía de inversión fue
liberalizar el comercio, no al revés.
Lo
que se hizo fue darle certidumbre al empresariado grande que se
adaptó a las redes internacionales de comercio, pero no transformó
la economía interna. Esto se vio de una manera brutal y extrema en
estos últimos tres o cuatro años en que, al bajar las exportaciones
porque se colapsó la economía americana, se colapsó más la
economía mexicana porque la fuente de demanda principal, de
generación de ingresos con los que gastamos en otras cosas y con eso
hacemos un círculo virtuoso, se colapsó.
Lo
que nos urge es activar la economía interna; lo que tenemos que
hacer es un tratado de libre comercio interno, o sea, liberalizar la
economía interna, que está apretadísima por todas partes.
Entonces,
creo que la correlación en general es negativa porque hemos
mantenido muchos de los mecanismos de protección que existían
antes, y no hay incentivos ni capacidad para transformar al
empresariado interno en otra cosa, y encima de eso hay muchas fuentes
de incertidumbre.
Tenemos
muy pocos empresarios en el ámbito interno que pueden competir con
las importaciones (se defienden porque tienen protecciones, pero no
porque tengan capacidad de competir, y allí hay un déficit enorme).
Y el consumidor, por supuesto, tiene derechos que no tenía antes: de
consumir y comprar cosas importadas, que las hay por todos lados, y
eso por supuesto que afecta al empresariado doméstico, que no se
adapta.
AR:
Usted habla de las tres grandes etapas de la política económica en
México del siglo XX: el desarrollo estabilizador, la etapa estatista
de los años setenta y la liberalización a partir de los ochenta.
¿Cuáles son las grandes lecciones que podemos aprovechar hoy de
aquellas políticas?
LR:
Yo creo que podríamos
hacer un símil con la ley electoral: cuando uno plantea un marco de
referencia de libertad en el caso político, lo que se requiere nada
más son regulaciones para poder asegurar que no haya extremos.
Cuando uno toma un planteamiento así, hay que estar vigilando cada
espacio y cada resquicio, porque si no todo se sale de control. Lo
que ha estado pasando en la parte electoral es eso: cada día se
tienen que acotar y poner nuevas corazas y muros para evitar que las
cosas se vayan por una dirección distinta de la que los
controladores quieren que se vaya.
En
la economía es lo mismo: es mucho más fácil administrar un sistema
cerrado que un sistema abierto. Un sistema cerrado tiene reglas del
juego muy claras; por supuesto que hay fraude, pero en grandes
números no es lo más importante. Cuando uno habla de un esquema
liberal en el cual una persona puede importar productos más baratos
podemos discutir si era dumping
o no, pero mientras tanto el consumidor ya se benefició. Como dicen
los economistas, la función-objetivo es el consumidor, no el
empresario; en el sistema anterior era lo que el empresario podía
producir y que se fregara el consumidor.
Entonces,
un esquema liberal requiere muchas más libertades y mucha más
disposición a tolerarlas. Lo que creo que ha fallado es que ni hemos
liberado suficiente ni tenemos mecanismos de regulación apropiados,
y fallamos por los dos extremos: hay muchísimas cosas protegidas o
subsidiadas que distorsionan todo.
Un
ejemplo es que está protegida la fabricación de suelas de cierto
tipo de zapato: todos los zapateros que dependen de esas suelas
tienen que pagar más caro. Esto a quien perjudica es a ellos mismos,
que no pueden exportar ni pueden competir con una importación china
o coreana de zapatos que ya vienen a un precio irrisorio. Entonces,
la protección y el subsidio a final de cuentas acaban siendo nuevas
distorsiones y acaban perjudicando al consumidor.
A
lo que esto nos lleva es a que algún día tenemos que tomar la
decisión de liberalizar el mercado interno para que todo mundo pueda
beneficiarse, pero va a haber muchos costos en el camino: obviamente,
va a haber muchas empresas que no van a aguantar la competencia. Hay
empresas que han ido perdiendo mercado poco a poco y no lo han
notado. Pero después de 20 años de perder tres o cuatro por ciento
de mercado al año, pues casi no les queda nada.
Por
lo anterior es la propuesta de que tenemos que crecer: si logramos
hacerlo más rápido, los costos se hacen menores, no para el
individuo sino para el conjunto, pues otras empresas empezarán a
salir.
Además,
si hay alguna cosa maravillosa en el mexicano es la capacidad de ser
empresario; la mayoría no se llama así y a muchos les choca, pero
la economía informal es algo espectacular. Son empresarios
verdaderamente impactantes, y todos tenemos experiencias de cómo de
la nada empiezan a crecer poco a poco.
Si
liberalizáramos y si creáramos mecanismos para que fuera fácil y
no costoso formalizarse, tendríamos otra generación de empresarios
enorme que podría sustituir a esa que está encumbrada y protegida,
y que no sirve para nada, que no aporta grandes beneficios a la
colectividad.
AR:
En el libro se destaca que el problema de la economía es
eminentemente político, e incluso usted llega a decir que es mental.
Una de las cosas que plantea el libro es que no hay que estar con los
grandes proyectos de transformaciones (en la Constitución, por
ejemplo) sino más bien con pequeñas reformas más limitadas pero
más útiles y pragmáticas que permitan una mejor adaptación a la
globalización, como dice usted. En su opinión, ¿cuáles son las
tres más importantes de ellas?
LR:
Yo creo que hay muchas cosas que hay que cambiar, pero no creo que
necesitemos reformas dramáticas sino resolver algunos temas; por
ejemplo, cuál va a ser la estrategia de competencia, cómo va a ser
la parte laboral que realmente afecta al crecimiento y no que cambie
la relación de poder en las empresas, que es muy diferente. Una de
las verdaderamente importantes son los impedimentos para contratar
gente, y otra es donde cambia la relación sindicato-empresa o
trabajador-empresa, que es una distinción fundamental.
También
creo que hay que meter mecanismos de pesos y contrapesos, no
solamente uno. Hoy hay muchos pesos: el Congreso puede impedirle al
Ejecutivo hacer cosas, pero debemos tener contrapesos para que haya
equilibrios. Esa es quizá la reforma más importante que tenemos que
ir haciendo, e implica reformas públicas que poco a poco vayan, en
el contexto de mayor participación de todas las fuerzas políticas,
haciendo que todo mundo tenga equilibrios y se impidan los peores
extremos.
Si
les haces esa pregunta a diferentes personas, van a dar distintas
respuestas; pero no creo que el problema sea encontrar cuáles son
las reformas más urgentes ni las más importantes. Si se resuelven
los problemas de legitimidad y de la distribución de los beneficios,
todas las demás empiezan a caer.
En
temas como el de la competencia, yo creo que tenemos contradicciones
de origen que impiden que se resuelva. Por ejemplo, la Ley de
Competencia salió menos de un año después de que se privatizó
Teléfonos de México, y son dos extremos absolutos de concepción:
en uno se vendió una empresa al precio más alto posible con
condiciones de monopolio por un número de años; pero en el otro
queremos competencia. El mismo gobierno sacó las dos cosas; bueno,
no puede ser, tenemos que ponernos de acuerdo cuál de las dos va a
ser.
Considero
que debemos también tener un acuerdo sobre cuál es la regla que va
a seguirse y aceptar cuál es nuestra realidad judicial. A mí me
parece que han sido muchísimo más sensatos los chinos de lo que
hemos sido nosotros: ellos reconocen, de entrada, que no tienen un
sistema judicial confiable y serio que evite conflictos de años como
los que pasan aquí, en donde amparos y más amparos paralizan todo y
no permiten resolver nada. Lo que ellos hicieron fue una cosa
diferente, su ley de competencia de ellos es más simple: dice que en
15 años, para el 2022 y 2023, no puede haber una empresa que tenga
más del 40 por ciento del mercado en nada; no puede haber dos
empresas que tengan más del 60 por ciento y tres que tengan más del
70. Así de sencillo.
Entonces,
en un horizonte de 15 años están diciéndoles: “Corrige tu
situación, ya no inviertas más en tal cosa sino en otras para que
puedas ir ajustando tú solo”. Eso es un mecanismo muy sencillo y
transparente, con un horizonte largo, y la gente se puede adaptar. No
es un tema de sanciones sino de incentivos, y es muchísimo más
fácil hacerlo así.
Yo
creo que son más pragmáticos que nosotros, que tendemos a ser muy
legalistas.
AR:
En ese sentido, también se habla mucho de los incentivos para
cambiar el juego político tan perverso. ¿Cuáles de ellos se tienen
que crear para que se desbloquee el camino de las reformas?
LR:
Un hecho ya incontrovertible es que se perdió la oportunidad de una
gran reforma transicional en el 2000, cuando los priistas estaban
dispuestos a cualquier cosa.
Yo creo que lo que
se requiere es un gran pacto sobre tres temas: legitimidad,
distribución del poder y mecanismos de participación por parte de
la sociedad en la toma de decisiones. Aquí entran preferencias: yo
creo que debemos pensar en la reelección, aunque me parece
complicado pensar en ella en un sistema híbrido de representación
proporcional y de representación directa. ¿Qué pasa con los
proporcionales, que tienden a ser los que gobiernan las cámaras? La
mayor parte de los que son presidentes de comisiones y los que son
los jefes de las bancadas tienden a ser proporcionales (no en todos
los casos, pero es lo típico). Me encanta el concepto, pero no me
parece que sea funcional mientras tengamos ese híbrido. Eso habría
que resolverlo primero; yo creo que deberíamos tener un sistema sólo
directo o sólo proporcional, pero la mezcla creo que es mala.
Otro
tema que cambia los incentivos es el de que haya un mecanismo en el
cual Hacienda le diera mayor presupuesto a los gobiernos estatales a
cambio de que ellos recauden más. Es simplemente hacer una tabla en
la que suben exponencialmente la capacidad de recibir fondos
federales: por cada peso recaudado, dar dos; si son siete, dar 25, y
así aumentarlo de manera que el incentivo sea dramático para que
aumente la recaudación. Pienso que allí está otro esquema de
incentivos que se podría hacer.
Finalmente,
tenemos que pensar en algún mecanismo que obligara a que las leyes
que no sirven se puedan corregir. Por ejemplo, los franceses tienen
la famosa “ley guillotina”, que implica que cuando el Presidente
manda una iniciativa, el Poder Legislativo tiene un periodo
perentorio en el cual responder; pueden tumbarla o modificarla, pero
si no hacen nada en el lapso establecido, automáticamente se
aprueba. Entonces, de esa manera ya cambia la relación de poder.
El
punto es que tenemos que encontrar mecanismos apropiados a México
que respondan a sus diversas circunstancias, porque cada país tiene
sus realidades, su historia, su idiosincrasia. Copiar es el peor de
los mundos; con las nociones de copiar la segunda vuelta o la
reelección hay que ser cuidadosos, porque no necesariamente son
aplicables a nuestra realidad.
AR:
Otro punto central para lograr generar riqueza es reformar el sistema
educativo, tal vez intentando vincularlo más con el aparato
productivo. ¿Debe ser así?
LR:
Hay una frase que me encantaba de Bertrand Russell que leí hace casi
40 años, y que dice que lo importante es crear seres humanos, no
autómatas para el aparato productivo. En la era industrial, cuando
se mencionaba la vinculación entre ambos ámbitos, de lo que se
hablaba era de producir gente técnicamente competente para que
pudiera funcionar dentro de una fábrica. Pero en la era de la
información, lo que vale es lo que decía Russell: la capacidad
creativa de las personas, la capacidad de crear un nuevo producto, de
hacer software,
de modificar patrones de producción, etcétera. Es decir, cosas más
intelectuales que manuales.
Sí
es importante vincularlo, pero no en el sentido de que las escuelas
fabriquen ingenieros estructurados para que puedan manejar una
máquina; eso en esta época es absurdo. Lo que agrega valor ya no es
el proceso industrial; por eso competir con los chinos por tres
centavos de dólar de salarios es una locura que no nos lleva
absolutamente a ninguna parte, no agrega valor y por lo tanto no
genera riqueza.
El
gran problema es que tenemos un sistema educativo diseñado para,
primero que nada, el control político, ni siquiera para la
producción. Entonces lo que deberíamos hacer es saltarnos dos o
tres etapas para llegar a la era del conocimiento. Éste es un reto
dramático porque tenemos que cambiar desde la relación
gobierno-sindicato hasta la naturaleza misma del proceso educativo, y
eso implica reentrenar a todo mundo, empezando por los maestros, por
supuesto.
La
Alianza por la Educación, que se firmó hace pocos años, por lo
menos ya tenía la primera idea, que era que los maestros fueran
compensados en función de los exámenes estandarizados. Era un
primer camino en esa dirección, pero obviamente se requiere de una
transformación radical del sistema educativo sin asignar culpas.
El
que tenemos es un sistema educativo creado en el momento más álgido
del priismo para controlar a la población, y lo que hoy necesitamos
es darle instrumentos a ésta para que pueda sobrevivir en un sistema
abierto, competitivo, donde lo que importa es la capacidad de los
niños y de las personas para ser exitosas.
AR:
Uno de los puntos fundamentales que usted señala para poder lograr
los cambios es un liderazgo fuerte; mas de inmediato se piensa en el
autoritarismo, en el presidencialismo clásico.
LR:
Esa es una conclusión a la que llegué renuentemente. Creo que el
gran éxito de la derrota del PRI es que un autoritarismo de ese tipo
es muy difícil de reconstruir; sí se puede, como ocurrió con
Vladimir Putin, y que es un ejemplo que hay que tener presente todo
el tiempo.
Al
observar a los países que han logrado transformaciones, como son
Sudáfrica, España, Brasil, Chile y Corea (algunos más que otros),
son producto de que hubo la capacidad política de articular los
cambios. Yo creo que debemos ser el único país del mundo que ha
tenido al hilo tres presidentes que no eran operadores políticos en
el momento más complicado de una transición económica y política.
Lo que aquí se necesitaba (y seguimos necesitando, y creo que ese es
el gran reto del próximo sexenio) es que el Presidente logre sumar y
ver cómo hacemos cambios juntos porque no lo puede hacer solo. Esto
ya no sale con un partido solo, sino tiene que ser de todos, y eso va
a requerir una capacidad de operación política que no tuvieron ni
Ernesto Zedillo, ni Vicente Fox ni Felipe Calderón.
Ese
ha sido, creo, el enorme déficit de estos años: no es que el
Congreso y el Presidente estén opuestos y que no puedan pasar
reformas, sino que no ha habido capacidad de convencer, de negociar,
de sentarse en la mesa y pasarse 50 horas hasta que finalmente se
pongan de acuerdo en algo que es toma y daca, como lo es la política;
si no es eso la política, ¿qué otra cosa es?
AR:
El actor central del libro es, por supuesto, el empresario. Como
usted también dice, hay una mala imagen de él: se le ve voraz, lo
que muchos señalan por los grandes monopolios o cuasimonopolios que
hay en la actualidad. ¿Cuál es el perfil del empresario mexicano
que puede ayudar al país?
LR:
Lo primero es que la empresa, como concepto, se creó para
descentralizar la toma de decisiones; es decir, no es el gobierno el
que decide por todos, sino que el riesgo se reduce si hay miles o
millones de individuos tomando decisiones, cada quien las suyas. Unos
van a errar y otros a acertar, y en conjunto vamos a estar todos
mejor. Ése es un poco el principio.
No
es que el empresario sea el protagonista en el sentido de que debamos
privilegiar al empresario; pienso que más bien debemos pensar que
éste es el mecanismo social que crea riqueza, y tenemos que generar
condiciones para que cualquier mexicano pueda ser empresario.
Como
decía yo antes: la economía informal es la mejor prueba de que el
mexicano puede ser empresario en serio. La economía informal no
puede crecer porque no tiene acceso al crédito ni lo va a tener
nunca, porque no tiene manera de garantizarlo. Entonces, tenemos que
encontrar maneras de formalizar a esa economía informal que no
implique costos dramáticamente más elevados, y empezar un círculo
virtuoso.
Yo
creo que no existe el prototipo del empresario mexicano; considero
que lo que tiene que haber son reglas del juego que impidan los
abusos que hoy existen y que las condiciones de origen de las que
gozan muchos de los grandes sigan impidiendo que los demás puedan
prosperar.
Lo
que tenemos que encontrar son las maneras con las cuales
desmantelemos los cárteles virtuales que existen, no nada más
castigando sino más bien incentivando. Hay algunos que no son
difíciles; por ejemplo, las importaciones son muy útiles para
provocar competencia. Sí, hay que cuidar que las reglas del juego
estén bien hechas y demás, pero esa es la manera de expandir el
mercado interno de tal manera que el consumidor no sufra.
Entonces,
más bien lo que yo creo es que tenemos que crear un entorno mucho
más estricto y, al mismo tiempo, mucho más amable para que pueda
producirse la riqueza.
*Entrevista
publicada en Este
País, núm.
260, diciembre de 2012.
1 comentario:
Creo que ¨el profeta de la coexistencia pacífica¨no es como se ha afirmado Georges Bataille,por su ensayo sobre "la rivalité ou la part maudite; sino Don Hermenegildo Torres, regiomontano creador del PUP, Partidop Unico de Pendejos.
Como no va a ser así, veamos el siguiente razonamiento axiomático:
En este mundo "no hay quien pueda ser campeón en todo".
La inversa, recíproca proporcional, es:
Que no se puede dejar de ser pendejo en algo.
Alberto Oliver
Publicar un comentario