domingo, agosto 25, 2019

El machismo en el espejo. Entrevista con Lydia Cacho


El machismo en el espejo
Entrevista con Lydia Cacho*
Ariel Ruiz Mondragón

Uno de los más graves problemas culturales que se deben enfrentar para avanzar en los caminos de la equidad, la igualdad y la justicia lo es el machismo, que se expresa en una violencia que va desde asuntos aparentemente banales hasta el asesinato, lo que pasa también por la discriminación en la familia, el trabajo y la escuela.
El machismo se forja desde el hogar en un proceso educativo lleno de prejuicios, lo cual debe llevar a una profunda reflexión. En su libro más reciente, #Ellos hablan. Testimonios de hombres, la relación con sus padres, el machismo y la violencia (México, Grijalbo, 2018), Lydia Cacho presenta 13 testimonios de hombres de muy diversos ámbitos, en los que relatan la forma en que se les enseñó el machismo. Pero no sólo eso se presenta en el libro, sino que, desde una perspectiva feminista, se describen y analizan varias de las formas que adopta el poder patriarcal.
Como escribe la propia autora, “este libro no es un tratado de la masculinidad sino una revelación de la humanidad, de la individualidad detrás de una construcción cultural de las violencias que nos alejan de los afectos, de la paz, de la seguridad e integridad emocional y física”. Así, mediante el diálogo Cacho propone una deconstrucción de la cultura patriarcal.
Acerca de ese libro conversamos con Cacho (México, 1963), quien, con una trayectoria periodística de al menos tres décadas, es autora de 12 libros, es Embajadora de Buena Voluntad para la Agencia de las Naciones Unidas contra la Droga y el Crimen. Especialista en temas como violencia de género, trata de personas y delincuencia organizada, por su labor ha obtenido más de 50 distinciones, entre los que destacan los premios Nacional de Periodismo, el Unesco Guillermo Cano a la Libertad de Expresión y el Olof Palme.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy un libro como el suyo? Incluye desde 13 entrevistas con hombres, en las que podemos encontrar desde un proxeneta de Tlaxcala hasta un prestigioso literato o un empresario, hasta otros temas como los orígenes biológicos y culturales del machismo, los movimientos feministas e incluso algunos aspectos legales.
Lydia Cacho (LC): Después de tantos años de documentar la violencia en todas sus formas contra los niños y las niñas, desde la criminal hasta otras formas más sutiles contra mujeres o entre hombres, me he preguntado por qué no podemos movernos para discutir de qué manera podemos construir la paz en este país.
No lo digo en un sentido superficial, sino más profundo: cómo podemos transformar nuestros argumentos para el diálogo entre hombres y mujeres, y para erradicar el machismo en lo individual, en nuestras propias vidas, en las actitudes cotidianas, y cómo podemos dialogar con los hombres, los que ejercen la violencia y los que no pero que se quedan callados frente a ella porque temen muchísimo ser castigados por los que tienen más poder y que no quieren que esta forma cultural de violencia se erradique porque favorece a muchos.
La corrupción es una forma de machismo, por ejemplo, y no hemos logrado entrar en estos temas porque todo el mundo se queda en lo individual, como si fuera un asunto de pareja, de un hombre contra una mujer, de un hombre contra otro hombre o de un padre contra un hijo. Yo quería irme a los orígenes de la violencia para que podamos hablar desde el corazón y la semilla.

AR: Sobre la primera parte del libro, que reúne los testimonios de 13 hombres, usted habla de las entrevistas con perspectiva de género, de la experiencia dialogante con los hombres acerca de su sombra: la violencia de su masculinidad. ¿Cómo construyó estas conversaciones?
LC: Creo que me he preparado toda la vida para esto; acabo de cumplir 30 años como periodista…
AR: Y desde antes ya se había formulado preguntas, como cuenta usted…
LC: Desde siempre, claro, desde que empecé a hacer mis primeros reportajes salía la violencia contra los niños y las niñas. Entonces las mujeres hablaban de sus parejas: por un lado los amaban, y por otro no sabían cómo controlar la violencia. Esto lo comencé a preguntar hace 30 años desde el feminismo que ejerzo desde muy joven. Fui una madre feminista y he estado rodeada de mujeres y hombres brillantes que me han ayudado a encontrar ese camino. He leído mucha filosofía feminista, tanto europea como estadounidense y latinoamericana, lo que me ayudó a hacer un periodismo con perspectiva de género.
Los demonios del Edén es uno de los primeros libros periodísticos con esa perspectiva en México y lo puedo decir porque ahora lo entiendo. En aquel momento para mí era normal escribir así, hasta que mi editor le quitó todos los las/los, y yo le regresé el texto porque tiene que ser así: distinguir la individualidad de los niños y de las niñas que fueron abusados, justamente porque los niños viven con un silencio mucho más atroz porque no se les permite hablar de nada. Entonces tienes que hablarlo diferenciadamente.
Hacer este libro con perspectiva de género implicaba hablar desde la masculinidad; la perspectiva de género no es hablar de las mujeres, sino es ponerte en la esquina correcta para mirar adecuadamente cómo se construyen la masculinidad y la feminidad, y a partir de allí escuchar. Tiene que ser una escucha respetuosa, compasiva, profesional.
Para mi sorpresa, en cuanto los busqué y les propuse hacer una entrevista y les dije de lo que iba a ir, todos los hombres aceptaron, ninguno dijo “no quiero, me da miedo”. Estaban preocupados, sin duda, y fueron entrevistas largas, algunas duraron días; regresábamos y me decían: “Oye, me despertó tal cosa y no he dormido; tengo pesadillas y quiero contarte algo que me sucedió y que no recordaba”.
Entonces se hizo algo muy enriquecedor para el libro, y me parece que era fundamental porque los hombres tienen que ser parte de este diálogo.

AR: ¿Qué obtuvo de tan diferentes vivencias? En ellas hay desde quien efectivamente reflexiona sobre su machismo y se muestra arrepentido e inspirado para cambiar, hasta quien lo reivindica, como el proxeneta de Tlaxcala que está preso en Estados Unidos. ¿Cuáles son las líneas en común?
LC: El hilo conductor de todas estas historias de vida, de infancia de los entrevistados, es el machismo reproducido inconscientemente por padres, abuelos, la sociedad, el profesorado, la gente del entorno. En el momento en que empezaron a reflexionar sobre su infancia y lo que en verdad querían ser, fue muy conmovedor para mí verles llorar y decir: “Es que yo no quería convertirme en esto; pero ahora que me haces estas preguntas me doy cuenta de que fui forzado a entrar en este mundo de la masculinidad de esta manera porque no había de otra”.
En su contexto no había otro modelo de masculinidad; si lo había era el modelo gay, que era y sigue siendo, para muchas familias, muy despreciable; a muchos padres y madres les da terror que en un país tan conservador como México, e incluso en otros, su hijo no sea respetado por los otros hombres.
Entonces el hilo conductor es ese: el miedo a que los que tienen más poder, formativo y educativo, sobre ellos, les humillen y destruyan su posibilidad de futuro.

AR: Buena parte del libro es sobre el machismo como una fórmula cultural y como una de las estrategias educativas más recalcitrantes. Se enfoca mucho en el ámbito familiar, doméstico, pero esto también cómo se expresa, por ejemplo, en la escuela. ¿Cómo se expresa el machismo en la escuela desde su organización hasta sus contenidos?
LC: Empieza en el hogar porque allí es donde se reproduce todo el modelo actitudinal, cultural, emocional y relacional. Es decir, cómo te vas a relacionar con los hombres desde los afectos; si tuviste un padre muy machista, tienes dos opciones como hombre: reproducir ese machismo o salir huyendo de él.
Pero ¿luego en qué te inspiras? Si buscas hombres que sean amorosos, dulces, tiernos, románticos, no los encuentras. Los hombres no se buscan entre ellos para discutir esto; se juntan en la cantina para hablar de las viejas, del sexo, del futbol y a huir de las emociones porque así fueron educados.
Considero que allí está una de las claves más importantes: el bullying no es otra cosa que la reproducción de los patrones machistas de violencia para someter a los que no obedecen al que tiene más poder. También en todos los ámbitos empresariales y escolares el machismo es un método de liderazgo. Es decir, los liderazgos de nuestras sociedades son verticales para hombres y mujeres: si no maltratas al que está abajo de ti, no vas a ascender. Eso se aplica en México, pero también en todo el mundo: si te pones a estudiar un poco, viene desde los griegos. Siempre tiene que haber una pequeña élite que tiene poder sobre los demás; si no, no funciona esta sociedad del patriarcado, que lo que hace humillar y destruir a los hombres y a las mujeres que se rebelan contra él.

AR: De allí viene otra de las cuestiones que aborda: la vida privada es antidemocrática y es el espacio más político de todos, dice usted. Esto, que viene del ámbito doméstico, ¿cómo se manifiesta en la vida pública y política del país?
LC: En todas sus formas. El machismo inspira todos los modelos de corrupción (y no hablo sólo de la política) que reproducen el maltrato de los demás, la sistematización de la pobreza y la violencia sistémica. A un sistema patriarcal le favorece que la gente esté dividida, que se sienta sola y con la gran necesidad de tener un gobierno paternalista.
Cuando decimos que tenemos gobiernos paternalistas deberíamos empezar a decir que son patriarcales. Un presidente se siente padre de la nación; es más, ésta es una frase que hemos aprendido desde la escuela. Pero es un padre violento, que roba y humilla, que cuando vas a manifestarte para defender a los colegas que están asesinando por decir la verdad, te manda a la policía a golpearte, o a los militares para que te arresten o desaparezcan. Reproduce las violencias, y eso no lo estamos hablando entre hombres y mujeres.
Con las elecciones están dividiendo a la gente, con mentiras, invirtiendo unas cantidades ingentes de dinero público para dividir a la sociedad y como si fueran el único paso a la democracia. Ésta se construye en el hogar y en las calles; tú y yo podemos votar por alguien distinto, pero mañana vamos a volver a ser tan amigos como siempre, y eso no le conviene a un gobierno patriarcal, vertical, que quiere tener humillados y divididos a las y los demás.

AR: En el libro también señala que uno de los factores que genera la violencia es la desigualdad económica. ¿Cuál es el papel de ésta en el machismo?
LC: En los años setenta México todavía legalmente no permitía que las mujeres fueran propietarias de una casa; si el marido tenía acceso a lo que ahora conocemos como Infonavit, la mujer no podía ser la propietaria, tenía que ser copropietaria en determinados casos que se permitía en algunos estados. Ahora ya es diferente.
Esa forma de violencia discriminaba a las mujeres para someterlas a la economía del hombre. Ésta ha cambiado tanto y la crisis nos ha golpeado tan fuerte que ahora todas las mujeres aportamos a la casa, aunque nos paguen menos.
A mí, que soy una periodista con 12 libros publicados y que he trabajado en una cantidad enorme de medios, siempre me han pagado cuando menos 40 por ciento menos que a mis colegas. En El Universal éramos dos los columnistas más leídos, un hombre y yo, pero a él le pagaban tres veces más que a mí. Después de él, que tiene un programa de televisión, yo era la más leída, y siempre me pagaron menos.
Eso es discriminación de género y tiene que ver con la visión de decir “a las mujeres les vamos a dar menos dinero porque si tienen lo mismo que nosotros nos van a quitar el puesto”. Ese es un discurso del machismo porque no es cierto: las mujeres no les queremos quitar nada a los hombres. Queremos quitarles el peso de ser los hombres-cartera del hogar y de tener esas angustias espantosas de ser los únicos proveedores. Este mundo y esta economía no permiten que haya un solo proveedor en los hogares, pero la cultura fomenta el machismo y el miedo de los hombres a no serlo, porque si no ¿quién eres? Esas son las preguntas que el libro pretende poner sobre la mesa.

AR: ¿Qué tanto ha cambiado eso con las nuevas paternidades? Por ejemplo, los hombres que tienen que educar a los hijos adolescentes.
LC: Es muy emocionante esto que está empezando a suceder y que estamos empezando a documentar. Estoy segura —porque además lo vi de niña— que siempre en la historia de la humanidad ha habido muy buenos padres que se han resistido al machismo. En mi familia hay uno, mi cuñado, un hombre absolutamente ajeno al machismo, ejemplar. Creo que todos conocemos a un hombre que es así. Lo que pasa es que, uno, no son mayoría; dos, ellos mismos evitan hacer patente su forma de masculinidad y de paternidad no violenta porque tienen mucho miedo a ser juzgados.
Lo que esto nos dice es que todos estos hombres, de tantas parejas divorciadas que están creando nuevas formas de paternidad, están reinventando su forma de ser hombres, pero todavía tienen mucho miedo a que los juzguen los otros. Muchos de ellos dicen que las mujeres les dicen “mariquita” o “mandilón”, pero en realidad al que le tienen miedo es al juicio de los hombres.

AR: Hablemos de los cambios que ha habido. Usted hace una anotación muy importante: “Los paradigmas de la identidad de género han cambiado radicalmente en el último siglo; sin embargo, en contraposición, las violentas estructuras apenas se han movido un ápice”. Pero al final del libro usted menciona el Informe Global sobre la Brecha de Género, donde dice que ésta se ha reducido en 68 por ciento.
LC: Creo que en este siglo hemos presenciado avances tremendos, importantísimos en nuestra sociedad en términos de la búsqueda de la equidad entre hombres y mujeres. La mayoría se los debemos también a los movimientos feministas y de derechos humanos —aunque también algunos de ellos están impregnados de machismo, sin duda.
También es muy importante reconocer que estos cambios no podrían existir si no tuviéramos hombres y mujeres en todos los ámbitos, sobre todo los que reproducen la cultura, que se están rebelando contra esta forma cultural.
Para mí, los cambios más importantes se están dando en silencio. Esto tiene mucho que ver con las relaciones afectivas, con el miedo de hombres y mujeres a no volver a encontrar pareja, a no volverse a enamorar porque ya cambiaron también las formas de relacionarse y también las eróticas. No sabemos hacia dónde ir, no tenemos un mapa o un manual, y este libro cuestiona eso. ¿Por qué exigimos que la gente tenga respuestas cuando nadie de nosotros las tiene? Tenemos que construirlas. Por eso la gente vuelve a lo conocido, vuelve a citar a los griegos, pero ¡por Dios!, ya no puedes hacerlo. Los políticos siguen citando a los griegos hablando de democracia, pero la democracia griega excluía a las mujeres de los procesos, admitía la esclavitud. No puedes seguir citando algo que ya rebasamos desde hace siglos.
Es lo mismo con el machismo: tenemos que reinventar, y nos toca sobre todo a los medios. Tenemos una responsabilidad inmensa como periodistas para empezar a buscar nuevas narrativas sobre cómo se dieron los avances en ciertas comunidades y qué les significan a las personas. Por ejemplo, hablar del Día del Padre: puedes decir pura cursilería para que las tiendas vendan más. Pero si hablas de paternidades presentes tienes que descubrir cómo los hombres rompieron el paradigma de lo que sus papás les enseñaron; a mí (tengo 55 años) mi padre nunca me pegó, pero fue educado en un contexto machista y él no conoció otra manera de ser. Pero se casó con una feminista y tuvo que aprender, y además en una familia militar. Él ha cambiado mucho (tiene 85 años), y ahora lo escuchas y no lo reconoces porque él tuvo la voluntad de cambiar ciertos paradigmas de su comportamiento personal, pero no los hizo colectivos, no los compartió con sus amigos. Entonces sí nos toca documentar cómo cambiamos y socializamos esta transformación, y es lo que no estamos haciendo. Por eso me interesaba hacer este libro.

AR: También me interesó la parte del libro donde habla usted de Hollywood, de cambiar la narrativa de las películas y de los espectáculos, de que siga el erotismo pero que se elimine el sexismo. También habla de una narrativa vital. ¿Cómo imagina esa narrativa?
LC: Imagino que está en constante búsqueda, mucho más interesante que la que ahora tenemos frente a nosotros, llena de estereotipos y de lugares comunes para hombres y mujeres, lo cual es muy aburrido. Las películas románticas, por más que sea cine francés y tenga un poco más de aportaciones intelectuales, terminan siendo reproducciones de lugares comunes que nos dejan insatisfechos y, además, incómodos en nuestra propia piel. A mí se me antoja tener un tipo de relación diferente, mucho más igualitaria, con una construcción del erotismo diferente a la que conozco.
Estoy llena de preguntas y por eso decidí hacer este libro. Creo que estamos cuestionándonos cómo construimos esas formas, y necesitamos empezar no solamente a describirlas sino a discutirlas para poder construir una nueva forma de pensar y de sentir. No lo estamos haciendo, estamos entrampados en una discusión descalificando a toda persona, hombre o mujer, que se posiciona en contra de la violencia de género.

AR: Usted también habla del “hembrismo”, la tendencia de las mujeres, destacadamente las madres, a reforzar el machismo.
LC: El hembrismo es el otro lado de la moneda del machismo, que no subsistiría sin él. Cuando el machismo se construye culturalmente como una fórmula política, social, económica, etcétera, lo que necesita es darle información a las mujeres para sus fines. Ya hablamos de los griegos, de cuando las mujeres no podían votar ni participar en nada, excepto algunas como las amantes, las hetairas, que eran las prostitutas. Pero fuera de ellas ninguna tenía voz. Esa es nuestra cultura, de allí venimos, y es que construyó el hembrismo, esta forma de machismo reproducido por las mujeres, en el que éstas tienen un doble papel: de hipocresía constante, lo que las hace profundamente infelices, pero que, por otro lado, les da ciertos privilegios. Si eres una mujer que manipula con la sexualidad, que miente, que quiere un hombre cartera y finge ser una mujer florero para tenerlo, vas a ser muy infeliz pero vas a seguir ese patrón. Cuando empieces a serlo vas a comenzar a maltratarlo a él, y él a ti. Esa es la hembrista que necesita el machismo para subsistir.
Lo que tenemos que hacer es evidenciar cómo se construye el hembrismo, que es, por ejemplo, cuando los papás que dicen a sus hijas: “Tú no vas a ser una loquita. Lo único que los hombres quieren es sexo y maltratar a las mujeres. Entonces vas a ser una cabroncita y vas a ser como yo, como un hombre, nada más que bonita. Te vas a arreglar muy linda y vas a ser esto y lo otro”, y les dan todos los consejos del machismo. Así son las pocas mujeres muy poderosas que hemos tenido en el mundo. ¡Margaret Thatcher era un macho perfecto! ¡Era hembrista y machista! La gente dice: “Ya tenemos más mujeres en el poder”. Pues sí, pero vaya modelo que son, y son las únicas que tienen acceso. Ese paradigma el feminismo lo ha logrado romper.
El machismo usa a una mujer que descalifica a tres millones de feministas como el ejemplo a seguir, cuando son todas ellas contra una.
Eso lo debemos ver también con los hombres: tienes a tres millones de ellos diciendo “queremos una forma de ser donde no nos violenten ni a nosotros ni a nuestros hijos, que nos traten bien, que paguen bien e igual a mi mujer que a mí para que podamos ser una familia que avance”. Pero a ese hombre que se queja en la empresa lo humillan, aunque tenga tras de sí tres millones de hombres. Son las trampas del machismo.

AR: Otra trampa muy usual eran las explicaciones supuestamente biológicas. En el libro hay otra parte interesante donde se combinan estos dos aspectos: la naturaleza y la cultura, la agresión y la violencia. ¿Cómo se vinculan estos dos aspectos?
LC: Si en esta entrevista llega alguien a asaltarnos, y yo reacciono y le hago una llave de judo, eso es agresión de defensa personal contra una forma de violencia estratégica que ejerce un ladrón que quiere robarnos. Pero si tú y yo estamos platicando e intentas imponer tus ideas sobre mí cuando te digo que no pienso igual que tú y me das una bofetada, esa es violencia dirigida directamente para controlarme. Esta es planeada, consciente y machista porque quiere imponerse.
La mayoría de la gente que dice que no hay forma de controlar violencia porque es inherente al ser humano, es muy inculta, no me importa cuántas maestrías o doctorados haya estudiado. No entiende la diferencia entre la neuroquímica de la reacción de la agresión como una forma natural de defensa, y la violencia como una constante vital para controlar la opinión, la forma de ser y la actuación de las y los demás a su alrededor.

AR: Otro punto que aparece en varias partes del libro es la prensa. Al principio usted dice: “Los colegas periodistas se mantienen flotando en la superficie de la nota”. Más adelante afirma: “La ignorancia de las y los periodistas para analizar las violencias y sus efectos sociales colabora directamente en el fortalecimiento del machismo descalificador”. ¿Cuál ha sido la responsabilidad de la prensa en la justificación del machismo?
LC: Yo tengo 30 años de periodismo, y éste no podría existir sin las empresas periodísticas que viven del capitalismo, del que está subsumido en una cultura machista. Entonces nuestros maestros, y los maestros de los maestros les dijeron cómo debía de ser el periodismo. Yo recuerdo que todos mis editores me decían “estás loca”, “esas notas no le interesan a nadie. ¿A quién le va a importar hablar del abuso de los niños?”.
Todos mis editores me lo dijeron hasta que de repente se dieron cuenta de que eso le interesaba a la gente, y entonces dijeron: “Está bien, puedes escribir sobre eso”. Pero era siempre algo minimizado.
¿Por qué un editor o editora dicen que ciertas cosas no le importan a la sociedad?, ¿por qué el director de una televisora dice: “Vamos a hacer noticieros light, en los que no vamos a abordar y ahondar en ciertos temas porque a la gente no le interesan”. Esas decisiones las toman quienes están en la cúspide del poder en todos los medios, no las y los reporteros, claramente, aunque sí tenemos una responsabilidad cuando salimos a buscar una nota, en la perspectiva desde la cual hacemos las preguntas y la búsqueda de las causas de la violencia que han vivido las familias.
Sobre el tema de los 43, con un amigo periodista extranjero hice un análisis de más de 150 notas de diferentes medios; fue impresionante: todos hicieron las mismas preguntas y obtuvieron las mismas respuestas durante ocho meses seguidos. Por supuesto que si no cambias la perspectiva desde la cual preguntas, no vas a obtener respuestas distintas. Entonces tenemos una gran responsabilidad como periodistas.
También hay muchos periodistas en diferentes medios que están haciendo cosas inusuales y novedosas, la revista Chilango, Milenio y Animal Político, que han hecho análisis sobre violencia de género, del “no me digas guapa”, qué significa el acoso y el hostigamiento en el transporte público, por ejemplo.
Por supuesto que sí hay editores, reporteras y reporteras que están trayendo temas a la mesa, y eso también está cambiando y es muy importante. Hay que hacer la crítica para aquellos que no lo están haciendo, que son los más poderosos.

AR: Sobre este tema, usted afirma: “Analizar la masculinidad debe ser el interés superior de toda la sociedad”, lo que va desde el nivel personal hasta el público e incluso hasta la parte privada que es el empresariado. ¿Qué esfuerzos se están haciendo al respecto?
LC: Creo que hay muchos por todo el país, tanto de hombres como de mujeres. Hay una organización en México que se llama Gendes, que trabaja sobre el tema de nuevas masculinidades y el ejercicio de la violencia, y está haciendo una labor impresionante desde hace más de dos décadas. La gente no lo conoce o no le da la importancia necesaria porque también hay mucha crítica machista: “Ay, los quieren hacer maricones o mandilones”.
Pero a quienes sí entran en esa transformación llega un momento en que no les importa que los critiquen, que es lo que también nos pasa a muchas de nosotras. Me acuerdo que todavía hace 15 años la gente me comentaba “no digas que eres feminista”, y eran amigos periodistas muy famosos. Dos o tres veces don Julio Scherer me dijo: “No diga que es feminista porque eso afecta mucho su carrera periodística”. Y le respondí: “Le afecta a usted porque es un machín. Yo digo que soy una periodista que en mi vida personal soy feminista, que es una filosofía y una forma de vivir en el ejercicio de la no violencia y de la igualdad. Si a usted le molesta, dígamelo y vamos a discutir por qué. Pero usted no me puede decir a mí que yo no puedo decir que soy feminista”. Cuando me invitó a presentar su libro, lo primero que dije fue: “Soy feminista”.
Ahora vengo de la radio y todo mundo comenta “activista”, “feminista”, “periodista”, y digo: “Okey, ya no es pecado ser feminista”.
Sí hay cambios, y hay hombres que dicen “soy feminista” —tengo cantidad de amigos que lo dicen—; claro que hay mujeres que creen que los hombres no pueden serlo, sino profeministas. Lo importante no es cuál es el apellido que le pones a tu actitud, sino cuál es ésta.

AR: Dice usted que el libro no es tanto para sensibilizar a los hombres sino para crear liderazgos masculinos que se opongan a la violencia y a la discriminación. ¿Ya hay algunos de estos liderazgos?
LC: Creo que sí, en el mundo hay muchos. Suecia tiene cantidad de ejemplos impresionante, y hace unos días vimos el ejemplo del Primer Ministro holandés, al que se le cayó el café y le pidió el trapeador a las señoras de mantenimiento y él se puso a limpiar. Fue la gran noticia, pero para él era algo normal: después lo entrevistaron y dijo “es algo que yo hago todos los días en mi casa”. Allí te das cuenta que esa es la educación, y como él hay millones de hombres a los que no se está grabando haciendo eso.
Yo tengo amigos, sobre todo menores de 40 años, que no sienten que colaboran en el hogar sino que son partícipes de la responsabilidad tanto en la paternidad, en la relación de pareja, en la compra de víveres, en la cocina, etcétera. Eso está bien: son elecciones que uno va haciendo a lo largo de su vida y no tiene nada que ver con si eres más hombre o menos hombre, sino con cómo vives tus relaciones con las y los demás.
En términos de liderazgos públicos, me cuesta trabajo encontrar uno en México. Estamos rodeados de políticos machistas, y por eso puse los tests al final, porque creo que a cada quien le toca redescubrirse y decir: “¿Yo qué papel tengo en la sociedad?”. Yo reproduzco o no micromachismos como hombre o como mujer en nuestra sociedad. Si lo hago, ¿cómo puedo detectarlos y detenerlos? Si no hacemos autocrítica, no podemos a transformar nada.

AR: Usted menciona la distinción entre lo que es la igualdad y la equidad, ideales que debemos perseguir. Para alcanzarlos, ¿cuál es el papel de la lucha contra el machismo y el patriarcado?
LC: El papel fundamental para poner este tema sobre la mesa lo ha tenido el movimiento feminista en los últimos 100 años, al crear, en términos filosóficos, la perspectiva de género como categoría de análisis; es decir, hay un conocimiento científico muy importante detrás del feminismo, como lo sabemos hombres y mujeres que lo hemos estudiado.
Creo que hay millones de hombres que están preguntándose cómo salir de este contexto machista, cómo relacionarse de una mejor manera entre ellos, cómo rebelarse contra el machismo estructural y contra el político. De pronto encontraron un tren que decía: “Vamos hacia la igualdad”. Se subieron y descubrieron que no tienen maquinista, que no tienen mapa ni ruta y no saben a dónde demonios van.
Esa es la gran diferencia entre los movimientos de masculinidades y los del feminismo: en éste sí sabemos a dónde vamos. Desde siempre hemos sabido que tenemos que construir la paz y encontrar la equidad. Reconozco las diferencias que tú y yo tenemos, biológicas, vitales, emocionales, culturales, raciales, etcétera, y eso enriquece mi vida por conocerte y ser diferente a mí. Eso es lo que el feminismo ha hecho: nos ha ayudado a reconocer la alteridad o la otredad como algo que nos enriquece como raza humana.
El machismo lo que ha hecho es decir: “No, todos igualitos y obedientes a un solo mandato o les excluimos de aquí”. Los hombres que quieren transformarlo tienen que decidir cuál es la ruta que van a tomar, y la tienen que inventar ellos, no nos toca a las mujeres.
Le dediqué a uno de mis amigos el capítulo de la caballerosidad porque me comentaba: “Es que ya no sé si podemos ser caballerosos, Lydia, estoy asustado”. Le dije: “Yo abro la puerta a las personas, sean hombres o mujeres; si llego a casa de un amigo ayudo a lavar los platos, etcétera”. Esas cortesías no tienen que ver con el sexo ni con el género sino con formas naturales. La caballerosidad implica un ejercicio de poder, como narro en el libro, y explico de dónde viene y por qué la tenemos que erradicar. La cortesía entre todos los seres humanos tiene que permanecer y aumentar: tenemos que ser más corteses, más amables con las y los demás.

AR: El problema del machismo es muy grave y arraigado, por lo que es difícil cambiarlo. ¿En dónde observa usted la esperanza de que esto pueda cambiar?
LC: La encuentro en mucha gente joven, en hombres y mujeres que están planteando nuevos patrones de comportamiento, de feminismo y de masculinidades. Recientemente dirigí una miniserie educativa, Somos valientes, cuyo concepto desarrollé con una productora, Marcela Zendejas. Fue muy emocionante porque viajamos por el país y entrevisté a cinco niñas y a cinco niños en diferentes estados. Cada vez que terminábamos de grabar en algún lugar, el equipo se iba a cenar, y en una ocasión estuvimos al borde del llanto por la emoción de decir “el mundo está cambiando”. En Sinaloa nos habíamos metido a grabar en colonias bravas; vimos a un niño grandote, del que podías decir “este es un machín, seguro, con sus prejuicios”. Le pregunté si creía que los hombres y las mujeres son iguales, y respondió: “Claro, los niños y las niñas podemos hacer lo mismo. Ellas tienen los mismos derechos”. Y se soltó hablando sobre eso. Después le pregunté dónde había aprendido eso, y dijo: “De ningún lado; de la verdad, de convivir aquí con mis compañeras”.
Algo está cambiando. Ellos sí lo pueden ver, y seguramente su papá o su mamá y el entorno les están permitiendo preguntarse asuntos que no nos cuestionábamos en nuestras generaciones.
Eso sucedió en todos los estados de la República: todos los niños y las niñas dijeron que son iguales.
Entonces también valdría la pena preguntarnos en qué momento de nuestra vida decidimos que no somos iguales y que debemos de tratarnos diferente. Esa es una pregunta individual: cada quien se tiene que mirar al espejo.

*Entrevista publicada en etcétera, núm. 214, septiembre de 2018.

1 comentario:

MariaEu dijo...

Muy interesante e importante entrevista, le felicito!! Solo me queda una duda, en la primera parte de la transcripción se lee que Lydia Cacho señala: "Fui una madre feminista" tengo entendido que ella no tiene hijos, quizás debiera decir " Tuve una madre feminista"
Gracias de antemano por la aclaracion