lunes, junio 25, 2012

Periodismo, violencia y legalidad. Entrevista con Marco Lara Klahr


Periodismo, violencia y legalidad*

Entrevista con Marco Lara Klahr

Por Ariel Ruiz Mondragón

En nuestro país la denominación de “nota roja”, dada al periodismo dedicado a reportar las noticias relacionadas con el crimen, el delito y las tragedias, proviene del siglo XIX: en 1889, en el periódico de Guadalajara El Mercurio Occidental, se dio la noticia de un asesinato; sobre los ejemplares de aquella edición se ordenó a uno de los impresores poner su mano empapada en tinta roja, lo que logró un efecto de espanto y atracción entre los lectores. Por aquellos años también surgió, en Estados Unidos, la tira de Yellow Kid, lo que daría origen al título de “prensa amarilla”.

Así, la información policiaca se ha manejado entre la “nota roja” y el “amarillismo”, que se ha basado en el sensacionalismo y el prejuicio, lo que nada ayuda a comunicar y a comprender los fenómenos delictivos. Una de sus características es que “ha sido ostensible un eventual consenso social y sobre todo mediático en cuanto a tomar como única —o casi— la versión oficial, reproduciendo sus valores estigmatizantes, lo mismo respecto de víctimas que de transgresores o supuestos transgresores, y grupos u organizaciones sociales”. Esto traza una línea de continuidad entre la labor periodística del siglo XIX y la del presente.

La cita anterior es del libro Nota(n) roja. La vibrante historia de un género y una nueva manera de informar (México, Debate, 2009), de Marco Lara Klahr y Francesc Barata, en el que, además de hacer una crónica del desarrollo del periodismo policiaco en nuestro país, se le hace una severa crítica y también se presenta una propuesta para superarlo colocvando en el centro una cultura de la legalidad y de respeto de los derechos.

Sobre ese volumen conversamos con Lara Klahr, quien fue coordinador del proyecto Violencia y medios, a cargo del Instituto para la Seguridad y la Democracia (Insyde), así como desarrollador del sitio web presunciondeinocencia.org.mx; además, ha sido consultor de Open Society Justice Initiative e investigador y coordinador académico de la Fundación Prensa y Democracia AC., así como profesor de la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México y del posgrado en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Autor de cuatro libros, ha coordinado y colaborado en cuando menos otros 10, además de que ha publicado trabajado en diversas publicaciones, como El Financiero, El Universal, Gatopardo, Replicante, Etcétera y Metapolítica, entre otras. Ha recibido el Premio Nacional de Periodismo en dos ocasiones: en 2000 en la categoría de reportaje, y en 2009 en la de transparencia.

 
Ariel Ruiz (AR): ¿Cuáles fueron las razones para hacer este libro acerca del periodismo dedicado a la delincuencia y a la seguridad?

Marco Lara Klahr (MLK): Como digo en una nota introductoria, yo empecé en el periodismo siendo adolescente, y comencé en el periodismo policial. Desde los primeros momentos y en diversos incidentes lo primero que percibí —sin que eso signifique que entonces yo lo tuviera claro— fue la empatía entre agentes y personal del Ministerio Público (MP), policías, militares y periodistas. Es entre empatía, complicidad, sumisión y sobre todo una señalada confusión identitaria de los periodistas acerca de su papel en un suceso relacionado con la transgresión de la ley o con la judicialización de un caso.

Eso me impactó muchísimo; para un periodista joven (yo tenía 17 años) eso generaba muchísima confusión mental, profesional y vocacional, y me situaba frente a un dilema implícito de una manera no intelectual sino instintiva, y que era que yo tenía que decidir dedicarme o no a esa profesión que implicaba participar en torturas, en maltrato, en criminalización, en exhibición pública de una persona imputada de delito. Era una disyuntiva clarísima.

Eso también me exponía a altas dosis de frustración, no porque yo tuviera una idea clara de lo que fuera periodismo ni mucho menos periodismo ético, sino que era algo muy instintivo que tiene que ver con mi personalidad, mi formación y probablemente mi patología de conflicto con la autoridad. El caso es que por todas esas razones —y no que yo haya sido muy inteligente y honesto, que no era el caso— sencillamente yo no me pude funcionalizar; pero había partes de la profesión que me seducían y además yo vivía de eso. Entonces desarrollé altísimas dosis de frustración, de un deseo de venganza en un sentido de revelar todo eso, de no permitir que se quedara en los separos, en los sótanos de las comisarías de las agencias del MP.

Durante años trabajé con esa idea, y después, ya con otro background intelectual y profesional, cuando creamos el proyecto de Violencia y medios en el Insyde, ya tenía otra manera de verlo. Lo propusimos tras varias conversaciones con Ernesto López Portillo Vargas, y después recibimos fondos de varias organizaciones o entidades europeas y de Estados Unidos. Pudimos contratar por obra a Francesc Barata, quien estaba en México, lo que fue una fortuna, y empezamos a hacer el libro. Éste tiene como primer motor el interés de Ernesto, y por supuesto está permeado por el talento, la lucidez y el dominio del tema de Barata. Entonces en realidad son varios caminos por los que llegamos a este lugar.

AR: Como mencionas, llevas alrededor de 30 años de trabajar cuestiones de seguridad. En este sentido, ¿cómo ha cambiado el periodismo de aquella nota roja que criticas, hasta tu propuesta de seguridad ciudadana y de procuración de justicia?

MLK: Es obvio que el componente de los nuevos medios, los digitales, incluidas las redes sociales, ha transformado no sólo el periodismo policial y judicial, sino al periodismo en general, y ha cambiado a los medios de noticias para siempre. Debido a esto hay un debate en el mundo (no en México; yo a veces defino a los mexicanos como una sociedad para la que nada esencial es importante) sobre la inminente desaparición del periodismo profesional como lo conocemos y lo hacemos, que es, básicamente, un periodismo del siglo XIX. Ese es un factor que no había cuando empecé en 1980.

Otro elemento es que la sociedad se ha diversificado, o por lo menos los canales institucionales para la diversificación social son mucho mayores; entonces tenemos una sociedad que se expresa, se define y se dibuja como más diversa que la sociedad semirural en la que nosotros crecimos. Pero de pronto esta ciudad es muy compleja, muy diversificada, con muchos problemas del mundo posindustrial, de posmodernidad y de premodernidad al mismo tiempo. Ése ha sido otro factor: tienes mayores actores sociales cuando antes predominaba el Estado, con algunas expresiones de la sociedad muy institucionalizadas, y medios que funcionaban como apéndices, formales o informales, de esos poderes visibles. Eso ha cambiado: la oferta de actores y los discursos se han diversificado en el espacio público, incluido el crimen organizado. En fin.

Esos dos factores, el espacio digital y la transformación del perfil sociodemográfico en México, han hecho que los medios tengan otros desafíos, transformaciones de producción industrial, de interlocuciones, de incidencia, de enfoques.

También está el tema de la informatización. Yo empecé en redacciones de maquinita de escribir, en la transición tecnológica. Es otro factor: la informatización generó una serie de dinámicas de transformación de los saberes y las prácticas de los periodistas, en las rutinas de la redacción y las fuentes el acopio de información.

La tecnología de la información hizo más rentable el negocio, achicó los espacios laborales, precarizó la profesión de ser periodista, y también hay un proceso encontrado de profesionalización. Creo que nunca en la historia del periodismo había habido tal nivel de profesionalización formal, desde una perspectiva si quieres academicista o curricular, lo que también trasformó el periodismo.

Finalmente, diría que, sin embargo, el periodismo y los periodistas tenemos una enorme tendencia a mantenernos en lo que en teoría se llaman “nuestros modelos mentales”: la redacción y quienes formamos parte de ella tendemos a estar anclados al viejo modelo mental del periodismo del siglo XIX, que es esencialmente un periodismo acopiador, y eso nos ha convertido, en general, en dinosaurios, periodistas prehistóricos. Escucha nuestro discurso, nuestra visión, nuestra manera de retratar el delito y la violencia y ¡puta, no somos premodernos sino prehistóricos!

AR: Otro asunto interesante que se menciona en el libro varias veces es el de los códigos éticos, la deontología, los estatutos de redacción, la autorregulación e incluso la cultura de la legalidad. Al respecto ¿en qué estado se encuentra nuestro periodismo?

MLK: Me parece que es una pregunta importante porque pienso, primero, que afortunadamente somos parte de un debate que, por primera vez en la historia en México, sitúa al periodismo y a los periodistas como sujetos del respeto a la ley. Esto es fundamental, es un debate que no había y al que los periodistas y los medios siguen negándose; cada vez que lo proponemos desde dentro o fuera del gremio, nos gritan “¡Censura!”. A mí me han acusado de cosas aberrantes y me han insultado por enfocarme en el tema de que primero está el respeto a la ley, y después está la ética.

Ahora, el centro del debate está en que la libertad de expresión que nosotros esgrimimos con absoluta razón es un derecho relativo, no un derecho absoluto. En la teoría del Derecho, la libertad de expresión se considera un derecho relativo, y si tú publicas esto me van a volver a mentar la madre.

¿Por qué es un derecho relativo? Bueno, porque la libertad de expresión tiene que armonizarse con otros derechos, que no es el caso, por ejemplo, del derecho a no ser sometido a tratos crueles, denigrantes o tortura, que es un derecho absoluto: no hay ninguna ley que diga “la tortura es ilegal, salvo en los siguientes casos...”. No hay tal posibilidad, y por eso es un derecho absoluto.

La libertad de expresión es un derecho relativo en el sentido de que tu libertad de expresión tiene como límite, por ejemplo, mi derecho a la intimidad. Claro, tiene sus asegunes: si yo soy servidor público, entonces mi derecho a la intimidad baja o sube, eso está regulado en unos países y en otros nos atenemos a los tratados internacionales, como en México. Pero básicamente es un derecho regulable. Otro ejemplo: tu libertad de expresión llega hasta donde empieza mi derecho a la presunción de inocencia o a la propia imagen; por eso es un derecho relativo.

Entonces, primero cumples la ley: como periodista inicialmente cumples con el artículo 20 constitucional, que dice que se presume la inocencia del ciudadano imputado de un delito, y luego lo metes en un puto código de ética. Pero primero respetas la ley, porque si no, yo te puedo chingar en un país democrático porque violaste un derecho mío.

Fíjate en la bipolaridad: cuando dices esto en un taller, detonas todo un proceso terapéutico muy interesante y enriquecedor con nuestros colegas porque es un proceso catártico y de aprendizaje entre todos. Los periodistas se burlan: “Ahh, ¡aquí no hay Estado de Derecho!, jajaja”; “A ver, camarada, tú dices que aquí no lo hay; ¿entonces por qué reivindicas tu libertad de expresión? Si asumes que no hay Estado de Derecho, ¿por qué le haces a la mamada reclamando tu libertad de expresión?, ¿por qué te pones tan orondo cuando se trata de defenderla, y tan laxo, hasta cínico, cuando se trata del Estado democrático de Derecho? Si no existe, ¡como periodista trabaja para que haya, porque te conviene, cabrón!”.

Es decir: las libertades de expresión y de información se pueden ejercer sólo de manera plena en pleno Estado democrático de Derecho.

Eso ocurre por ignorancia: muchos periodistas no relacionan libertad de expresión con Estado democrático de Derecho. Les dices: “Presunción de inocencia”, “Bueno, sí; pero a ese cabrón lo detuvieron en flagrancia”. Entonces sacas tus cifras: a ver, el setenta y tantos por ciento de las detenciones ocurren en ella, porque la policía, para no investigar, dice que fue en flagrancia. “Ah, no, pero por algo está allí el cabrón”, “Está bien; ¿y si fuera tu mamá?”, “No, qué pasó. Además, pero yo le pongo ‘presunto’”, “Bueno, ¿y por qué no nos prestas la foto de tu mamá y le ponemos ‘la presunta proxeneta’?, ¿qué te parece?”, “No, qué pasó”. “Entonces vamos a comunicarnos un poco: ponerle ‘presunto' es algo que no tiene futuro; lo tendrá legalmente, pero en términos éticos y respecto a los derechos a la identidad, a la honra, a la presunción de inocencia, es un daño brutal. Ese tecnicismo alivia tu cargo de conciencia, pero no resuelve nada; si a mí me ves en televisión como ‘el violador’, yo te garantizo que mi hijo la va a pasar mal; y si tú le pones ‘presunto violador’ la va a seguir pasando muy mal, no va a cambiar nada”.

Observa la bipolaridad: “Yo reivindico mi libertad de expresión, pero pisoteo tu derecho a la presunción de inocencia porque me parece no legítimo”. Y los periodistas seguimos anclados en esa visión decimonónica del periodismo.

También se hacen tribunales paralelos como los que vemos en televisión, lo que es una cosa hasta previa: como nosotros estudiamos, es hasta un asunto medieval, y, si quieres, del siglo XIX.

AR: ¿En general hay que dejar que los medios se autorregulen a través de sus códigos de ética o habría que reformar y generar leyes para limitar esos fenómenos en los medios?

MLK: Yo creo que tenemos mucho que aprender de otros países. No hay ningún país donde esto funcione a la perfección; puedes poner de ejemplo a Francia, por ejemplo. Pero ve a revisar el Tribunal de Estrasburgo, y vas a quedarte con la sorpresa de que el país que ha sido más llevado a esa Corte por la aplicación del artículo 10 del Convenio de Estrasburgo (que es libertad de expresión) es Francia. Entonces, no hay ningún país del que puedas decir: “Éste es el modelo de no conflicto frente a este pinche desmadre”.

Sin embargo, sí hay sociedades más avanzadas, donde hay más mecanismos de equilibrio, donde finalmente el ciudadano queda más protegido y, paradójicamente, también el periodista está más protegido para ejercer su profesión. Fíjate qué importante es esto de una cultura de derechos.

En países como Noruega, Dinamarca, Suecia, Alemania y España, hay un equilibrio siempre en evolución, siempre perfectible, con nuevos desafíos, es un equilibrio entre protección estricta a los ciudadanos respecto de un acto de abuso de poder. Por ejemplo, si un niño es presentado como detenido por el Ejército, aunque los periodistas y los medios tienen responsabilidades, la primera de éstas es de los militares que lo tienen allí, y antes de eso, de su oficial inmediato y así hasta llegar hasta el secretario de la Defensa Nacional.

Entonces, primero hay una protección al ciudadano víctima o imputado para que la autoridad no abuse, que no se exceda en las atribuciones que le da la ley.

En ese sentido, hay una mayor protección legal contra abusos de autoridad que incluyen a los medios como replicadores de esos hechos. Allí ya no quedas como Torquemada, o que haya que agarrar de los huevos a los medios; no, primero se procede contra la autoridad que, en el ejercicio de sus funciones y atribuciones legales, se excedió, y después también hay mecanismos legales sobre la conducta del periodista: si actuó de mala fe, si no verificó, si generó un daño. Y esas leyes se diseñan para algo que se conoce en Derecho como “responsabilidad ulterior”. Es decir, no que la libertad de expresión se censure o que haya una censura previa, sino que puedes decir lo que te dé tu chingada gana, pero puede haber responsabilidad ulterior si no lo hiciste respetando la ley.

Ésa es la parte legal. Pero por otra parte está el marco autorregulatorio, donde yo pongo mis 10 mandamientos, lo que no basta: son principios enunciativos que no tienen carácter vinculante, y entonces vale madre. A ver, uno de los 10 mandamientos dice: “No desearás a la mujer de tu prójimo”. Está chido, pero ¿cómo hago eso? Entonces, no solamente me digas lo que no debo hacer, sino dime cómo.

Nosotros hemos insistido en que los código de ética o los acuerdos son apenas el mecanismo enunciativo para luego instrumentalizarlo en estatutos de redacción, en manuales de procesos, en una reingeniería editorial dentro de los medios. Entonces, no solamente digas que los chiles que vas a vender deben enlatarse higiénicamente, sino que me digas cómo; si con los estándares con los que los periodistas hacemos periodismo enlatáramos chiles, ya hubiéramos envenenado a medio México, porque no hay estándares.

Allí hay otro tema: la estandarización de la producción de contenidos, las reglas. Si te vas a referir a violencia de género, no lo puedes decir de tal forma, cabrón, no puedes decir “la mató porque discutían”. Así dicen los manuales de procesos.

Otro tema son las consecuencias de faltar a lo anterior; es decir, el periodista interioriza, firma un contrato y dice que se atiene a lo allí convenido. Pero puede perder su empleo por transgredir el manual de procesos o el estatuto de redacción, y para lo cual existe un Consejo de ética.

Entonces están la ley y la autorregulación, y debes armonizar la ética con el respeto a la ley. Pero también hay un tercer factor: la sanción entre pares, colegios de periodistas donde hay sanciones porque te sometes a un código de ética, y si lo violas tiene consecuencias.

Nada más mándale a Proceso una carta pa’que veas lo que te va a decir el reportero.

Escríbela y que diga: “El señor que dicen en la foto que soy yo, no soy yo”; “Ah, bueno, es que esto nos lo dio no sé quien, y nos aseguran que usted fue, pero que usted se hizo cirugía plástica; lo que pasa es que usted se está ocultando porque usted es un criminal hijo de puta”.

Otro señor: “Aquí dice que a mí me demandaron penalmente por violencia familiar, y sí es cierto; pero el juez sobreseyó el caso. Entonces yo soy inocente”; “Sí, pero fui al MP y su esposa dijo que no solamente la golpeaba sino que le metía el cucharón por las orejas, y aquí tengo la averiguación previa”; “Sí, cabrón, pero no es cosa juzgada”.

Y todo eso lo hace el periodista (muchas veces, no siempre) para evitarse un conflicto con su director, con su jefe, con su editor. Entonces le echa toda la pinche carne al asador para devaluar a su víctima; imagínate, eso es una forma de violencia.

Hay medios que tienen prohibido contestar, porque tienen sus mecanismos de defensoría, y ésta contesta, y te da la razón o no, sin que eso implique que no te puedas dirigir a un tribunal.

Pero hay un cuarto mecanismo: los llamados media accountability systems, sistemas ciudadanos de rendición de cuentas de los medios, creados porque si la comunidad no genera los mecanismos de equilibrio y contención de los medios, éstos se desbordan. Existen los problemas que tiene la sociedad mexicana al respecto: que, por un lado, hay leyes monopólicas de medios que no favorecen la competencia y la diversidad de oferta de medios, y por otro lado hay una sociedad apática que no se responsabiliza de sus medios.

Entonces, te estoy hablando de cuatro mecanismos, entre otros, que hacen que el problema de los medios y sus abusos se vaya dirimiendo adecuadamente y tome sus cauces, a partir de experiencias en otros países; aquí, cabrón, no hay ninguno.

Ahora bien: todo ámbito institucional que desacredita en los hechos los derechos de los demás, generalmente es un ámbito en cuyo interior se vulneran sistemáticamente derechos. Es como la policía: en México tiene una lógica autoritaria, una visión anacrónica de seguridad; pero si hay víctimas de violación de los derechos humanos son los policías. Eso pasa exactamente con los periodistas.

AR: Haces señalamientos al respecto cuando mencionas estas prácticas informativas de comunicación social de las procuradurías que presentan ante los medios a personas detenidas casi como responsables de actos delictivos. Pero hay otra parte que es la del infoentretenimiento, como el caso del montaje cuando ocurrió la detención de Florence Cassez. ¿Cómo se empalman estas políticas gubernamentales de comunicación social justamente con estas prácticas de los medios?

MLK: Claro, es la fuente. Nosotros planteamos en este y otros libros (ahora está por salir uno nuevo que se llama No más pagadores –el pagador en la cárcel es el que está con una condena por un delito que no cometió, por injusticia—) que se presenta la cadena de producción de noticias, y existe el problema de la fuente. Mira, según el último indicador del Instituto Ciudadano de Estudios Sobre la Inseguridad, en México hay una impunidad del 99 por ciento; impunidad significa no castigo, por lo que quiere decir que el sistema de justicia penal estaría teniendo apenas el uno por ciento de capacidad para castigar el delito denunciado —no te hablo de la cifra negra.

Ese nivel catastrófico del sistema de justicia penal nos sitúa, como he insistido, en un escenario de crisis humanitaria en las prisiones; un sistema así de ineficiente es un incentivo desde el Estado para violar la ley, porque el costo es tan bajo que la violas.

Entonces, es clarísimo que la política comunicacional del aparato de procuración de justicia y de la policía se enfoca en que la eficiencia que no pueden tener en la realidad se muestra en el espacio mediático; es decir, la eficiencia, en lugar de dirimirse en tribunales, se dirime en los medios. Entonces la policía y el Ejército te presentan a El Pichicuas y El Cachacuas, quienes siempre son los jefes más cabrones y despiadados, que hacían las peores cosas; pero a la mejor están afuera mañana porque el Ejército no hizo un trabajo de acopio de pruebas.

Desde el espacio y el discurso mediáticos se dice acerca del sistema: “Pues está funcionando”. Pero en los hechos, no. Por eso nosotros decimos que los medios no solamente influimos en la percepción: los medios contribuimos a que un espacio social sea más seguro o inseguro, porque si promueves la impunidad tienes a delincuentes afuera y a inocentes adentro de las cárceles. Entonces eres parte de una lógica que hace al espacio público más agresivo.

También está, otra vez, el componente industrial: los medios industriales mexicanos tienen una adicción descontrolada a la información barata e inverificable que le proveen las instituciones de la política criminal. Se puede comercializar un noticiero de televisión en decenas de millones de pesos con sólo dos camarógrafos y dos reporteros mal pagados, miserables, con salarios de 300 dólares al mes, que es lo que gana el periodista mexicano de policía, con lo que el tipo tiene que pagar su transporte, su comunicación, su comida en la calle y su vestimenta, porque todavía se dan el lujo de exigirte que lleves traje. Entonces debes tener tres o cuatro chambas, que a veces pueden ser también de empleado de prensa de una procuraduría o de una policía.

Allí tienes los factores que hacen que se genere una corresponsabilidad. Estoy convencido de que los periodistas —no sólo los de policía—, directores, editores, dueños, reporteros, fotorreporteros y camarógrafos tenemos una enorme empatía con la militarización de la seguridad pública y la visión autoritaria de la justicia penal. Esto es por la cultura; en México tenemos una cultura vertical autoritaria, donde básicamente la fuente menos increíble (para ponerlo de una manera un poco chusca) es la del Estado. Llegas con tu editor, y dice: “¿Dónde está la versión del gobierno?, ¿qué dice el MP?”. Vas a éste, te da la información, y a ponerlo primero. Es lo más consistente, es una empatía que nos viene del siglo XIX.

 
AR: Hay otros ejemplos en el libro, como los de Nahum Acosta o de la Señorita Sinaloa, quienes, pese a que resultaron inocentes, ya fueron hechos pedazos en los medios. ¿Hay que hacer alguna reforma legal para obligar a resarcir esos daños?

MLK: Esa reforma está. La reforma de 2008 presenta avances y retrocesos, es bipolar; por un lado, deja tal como está el tema de la prisión preventiva, que es atroz en México porque se abusa de ella, e incorpora y eleva a rango constitucional el arraigo, que se considera per se un atropello, una violación flagrante al debido proceso; es considerado, de hecho, como una parte de la tortura. Pero, por otro lado, incorporó al artículo 20, textualmente, la presunción de inocencia, e incorporó la justicia restaurativa, o sea del privilegiar no el castigo sino el resarcimiento del daño a la víctima.

Después, con la reforma de este año, que es la que llaman “reforma de derechos humanos”, se establece claramente que toda autoridad está obligada a velar por la defensa de los derechos y a denunciar su violación. Allí tienes una dimensión clarísima de que hay cada vez más andamiaje para frenar abusos.

Mi visión es que tiene que centrarse en la autoridad que viola la ley, y después tiene que valorarse, de manera proporcional, no penal, no privativa de la libertad, por la vía civil, la responsabilidad del medio y del periodista.

Entonces, con esos requisitos puedes equilibrar; pero en todo caso, todos nos hacemos pendejos. Te voy a decir una cosa que está mencionada en el libro, la puedes ver en la guía que viene al final, en donde dice “Abuso de autoridad”: cito el artículo 215 del Código Penal Federal, que tipifica ese acto, y dice, entre otras cosas, “incurrirá en abuso de autoridad aquel servidor público que, entre otras cosas, obligue a una persona a incriminarse de delito por vías de aislamiento, tortura” o la chingada. Bueno, lo que ves todos los días en los medios es eso: ese procurador que está presentando a un detenido, al tambo. En España no puedes presentar a una persona detenida, ni dar su nombre ni su imagen; eso no está necesariamente prohibido para el medio, pero sí para la autoridad. Ésa es la clave.

 
AR: Hoy vemos imágenes de personas asesinadas en diversos medios, llegando incluso a lo que llamas “muerte en directo”. Muchas veces su difusión es justificada por “interés público” o “porque es lo que está pasando y no lo podemos esconder”. ¿Cuáles son los límites de esta difusión de imágenes, de textos, de mensajes del crimen organizado?

MLK: Es una larga respuesta, pero te voy a poner un ejemplo muy sencillo: para la ley y para los acuerdos internacionales en la materia, entre las víctimas no sólo se incluye a las víctimas directas sino a la familia. Entonces, cuando presentas a una persona colgada identificando su rostro, lo que haces es generar un daño y revictimizando a las víctimas, a la familia, por ejemplo.

Los medios decimos: “La gente tiene que saber”. Sí, tiene que saber, pero no atropellando los derechos de las personas. Así hay muchos criterios, pero lo que pasa es que las políticas editoriales no están estandarizadas para tener apego a la ley y a la ética. Nosotros mismos, y lo he estado hablando cada vez más, he propuesto una defensoría ciudadana de víctimas de la prensa, no para proponer una cacería de brujas, sino para emprender la defensa de ciudadanos que fueron víctimas o imputados de delito, y a quienes fueron violados sus derechos, violación que se haya consumado en el espacio mediático (aunque no se haya generado allí), para que haya consecuencias penales para los servidores públicos, y de orden civil para los periodistas, siempre en beneficio de la víctima.

Hay otra aberración: revisa en México la teoría del etiquetamiento social. Aquí se infiere que si mueres de cierta manera, entonces pasas automáticamente a ser responsable de tu muerte. Se infiere que hay ciertas actividades de una persona que explican, que justifican que sea torturada, asesinada y exhibida. ¿Cuál es el riesgo de esto? Pues el etiquetamiento, la demonización y la estigmatización. Lo de menos, viéndolo como periodista cínico, es que si eres narcotraficante mueras torturado, desmembrado y exhibido. El problema es que ni siquiera se sabe si es lo que dicen que es. Esto no quiere decir que yo diga que una persona imputada de delito, sentenciada y condenada merezca una muerte atroz; lo que estoy diciendo es que el problema es en términos de cultura, de vulneración de derechos humanos. Puedes tener un discurso tan justiciero que dices: “Sale, pues ese güey era un narcotraficante; qué bueno que lo castraron para que otros no sean narcotraficantes y evitar todo el daño que hacen a la sociedad”. Viéndolo desde esa perspectiva fascista, autoritaria, es atroz, porque entonces se trata de que después te peguen la etiqueta a ti o a quien sea, y ya te jodiste.

Yo digo esto en los talleres de periodistas: los ciudadanos en la posmodernidad tenemos la certeza de que si morimos de cierta manera trágica, vamos a ser exhibidos. A mí se me hace una cosa escalofriante; puedes asegurarte de que si tu hijo o tu pareja muere en condiciones trágicas, va a ser exhibida, y muy probablemente tú también como víctima asociada. Es un mensaje atroz; por esto me avergüenza pertenecer a una industria cuyo papel social autoasumido es que somos los últimos justicieros del último eslabón de los justicieros. Somos una sociedad absolutamente miserable, atomizada y totalmente carroñera contra nosotros mismos.

Fíjate: aunque tú seas narcotraficante, si a ti te matan por serlo ¿dejas de ser víctima? En el discurso mediático dejas de ser víctima y eres responsable de tu muerte. Y si te ponen “encajuelado”, “ejecutado” o “levantado”, pues ya te jodiste, ya valiste madre porque en ese momento te haces sujeto de la sospecha social.

Para un libro que estoy haciendo, un hombre, que es activista, me dijo: “Es que en Tampico nosotros sabemos que si te secuestran es porque estás metido, y te secuestran para que les devuelvas dinero porque te lo robaste”. Entonces la gente se tiene que ir de Tampico cuando la secuestran; no se tiene que ir —esto él mismo me lo dijo— por el riesgo de que la vuelvan a plagiar, sino por el estigma social de haber sido víctima: son señalados de estar metidos en el crimen organizado porque fueron víctimas. Fíjate de lo que somos parte, deberíamos avergonzarnos. Como periodistas somos los que alimentamos esa maquinaria del estigma.

AR: Vamos a las alternativas. Tu propuesta en general es sustituir a la “nota roja” por un periodismo de seguridad ciudadana y de justicia penal. ¿En qué consiste este cambio, tu propuesta de periodismo?

MLK: Yo no propongo un nuevo periodismo, sino uno hecho en la tónica de comunicación democrática, respetuoso de la legalidad y los derechos; propongo una reingeniería industrial de la producción de contenidos; una reforma integral de las políticas y metodologías de comunicación institucional; una ciudadanía proactiva que reclame, que exija, que actúe cuando se atropellen derechos desde el espacio mediático. Pero, sobre todo, me parece que mi propuesta es que no basta con adquirir saberes y herramientas, sino que los periodistas necesariamente tenemos que desarrollar una mística, abrazar un paradigma de periodismo; mi periodismo empezó a cambiar cuando yo me asumí como periodista de paz, y asumí sus estándares éticos, su metodología, su enfoque y sus herramientas.

Mi experiencia como periodista en activo, como periodista formador de periodistas, es que entre nosotros los que tenemos el mayor potencial de transformación, reivindicación y dignificación de nuestra profesión, somos aquellos que abrazamos una visión de periodismo. Nos convertimos, de esa manera, en agentes de cambio social; no creo en el periodismo neutro, no existe. El periodismo no es inocuo, sino que siempre tiene consecuencias; el pedo es que las asumas o no.

Entonces, yo digo que hay que hacer del periodismo un acto deliberado y no automático. Tenemos que desmiserabilizar nuestra profesión, a la que Manuel Buendía llamaba “la secreta fraternidad de los mediocres”; además es una profesión que suele ser de canallas: sistemáticamente atropellamos ciudadanos en general. Esto no quiere decir que hagamos también lo contrario y ayudemos, lo hacemos; pero básicamente lo que predomina en el sistema de medios es el trabajo de unos canallas al servicio de una industria canalla que tiene que transformarse.

Y me parece que es interesante el hecho de que desde el activismo social no se plantee de manera estructurada el tema de los medios. Los movimientos por la Paz, de Martí, el de víctimas del delito, por la legalidad, por la resolución de conflictos, no tienen el componente de replanteamiento del sistema de medios. Solamente tienen el componente del siglo XX, de “pinches medios, mienten, culeros, engañan, no dicen lo que decimos”. Es una visión, por una parte, atrasada, en el sentido de que son reivindicaciones en tono del siglo XX, de 1968, de “prensa vendida”, y por la otra, adolescente en el sentido de que se queda con el berrinche, con la denostación del periodista y el medio, pero no le entra al puto debate de que en una democracia el único equilibrio de los medios somos los ciudadanos. No hay otro.

El futuro es una ciudadanía proactiva que se erija en contrapeso democrático de los medios. Es decir, debemos construir una interlocución eficaz, que es lo que no se está haciendo. Les hemos insistido a esos movimientos, pero ellos tienen otras prioridades.

No estoy haciendo un reproche; solamente me llama mucho la atención que esta ausencia del tema en la agenda denota el estado de premodernidad en el que estamos aun los movimientos de la sociedad civil.

Una cosa es que en efecto hay cosas impuestas por una empresa, eso es indudable, pero yo te puedo garantizar en mi experiencia (y de ésta tengo más de tres décadas) que el más alto porcentaje de problemas que expresa la prensa en términos de daños a personas, tiene que ver con la agenda, con el frame, con la ignorancia y con la empatía autoritaria del periodista. Porque éste en un gradiente de toma de decisiones, toma la vía criminalizante per se. Es cosa de prestigio en la redacción, y también porque es cómodo, evita conflictos y es barato.

Entonces, el asunto de los abusos es un problema estructural complejo con corresponsabilidades entre ciudadanos, gobiernos, medios y periodistas.

Mi propuesta es qué hacer: primero, problematizar el periodismo, verlo como un asunto de corresponsabilidades, y luego, desde la sociedad civil empoderar a los ciudadanos para construir opciones y transformar el sistema de medios. El ciudadano puede crear sus medios, puede constituirse en contrapeso de los medios, y puede emprender acciones legales contra los servidores públicos que vulneraron a una persona a través de los medios.


*Entrevista publicada en M Semanal, núm. 721, 29 de agosto de 2011.

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