lunes, junio 03, 2013

El narco, intocado. Entrevista con Ricardo Ravelo

El narco, intocado
Entrevista con Ricardo Ravelo*
Por Ariel Ruiz Mondragón

Uno de los mayores azotes que vive en la actualidad la sociedad mexicana es el de la violencia derivada de las actividades del crimen organizado, especialmente de los grupos dedicados al tráfico de drogas. La gravedad de la situación ha sido tal en los últimos años que el presidente Felipe Calderón le declaró la “guerra” a esas bandas delictivas, para lo cual ha utilizado como punta de lanza al Ejército y a la Marina nacionales.
El crecimiento del poder de los narcotraficantes ha ido de la mano de las transformaciones y conflictos políticos que ha vivido México en su proceso de democratización, así como de los cambios que el trasiego y venta de narcóticos ha sufrido a nivel internacional.
Ante tal panorama es necesario contar con información y con un panorama general que explique la situación que en materia de narcotráfico y de seguridad enfrenta hoy el país. Eso es lo que pretende Ricardo Ravelo (Veracruz, 1966) en su más reciente libro, El narco en México. Historia e historias de una guerra (México, Grijalbo, 2011).
Sobre ese trabajo conversamos con Ravelo, quien estudió periodismo en la Universidad Veracruzana y ejerce esa profesión desde 1987. Desde 1991 empezó a colaborar en Proceso, en donde en 1996 le fue asignada la fuente policiaca y de seguridad. Autor de al menos otros cinco libros, en 2008 ganó el Premio Nacional de Periodismo, otorgado por el Club de Periodistas de México.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué publicar un libro como el tuyo, sobre todo tomando en cuenta que has publicado otros acerca del tema?
Ricardo Ravelo (RR): En principio, el narcotráfico y todas sus expresiones de criminalidad es un tema en que constantemente uno tiene que estar actualizando. El país ha enfrentado en distintas etapas ese problema, y yo creo que tantas confusiones, el surgimiento de nuevos grupos, la violencia tan exacerbada y sobre todo como la falta de capacidad del Estado para hacer frente a este problema, son motivos más que suficientes para hacer un replanteamiento de cómo ha estado el país al respecto desde el término de la administración de Ernesto Zedillo, de cómo tomó al país el inicio de la era panista en 2000, y, finalmente, a partir de que el presidente Felipe Calderón tomó la decisión de emprender una guerra. Yo creo que las cosas ya estaban bastante complicadas porque aunque todavía con Vicente Fox se combatió en operativos conjuntos en los que se movilizaba al Ejército en zonas de conflicto y en zonas críticas, no se trataba de una estrategia integral de combate en todo el país utilizando el instrumento del Ejército.
El término de la era priista en 2000 trajo como consecuencia todo un caos en la República por la diseminación de grupos, porque el narco como que perdió esa capacidad de negociación con un poder central que antes era el PRI, era la Presidencia de la República; después, al quedar este poder suelto, el narco tuvo que ocupar prácticamente más territorios y se empezaron a aliar grupos y a negociar en cuanto a la autoridad que les garantizara impunidad.
De tal suerte que este escenario es, desde mi punto de vista, lo que generó el caos de violencia que vive México: se debilitaron muchas partes y piezas del Estado que antes eran garantes de la seguridad. Por ejemplo, se penetró a las policías, y no solamente eso sino que se negoció con alcaldes, e incluso la protección llegó a ser de tal nivel que hasta en la Procuraduría General de la República (PGR) hubo infiltración.
Es decir, la capacidad del narco para maniobrar fue verdaderamente avasalladora, ocupó muchas posiciones en el país y además se alió internamente. Entonces, vimos que la estrategia de echar a la calle al Ejército era insuficiente, porque la principal guerra que, creo yo, debía librarse era la guerra de que el propio Estado limpiara las instituciones que ya estaban infiltradas.

AR: Haces un señalamiento muy interesante sobre el proceso de democratización y el narcotráfico. Desde tu experiencia y desde tu punto de vista, ¿cómo ha cambiado las estrategias respecto al narcotráfico en los tres últimos gobiernos federales? ¿También podríamos decir que el proceso democratizador tuvo un efecto perverso al abrir más espacios al narcotráfico?
RR: Digamos que en la época priista, todavía hasta Carlos Salinas, el narcotráfico se combatía con policías y no había necesidad de echar mano del Ejército. Aun con algunos brotes de violencia que había en el país y que ya daban cuenta de un problema, no era necesario como que echar mano de soldados; las policías, aun corruptas, hacían su función. Yo no quiero decir que combatían sino que controlaban a los grupos; cuando determinadas piezas del crimen organizado rompían las reglas, entonces procedían y se les detenía o, quizá, en el peor de los casos, los criminales terminaban muertos en enfrentamientos.
Pero la evolución del narcotráfico hay que verla un poco más allá de lo que pasó en México, porque la caída de Pablo Escobar y de los Rodríguez Orejuela en Colombia fue un fenómeno que también impactó al mapa del narcotráfico en América Latina. Ese desgajamiento de los grupos colombianos derivó, tiempo después, en que ellos soltaron el transporte de la droga y solamente se ocuparon del suministro, y el transporte lo empezaron a hacer los mexicanos.
Hoy tenemos un fenómeno muy importante que es la expansión del crimen organizado mexicano en América Latina, precisamente porque ahora son los mexicanos los que controlan el transporte desde Colombia hasta toda la zona de México, Panamá, del Caribe y del Pacífico, que son las vías para ingresar droga a Estados Unidos.
Esa es una parte. Además, el narco ha adquirido en los últimos años mucha más versatilidad. Se empezó a mover de tal manera que ya vimos, de un tiempo a la fecha (quizá del gobierno de Zedillo para acá) que los cárteles ya no eran piramidales, que no estaban sólo posicionados en una zona del país con un jefe máximo, con otro cártel por acá y otro por allá, sino que vimos que el narco tomó una dinámica distinta, muy similar a la de las empresas.
Entonces, de pronto cárteles que históricamente eran rivales se hicieron socios. Este es un primer escenario, algo así como el “Narco S.A.”: asociarse para tomar fuerza. Pero esta asociación trajo consigo una mayor ocupación territorial, y como consecuencia de ello un mayor control de actividades.
Antes de que el PRI perdiera la Presidencia de la República, toda la política criminal se centraba en un poder absoluto: era el Presidente quien dictaba las reglas del juego, y se tenía una estructura policiaca férrea. Vino la era panista, y aquí hay que tomar en cuenta un aspecto: el conocimiento y la capacidad de gobernar no eran los mismos al iniciar la etapa de la transición que lo que se vivió durante toda la etapa priista; es decir, los priistas tenían 70 años gobernando, y sabían cómo negociar, cómo pactar, cómo acomodar y cómo contener y mantener al narco en sus posiciones y controlado.
Cuando esto se rompió, todo se salió de control, y entonces vino el caos acompañado con la transición.
Entonces, en el campo político hay desacuerdo: hay un Presidente de un partido distinto, hay toda una revuelta, no hay acuerdos y, por lo tanto, en el campo del crimen organizado pasa lo mismo. Pero aquí viene una parte interesante: los políticos aún están en el desacuerdo en estrategias y reformas, pero el narcotráfico entendió mejor que los políticos el juego de la alternancia, y por ello se acomodaron en entidades, en municipios, en regiones, y como ya traían una estructura distinta tenían ya el modelo adecuado para acomodarse en todas las zonas del país.
Aquí empezó una nueva etapa: la negociación ya no es con el Presidente de la República, con un poder central, sino con gobernadores, con alcaldes, con policías y zonas militares. De esa manera se diseminó el narco en el país.
Cuando llegó Felipe Calderón al poder, tenía un diagnóstico bastante grave sobre la expansión del narco en el país, el posicionamiento que éste tiene en regiones y municipios, y dijo: “Bueno, tenemos que emprender una batalla para rescatar los espacios de convivencia”.
Pero lo que no dijo en ese momento es que ya no solamente era dar seguridad en el sentido de mantener zonas tranquilas, sino que era algo más grave: la presencia del Ejército ya en todo el país era para disputar o rescatar el control político que ya tenía el narco en regiones y municipios. Este tema se conoció con Fox, cuando la Secretaría de Desarrollo Social tuvo problemas para aplicar programas sociales porque el narco no dejaba entrar los recursos del Estado. Pero cuando llegó Calderón el problema ya era mayor: se habla de un 70 por ciento de ocupación territorial por parte del narco.
Esto quiere decir que el Estado mexicano ya había perdido potestad en esos territorios, y se aprestaba a rescatarlos, pero desde el punto de vista de despojar a las redes criminales del control social, político y económico en muchos estados, por ejemplo Tamaulipas, Sinaloa, Chihuahua, la zona de la Comarca Lagunera y Michoacán, entre otros.
Pero yo creo que no se ha tocado el nudo del tema, que es el de la narcopolítica; es decir, el narco ya directamente en la actividad política (que, dicho sea de paso, en 2012 va a ser determinante, porque esa estructura está intocada). Si vemos los estados que tienen mayor presencia del narco y de control regional político, son estados priistas, con excepción de Michoacán, que es del PRD. Por eso, a donde va el Ejército hay violencia. ¿Por qué hay violencia? Porque la estructura está viva, porque tiene el control político, a la gente y el dinero, y entonces la lucha parece que no es entre el Estado y los narcos, sino entre el Estado y estos grupos de poder.

AR: Afirmas que hay una gran penetración del narco en el poder político, y también en la parte final dices que los cuerpos policiacos ya son un cártel aparte. ¿Hasta dónde ha penetrado el narcotráfico las estructuras del Estado?
RR: El narco, en su búsqueda no sólo de arraigo en zonas sino de protección, primero que nada se logró aliar con las policías: y creo que de las dos mil 200 corporaciones policiacas, algo así como el 40 o 50 por ciento están al servicio de las bandas del narco. Entonces se perdió fuerza policiaca y la seguridad no se le dio a la gente sino al narco y a todas las expresiones criminales.
Como el narco diversificó actividades (también se dedicó a muchas otras que le generan ingresos, como el tráfico de personas, piratería, secuestro, venta de protección, trata de personas, etcétera), entonces la policía se pulverizó; es decir, grupos de policías empezaron a proteger no solamente tráfico de drogas sino todo el abanico criminal mencionado, y en muchos casos, como en Tabasco y Veracruz, hubo incluso policías que atentaron contra sus propios jefes porque estaban disputándose el negocio de la protección, que fue algo que los dividió mucho a partir del nuevo esquema de los grupos criminales.
Después vino otro eslabón, que es la penetración, a través de la propia policía ya como instrumento del narco, de las procuradurías de los estados; Chihuahua fue un ejemplo de esto: en el sexenio de Patricio Martínez incluso el procurador del estado fue procesado por servir al cártel de Juárez, y prácticamente toda la policía fue investigada y perseguida por el mismo motivo. Este ejemplo se repitió en todo el país. Luego se ha afirmado que la infiltración ha llegado a niveles mayores, incluso hasta de gobernadores.
Todavía no se sabe o no se ha querido investigar realmente cuántos gobernadores están ligados directamente con el crimen organizado. Pero, por ejemplo, se habló mucho de los favores que le hizo en su momento Fidel Herrera en Veracruz, quien incluso está citado en muchas investigaciones. Se habló también del papel de Humberto Moreira en Coahuila, y del exgobernador y del gobernador de Hidalgo, así como del alcalde de Pachuca, porque habrían brindado protección a la célula local de los Zetas.
Pero siempre la figura de gobernador se ha mantenido bajo sospecha, no directamente implicada, como pasó con Mario Villanueva; pero las policías, obviamente, no se mandan solas: siempre hay una estructura de poder arriba y otra más arriba, y así nos podemos ir hasta la cúspide.
Este fenómeno no se le ha querido investigar, pero hay mucho ruido alrededor de la estructura de poder, sobre todo la de los gobernadores, quienes, después del 2000, pasaron a ser los grandes negociadores de los asuntos del narco a partir de esa diseminación de poder de la que te hablé antes.

AR: Como dices, cada cártel va contratando sus policías, haciendo sus contactos. ¿Estas guerras entre cárteles tienen sus expresiones en el ámbito político, en conflictos entre autoridades federales, estatales y municipales?
RR: La guerra contra el narco en muchas regiones del país deriva de los desacuerdos políticos. Es muy difícil desligar el tema de la lucha entre grupos criminales de la lucha entre grupos políticos antagónicos: las luchas en la arena política se reflejan en las disputas de cárteles. Por eso se dice con frecuencia que mientras no haya acuerdo en el campo político, no lo habrá en el tema del crimen organizado. Para poder mapear y ver qué pasa en el crimen organizado, hay que ver el mapa político, y al mismo tiempo jugar con ese espejo porque es un reflejo claro de lo que pasa en la arena política.

AR: Hablando de los cambios que ha habido en las conductas del narco, una cosa que señalas es que parece que, con esta nueva estructura corporativa y por otros aspectos que mencionas, ha habido un cambio en los usos y costumbres de los grupos de narcotraficantes, como el de respetar a los familiares que no estuvieran metidos en el narco. Dices: “Parecen haber quedado atrás las viejas reglas del narcotráfico”. ¿Hay nueva reglas?, ¿por qué fueron cambiadas las anteriores?
RR: Antes, las reglas ortodoxas del narco eran que se respetaban los pactos, y uno de ellos era no meterse con las familias. Hay una máxima entre narcos y delincuentes que dice: “Entre chuecos las cosas con estrictamente derechas”; ésa era la regla de oro. Hasta determinada época, hasta Salinas, los cárteles lograron mucho poder precisamente porque eran más dados a la negociación que a la beligerancia; por ejemplo, Amado Carrillo solía decir que cuando sus gentes detectaban algún grupo de policías o a rivales de su grupo, los detenían y los interrogaban, y él le decía a su gente: “Entréguenlos, no los maten”. ¿Por qué? Porque sabía de antemano que para el negocio del narco la peor perturbación es la violencia: no se pueden “calentar” las plazas porque el negocio se perturba; es mejor que todo esté tranquilo, esa es la mejor forma de operar el narcotráfico.
Pero esto se rompió por la irrupción de nuevos grupos, y creo que un parteaguas fue el surgimiento de los Zetas en 1997. Fue el primer grupo salido del Ejército que se alió con el crimen organizado, pero que revolucionó y cambió todas las reglas que antes prevalecían en el narcotráfico, como las que te menciono.
Los Zetas comenzaron como brazo protector de Osiel Cárdenas y del Cártel del Golfo, pero eran gente muy agresiva que trató de imponer su poder, su hegemonía a base de violencia, la que fue creciendo porque luego a los Zetas se sumaron otros grupos con prácticas muy violentas, como los kaibiles de Guatemala. De pronto comenzamos a ver que desapareció la vieja estrategia del sicario que ejecutaba a una persona específica; no había baños de sangre, eran muy precisos en sus objetivos. Sin embargo, cuando intervienen los Zetas en un enfrentamiento, lo que hay son ejecuciones masivas, lo que fue generando mucha tensión y caos en el país; pero no quedó allí, sino que después vinieron las decapitaciones, los descuartizamientos, los entierros clandestinos, los entambados, los colgados, las personas que deshacían en ácido (“el pozole”).
Por todo este tipo de prácticas de muerte ya estaba haciendo crisis la guerra entre grupos; pero esta guerra no podía ganarse solamente con estrategia militar, sino también infundiendo miedo. Creo yo que esta búsqueda de decirle al enemigo “Yo soy más poderoso que tú”, metió a los grupos en una espiral en la que que empezaron a echar mano de cuanto recurso de muerte les podría generar a ellos poder y una imagen de ser más fuertes.

AR: Entonces esta violencia forma parte de una estrategia comunicacional de los grupos criminales…
RR: Va de la mano porque obviamente ellos encontraron, en el momento en que esto empezó a hacer crisis (hace unos 10 años), una puerta importante a los medios de comunicación; como era novedoso y era noticioso, utilizaron a los medios electrónicos e impresos para filtrar interrogatorios y escenas en videos. En algún momento sí se le dio mucho vuelo a estas prácticas de ellos, lo que primero generó asombro entre la gente porque era algo no visto. Creo que aquí los medios fueron sorprendidos en el sentido de que a los periodistas, si nos dan información, primero la analizamos y la revisamos; pero si es novedosa y la logramos confirmar, pues la lanzamos. Quizá en aquel momento no se reparó qué tan responsable iba a ser actuar de esa manera, pero los medios sí jugaron un papel importante en la expansión de todo esto que estamos viendo, porque esa información, ya fuera visual o escrita, no dejaba de ser muy tóxica.

AR: Ante esa estrategia comunicacional de las bandas delictivas, ¿qué postura deben asumir los medios?
RR: En un primer momento, esto apareció en el escenario público y atrajo a los medios. Es noticia en medio de una situación de guerra en un país que necesita información y clarificar qué pasa y por qué, por lo que los medios entramos a reportear todo, y nos topamos con muchas cosas; pero en esa búsqueda de información nos pescaron, y nos atraviesan videos, esto y lo otro.
Entonces, el papel de los medios es, primero que nada, súper confirmar si lo que hay es información veraz. Si realmente determinadas células del narco me están buscando para filtrarme un documento, yo tengo que valorar de qué fuente viene: si es de una anónima o directamente viene de un cártel, hay que ponderar bien hasta dónde esa información tiene un sentido y para qué; por ejemplo si va a servir para ilustrar determinadas cosas o si más bien me van a utilizar para un fin específico. Yo creo que es muy complicado ponerse al servicio, de manera quizá no directa y hasta involuntaria, de los grupos criminales.
Es muy importante siempre contextualizar las cosas; por ejemplo, recuerdo el caso del jefe antisecuestros de La Laguna, el señor Arévalo. Después de que lo secuestraron y de que lo tuvieron en una casa de seguridad bajo interrogatorio para que revelara quiénes estaban metidos en el narco, este personaje murió; entonces a nosotros en Proceso nos mandaron un video de todo el interrogatorio, y lo que vimos fue que en efecto era el personaje que estaba secuestrado; además, su esposa dijo que sí es él, “es mi marido”. Entonces, se verifica todo esto.
Pero mucho tiene que ver cómo vas a enfocar las cosas; es decir, no vas a usar el documento visual sólo como “lánzalo y vámonos”. No, cuenta la historia: quién era el personaje, qué pasó con él y, además, poner “a la redacción de este medio llegó un video en estos términos”.
Creo que tienen mucho que ver las formas y el tratamiento de la información; hay que ponerle todos los elementos al lector, y también para que el medio se deslinde de que no está haciendo un favor, sino que solamente está usando el documento para contextualizar un hecho, dimensionar lo que está pasando y hasta donde está la situación de descomposición.
Lo anterior es manejo, pero tiene que ver mucho con el profesionalismo del reportero y del medio, del conocimiento del tema y del escenario para poder tener instrumentos que al reportero le permitan realmente hacer su labor de informar sin que sea sólo el instrumento para dar a conocer un video de los criminales, cuyo objetivo es otro.

AR: Otro tema interesante es la relación de la prensa con el narco. En el libro mencionas el caso de Osiel Cárdenas, quien, como quería tener un perfil muy bajo, le pagaba a los periodistas para no aparecer en las noticias. ¿Qué nos puedes decir de los medios y periodistas que trabajan para las bandas de narcotraficantes?
RR: En Tijuana me tocó ver muchos casos. Es un fenómeno que conforme fue creciendo la violencia los criminales se dieron cuenta de que no les convenía tener permanentemente el reflector encima, para lo cual empezaron a penetrar a los medios de comunicación. En los casos de violencia que se desataban allá (aunque esto también se dio en Guerrero), yo veía cómo de pronto aparecían reporteros filmando los hechos, y luego otros reporteros iban a una casa y editaban los videos; después, los empezaban a distribuir en los medios de comunicación como documento confidencial de inteligencia que daba cuenta de que la violencia vino de afuera y no que no había sido generada propiamente allí.
En Tijuana fue muy claro eso: muchos periodistas de distintos medios hacían la labor de distracción de decir: “Los Arellano ya no están aquí, están operando fuera; aquí está el Chapo”. Entonces, uno va a esos lugares a reportear con un objetivo y con una tesis de información, y de repente te topas con otra versión distinta. Al tiempo uno se da cuenta de que la tarea de muchos colegas allá era distraer o desviar la atención y la información.
En Tamaulipas se comprobó después con el caso de Osiel Cárdenas, porque éste sí pagaba a los medios y a reporteros para que no se le mencionara. Un caso fue, por ejemplo, cuando mataron al Chava Gómez: lo primero que hizo fue pedir que se manejara la información como que había sido algo de afuera, cuando él había sido el autor.
Esto creció mucho; por ejemplo, es un viejo problema que se detectó desde Salinas con aquella investigación de los llamados narcoperiodistas, y después creo que creció mucho conforme el narco también avanzó en el país, cuando muchos medios fueron infiltrados a través de sus reporteros.
Hay dos casos más escandalosos: el primero es lo que pasó en Torreón, creo, con dos reporteros de TV Azteca que recibían anticipadamente los datos de donde iba a haber una ejecución y a qué hora. Hay expedientes donde se liga a policías con el narcotráfico, y donde los reporteros son mencionados como fuentes de la Policía: ésta les preguntaba a ellos qué iba a pasar o dónde se había generado un evento. Llamaba la atención que esos reporteros llegaban a tiempo a todo y siempre tenían la exclusiva. No era posible, ni la Policía lo conocía esos datos.
Lo último que se sabe es lo de Veracruz: de los asesinatos de dos reporteros, Miguel Ángel López y Yolanda Ordaz. La autoridad local dice que tienen que ver con su supuesta vinculación con los Zetas. ¿De qué tipo? Parece que a Ordaz se le relaciona con el pago a reporteros: traía como un pull de reporteros de distintos medios para desviar información, y por ello les pagaban, y parece ser que la que pagaba era ella, quien traía la nómina del grupo. Entre los mismos reporteros hubo también traiciones, porque muchos se quejaban de que no les pagaban; entonces acusaron a Yolanda de que no pagaba y se salían de control las notas y la información. Creo que esto, al tiempo, derivó en la ejecución de esta mujer.
Pero es un fenómeno que allí está; bueno, esto es lo que se dice a nivel de gremio, falta ver si la autoridad realmente lo confirma. Creo que sería muy interesante que en muchos casos de periodistas desaparecidos o asesinados, como hay tantos ya en el país, realmente la autoridad sí investigue, dé a conocer qué tanto la muerte o la desaparición de estos colegas tuvo que ver con algún tipo de vinculación con el narco.

AR: Para finalizar: llevas ya varios años reporteando estos asuntos del narcotráfico y la delincuencia. En este sentido, ¿qué riesgos has corrido al cubrir este tema?, ¿te han amenazado o agredido?
RR: Agredido, no; amenazas sí, telefónicas; golpes también, como lo que pasó en diciembre de 2010 con Televisa y la PGR, cuando intentaron ligarme con Sergio Villarreal, El Grande, aunque se vio muy claro cómo eso fue orquestado. Desde el punto de vista de la intimidación, han sido muchas llamadas telefónicas a mi casa: “Ya no sigas escribiendo del narco porque te vas a morir junto con tu mujer”. Más allá de eso, agresiones no he tenido; hasta ahora no he enfrentado situaciones en que me hayan querido matar o secuestrar, afortunadamente.

AR: ¿Alguna otra cosa que quieras mencionar?
RR: Una pregunta que queda allí, que seguramente el Presidente tendrá que responder, es: ¿qué combatió realmente en estos cinco años?, ¿qué sigue combatiendo? Porque hoy vemos que hay más grupos criminales que cuando él empezó, y no sólo eso, sino que están mejor posicionados en México, y ya tienen dominios fuera de nuestro país. Es algo que yo quiero preguntarle, porque el narco allí sigue, intocado.


*Entrevista publicada en Luna Zeta, núm. 31, 2012.

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