jueves, marzo 28, 2013

Las raíces humorísticas de la nación mexicana. Entrevista con Antonio Garci


Las raíces humorísticas de la nación mexicana
Entrevista con Antonio Garci*

por Ariel Ruiz Mondragón

En ocasión de las celebraciones por el Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución, ambas mexicanas, ocurrió todo un boom de libros dedicados a explotar el amplio mercado que se abrió en torno a esos procesos históricos. Así, nos vimos inundados de reediciones de obras clásicas, nuevas investigaciones, refritos, versiones para legos, desmitificaciones, novelas, cuentos, etcétera.
Una de las vetas que más éxito tuvo fue la de las versiones humorísticas que se presentaron sobre diversos hechos históricos, entre las que descolló el libro Pendejadas célebres en la historia de México, de Antonio Garci, quien, al contrario de muchos otros, con un poco de investigación histórica, nos relató con ánimo jocoso varios episodios de la vida nacional.
Ante la insuficiencia de espacio del primer volumen para tratar tantos asuntos, el año pasado Garci presentó un segundo volumen con la misma intención lúdica: Más pendejadas célebres en la historia de México (México, Diana, 2011), obra sobre la cual Replicante conversó con el autor.
Garci estudió Comunicación Gráfica e Historia del Arte en la UNAM, y se ha desempeñado como caricaturista y escritor durante más de 20 años, y ha publicado al menos siete libros. Colabora en El Financiero.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir este libro, sobre todo después de que ya paso la gran fiesta del Bicentenario y también si tomamos en cuenta el antecedente de Pendejadas célebres en la historia de México?
Antonio Garci (AG): En todo el primer libro no metí ni la mitad de lo que encontré, y se habían quedado pendientes un montón de artículos; algunos los había terminado y otros los había manoseado nada más, pero allí estaban. Pero por el tamaño que tenían, nunca pude meterlos todos; entenderás que meter todas las pendejadas sería una obra inabarcable, y olvídate de que no hay nadie que la lea, sino que nadie podría cargar tal libro. El punto es que sí había en el tintero cualquier cantidad de cosas; de hecho, en este nuevo libro también me volvieron a quedar pendientes varios capítulos que ya no pude meter.
Como el libro tuvo muy buena acogida —sin albur—, el editor se animó a hacer el segundo tomo de esta saga, y así fue como apareció. Mi idea es que si todo sale bien, hagamos actualizaciones cada año y puedan seguir con las pendejadas del 2011, del 2013, así como hacen la Enciclopedia de México, como un almanaque, como el calendario Galván.
Este no es un libro de historia sino de humor. La única promesa que yo les hago es que se van a reír mucho si lo leen, y ésa es la única intención. Yo no quiero educarlos, no quiero que aprendan historia de México, que se vuelvan buenos ciudadanos, que odien o adoren al régimen, o tirar propaganda a favor o en contra de alguno. Nada de eso. La verdad, es un libro que está hecho para que la gente se divierta, y si de paso aprenden historia de México, es un daño colateral, porque esa nunca fue la intención.

AR: ¿Cómo estableces la vinculación entre la historia y el humor? ¿De dónde surgió tu interés por la historia?
AG: Yo soy caricaturista, que es realmente lo que hago, y un poco es esa deformación de oficio: en todos lados estás buscando el chiste, las tres patas del gato o las chichis de las víboras. En el caso de este volumen, surgió de que hice un libro que era una parodia de los libros de autoayuda, que se llamó Por qué las mujeres aman a los pendejos, en el que hice un capítulo de algunas anécdotas históricas que me sabía y que, según yo, debían de estar en el “Salón de la fama de las pendejadas”. Eran inconcebibles, algo que, de verdad, no podías creer que hubieran hecho, y que además lo hubieran hecho así. Cuando empecé a hacer ese capítulo me di cuenta que sólo el capítulo era un libro completo, que empezaba a crecer y a crecer y no acababa. Se trata de anécdotas que eran de todos lados; en ese sentido, México es un país autosuficiente en pendejadas y no necesitamos importarlas de ningún lado, y de hecho ningún país requiere hacerlo porque todos son autosuficientes en esta materia. El mundo entero tiene pendejadas nacionales, y ningún país necesita mandarlas a hacer a China, lo que ya es mucho decir.
Empecé a sacar este libro porque quería que fuera mi modesta contribución a los festejos del Bicentenario, y me di cuenta de que había puños de pendejadas donde pusiera la mirada. Conté tres mil fichas de cosas que yo pudiera considerar como tales; puedes decir: “¡Ay, güey, es mucho!”, pero si piensas que en donde abras al azar un libro de historia de México, pones el dedo y aparecen 10 pendejadas, pues ya no está tan canijo.
La bronca fue seleccionarlas, eso sí fue muy difícil, y ya elegidas, decidir todavía el segundo recorte, porque ya había rebasado lo que se podía meter en una primera edición. Este libro fue justamente hecho con casi todos los artículos que quedaron pendientes en la primera, más otros que tuve que empezar a investigar. Pero me volvió a pasar lo mismo: me quedé con muchos que no pudieron entrar.

AR: El concepto que atraviesa todo este libro es el de “pendejada”, en el que agrupas a hechos tan diversos como la Güera Rodríguez como la madre de la Patria, el blanqueamiento de Porfirio Díaz y su catálogo pantone o las aventuras de los metrosexuales. ¿Cómo defines tu categoría historiográfica?
AG: Pues como una pendejada, hay que decirlo por su nombre; hay una manera políticamente correcta de llamarla: “errores humanos”, como cuando en los noticieros dicen: “Chocó un tren con otro”, y las causan se atribuyen a un error humano. Pero cuando cometes eso, es una pendejada.
Esos son datos duros, porque yo no invento nada. Si el lector se toma la molestia de revisar lo que pongo para que vea que no lo estoy choreando, se va a dar cuenta de que, efectivamente, sí ocurrieron las pendejadas, aunque todos prefiramos voltear para otro lado y fingir que nunca pasó. Sí ocurrieron, como cuando expropiamos a Santa Claus para que fuera Quetzalcóatl quien nos trajera los regalos de Navidad; y hay muchas más, como la ciudad obrera, la locura que era el panal socialista, que, si la hubieran llegado a realizar, la Ciudad de México sería otra.
Hay en el libro una intención de, a vuelo de pájaro, mostrar un panorama histórico de estas anécdotas, desde la Independencia o lo más antiguo hasta llegar a la vida actual, para tener una visión de todo. Pero podría especializarse, como pendejadas deportivas o políticas, que las podría hacer de este año y llenas un libro.
Me gustaría subrayar que no quisiera que se pensara que lleno un libro de pendejadas porque yo soy muy inteligente. La verdad es que yo soy muy, muy pendejo, y suelo hacer muchas pendejadas todo el tiempo, lo que me permite ser una autoridad moral para poder ver dónde hay pendejadas. La gran paradoja es que esto ocasiona que no tenga la más remota idea de lo que escribí.
Pero lo morboso del libro, lo que a mí me gustaría que ocurriera y creo que sí se cumple, es la expectativa que genera mientras lo lee la gente, y que diga: “¡Ay, güey, esto no es cierto, no es verdad! ¡No puede ser, no!”, que vaya de asombro en asombro de cosas que realmente ocurrieron.

AR: Hay algunas que, diría yo, son casi leyes que mencionas, algunas constantes históricas; por ejemplo, al principio mencionas que el país ha creído que todo se puede arreglar con cambios en la Constitución. ¿A qué se debe esto?
AG: A un entusiasmo latinoamericano, a que nunca nos preocupamos de que una ley que hacemos, así sea jodidísima, realmente funcione, que se respete y que se cumpla. Es mucho más fácil que cambiar todo decir que con una nueva Constitución todo se va a arreglar, desde la impotencia, la eyaculación precoz, la caída del cabello, la miopía, el cáncer y hasta que te pelen las viejas.
Es como un gran entusiasmo, pero no sólo mexicano: lo ves en Latinoamérica, como en el caso de la Constitución bolivariana que sacó Hugo Chávez, y en algunos años más seguramente van a sacar otra Constitución que, ahora sí y de verdad, nos va a sacar el buey de la barranca.
Ves a países que no tienen, en mi opinión, unas leyes ni modernas, ni justas, ni muy bien hechas, pero cuyo único secreto es que han logrado que sus leyes más o menos funcionen, y con eso se las han arreglado. Los gringos no han hecho ninguna reforma en la Constitución desde que hicieron su independencia en el siglo XVIII, sino algunas enmiendas, y ahí se la llevan. Ese es el chiste: que hagas una, aunque sea mala, pero que se respete.

AR: Más adelante dices, creo que en el capítulo dedicado a la banda del carro rojo, que siempre es posible violar cualquier disposición oficial cumpliéndola, todo es cuestión de encontrar el modo. ¿A qué se debe que queremos resolverlo con leyes?
AG: Pregúntale a cualquier abogado: cualquier cantidad de tranzas absolutamente legales, incluso delitos totalmente legales, se pueden hacer siempre y cuándo estés bien asesorado. En el libro hay varios casos, y de hecho, uno de los capítulos es una compilación de este tipo de vueltas constitucionales o legales para poder hacer cosas. Pero si tú o yo las hacemos, nos meten al bote; si las haces bien asesorado, ya haces una empresa.

AR: Me gustó la parte donde criticas que algunos digan que el gatopardismo es mexicano porque cambia todo para que todo siga igual. Pero tú postulas una ley histórica contraria.
AG: Yo digo que aquello es una pendejada; siempre que han querido hacer eso, lo que han logrado es que todo cambie, y allí pongo los ejemplos. Creo que es un gran error histórico; efectivamente, muchos lo han intentado, pero el resultado ha sido fatal para los que lo han logrado: Salinas quiso que todo siguiera igual, puso el IFE y ya nunca jamás volvió a ser igual, tan así fue que perdió la Presidencia el PRI; la cantante Alejandra Guzmán se inyectó un aditivo en las nalgas para que siguieran igual de bien como siempre las había tenido, y lo único que consiguió es que se le fuera todo a la goma; hicimos la Independencia para que todo siguiera igual que antes de la Constitución de Cádiz, y mira en lo que terminó.
La moraleja, entonces, es que si ustedes son de un talante reaccionario y quieren que todo se conserve, no muevan nada. Ésa es la única lección.

AR: Hay algunas metáforas del país que son enseñanzas: por ejemplo, la del Zócalo, que es un basamento que se quedó casi en proyecto.
AG: Sí, es como la gran metáfora del país. El Zócalo es una obra inconclusa, pero ahí que va a estar; ya tenemos la pura base, pero el día que lo terminemos pues no te la vas a acabar. Fíjate esa gran expectativa que era el Zócalo, la única obra de algo que jamás se concluiría, que incluso jamás se proyectó, que es lo más canijo; nada más era como “ahí va a estar, próxima inauguración”. Esa obra terminó siendo el nombre del sitio, y de hecho nadie conoce ese sitio con otro nombre que no sea el Zócalo.
AR: Y ahora hubo una gran bronca porque no se terminó en dos años la Estela de luz, para festejar el Bicentenario; paradójico, porque el Zócalo no se ha terminado en siglos.
AG: ¿Qué te preocupas? Esta obra se une a una gran cantidad de monumentos que no se hicieron, proyectos inconclusos que nada más se anunciaron, igualito que el Zócalo. No se logró llevar a cabo en los tiempos establecidos, y quedó como que iba a ser del bicentenario pero casi la inauguran en el tricentenario.

AR: Nuestra historia está llena de muchas de estas obras incompletas. También es muy metafórico que el himno que cantamos está cortado, tanto, que sólo cantamos el 30 o 40 por ciento.
AG: Sólo se canta el 40 por ciento de las estrofas originales.

AR: ¿No es una característica del país el que todo lo deja a medias? Hace algunos años algunos se quejaban del águila mocha.
AG: Desde que me acuerdo, no ha habido una sola administración que no haga recortes. ¿Por qué no van a recortar el himno? La verdad, la selección de las estrofas oficiales del himno que cantamos es buena: son, por mucho, las mejores. Creo, además, que la duración que tiene el himno es correcta, porque más tiempo pasarías del fervor patriótico a los besos, y de allí a la pachorra. Creo que fue correcto hacer eso; incluso la nueva versión sintetizada, donde nada más se cantan dos estrofas oficialmente en lugar de cuatro, y que es la común que escuchas en las estaciones de radio cuando se acaba el día, en la ceremonia civil en la escuela, también es mejor.
Si me apuras un poco, vamos a llegar al día en que cantemos nada más el coro y fin; será suficiente para que no haya bronca de que en algún partido se les olvide. Pero, la verdad, nadie se lo sabe; todo el mundo se ensaña con Coque Muñiz, pero es injustísimo. No me digas que hay alguien que se pueda saber el himno nacional completo; si tienes las estrofas oficiales, no puedes tener al mismo tiempo las estrofas prohibidas o recortadas, y si a eso le sumas que de cualquier manera la versión oficial que cantamos es editada, pues menos. Nadie se lo sabe.

AR: Claro, y es un proceso de edición desde los juaristas.
AG: Sí, claro. La historia completa del himno nacional es una locura. Tuve la gran suerte de contar con el apoyo del Instituto Mexicano de Derechos de Autor, los abogados Larrea, Gabriel y Manuel, quienes tienen un expediente enorme de cosas insólitas sobre derechos de autor, y entre ellas estaba el himno nacional. Lo quizá más morboso, tremendo y fuerte que puede tener el libro es la evidencia de que está registrado en Estados Unidos a nombre de un gringo, un judío norteamericano llamado Edward B. Marks. Este cuate no sólo tiene registrado el himno mexicano sino todos los himnos, y pasa la charola a todas las embajadas cada vez que es su día nacional para que le paguen. Solamente no registró los himnos de Estados Unidos y de Israel. ¿Las razones? Yo creo que fue porque su editora no tiene cara para cobrar regalías por el himno gringo, y la otra es que como es de Israel, porque a los paisanos no se les puede hacer eso.

AR: Hablas bien del himno nacional. Te diría que una de las grandes ventajas de nuestro himno es que es bailable.
AG: Sí, es bailable. Hay muchas cosas que no puedes hacer con el himno nacional, porque de verdad su ley es minuciosa hasta detalles tan quisquillosos que abruman. Una de las cosas que desde luego jamás puedes hacer en México con el himno es bailarlo; es anatema, e incluso es bote inconmutable. No puedes bailarlo bajo ningún motivo; a todos los que han intentado hacer versiones bailables del himno nacional en México les ha ido de la fregada: a Pérez Prado, a un grupo de rock que meten por ahí unos punketos, a mi supercuate Fernando Rivera Calderón. Eso lo impide el Estado mexicano, pero de verdad a rajatabla.
Pero resulta que el himno, como lo hizo un catalán, Jaime Nunó, es una sardana, que es el baile nacional de Cataluña. En el libro viene un muy bonito blog del Consulado mexicano en Cataluña, donde los mexicanos ponen sus comentarios de un 15 de septiembre, cuando se fueron a celebrar en un pueblo: estaban azorados de ver cómo, en cuanto empezó a sonar el himno, ellos se pararon firmes, con el brazo en el corazón y a hacer los honores; pero se pararon los catalanes y se pusieron a bailar, ya que es un ritmo bailable. Hay que aprender sardana; la bronca que no sabemos bailarla.

AR: También hay otra bonita historia que se cuenta: la de la banda del automóvil gris, que defines como “agrupamiento formal policiaco destinado a robar”. ¿Crees que hizo escuela? ¿Fundó una tradición?
AG: Yo creo que fue la primera vez que, formalmente, una institución policiaca fue creada para ir a robar casas; creo que antes lo hacían, pero de manera soterrada, informal. A la banda del automóvil gris la hizo la revolución, con todos los saqueos la volvió institucional. En una locura esa historia, cuya película fue el primer gran éxito de taquilla del cine nacional; fue como un reality show, ya que fue hecha con los mismos protagonistas, y el mismo policía encargado de la investigación actuó haciendo el papel de sí mismo, en una saga real de muchos episodios. La verdad, ya que conoces esa historia, es una locura: no hay guionista que pueda hacer lo que realmente les pasó a estos delincuentes, y aún hoy que tenemos grandes sagas de delincuentes que han hecho cosas descomunales, se las sigue llevando la banda del automóvil gris. Es de risa loca la tragedia que les pasó a estos cuates, que fueron ojetísimos y que además fueron usados por el maldito sistema.

AR: Otra metáfora del país que a mí me gusta la del blanqueamiento de Porfirio Díaz.
AG: Hubo una época, incluso, en que fue una política de Estado blanquear a los mexicanos. Juárez tenía la intención de que se promoviera la emigración de pobladores del norte de Europa, que los eslavos vinieran de Rusia y se asentaran en lugares como Oaxaca o Chiapas, porque decía que el gran problema de todos esos pueblos indígenas era que no se instalaban en la vida nacional moderna justamente porque les faltaba ese componente europeo. Entonces la onda era blanquearlos; su teoría era: “Vamos a poner unos rusos al lado de unos tojolabales, los dejamos unos años y a fuerza se van a mezclar y ya con eso vamos a sacar al país del subdesarrollo”. La bronca es que nadie quiso venir a México; ahí les falló, pero la idea era la de la raza cósmica de José Vasconcelos.

AR: Ya para concluir: ¿crees que algunas de las que tú llamas “(p)utopías mexicanas” podrá alumbrar el futuro de este país?
AG: Somos un país de (p)utopistas. Todos los mexicanos tenemos nuestro gran proyecto, aunque sea de la colonia. El problema no es que nos falten sino que las hacemos, y todo queda bastante más gacho de como lo habíamos encontrado. De cualquier manera, ya una vez que la estableces te genera la intención de hacer otra (p)utopía para acabar con la que hiciste. En todo caso, creo que es más humano que mexicano.


*Entrevista publicada en mayo de 2012 en Replicante.

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