El narco, intocado
Entrevista con Ricardo Ravelo*
Por Ariel Ruiz Mondragón
Uno de los mayores azotes que vive en la actualidad la sociedad
mexicana es el de la violencia derivada de las actividades del crimen
organizado, especialmente de los grupos dedicados al tráfico de
drogas. La gravedad de la situación ha sido tal en los últimos años
que el presidente Felipe Calderón le declaró la “guerra” a esas
bandas delictivas, para lo cual ha utilizado como punta de lanza al
Ejército y a la Marina nacionales.
El crecimiento del poder de los narcotraficantes ha ido de la mano de
las transformaciones y conflictos políticos que ha vivido México en
su proceso de democratización, así como de los cambios que el
trasiego y venta de narcóticos ha sufrido a nivel internacional.
Ante
tal panorama es necesario contar con información y con un panorama
general que explique la situación que en materia de narcotráfico y
de seguridad enfrenta hoy el país. Eso es lo que pretende Ricardo
Ravelo (Veracruz, 1966) en su más reciente libro, El
narco en México. Historia e historias de una guerra
(México, Grijalbo, 2011).
Sobre
ese trabajo conversamos con Ravelo, quien estudió periodismo en la
Universidad Veracruzana y ejerce esa profesión desde 1987. Desde
1991 empezó a colaborar en Proceso,
en donde en 1996 le fue asignada la fuente policiaca y de seguridad.
Autor de al menos otros cinco libros, en 2008 ganó el Premio
Nacional de Periodismo, otorgado por el Club de Periodistas de
México.
Ariel
Ruiz (AR): ¿Por qué publicar un libro como el tuyo, sobre todo
tomando en cuenta que has publicado otros acerca del tema?
Ricardo
Ravelo (RR): En principio, el
narcotráfico y todas sus expresiones de criminalidad es un tema en que
constantemente uno tiene que estar actualizando. El país ha
enfrentado en distintas etapas ese problema, y yo creo que tantas
confusiones, el surgimiento de nuevos grupos, la violencia tan
exacerbada y sobre todo como la falta de capacidad del Estado para
hacer frente a este problema, son motivos más que suficientes para
hacer un replanteamiento de cómo ha estado el país al respecto
desde el término de la administración de Ernesto Zedillo, de cómo
tomó al país el inicio de la era panista en 2000, y, finalmente, a
partir de que el presidente Felipe Calderón tomó la decisión de
emprender una guerra. Yo creo que las cosas ya estaban bastante
complicadas porque aunque todavía con Vicente Fox se combatió en
operativos conjuntos en los que se movilizaba al Ejército en zonas
de conflicto y en zonas críticas, no se trataba de una estrategia
integral de combate en todo el país utilizando el instrumento del
Ejército.
El
término de la era priista en 2000 trajo como consecuencia todo un
caos en la República por la diseminación de grupos, porque el narco
como que perdió esa capacidad de negociación con un poder central
que antes era el PRI, era la Presidencia de la República; después,
al quedar este poder suelto, el narco tuvo que ocupar prácticamente
más territorios y se empezaron a aliar grupos y a negociar en cuanto
a la autoridad que les garantizara impunidad.
De
tal suerte que este escenario es, desde mi punto de vista, lo que
generó el caos de violencia que vive México: se debilitaron muchas
partes y piezas del Estado que antes eran garantes de la seguridad.
Por ejemplo, se penetró a las policías, y no solamente eso sino que
se negoció con alcaldes, e incluso la protección llegó a ser de
tal nivel que hasta en la Procuraduría General de la República
(PGR) hubo infiltración.
Es
decir, la capacidad del narco para maniobrar fue verdaderamente
avasalladora, ocupó muchas posiciones en el país y además se alió
internamente. Entonces, vimos que la estrategia de echar a la calle
al Ejército era insuficiente, porque la principal guerra que, creo
yo, debía librarse era la guerra de que el propio Estado limpiara
las instituciones que ya estaban infiltradas.
AR:
Haces un señalamiento muy interesante sobre el proceso de
democratización y el narcotráfico. Desde tu experiencia y desde tu
punto de vista, ¿cómo ha cambiado las estrategias respecto al
narcotráfico en los tres últimos gobiernos federales? ¿También
podríamos decir que el proceso democratizador tuvo un efecto
perverso al abrir más espacios al narcotráfico?
RR:
Digamos que en la época priista, todavía hasta Carlos Salinas, el
narcotráfico se combatía con policías y no había necesidad de
echar mano del Ejército. Aun con algunos brotes de violencia que
había en el país y que ya daban cuenta de un problema, no era
necesario como que echar mano de soldados; las policías, aun
corruptas, hacían su función. Yo no quiero decir que combatían
sino que controlaban a los grupos; cuando determinadas piezas del
crimen organizado rompían las reglas, entonces procedían y se les
detenía o, quizá, en el peor de los casos, los criminales
terminaban muertos en enfrentamientos.
Pero
la evolución del narcotráfico hay que verla un poco más allá de
lo que pasó en México, porque la caída de Pablo Escobar y de los
Rodríguez Orejuela en Colombia fue un fenómeno que también impactó
al mapa del narcotráfico en América Latina. Ese desgajamiento de
los grupos colombianos derivó, tiempo después, en que ellos
soltaron el transporte de la droga y solamente se ocuparon del
suministro, y el transporte lo empezaron a hacer los mexicanos.
Hoy
tenemos un fenómeno muy importante que es la expansión del crimen
organizado mexicano en América Latina, precisamente porque ahora son
los mexicanos los que controlan el transporte desde Colombia hasta
toda la zona de México, Panamá, del Caribe y del Pacífico, que son
las vías para ingresar droga a Estados Unidos.
Esa
es una parte. Además, el narco ha adquirido en los últimos años
mucha más versatilidad. Se empezó a mover de tal manera que ya
vimos, de un tiempo a la fecha (quizá del gobierno de Zedillo para
acá) que los cárteles ya no eran piramidales, que no estaban sólo
posicionados en una zona del país con un jefe máximo, con otro
cártel por acá y otro por allá, sino que vimos que el narco tomó
una dinámica distinta, muy similar a la de las empresas.
Entonces,
de pronto cárteles que históricamente eran rivales se hicieron
socios. Este es un primer escenario, algo así como el “Narco
S.A.”: asociarse para tomar fuerza. Pero esta asociación trajo
consigo una mayor ocupación territorial, y como consecuencia de ello
un mayor control de actividades.
Antes
de que el PRI perdiera la Presidencia de la República, toda la
política criminal se centraba en un poder absoluto: era el
Presidente quien dictaba las reglas del juego, y se tenía una
estructura policiaca férrea. Vino la era panista, y aquí hay que
tomar en cuenta un aspecto: el conocimiento y la capacidad de
gobernar no eran los mismos al iniciar la etapa de la transición que
lo que se vivió durante toda la etapa priista; es decir, los
priistas tenían 70 años gobernando, y sabían cómo negociar, cómo
pactar, cómo acomodar y cómo contener y mantener al narco en sus
posiciones y controlado.
Cuando
esto se rompió, todo se salió de control, y entonces vino el caos
acompañado con la transición.
Entonces,
en el campo político hay desacuerdo: hay un Presidente de un partido
distinto, hay toda una revuelta, no hay acuerdos y, por lo tanto, en
el campo del crimen organizado pasa lo mismo. Pero aquí viene una
parte interesante: los políticos aún están en el desacuerdo en
estrategias y reformas, pero el narcotráfico entendió mejor que los
políticos el juego de la alternancia, y por ello se acomodaron en
entidades, en municipios, en regiones, y como ya traían una
estructura distinta tenían ya el modelo adecuado para acomodarse en
todas las zonas del país.
Aquí
empezó una nueva etapa: la negociación ya no es con el Presidente
de la República, con un poder central, sino con gobernadores, con
alcaldes, con policías y zonas militares. De esa manera se diseminó
el narco en el país.
Cuando
llegó Felipe Calderón al poder, tenía un diagnóstico bastante
grave sobre la expansión del narco en el país, el posicionamiento
que éste tiene en regiones y municipios, y dijo: “Bueno, tenemos
que emprender una batalla para rescatar los espacios de convivencia”.
Pero
lo que no dijo en ese momento es que ya no solamente era dar
seguridad en el sentido de mantener zonas tranquilas, sino que era
algo más grave: la presencia del Ejército ya en todo el país era
para disputar o rescatar el control político que ya tenía el narco
en regiones y municipios. Este tema se conoció con Fox, cuando la
Secretaría de Desarrollo Social tuvo problemas para aplicar
programas sociales porque el narco no dejaba entrar los recursos del
Estado. Pero cuando llegó Calderón el problema ya era mayor: se
habla de un 70 por ciento de ocupación territorial por parte del
narco.
Esto
quiere decir que el Estado mexicano ya había perdido potestad en
esos territorios, y se aprestaba a rescatarlos, pero desde el punto
de vista de despojar a las redes criminales del control social,
político y económico en muchos estados, por ejemplo Tamaulipas,
Sinaloa, Chihuahua, la zona de la Comarca Lagunera y Michoacán,
entre otros.
Pero
yo creo que no se ha tocado el nudo del tema, que es el de la
narcopolítica; es decir, el narco ya directamente en la actividad
política (que, dicho sea de paso, en 2012 va a ser determinante,
porque esa estructura está intocada). Si vemos los estados que
tienen mayor presencia del narco y de control regional político, son
estados priistas, con excepción de Michoacán, que es del PRD. Por
eso, a donde va el Ejército hay violencia. ¿Por qué hay violencia?
Porque la estructura está viva, porque tiene el control político, a
la gente y el dinero, y entonces la lucha parece que no es entre el
Estado y los narcos, sino entre el Estado y estos grupos de poder.
AR:
Afirmas que hay una gran penetración del narco en el poder político,
y también en la parte final dices que los cuerpos policiacos ya son
un cártel aparte. ¿Hasta dónde ha penetrado el narcotráfico las estructuras del Estado?
RR:
El narco, en su búsqueda no sólo de arraigo en zonas sino de
protección, primero que nada se logró aliar con las policías: y
creo que de las dos mil 200 corporaciones policiacas, algo así como
el 40 o 50 por ciento están al servicio de las bandas del narco.
Entonces se perdió fuerza policiaca y la seguridad no se le dio a la
gente sino al narco y a todas las expresiones criminales.
Como
el narco diversificó actividades (también se dedicó a muchas otras
que le generan ingresos, como el tráfico de personas, piratería,
secuestro, venta de protección, trata de personas, etcétera),
entonces la policía se pulverizó; es decir, grupos de policías
empezaron a proteger no solamente tráfico de drogas sino todo el
abanico criminal mencionado, y en muchos casos, como en Tabasco y
Veracruz, hubo incluso policías que atentaron contra sus propios
jefes porque estaban disputándose el negocio de la protección, que
fue algo que los dividió mucho a partir del nuevo esquema de los
grupos criminales.
Después
vino otro eslabón, que es la penetración, a través de la propia
policía ya como instrumento del narco, de las procuradurías de los
estados; Chihuahua fue un ejemplo de esto: en el sexenio de Patricio
Martínez incluso el procurador del estado fue procesado por servir
al cártel de Juárez, y prácticamente toda la policía fue
investigada y perseguida por el mismo motivo. Este ejemplo se repitió
en todo el país. Luego se ha afirmado que la infiltración ha
llegado a niveles mayores, incluso hasta de gobernadores.
Todavía
no se sabe o no se ha querido investigar realmente cuántos
gobernadores están ligados directamente con el crimen organizado.
Pero, por ejemplo, se habló mucho de los favores que le hizo en su
momento Fidel Herrera en Veracruz, quien incluso está citado en
muchas investigaciones. Se habló también del papel de Humberto
Moreira en Coahuila, y del exgobernador y del gobernador de Hidalgo,
así como del alcalde de Pachuca, porque habrían brindado protección
a la célula local de los Zetas.
Pero
siempre la figura de gobernador se ha mantenido bajo sospecha, no
directamente implicada, como pasó con Mario Villanueva; pero las
policías, obviamente, no se mandan solas: siempre hay una estructura
de poder arriba y otra más arriba, y así nos podemos ir hasta la
cúspide.
Este
fenómeno no se le ha querido investigar, pero hay mucho ruido
alrededor de la estructura de poder, sobre todo la de los
gobernadores, quienes, después del 2000, pasaron a ser los grandes
negociadores de los asuntos del narco a partir de esa diseminación
de poder de la que te hablé antes.
AR:
Como dices, cada cártel va contratando sus policías, haciendo sus
contactos. ¿Estas guerras entre cárteles tienen sus expresiones en
el ámbito político, en conflictos entre autoridades federales,
estatales y municipales?
RR:
La guerra contra el narco en muchas regiones del país deriva de los
desacuerdos políticos. Es muy difícil desligar el tema de la lucha
entre grupos criminales de la lucha entre grupos políticos
antagónicos: las luchas en la arena política se reflejan en las
disputas de cárteles. Por eso se dice con frecuencia que mientras no
haya acuerdo en el campo político, no lo habrá en el tema del
crimen organizado. Para poder mapear y ver qué pasa en el crimen
organizado, hay que ver el mapa político, y al mismo tiempo jugar
con ese espejo porque es un reflejo claro de lo que pasa en la arena
política.
AR:
Hablando de los cambios que ha habido en las conductas del
narco, una cosa que señalas es que parece que, con esta nueva
estructura corporativa y por otros aspectos que mencionas, ha habido
un cambio en los usos y costumbres de los grupos de narcotraficantes,
como el de respetar a los familiares que no estuvieran metidos en el
narco. Dices: “Parecen haber quedado atrás las viejas reglas del
narcotráfico”. ¿Hay nueva reglas?, ¿por qué fueron cambiadas
las anteriores?
RR:
Antes, las reglas ortodoxas del narco eran que se respetaban los
pactos, y uno de ellos era no meterse con las familias. Hay una
máxima entre narcos y delincuentes que dice: “Entre chuecos las
cosas con estrictamente derechas”; ésa era la regla de oro. Hasta
determinada época, hasta Salinas, los cárteles lograron mucho poder
precisamente porque eran más dados a la negociación que a la
beligerancia; por ejemplo, Amado Carrillo solía decir que cuando sus
gentes detectaban algún grupo de policías o a rivales de su grupo,
los detenían y los interrogaban, y él le decía a su gente:
“Entréguenlos, no los maten”. ¿Por qué? Porque sabía de
antemano que para el negocio del narco la peor perturbación es la
violencia: no se pueden “calentar” las plazas porque el negocio
se perturba; es mejor que todo esté tranquilo, esa es la mejor forma
de operar el narcotráfico.
Pero
esto se rompió por la irrupción de nuevos grupos, y creo que un
parteaguas fue el surgimiento de los Zetas en 1997. Fue el primer
grupo salido del Ejército que se alió con el crimen organizado,
pero que revolucionó y cambió todas las reglas que antes
prevalecían en el narcotráfico, como las que te menciono.
Los
Zetas comenzaron como brazo protector de Osiel Cárdenas y del Cártel
del Golfo, pero eran gente muy agresiva que trató de imponer su
poder, su hegemonía a base de violencia, la que fue creciendo porque
luego a los Zetas se sumaron otros grupos con prácticas muy
violentas, como los kaibiles de Guatemala. De pronto comenzamos a ver
que desapareció la vieja estrategia del sicario que ejecutaba a una
persona específica; no había baños de sangre, eran muy precisos en
sus objetivos. Sin embargo, cuando intervienen los Zetas en un
enfrentamiento, lo que hay son ejecuciones masivas, lo que fue
generando mucha tensión y caos en el país; pero no quedó allí,
sino que después vinieron las decapitaciones, los
descuartizamientos, los entierros clandestinos, los entambados, los
colgados, las personas que deshacían en ácido (“el pozole”).
Por
todo este tipo de prácticas de muerte ya estaba haciendo crisis la
guerra entre grupos; pero esta guerra no podía ganarse solamente con
estrategia militar, sino también infundiendo miedo. Creo yo que esta
búsqueda de decirle al enemigo “Yo soy más poderoso que tú”,
metió a los grupos en una espiral en la que que empezaron a echar
mano de cuanto recurso de muerte les podría generar a ellos poder y
una imagen de ser más fuertes.
AR:
Entonces esta violencia forma parte de una estrategia comunicacional
de los grupos criminales…
RR:
Va de la mano porque obviamente ellos encontraron, en el momento en
que esto empezó a hacer crisis (hace unos 10 años), una puerta
importante a los medios de comunicación; como era novedoso y era
noticioso, utilizaron a los medios electrónicos e impresos para
filtrar interrogatorios y escenas en videos. En algún momento sí se
le dio mucho vuelo a estas prácticas de ellos, lo que primero generó
asombro entre la gente porque era algo no visto. Creo que aquí los
medios fueron sorprendidos en el sentido de que a los periodistas, si
nos dan información, primero la analizamos y la revisamos; pero si
es novedosa y la logramos confirmar, pues la lanzamos. Quizá en
aquel momento no se reparó qué tan responsable iba a ser actuar de
esa manera, pero los medios sí jugaron un papel importante en la
expansión de todo esto que estamos viendo, porque esa información,
ya fuera visual o escrita, no dejaba de ser muy tóxica.
AR: Ante esa estrategia comunicacional de las bandas delictivas,
¿qué postura deben asumir los medios?
RR:
En un primer momento, esto apareció en el escenario público y
atrajo a los medios. Es noticia en medio de una situación de guerra
en un país que necesita información y clarificar qué pasa y por
qué, por lo que los medios entramos a reportear todo, y nos topamos
con muchas cosas; pero en esa búsqueda de información nos pescaron,
y nos atraviesan videos, esto y lo otro.
Entonces,
el papel de los medios es, primero que nada, súper confirmar si lo
que hay es información veraz. Si realmente determinadas células del
narco me están buscando para filtrarme un documento, yo tengo que
valorar de qué fuente viene: si es de una anónima o directamente
viene de un cártel, hay que ponderar bien hasta dónde esa
información tiene un sentido y para qué; por ejemplo si va a servir
para ilustrar determinadas cosas o si más bien me van a utilizar para
un fin específico. Yo creo que es muy complicado ponerse al
servicio, de manera quizá no directa y hasta involuntaria, de los
grupos criminales.
Es
muy importante siempre contextualizar las cosas; por ejemplo,
recuerdo el caso del jefe antisecuestros de La Laguna, el señor
Arévalo. Después de que lo secuestraron y de que lo tuvieron en una
casa de seguridad bajo interrogatorio para que revelara quiénes
estaban metidos en el narco, este personaje murió; entonces a
nosotros en Proceso
nos mandaron un video de todo el interrogatorio, y lo que vimos fue
que en efecto era el personaje que estaba secuestrado; además, su
esposa dijo que sí es él, “es mi marido”. Entonces, se verifica
todo esto.
Pero
mucho tiene que ver cómo vas a enfocar las cosas; es decir, no vas a
usar el documento visual sólo como “lánzalo y vámonos”. No,
cuenta la historia: quién era el personaje, qué pasó con él y,
además, poner “a la redacción de este medio llegó un video en
estos términos”.
Creo
que tienen mucho que ver las formas y el tratamiento de la
información; hay que ponerle todos los elementos al lector, y
también para que el medio se deslinde de que no está haciendo un
favor, sino que solamente está usando el documento para
contextualizar un hecho, dimensionar lo que está pasando y hasta
donde está la situación de descomposición.
Lo
anterior es manejo, pero tiene que ver mucho con el profesionalismo
del reportero y del medio, del conocimiento del tema y del escenario
para poder tener instrumentos que al reportero le permitan realmente
hacer su labor de informar sin que sea sólo el instrumento para dar
a conocer un video de los criminales, cuyo objetivo es otro.
AR:
Otro tema interesante es la relación de la prensa con el narco. En
el libro mencionas el caso de Osiel Cárdenas, quien, como quería
tener un perfil muy bajo, le pagaba a los periodistas para no
aparecer en las noticias. ¿Qué nos puedes decir de los medios y
periodistas que trabajan para las bandas de narcotraficantes?
RR:
En Tijuana me tocó ver muchos casos. Es un fenómeno que conforme
fue creciendo la violencia los criminales se dieron cuenta de que no
les convenía tener permanentemente el reflector encima, para lo cual
empezaron a penetrar a los medios de comunicación. En los casos de
violencia que se desataban allá (aunque esto también se dio en
Guerrero), yo veía cómo de pronto aparecían reporteros filmando
los hechos, y luego otros reporteros iban a una casa y editaban los
videos; después, los empezaban a distribuir en los medios de
comunicación como documento confidencial de inteligencia que daba
cuenta de que la violencia vino de afuera y no que no había sido
generada propiamente allí.
En
Tijuana fue muy claro eso: muchos periodistas de distintos medios
hacían la labor de distracción de decir: “Los Arellano ya no
están aquí, están operando fuera; aquí está el Chapo”.
Entonces, uno va a esos lugares a reportear con un objetivo y con una
tesis de información, y de repente te topas con otra versión
distinta. Al tiempo uno se da cuenta de que la tarea de muchos
colegas allá era distraer o desviar la atención y la información.
En
Tamaulipas se comprobó después con el caso de Osiel Cárdenas,
porque éste sí pagaba a los medios y a reporteros para que no se le
mencionara. Un caso fue, por ejemplo, cuando mataron al Chava Gómez:
lo primero que hizo fue pedir que se manejara la información como
que había sido algo de afuera, cuando él había sido el autor.
Esto
creció mucho; por ejemplo, es un viejo problema que se detectó
desde Salinas con aquella investigación de los llamados
narcoperiodistas, y después creo que creció mucho conforme el narco
también avanzó en el país, cuando muchos medios fueron infiltrados
a través de sus reporteros.
Hay
dos casos más escandalosos: el primero es lo que pasó en Torreón,
creo, con dos reporteros de TV Azteca que recibían anticipadamente
los datos de donde iba a haber una ejecución y a qué hora. Hay
expedientes donde se liga a policías con el narcotráfico, y donde
los reporteros son mencionados como fuentes de la Policía: ésta les
preguntaba a ellos qué iba a pasar o dónde se había generado un
evento. Llamaba la atención que esos reporteros llegaban a tiempo a
todo y siempre tenían la exclusiva. No era posible, ni la Policía
lo conocía esos datos.
Lo
último que se sabe es lo de Veracruz: de los asesinatos de dos
reporteros, Miguel Ángel López y Yolanda Ordaz. La
autoridad local dice que tienen que ver con su supuesta vinculación con
los Zetas. ¿De qué tipo? Parece que a Ordaz se le relaciona con el
pago a reporteros: traía como un pull
de reporteros de distintos medios para desviar información, y por
ello les pagaban, y parece ser que la que pagaba era ella, quien
traía la nómina del grupo. Entre los mismos reporteros hubo también
traiciones, porque muchos se quejaban de que no les pagaban; entonces
acusaron a Yolanda de que no pagaba y se salían de control las notas
y la información. Creo que esto, al tiempo, derivó en la ejecución
de esta mujer.
Pero
es un fenómeno que allí está; bueno, esto es lo que se dice a
nivel de gremio, falta ver si la autoridad realmente lo confirma.
Creo que sería muy interesante que en muchos casos de periodistas
desaparecidos o asesinados, como hay tantos ya en el país, realmente
la autoridad sí investigue, dé a conocer qué tanto la muerte o la
desaparición de estos colegas tuvo que ver con algún tipo de
vinculación con el narco.
AR:
Para finalizar: llevas ya varios años reporteando estos asuntos del
narcotráfico y la delincuencia. En este sentido, ¿qué riesgos has
corrido al cubrir este tema?, ¿te han amenazado o agredido?
RR:
Agredido, no; amenazas sí, telefónicas; golpes también, como lo
que pasó en diciembre de 2010 con Televisa y la PGR, cuando
intentaron ligarme con Sergio Villarreal, El Grande, aunque se vio
muy claro cómo eso fue orquestado. Desde el punto de vista de la
intimidación, han sido muchas llamadas telefónicas a mi casa: “Ya
no sigas escribiendo del narco porque te vas a morir junto con tu
mujer”. Más allá de eso, agresiones no he tenido; hasta ahora no
he enfrentado situaciones en que me hayan querido matar o secuestrar,
afortunadamente.
AR: ¿Alguna otra cosa que quieras mencionar?
RR:
Una pregunta que queda allí, que seguramente el Presidente tendrá
que responder, es: ¿qué combatió realmente en estos cinco años?,
¿qué sigue combatiendo? Porque hoy vemos que hay más grupos
criminales que cuando él empezó, y no sólo eso, sino que están
mejor posicionados en México, y ya tienen dominios fuera de nuestro
país. Es algo que yo quiero preguntarle, porque el narco allí
sigue, intocado.
*Entrevista
publicada en Luna Zeta,
núm. 31, 2012.
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