domingo, marzo 18, 2018

La edición en la era del cambio tecnológico. Entrevista con Fernando Esteves



La edición en la era del cambio tecnológico

Entrevista con Fernando Esteves*

Ariel Ruiz Mondragón

Las múltiples e incontenibles transformaciones que han traído consigo las tecnologías de la información y la comunicación no podían dejar de tener impacto sobre la industria editorial. Esto ha dado lugar a distintas y encontradas opiniones sobre la edición y la lectura, entre las que destacan las apocalípticas respecto al futuro del libro.

Para dar cuenta de esas modificaciones y contribuir a una actualización de ese oficio en el ámbito iberoamericano, se ha publicado La edición de libros en tiempos de cambio (México, Paidós, 2017), libro compilado por Fernando Esteves y Patricia Piccolini, que reúne textos de 15 especialistas acerca de diversos aspectos de la profesión.

Sobre los retos, posibilidades y limitaciones de la edición, el libro y la lectura en esta época conversamos con Esteves, quien es licenciado en Ciencias Políticas por la Uni­versidad de la República, en Uruguay, y maestro en Administración por la Universidad de Buenos Aires. Durante casi un cuarto de siglo ha trabajado en diversas editoriales: fue director internacional general de Santillana Ediciones Generales y ahora encabeza Ediciones SM.

 

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué reunir estos textos que son una muestra de escenas y funciones actuales del trabajo editorial?

Fernando Esteves (FE): Este libro tiene un antecedente: en 2002 un grupo de editores, que además dábamos clases en universidades, nos encontramos con que no había suficiente bibliografía, sobre todo en español, vinculada con la actividad editorial y adaptada a la realidad de Iberoamérica, que no es la misma que la del mundo anglosajón. Así surgió un libro hace 15 años, El mundo de la edición de libros (Paidós), que ahora ya tiene un déficit importante, sobre todo a la luz de lo que ha ocurrido en los últimos 15 años: la irrupción de lo digital, la tecnología, internet, las redes sociales. Todo esto ha cambiado mucho el oficio editorial en múltiples aspectos.

Aquel libro había envejecido muy mal porque no da cuenta de muchos de los cambios que están ocurriendo. Entre el estímulo del editor y de los autores que participamos en aquel proyecto decidimos actualizar el libro y encargarles a expertos de varios países de Iberoamérica un capítulo sobre el tema de su especialidad editorial en el mundo de hoy.

Esa es la motivación principal, sobre todo porque en muchos países de Iberoamérica hay muchas carreras, cursos, posgrados y diplomados de edición.

Para quienes tuvimos que formarnos con base en errores y aprender en la práctica, nos pareció que la posibilidad de ofrecerle a los colegas y a quienes quieren serlo alguna herramienta sobre la problemática editorial era también una forma de devolver al mundo del libro lo que este nos ha dado.

 

AR: En esos 15 años que han pasado desde la publicación de El mundo de la edición de libros, ¿cuáles son los principales cambios que ha habido desde entonces en el ámbito editorial?

FE: Unos cuantos que hoy nos parecen muy normales pero que hasta hace muy poco tiempo no lo eran. Por ejemplo, antes no teníamos la posibilidad de tener una versión digital y simultánea del libro que hacíamos en papel; hoy eso se hace. El ciclo de vida del libro se prolonga: antes una librería o los almacenes de una editorial no podían tener tantos libros nuevos todo el tiempo y había que sacarlos, descatalogarlos, picarlos o donarlos porque el libro no se vendía. Hoy en día el libro en papel puede desaparecer circunstancial o definitivamente en un punto de venta, pero puedes disponer de él en un formato digital.

Antes no teníamos mecanismos para difundir un libro más que, por ejemplo, suplementos literarios, la sección de cultura de un periódico y, eventualmente, en la radio y los rarísimos programas culturales que había en televisión. Hoy hay una serie de mecanismos para difusión de un libro en redes sociales, entre una cantidad de colectivos y de comunidades de lectores a los cuales rápidamente se les puede dar a conocer un libro con un costo relativamente bajo.

Eso para no hablar de toda la tecnología que ha permitido facilitar el desarrollo editorial de diseño, por ejemplo. Pero incluso digo más: los mecanismos de captación de talento, de autores, han ido cambiando: antes los libros llegaban a los editores por recomendación, y éstos salían a buscarlos entre quienes habían publicado, o en el mundo académico universitario. Hoy muchos de los autores que se publican no han comenzado a darse a conocer en estos medios tradicionales.

Hoy también se permite la autoedición: la tecnología permite a un autor ya no depender de la intermediación de un editor que toma el riesgo de publicarlo, sino que puede escribir un libro, se mete en una plataforma y lo da a conocer entre las personas que acceden a ella, y si ese libro funciona luego se pasa al papel.

En resumidas cuentas, desde aquel libro que se publicó hace 15 años y este han pasado muchas cosas que han permitido que el mundo se acercara, que ya no esté obligado como antes a hacer un envío físico de libros en barcos, que no esté pendiente de un montón de fenómenos vinculados con la importación de los libros, como los aranceles o pago de IVA, sino que hoy puedes hacer un envío de un archivo en forma virtual, encargarlo en otro país, hacer una edición digital, imprimir el número de ejemplares que se crea conveniente y sin hacer una tirada enorme que se quede en el almacén sin vender.

Lo que está ocurriendo es que el número de potenciales autores y lectores se amplía, y el de prescriptores y de recomendadores también es mucho más grande.

A partir de todo ese maremágnum de información y de contenidos lo que hay que buscar —y esto me parece que tiene que ver con la importancia de la casa editorial y del periodista que publica un texto— es credibilidad, que las buenas firmas avalen ese contenido que está circulando muchas veces en forma muy anárquica, muy caótica.

 

AR: El libro abarca un gran número de vertientes: va desde la historia del oficio de editor hasta la mercadotecnia, desde la venta de gadgets en puestos de periódico hasta el trabajo de las editoriales universitarias. ¿Cuál es el hilo conductor de esos materiales?

FE: Lo es que si el editor quiere agregar valor en el mundo de internet y de los medios digitales, si desea seguir teniendo vigencia como un intermediario válido entre el autor que crea y el lector que consume, tiene que dominar todas las competencias del oficio. Ningún autor confiaría su obra a un editor que no le garantice rigor en cada uno de los aspectos de la cadena de valor del libro, ya sea que él directamente lo resuelva o que se lo encargue a terceros.

El libro está dividido en sendos capítulos que abordan cada una de las cuestiones que un editor debe tener en cuenta, y que un autor, cuando confía su libro en él, asume que se lo va a resolver bien. Es decir, el autor tiene que hacer el mejor libro posible y todo lo demás —imprimirlo, diseñarlo, corregirlo, promocionarlo, publicitarlo— se lo tiene que encargar a un señor en quien el autor confía y al que le cede una parte de lo que le corresponde por la venta de ese material.

Ese es el leitmotiv del libro, que vincula cada uno de estos capítulos que tratan de cuestiones muy distintas entre sí y que todas ellas tienen que ser tenidas en cuenta porque responden a distintas realidades de un mercado muy heterogéneo.

Uno habla del libro como si fuera una entidad homogénea y monolítica, cuando en realidad hay infinidad de géneros y tipologías de libros, de autores y de formatos: están, por ejemplo, el libro literario, el de texto, el ensayo, el infantil, etcétera. Para todos ellos tiene que haber un profesional del libro que haga bien todo lo que haya que hacer. En este libro los especialistas de cada una de las materias nos cuentan cómo lo hacen desde su experiencia.

En definitiva, hoy más que nunca, gracias a la tecnología el editor está obligado a profesionalizarse y a hacer mucho más riguroso si quiere seguir teniendo sentido.

 

AR: Hay una parte de la colaboración de María Cristina Dutto que dice: “La ausencia del editor es uno de los problemas más habituales de la producción editorial”. ¿Qué tan cierta es esta opinión, porque muchas veces parece que se han tomado con ligereza las tareas de editor o de corrector de estilo?

FE: Yo creo que sí son necesarios, imprescindibles. Se dice por allí en el libro: los autores producen textos, los editores libros. Sorprendería saber que autores muy célebres requieren un editor que trabaje con ellos un texto, y ni hablar de corrección de estilo; entre lo que el escritor hace y lo que el lector recibe, si no hay un editor y un corrector con criterio y buen gusto, se devalúa mucho la producción.

Un editor saca lo mejor de un autor, entre otras cosas porque cuando alguien hace algo se enamora tanto de su propia obra que pierde de vista muchos errores y muchas estrategias que podrían mejorarla. Una opinión externa lo que permite es, con distancia y en forma desapasionada, hacerle ver a un autor que hay asuntos que podría trabajar mejor, que hay partes que debieran ser suprimidas, que hay cosas que deben ser explicadas, que no hay congruencia entre lo que ocurre en un capítulo y lo que pasa dos más adelante, que hay situaciones que no son verosímiles, etcétera.

Toda esa labor del editor que trabaja a conciencia, que tiene experiencia, un bagaje cultural y criterio, potencia enormemente una obra. Es un trabajo invisible que no figura en la firma del libro, pero que puede hacer definitivamente que un lector abandone un libro en la tercera página o lo termine. Así de claro.

Es cierto que a muchos autores no les gusta que le metan mano a su libro, que son muy celosos. Pero parte de este oficio es cómo negociar con el escritor cuán a fondo se puede ir.

Yo diría que la del editor es una actividad imprescindible, porque ahí radica la calidad del libro; éste no es el objeto, no es un conjunto de hojas impresas encuadernadas. Se da por sentado que el libro no se tiene que deshojar y que el papel no va a ser de una calidad mínima necesaria; la calidad está en el contenido, en lo que hay adentro, en lo que escribe el autor y lo que mejoran el editor y su corrector.

 

AR: Margarita Valencia hace una bonita reseña histórica de la formación de los editores. ¿Cómo se realiza hoy en el ámbito iberoamericano?

FE: En los últimos años, en América Latina existen espacios de formación de editores a nivel universitario en diversas instituciones públicas y privadas.

Esto me hace pensar en tu propia profesión: décadas atrás no existían carreras de comunicación, pero había grandes periodistas. Así como para serlo no es necesario haber ido a la universidad, tampoco para ser un buen editor se requiere haber estudiado edición, aunque te permite tomar ciertos atajos y evitar ciertos traspiés y errores porque alguien te cuenta cómo debieras haberlo hecho.

El oficio de editor se ha formalizado a través de carreras, aunque es una disciplina joven que no está colegiada como otras. Pero no te da el bagaje cultural e intelectual necesario, que es lo más importante, aunque sí te introduce a lo procedimental, a las herramientas del oficio para la gestión de una empresa editorial. Cuando digo esto lo hago en un sentido amplio: en una empresa pública o privada, con o sin fines de lucro, en cualquier caso el proyecto, para que sea viable, requiere que esté bien gestionado, y lo que las carreras que hay en Iberoamérica en materia de edición te dan son esas herramientas.

Ahora bien: serás un mejor editor si dominas la materia que publicas. Si sabes de literatura, tienes buen gusto y criterio, será un buen editor; pero si estudiaste edición y careces de esto, no lo podrás ser.

 

AR: Acerca de su texto, me queda una preocupación sobre el papel del Estado en la industria editorial. Usted toma los casos de Brasil y México, y señala que, por un lado, el Estado es clave para la supervivencia de la industria editorial, pero, por otro, parece no haber políticas públicas claras al respecto. ¿Qué nos puede decir sobre este tema?

FE: Definitivamente, en nuestros países el Estado pesa mucho en varios sectores, en la vida diaria, en la economía; también en el mundo editorial en muchos aspectos. Un caso concreto: en 2015 en México la producción de libros fue de 308 millones de ejemplares, de los cuales el 53 por ciento correspondió al gobierno: hizo 163 millones para programas como el de texto gratuito, y los otros 145 millones, el 47 por ciento restante, fue del sector privado, pero un tercio de esta parte fue vendida al sector gubernamental.

¿Qué quiero decir con esto? Uno, en México hay mucha gente que sólo accede al libro si el Estado se lo provee; una parte son libros de texto para las escuelas, y otra es literatura infantil y juvenil —por cierto, los programas de Biblioteca de Aula y Escolar en México eran un ejemplo para América Latina y el mundo, pero últimamente han perdido mucho peso por una cuestión presupuestaria.

Dos, el Estado dinamiza a la industria editorial y a muchas colaterales, incluidas las imprentas, las librerías y demás. También ejerce un rol muy fuerte en lo que tiene que ver con las regulaciones en materia impositiva, por ejemplo. El hecho de que exista en determinados países o no una Ley del Libro, que haya precio fijo, exención en el pago de IVA o a los aranceles en la importación del libro, es muy importante.

Luego está otra parte: la materia de promoción de la lectura. México ha sido un ejemplo en América Latina, entre otras cosas porque ha conseguido en un tiempo relativamente rápido una cobertura educativa muy amplia que llega a todo el país.

Ahora lo que toca, en América Latina en general y en México en particular, es pasar de la cobertura a la calidad, lo que está muy implícito en las reformas educativas: cómo conseguir ya no que todos reciban instrucción formal, que vayan a la escuela primaria, secundaria y, de ser posible, al bachillerato, sino que también esos conocimientos sean de alto nivel, para que la gente pueda formarse mejor, tener empleabilidad y generar movilidad social ascendente en el desarrollo social.

Preocupa que en nuestros países, cuando se hacen pruebas nacionales e internacionales, como fue en su momento Enlace y ahora Planea y Pisa, cuando se evalúa a nuestros chicos en comprensión lectora, de cuatro niveles posibles, el 50 por ciento de ellos nos salen en el nivel uno; es decir, sólo pueden entender un texto a nivel informativo y datos superficiales, pero no pueden hacer inferencias o una opinión acabada sobre lo que está implícito en lo que el autor quiso decir.

Esto es bastante preocupante porque así difícilmente tienes lectores consecuentes, regulares y frecuentes; si no los tienes, además de que esta gente se pierde de todo lo que la literatura y la lectura aportan desde el punto de vista simbólico, espiritual y formativo, desde el punto de vista práctico, de desarrollo social, es indudable que hay un hándicap importante en el sistema educativo. Cuanto más vocabulario tengas, más razonas: eso está probado por la pedagogía, la psicología, la neurociencia. Entonces la comprensión lectora es la base de otras asignaturas.

Se trata de leer, de que la gente tenga acceso a los libros y de que los comprenda, de que los disfrute; si esto no ocurre, la industria tampoco se desarrolla.

En realidad lo que debería haber es un equilibrio entre un Estado muy proactivo en materia de programas de políticas públicas de promoción de la lectura, dotación de libros en bibliotecas, y un sector privado editorial pujante.

De esa manera el ecosistema editorial es mucho más fuerte. Cuando se depende mucho del Estado, de los vaivenes de la política, se puede afectar. En países con mucho desarrollo hay cierta correlación entre algunas variables socioeconómicas, el nivel de lectura y la fortaleza de la industria. Si se tiene un sistema educativo potente, con buen nivel, necesariamente se generarán lectores, que leerán y comprarán libros, y la industria editorial será mucho más pujante.

Independientemente de que los editores hagamos que el Estado nos compre muchos más libros para dotar a las bibliotecas, lo que también se necesita es seguir mejorando el nivel educativo para que la gente, en su edad adulta, quiera leer y consuma libros como lo hace con otros medios de ocio, entretenimiento y de formación. Así, cuanto más sector privado, menos necesidad del Estado. Pero en América Latina, como lo primero no ocurre, el sector aún es bastante dependiente del Estado.

 

AR: Quiero concluir con un tema que está presente en todo el libro: el de las nuevas tecnologías. Muchas veces se plantea el dilema entre el libro electrónico y el impreso. Pero ¿cuáles han sido los beneficios de esa coexistencia?

FE: La verdad es que creo que no se trata de uno u otro. En realidad creo que hay espacio para ambos, sobre todo por lo que comentábamos antes: el libro es una categoría en la que entran muchos géneros, orientados hacia muchos tipos de público y para distintas necesidades. Hoy en día lo que está claro es que el libro en papel resulta más buscado por el lector de ciertos géneros, y el libro digital resulta de mayor utilidad para otros.

Por ejemplo, si se publican libros que requieren una actualización regular, como los científicos, de medicina, de derecho, de cuestiones fiscales, es ideal que se encuentren en digital. Así, cuando se compra el libro se adquiere una suscripción por las sucesivas actualizaciones de ese material. No sé cuántos abogados, por ejemplo, tienen aún el Código Penal o el Civil en papel; a lo mejor algunos lo tienen por razones afectivas, porque tienen el libro de su papá y está en la biblioteca, por lo que adorna o no sé qué. Lo cierto es que como la ley cambia constantemente, muchos de esos materiales están en digital.

Paradójicamente, por ejemplo, otro tipo de lectores dice: “El libro digital es ideal para el nativo digital, es decir, para los chicos y jóvenes”. Lo cierto es que, aunque parezca mentira, los libros de literatura infantil y juvenil se siguen prefiriendo en papel, ilustrados, que se puedan tocar y que se puedan pasar las páginas.

Hay una variedad enorme de libros para los cuales es mejor un formato u otro; a lo mejor quieres ir a la playa de vacaciones y leer una novela, y la quieres en papel porque no te importa que le entre la arena.

La gran ventaja que ha supuesto la coexistencia del papel con lo digital es que, como el número de libros que se publican en el mundo es enorme —solamente en México son casi 27 mil títulos, entre reimpresiones y novedades cada año—, y una librería sólo puede albergar unos cuantos miles de ejemplares, antes el ciclo de vida del libro era muy corto porque el libro se imprimía, se mandaba a la librería, y si no funcionaba se regresaba. Y luego se saldaba, se donaba o se picaba, y se descatalogaba. Ahora el libro en papel puede que regrese al editor porque no se vendió, pero en digital sigue vivo. Si alguien lo quiere consultar, comprar y descargar, va a una plataforma que lo tenga en formato digital y lo obtiene con uno o dos clics.

Además, el formato digital permite que el mundo se haga más cercano: hoy un libro que se publica en otro país del mundo lo puedes tener de inmediato en tu dispositivo electrónico de lectura. Antes tenías que esperar a que viniera a tu país, que se tradujera, etcétera.

Otra cuestión que lo digital ha permitido es poner en tela de juicio —y esto que voy a decir va en contra de lo que me dedico, que es la edición— la mediación entre el autor y el lector, entre quien crea y quien compra el libro. Hoy existen muchas herramientas de autoedición que permiten a alguien que tenga algo que contar hacerlo por su propia cuenta y ponerlo a disposición del público. No se necesita un editor que corra el riesgo de contratar, editar, corregir, imprimir y distribuir esa obra, hacerse cargo de la devolución, de la obsolescencia, destrucción y todo lo demás. Si el libro funciona bien en digital, luego puede pasar al papel; hoy se puede, por ejemplo, la impresión a demanda, es decir, que no tengas que hacer una cantidad enorme de cientos o miles de ejemplares, y puedes hacer sólo cuatro. Hoy existen en muchas ciudades del mundo máquinas que te imprimen en el momento; entonces vas a una librería, entras a la base de datos de libros, le picas al que quieres, lo imprimen y encuadernan en el momento y te lo llevas en papel. Antes esto no existía.

Entonces la tecnología ha abierto muchísimas posibilidades. Añado que me parece que las opiniones dramáticas o apocalípticas sobre la situación del libro están mucho más fincadas en la nostalgia que en un problema real.

Hoy surgen editoriales muy buenas, la oferta es amplia y variada, aunque sí hay cosas que preocupan y que me gustaría que fueran mejor: que en México hubiera una tasa de lectura más alta, que hubiera más librerías, que el Estado comprara más libros para bibliotecas públicas, etcétera.

Entonces, para cerrar es lo que comento es que, pese a todo, la industria editorial en Iberoamérica goza de buena salud.

 

*Entrevista publicada en Etcétera, núm. 203, octubre de 2017.

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