1968 y la deuda histórica de la
justicia mexicana
Entrevista con Eduardo Valle*
por Ariel Ruiz Mondragón
Fue
en un pequeño y modesto hotel cerca del cruce de Insurgentes y
Álvaro Obregón, en el Distrito Federal, donde conversé con uno de
los más célebres y significativos líderes del movimiento
estudiantil de 1968: Eduardo Valle Espinosa, el Búho.
La cita fue el cuatro de octubre de 2008, a cuatro décadas de la
matanza en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco.
Pacté
el encuentro con las siempre diligentes encargadas de prensa de
editorial Océano, quienes me dijeron que una de las razones por las
que Valle había aceptado conversar conmigo era porque conocía mi
trabajo (él fue uno de los contactos a quienes envío las novedades
de mi blog de entrevistas). Esto hizo que la charla estuviera llena
de una camaradería y franqueza que no suele darse entre quienes se
presentan por primera vez.
Después
de la charla que sostuvimos acerca de su libro El
año de la rebelión por la democracia,
que versa sobre la procuración de justicia en los casos del dos de
octubre de 1968 y del 10 de junio de 1971, recuerdo que, tímidamente,
saqué tres ejemplares de distintos números de Replicante,
los cuales le ofrecí con cierta reserva por no saber si la conocía,
y si la conocía, cómo reaccionaría frente a ella. Fue mayúscula
mi primera sorpresa cuándo los tomó y gritó de manera estentórea:
“¡Ya vi cómo tratan a Monsiváis y a Poniatowska!”. Yo estaba
estupefacto porque en un primer instante lo tomé como reclamo, y
entonces fue cuando me llevé la segunda sorpresa: “¡Los felicito,
lo hacen muy bien, ya era hora de que alguien dijera eso!”.
Inmediatamente mostró (presumió, diría yo) aquellos ejemplares a
un par de amigos suyos que aguardaban en otra mesa.
Desde
entonces mantuvimos una relación vía correo electrónico y a través
de Facebook, en donde comentábamos y discutíamos nuestros trabajos
y diversos temas, especialmente los de actualidad, siempre con un
tono de buen humor. Tuve oportunidad de invitarlo a colaborar en
Replicante
al enviarle un pequeño cuestionario acerca de las perspectivas de
México hacia el siglo XXI, cuyas respuestas aparecieron con las de
otros colaboradores justamente en nuestro número 21.
En algún otro correo, me comentó que había escrito
una novela policiaca y que estaba en busca de un editor que se
animara a publicarla. Esa novela permanece inédita y esperemos que
pronto encuentre casa editorial.
A principios de mayo de 2012 me enteré de que Eduardo
Valle se encontraba muy grave de salud, lo cual tuvo su fatal
desenlace el día tres, en Matamoros, Tamaulipas.
A
manera de recuerdo rescato esta conversación que en aquel octubre de
2008 tuve con Valle, y que por diversas y malas razones hasta hoy
había permanecido inédita. Versa sobre su libro El
año de la rebelión por la democracia
(México, Océano, 2008), una síntesis de los pliegos de
consignación de la Fiscalía Especial para los Movimientos Sociales
y Políticos del Pasado (Femospp), pero en la que también hablamos
de diversos aspectos del movimiento estudiantil.
Ariel
Ruiz (AR): ¿Por qué escribir este libro, sobre todo si tomamos en
cuenta que al principio del libro menciona que “ya había expresado
todos los testimonios y reflexiones que podía ofrecer”? ¿Por qué
también su colaboración con la Femospp?
Eduardo
Valle (EV): La intención del libro es
muy clara: necesitamos conocer los pliegos de consignación tanto en
relación con el dos de octubre de 1968 como con el 10 de junio de
1971. Los pliegos de consignación no son lo que usted o yo digamos,
sino lo que dice el Estado y lo que éste certifica que se dijo. En
este caso, lo que dijeron al respecto los generales, los coroneles,
los capitanes, los abogados, los agentes del Ministerio Público y
los políticos. Desde el punto de vista de la historiografía y desde
el punto de vista de la historia, es un elemento fundamental,
central, determinante para muchísimas cosas.
Cuando
la Presidencia de la República decidió enterrar, literalmente, todo
lo hecho en relación con la Femospp, a mí no me afectó tanto ni
siquiera en términos laborales, porque yo no tengo nada que ver con
ella. Yo soy un periodista y escritor independiente, y me vale gorro
lo que haya hecho, excepto porque yo había hecho un esfuerzo —que
casi me mata— físico, personal e intelectual para dar a conocer
una síntesis de los pliegos de consignación. Entonces, me enfurecí,
como es natural, y decidí publicar no solamente los pliegos de
consignación sino meter en internet (que es espléndido) la
resolución de uno de los jueces en relación con el genocidio para
que cualquier gente pudiera consultarlos. Entonces, simple y
llanamente les quebré el juego: si ellos creían que podían pasarse
de vivos, “se les cayó la casa” (como diríamos), y entonces por
eso lo publico.
Por
eso fui tan puntual en, primero, hablar con el Presidente y luego
escribirme con el procurador, con José Luis Santiago Vasconcelos y
luego transitar todo el camino burocrático que me hacen recorrer
estas gentes.
Además,
sobre todo, lo hago por la presunción de carácter personal, en
término de un balance intelectual de que efectivamente se había
cometido genocidio, conforme al espíritu y a la letra de la ley, lo
que confirmó el magistrado del Tribunal Unitario e hizo
posteriormente Jesús Guadalupe Luna Altamirano. Así es que por allí
no me he equivocado.
Ésas
son, básicamente, las razones de la publicación del libro; es
decir, por un lado, para conocer elementos fundamentales de los
pliegos de consignación, y, en otro sentido, dar a conocer la
resolución de los jueces, la más burda, quizá, sobre el asunto del
genocidio, así como en dar a conocer todo el laberinto burocrático
sobre la base de que la Presidencia y la fiscalía se habían burlado
de todo un trabajo.
La
relación con la fiscalía la explico: un día, de repente llegué a
saludar a unos amigos muy antiguos y queridos, cuando apareció la
oportunidad de hablar con esta gente. A Ignacio Carrillo Prieto yo no
lo conocía, pero lo saludé y le dije: “Oiga, esa monstruosidad
que tiene usted allí, que es el llamado ‘Informe histórico’, es
una basura; no puede ser eso”. Mencionó: “Hágalo, sobre todo
para los jóvenes”. Entonces, así tan sencillo y explicable, mi
relación con la fiscalía se acabó.
AR:
Desde este punto de vista, ¿cómo calificaría la labor de la
Femospp?
EV:
Pues yo diría que hay muchas paradojas. De manera definitiva, este
hombre (Carrillo Prieto) es un frívolo: se preocupaba más de una
nota en La Jornada,
en El Universal
o en Milenio,
que en darle continuidad y sistema a su trabajo como fiscal. Su
trabajo no era ser agente de Relaciones Públicas de la fiscalía,
sino ser el fiscal y ordenar y vigilar el trabajo de la Femospp. En
ese sentido, sostengo mi dicho de que es un frívolo, y de allí no
me aparto.
Sin
embargo, en la fiscalía hay una serie de trabajos fundamentales
incluso de carácter jurídico y teórico. Uno de ellos es el
elemento del estado de excepción de facto, que es un punto
terriblemente esclarecedor no solamente de las circunstancias del
Estado sino del ejercicio de gobierno. Esto es importantísimo: los
abogados (yo nunca traté con ellos de manera personal) de la
fiscalía hicieron un espléndido, extraordinario, excelente trabajo
en función de esa concepción del estado de excepción de facto. Sin
duda alguna, es un aporte fuera de lo común a la teoría y al
ejercicio del Derecho constitucional y del Derecho político en
nuestro país.
También,
aclaro, hubo problemas serios; uno de ellos es muy difícil de
comprender: ¿por qué no fijaron el número de muertos? Eso no lo
alcanzo a entender. Si un fiscal dice: “Voy a acusar de genocidio”,
bueno, ¿a cuántos mataron? “Fue a este señor, a esta señora y a
este niño”. No entiendo qué le sucedió. Allí hay un problema
muy serio, que de alguna forma yo trato de subsanar con un número
mínimo, subrayando siempre “al menos”. Porque un ejercicio mucho
más riguroso que el mío, llevaría a otra cifra, seguramente
bastante mayor; pero yo no puedo arriesgar, en términos de lo que
dice la fiscalía, a especular sobre el número de muertos. Yo lo que
tengo que ofrecer son las pruebas que la ley requiere para poder
decir “fueron tantos, al menos”. Y, entonces, allí me quedo.
Ahora,
quisiera señalar una cuestión que también es paradójica:
recordemos que yo soy economista, no soy abogado. Esto es un elemento
importante: a veces me hago bolas con lo que es delito continuo y
continuado; tomemos nota de esto. Yo lo veo más, básicamente, como
un buen periodista que dice “esto es lo que tengo que presentar,
entiendo que esto es lo importante”. Este es mi balance y lo dejo
así. No me quiero meter más en honduras porque los abogados, y
sobre todo los constitucionalistas, me van a decir: “¿Qué le
pasa?”.
AR:
Creo que la parte central del libro es justamente el alegato a favor
de que la matanza de 1968 fue un genocidio.
EV: En términos de la letra y del espíritu de
la ley.
AR:
Pero hay otros líderes del movimiento de 1968 que no comparten esta
opinión como Luis González de Alba. Pero ¿por qué para usted los
estudiantes eran un “grupo nacional”?
EV:
Un código lingüístico propio perfectamente conocido por el
conjunto, los líderes, los brigadistas y los activistas, todos ellos
tenían este código común; tenían identificadas sus propias
estructuras: el Consejo Nacional de Huelga (CNH), los comités de
lucha, las brigadas, etcétera; tenían sus propias estructuras en
términos de su accionar político: contaban con volantes, hacían
mítines, manifestaciones, mantas, etcétera. Eran “los del
movimiento”.
Entonces,
en 1968 estaba perfectamente establecida la línea de identificación
entre el gobierno, el grupo gobernante, y los del movimiento. Esto
Roger Bartra lo explica de una manera espléndida, clarísima. En un
documento de Bartra se resuelve que tenían dirección, estructura,
lenguaje, comunicación y formas culturales. Es un grupo nacional.
Este
elemento de grupo nacional es muy importante por lo siguiente:
supongamos el grupo nacional “los indios Guasave”, y que son
tres. Tienen sus características de lenguaje, de estructura y de
formas culturales, y son tres, no 50, 100 mil o 100 millones. Son
tres, y si a estos el gobierno o estructuras gubernamentales los
acosan, los someten al hambre y, además, luego los asesinan, a eso,
conforme a la ley y a los tratados internacionales, se le llama
“genocidio”. No es por el número de seis o 100 millones, los
tratados internacionales y la ley son clarísimos: si hay tres
mexicanos que se llaman indios guasave y que tienen las
características de grupo nacional y que son acosados hasta términos
de extinción, eso se llama genocidio.
AR:
Usted menciona que el fiscal Carrillo Prieto y su equipo hicieron una
suerte de historia documental de la “guerra sucia” y la relatan
de manera que ésta es el aspecto central que explica otros hechos.
EV:
Sí, la hacían al revés: explican el movimiento del 68 por la
guerrilla. Me parece ilógico y antihistórico.
AR:
¿En su libro no hay un riesgo de caer en una situación similar en
tanto usted estructura el libro en función del 68 y el 71?
EV: Por una elemental y sencilla razón: es la
misma generación.
AR:
Pero su historia comienza desde 1956 con la toma del Politécnico y
luego continúa, por ejemplo, con la elección en San Luis en 1961…
EV:
Yo especifico claramente que con la Declaración de Morelia de 1963
surge el movimiento estudiantil mexicano tal como lo conocimos; es
decir, no fue 1956, no es la defensa de los precios de los autobuses,
que fue en 1958 una cosa importante. No; fue en 1963, con la
Declaración de Morelia, escrita por Walter Ortiz, David (el hermano
del “Pelón” Aguilar Mora) y, por supuesto, Raúl Álvarez Garín.
Allí surgió el movimiento como lo conocimos.
AR:
¿Este trabajo histórico que usted hace debe verse, de alguna
manera, como una corrección de lo que dejó de hacer o hizo mal la
Femospp?
EV:
Es una síntesis, por supuesto. Imagínese los pliegos de
consignación, que son miles de páginas. Ahora, digamos, es una
síntesis con sentido político-jurídico. Una corrección, sólo en
algunos aspectos, algunas cosas que se veían, digamos, debilitadas o
que no se mostraban tanto, y que había que meterles un poquito la
mano para resaltarlas. Pero lo que no me pueden decir es que yo esté
falsificando ni una coma de lo que está en el pliego de
consignación. En algunos casos sí doy más fuerza a una serie de
argumentos, y en otros casos olvido muchísimas cosas que están en
los pliegos de consignación porque era imposible incluirlas, pero
hasta allí. Yo respeto de manera rigurosa lo consignado en los
pliegos de consignación.
AR: En el libro, usted utiliza dos testimonios, que
son los de Salvador del Toro y de Luis Gutiérrez Oropeza. Otros han
usado, por ejemplo, el de Marcelino García Barragán. ¿Cuánta
credibilidad merecen estos testimonios?
EV: Los de Salvador del Toro Rosales son plenos,
auténticos; es decir, él está contando en serio todas las
tropelías, todas las pillerías que hizo, y lo dice: “Estas
pillerías y estas estupideces desde el punto de vista jurídico
penal, las tuvimos que hacer porque teníamos de frente a la
Secretaría de Gobernación”.
Luego está el problema de la negación total, que es
maravillosa: lo que dice Gutiérrez Oropeza es: “No hicimos nada
malo; defendimos al país. Los comunistas venían, iban a traer los
tanques de Praga, y entonces teníamos que actuar, y actuamos
conforme a la estructura del poder, con la Constitución”, y bla,
bla, bla. Es la retórica priista más barata y más vulgar. Eso es
muy importante: es reconocer y recuperar la retórica priista que
permite que se asesine a la gente sobre la base de que los rusos, los
cubanos y la gente de Praga vienen a tomar el país. Entonces, si no
lo pones, ¿cómo explicas el otro lado?
Ahora:
en términos de Parte de guerra,
de Carlos Monsiváis y Julio Scherer, creo que hay un elemento de
carácter forense que dice muchas cosas, y que yo publico en mi
libro, que dice que la enorme mayoría de los muertos por arma de
fuego tenían trayectoria horizontal, y no de arriba hacia abajo.
Entonces, este pequeño elemento, que es de carácter forense
jurídico legal, define mucho lo que dice García Barragán o lo que
dicen que él dijo.
AR:
Usted ubica al movimiento del 68 como uno de rebelión juvenil como
hubo en otros países. ¿Qué características compartió el
movimiento mexicano con aquellos, y cuáles fueron sus
características propias?
EV:
Ya no estamos hablando tanto del libro sino del movimiento del 68.
Éste tuvo su élite; si nos vamos a ir con la idea de que “el CNH
somos todos”, ya estamos yéndonos al populismo y yo no le voy a
entrar a eso. En términos de élites universitarias, el movimiento
del 68 tuvo, de inmediato, dos fenómenos directos: la
internacionalización de los estudiantes por una sociedad
democrática, como los de Praga o los de París, y sobre todo que los
muchachos eran más camaradas que nunca. De cualquier manera estos
fenómenos culturales, como la capacidad de generar un consentimiento
en el acto sexual, son cosas que surgieron en el 68. Eso es verdad,
eso es real, tanto por la píldora como por la minifalda y el baile.
Las élites, básicamente universitarias, trasladan eso hacia abajo.
¿Cuáles
son las características mexicanas? Demetrio Vallejo y Valentín
Campa, presos políticos. Otro asunto fue el odio a la Policía. Allí
no hay de que es una crítica constructiva en términos de las
garantías individuales y de las libertades políticas: es el odio el
que le tenían los politécnicos y los preparatorianos a la Policía
y, sobre todo, a los granaderos, clarísimo. Aquí no había una
actitud intelectual: es obsesivo, es genético el odio a la Policía.
También
hubo una creatividad maravillosa: el “Libertad Vallejo, Díaz Ordaz
pendejo", o esta frase extraordinaria de "Sal al balcón,
chango hocicón”. Además estuvo la gráfica, que fue anónima (es
decir, nadie puede decir: “Ohh, yo la hice”; no, es del
movimiento). Esta anonimidad es extraordinaria; la gente conocía a
Marcelino Perelló, a Gilberto Guevara Niebla, a Luis Tomás
Cervantes Cabeza de Vaca, al Búho
y a tres más. Nos conocían en un área determinada: a Álvarez
Garín casi no lo conocía nadie, excepto los de la élite, los del
Consejo; de allí en adelante el movimiento era anónimo, y ser
anónimo es ser colectivo, es decir, es Fuenteovejuna.
Esto
fue maravilloso; luego, esto se ha traducido en la apropiación y
robo de personalidades: “Yo fui del CNH”. O sea, el CNH tuvo como
250 mil integrantes o más. Hay líderes históricos, jojojojo, que
nunca se presentaron al CNH, que nunca fueron delegados y que son
líderes históricos, jojojojo. ¿Qué les pasa? ¿Están fabricando?
Son apenas 40 años del movimiento; espérense tantito, ya cuando
desaparezcamos fabriquen.
Déjame
platicarte algo: yo no he ido personalmente porque no quiero ser
ofendido, pero lo que me dice muchísima gente es que en el Centro
Cultural Tlatelolco no hay el menor indicio, la más mínima seña,
no hay nada en relación con el evento que es la columna vertebral y
que explica el antes y el después del movimiento del 68: no se
conoce en ese memorial la “Manifestación del silencio”. Yo digo:
“Oye, Gerardo Estrada (que era el jefe de Difusión Cultural), no
la riegues, eso no lo hagas, porque se supone que tú también eras
de la dirección del 68. ¿Cómo se te olvidó la ‘manifestación
silenciosa’?”.
Todo
esto nos está pasando; es decir, hay gente que ha creado una
industria del 68. No me refiero, por supuesto, de ninguna manera, a
Álvarez Garín, a Félix Lucio Hernández Gamundi, a David Vega,
gente extraordinaria que durante 30 o 40 años ha peleado con los
jueces, con el sistema judicial. Esa gente merece nuestro más alto
reconocimiento.
Pero
hay la bola de bandidos que yo vi en 68 (yo fui del CNH), y que luego
se hicieron diputados, concejales, asambleístas, delegados. ¿Qué
es esto, Dios mío? ¿Qué pasó? Es decir, hay un uso mercantil del
68, y no podemos ni debemos negarlo.
AR:
Usted trabajó en la procuración de justicia…
EV: No olvidemos que en 1994 yo renuncié a la
Procuraduría General de la República (PGR), diciendo que el
narcotráfico en este país era un Estado dentro del Estado. A la
gente se le olvida, y dice: “Oye, es que eras policía federal”.
Sí, sí era policía federal, pero no robé, no violé, no maté a
nadie; simplemente usé el Derecho para destruir a uno de los
principales cárteles del narcotráfico que en esos momentos existía
en México, y sigo vivo aquí, en este instante, porque no robé, no
violé ni maté.
AR:
Me interesan las transformaciones que ha generado en la vida del país
el proceso democratizador. ¿Qué cambios nota usted en la
procuración de justicia de 1968 hasta 2008?
EV:
Puros negativos. Es decir, prácticamente vivimos de nueva cuenta en
un estado de excepción. ¿Qué hace el Ejército en las calles? Que
alguien me explique. ¿Qué hace el Estado ante unos violentos
anarquistas criminales, la canalla? ¿No puede meter grupos
especiales de la PGR, grupos especiales de justicia de los estados, y
empezar no a asesinar, sino a fincar responsabilidades, a romper
redes y estructuras? ¿Por qué no lo hace? A cambio de esto, lo que
tenemos es cierta criminalización de la sociedad civil y, por
supuesto, la vigencia del estado de excepción de facto.
Yo
estoy totalmente en contra de eso, empezando por la presencia del
Ejército en las calles y por los retenes. ¿Quiénes son estos para
poner retenes en las calles, en las carreteras? Váyanse al demonio,
eso es anticonstitucional. Tenemos que reclamar esto.
Veo
las cosas muy negativas en relación con el tema. Antes siquiera
sabíamos quiénes eran los asesinos, ahora ni siquiera eso podemos
saber.
AR:
Me recuerda aquella frase de Giovanni Falcone cuando decía que
cuando se va contra el crimen organizado parece que se va contra el
propio Estado.
EV: Por supuesto.
AR: ¿Qué posibilidades reales existen hoy de que se
haga justicia en lo referente al movimiento del 68?
EV:
Yo tengo tres líneas que están abiertas. Si creen que con la muerte
de Luis Echeverría meten el asunto al archivo y lo dejan en paz,
están rotundamente equivocados. Cuando Echeverría se muera y ya no
haya cabezas notables y notorias, vamos a hacer algunas pequeñas
jugadas jurídicas que van a ir a la reconstrucción del proceso
judicial. Subrayo esto porque vamos a ir hacia allá.
Pero
las posibilidades de justicia prácticamente no existen porque, desde
mi punto de vista, algunas fallas de carácter jurídico y de
investigación práctica permitieron que esto se desviara hacia el
asunto de Echeverría. Hay que reconstruir, pero no lo podemos hacer
mientras no culmine este asunto, con todo lo grotesco, y hay que
terminarlo ya. Pero luego de eso, entonces vamos a tener que iniciar
un proceso de reconstrucción judicial, y tenemos los elementos
suficientes para empezarlo.
AR:
Se comenta que los hechos de octubre de 1968 y del 10 de junio de
1971 tuvieron que ver con las disputas entre el grupo gobernante.
¿Cuáles son sus hipótesis de cómo fueron éstas?
EV:
Sí tengo, pero no quisiera mencionarlas ahora, y no creas que por
economía de palabras, sino simplemente porque mis ideas son tan
hipotéticas que no vale la pena desarrollarlas sin tener los pelos
de la burra en la mano. Eso es una parte de este proceso que muy
pocos estudiamos, lamentablemente.
AR:
Derivados del 68 y del 71 usted menciona algunos fenómenos que se
dieron después, como el de Los Enfermos
de la Universidad Autónoma de Sinaloa o la Liga Comunista 23 de
Septiembre. ¿En estos casos hubo justicia? Porque también
incurrieron en faltas a la ley, también mataron y, en ese sentido,
delinquieron.
EV:
Por supuesto que eran unos delincuentes, especialmente en el último
periodo, cuando la Dirección Federal de Seguridad infiltró a la
Liga Comunista 23 de Septiembre y generó provocaciones inmensas,
sobre la base de crear el repudio, precisamente, a los comunistas.
No
hubo justicia, y tampoco en estos casos. La justicia en este país es
el sueño de los liberales consecuentes; el Estado de Derecho es la
utopía más hermosa de los revolucionarios reales en este país.
El
país, la nación tiene una deuda enorme en términos de
administración y procuración de justicia. El agente del Ministerio
Público que se vende, el juez que hace trampa, el secretario que
vende la información, etcétera, todo eso es una farsa, es una
situación que en algún momento habrá que cambiar de manera
sustantiva y real. Pero eso va a depender mucho de la clase política.
La clase política que vemos en estos días es, francamente, de
caricatura terrorista.
Allí
tenemos un problema de elaboración política en relación con el
Estado de Derecho y con el proceso de la justicia. Yo creo que esta
generación, la que estamos viendo actuar, no resuelve el problema.
AR:
¿Qué pasó con los jóvenes de 1968? ¿Cuáles son las grandes
líneas políticas de acción que siguieron?
EV:
La continuidad fue el Partido Mexicano Socialista (PMS); allí de
nuevo nos volvimos a encontrar el 90 por ciento de los del 68. Luego,
esto se acabó programática, política e intelectualmente porque el
PMS le entregó el registro al Partido de la Revolución Democrática
(PRD); el único dirigente que dijo “esto es una barbaridad”, fui
yo, porque Gilberto Rincón Gallardo y Arnoldo Martínez Verdugo,
Jorge Alcocer, Pablo Gómez, y todos ellos, incluyendo a Heberto
Castillo, dijeron: “Esto es una maravilla: pronto tendremos el
poder, por lo tanto necesitamos este partido”. Allí se acabó. Si
de por sí estaba flojo el proyecto, en el momento en que se
construyó el PRD se acabó.
AR: ¿Cuáles son, a su parecer, los libros
fundamentales para conocer, y entender el movimiento estudiantil de
1968?
EV:
Uno de Raúl Álvarez Garín, que es La
estela de Tlatelolco; el de Gilberto
Guevara Niebla, La libertad nunca se
olvida. Memoria del 68; el del Archivo
Gráfico de El Universal
y Conaculta, 1968: un archivo inédito,
que es extraordinario, sobre el que hay que reflexionar, es
importantísimo; Tiempo de hablar,
de José Revueltas, Raúl Álvarez Garín y Eduardo Valle; ya en otro
sentido, que mucho recupera también el volumen anterior, es un libro
enorme, Los procesos de México 68;
luego, el que recoge la voz de los asesinos, de los militares, de los
policías, de los gobernantes, que es El
año de la rebelión por la democracia,
que no es mi libro ni mi testimonio, sino una síntesis de los
documentos oficiales, en donde aquellos, requeridos a decir verdad,
tienen que decir su versión.
AR:
Para terminar, ¿cómo es su relación con sus compañeros del 68,
cuando hoy hay tantas diferencias entre ustedes?
EV:
Muy mala, por supuesto. La idea, por ejemplo, de Luis González de
Alba, de que “no fue un genocidio porque a ninguno de mis cuates lo
mataron”, bueno, hay que mostrarle que aquí hay 85 actas del
Servicio México Forense y que no es lo que tú digas; aquí ha
documentación que especifica en qué momento, cuándo, dónde y
hasta, si es posible, el nombre de los muertos. Lo otro son los 42
muertos del 10 de junio; entonces, no hay que ser burdo: a mí qué
me importa el que a ti no te hayan matado no a ninguno de tus cuates:
mataron gente, trabajadores, pajareros, ¿qué te pasa, muchacho?
La
otra versión es que ser del 68 es estar con Andrés Manuel López
Obrador. Por favor, la gente consecuente del 68 (y en este sentido
estoy con González de Alba) es decir: este es un caciquillo de
tercera, quién sabe de dónde lo sacó el PRD; que se vayan al
demonio él y todas sus farsas. Eso genera tensiones entre la gente.
Ahora:
por fortuna, algunos de nosotros somos civilizados, y nos podemos
tomar unas cervezas de cuando en cuando, sin agarrarnos a golpes.
*Entrevista
publicada en Replicante,
mayo de 2012.
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