La edición en la era del cambio
tecnológico
Entrevista con Fernando Esteves*
Ariel
Ruiz Mondragón
Las
múltiples e incontenibles transformaciones que han traído consigo las
tecnologías de la información y la comunicación no podían dejar de tener
impacto sobre la industria editorial. Esto ha dado lugar a distintas y
encontradas opiniones sobre la edición y la lectura, entre las que destacan las
apocalípticas respecto al futuro del libro.
Para
dar cuenta de esas modificaciones y contribuir a una actualización de ese
oficio en el ámbito iberoamericano, se ha publicado La edición de libros en tiempos de cambio (México, Paidós, 2017),
libro compilado por Fernando Esteves y Patricia Piccolini, que reúne textos de
15 especialistas acerca de diversos aspectos de la profesión.
Sobre
los retos, posibilidades y limitaciones de la edición, el libro y la lectura en
esta época conversamos con Esteves, quien es licenciado en Ciencias Políticas
por la Universidad de la República, en Uruguay, y maestro en Administración
por la Universidad de Buenos Aires. Durante casi un cuarto de siglo ha
trabajado en diversas editoriales: fue director internacional general de
Santillana Ediciones Generales y ahora encabeza Ediciones SM.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué reunir
estos textos que son una muestra de escenas y funciones actuales del trabajo
editorial?
Fernando Esteves (FE):
Este libro tiene un antecedente: en 2002 un grupo de editores, que además
dábamos clases en universidades, nos encontramos con que no había suficiente
bibliografía, sobre todo en español, vinculada con la actividad editorial y adaptada
a la realidad de Iberoamérica, que no es la misma que la del mundo anglosajón.
Así surgió un libro hace 15 años, El
mundo de la edición de libros (Paidós), que ahora ya tiene un déficit importante,
sobre todo a la luz de lo que ha ocurrido en los últimos 15 años: la irrupción
de lo digital, la tecnología, internet, las redes sociales. Todo esto ha
cambiado mucho el oficio editorial en múltiples aspectos.
Aquel
libro había envejecido muy mal porque no da cuenta de muchos de los cambios que
están ocurriendo. Entre el estímulo del editor y de los autores que
participamos en aquel proyecto decidimos actualizar el libro y encargarles a expertos
de varios países de Iberoamérica un capítulo sobre el tema de su especialidad editorial
en el mundo de hoy.
Esa
es la motivación principal, sobre todo porque en muchos países de Iberoamérica
hay muchas carreras, cursos, posgrados y diplomados de edición.
Para
quienes tuvimos que formarnos con base en errores y aprender en la práctica,
nos pareció que la posibilidad de ofrecerle a los colegas y a quienes quieren
serlo alguna herramienta sobre la problemática editorial era también una forma
de devolver al mundo del libro lo que este nos ha dado.
AR: En esos 15 años que han pasado desde
la publicación de El mundo de la edición
de libros, ¿cuáles son los principales cambios que ha habido desde entonces
en el ámbito editorial?
FE:
Unos cuantos que hoy nos parecen muy normales pero que hasta hace muy poco
tiempo no lo eran. Por ejemplo, antes no teníamos la posibilidad de tener una
versión digital y simultánea del libro que hacíamos en papel; hoy eso se hace.
El ciclo de vida del libro se prolonga: antes una librería o los almacenes de
una editorial no podían tener tantos libros nuevos todo el tiempo y había que
sacarlos, descatalogarlos, picarlos o donarlos porque el libro no se vendía.
Hoy en día el libro en papel puede desaparecer circunstancial o definitivamente
en un punto de venta, pero puedes disponer de él en un formato digital.
Antes
no teníamos mecanismos para difundir un libro más que, por ejemplo, suplementos
literarios, la sección de cultura de un periódico y, eventualmente, en la radio
y los rarísimos programas culturales que había en televisión. Hoy hay una serie
de mecanismos para difusión de un libro en redes sociales, entre una cantidad
de colectivos y de comunidades de lectores a los cuales rápidamente se les
puede dar a conocer un libro con un costo relativamente bajo.
Eso
para no hablar de toda la tecnología que ha permitido facilitar el desarrollo
editorial de diseño, por ejemplo. Pero incluso digo más: los mecanismos de
captación de talento, de autores, han ido cambiando: antes los libros llegaban
a los editores por recomendación, y éstos salían a buscarlos entre quienes habían
publicado, o en el mundo académico universitario. Hoy muchos de los autores que
se publican no han comenzado a darse a conocer en estos medios tradicionales.
Hoy
también se permite la autoedición: la tecnología permite a un autor ya no
depender de la intermediación de un editor que toma el riesgo de publicarlo,
sino que puede escribir un libro, se mete en una plataforma y lo da a conocer
entre las personas que acceden a ella, y si ese libro funciona luego se pasa al
papel.
En
resumidas cuentas, desde aquel libro que se publicó hace 15 años y este han
pasado muchas cosas que han permitido que el mundo se acercara, que ya no esté
obligado como antes a hacer un envío físico de libros en barcos, que no esté
pendiente de un montón de fenómenos vinculados con la importación de los
libros, como los aranceles o pago de IVA, sino que hoy puedes hacer un envío de
un archivo en forma virtual, encargarlo en otro país, hacer una edición
digital, imprimir el número de ejemplares que se crea conveniente y sin hacer
una tirada enorme que se quede en el almacén sin vender.
Lo
que está ocurriendo es que el número de potenciales autores y lectores se amplía,
y el de prescriptores y de recomendadores también es mucho más grande.
A
partir de todo ese maremágnum de información y de contenidos lo que hay que
buscar —y esto me parece que tiene que ver con la importancia de la casa
editorial y del periodista que publica un texto— es credibilidad, que las
buenas firmas avalen ese contenido que está circulando muchas veces en forma
muy anárquica, muy caótica.
AR: El libro abarca un gran número
de vertientes: va desde la historia del oficio de editor hasta la mercadotecnia,
desde la venta de gadgets en puestos
de periódico hasta el trabajo de las editoriales universitarias. ¿Cuál es el
hilo conductor de esos materiales?
FE:
Lo es que si el editor quiere agregar valor en el mundo de internet y de los
medios digitales, si desea seguir teniendo vigencia como un intermediario
válido entre el autor que crea y el lector que consume, tiene que dominar todas
las competencias del oficio. Ningún autor confiaría su obra a un editor que no
le garantice rigor en cada uno de los aspectos de la cadena de valor del libro,
ya sea que él directamente lo resuelva o que se lo encargue a terceros.
El
libro está dividido en sendos capítulos que abordan cada una de las cuestiones
que un editor debe tener en cuenta, y que un autor, cuando confía su libro en él,
asume que se lo va a resolver bien. Es decir, el autor tiene que hacer el mejor
libro posible y todo lo demás —imprimirlo, diseñarlo, corregirlo, promocionarlo,
publicitarlo— se lo tiene que encargar a un señor en quien el autor confía y al
que le cede una parte de lo que le corresponde por la venta de ese material.
Ese
es el leitmotiv del libro, que
vincula cada uno de estos capítulos que tratan de cuestiones muy distintas
entre sí y que todas ellas tienen que ser tenidas en cuenta porque responden a
distintas realidades de un mercado muy heterogéneo.
Uno
habla del libro como si fuera una entidad homogénea y monolítica, cuando en
realidad hay infinidad de géneros y tipologías de libros, de autores y de
formatos: están, por ejemplo, el libro literario, el de texto, el ensayo, el
infantil, etcétera. Para todos ellos tiene que haber un profesional del libro
que haga bien todo lo que haya que hacer. En este libro los especialistas de
cada una de las materias nos cuentan cómo lo hacen desde su experiencia.
En
definitiva, hoy más que nunca, gracias a la tecnología el editor está obligado
a profesionalizarse y a hacer mucho más riguroso si quiere seguir teniendo
sentido.
AR: Hay una parte de la
colaboración de María Cristina Dutto que dice: “La ausencia del editor es uno
de los problemas más habituales de la producción editorial”. ¿Qué tan cierta es
esta opinión, porque muchas veces parece que se han tomado con ligereza las
tareas de editor o de corrector de estilo?
FE:
Yo creo que sí son necesarios, imprescindibles. Se dice por allí en el libro:
los autores producen textos, los editores libros. Sorprendería saber que
autores muy célebres requieren un editor que trabaje con ellos un texto, y ni
hablar de corrección de estilo; entre lo que el escritor hace y lo que el
lector recibe, si no hay un editor y un corrector con criterio y buen gusto, se
devalúa mucho la producción.
Un
editor saca lo mejor de un autor, entre otras cosas porque cuando alguien hace
algo se enamora tanto de su propia obra que pierde de vista muchos errores y
muchas estrategias que podrían mejorarla. Una opinión externa lo que permite
es, con distancia y en forma desapasionada, hacerle ver a un autor que hay asuntos
que podría trabajar mejor, que hay partes que debieran ser suprimidas, que hay
cosas que deben ser explicadas, que no hay congruencia entre lo que ocurre en
un capítulo y lo que pasa dos más adelante, que hay situaciones que no son verosímiles,
etcétera.
Toda
esa labor del editor que trabaja a conciencia, que tiene experiencia, un bagaje
cultural y criterio, potencia enormemente una obra. Es un trabajo invisible que
no figura en la firma del libro, pero que puede hacer definitivamente que un
lector abandone un libro en la tercera página o lo termine. Así de claro.
Es
cierto que a muchos autores no les gusta que le metan mano a su libro, que son
muy celosos. Pero parte de este oficio es cómo negociar con el escritor cuán a
fondo se puede ir.
Yo
diría que la del editor es una actividad imprescindible, porque ahí radica la
calidad del libro; éste no es el objeto, no es un conjunto de hojas impresas
encuadernadas. Se da por sentado que el libro no se tiene que deshojar y que el
papel no va a ser de una calidad mínima necesaria; la calidad está en el contenido,
en lo que hay adentro, en lo que escribe el autor y lo que mejoran el editor y
su corrector.
AR: Margarita Valencia hace una
bonita reseña histórica de la formación de los editores. ¿Cómo se realiza hoy
en el ámbito iberoamericano?
FE:
En los últimos años, en América Latina existen espacios de formación de
editores a nivel universitario en diversas instituciones públicas y privadas.
Esto
me hace pensar en tu propia profesión: décadas atrás no existían carreras de
comunicación, pero había grandes periodistas. Así como para serlo no es
necesario haber ido a la universidad, tampoco para ser un buen editor se
requiere haber estudiado edición, aunque te permite tomar ciertos atajos y
evitar ciertos traspiés y errores porque alguien te cuenta cómo debieras
haberlo hecho.
El
oficio de editor se ha formalizado a través de carreras, aunque es una
disciplina joven que no está colegiada como otras. Pero no te da el bagaje
cultural e intelectual necesario, que es lo más importante, aunque sí te
introduce a lo procedimental, a las herramientas del oficio para la gestión de
una empresa editorial. Cuando digo esto lo hago en un sentido amplio: en una
empresa pública o privada, con o sin fines de lucro, en cualquier caso el proyecto,
para que sea viable, requiere que esté bien gestionado, y lo que las carreras
que hay en Iberoamérica en materia de edición te dan son esas herramientas.
Ahora
bien: serás un mejor editor si dominas la materia que publicas. Si sabes de
literatura, tienes buen gusto y criterio, será un buen editor; pero si
estudiaste edición y careces de esto, no lo podrás ser.
AR: Acerca de su texto, me queda
una preocupación sobre el papel del Estado en la industria editorial. Usted
toma los casos de Brasil y México, y señala que, por un lado, el Estado es clave
para la supervivencia de la industria editorial, pero, por otro, parece no haber
políticas públicas claras al respecto. ¿Qué nos puede decir sobre este tema?
FE:
Definitivamente, en nuestros países el Estado pesa mucho en varios sectores, en
la vida diaria, en la economía; también en el mundo editorial en muchos
aspectos. Un caso concreto: en 2015 en México la producción de libros fue de
308 millones de ejemplares, de los cuales el 53 por ciento correspondió al
gobierno: hizo 163 millones para programas como el de texto gratuito, y los
otros 145 millones, el 47 por ciento restante, fue del sector privado, pero un
tercio de esta parte fue vendida al sector gubernamental.
¿Qué
quiero decir con esto? Uno, en México hay mucha gente que sólo accede al libro
si el Estado se lo provee; una parte son libros de texto para las escuelas, y
otra es literatura infantil y juvenil —por cierto, los programas de Biblioteca
de Aula y Escolar en México eran un ejemplo para América Latina y el mundo,
pero últimamente han perdido mucho peso por una cuestión presupuestaria.
Dos,
el Estado dinamiza a la industria editorial y a muchas colaterales, incluidas
las imprentas, las librerías y demás. También ejerce un rol muy fuerte en lo
que tiene que ver con las regulaciones en materia impositiva, por ejemplo. El
hecho de que exista en determinados países o no una Ley del Libro, que haya
precio fijo, exención en el pago de IVA o a los aranceles en la importación del
libro, es muy importante.
Luego
está otra parte: la materia de promoción de la lectura. México ha sido un
ejemplo en América Latina, entre otras cosas porque ha conseguido en un tiempo
relativamente rápido una cobertura educativa muy amplia que llega a todo el
país.
Ahora
lo que toca, en América Latina en general y en México en particular, es pasar
de la cobertura a la calidad, lo que está muy implícito en las reformas
educativas: cómo conseguir ya no que todos reciban instrucción formal, que vayan
a la escuela primaria, secundaria y, de ser posible, al bachillerato, sino que
también esos conocimientos sean de alto nivel, para que la gente pueda formarse
mejor, tener empleabilidad y generar movilidad social ascendente en el
desarrollo social.
Preocupa
que en nuestros países, cuando se hacen pruebas nacionales e internacionales,
como fue en su momento Enlace y ahora Planea y Pisa, cuando se evalúa a
nuestros chicos en comprensión lectora, de cuatro niveles posibles, el 50 por
ciento de ellos nos salen en el nivel uno; es decir, sólo pueden entender un
texto a nivel informativo y datos superficiales, pero no pueden hacer
inferencias o una opinión acabada sobre lo que está implícito en lo que el
autor quiso decir.
Esto
es bastante preocupante porque así difícilmente tienes lectores consecuentes,
regulares y frecuentes; si no los tienes, además de que esta gente se pierde de
todo lo que la literatura y la lectura aportan desde el punto de vista
simbólico, espiritual y formativo, desde el punto de vista práctico, de
desarrollo social, es indudable que hay un hándicap importante en el sistema
educativo. Cuanto más vocabulario tengas, más razonas: eso está probado por la
pedagogía, la psicología, la neurociencia. Entonces la comprensión lectora es
la base de otras asignaturas.
Se
trata de leer, de que la gente tenga acceso a los libros y de que los
comprenda, de que los disfrute; si esto no ocurre, la industria tampoco se
desarrolla.
En
realidad lo que debería haber es un equilibrio entre un Estado muy proactivo en
materia de programas de políticas públicas de promoción de la lectura, dotación
de libros en bibliotecas, y un sector privado editorial pujante.
De
esa manera el ecosistema editorial es mucho más fuerte. Cuando se depende mucho
del Estado, de los vaivenes de la política, se puede afectar. En países con
mucho desarrollo hay cierta correlación entre algunas variables
socioeconómicas, el nivel de lectura y la fortaleza de la industria. Si se
tiene un sistema educativo potente, con buen nivel, necesariamente se generarán
lectores, que leerán y comprarán libros, y la industria editorial será mucho
más pujante.
Independientemente
de que los editores hagamos que el Estado nos compre muchos más libros para
dotar a las bibliotecas, lo que también se necesita es seguir mejorando el
nivel educativo para que la gente, en su edad adulta, quiera leer y consuma
libros como lo hace con otros medios de ocio, entretenimiento y de formación. Así,
cuanto más sector privado, menos necesidad del Estado. Pero en América Latina,
como lo primero no ocurre, el sector aún es bastante dependiente del Estado.
AR: Quiero concluir con un tema que
está presente en todo el libro: el de las nuevas tecnologías. Muchas veces se plantea
el dilema entre el libro electrónico y el impreso. Pero ¿cuáles han sido los
beneficios de esa coexistencia?
FE:
La verdad es que creo que no se trata de uno u otro. En realidad creo que hay
espacio para ambos, sobre todo por lo que comentábamos antes: el libro es una
categoría en la que entran muchos géneros, orientados hacia muchos tipos de
público y para distintas necesidades. Hoy en día lo que está claro es que el
libro en papel resulta más buscado por el lector de ciertos géneros, y el libro
digital resulta de mayor utilidad para otros.
Por
ejemplo, si se publican libros que requieren una actualización regular, como
los científicos, de medicina, de derecho, de cuestiones fiscales, es ideal que se
encuentren en digital. Así, cuando se compra el libro se adquiere una
suscripción por las sucesivas actualizaciones de ese material. No sé cuántos
abogados, por ejemplo, tienen aún el Código Penal o el Civil en papel; a lo
mejor algunos lo tienen por razones afectivas, porque tienen el libro de su
papá y está en la biblioteca, por lo que adorna o no sé qué. Lo cierto es que
como la ley cambia constantemente, muchos de esos materiales están en digital.
Paradójicamente,
por ejemplo, otro tipo de lectores dice: “El libro digital es ideal para el
nativo digital, es decir, para los chicos y jóvenes”. Lo cierto es que, aunque
parezca mentira, los libros de literatura infantil y juvenil se siguen
prefiriendo en papel, ilustrados, que se puedan tocar y que se puedan pasar las
páginas.
Hay
una variedad enorme de libros para los cuales es mejor un formato u otro; a lo
mejor quieres ir a la playa de vacaciones y leer una novela, y la quieres en
papel porque no te importa que le entre la arena.
La
gran ventaja que ha supuesto la coexistencia del papel con lo digital es que,
como el número de libros que se publican en el mundo es enorme —solamente en
México son casi 27 mil títulos, entre reimpresiones y novedades cada año—, y
una librería sólo puede albergar unos cuantos miles de ejemplares, antes el
ciclo de vida del libro era muy corto porque el libro se imprimía, se mandaba a
la librería, y si no funcionaba se regresaba. Y luego se saldaba, se donaba o
se picaba, y se descatalogaba. Ahora el libro en papel puede que regrese al
editor porque no se vendió, pero en digital sigue vivo. Si alguien lo quiere
consultar, comprar y descargar, va a una plataforma que lo tenga en formato
digital y lo obtiene con uno o dos clics.
Además,
el formato digital permite que el mundo se haga más cercano: hoy un libro que se
publica en otro país del mundo lo puedes tener de inmediato en tu dispositivo
electrónico de lectura. Antes tenías que esperar a que viniera a tu país, que
se tradujera, etcétera.
Otra
cuestión que lo digital ha permitido es poner en tela de juicio —y esto que voy
a decir va en contra de lo que me dedico, que es la edición— la mediación entre
el autor y el lector, entre quien crea y quien compra el libro. Hoy existen
muchas herramientas de autoedición que permiten a alguien que tenga algo que
contar hacerlo por su propia cuenta y ponerlo a disposición del público. No se
necesita un editor que corra el riesgo de contratar, editar, corregir, imprimir
y distribuir esa obra, hacerse cargo de la devolución, de la obsolescencia,
destrucción y todo lo demás. Si el libro funciona bien en digital, luego puede
pasar al papel; hoy se puede, por ejemplo, la impresión a demanda, es decir,
que no tengas que hacer una cantidad enorme de cientos o miles de ejemplares, y
puedes hacer sólo cuatro. Hoy existen en muchas ciudades del mundo máquinas que
te imprimen en el momento; entonces vas a una librería, entras a la base de
datos de libros, le picas al que quieres, lo imprimen y encuadernan en el momento
y te lo llevas en papel. Antes esto no existía.
Entonces
la tecnología ha abierto muchísimas posibilidades. Añado que me parece que las
opiniones dramáticas o apocalípticas sobre la situación del libro están mucho
más fincadas en la nostalgia que en un problema real.
Hoy
surgen editoriales muy buenas, la oferta es amplia y variada, aunque sí hay
cosas que preocupan y que me gustaría que fueran mejor: que en México hubiera
una tasa de lectura más alta, que hubiera más librerías, que el Estado comprara
más libros para bibliotecas públicas, etcétera.
Entonces,
para cerrar es lo que comento es que, pese a todo, la industria editorial en
Iberoamérica goza de buena salud.
*Entrevista publicada en Etcétera, núm. 203, octubre de 2017.
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