Una
muerte que no termina, que avasalla
Entrevista
con Javier Valdez Cárdenas*
Por
Ariel Ruiz Mondragón
Embebidos
en el conteo de los miles de muertos generados por la guerra entre
bandas delictivas y el propio gobierno, hemos descuidado otros
aspectos relevantes que ha generado el fenómeno criminal en nuestro
país, y que pueden resultar incluso peores que el homicidio. Entre
estos debemos destacar el de los llamados “levantones”, los
secuestros de personas de las que, en no pocas ocasiones, no se
vuelve a saber jamás, con las devastadoras consecuencias que esto
tiene entre sus familiares y seres queridos.
Para
dejar atrás el aspecto meramente cuantitativo de la criminalidad,
hay quienes se han propuesto relatar las historias de víctimas y
victimarios de este aberrante tipo de delitos. Entre los periodistas
que destacan en esta labor se encuentra Javier Valdez Cárdenas,
quien ha dedicado a ello su libro Levantones. Historias reales de
desaparecidos y víctimas del narco (México, Aguilar, 2012).
Replicante
conversó con Valdez Cárdenas (Culiacán, 1967), quien es
corresponsal de La Jornada en Sinaloa, además de fundador del
semanario Ríodoce; ha colaborado en revistas como Proceso
y Emeequis. Autor de al menos otros cuatro libros, en 2011 el
Comité para la Protección de Periodistas le otorgó el Premio
Internacional a la Libertad de Prensa, y con el equipo de reporteros
de Ríodoce recibió el premio Maria Moors Cabot 2011 a la excelencia
periodística.
Ariel
Ruiz (AR): ¿Por qué publicar hoy un libro como el tuyo? ¿Cuál es
la importancia de, como dices, esta gente que avanza muerta en busca
de sus desaparecidos?
Javier
Valdez Cárdenas (JVC): Es importante la cobertura del narco
desde un punto de vista humano. Yo sigo renegando de esta cobertura
pueril de contar los muertos y los casquillos, y reproducir incluso
los valores del discurso oficial de “buenos y malos”, “policías
y ladrones”, de condenar, de sentenciar a las víctimas, a todos
los muertos, algo así como “todos somos inocentes hasta que nos
matan” (que es una frase que me gusta mucho). Eso me parece una
estupidez.
Entonces,
creo que es importante dejar de enjuiciar, de condenar, de decir
“blanco y negro”, y de contar las historias de víctimas y de
victimarios desde este punto de vista humano, de sus tragedias, de
sus dolores.
Hay
un déficit tremendo en la cobertura del narcotráfico como forma de
vida, no como un fenómeno policiaco. Creo que los periodistas
tenemos un reto de salir a la calle y de contar, a partir de los
latidos de unos y otros, este fenómeno del narcotráfico desde
abajo. Es un reto y yo lo asumo. Me parece importante este filón de
los “levantones”, de las desapariciones, porque al igual que
muchos otros fenómenos generados por el crimen organizado y por los
operativos del gobierno, hay un silencio espantoso que hay que
romper. Y yo asumo esa tarea, y la hago gustoso; no sé si la cumpla,
pero prefiero intentarlo.
AR:
En el libro haces un apunte sobre el caso de Chihuahua, en donde
dices que los “levantones”, estas desapariciones vienen cuando
menos desde los años setenta del siglo pasado. ¿Qué cambios has
notado al respecto en los últimos años? Esto tiene relación con un
aspecto legal que mencionas: es diferente la desaparición forzada a
otras modalidades como el secuestro. ¿Cómo han cambiado las
desapariciones desde los setenta hasta ahora?
JVC:
Había el ingrediente ideológico en los setenta, así como la
represión gubernamental, un papel del Estado en contra de los
movimientos sociales para aplastarlos. Hubo una responsabilidad del
Ejército, de la Policía Federal, de aquella policía secreta de
México y de las corporaciones estatales, y también de algunos
cacicazgos que, por razones políticas y económicas, reprimían a
quienes ponían en riesgo su poder, sus negocios.
Pero
antera había un ingrediente político-ideológico: la insurrección
ciudadana, los jóvenes, la oleada de protestas del 68 y los setenta.
Ahora
esos ingredientes no están, sino la criminalidad, el negocio del
narcotráfico y un gobierno que no existe, que está sometido a los
criminales; un Ejército que es homicida y abusivo como los
narcotraficantes, y una policía que, tanto como el Ejército y los
narcos, están desapareciendo personas.
¿Y
sabes qué hace el gobierno? Ahora habla de que disminuyeron los
homicidios, y en realidad puede que hayan disminuido (que no la
violencia, que es diferente), pero han aumentado las desapariciones.
Yo
creo que estos son los nuevos ingredientes: no está la cuestión
ideológica, política sino los ajustes de cuentas, la preservación
del negocio de los criminales en complicidad con el gobierno, y
también este sufrimiento atroz que yo cuento como la peor de las
muertes, una muerte que no termina, que se multiplica, que se
extiende, que avasalla.
AR:
Es interesante lo que ocurre en los tres niveles de gobierno: parece
que, en el mejor de los casos, no investigan. De allí en fuera,
están muy metidos en el crimen organizado, e incluso hay policías
que entregan a las personas. ¿Qué pasa con los gobiernos en, por
ejemplo, Sinaloa?
JVC:
El Estado está incurriendo también en las desapariciones; el
trabajo sucio lo realizan sus policías: les limpian el camino a los
narcotraficantes en función de quién domine las regiones; las hay
en las que tienen mucha influencia (no digo que dominen, pero tienen
mucha influencia) o están en pugna por la presencia de células de
los Beltrán Leyva o de los Carrillo Fuentes; también aparecen allí
los Zetas y hay otras regiones que en su mayoría están en manos del
cártel de Sinaloa. Eso es lo que está haciendo el gobierno estatal.
Éste no atiende las desapariciones, igual que el gobierno federal;
ambos están buscando cadáveres, como si fueran una funeraria o
panteoneros. No investigan, no castigan, no aplican la ley, hay
impunidad, y entonces se están convirtiendo en una sucursal
funeraria al servicio de los criminales.
AR:
En ese sentido haces una anotación interesante que haces: dice una
de las personas que citas: “Pues es que no hay justicia; el
gobierno se dedica, prefiere buscar muertos que buscar
desaparecidos”. ¿Por qué?
JVC:
Por los compromisos que ellos tienen con los criminales, porque es
comprometedor. Es decir, por un lado, no quiere asumir la
responsabilidad por los compromisos que tienen con los delincuentes,
y, por otro lado, imagínate lo que significaría investigar. La
mayoría de estos casos, por no decir que todos, están relacionados
con el crimen organizado, e investigarlos implicaría conocer quién
desapareció, quién mató a esta persona y entonces ir por él. No
van a ir por él porque es gente que forma parte de estos cárteles,
lo que implicaría meterse en problemas. Investigar podría poner en
peligro a los policías, a la autoridad, y ellos no quieren estar en
peligro, sino que quieren seguir gozando de las mieles de tener
entendimiento con los criminales.
A
eso se debe: a que ellos son los criminales. ¿Cómo van a castigarse
ellos mismos, o exponerse ante sus socios o jefes, que son los
narcotraficantes? No lo van a hacer.
AR:
Otros casos ejemplifican ya no ineficiencia gubernamental, sino
franca inhumanidad, como en el caso del Servicio Médico Forense
(Semefo). Las personas van a buscar a sus familiares, y les dan otro
cuerpo, y les cobran por dárselos. ¿Qué ocurre allí? ¿Ha habido
algún castigo para quienes obran así?
JVC:
Son sucursales de la deshumanización, de la atrocidad, de la
indolencia, de las omisiones. Yo escribo muchas de estas historias
aunque no me lo plantée; luego que logro parir las historias y hacer
libros, pienso que la gente que los lea pueda ponerse en los zapatos
de las víctimas, y también de los victimarios, ¿por qué no? Ellos
también son víctimas, y me gustaría que ellos, los funcionarios
públicos de las procuradurías, del Ministerio Público, de las
policías, de los Semefos calcen estos zapatos. Pero no lo hacen; les
preocupa más que la gente se queje, que proteste, que acuda a los
medios y que diga “tengo dos años esperando los resultados de la
prueba de ADN y no me los dan”.
Acabo
de hablar con Eloísa, que inspiró este libro, y que es una de las
historias a las que te refieres, y es hora que no le entregan los
resultados de la prueba del ADN. A los del Semefo les preocupa más
deshacerse del cadáver, agilizar un trámite, hacer el papeleo como
si fuera una ganga, una oferta; no les preocupan ni la justicia ni el
dolor. Por eso me gustaría que ellos sintieran ese dolor; no quiero
que sean víctimas, sino que entiendan a la gente. Pero no parece
interesarles conocer esta tragedia por las que las familias de las
víctimas viven, y entonces lo que hacen ellos es multiplicar el
dolor.
Aunque
no sean socios o subordinados de los narcotraficantes, se hacen
criminales con estas conductas de omisión, de insensibilidad, de
irresponsabilidad.
AR:
¿Cuál ha sido el papel de las comisiones de derechos humanos, en
este caso de la estatal de Sinaloa, y de la nacional?
JVC:
Se han replegado; guardan silencio, se han burocratizado, se han
alejado de la gente, e incluso se han puesto del otro lado esas
comisiones; es decir, del lado del gobierno e, incluso, de la
criminalidad. Me parece una actitud triste, bastante lamentable (me
gustaría usar una palabra más fuerte porque me quedo corto) de
parte de los responsables de custodiar los derechos humanos de los
mexicanos, porque ellos se retiraron, abandonaron sus obligaciones y
nos dejaron solos.
Como
no hay quien les exija, como lamentablemente ocurre también con
amplios sectores de la sociedad mexicana, las comisiones prefirieron
guardar silencio, rendirse ante los abusos del narco y del gobierno,
pese a tener una responsabilidad constitucional. Ellos también se
replegaron y están arrodillados frente a toda esta tragedia
nacional. Es una pena
Creo
que los que sí han asumido la responsabilidad que tienen son los
organismos ciudadanos. Ellos sí han dado la cara, y eso me parece
digno de ser reconocido porque es heroico: han acompañado a las
víctimas. No todos los organismos ciudadanos, pero sí una buena
parte, y eso es importante.
AR:
Mencionas, por ejemplo, al Frente Cívico de Sinaloa. Pero hay otra
parte de la sociedad: haces mención de dos casos de “levantones”,
y dices que se dan en medio de una sociedad que huye, voltea a otro
lado, pasa de largo, aprieta el paso y pretende olvidar; incluso hay
familiares que dejan las cosas por la paz. ¿Qué pasa con esta
sociedad que deja hacer y deja pasar las desapariciones?
JVC:
Estamos en una sociedad que no quiere ver, que no quiere escuchar, no
quiere enterarse porque no quiere comprometerse. Entiendo que sea una
forma de sobrevivencia, de querer “salvarse” de las atrocidades.
Nada los salva, ni a ellos, ni a mí ni a nadie; de lo que está
pasando todos podemos sufrir daños, ser asesinados o desaparecidos,
pero la gente asume esto queriendo salvarse. De alguna manera lo
entiendo porque el infierno gana terreno, el incendio nacional está
reproduciéndose y multiplicándose, avasallándonos a todos, pero no
quieren comprometerse.
Eso
me parece muy triste; pero eso es muy peligroso porque significa que
los críticos, los medios que investigamos, que denunciamos, así
como los activistas, los dirigentes de organizaciones ciudadanas que
están luchando por la justicia y en contra de la impunidad, estamos
solos. No hay sociedad.
Este
déficit de genitales también gana terreno: volteas para todos lados
y no hay ecos, no hay puertos seguros, no hay guaridas, no puedes
anidar en ningún lado por este repliegue, por este abandono de
nosotros mismos por este silencio, este miedo también de los medios.
Acabo
de estar en un funeral, de Manuel Torres Félix, El Ondeado, y
no había medios, sólo Ríodoce, sólo
yo estaba allí. Me
parece muy peligroso. Olvídate de lo triste y del abandono: me
parece peligroso. Si ocurre esto y no pasa nada, porque si publicas
estas historias y no pasa nada, al rato van a ir por mí o por ti. Es
nuestro homicidio, el homicidio colectivo, porque es seguirle el
juego, extender, multiplicar en muchos sentidos esta vida de
resignación, de abandono, de no ver y de no comprometerse frente a
la violencia.
AR: Allí quiero
pasar a otro punto, que es el de los periodistas. Cuentas la historia
de Alfredo Jiménez Mota, un caso interesante que deja ver un poco
que en sus ansias por investigar, por informar, terminó metido,
consciente o inconscientemente, en un juego de las
autoridades, que realizan, por ejemplo, filtraciones para golpear a
rivales en el propio gobierno o a ciertas bandas. ¿Qué es este
juego de las autoridades con la prensa? ¿Qué peligros hay para el
periodista el ser utilizado por las autoridades?
JVC:
Alfredo fue muy inocente, fue bienintencionado. Lo usaron para
golpear a otros cárteles o al gobierno, y provocó operativos que
dañaron a los cárteles. Hubo gente interesada que abusó de él, de
que Alfredo cubría la policía y conocía el terreno que pisaba. No
aplicó ese criterio de contexto de saber qué cuello pisaba a la
hora de escribir. A la hora de hacerlo se aceleró, se desbocó, la
pasión le ganó a la razón y allí tenemos el saldo.
Yo creo que los
reporteros debemos pedir justicia, revisar su caso y aprender de eso.
Es que no puedes ser vocero de la autoridad ni de los cárteles (es
una parte de la enseñanza que nos deja Alfredo Jiménez).
En
Ríodoce
hemos tenido mucho cuidado con eeto, porque es peligrosísimo; tú
dices: “Quiero entrevistar a cierto capo”, y lo entrevistas;
debes tener mucho cuidado con lo que publicas, en lo que él te
cuenta y te dice: “Esto no lo vas a publicar” o “quiero saber
cómo lo vas a escribir, quiero revisar la nota”. No, no debes
permitir eso; no son tus jefes de redacción ni de información ni tu
editor.
A la hora de
escribir debes saber qué vas a publicar; es muy importante que estés
conciente del suelo que estás pisando, de la importancia de ese
capo, de esa organización criminal, de sus nexos con la autoridad
para saber qué vas a publicar, porque tienes el riesgo de
convertirte en un vocero de esa organización. ¿Cómo crees que van
a reaccionar los Zetas si entrevistaste a un jefe del cártel de
Sinaloa? Van a querer que los entrevistes, ¿vas a ir a
entrevistarlos? Eso se debe preguntar uno. Si no vas ¿entonces eres
vocero de los otros? Te van a matar, van a ir por ti.
Entonces hay que ser
muy inteligentes, muy prudentes; hay que ser temerarios, audaces,
valientes, pero no inocentes, no torpes, no irresponsables porque
entonces vas a convertirte en un saldo más de silencio, pero también
puede ser un saldo mortal.
Yo creo que es muy
importante tener conciencia de todo esto.
AR: Dice Gerardo,
compañero de Alfredo: “El periodismo es una mierda”. Y hace
referencia que Alfredo era como un apestado: lo dejaron solo cuando
en las marchas iban muy dignos, y me parece que lo ejemplificas con
el velorio del compañero donde sólo estaban ustedes. ¿Qué pasa
con la solidaridad en el gremio?
JVC:
No hay tal; hay muchos celos, envidias, mediocridad, falta de
profesionalismo. Olvídate de la solidaridad porque eso no se lo
puedes pedir a nadie, ¿me entiendes? Le puedes, quizá, reclamar a
alguien de cierta confianza por qué no fue solidario. Pero ¿por qué
no somos profesionales?
Te voy a dar un
ejemplo: cuando a Ríodoce nos aventaron una granada, hubo
medios en Sinaloa que no lo publicaron. No estamos pidiendo que vayan
y nos entrevisten, pero ve y recoge el parte de la policía,
entrevista al procurador, al jefe de la policía, a la PGR (que tiene
el caso), a ver qué encontraron, qué han investigado. No hubo nada
de esto.
Hubo medios que no
lo publicaron y fue un hecho. Entonces, sí creo que es un problema
de solidaridad frente a las agresiones porque hay que estar unidos,
efectivamente, pero también hay que hacer el trabajo. Matan un
compañero y reproduces los señalamientos criminales impunes,
abusivos, irresponsables, viles por parte del gobierno cuando dicen:
“Es que estaba coludido; era un periodista corrupto”. Bueno ¿por
qué no investigas? Antes de enjuiciar hay que investigar los casos y
darle un tratamiento humano a las historias de los periodistas, pero
también a las historias de las otras víctimas que no son
periodistas.
Entonces creo que en
esta licuadora infernal (hablo de escenarios de periodistas) se
juntan la mediocridad, la falta de solidaridad, profesionalismo y
unión. Entonces ¿qué crees que va a pensar quien nos quiera hacer
daño? Va a pensar que no va a pasar nada, que no va a haber una
reacción organizada de los medios.
Además, cuando los
empresarios de los medios abordan la seguridad hablan de blindar sus
oficinas, de contratar seguridad privada, de tener escoltas, de
blindar su automóvil, de que haya policías en sus instalaciones.
Hace falta romper esos esquemas, contar esas historias sin enjuiciar,
ser profesionales y ser solidarios.
Todos estos
elementos se juntan y nos ubican en una situación bastante
desfavorable frente a la violencia, frente a los homicidios, frente a
la falta de gobierno y a la ausencia de Estado en este país.
AR: Volvamos a
los gobiernos: encontraste también algunos servidores públicos
excepcionales que sí quieren hacer su trabajo. Por allí está el
caso de José Luis Zavala, un fiscal que se puso a investigar la
desaparición de tres jóvenes y llego a niveles profundos. ¿Hay
otros caso?
JVC: Hay
pocos, pero sí los hay; no me voy a referir específicamente a
ninguno de ellos, pero sí encontré casos de funcionarios que llegan
a condolerse y se preocupan; pero se topan con burócratas, con gente
insensible, con personas que están al servicio de los narcos, y no
pueden avanzar más. Son como islas en medio de un océano de mierda.
Son funcionarios
públicos en los que vale la pena, para muchas víctimas y
familiares, acudir a refugiarse. Hay casos (debes acordarte) de
madres que se arrepienten de haber dejado allí sus mocos y sus
lágrimas porque no valía la pena.
En ese tipo de
servidores públicos sí valdrían la pena los desahogos, aunque
ellos terminen solos también y topándose con la pared de la
criminalidad, de la burocracia, de la complicidad. Pero sí hay
servidores públicos que en este país merecen ser mencionados porque
se preocupan por la aplicación de la ley aunque, igual que el resto
de nocotros, se quedan solos.
AR: Hay otros dos
aspectos que tocas que creo que también motivan preocupación: los
desplazados y el cierre de comercios. ¿Esto qué consecuencias
económicas trae? Pareciera que esto no le conviene ni a las bandas
delictivas. ¿A qué se debe esto?
JVC: El
cierre de negocios se debe, sobre todo, a la extorsión.
Efectivamente, coincido contigo en que en regiones importantes de
Sinaloa, como en Culiacán, bajaron las ventas y el movimiento en
algunos negocios lícitos por los operativos del gobierno en contra
de lo ilícito. Entonces, si le pega a la economía; yo creo que es
parte de la torpeza gubernamental de estos operativos, porque no
combaten el lavado de dinero, es mentira: no hay banqueros o
políticos detenidos por narcotráfico, a menos que sea por ajustes
de cuentas de carácter político y porque son de otros partidos,
como pasó en Michoacán.
Si el gobierno
tuviera investigaciones y golpes precisos contra el narco, y no
escandalosos, que nos inundan y salpican a todos de sangre, y que en
lugar de apagar el fuego lo extienden, como ha pasado, no tuviéramos
tanto cierre de negocios. El Estado provoca un estado de sicosis.
Si tú me dices “hay
extorsión”, bueno, castiga a los extorsionadores, a los que lavan
dinero, detén a los capos, pero realiza también acciones de
carácter social y económico aparejado a aquellos, una política
integral contra el narcotráfico. Pero no hay nada de eso; se está
afectando a la economía, a los empleos y, por supuesto, esto afecta
al narco, pero éste no pierde. ¿Qué hace? Pierde un nicho de
mercado y busca otro y se reinventa, se reestructura. En medio de los
operativos el narco reestructuró células de 30 o de 20 personas, y
las convirtió en pistoleros al servicio de un capo de alto nivel.
Entonces, el
gobierno tiene que ver eso, pero no lo ve; es muy torpe, muy
estúpido. Los operativos sólo han provocado que la tragedia alcance
más terreno y provoque daños en la economía.
AR: En este
sentido de la economía llama mi atención que reportas un cambio en
la estructura laboral de Sinaloa, y es que el cártel de Sinaloa
genera también desempleo y subempleo, principalmente entre los
jóvenes. ¿Qué ha pasado allí?
JVC:
Fíjate que allí el saldo es muy espinoso y delicado: el gobierno no
quiere ver porque tiene que ver con los jóvenes. Nadie ve a los
jóvenes, sólo para enjuiciarlos, detenerlos y presentarlos como
delincuentes en las páginas policiacas, pero no para darles empleo,
como debería ser. Entonces ¿qué hace un joven desempleado o
subempleado, habiendo sido entrenado y armado por el narco, con
cartuchos disponibles, con capacidad de fuego, adicto al peligro, a
la adrenalina? El narco los acostumbró a un nivel de vida, y cuando
ya no lo tienen ¿qué hacen? Asaltan, secuestran, roban vehículos
por su cuenta.
¿Qué hacen los
narcos con esos jóvenes? Como se les “calienta la plaza” (como
dicen ellos), se les complica, les genera mucho ruido, atrae la
atención de la policía, del Ejército, de medios nacionales, lo que
hacen es que los eliminan. El narco tiene el monopolio del crimen:
“Si aquí se mata es porque yo lo pedí; si aquí se roba un
vehículo es porque yo lo ordené. Si aquí se hace esto es por el
operativo que yo necesito”. Si alguien más lo hace, lo matan, lo
eliminan.
Entonces es una
vertiente mucho muy delicada porque, repito, son jóvenes que matan
gratis por esa adicción que tienen al peligro, a la muerte; dicen:
“Por favor, deja que yo lo mate; tengo una semana sin matar a nadie
y tengo necesidad”. Así, a ese nivel macabro. Pero nadie lo ve.
Yo creo que esto hay
que contarlo, hay que decirlo y gritarlo.
Lamentablemente, la
mayoría de estos jóvenes, que tuvieron un periodo muy corto dentro
del narco, mueren después, fuera del narco, y lo hacen a manos de
los propios sicarios que los metieron a sus células y que luego los
expulsaron. Son como eslabones de tragedia, y ellos son la parte más
débil de la maquinaria criminal, y no son personas para los narcos,
sino instrumentos: son un gatillo y un cartucho.
Es una pena, pero
este patio trasero que genera el narcotráfico, y también las
políticas gubernamentales de no dar opciones de educación y trabajo
a los jóvenes, está dejando en el abandono a muchos niños y
jóvenes en este país.
AR: ¿Hay
esperanza?
JVC:
Me interesa mucho insistir en que la desaparición es la peor de las
muertes, y que la lucha de estos familiares de las víctimas se mueve
entre una resignación y una desesperanza, pero, al mismo tiempo, de
manera inexplicable, por asuntos humanos muy complejos, se traduce en
esperanza. Este pleito entre la desesperanza y la resignación se
traduce en esperanza y en no dejar de luchar, en esperar que alguien
haga justicia y encontrar a su ser querido vivo o muerto. Esa luz,
ese atisbo me parece maravilloso, a pesar de la mierda, del infierno.
Es como un faro de luz en medio de la tormenta.
*Esta
entrevista apareció en Replicante,
junio de 2013.
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