miércoles, abril 02, 2014

Las falacias y los riesgos del conspiracionismo. Entrevista con Julio Patán






Las falacias y los riesgos del conspiracionismo
Entrevista con Julio Patán*
Ariel Ruiz Mondragón

A lo largo de la historia los hombres han encontrado una forma muy sencilla de explicar los conflictos, las diferencias, las contradicciones y los fracasos de sus sociedades: la conspiración, un acuerdo secreto por el cual un pequeño grupo de personas ejercen, de manera oculta, el poder y el dominio reales, generalmente de forma dañina para un pueblo, una nación, una raza o una clase, generalmente presentadas como mayoritarias.  
Lo anterior presenta la ventaja de simplificar la realidad y permite ubicar a los perversos para mejor combatirlos, lo cual muchas veces se hace a través de la violencia.
Sobre lo anterior en 2005 Julio Patán (Distrito Federal, 1968) presentó un libro que, revisado y actualizado, en 2012 fue vuelto a publicar: Conspiraciones. Breve historia de la conquista del mundo por extraterrestres, judíos, masones, élites financieras... (México, Paidós), en el que hace una interesante síntesis y un ameno análisis de las principales teorías acerca de las confabulaciones con las que, supuestamente, se han dominado desde países hasta el mundo entero.
Etcétera conversó sobre ese libro con Patán, quien es periodista, escritor y conductor de radio y televisión. Autor de tres libros, actualmente colabora en Foro Tv, Canal 22 y Letras Libres.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir y publicar un libro como Conspiraciones en el 2005, y por qué reeditarlo ahora?
Julio Patán (JP): Me gustaría decirte que por el año 2000 tuve una intuición y dije: “Este país necesita empezar a discutir en el plano del debate político e histórico el tema de las conspiraciones. Nadie lo ha hecho, y es un ingrediente importantísimo”. Me encantaría decírtelo, pero sería una mentira.
Inicié de un modo muy caprichoso, y no me acuerdo por qué; empecé a bucear en internet en mis ratos libres, mientras chambeaba en revistas, en la redacción, por allí del 2000 o 2001, con interés en lo que llamo “teorías de la conspiración”. Me empezaron a intrigar los extraterrestres como actores de conspiraciones mundiales, y diría que fue por el influjo de los Expedientes X, que fue una gran serie de televisión y a la que doy sobrado crédito en el libro.
Entonces me empezaron a intrigar esas formas del pensamiento conspiracionista porque me di cuenta, casi sin querer, de que en el fondo lo que hacían los creadores de los Expedientes X (Chris Carter, específicamente) era reciclar muchas ideas que circulaban popularmente sobre conspiraciones extraterrestres, las que fueron transformadas en una brillante serie policiaca y de espionaje, en un thriller serial.
Me comenzó a intrigar eso y empecé a ver un inquietante esquema paranoico de pensamiento y, porque así funciona internet, empecé a atar cabos. Es inevitable pasar de esos circuitos demenciales de la ufología (como le llaman), por ejemplo, a ciertos circuitos igual de demenciales de la extrema derecha norteamericana.
Empecé a ahondar en el mundo de la derecha sectaria norteamericana y me di cuenta de que el mismo esquema de pensamiento al que respondía o que estructuraba el pensamiento ufológico se veía en la derecha dura norteamericana con otros actores. Es decir, en la ufología se cree que en el planeta hay extraterrestres escondidos que nos controlan y que están a punto de conquistarnos para siempre. Bueno, la extrema derecha piensa que son agentes de las Naciones Unidas, por ejemplo, que han complotado con el gobierno federal para acabar con la Constitución norteamericana y con el orden democrático, paradójicamente.
Empecé a saltar, y dije: “¿Y las otras extremas derechas?”. Bueno, pues la alemana y la austriaca en el periodo de entreguerras, por ejemplo, fueron muy proclives a otra teoría de la conspiración, que fue la judía, y la española a la masónica. Una cosa me fue llevando a la otra, y por eso digo que es un libro que se construye en red: las pistas me las dio internet, de donde proviene mucha de la materia prima, aunque acabé consultando muchísima bibliografía tradicional por necesidades de solidez. Hay mucho que no se encuentra en la red, eso también hay que recordarlo; consulté al académico duro, mucha bibliografía publicada en Estados Unidos que en México casi no hay, vi mucho cine y bastante televisión, mucha prensa, y acabé haciendo un libro del que, por un momento, dije: “Esto va a acabar siendo un pastiche extrañísimo”. Y no, creo que terminó teniendo un hilo conductor.
Y fíjate que tuvo buena fortuna: aterrizó muy felizmente en 2005, sí con los lectores, pero sobre todo en los medios. Tuve muchas entrevistas muy afortunadas (una de ellas, que siempre voy a agradecer, con Víctor Trujillo en la televisión, que creo que le dio un impulso muy importante al libro), y en adelante, porque no ha habido muchos trastornados que se dediquen a estudiar estas cosas como yo en México, pues cada vez que el tema aparece en escena me llaman mucho de los medios; pienso, por ejemplo, en Andrés Manuel López Obrador y en cuando empiezan a morir secretarios de Gobernación y surgen tesis complotistas. Me llaman mucho para consultarme sobre esas cosas: no sabes cómo lo aprecio, además.
Es un libro que siguió teniendo esa presencia por años, y la sigue teniendo, además; llegado 2012, pensamos que era un buen momento para reeditarlo, con añadidos y con algunas correcciones que también eran necesarias.
Pasaron muchas cosas: primero, México se clavó mucho en el pensamiento complotista, sobre todo por López Obrador, que es como un exponente clásico, pero también por el más circunscrito e importante interés que suscitó la figura de Gustavo Díaz Ordaz, que, yo creo, es el más atroz de los complotistas mexicanos. Eso me llevó a recordar que también había habido una tendencia conspiracionista en México por lo menos desde el siglo XIX, relacionada con los masones.
Quisimos poner el libro en escena ya, y nos pareció que era necesario porque, además, no olvidemos que los libros también deben ser negocio en la medida de lo posible, y se venía todo este delirio con el fin del mundo y con las profecías mayas. También había que darle otro ingrediente a esa inquietud, pensamos los editores y yo: escepticismo y un contexto histórico distinto. Es un libro muy relacionado con el pensamiento apocalíptico y con las sectas.
Es un libro que tiene mucho que ver con la inteligencia de mis editoras (porque me ha tocado que en sus dos ediciones sean editoras), quienes ayudaron muchísimo a que intuiciones, datos un poco dispersos, etcétera, tomaran cierta ruta. Así que a Ixchel Barrera y a Laura Lecuona mi gratitud.
Entonces, decidimos ponerlo en acción hacia finales del año pasado, como de hecho sucedió, con algunas adendas. Aviso (espero cumplir mi palabra) que voy a concentrarme en México en un libro posterior; me parece que el conspiracionismo mexicano ya justifica un libro porque aquí nada más hago unos apuntes.

AR: Habría que recuperar, por ejemplo, a Salvador Borrego...
JP: Qué personaje tan inquietante, ¿verdad? El gran teórico de la conspiración judía. Ahora que, además, ha resultado que funcionarios públicos mexicanos profesan el nazismo, pues a lo mejor es más importante que nunca, ¿no?

AR: En la primera parte, que es la epistemológica, das la definición de Karl Popper sobre la teoría de la conspiración: “Es la idea de que todo lo que sucede en la sociedad es resultado del plan directo de algunos individuos y grupos poderosos”. ¿Cuál es la facilidad y la comodidad que nos brindan las teorías de la conspiración? Creo que simplifica mucho las explicaciones.
JP: Lo entendiste muy bien. Lo he pensado mucho a través de los años, y digo: “¿Por qué perdura el pensamiento complotista (la ‘filosofía de la sospecha’, como también algunos le llaman)? ¿Por qué se recicla contantemente la interpretación policiaca de la historia con nuevos actores y en nuevos contextos históricos? ¿Por qué no muere?”. Yo creo que, como lo dice Popper, es una derivación no asumida del pensamiento religioso: cuando tú piensas que la historia de la humanidad se explica por la acción de un grupo de complotistas, que la realidad equivale al complot, en el fondo lo que estás pensando es que existe Dios, aunque no lo tengas totalmente asumido, y que el mundo, por lo tanto, obedece a un designio; es decir, tiene un orden, está controlado.
La teoría del complot, claro, no habla de un control bondadoso, como hablan todas las religiones; habla de su reverso, es decir, de un control perverso, malintencionado, insidioso, retorcido. Pero yo creo que, a final de cuentas, es tranquilizador pensar que hay un orden, aunque sea malvado, y ese es el éxito central de las teorías de la conspiración.
Pensar que el mundo responde a una trama, a un guion, creo que es más tranquilizador que pensar que el mundo es desordenado, que incluso los poderosos se equivocan todo el tiempo, que no están de acuerdo entre sí, que la economía da muchos bandazos y luego nadie sabe cómo pararla.

AR: Como dices, implica una división del mundo entre “buenos” y “malos”, lo que facilita el no ser autocrítico. ¿Te parece así?
JP: Totalmente. Cuando tú piensas que hay una conspiración global, lo que piensas es que hay una especie de facción maléfica en el mundo. La realidad funciona, en general, en tonos de gris; el mundo es complicado, y por eso las soluciones categóricas son siempre discutibles, ¿no? Pero cuando piensas que el mundo no es complicado, y que allí, en algún lugar, están “los malos” actuando, lo que piensas en el fondo es que estás en el lado del “bien total”, y que el mundo se explica por una lucha entre el bien y el mal, que es lo que se llama pensamiento milenarista, que adquiere muchísimas facetas según el momento histórico y el lugar en el que te muevas. El marxismo-leninismo, el nazismo, el islamismo radical y el cristianismo en sus facetas más extremas son formas de pensamiento milenarista.
Pero eso significa que no eres responsable de tus propios actos, en alguna medida. El pensamiento democrático se finca, a final de cuentas, no en lo colectivo sino en lo individual; la sustancia, el tuétano de la convivencia democrática es el individuo y las garantías individuales me parece a mí, que soy un liberal occidentalista en ese sentido.
El conspiracionismo lo que te dice es: “No, tú no eres responsable, sino otros, que están allá”. Es decir, el conspiracionismo desplaza las responsabilidades individuales hacia un mal abstracto que lo explica todo, y por lo tanto es tranquilizador. La libertad es también un peso; si nos ponemos pretenciosos, eso incluso decía Sartre, y eso es Camus también. La libertad pesa, es difícil de aceptar, y a veces se siente bonito sentirte libre de ella.

AR: ¿Definirías a la teoría de la conspiración como eminentemente reaccionaria? Lo propongo en tanto es antiliberal, antidemocrática, antiilustrada y antimoderna.
JP: Absolutamente. Creo que la teoría de la conspiración siempre es una reacción al cambio, a lo desconocido y a lo incierto. En esa medida es reaccionaria, es conservadora; lo que pasa es que eso no significa que sea de derechas sino que es conservadora, porque hay un conservadurismo de izquierda, otro de centro y otro de derecha, al igual que hay sus contrarios.
Digámoslo así: Hugo Chávez, digan lo que digan, un hombre afiliado a la izquierda desde muchos puntos de vista, fue un conservador; Andrés Manuel López Obrador es un conservador, de la misma manera que Francisco Franco en España era un ultraconservador de derechas.
Cuando surgen las ideas de la conspiración, basadas en el miedo a la masonería o a las sociedades secretas después de la Revolución Francesa, lo que hicieron personajes como el abad Barruel al denunciar la conspiración de las sectas y del pensamiento ilustrado fue reaccionar contra el cambio. Europa veía una “invasión” de pulsiones democratizantes y liberales en contra de las monarquías y de los matrimonios entre la Iglesia y el Estado, y para muchos sectores conservadores ese resquebrajamiento del antiguo régimen era inquietante; de la misma manera, los movimientos globalifóbicos o altermundistas a los que me refiero, o Noam Chomsky, Michael Moore y Oliver Stone son una reacción conservadora a un mundo en el que se reventaron las fronteras de la economía pero también de la política, en el que ya no estamos acotados, en el que lo autárquico es casi impensable. Pero es una reacción conservadora a un mundo nuevo a final de cuentas; puede venir de cualquier sector.

AR: Y los conspiracionistas también suelen referirse a los mitos del origen, como ocurre con el nazismo y con Franco, por poner dos ejemplos muy claros.
JP: Sí. El pensamiento milenarista habla de un fin del mundo, y por eso también las teorías de la conspiración son milenaristas: siempre hay un inminente triunfo del complot que equivale, creo, a una manera de fin del mundo; pero también siempre hay un pasado por el que se tiene nostalgia. Por eso el marxismo es un pensamiento milenarista, digan lo que digan: hay una nostalgia por la Edad de Oro. Yo creo que eso explica que la izquierda radical de los últimos años haya volteado hacia el indigenismo, no a la preocupación por el estatus o por la situación de vida de las comunidades indígenas, que es terrible y que es un asunto que hay que resolver prioritariamente. El indigenismo a mí me parece un pensamiento esencialmente reaccionario e incluso racista en muchos casos, y es inquietante que, sobre todo a partir del subcomandante Marcos y el EZLN, la izquierda haya volteado hacia allá; es una nostalgia del pasado, es decir, una forma del conservadurismo. Las viejas culturas prehispánicas a las que se refieren con tanta nostalgia, las comunidades zapatistas de principios del siglo XX, etcétera, no eran sociedades perfectas: eran machistas, violentas, había transas, y lo contrario, como todas las sociedades y en todos los momentos de la historia.
Pero hay una nostalgia por el pasado; me parece altamente sintomático que Oliver Stone tenga admiración por un personaje como Evo Morales, por ejemplo, al que entrevista abundantemente, y que es un hombre esencialmente reaccionario y con un matiz, allí sí, ya casi explícitamente racista.
La teoría de la conspiración es una forma de pensamiento conservador siempre.

AR: ¿Encuentras una relación entre la teoría de la conspiración con momentos de crisis y de fracaso desde lo personal y hasta lo nacional? Allí están los ejemplos de Hitler y la República de Weimar, y el de Franco y España.
JP: Las teorías de la conspiración están siempre allí, porque si citamos a Borges, a ellos les tocaron, como a todos los hombres, malos tiempos para vivir; es decir, vivimos en crisis. Pero ciertamente siempre hay teorías de la conspiración porque dan soluciones fáciles, esquemáticas y aparentemente perfectas a cualquier tipo de incertidumbre, de duda y de frustración, y da un enemigo al cual detestar, lo que es una maravilla (lo digo irónicamente).
Pero, desde luego, en los momentos de crisis profunda explotan las teorías de la conspiración; hablamos, por ejemplo, de la decadencia de la etapa final del zarismo en Rusia, que se corresponde con una emergencia de teorías de la conspiración justo antes de la revolución bolchevique (lo cual, a propósito, tiene que ver con que tantos judíos se hayan afiliado al bando revolucionario, con plena razón, además).
La República de Weimar, efectivamente, es la gran crisis de entreguerras en Alemania y, como coletazo, en Austria también; la caída de las Torres Gemelas, indiscutiblemente, o el permanente desgarramiento social y político que significa vivir en los regímenes islamistas y antes en los regímenes del nacionalismo árabe con su autoritarismo extremo, con su brutalidad policiaca, claro que sí son ejemplos.
Y luego son herramientas propagandísticas extraordinarias para los regímenes autoritarios. Las teorías de la conspiración casi siempre emergen en ambientes de eso que se llama “la periferia lunática”: sectarios, marginales, pero también se convierten en políticas de Estado: para Hitler era la conspiración judía, para Franco la masónica, y otra vez para los regímenes islamistas; pienso en Irán, específicamente, donde hay la idea de que hay un complot judío o judeocristiano, lo que para Ahmadineyad y para los ayatolás es central a la hora de imponer un sistema autoritario: se están defendiendo de una amenaza contra la fe.
Entonces las teorías de la conspiración sí tienen que ver muchísimos con las crisis, con la convulsión social y con la incertidumbre.

AR: En ese sentido creo que hay otro elemento que ayuda a explicar mucho las teorías de la conspiración: el nacionalismo.
JP: A mí me sorprende todavía cuando en México en los medios de comunicación, con una gran ingenuidad, se elogia a un político diciendo que es “muy nacionalista”. Bueno, ser nacionalista es una aberración, porque no significa defender o querer a tu país y a tus compatriotas, lo cual es un sentimiento y una determinación absolutamente legítima, por supuesto.
Ser nacionalista significa profesar una forma de la fe que se inspira en la certeza de que lo tuyo, tu identidad (que es algo borroso pero no para el nacionalismo) es superior y que está amenazada por el exterior. El nacionalismo siempre necesita un referente adverso en el exterior; el mexicano no fue particularmente beligerante: fue el nacionalismo revolucionario una forma de aparato ideológico (si se le puede llamar así) que tendió hacia el encerramiento, hacia la autosuficiencia, a cierta forma de la refracción hacia el exterior.
Pero el nacionalismo alemán, bajo Hitler, o el español bajo Franco, son casos paradigmáticos. Siempre necesitas un enemigo exterior, que siempre es el conspirador por excelencia. Es comodísimo, porque además ayuda a explicar todos los fracasos.
El caminito siempre es el mismo: cierra los mercados, blíndate ante el exterior, crea una especie de religión nacional para mayor gloria del pueblo pero más de ti mismo como gran dirigente; si fracasas es porque la economía es ajena a determinaciones ideológicas y tristemente fiel a las imposiciones de lo real, y entonces culpas al exterior. Eso fue el peronismo, Daniel Ortega en Nicaragua, Evo Morales en Bolivia, Hugo Chávez en Venezuela, Fidel Castro en Cuba, etcétera, y que son otras formas del nacionalismo.

AR: Después de la lectura de tu libro me queda la impresión que la única solución que ven los conspiracionistas al problema que se plantean es la violencia. Creo que eso va desde los Protocolos de los sabios de Sión, los pogromos, la “solución final”, Timothy McVeigh, los actos terroristas y varias guerras, por ejemplo. ¿Es así?
JP: La conclusión lógica e inevitable del conspiracionismo es la violencia, aunque no siempre concluye en ella. Volvamos a López Obrador: este lleva muchos años sosteniendo la teoría de la conspiración, pero no tiene una conclusión ni una retórica violenta, y eso hay que reconocerlo ampliamente. Pero con demasiada frecuencia esa ha sido la conclusión en el plano de lo real: el nazismo, el franquismo, etcétera, y eso responde a que está en la esencia del pensamiento conspiracionista que, insisto, es milenarista. ¿Cómo termina, siempre, una doctrina apocalíptica milenarista? Con una guerra entre el bien y el mal.
La conclusión es inevitable: a veces no aterriza, por fortuna, en lo real, pero la esencia del pensamiento conspiracionista es violenta, sin duda.

AR: Es muy peligrosa; veo que en algunos casos el asunto queda casi en lo puramente anecdótico, como lo que cuentas de Philip K. Dick, pero se llega a la violencia personal, grupal y hasta nacional. ¿Qué tan peligrosas son en realidad las teorías de la conspiración? Porque muchas veces solemos pasarlas como anécdotas...
JP: O cuando se convierte en causas sagradas para sectas especialmente radicales. Sí, a nosotros nos parece muy chistoso porque el conspiracionismo en México ahora es la retórica de López Obrador, que, insisto, no es violenta (y hay que ser muy enfáticos en esto), o los delirios que aparecen en la red cuando, desafortunadísimamente, mueren secretarios de Gobernación, como en el periodo de Felipe Calderón.
Pero para los mexicanos en el 68, cuando Gustavo Díaz Ordaz abanderaba la idea de una conspiración comunista mundial para desestabilizar a México, ya no era tan chistoso. Y cuando vuelan un edificio del FBI a manos de un radical de derecha, o cuando se arma una milicia en Idaho para enfrentar al gobierno federal porque Estados Unidos está a punto de ser dominado por las Naciones Unidas, por ejemplo, tampoco es tan chistoso.
Hay un peligro latente en todo el pensamiento conspiracionista; no desechemos la importancia del conspiracionismo en la carrera nuclear del régimen iraní, que está, básicamente, destinada a destruir al Estado de Israel, aunque lo nieguen, lo pospongan y aunque no sea inmediatamente tan viable.
Es peligrosísimo el pensamiento conspiracionista, por supuesto, y en momentos de crisis se potencia esa peligrosidad hasta niveles incalculables.
López Obrador no tiene una retórica violenta, pero esa retórica milenarista del bien y el mal, del todo o nada, de conmigo o contra mí, es una retórica potencialmente peligrosa. En un momento de exacerbación puede conducir a una situación de violencia callejera.
Yo sé que tanto tú como yo trabajamos en los medios “malignos y complotistas”, pero la retórica sobre los medios de comunicación de Obrador es conspiracionista, y para los reporteros, para nuestros compañeros que salen a la calle, para Carlos Marín y para Ricardo Alemán, no era tan chistoso; es decir, rebasó ya el límite de lo anecdótico: allí hubo violencia verbal, y física también.
Entonces, por supuesto que la amenaza está allí, incluso en las versiones más moderadas del conspiracionismo.

AR: Sobre los medios: hablas de un caso en el mundo árabe, el de Ahmed Rami, golpista y fundador de Radio Islam, quien en su página web, después de hacer una presentación a favor de la libertad de expresión, de una raza humana, presenta los Protocolos de los sabios de Sión y muchos otros textos de odio. Planteo un problema: ¿hasta dónde debe llegar la libertad de expresión? ¿Debe ser irrestricta a pesar de estos discursos de odio, que en buena medida son los de las teorías de la conspiración, o se deben establecer límites?
JP: Como se hace en muchas partes de Europa, por ejemplo. Fíjate que yo creo, y aquí hablo como un liberal más o menos extremo, que no debe haber esos límites; es decir, creo que el límite de la libertad de expresión es el Código Penal, es decir, la demanda de difamación. Pero no creo que deba haber temas, autores, problemáticas, etcétera, vedadas.
Voy a decir algo terrible, porque se siente feo decirlo: yo no prohibiría que se imprimiera Mi lucha en Europa. Es una aberración, es una monstruosidad, es repulsivo, pero no creo que se debiera prohibir; lo creo sinceramente. Yo pienso en una libertad de expresión básicamente irrestricta, y creo que las ideas se refutan con ideas, no con prohibiciones en ningún contexto. Esto implica al nazismo pero también al pensamiento políticamente correcto de las universidades norteamericanas, al feminismo ultra, etcétera.
Creo que el lenguaje no se debe limitar, y me parece que siempre la restricción a la expresión verbal ha conducido al autoritarismo.

AR: ¿Qué te parece la solución que le dieron los europeos al caso del negacionismo del Holocausto, en el que, más allá de la academia, hubo una repercusión legal? Fue el caso de David Irving.
JP: Ese caso es particularmente inquietante porque él tuvo un éxito brutal. El negacionismo histórico siempre tiene una clientela (por llamarla de alguna manera) pero no había rozado lo mainstream (si se me permite la expresión) como ocurrió con Irving. Yo no lo hubiera sometido a juicio; a final de cuentas se cayó en el nivel de las ideas, más allá de lo penal. No se sostuvo su universo de hipótesis, el negacionismo, y la gente no lo compra. Es una cosa que lee Jean-Marie Le Pen, los círculos neonazis y cinco lunáticos más que, en un mundo de siete mil millones de habitantes, puede significar un millón de lectores. No importa; otra vez, creo que era mejor dejar que se ventilaran esas ideas, que se expusiera Irving, que llevarlo a juicio por eso. Lo que dice es repulsivo y criminal, y negar el exterminio de siete millones de judíos es imperdonable. Su protonazismo era una indignidad y una caricatura grotesca, pero yo hubiera optado por otras soluciones.
Allí, la permisividad norteamericana que tanto se critica me parece más sana; en Estados Unidos circula con más naturalidad todo ese material, y me parece que a final de cuentas ventila más las cosas, creo yo.
David Irving es un monigote, un personaje ridículo; lo que pasa es que llevar a un juicio a alguien por una evaluación histórica por algo que implica ideas sobre lo colectivo es un poco complicado. Se lleva a alguien a juicio por ideas sobre lo privado, una calumnia. Pero por teorías abstractas a mí me parece que no se debería hacer; pero, otra vez, yo soy muy liberal para estas cosas.

AR: Has hablado de un conspiracionismo de izquierda, como el de Chomsky y Michael Moore. ¿Tiene algún rasgo que lo distinga del conspiracionismo de derecha?
JP: Yo creo que es una especie de conspiracionismo de derecha vergonzante, o viceversa, si lo quieres ver así; es decir, creo que hay un matrimonio de ideas prácticamente absoluto. Chomsky tiene matices de antisemitismo, y voy a decir algo que me va a costar que me crucifiquen: Edward Said, que es un escritor muy interesante (a mí me parece que más que Chomsky), también tiene rasgos de antisemitismo, igual que Michael Moore. Lo que pasa es que tienen una especie de blindaje ideológico progresista que hace a su antisemitismo más discreto.
La fobia sistemática del conspiracionismo de izquierdas es el complejo militar-industrial, el sistema financiero (el Club de Bilderberg, es decir, los dueños del capital). Esto le da una pátina de progresismo que lo vuelve más difícil de desactivar, más legítimo, cuando menos para ciertos sectores de la opinión pública.
Lo dije muchas veces: me intrigaba profundamente que López Obrador se permitiera hablar de una “revolución moral” si ganaba la Presidencia, y a nadie de los medios afines o más o menos afines a su movimiento le escandalizara un comentario teocrático como ese; eso es una cosa que le escuchas decir a un alto dignatario de la Legión o del Opus Dei, pero a nadie le brincó. Bueno, es que yo creo que en efecto hay una especie de barniz progresista que resulta muy conveniente como disfraz. Pero el tuétano del discurso es básicamente el mismo, y en ocasiones se tocan ya abiertamente.
Hay citas de los antes llamados globalifóbicos altermundistas y de los zapatistas que podrías poner en boca de la extrema derecha norteamericana, de verdad; se parecen muchísimo.
Qué te parece que sectores de la izquierda dura en México salieron disfrazados de Bin Laden cuando se cayeron las Torres Gemelas, y allí se unieron la camiseta del Che y la barba de Bin Laden. ¿Lo quieren más claro? Hay un matrimonio perverso entre los radicalismos de izquierda y de derecha.

AR: Termino: me parece que finalmente la versión que tienes de las teorías de la conspiración son francamente negativas. ¿Cómo combatirlas?
JP: El escéptico que soy te va a decir que es imposible porque tienen que ver con la fe; no tienen que ver ni con los hechos, ni con las posiciones ideológicas ni con el contexto políticos, histórico o geográfico. Llenan vacíos relacionados con la fe, en todo caso, y en esa medida son irrefutables.
Ahora bien, la circulación de ideas, el debate público, volver a estos temas sistemáticamente, desglosarlos, analizarlos, desmenuzarlos, ponerlos en la palestra, etcétera, como lo han empezado a hacer los medios en México en los últimos años, ayuda. Las posiciones más recalcitrantes del obradorismo, por ejemplo, han terminado por despertar el escepticismo de muchas personas que incluso siguen votando por él, pero lo hacen con un principio de fe mucho menos radical. Como este ejemplo podríamos citar otros cuantos.
Creo que eso sanea el ambiente, pero van a perdurar, y allí las van a tener tú, tus hijos y tus nietos. No van a morir.


*Entrevista publicada en Etcétera, núm. 156, noviembre de 2013.

1 comentario:

Román dijo...

¡Muy adecuado el nombre de ese autor, tan conocido, por otra parte!

En este mundo traidor
Nada es verdad o mentira...

Hay muchas más cosas en el cielo y en la tierra ...

Román Abades