El libro, un anhelo
humano de supervivencia
Entrevista con
Fernando Báez*
Ariel Ruiz Mondragón
El libro ha sido uno de los grandes
inventos de la humanidad: se trata de “una tecnología de la memoria cuyo
contenido cultural puede ser leído, oído o palpado debido a su presentación
impresa o electrónica en forma compaginada”, nos dice el investigador
venezolano Fernando Báez en su obra Los
primeros libros de la humanidad. El mundo antes de la imprenta y el libro
electrónico (México, Océano,
2015).
Con anterioridad el autor había
publicado Historia universal de la destrucción de libros; en contraste, ahora relata cómo diversas
culturas, desde los sumerios hasta la Edad Media, fueron plasmando su memoria
en forma de libros, en soportes que van desde la piedra hasta el papel.
Sobre ese
voluminoso y ambicioso volumen Etcétera conversó de manera electrónica
con Báez, quien ha sido asesor de la Unesco y ha ganado diversos premios, como
el Internacional
de Ensayo Vintila Horia por Historia
universal de la destrucción de libros —obra traducida a 17 idiomas—, el
Nacional del Ministerio de Cultura 2006 y el Nacional a mejor libro extranjero
de Brasil. Es considerado una autoridad en el ámbito del patrimonio histórico, las
bibliotecas y la censura.
Ariel Ruiz (AR): Me parece que después de su Nueva historia universal
de la destrucción de libros ahora emprende un relato similar, pero sobre la
construcción de los libros. ¿Por qué escribir hoy un libro como el suyo?
Lo digo también porque lo hace en pleno auge de las nuevas tecnologías de la
información y de la comunicación, en tiempos en que “toda memoria es una
herejía”, como usted dice.
Fernando Báez (FB): Es un momento crucial en la historia
del libro en esta fase de metamorfosis electrónica. Concluí una pentalogía (Historia de la antigua biblioteca de
Alejandría, Historia universal de la
destrucción de libros, La destrucción
cultural de Iraq, El saqueo cultural
de América Latina, Las maravillas
perdidas del mundo), y era inevitable recuperar el camino de regreso al
origen del tema del libro, porque es una herramienta de la memoria que ha
cambiado mientras nos cambia.
Libro y memoria son dos aspectos de una
investigación en la que se enlazan núcleos de la indagación que me anima: la
pasión por entender cómo la identidad y el olvido nos determinan como especie.
Entre millones de especies en la Tierra, somos la única que elabora libros para
transmitir y repensar el legado ficcional o histórico. Otras especies
simplemente transmiten su aprendizaje con su ADN. Cierto, hoy los biólogos
estiman que existen actualmente 1.5 millones de especies descubiertas y que
esto representa apenas el uno por ciento que logró salvarse de la extinción
total desde los comienzos de la vida en el planeta hace 4 mil 400 millones de
años aproximadamente. Entonces es imposible que no se vea el libro como un
monumento que representa nuestro anhelo de supervivencia.
AR: Su libro abarca cinco mil años, para cuya elaboración utilizó una
vasta bibliografía e incluso realizó diversos viajes. ¿Cuáles fueron los
principales problemas que tuvo para hacer esta amplia historia?
FB: El acceso a archivos en algunos países subsaharianos
es complejo, y en otros, como Eritrea, es imposible. Del resto, me encanta
viajar y creo que cualquier obstáculo es aprendizaje cuando se tiene la
disposición correcta. Desde que comencé el camino literario supe que era una
vía a contramano, donde los mejores aliados son la soledad, el rigor y un ánimo
fuerte para confrontar.
AR: Usted concibe al libro como “una tecnología de la memoria cuyo
contenido cultural puede ser leído, oído o palpado debido a su presentación
impresa o electrónica en forma compaginada”. ¿Cómo forjó esta definición?
FB: Tengo que decir que mi punto de partida viene de
un extraño libro, nunca traducido al castellano, titulado The Beginnings of Libraries, de Ernst Richardson, quien formuló una
idea del libro como una tecnología y no como un objeto definido exclusivamente
por el formato. Richardson fue quien me hizo conocer el fragmento de Beroso
sobre esa idea de que la primera ciudad del mundo se llamó Pantabiblion porque
tenía todos los libros, según los mitos sobre el diluvio en Medio Oriente. Hoy
es un autor injustamente olvidado, pero me sucedió igual con Fernand Drujon y
Cornelius Walford, pioneros en el estudio de la destrucción de libros. El
libro, en esencia, no está muriendo con el libro electrónico, está mutando, y
esto es fantástico. El problema es el control tecnológico que subyace bajo la
discusión de la edición en la actualidad, el control corporativo, que crea
latifundios que no se preocupan por la lectura en sí sino por el consumo y la
hegemonía cultural.
AR: ¿Cómo se han vinculado las formas de fabricación y de concepción de
los libros con la dominación que han ejercido diversos pueblos en la historia?
FB: Quien domina la tecnología se impone: esa es la
lección histórica que nos dejan milenios de uso de materiales como la arcilla,
el papiro, el pergamino, la madera, el papel y hoy el uso de fibra óptica y
componentes electrónicos. Grecia, para imponerse como civilización, tuvo que
comprar miles de papiros a los egipcios hasta que finalmente Alejandro Magno
los conquistó y sus sucesores siguieron esa ruta del papiro hasta que se les
ocurrió crear la más grande biblioteca griega del momento en Alejandría. La
segunda mejor biblioteca griega no estuvo en la península griega sino en el
Asia Menor, en Pérgamo.
AR: ¿Cuáles fueron las formas de relacionar el libro con los dioses en
este amplio periodo?
FB: El libro, al igual que la palabra, fueron
considerados sagrados y tienen en común factores religiosos identitarios: el
libro es sagrado para musulmanes, cristianos e hindúes. En China, los libros
iniciales estuvieron ligados a la adivinación y el poder. Para los egipcios las
bibliotecas eran “farmacias del alma” porque los papiros contenían
revelaciones, datos médicos y astronómicos. Personalmente me impresionó
conseguir historias como la de la Geniza de El Cairo, un lugar donde conservan
todos los restos de sus textos sagrados porque sería infame o blasfemo arrojar
a la basura cualquier página o un ejemplar dañado. En un lugar fascinante
llamado Jabal-E-Noor-Ul-Koran guardan todos los restos de cualquier ejemplar
dañado de El Corán y hasta han elaborado una edición con partes de otras más
antiguas. Algo como leer La Divina
Comedia en una edición hecha con otras ediciones de distintos momentos de
la historia de Italia. Se trata de una devoción emocionante.
AR: En el principio los libros documentaron datos económicos,
administrativos, hechos cotidianos. ¿Cómo sirvieron como factores identitarios
y cómo se pasó a la ficción?
FB: Tenemos que pensar en los datos que tenemos: el
libro fue inventado de forma autónoma por al menos cuatro civilizaciones en tres
continentes: en África, con los egipcios; en Asia fue obra de los chinos, y en
América el libro fue creado por aztecas y mayas. Esa invención fue producto de
necesidades comunes de organización dentro del esquema de instituciones muy
complejas que requerían vinculación teológica-mitológica. No hay identidad sin
memoria y quien maneja la memoria maneja la identidad.
La ficción hay que estudiarla, al igual
que la literatura religiosa, en el sentido de las respuestas que ofrece a
factores ligados a la evolución, la adaptación, el poder, como lo ha hecho
Steven Pinker.
AR: ¿Qué transformación social trajo el oficio de los libros? ¿A qué
clase o estamento social han pertenecido los constructores del libro, desde los
escribas sumerios hasta los copistas de la Edad Media?
FB: Fue un cambio profundo, una revolución. Leer o no
leer: ese es el dilema que nos marca en la ampliación de nuestras posibilidades
como ciudadanos. Los escribas sumerios eran castas vinculadas con el poder y lo
mismo sucedió con los copistas, pero es obvio que el poder de la edición otorgó
condiciones de legitimación social increíbles dentro de los grupos urbanos que
condicionaron la Edad Media, y por eso le dedicó un espacio minucioso a esa
etapa dentro de mi obra.
Gracias a los escribas pudieron salvarse
los pensamientos griego, árabe, romano y de otras culturas fascinantes. Fue
como la consagración de un orden académico que permitió la expansión de las
universidades a partir de las pecias, por lo que no hay que olvidar a las
universidades porque los alumnos (etimológicamente “sin luz”) buscaban quienes
les explicasen los textos principales, y esa labor exigía copias muy
fidedignas.
AR: Hay una idea antigua que ha reaparecido en la era digital: la
posibilidad de reescribir un texto. Al respecto da el ejemplo del Libro de
los muertos, que era considerado un texto en plena evolución. ¿Por qué se
perdió esa tradición con la fijación del texto en un libro?
FB: Eso tiene mucha influencia de la canonización de
un copia fiel, hecho que sucedió con los hebreos, los cristianos, los hindúes,
los musulmanes con la tradición de Mahoma —que inicialmente se repartían en
hojas de palmera—, mientras que entre los griegos fue una decisión oficial
ofrecer una copia de Homero en la era de Pisístrato porque era una obra que
respondía a un ideal formativo.
La tradición de un texto reescrito de
forma interminable, sin embargo, se ha retomado hoy en internet: vemos que lo
que llamábamos Enciclopedia Británica es una combinación de videos, sonidos,
textos, hiperenlaces, comentarios del autor y de los lectores, notas añadidas,
o la Wikipedia, que es un proyecto fantástico. Hoy en día el canon ha cambiado
y las corporaciones son las que legitiman o no un texto, lo cual es un fenómeno
preocupante.
AR: De los materiales que han sido soporte de la escritura, ¿cuáles son
los que mejor se conservan?
FB: De acuerdo con las condiciones
ambientales. En Oxyrrinco se encontraron miles de papiros usados como
materiales de momificación que resultaron contener obras de grandes clásicos.
Richard Janko, un admirado erudito, estudió los textos de Filodemo de Gadara
conservados irónicamente quemados: su capa superior se fundió y el texto se lee
con rayos X como si fuera de fondo negro con letras en blanco.
Con las tablillas de Ebla ocurrió algo
curioso: un incendio preservó las tablillas porque la arcilla se endurece con
el calor.
Hoy las bibliotecas del mundo entero,
sin presupuesto, padecen que miles de libros en papel de los siglos XVII al XIX
lentamente se están destruyendo.
Sin duda, una tablilla de arcilla que
tiene cinco milenios podría tener mayor duración que un iPad, parte de una
generación de dispositivos cuya obsolescencia programada implica el control de
las vías de distribución de los libros.
AR: ¿Cómo se desarrolló la lectura? ¿Quiénes aprendían a leer? Por
ejemplo, entre los egipcios muy pocos podían leer los papiros, y así ocurrió en
muchas otras época.
FB: Recomiendo releer esa maravilla que es
la Historia de la lectura, de Alberto
Manguel, un gran maestro. Yo me he dedicado en Los primeros libros de la humanidad a entender más bien cómo se
producían los libros, por qué fueron inventados, cuáles son los mitos
fundacionales, y ciertamente el acceso a los libros ha cambiado. Las primeras
bibliotecas no eran centros abiertos al público sino más bien templos. Incluso
la biblioteca de Alejandría, que constaba de dos partes, se basaba en el museo
a una deidad considerada pagana por los cristianos que lo destruyeron.
AR: En la parte dedicada a los griegos, usted anota: “Todos los libros
hasta el siglo XXI han ocupado mucho espacio”. ¿Esto ha sido un obstáculo para
la difusión del libro?
FB: Hoy es posible almacenar todo lo que se ha escrito
en la historia humana en 50 petabytes, una cifra que dice mucho en la era del
zetabyte que vivimos, en un planeta donde aumenta la digitalización. Ahora bien:
¿qué sucedería en una ciberguerra que corte los cables submarinos y anule los
sistemas de infraestructura eléctrica a nivel global? No hay capacidad ni
reservas energéticas eléctricas suficientes para la superpoblación que hay en
2015 y la que tendremos en 2050. Un ataque terrorista con software parecido al de Stuxnet que se aplicó contra Irán podría
aniquilar bibliotecas digitales enteras.
La gente confía porque tiene respaldos,
pero ignora que esos respaldos contienen códigos que pueden ser alterados de
forma permanente. El tema del espacio con los libros impresos es real: yo tuve
que regalar la mitad de mi biblioteca a la Biblioteca Nacional de Egipto y
regalaré el resto a la Biblioteca Nacional de Bagdad porque no tenía espacio
para tantos volúmenes.
AR: ¿Cómo se relacionaron los libros con el desarrollo de la academia?
Dice usted que incluso antes de las universidades en la Edad Media hubo centros
avanzados de estudios budistas “cuyo soporte de formación eran los libros”.
FB: Pensemos que en Tombuctú funcionó la primera
universidad del mundo, la de Sankore o Sankore Masjid, con 25 mil estudiantes.
Pero no es un asunto que uno vea mucho en la bibliografía occidental. Tampoco
será común que la gente conozca muy bien que en India existieron centros
universitarios en Taxila, Nalanda, Ballabhi, Vikramshila, Odantpuri y Jagdalla,
donde el budismo era la plataforma epistemológica para iniciar a los jóvenes.
Baste decir que en Nalanda hubo mil profesores y 10 mil alumnos que compartían
lecturas de los budismos mahayana y theravada. Es mágico eso.
AR: En algunos episodios de esta historia aparecen las mujeres; por
ejemplo, destaca un texto del Japón del siglo X. ¿Cómo usaron las mujeres el
libro en esta historia?
FB: Japón tiene un papel mítico en la historia del
libro, y revolucionó la vida de las mujeres que eran víctimas —como en cierta
forma sigue siendo ahora—del machismo cultural. Hubo una rebelión literaria
estupenda y el manuscrito de la era Heian conocido como El diario de una vida efímera nos pone frente a la primera novela
autobiográfica japonesa con las confesiones de una dama de la corte en el siglo
X. Se trataba de libertad y dignidad, una sensibilidad que rompía con los
tabúes de su tiempo.
AR: Usted recuerda que en 1492 Jean Trithemius escribió “la apología más
polémica, absurda e interesante en toda la historia del libro”. Argumentaba a
favor del antiguo manuscrito y denunciaba el libro impreso, que “como papel que
es, desaparecerá rápidamente”. ¿Qué nos puede decir aquella disputa de la que
en la actualidad se vive entre los formatos impreso y electrónico del libro?
FB: El abad Trithemius, defensor del manuscrito y
enemigo del libro impreso, curiosamente fue el padre de la criptografía que hoy
protege los datos en internet. A mí me apasiona casi con fanatismo la
criptografia. Y, sin duda, estamos en un punto donde el libro impreso no
desaparece, pero se fortalece el libro electrónico y la búsqueda de
dispositivos más económicos que reduzcan la brecha tecnológica que existe.
*Entrevista publicada en Etcétera,
núm. 182, enero de 2016.
1 comentario:
en latín alumnus era un antiguo participio pasivo del verbo alere, que significaba ‘alimentar’, no "sin luz".
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