miércoles, septiembre 18, 2013

Una muerte que no termina, que avasalla. Entrevista con Javier Valdez Cárdenas


Una muerte que no termina, que avasalla
Entrevista con Javier Valdez Cárdenas*
Por Ariel Ruiz Mondragón
Embebidos en el conteo de los miles de muertos generados por la guerra entre bandas delictivas y el propio gobierno, hemos descuidado otros aspectos relevantes que ha generado el fenómeno criminal en nuestro país, y que pueden resultar incluso peores que el homicidio. Entre estos debemos destacar el de los llamados “levantones”, los secuestros de personas de las que, en no pocas ocasiones, no se vuelve a saber jamás, con las devastadoras consecuencias que esto tiene entre sus familiares y seres queridos.
Para dejar atrás el aspecto meramente cuantitativo de la criminalidad, hay quienes se han propuesto relatar las historias de víctimas y victimarios de este aberrante tipo de delitos. Entre los periodistas que destacan en esta labor se encuentra Javier Valdez Cárdenas, quien ha dedicado a ello su libro Levantones. Historias reales de desaparecidos y víctimas del narco (México, Aguilar, 2012).
Replicante conversó con Valdez Cárdenas (Culiacán, 1967), quien es corresponsal de La Jornada en Sinaloa, además de fundador del semanario Ríodoce; ha colaborado en revistas como Proceso y Emeequis. Autor de al menos otros cuatro libros, en 2011 el Comité para la Protección de Periodistas le otorgó el Premio Internacional a la Libertad de Prensa, y con el equipo de reporteros de Ríodoce recibió el premio Maria Moors Cabot 2011 a la excelencia periodística.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué publicar hoy un libro como el tuyo? ¿Cuál es la importancia de, como dices, esta gente que avanza muerta en busca de sus desaparecidos?
Javier Valdez Cárdenas (JVC): Es importante la cobertura del narco desde un punto de vista humano. Yo sigo renegando de esta cobertura pueril de contar los muertos y los casquillos, y reproducir incluso los valores del discurso oficial de “buenos y malos”, “policías y ladrones”, de condenar, de sentenciar a las víctimas, a todos los muertos, algo así como “todos somos inocentes hasta que nos matan” (que es una frase que me gusta mucho). Eso me parece una estupidez.
Entonces, creo que es importante dejar de enjuiciar, de condenar, de decir “blanco y negro”, y de contar las historias de víctimas y de victimarios desde este punto de vista humano, de sus tragedias, de sus dolores.
Hay un déficit tremendo en la cobertura del narcotráfico como forma de vida, no como un fenómeno policiaco. Creo que los periodistas tenemos un reto de salir a la calle y de contar, a partir de los latidos de unos y otros, este fenómeno del narcotráfico desde abajo. Es un reto y yo lo asumo. Me parece importante este filón de los “levantones”, de las desapariciones, porque al igual que muchos otros fenómenos generados por el crimen organizado y por los operativos del gobierno, hay un silencio espantoso que hay que romper. Y yo asumo esa tarea, y la hago gustoso; no sé si la cumpla, pero prefiero intentarlo.

AR: En el libro haces un apunte sobre el caso de Chihuahua, en donde dices que los “levantones”, estas desapariciones vienen cuando menos desde los años setenta del siglo pasado. ¿Qué cambios has notado al respecto en los últimos años? Esto tiene relación con un aspecto legal que mencionas: es diferente la desaparición forzada a otras modalidades como el secuestro. ¿Cómo han cambiado las desapariciones desde los setenta hasta ahora?
JVC: Había el ingrediente ideológico en los setenta, así como la represión gubernamental, un papel del Estado en contra de los movimientos sociales para aplastarlos. Hubo una responsabilidad del Ejército, de la Policía Federal, de aquella policía secreta de México y de las corporaciones estatales, y también de algunos cacicazgos que, por razones políticas y económicas, reprimían a quienes ponían en riesgo su poder, sus negocios.
Pero antera había un ingrediente político-ideológico: la insurrección ciudadana, los jóvenes, la oleada de protestas del 68 y los setenta.
Ahora esos ingredientes no están, sino la criminalidad, el negocio del narcotráfico y un gobierno que no existe, que está sometido a los criminales; un Ejército que es homicida y abusivo como los narcotraficantes, y una policía que, tanto como el Ejército y los narcos, están desapareciendo personas.
¿Y sabes qué hace el gobierno? Ahora habla de que disminuyeron los homicidios, y en realidad puede que hayan disminuido (que no la violencia, que es diferente), pero han aumentado las desapariciones.
Yo creo que estos son los nuevos ingredientes: no está la cuestión ideológica, política sino los ajustes de cuentas, la preservación del negocio de los criminales en complicidad con el gobierno, y también este sufrimiento atroz que yo cuento como la peor de las muertes, una muerte que no termina, que se multiplica, que se extiende, que avasalla.

AR: Es interesante lo que ocurre en los tres niveles de gobierno: parece que, en el mejor de los casos, no investigan. De allí en fuera, están muy metidos en el crimen organizado, e incluso hay policías que entregan a las personas. ¿Qué pasa con los gobiernos en, por ejemplo, Sinaloa?
JVC: El Estado está incurriendo también en las desapariciones; el trabajo sucio lo realizan sus policías: les limpian el camino a los narcotraficantes en función de quién domine las regiones; las hay en las que tienen mucha influencia (no digo que dominen, pero tienen mucha influencia) o están en pugna por la presencia de células de los Beltrán Leyva o de los Carrillo Fuentes; también aparecen allí los Zetas y hay otras regiones que en su mayoría están en manos del cártel de Sinaloa. Eso es lo que está haciendo el gobierno estatal. Éste no atiende las desapariciones, igual que el gobierno federal; ambos están buscando cadáveres, como si fueran una funeraria o panteoneros. No investigan, no castigan, no aplican la ley, hay impunidad, y entonces se están convirtiendo en una sucursal funeraria al servicio de los criminales.

AR: En ese sentido haces una anotación interesante que haces: dice una de las personas que citas: “Pues es que no hay justicia; el gobierno se dedica, prefiere buscar muertos que buscar desaparecidos”. ¿Por qué?
JVC: Por los compromisos que ellos tienen con los criminales, porque es comprometedor. Es decir, por un lado, no quiere asumir la responsabilidad por los compromisos que tienen con los delincuentes, y, por otro lado, imagínate lo que significaría investigar. La mayoría de estos casos, por no decir que todos, están relacionados con el crimen organizado, e investigarlos implicaría conocer quién desapareció, quién mató a esta persona y entonces ir por él. No van a ir por él porque es gente que forma parte de estos cárteles, lo que implicaría meterse en problemas. Investigar podría poner en peligro a los policías, a la autoridad, y ellos no quieren estar en peligro, sino que quieren seguir gozando de las mieles de tener entendimiento con los criminales.
A eso se debe: a que ellos son los criminales. ¿Cómo van a castigarse ellos mismos, o exponerse ante sus socios o jefes, que son los narcotraficantes? No lo van a hacer.

AR: Otros casos ejemplifican ya no ineficiencia gubernamental, sino franca inhumanidad, como en el caso del Servicio Médico Forense (Semefo). Las personas van a buscar a sus familiares, y les dan otro cuerpo, y les cobran por dárselos. ¿Qué ocurre allí? ¿Ha habido algún castigo para quienes obran así?
JVC: Son sucursales de la deshumanización, de la atrocidad, de la indolencia, de las omisiones. Yo escribo muchas de estas historias aunque no me lo plantée; luego que logro parir las historias y hacer libros, pienso que la gente que los lea pueda ponerse en los zapatos de las víctimas, y también de los victimarios, ¿por qué no? Ellos también son víctimas, y me gustaría que ellos, los funcionarios públicos de las procuradurías, del Ministerio Público, de las policías, de los Semefos calcen estos zapatos. Pero no lo hacen; les preocupa más que la gente se queje, que proteste, que acuda a los medios y que diga “tengo dos años esperando los resultados de la prueba de ADN y no me los dan”.
Acabo de hablar con Eloísa, que inspiró este libro, y que es una de las historias a las que te refieres, y es hora que no le entregan los resultados de la prueba del ADN. A los del Semefo les preocupa más deshacerse del cadáver, agilizar un trámite, hacer el papeleo como si fuera una ganga, una oferta; no les preocupan ni la justicia ni el dolor. Por eso me gustaría que ellos sintieran ese dolor; no quiero que sean víctimas, sino que entiendan a la gente. Pero no parece interesarles conocer esta tragedia por las que las familias de las víctimas viven, y entonces lo que hacen ellos es multiplicar el dolor.
Aunque no sean socios o subordinados de los narcotraficantes, se hacen criminales con estas conductas de omisión, de insensibilidad, de irresponsabilidad.

AR: ¿Cuál ha sido el papel de las comisiones de derechos humanos, en este caso de la estatal de Sinaloa, y de la nacional?
JVC: Se han replegado; guardan silencio, se han burocratizado, se han alejado de la gente, e incluso se han puesto del otro lado esas comisiones; es decir, del lado del gobierno e, incluso, de la criminalidad. Me parece una actitud triste, bastante lamentable (me gustaría usar una palabra más fuerte porque me quedo corto) de parte de los responsables de custodiar los derechos humanos de los mexicanos, porque ellos se retiraron, abandonaron sus obligaciones y nos dejaron solos.
Como no hay quien les exija, como lamentablemente ocurre también con amplios sectores de la sociedad mexicana, las comisiones prefirieron guardar silencio, rendirse ante los abusos del narco y del gobierno, pese a tener una responsabilidad constitucional. Ellos también se replegaron y están arrodillados frente a toda esta tragedia nacional. Es una pena
Creo que los que sí han asumido la responsabilidad que tienen son los organismos ciudadanos. Ellos sí han dado la cara, y eso me parece digno de ser reconocido porque es heroico: han acompañado a las víctimas. No todos los organismos ciudadanos, pero sí una buena parte, y eso es importante.

AR: Mencionas, por ejemplo, al Frente Cívico de Sinaloa. Pero hay otra parte de la sociedad: haces mención de dos casos de “levantones”, y dices que se dan en medio de una sociedad que huye, voltea a otro lado, pasa de largo, aprieta el paso y pretende olvidar; incluso hay familiares que dejan las cosas por la paz. ¿Qué pasa con esta sociedad que deja hacer y deja pasar las desapariciones?
JVC: Estamos en una sociedad que no quiere ver, que no quiere escuchar, no quiere enterarse porque no quiere comprometerse. Entiendo que sea una forma de sobrevivencia, de querer “salvarse” de las atrocidades. Nada los salva, ni a ellos, ni a mí ni a nadie; de lo que está pasando todos podemos sufrir daños, ser asesinados o desaparecidos, pero la gente asume esto queriendo salvarse. De alguna manera lo entiendo porque el infierno gana terreno, el incendio nacional está reproduciéndose y multiplicándose, avasallándonos a todos, pero no quieren comprometerse.
Eso me parece muy triste; pero eso es muy peligroso porque significa que los críticos, los medios que investigamos, que denunciamos, así como los activistas, los dirigentes de organizaciones ciudadanas que están luchando por la justicia y en contra de la impunidad, estamos solos. No hay sociedad.
Este déficit de genitales también gana terreno: volteas para todos lados y no hay ecos, no hay puertos seguros, no hay guaridas, no puedes anidar en ningún lado por este repliegue, por este abandono de nosotros mismos por este silencio, este miedo también de los medios.
Acabo de estar en un funeral, de Manuel Torres Félix, El Ondeado, y no había medios, sólo Ríodoce, sólo yo estaba allí. Me parece muy peligroso. Olvídate de lo triste y del abandono: me parece peligroso. Si ocurre esto y no pasa nada, porque si publicas estas historias y no pasa nada, al rato van a ir por mí o por ti. Es nuestro homicidio, el homicidio colectivo, porque es seguirle el juego, extender, multiplicar en muchos sentidos esta vida de resignación, de abandono, de no ver y de no comprometerse frente a la violencia.

AR: Allí quiero pasar a otro punto, que es el de los periodistas. Cuentas la historia de Alfredo Jiménez Mota, un caso interesante que deja ver un poco que en sus ansias por investigar, por informar, terminó metido, consciente o inconscientemente, en un juego de las autoridades, que realizan, por ejemplo, filtraciones para golpear a rivales en el propio gobierno o a ciertas bandas. ¿Qué es este juego de las autoridades con la prensa? ¿Qué peligros hay para el periodista el ser utilizado por las autoridades?
JVC: Alfredo fue muy inocente, fue bienintencionado. Lo usaron para golpear a otros cárteles o al gobierno, y provocó operativos que dañaron a los cárteles. Hubo gente interesada que abusó de él, de que Alfredo cubría la policía y conocía el terreno que pisaba. No aplicó ese criterio de contexto de saber qué cuello pisaba a la hora de escribir. A la hora de hacerlo se aceleró, se desbocó, la pasión le ganó a la razón y allí tenemos el saldo.
Yo creo que los reporteros debemos pedir justicia, revisar su caso y aprender de eso. Es que no puedes ser vocero de la autoridad ni de los cárteles (es una parte de la enseñanza que nos deja Alfredo Jiménez).
En Ríodoce hemos tenido mucho cuidado con eeto, porque es peligrosísimo; tú dices: “Quiero entrevistar a cierto capo”, y lo entrevistas; debes tener mucho cuidado con lo que publicas, en lo que él te cuenta y te dice: “Esto no lo vas a publicar” o “quiero saber cómo lo vas a escribir, quiero revisar la nota”. No, no debes permitir eso; no son tus jefes de redacción ni de información ni tu editor.
A la hora de escribir debes saber qué vas a publicar; es muy importante que estés conciente del suelo que estás pisando, de la importancia de ese capo, de esa organización criminal, de sus nexos con la autoridad para saber qué vas a publicar, porque tienes el riesgo de convertirte en un vocero de esa organización. ¿Cómo crees que van a reaccionar los Zetas si entrevistaste a un jefe del cártel de Sinaloa? Van a querer que los entrevistes, ¿vas a ir a entrevistarlos? Eso se debe preguntar uno. Si no vas ¿entonces eres vocero de los otros? Te van a matar, van a ir por ti.
Entonces hay que ser muy inteligentes, muy prudentes; hay que ser temerarios, audaces, valientes, pero no inocentes, no torpes, no irresponsables porque entonces vas a convertirte en un saldo más de silencio, pero también puede ser un saldo mortal.
Yo creo que es muy importante tener conciencia de todo esto.

AR: Dice Gerardo, compañero de Alfredo: “El periodismo es una mierda”. Y hace referencia que Alfredo era como un apestado: lo dejaron solo cuando en las marchas iban muy dignos, y me parece que lo ejemplificas con el velorio del compañero donde sólo estaban ustedes. ¿Qué pasa con la solidaridad en el gremio?
JVC: No hay tal; hay muchos celos, envidias, mediocridad, falta de profesionalismo. Olvídate de la solidaridad porque eso no se lo puedes pedir a nadie, ¿me entiendes? Le puedes, quizá, reclamar a alguien de cierta confianza por qué no fue solidario. Pero ¿por qué no somos profesionales?
Te voy a dar un ejemplo: cuando a Ríodoce nos aventaron una granada, hubo medios en Sinaloa que no lo publicaron. No estamos pidiendo que vayan y nos entrevisten, pero ve y recoge el parte de la policía, entrevista al procurador, al jefe de la policía, a la PGR (que tiene el caso), a ver qué encontraron, qué han investigado. No hubo nada de esto.
Hubo medios que no lo publicaron y fue un hecho. Entonces, sí creo que es un problema de solidaridad frente a las agresiones porque hay que estar unidos, efectivamente, pero también hay que hacer el trabajo. Matan un compañero y reproduces los señalamientos criminales impunes, abusivos, irresponsables, viles por parte del gobierno cuando dicen: “Es que estaba coludido; era un periodista corrupto”. Bueno ¿por qué no investigas? Antes de enjuiciar hay que investigar los casos y darle un tratamiento humano a las historias de los periodistas, pero también a las historias de las otras víctimas que no son periodistas.
Entonces creo que en esta licuadora infernal (hablo de escenarios de periodistas) se juntan la mediocridad, la falta de solidaridad, profesionalismo y unión. Entonces ¿qué crees que va a pensar quien nos quiera hacer daño? Va a pensar que no va a pasar nada, que no va a haber una reacción organizada de los medios.
Además, cuando los empresarios de los medios abordan la seguridad hablan de blindar sus oficinas, de contratar seguridad privada, de tener escoltas, de blindar su automóvil, de que haya policías en sus instalaciones. Hace falta romper esos esquemas, contar esas historias sin enjuiciar, ser profesionales y ser solidarios.
Todos estos elementos se juntan y nos ubican en una situación bastante desfavorable frente a la violencia, frente a los homicidios, frente a la falta de gobierno y a la ausencia de Estado en este país.

AR: Volvamos a los gobiernos: encontraste también algunos servidores públicos excepcionales que sí quieren hacer su trabajo. Por allí está el caso de José Luis Zavala, un fiscal que se puso a investigar la desaparición de tres jóvenes y llego a niveles profundos. ¿Hay otros caso?
JVC: Hay pocos, pero sí los hay; no me voy a referir específicamente a ninguno de ellos, pero sí encontré casos de funcionarios que llegan a condolerse y se preocupan; pero se topan con burócratas, con gente insensible, con personas que están al servicio de los narcos, y no pueden avanzar más. Son como islas en medio de un océano de mierda.
Son funcionarios públicos en los que vale la pena, para muchas víctimas y familiares, acudir a refugiarse. Hay casos (debes acordarte) de madres que se arrepienten de haber dejado allí sus mocos y sus lágrimas porque no valía la pena.
En ese tipo de servidores públicos sí valdrían la pena los desahogos, aunque ellos terminen solos también y topándose con la pared de la criminalidad, de la burocracia, de la complicidad. Pero sí hay servidores públicos que en este país merecen ser mencionados porque se preocupan por la aplicación de la ley aunque, igual que el resto de nocotros, se quedan solos.

AR: Hay otros dos aspectos que tocas que creo que también motivan preocupación: los desplazados y el cierre de comercios. ¿Esto qué consecuencias económicas trae? Pareciera que esto no le conviene ni a las bandas delictivas. ¿A qué se debe esto?
JVC: El cierre de negocios se debe, sobre todo, a la extorsión. Efectivamente, coincido contigo en que en regiones importantes de Sinaloa, como en Culiacán, bajaron las ventas y el movimiento en algunos negocios lícitos por los operativos del gobierno en contra de lo ilícito. Entonces, si le pega a la economía; yo creo que es parte de la torpeza gubernamental de estos operativos, porque no combaten el lavado de dinero, es mentira: no hay banqueros o políticos detenidos por narcotráfico, a menos que sea por ajustes de cuentas de carácter político y porque son de otros partidos, como pasó en Michoacán.
Si el gobierno tuviera investigaciones y golpes precisos contra el narco, y no escandalosos, que nos inundan y salpican a todos de sangre, y que en lugar de apagar el fuego lo extienden, como ha pasado, no tuviéramos tanto cierre de negocios. El Estado provoca un estado de sicosis.
Si tú me dices “hay extorsión”, bueno, castiga a los extorsionadores, a los que lavan dinero, detén a los capos, pero realiza también acciones de carácter social y económico aparejado a aquellos, una política integral contra el narcotráfico. Pero no hay nada de eso; se está afectando a la economía, a los empleos y, por supuesto, esto afecta al narco, pero éste no pierde. ¿Qué hace? Pierde un nicho de mercado y busca otro y se reinventa, se reestructura. En medio de los operativos el narco reestructuró células de 30 o de 20 personas, y las convirtió en pistoleros al servicio de un capo de alto nivel.
Entonces, el gobierno tiene que ver eso, pero no lo ve; es muy torpe, muy estúpido. Los operativos sólo han provocado que la tragedia alcance más terreno y provoque daños en la economía.

AR: En este sentido de la economía llama mi atención que reportas un cambio en la estructura laboral de Sinaloa, y es que el cártel de Sinaloa genera también desempleo y subempleo, principalmente entre los jóvenes. ¿Qué ha pasado allí?
JVC: Fíjate que allí el saldo es muy espinoso y delicado: el gobierno no quiere ver porque tiene que ver con los jóvenes. Nadie ve a los jóvenes, sólo para enjuiciarlos, detenerlos y presentarlos como delincuentes en las páginas policiacas, pero no para darles empleo, como debería ser. Entonces ¿qué hace un joven desempleado o subempleado, habiendo sido entrenado y armado por el narco, con cartuchos disponibles, con capacidad de fuego, adicto al peligro, a la adrenalina? El narco los acostumbró a un nivel de vida, y cuando ya no lo tienen ¿qué hacen? Asaltan, secuestran, roban vehículos por su cuenta.
¿Qué hacen los narcos con esos jóvenes? Como se les “calienta la plaza” (como dicen ellos), se les complica, les genera mucho ruido, atrae la atención de la policía, del Ejército, de medios nacionales, lo que hacen es que los eliminan. El narco tiene el monopolio del crimen: “Si aquí se mata es porque yo lo pedí; si aquí se roba un vehículo es porque yo lo ordené. Si aquí se hace esto es por el operativo que yo necesito”. Si alguien más lo hace, lo matan, lo eliminan.
Entonces es una vertiente mucho muy delicada porque, repito, son jóvenes que matan gratis por esa adicción que tienen al peligro, a la muerte; dicen: “Por favor, deja que yo lo mate; tengo una semana sin matar a nadie y tengo necesidad”. Así, a ese nivel macabro. Pero nadie lo ve.
Yo creo que esto hay que contarlo, hay que decirlo y gritarlo.
Lamentablemente, la mayoría de estos jóvenes, que tuvieron un periodo muy corto dentro del narco, mueren después, fuera del narco, y lo hacen a manos de los propios sicarios que los metieron a sus células y que luego los expulsaron. Son como eslabones de tragedia, y ellos son la parte más débil de la maquinaria criminal, y no son personas para los narcos, sino instrumentos: son un gatillo y un cartucho.
Es una pena, pero este patio trasero que genera el narcotráfico, y también las políticas gubernamentales de no dar opciones de educación y trabajo a los jóvenes, está dejando en el abandono a muchos niños y jóvenes en este país.

AR: ¿Hay esperanza?
JVC: Me interesa mucho insistir en que la desaparición es la peor de las muertes, y que la lucha de estos familiares de las víctimas se mueve entre una resignación y una desesperanza, pero, al mismo tiempo, de manera inexplicable, por asuntos humanos muy complejos, se traduce en esperanza. Este pleito entre la desesperanza y la resignación se traduce en esperanza y en no dejar de luchar, en esperar que alguien haga justicia y encontrar a su ser querido vivo o muerto. Esa luz, ese atisbo me parece maravilloso, a pesar de la mierda, del infierno. Es como un faro de luz en medio de la tormenta.

*Esta entrevista apareció en Replicante, junio de 2013.

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