2006:
elecciones sin demócratas
Entrevista con Luis Carlos Ugalde
por Ariel Ruiz Mondragón
Del
proceso electoral federal de 2006 en nuestro país ha aparecido un
gran número de libros, unos dedicados a defender la legalidad de
aquellos comicios, y muchos otros, la mayoría, a cuestionarlos y a
denostarlos.
Uno
de los más importantes libros que se han publicado es el de quien
fungió como Consejero Presidente del Instituto Federal Electoral
(IFE) entre 2003 y 2007, Luis Carlos Ugalde, quien en 2008 publicó
Así lo viví. Testimonio de la elección
presidencial de 2006, la más competida en la historia moderna de
México (México, Grijalbo), volumen
que acaba de ser reeditado como libro electrónico.
En
este libro, Ugalde hace una defensa de la institución electoral en
el periodo que va desde la elección de quienes conformaron el
Consejo General en 2003, hasta el proceso que acabó con su
destitución en 2007. Por supuesto, la parte central del libro la
ocupa la controvertida elección presidencial de 2006, de la que el
autor fue un protagonista central. Sin duda, su crónica es muy
importante para saber qué sucedió en aquel proceso.
Sobre
dicho libro, en mayo pasado Replicante
tuvo oportunidad de charlar con Ugalde (Distrito Federal, 1966),
quien es doctor en Ciencia Política por la Universidad de Columbia
en Nueva York y que ha sido profesor en diversas universidades del
país y de Estados Unidos, como la de Harvard y el Instituto
Tecnológico Autónomo de México, entre otras. También es miembro
del Foro Internacional para el Estudio de la Democracia, con sede en
Washington, D.C.
Ariel
Ruiz (AR): ¿Por qué escribió este libro? Usted dice que para dejar
constancia de su actuación al frente del IFE, aunque considero que
es una reflexión sobre la práctica política en México.
Luis
Carlos Ugalde (LCU): Primero, fue una
motivación personal, tras haber vivido un periodo tan intenso en la
vida política de México y al haber sido señalado, incluso, como el
responsable del conflicto político que México vivió en 2006. Me
parecía indispensable dar mi versión de los hechos como una manera
de rendir cuentas de mi actuación.
Dos,
porque ya a nivel más global e histórico el país merece una
explicación; si nos quedamos con las acusaciones de los políticos,
que por definición son parciales e interesadas, el país no va a
entender lo que ocurrió. Además, tenemos que aprender de nuestra
historia para mejorar el país.
A
mí me parece que en este momento se observa que la clase política
no ha aprendido mucho del conflicto de 2006; de hecho, este proceso
electoral de 2012 es, en muchos sentidos, una repetición de muchos
temas que en este libro se narran.
Entonces,
para explicar lo ocurrido a seis años de distancia, leer el libro
ahora en versión digital es una manera de comprender el presente,
ver con más tranquilidad el pasado y poder mejorar el futuro.
AR:
Al principio del libro usted relata el “pecado original” del
Consejo General del IFE: la elección de sus integrantes por la
Cámara de Diputados en 2003, un proceso discreto y poco
transparente, como usted lo señala. En su caso, ¿por qué cree que
lo eligieron a usted?, ¿por qué lo propuso el Partido
Revolucionario Institucional (PRI) vía Elba Esther Gordillo?
LCU:
Porque los políticos no se pusieron de acuerdo con sus preferencias
originales. La preferencia original de Gordillo, la coordinadora del
grupo del PRI, era Alfonso Zárate, un amigo de ella con quien ha
trabajado durante muchos años, quizá décadas, y que es un
politólogo reconocido. Ella quería que fuera él, pero el grupo de
Roberto Madrazo dentro del PRI lo evitó.
Luego
Madrazo quiso que fuera Roberto del Cueto, un abogado financiero
respetado, pero el grupo de Gordillo de negó. Luego, el grupo de la
izquierda vinculado al Partido de la Revolución Democrática (PRD)
propuso que fuera Diego Valadés, y todo mundo lo atacó diciendo que
era un salinista.
Entonces,
no se ponen de acuerdo y dentro del PRI surge la idea de que yo sea
propuesto porque no se me asociaba a ningún partido, porque en el
PRI no se me asociaba ni con Gordillo ni con Madrazo y porque me
veían más neutro que los demás.
Fue, básicamente, porque las propuestas reales, originales, no
pasaron.
AR:
Durante su etapa en el IFE fue muy marcada la influencia de lo que se
ha dado en llamar “partidocracia”. ¿Cómo estuvo marcado su
ejercicio en el IFE por las disputas entre los partidos e incluso al
interior de éstos?
LCU:
La presión de los partidos creció, primero por el pleito al
interior del PRI entre Gordillo y Madrazo; luego, ya que había
expulsado a Gordillo en 2004, el grupo de Madrazo comenzó a
construir su candidatura presidencial y empezó a presionar al IFE
para que alargáramos el pago de la deuda del “Pemexgate”.
Madrazo necesitaba dinero para la candidatura y querían que el IFE
extendiera el pago en cómodas mensualidades, lo cual fue una presión
muy fuerte. Esa fue la primera diferencia con el PRI de Madrazo, en
mi caso personal; llegaron a presionar, quizá a quererme cobrar su
apoyo para ser presidente del IFE, y cuando se les dijo que no se
podía alargar el plazo vino la primera diferencia de fondo.
Otra
diferencia de fondo con el PRI de Manlio Fabio Beltrones fue cuando
él pidió nombramientos dentro del IFE, en particular la de su
concuño como contralor del instituto, y cuando se le dijo que no
vino otra segunda desconfianza con el PRI.
En
el caso del Partido Verde Ecologista de México (PVEM), que también
nos había apoyado, la primera ruptura fue cuando nos amenazaron con
juicio político si no aprobábamos sus estatutos; en lo personal, yo
le dije a Jorge Emilio González que esto era imposible, y me amenazó
con juicio político, por lo que vino la ruptura con el PVEM.
Con
el PRD, curiosamente, el partido que nos había acusado desde el
principio de estar al servicio del PRIAN, la relación se fue
componiendo, y en 2006, antes del dos de julio, probablemente la
mejor relación del Consejo General era con el PRD, algo que hoy se
olvida. Pero yo recuerdo que el primero de julio, 24 horas antes de
la jornada electoral, en mi oficina estuvieron Ricardo Monreal,
Gerardo Fernández Noroña, Manuel Camacho Solís, Jesús Ortega,
etcétera, felices. Me vinieron a agradecer el apoyo del instituto,
prácticamente a celebrar por anticipado el triunfo que ellos
preveían para el día siguiente.
La
relación con el Partido Acción Nacional (PAN) en 2006 fue muy
complicada. Germán Martínez, su representante, insultaba a los
consejeros con frecuencia, y nos decía que estábamos al servicio de
los “amarillos”. De forma que con el PAN la relación, pocas
semanas antes del dos de julio, fue muy difícil, muy desgastante.
A
la distancia la lectura es diferente: ahora se piensa que el IFE
estaba al servicio del PAN, pero no: la relación más difícil era
con el PAN, y también hubo una ruptura con un segmento del PRI.
Claro que todo empieza a cambiar a las 11 de la noche del dos de
julio, cuando López Obrador inventa un fraude, y entonces todo
cambia y se pone al revés de como era antes del dos de julio.
PRESIDENTES IRRESPONSABLES
AR:
Me parece que para ejercer un cargo político como el de Consejero
del IFE se requiere de apoyos también políticos. En su relato yo lo
que veo es una sucesión de problemas no sólo con los partidos
políticos sino con los presidentes Vicente Fox y luego Felipe
Calderón. ¿Qué respaldos tuvo el IFE para poder actuar?
LCU:
Se requiere un apoyo del Estado mexicano globalmente hablando, y el
IFE tuvo poco apoyo institucional de éste. Como lo narras en tu
pregunta, pues efectivamente, el IFE siempre era un enemigo, un
adversario, una amenaza, y en 2007 todo mundo se retiró, cuando el
PRI de Manlio Fabio Beltrones (y quiero aclarar mucho esto: el PRI de
Manlio Fabio Beltrones) y el PRD se juntaron e hicieron una coalición
en el Senado para destituir a los consejeros. Los gobernadores del
PRI, que no tenían ningún agravio con el IFE y con quienes yo había
platicado ampliamente, me decían: “Pues no sé por qué Manlio
trae esta idea de destituir a los consejeros”. Y el Presidente me
dijo, como narro en el libro, “pues trata de convencer a Manlio”.
El Presidente, evadido y evasivo, no se quiso meter a defender a la
institución que había contabilizado los votos por lo cuales él
había ganado. Todo el Estado se retiró y dejó al IFE a su suerte.
Me parece que eso fue una enorme irresponsabilidad.
Yo
creo que el principal responsable de eso, por ser la persona que
debió haberlo evitado, se llama Felipe Calderón. Se pueden entender
los intereses políticos, tácticos de Manlio Fabio; las mentiras de
López Obrador y los cálculos del PRD, pero el Presidente de la
República debiese ser el guardián de la estabilidad del Estado
mexicano. Al haber permitido esta negociación por interés político
de su gobierno, me parece que cometió un enorme error político e
institucional para el IFE.
AR:
Vicente Fox también fue un gran responsable de no procurar blindar
la estabilidad del país con sus provocaciones, sus intervenciones…
LCU:
Yo creo que fue muy irresponsable, como lo digo en el libro; pero
nunca violó una ley, eso es importante decirlo. Fue irresponsable e
imprudente, y eso me parece que a veces puede ser mucho más grave
que violar una ley.
De tal forma que sus alegorías, sus chistes, sus comentarios
evidentemente enrarecieron el clima de la elección, sin duda.
AR:
A muy grandes rasgos, ¿cómo era el IFE cuando usted lo recibió?,
¿cuáles eran sus activos y sus pasivos?
LCU:
Su principal activo, como sigue siendo hoy a pesar de las
adversidades, es la confianza; dos, el IFE que encabezó José
Woldenberg había hecho un muy buen trabajo, y además había contado
con fortuna (en la política es importante que haya fortuna).
De
tal forma que era un IFE que estaba en buenas condiciones, estaba
operando de manera normal, estaba sano en general. Y, dado que el
resultado de 2000 había sido un resultado “políticamente
correcto”, eso facilitaba la imagen y la fortaleza.
Eso
era el IFE. Pero había retos administrativos muy importantes: no se
le había dado mantenimiento a la operación interna, necesitaba una
modernización administrativa que no ha tenido. Pero esos son
aspectos de operación, pero en general era una institución buena.
AR:
En el libro usted menciona que “al IFE de Woldenberg le tocó la
construcción de la democracia, y a nosotros nos tocaba mantenerla y
acrecentarla”. ¿Qué resultados entregó el IFE encabezado por
usted?
LCU:
Yo creo que al IFE que yo encabecé le tocó la situación extrema y
límite de la adversidad que pone a prueba una elección. 2000 fue
una elección bien organizada, pero con la facilidad de un entorno
que benefició el procesamiento de los resultados. En 2006 sucedió
exactamente lo contrario: con la misma calidad de la organización
electoral, con incluso mejores indicadores en términos de
organización electoral, el resultado es exactamente el opuesto.
Yo
creo que, con el paso del tiempo, se va a apreciar que las
instituciones electorales (porque no sólo fue el IFE sino también
el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación), al haber
resistido la mayor presión política de la historia moderna de
México, hicieron para la vida de México una enorme contribución al
haber defendido una legalidad que era incompleta e insuficiente. Pero
el principio de legalidad es el único principio que hace que las
democracias se consoliden.
Pretender
negociar la legalidad por razones políticas, como nos pedían el
PRD, Manuel Camacho Solís, Andrés Manuel López Obrador o Porfirio
Muñoz Ledo, era comprar oro brilloso y sacrificar la
institucionalidad de México. Esto ahora no se ve con claridad porque
todo mundo tiene intereses, pero yo creo que los países salen
adelante cuando, a pesar de la presión, resisten. Hago una pregunta
contrafactual: ¿qué hubiera pasado si Francisco Labastida, del PRI,
hubiera ganado en 2000 a Fox? ¿Éste habría denunciado fraude y
habría marchado a Washington, como lo había anunciado? Dijo: “Me
ganan por 10 por ciento o no acepto”. Puesto de otra manera: ¿qué
hubiera pasado si López Obrador gana en 2006 por un punto? El IFE lo
hubiera anunciado, seguramente Fox habría reconocido y aquel sería
Presidente de México; entonces yo, en lugar de ser denostado por la
revista Proceso,
habría aparecido en su portada seguramente como héroe de la
democracia, habiendo hecho, básicamente, lo mismo.
AR:
Como se ve en varias partes del libro, uno de los grandes errores del
IFE en 2006 fue su estrategia comunicacional, como ustedes lo
señalaron. Por allí escribe usted: “No estábamos listos para un
conflicto postelectoral”, y en otra parte dice que pudieron haber
tenido una mejor estrategia de comunicación. ¿Por qué no se tuvo
esa previsión? Ya había varios antecedentes de López Obrador y
cómo enfrentaba la adversidad electoral.
LCU:
Primero un comentario global y luego lo específico. Lo relevante es
si la política de comunicación del IFE explica el conflicto, y si
una política diferente de comunicación habría evitado el
conflicto. A mí me queda claro cada vez más que, hubiéramos hecho
lo que hubiéramos hecho, así hubiéramos anunciado el resultado en
griego, alemán o latín, López Obrador habría denunciado fraude.
La
política de comunicación que tuvo el IFE no explica el conflicto:
¿podríamos haber tenido una estrategia diferente para poder generar
más certeza en segmentos de la población? Probablemente. Pero las
estrategias de comunicación del IFE se diseñan con los partidos.
Hay
un aspecto central, que es el tema del conteo rápido, que el IFE
daría a conocer la noche de la elección; pero (y este dato es
importante anotar) el PRI se negaba a ultranza a que existiera, y
amenazó con desconocer la elección si el IFE seguía adelante con
su organización (hoy, quien se opone es el PRD. Esto es para la
reflexión).
Continuo
con mi argumento: de tal forma que el IFE tenía que ir construyendo
y manteniendo el consenso con los partidos, y por eso se dio una
política de difusión de los resultados como se hizo, en la que yo
aparezco a las 11 de la noche del dos de julio y digo: “Señores,
está empatada la elección (lo cual era verdad), no sabemos quién
ganó y hay que esperar”. Me parece a mí que eso era lo correcto:
era un acuerdo tomado tres semanas antes y yo no lo decidí. Pero
acepto la crítica que se ha hecho de que si yo hubiera dado los
rangos de votación de los candidatos punteros en televisión con una
gráfica (como muchos argumentan), así se habría dado más certeza.
En
mi opinión, habría habido más problemas porque en esos rangos de
votación del conteo rápido había un empate estadístico que
impedía saber quién era el ganador; pero el rango de votación de
Felipe Calderón era ligeramente superior al de Andrés Manuel, de
tal forma que si yo salía y decía “están empatados, pero
Calderón viene ligeramente arriba de López Obrador”, yo creo que
la reacción de éste habría sido más violenta y yo creo que desde
la noche de la elección habría acusado fraude. Hay quienes incluso
dicen que muchas entregas de paquetes electorales en las zonas
rurales se podrían haber interceptado por seguidores de López
Obrador y quizá habría habido más problemas. Y Calderón había
dicho: “Ya lo dijo el IFE”, aunque se declaró ganador sin datos.
Si
el IFE hubiera dado a conocer que venían empatados, pero que
Calderón viene ligeramente arriba, yo no creo que la reacción
hubiera sido de más certeza. Pero acepto la crítica y no sé cuál
habría sido la mejor postura; mi opinión es que se hizo lo
correcto.
También
debo comentar un aspecto de cultura organizacional, que es que el IFE
llevaba 15 años acostumbrado a historias felices, historias de amor
y finales tranquilos; pero cuando a una organización de 13 mil
personas la sometes a una presión inusitada, desconocida, en todas
las Juntas Distritales, sobre todo durante la celebración de los
cómputos distritales que corrieron a partir del miércoles cinco de
julio, hay personalidades diferentes que reaccionan diferente.
Entonces, probablemente allí pudo haber habido estrategias
conservadoras de funcionarios públicos que, siguiendo la ley y
cuando el tema de la apertura de paquetes electorales se sometía a
la votación de los consejeros distritales, ante el temor y ante la
adversidad, hayan optado más por la estrategia conservadora o
minimalista, que por la estrategia maximalista. A la hora de abrir
paquetes electorales siempre hubo un rango de decisión, y muchos
pudieron haber optado por minimizar el riesgo (no el riesgo de abrir
paquetes, porque abrirlos significaba tiempo y gritos).
Eso
simplemente habla de que las organizaciones desarrollan una cultura,
y el IFE no estaba preparado para la cultura de la acusación
callejera. No lo estaba, ni tampoco creo que sea el papel del IFE
estar lidiando en las calles el resultado de una elección.
Entonces,
creo en realidad que puede haber comentarios de que la política pudo
haber sido diferente, pero me parece que eso siempre estará sujeto a
una evaluación subjetiva.
LEGALIDAD VS. JUSTICIA
AR:
Sobre la legalidad me interesó una anotación que usted hace a
partir de una declaración de López Obrador cuando en una entrevista
dijo que aceptaría el resultado si éste era justo, y usted dice que
allí el candidato estaba introduciendo un concepto moral. ¿Cómo
hacer la distinción en este conflicto electoral entre lo
justo-moral, y la legalidad?
LCU:
Primero debo decir que uno de los grandes problemas de este país
desde hace 200 años es la falta de una cultura de la legalidad entre
su población y entre sus elites. Hasta hace poco empieza a ser un
valor, pero durante 200 años la legalidad no ha sido relevante, y no
lo es porque lo importante para que este país se empezara a
consolidar fue la estabilidad. Cuando se busca estabilidad, la
legalidad no es relevante porque ésta se debe negociar con fines
políticos, y la corrupción ha sido un valor para construir la
estabilidad del país y para jalar a las regiones que en el siglo XIX
estaban dispersas.
Entonces,
la legalidad no es un valor entre los políticos; entre los líderes
sociales como López Obrador menos aún, porque consideran que la
legalidad es fruto del orden imperante. Bajo una lectura anacrónica
de Marx, suponen que hay una superestructura que nos domina a todos,
y por lo tanto esa legalidad es fuente del mal, y que, por lo tanto,
lo único válido para gobernar, cómo López Obrador dice, es su
superioridad moral. Entonces él expresa que la honestidad va a
salvar a México porque él es un hombre íntegro y eso es
suficiente; es la versión más anacrónica de la política que puede
haber: creer en la virtud individual como fuente de buen gobierno.
Yo,
en cambio, creo que la virtud de la política es la vida
institucional con base en leyes y normas que pueden irse mejorando
cada vez. Entonces, a mí me parece que aquí lo que estamos hablando
es que en 2006, y quizá en 2012 otra vez, tienes dos valores
encontrados: el de la legalidad, leyes que a veces son incompletas
pero que son las leyes vigentes, y persona como López Obrador y
muchos mexicanos que se sienten marginados, con justa razón, de los
beneficios del desarrollo y que dicen “si no ganamos nosotros, si
no gana López Obrador, esto está podrido, esto es fruto de la
mafia”. Entonces, no importa qué tan legal haya sido la elección;
lo importante es que gane quien debe ganar, y por eso cuando López
Obrador dice que “el triunfo de la derecha es moralmente imposible”
(lo dijo en 2006 y ya lo dijo otra vez ahora), lo que está diciendo
es “aunque me ganen por la ley, ese es un mundo que yo no reconozco
porque es moralmente imposible”.
Entonces,
pues no hay manera de lidiar porque son dos mundos aparte: el de las
instituciones y el de la justicia individual. Por esta esta visión
justiciera de la política que tiene López Obrador, no hay forma, no
hay manera ni individual, ni conceptual, ni ética de que López
Obrador pueda aceptar el resultado de 2012, salvo que él gane.
Cuando
López Obrador dice que es moralmente imposible que gane Enrique Peña
Nieto —como dijo de Felipe Calderón hace seis años—, lo que
está diciendo es: “Como yo creo que la moral está sobre la
política, yo no voy a reconocer a quien en términos legales gane la
elección”.
AR:
Hay algo que aparece mencionado algunas ocasiones en el texto, pero
especialmente cuando usted estuvo a punto de sufrir una agresión a
las afueras del Tribunal Electoral. Dice: “El fraude se convirtió
en un grito de protesta de quienes sufrían carencias, pobreza,
desigualdad, falta de oportunidades, quienes vieron en López Obrador
un candidato que les daba la esperanza de cambiar esa situación”.
¿Qué les hubiera dicho usted a ellos si le hubieran dado la
oportunidad de darles una explicación de la elección de 2006?
LCU:
No hay forma de poder decirle a la gente que ha vivido en la
marginación y en la opresión por décadas, que las instituciones
hay que defenderlas, que las leyes son importantes y que si ganan
Peña o Calderón es la voluntad de la mayoría. No hay manera de que
razonablemente se les pueda explicar cómo el abuso que ha habido
contra ellos es algo de la evolución de un país que todavía no
construye una buena democracia… No hay forma, ¿qué se les puede
decir? Estas discusiones sobre los valores legales de la democracia,
pues yo creo que es la mejor apuesta que puede hacer un país a la
larga, y a los que más beneficia es a la gente pobre y marginada.
Pero en lo inmediato, defender la legalidad de las instituciones es
un discurso elitista, en el mejor sentido de la palabra, pero difícil
de poder hacer que sea comprendida por gente que ha vivido en la
opresión, y eso lo entiendo perfectamente.
Creo
yo que lo más importante, entonces, no es que la gente entienda,
sino que los líderes sean responsables para no incendiar con
discursos justicieros, moralistas y tratar de crear dos realidades:
una virtual-moral y otra política-legal. Por eso creo que el
discurso de López Obrador, que señala con razón los problemas de
este país, es destructivo: porque no ayuda a construir un país que
ayude a los pobres que él dice defender, porque este discurso
moralista de la honestidad y de la superioridad moral de él frente a
los demás, no conduce al buen gobierno, lo que está demostrado en
la historia de la humanidad. Por lo tanto, quien acaba pagando
siempre más es la gente más marginada.
AR:
Se refiere usted a las elites, por lo que quiero vincular su
respuesta con otro gran tema. Recuerdo que Daniel Cosío Villegas
decía que los líderes emanados de la Revolución Mexicana no habían
estado a la altura de las circunstancias. Por lo que veo en el libro,
hay una gran serie de deslealtades, conveniencias justamente de las
elites políticas. ¿Qué ha ocurrido con las elites políticas en la
democratización del país?
LCU:
Nada más un vistazo histórico: la elite política mexicana, desde
su nacimiento, ha sido una elite sin principios, sin valores de
lealtad, cínica e impune, aunque hoy está más civilizada. Pero si
le echamos un ojo a lo que pasó en el siglo XIX, eso sí es la
historia del terror, de la depresión y de la frustración. Ya en
1850, alguien a quien López Obrador detesta pero que a mí me parece
que fue un intelectual notable, Lucas Alamán, y otros, denunciaban
que este país no tenía solución porque allí sí había
traiciones, deslealtades y muerte.
Se
ha civilizado un poco, pero lo que observamos es deslealtad,
incongruencia, inconsistencia. A mí me parece que la política es
pragmatismo y principios, pero tienen que ir de la mano. Incluso el
pragmatismo debe tener cierta dosis de congruencia; el problema es
que en México la incongruencia, la deslealtad, la mentira no son
sancionables. ¿Quién debe sancionar? Los medios de comunicación y
la población.
Pero
en este país el gran problema es que los políticos no pagan
consecuencias por ser desleales, incongruentes y por decir mentiras.
Entonces,
mientras eso no cambie, mientras no tengamos una población más
activa, más exigente, menos tolerante de la retórica de la
destrucción, los políticos van a seguir así. Me parece que, siendo
que el pragmatismo parte de un valor de la política, se puede ser
pragmático pero leal, congruente y consistente, y eso no existe en
México. Por eso en 2006, como dice Héctor Aguilar Camín en la
contraportada, lo que se tiene es realmente una “democracia sin
demócratas”. Hay demócratas pragmáticos, pero son demócratas
que tienen principios, y cuando ya no los hay, ya no hay nada.
AR:
Otro tema que me llamó la atención es cuál fue la influencia de
los medios de comunicación en la elección de 2006. Me refiero no
sólo al tiempo le dedicaron las televisoras a los candidatos, sino a
un panorama más general. ¿Qué pasó con los medios de comunicación
en 2006?, ¿qué evolución ha habido al respecto de entonces a la
fecha?
LCU:
Primera reflexión macro: no ha habido ninguna evolución positiva
del papel de los medios de comunicación en México, ni por la
calidad de su periodismo ni por el pluralismo que debiesen ejercer,
ni por la transparencia y legalidad de sus acciones mercantiles; de
hecho, yo creo que ha habido un retroceso.
¿Quiénes
son responsables de eso? Primero, la regulación que existe, que es
incompleta; dos, la falta de acción del Estado mexicano para generar
las mejores condiciones de mercado; tres, el pragmatismo de la clase
política mexicana, que no se quiere enfrentar a los intereses de la
televisión y la radio, y cuatro, el interés comercial y personal de
los dueños de los medios de comunicación. Es un paquete y no ha
cambiado; de hecho, yo creo que con la reforma de 2007 ha empeorado:
quienes la hicieron prometieron que con esto se liberaba a los
partidos del yugo de las televisoras, pero es ingenuo e irresponsable
afirmar tal cosa porque el problema de fondo se trata de la
concentración de la propiedad de los medios de comunicación, no de
la forma en que vendes ni qué vendes. Por lo tanto, mientras no
resuelvas la concentración de propiedad no vas a resolver nada. Hoy,
efectivamente ya no se venden spots
pero sí coberturas, estrategias de campaña y otras cosas; hoy, los
gobiernos gastan más en publicidad oficial que hace cinco años, de
tal forma que el balance hoy versus 2007, es que los medios reciben
más dinero en efectivo, más dinero por publicidad asignada
presupuestalmente, de tal forma que son más ricos y más poderosos,
y los candidatos te dicen que hoy se necesita más dinero que antes
para competir.
Segundo
asunto: cómo se comportaron los medios en 2006. Pues cuidando sus
intereses comerciales, presionando cuando tenían que hacerlo; el
trato que tuvieron con los candidatos fue sumamente discrecional, fue
en negociaciones bilaterales a veces ofensivas para los candidatos
(algunos de ellos narran que tenían que ir a las oficinas de los
consorcios a pedir préstamos, a pedir que les transmitieran spots).
Partidos y medios de comunicación no reportaron al IFE miles y miles
de spots
que se transmitieron y de los que nunca informaron. Se trata de uno
de los casos de mayor violación legal que se han cometido en la
historia electoral de México, pero que se cerró en 2007.
A
la vez, también los medios de comunicación dieron un enorme apoyo
al IFE en 2006, apoyaron la realización de los debates, promovieron
el voto, y en ese sentido cumplieron un buen papel. Entonces, fue un
papel bueno y malo, con las reglas de entonces.
Reitero:
el problema es de la estructura de mercado y de las reglas del juego.
Entonces, en lugar de estar culpando a personas, hay que cambiar esa
estructura de mercado que es origen del problema.
EL MAL DE LA IMPUNIDAD
AR:
Hacia el final del libro usted recuerda la disputa sobre la
independencia del IFE y la reforma electoral de 2007. Desde que usted
salió del IFE hasta hoy, ¿cuál es su evaluación de la
independencia y de la autonomía del IFE hasta mayo de 2012?
LCU:
En 2007 ocurrieron dos o tres cosas que dañaron la independencia del
IFE: una fue remover de manera anticipada a los consejeros; no
importan sus nombres, y uno de ellos era yo, pero ese no es el tema.
El tema es que cuando se quiere generar independencia de un órgano
regulador como el IFE, la Suprema Corte, el IFAI o cual sea, y se
violenta la principal defensa de esa independencia que es la
inamovilidad de sus integrantes, se crea un daño porque se genera un
incentivo para que los siguientes sepan que si no complacen a los
partidos, pueden ser también corridos. Ese daño se causó; yo lo
advertí, y la gente me acusó de que yo defendía mi chamba, pero
ese no es el tema. Entonces, se causó un daño que se ha replicado
en muchos institutos estatales electorales y en otros órganos.
Dos,
se metió a un contralor, que yo denuncié, que ahora ha mostrado
que, a pesar de ser un hombre muy honorable (Gregorio Guerrero),
claramente el hecho de que tenga que reportar a los partidos antes
que al IFE genera un enorme caos y desconfianza, y eso es un gran
error.
Tres:
con frecuencia los partidos se sienten con más derechos a
cuestionar, presionar. Como hace 10 años, cuando yo estuve, y ahora
y en el futuro, hay algunos consejeros que eran mucho más
independientes, y otros que serán mucho más proclives a escuchar y
a negociar con los partidos. Siempre hay de estos en todos lados; en
mi época los hubo, aunque yo no fui de ellos. En el Consejo anterior
de Woldenberg hubo unos que fueron muy independientes y otros lo
fueron menos.
La
cosa es que en el balance el instituto pueda mantener distancia
apropiada frente a los partidos, y yo veo que hay partidos que hoy
cada vez más han ido presionando y presionando.
Ese es mi punto de vista.
AR:
El libro empieza con la negociación del nombramiento de los
consejeros del IFE en 2003, y termina con la de los acuerdos sobre su
destitución en 2007, ambas como parte de un paquete más grande que
incluía sendas reformas fiscales. ¿Se puede desvincular el tema
electoral de las disputas sobre esos otros grandes temas en el
Congreso?
LCU:
La política es negociación; lo que pasa es que hay de negociación
a negociación. Si se va a negociar la independencia de una
institución del Estado mexicano por subir a dar el informe de
gobiernos el primero de septiembre, o por una reforma fiscal que ha
probado que no resuelve nada de fondo, yo creo que se está
confundiendo. Yo creo que puedes negociar ciertas cosas, pero, otra
vez: si no hay principios, entonces todo es negociable. Yo creo que
el presidente Calderón no tuvo principios, y ese ha sido uno de los
grandes problemas de su gobierno: pensar que todo es negociable. Y
esto me parece muy grave.
AR:
¿México aprendió la lección de 2006? ¿Ha habido cambios
positivos?
LCU:
En general no ha habido progreso desde 2006, ni se ha aprendido de
esa crisis por lo siguiente: el diagnóstico que se hizo fue
equivocado. Se hizo al calor de las copas, de la embriaguez, del
coraje, de las estrategias políticas; entonces, en 2007, sin un
análisis de lo que había ocurrido, al calor de las acusaciones y
con ánimo simplemente de negociar políticamente, se dio una reforma
política en la que algunos decían que había que prohibir las
campañas negativas porque son malas; otros, que había que reducir
el tiempo de las campañas, sin saber para qué; algunos más, que
había que reducir el financiamiento de los partidos, sin darse
cuenta de que el financiamiento más importante de los partidos no se
da por el camino del IFE sino por otras vías, etcétera. Se hicieron
propuestas y se metieron en un sombrero peticiones de todos para
Santa Claus. Luego se sacaron los papelitos y se trataron de pegar
sin que hubiera consistencia entre las partes. Se hizo una reforma
electoral con tintes políticos para restaurar heridas.
Esas
reformas, primero, no partieron de un diagnóstico correcto, y por lo
tanto no podían recomendar la medicina. Lo que tuvimos fue la
improvisación, y uno de los candidatos (López Obrador) empezó
desde entonces otra campaña basado en la mentira histórica de un
fraude que no existió.
No
se puede aprender de la historia cuando ésta está tergiversada, y
tampoco puedes aprender cuando las nuevas reglas del juego fueron
hechas sin un diagnóstico claro de lo que pasaba.
Entonces,
lo que tenemos hoy es que vamos a una elección en que probablemente
el margen que haya de resultado va a ayudar a que el mismo se procese
más fácilmente. Sin embargo, creo que el candidato López Obrador
va a desconocer políticamente el resultado. Pero no habrá crisis
como en 2006; habrá estabilidad y gobernabilidad.
Pero
mi reflexión es el aprendizaje: no estamos aprendiendo de nuestro
pasado reciente, y por lo tanto creo que tendrán que pasar varios
años o una generación más para que construyamos una democracia con
demócratas, en la que los candidatos asuman su responsabilidad, en
la que se procese la derrota institucionalmente y en la que tengamos
una ley que ataque realmente el problema de la inequidad (la actual
no la ataca, como tampoco la de 2006).
AR:
Para concluir: como usted mencionó, Aguilar Camín dice en la
contraportada del libro que es una “crónica de una democracia sin
demócratas”; usted dice que una de las intenciones de su libro es
la de “construir una democracia con demócratas”. ¿Cómo
hacerlo, tanto a nivel de las elites políticas como abajo? ¿Cómo
emprender esta construcción democrática?
LCU:
El mayor mal de México, políticamente hablando, es la impunidad.
Ése es el problema de fondo de este país desde hace dos siglos.
Mientras la impunidad, que significa no pagar las consecuencias de lo
que se hace y de lo que no se hace, mientras se pueda ir por la vida
diciendo mentiras, robando dinero o haciendo mal las cosas y no se
paguen las consecuencias, la clase política va a seguir siendo
impune. Esta impunidad se puede manifestar en una elección o en la
administración de un gobierno estatal, o un diputado que vota mal
las leyes. Ese es el problema central de este país, y para romper
esa impunidad se requieren instituciones capaces de sancionar, pero,
sobre todo, se requiere de una sociedad interesada en exigir que sea
sancionada esa clase política. Esa ecuación abajo no existe, y
empieza a cambiar, afortunadamente, en los últimos 20 o 30 años;
pero construir una sociedad con un activo demócrata va a llevar
varias generaciones. Está en marcha el proceso, pero durante 200
años México estuvo librando una batalla para construir unidad
territorial y estabilidad política; en esos 200 años la ciudadanía
no era un valor porque no era necesaria; había que construir,
primero, el cimiento político de estabilidad. Ya que se construyó,
el siguiente paso es el cimiento democrático de la ciudadanía. Va a
llevar varias generaciones; construir la estabilidad nos llevó dos
guerras, varias revueltas y 150 años. Esto nos puede llevar 50 o 60
años. Entonces, hay que ser pacientes y hay que ser exigentes. Pero
esto va a llevar mucho tiempo.
*Entrevista publicada en Replicante, junio de 2012.
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