Un país que ya se jodió
Entrevista con Ricardo Cayuela
Gally y Alejandro Rosas
por Ariel Ruiz Mondragón
A la generación que nació en la década de los
años sesenta del siglo pasado le ha tocado vivir las graves, duraderas y
sucesivas crisis del fin de siglo mexicano, pero también los cambios (la
conquista de la democracia, por ejemplo) que provocaron. Pero hoy el panorama
vuelve a parecer sombrío.
Ante el estado crítico y poco halagüeño que
presenta hoy la República ,
un par de miembros de aquella camada, el historiador Alejandro Rosas y el
literato Ricardo Cayuela Gally, han escrito el libro El México que nos duele. Crónica de un país sin rumbo (México,
Temas de hoy, 2011) para responder a una pregunta: “¿En qué momento se jodió
México?”.
Acerca de sus respectivas respuestas pudimos
conversar con los autores y ahondar en problemas como la actuación de diversos
actores políticos en la transición democrática, la falta de un proyecto
nacional, la necesidad de unir los esfuerzos individuales de los mexicanos y
las posibilidades de cambiar el rumbo del país.
Cayuela Gally (Distrito Federal, 1969) es editor, crítico y ensayista, autor de un
par de libros. Actualmente es jefe de redacción y editor responsable de Letras Libres. Por su parte, Rosas (Distrito
Federal, 1969) es catedrático de la
UNAM y uno de los más destacados divulgadores de la historia
de México; ha colaborado en diversos medios de comunicación, como las revistas Relatos e Historias en México y Letras Libres, así como en Radio Fórmula y W Radio.
Ariel
Ruiz Mondragón (ARM): ¿Por qué escribir y publicar un libro como el suyo?
Ricardo
Cayuela Gally (RCG): La verdad
es que cuando uno escribe un libro así no lo hace por obligación; yo tengo mi
trabajo de editor en Letras Libres y
tengo un foro allí, y estoy muy contento y tengo, si me presionas, hasta una
buena vida familiar. Entonces más bien lo hago porque no puedo dejar de hacerlo,
porque me da coraje el día a día de México, y me da coraje retrospectivo pensar
en mi historia, mi vida familiar y en el país. Tengo ese impulso. Yo soy un
escritor muy parco, escribo muy poco, y cuando escribo es porque realmente no
me queda de otra, y este libro está en esa línea.
Alejandro
Rosas (AR): Una primera razón
es que yo estoy ya harto del país, de un país al que quiero, además, porque
aquí están mis raíces, gente que era como los ciudadanos de a pie, que se la
rifaba día a día, que buscaba mantener bien a su familia, tener educación,
seguridad y certezas.
Entonces creo que éste es un grito sobre todo
generacional, y por eso hablamos mucho de la generación (tanto Ricardo como yo
somos de la misma generación). Bajo la pregunta de en qué momento se jodió
México, cuando yo nací ya estaba jodido. Ya lo estaba a pesar de que ya
habíamos tenido grandes elementos como para no estarlo: un milagro mexicano que
terminó en ser un esfuerzo de 15 o 20 años, por ejemplo. Empezaban las crisis,
este autoritarismo y esta impunidad, todos estos elementos que fuimos
arrastrando hasta el final de siglo, aunque luego nos llevaran a la transición.
Ya desde nuestra generación habíamos perdido la
retórica de la Revolución Mexicana
como la sacrosanta y el gran paradigma, y esta idea de patria que nos vendía el
gobierno. Es decir, creo que ahora cuestionamos todo absolutamente, incluso los
logros de la democracia, que yo creo que no son despreciables, pero pienso que
los hemos estado construyendo como siempre: a traspiés, al “ahí se va”, sin un
proyecto claro.
Creo que el libro es una invitación a que te
deprimas un poco, pero también a encontrar allí ciertas claves que creo que
como sociedad nos pueden ayudar a tratar de encontrar un camino, porque pienso
que la clase política no sabe leer, o si lee no entiende, y creo que esta clase
política fracasó por completo y ya no podemos apostarle a ella.
ARM: Ricardo,
en tu texto empiezas por mencionar las mal hechas fiestas del Bicentenario.
Quiero preguntarte cuáles es la nueva lectura que el gobierno hoy panista pudo
dar a la historia mexicana.
RCG: Lo más triste es que no lo hizo. Yo creo que
el siglo XX fue habitado por el mito de la Revolución
Mexicana. Me parece que si uno la estudia con cierto detalle,
descubre que en realidad enmascara muchas cosas distintas entre sí, que es todo
un proceso que va de 1910 a
1940, y que incluye, entre otras cosas, una guerra civil, una lucha despiadada
por el poder entre los caudillos, y un Ejército que masacraba a unos campesinos
armados que luchaban por su religión, por ejemplo. Sin ir más lejos, hubo
muchas cosas que yo no sé por qué razón cómoda enmascaramos en un mismo nombre,
como si además todos hubieran estado de acuerdo y hubieran luchado por la
democracia y el bienestar del pueblo mexicano. Se estaban matando de una manera
terrible: si estudias cómo acabaron los líderes revolucionarios, pues casi
todos cayeron a manos de otros líderes revolucionarios, como fue el destino de
Carranza, Villa y Zapata.
En este sentido me parece que el gobierno
podría haber sido más valiente, de decir “el PAN nació contra la
institucionalización de la Revolución
Mexicana de Lázaro Cárdenas en adelante”. Es un partido que
lucha contra los postulados básicos del sistema político que nace en la Revolución Mexicana.
Bueno, ¿por qué no tuvo la valentía de proponer un aniversario más crítico ya
no digo de la
Independencia , sino al menos de la Revolución ? Como que se
sintió rebasado por los acontecimientos, por la falta de preparación, por la
violencia, por la crisis económica, por la gripe y dijo: “Bueno, ya; aplaudamos
a la Revolución
y aquí no ha pasado nada”. Se me hace una gran claudicación.
ARM: Afirmas
que México se chingó en 1968. Si ello es así, ¿antes qué pasó?
RCG: Creo que si uno es exigente, el país estaba
igual: muy mal, porque el famoso milagro mexicano del crecimiento económico,
baja inflación y estabilidad política enmascaraba un autoritarismo terrible que
en realidad entró en crisis en 1968. Así que el 68 es producto de su pasado, y
ese pasado implica que, siendo exigentes, toda la era priista que en realidad
era una era de simulación y de falta de democracia.
Dicho esto, a mí lo que me interesaba era
contestar esa pregunta en términos autobiográficos, y por eso el punto central
es el 68, porque yo estaba en el vientre de mi madre y ya el país se había
jodido. Entonces mi respuesta es más bien por clave autobiográfica; pero si nos
ponemos exigentes, pues el país se jodió mucho antes.
Creo que el 68 cristaliza todos los problemas
del país, porque era la primera ocasión en que un país de América Latina, de
religión católica, considerado subdesarrollado y de lengua española, iba a
realizar unos Juegos Olímpicos y a los dos años un Mundial, y sabemos lo que
esos acontecimientos implican en términos de la percepción del mundo sobre un
país; fue como si los países desarrollados hubieran dicho: “De acuerdo: México,
bienvenido al club de los países estables, decentes y desarrollados del mundo”.
El país crecía en armonía, había paz social y aparente prosperidad.
¿Qué decidimos hacer los mexicanos frente a esa
bienvenida, y antes de recibir a los jóvenes y estudiantes del mundo en una
justa deportiva? Matar a los nuestros. Es una cosa inconcebible, de una , ya no
digo un acto execrable e inmoral, inmensa torpeza. ¿En qué cabeza cabe?
Me parece que ésa es como la sensación de
siempre: que estamos a punto de conseguir el desarrollo y encontramos la manera
de estropearlo.
ARM:
En tu texto hay una parte que dedicas a tu propia memoria política, y hablas
del apoyo a la izquierda que brindaste en 1988, y dices: “Se pasó de la
responsabilidad cívica de Cárdenas en aquel 1988, a esta deriva
antidemocrática del PRD en 2006” .
A esto le llamas una “derrota enorme”, “generacional”. ¿Qué pasó con la
izquierda entre 1988 y 2006?
RCG: Yo creo que la izquierda fue muy responsable
después del fraude electoral de Carlos Salinas, fue inaceptable lo que le
hicieron: probablemente le robaron las elecciones, y si no, al menos le robaron
muchos puestos y un equilibrio de poderes distinto al que al final tuvo Salinas.
A Cárdenas le mataron a sus operadores electorales antes de las elecciones, en
un obvio crimen de Estado, y aun así lo que decidió la izquierda fue apostar
por la transformación del sistema desde las instituciones del sistema: creó un
partido político, lucharon por cada puesto de elección (por cierto, en
Michoacán sistemáticamente les mataban gente y les robaban las elecciones
porque Salinas había dicho: “Yo no le voy a entregar nada a los que no me
reconozcan”, en un acto de autoritarismo y verticalismo inaceptable).
Yo creo que esa izquierda fue muy responsable,
muy ecuánime e intentó luchar por la transformación a través de las
instituciones. Al final, tuvo su pago: por ejemplo, alcanzó la Jefatura de Gobierno del
Distrito Federal. Entonces, fue una izquierda responsable, gobernó bien la Ciudad de México, y tuvo un
candidato muy carismático.
Yo creo que ya había dado señales de que se iba
a convertir en lo que se convirtió después, pero muy pocos lo vimos y
percibimos claramente. El problema es que, una vez que perdió, demostró que su
proyecto era caudillista, personalista, que no le importaban las instituciones,
y esa fue una deriva muy dolorosa, porque es un callejón sin salida para la
izquierda.
El PRI es inaceptable que vuelva, desde mi
óptica generacional, pues yo creo que es el gran responsable del fracaso del
país. El PAN lo ha hecho muy mal y merece pasar al banquillo porque lleva dos
oportunidades y no logró que este país, con una transición transparente,
despegara, y la izquierda está a la deriva populista inaceptable. Entonces,
¿qué hacemos?
ARM:
En el libro hay críticas a la izquierda y al gobierno panista. Pero, ¿cómo has
visto al PRI en esta transición?
RCG: Creo que el PRI es horrible. Todo el libro,
desde mi óptica, es un gran alegato contra el PRI. Si se lee con cierta
perspicacia, lo que se ve es que muchos de los problemas que no ha podido
resolver el PAN es porque no se atrevió a enfrentarse al modelo heredado del
PRI. En ese sentido yo creo que el PRI es una falsa salida.
Además, su actitud en la transición ha sido
convenenciera, arribista, pactando sólo en función de sus intereses partidistas
y no del bien del país. Luego, no hay que engañarse: el candidato que despunta
y que probablemente sea el candidato a las elecciones en el 2012, pues es un
hijo del sistema priista perfecto, un cachorro del grupo Atlacomulco, que
además se ha posicionado en la opinión pública dando dinero a las televisoras
de una manera muy poco transparente para que le hagan infomerciales
escandalosos.
Para mí sería un horrible retroceso democrático
que regresara el PRI, y además ese PRI (no sé si hay otro, quizá el del doctor
Zedillo, que me parece que es una de las figuras políticas más rescatables del complicado
siglo XX mexicano).
Ese PRI es inaceptable. Habría una forma de
enfrentarlo, por ejemplo, inmediatamente, en el Estado de México, y ya se
encargaron las izquierdas antidemocráticas y de deriva populista, de
imposibilitar una alianza. Pero es increíble: ¿no se dan cuenta de que si el
PRI gana el Estado de México le está sirviendo en bandeja Los Pinos? ¿Por qué
no construir un candidato independiente con el apoyo de unos y de otros, y que
manden la señal de que la transición no se va a detener y de que vamos a hacer
todo lo posible, democráticamente, para que no regrese el PRI? Y, sin embargo,
se empeñan en que esto no sea posible.
ARM:
Una parte interesante de tu texto es donde hablas de la inviabilidad del
desarrollo urbano, que no es nada más de la ciudad y de los lugares turísticos.
Y ejemplificas con el caso de la colonia Condesa, del Distrito Federal, en el
que destacas la apropiación (o privatización) del espacio público. ¿Te parece
bien como una metáfora de lo que es el país?
RCG: Eso es, por eso lo connoto: porque
aparentemente era un espacio que estaba muy bien. ¿Por qué no con este clima
construimos unas terrazas? Así de simple, y que los restaurantes tengan
terrazas como hay en tantas ciudades y países del mundo, muy marcadamente en
Europa. Pero eso se convirtió en un caos inenarrable, en aprovechamiento ilegal
de las banquetas, por lo que no puedes pasar con una carreola, si eres
paralítico no te puedes mover, los estacionamientos están ocupados por una
mafia al servicio de los valet parking
que no deberían existir, trae toda una red de “vieneviene” que extorsionan y
presionan, y además produce vendedores ambulantes. Pero además hay narcomenudeo,
los “guaruras” que se estacionan con sus camionetotas donde quieren, hay robos
de todo tipo, etcétera.
Entonces dices: “Carajo, realmente hasta lo que
hacemos bien lo hacemos mal”. Queremos tener restaurantes al aire libre, y lo
convertimos en una metáfora, como tú dices, de los males del país:
influyentismo, prepotencia, ilegalidad, apropiación ilícita del espacio público
compartido, etcétera. Por esto me interesa, porque si no, es el problema de un
barrio.
ARM:
Al respecto pones el ejemplo de Medellín y sus proyectos de rehabilitación de
los espacios públicos. ¿Ves que haya algún proyecto de ese tipo en México?
RCG: Hay algunos, como Oaxaca. A mí lo que me
emociona de este caso es que no lo hizo el gobierno del estado —más bien los gobiernos
han sido particularmente antidemocráticos y antitodo, el último patético y
horrible—, y, sin embargo, gracias a la sociedad civil y al empeño de Francisco
Toledo, se logró recuperar espacios y rehabilitar lugares que hicieron de
Oaxaca un lugar mucho más amable de lo que sería sin ese esfuerzo. Imagínate a
Oaxaca sin el corredor de la calle de Alcalá, sin el IAGO, sin el Museo de Arte
Contemporáneo, sin la restauración del templo de Santo Domingo, sin orden en el
mercado Juárez. Bueno, pues sería una ciudad mucho peor, no sólo para los
turistas que vamos a visitarla, sino para los habitantes de la ciudad.
ARM:
En la última parte de tu texto hablas de los intelectuales, conoces bien el
medio cultural mexicano. ¿Qué tanto cambió la transición democrática a la
comunidad intelectual del país?
RCG: Curiosamente es uno de los gremios que más
lucharon por la democracia, y que una vez que se consiguió más la han
resentido. Les cuesta mucho aceptar que en la democracia sus voces son una más
en un orfeón de voces plurales. Y entonces el intelectual tiende a sentirse un
privilegiado, más en un país tan analfabeta, tan inculto y tan poco preparado,
pues tener el don de la palabra, de los libros y de la escritura; sienten que
tienen también la solución para los problemas y le hablan al oído a los
poderosos. Pero ese papel que tenían los intelectuales en el siglo XX mexicano
se perdió con la democracia. Yo creo que se perdió para bien, pero muchos
intelectuales y muchos creadores no acaban de aceptar que su rol ya es otro, es
más periférico, más de relación con sus lectores y sus espectadores, de
creación propia, y no tanto de voceros de la sociedad, que ésta ya tiene sus
propios voceros, sus especialistas y sus propios espacios de resistencia.
Entonces, es un gremio —con excepciones, desde
luego— al que le ha costado mucho adaptarse a las reglas del juego democrático.
ARM:
¿En qué espacios, en qué grupos ves tú las posibilidades de cambiar a este
país?
RCG: Hay muchos lugares. Creo que hay una cultura
empresarial de microempresarios muy emprendedores muy interesante, hay mucha
gente muy responsable en muchas instancias, hay buenas instituciones de
gobierno hoy que antes no existían, claramente la Comisión de Derechos
Humanos (que no es propiamente gobierno, sino más bien del ámbito público), el
IFAI, el IFE, etcétera. Hay instancias públicas y privadas que luchan por un
mejor México.
Hay asociaciones civiles, gente que de buena fe
está luchando por causas sociales de muy diversa naturaleza, por ejemplo. Hay
buenos periódicos, revistas, buenos programas de radio y de televisión (aunque
no buenas cadenas en su conjunto). Hay buenos científicos, buenos ingenieros
agrónomos, etcétera.
Entonces, sí hay un tejido social que
permitiría hacer un México mejor. Lo que no hemos logrado es ponernos de
acuerdo en qué queremos y cómo lograrlo.
AR: Yo agregaría que exactamente allí están los
elementos, pero ha faltado la forma de coordinar todos estos esfuerzos; son
muchos, pero individuales. No hemos encontrado una clase política que pueda
coordinarlos para que, entonces sí, vayamos hacia un punto al que queramos ir
en general, como lo es un proyecto nacional. Éste supondría poder sumar a las
ong’s, al ciudadano de a pie, al microempresario y al empresario grande, a las
instituciones públicas y privadas.
Esa es la gran incapacidad y el gran dolor que
nosotros mostramos en el libro: que a pesar de todos estos esfuerzos
individuales, no ha habido la capacidad, desde la cúpula del poder y de la
clase política mexicana para poder guiar o encauzar esos esfuerzos en
colectivo.
ARM: Alejandro,
tras leer tu texto, que es el histórico, veo que es el recuento de grandes
fracasos y desventuras, como el autoritarismo, la corrupción y la ilegalidad.
De este cuadro tan severo, con tantas crisis graves, especialmente en el siglo
XIX, ¿cómo es posible que exista México?
AR: Yo creo que tiene que ver mucho con ciertos
líderes que hoy ya no tenemos. Es decir, yo creo que sí hay personajes que hay
que destacar, como Benito Juárez, le guste o no a la gente, o Porfirio Díaz, quien,
aunque yo soy un detractor absoluto de la dictadura, creo que es el único que
pudo y ha podido tener un proyecto nacional en los 200 años del México
independiente, aunque desgraciadamente fue bajo la dictadura. No hemos podido
plantear un proyecto nacional dentro de una lógica democrática, plural y tolerante.
Creo que otro elemento es que como sociedad
mexicana, hoy mucho más madura cívicamente que antes, sabemos aguantar, y además
el esfuerzo individual es lo que nos ha permitido sobrevivir. Yo creo que cada
quien, con su esfuerzo individual, busca cómo ir sobreviviendo en este país, el
que no te da certezas.
Entonces, pienso que lo que ha sostenido al
país a lo largo de grandes momentos, no es tanto que hubiéramos tenido grandes personajes,
que sí los hay, sino que ha sido más bien el aguante de esta sociedad que busca
la manera de cómo sobrevivir, a pesar de los obstáculos que nos ponen los
gobernantes en distintas épocas.
ARM:
Revisas la idea y la cultura política autoritarias en el país desde los
tlatoanis hasta el priismo, pero no sólo entre las elites políticas sino
también entre los ciudadanos, quienes, como dices, más bien se han asumido como
súbditos o vasallos. En este medio, ¿cómo pudo surgir en México la idea democrática?,
¿cuáles son las posibilidades de que ésta realmente arraigue?
AR: Tiene que ver mucho con la construcción de una
clase media, que finalmente ha sido más preparada, con más acceso a los medios,
sobre todo en los últimos 30 o 40 años, que finalmente es cuando vemos los
grandes momentos de la transición. Esa clase media es la que define las
elecciones, a pesar del voto duro de los partidos.
Creo que esa es la parte fundamental: encontramos,
después de un largo proceso de evolución cultural y de mentalidad, a esa clase
media que ha ido avanzando, y creo que esa es la importante para ver cómo se ha
roto el vasallaje.
Considero que los modelos políticos que hemos
tenido a lo largo de los dos siglos sí fueron agotando y hartando a esta clase
media, porque finalmente es a la que se le carga todo; los grandes ricos no
tienen problema, ellos pueden sobrevivir aquí o en cualquier régimen, y la gran
masa de la gente que no tiene muchos recursos también se las ingenia para
sobrevivir, muchas veces al margen de la ley, que también es parte de esa
cultura de la que hablamos.
La clase media está atada entre esos dos mundos,
y es la que tiene que estar pagando impuestos para dormir con la conciencia
tranquila, es la que procura que su hijo, dada toda la magra educación pública
que tenemos, esté en una escuela o una universidad mejor (yo creo que hay
carreras en las que puedes seguir yendo a la UNAM , de la que soy egresado, y que son
maravillosas, pero hay otras que no).
Entonces pienso que la clase media sí ha sido,
en estos últimos años, determinante para esta transformación, para empezar a
cambiar la idea de que aceptamos el vasallaje, tanto en la época del siglo XIX
como en el XX. ¿A cambio de qué cambiamos nuestra calidad de ciudadanos? Por
paz social, por estabilidad, por el “milagro mexicano”, porque antes quizá se
podía vivir con un salario mínimo, pero todo eso también ya lo perdimos. Entonces
la clase media tuvo que emerger ya a convertirse en la que alzara la voz por
una serie de cambios políticos.
ARM: Por
allí dices que ya la antaño oposición ha gobernado ya por 10 años, pero no ha
habido una alternativa distinta en términos reales. El Congreso, por ejemplo,
es de una ineficacia paralizante. ¿Qué ha ganado el ciudadano con la
democracia?
AR: Yo creo que el saber que tenemos derechos y
que sí podemos ejercerlos. Vinculamos el voto al poder, que era algo que estaba
totalmente roto desde la caída de Madero; hoy ese círculo virtuoso del que él
hablaba, es decir que el ciudadano va y ejerce con responsabilidad o al menos
con madurez su voto, y dice : “Bueno, quiero votar y mi voto vale”. Creo que
esa ya es una gran ganancia, y eso nos permite construir una sociedad que hoy
está mucho más adelantada que su clase política.
Creo que la clase política, todos los partidos han
fracasado rotundamente en esta transformación en los últimos 10 años, y de
hecho yo diría que han secuestrado el poder público. Si la ciudadanía quisiera una
candidatura independiente para el 2012, la única manera de alcanzarla es a
través del Congreso, pero éste y los partidos ya secuestraron el poder público.
Entonces, tendrán que venir más movilizaciones de la propia ciudadanía para
hacer saber que nosotros ya nos consideramos ciudadanos, que ya no somos
menores de edad.
Por ejemplo, donde yo pongo que la clase
política nos sigue tratando como menores de edad, como vasallos, como idiotas,
como si fuéramos unos retrasados mentales es que ahora no puedes insultar a tu
opositor en una campaña política. Es increíble que si a mí me dicen “López Obrador
es un peligro para México”, me tengan que tutelar porque yo voy a creer eso y
entonces por eso no voy a votar. Que consideren que soy un estúpido y que me
voy a tragar cualquier cosa que me den en un eslogan es donde te das cuenta de
que la clase política no madura y que cree que la gente sí se va con la finta
de cualquier cosa y que no somos capaces. Pero , y yo creo que ya somos capaces
de discernir lo que nos están diciendo. “No, tú no puedes escuchar eso porque
entonces va a cambiar tu intención de voto”. Pues sí, y si cambia, ¿qué? Tengo
derecho libre de ejercerlo como quiera. Pero la clase política sigue en esa
mentalidad patriarcal: “Ustedes no son ciudadanos, son vasallos y conténtense
con lo que les damos y así seremos felices”.
Además, es preferible que se den con todo en la
arena de la discusión, de con esa bajeza intelectual, a que luego tengamos lo
que tuvimos en el siglo XIX: guerras y conflicto.
ARM:
Dedicas una buena parte de tu texto a un recuento histórico del Congreso, del
que dices que nada más ha tenido 23 años de independencia y lo consideras un
fracaso histórico, y que ahora, en tiempos de la democracia, ha llevado a la
parálisis. También hay otra parte donde señalas que el país ha logrado avanzar
bajo “los esquemas más abyectos del autoritarismo”. ¿Tú crees que en este
momento haya en el país, en búsqueda de avances fundamentalmente
socioeconómicos, una tendencia a regresar al autoritarismo a partir de que éste
ha mostrado ser más eficaz?
AR: Yo creo que en términos generales no podemos
hablar de que tengamos un régimen federal autoritario, pero yo creo que en el
momento en que estalla el PRI y se viene abajo en el 2000, pues se quedan estos
pequeños virreinatos de los gobernadores, sobre todo los priistas, e incluso los
vemos también en el PRD.
Pero yo creo que el autoritarismo si
esinherente, y creo que el problema es que escuchas a mucha gente que de
repente dice: “Es que deberíamos tener otro Porfirio Díaz”. No, señores,
deberíamos intentar tener un Madero, aunque fracasó en su momento.
Bajo esa lógica, yo creo que el autoritarismo
está allí, gravitando, aunque ahora obviamente todo el mundo trata de ser no
autoritario. Creo que sí existe el riesgo no de una dictadura ni de nada por el
estilo, pero sí otra vez de esa mano dura del Presidente, en vez de buscar,
quizá, un sano equilibrio. El problema es que somos como la ley del péndulo: o
estamos en un extremo donde el Presidente era muy fuerte y el Congreso
sometido, o el Congreso era muy fuerte y el Presidente muy débil, que es lo que
yo creo que estamos viendo ahora. El Presidente no tiene las herramientas ni
los instrumentos para saber negociar y acercarse, y tenemos un Congreso que
finalmente sí aprueba leyes y nos da anuncios que salen en la tele, pero las
meras leyes que se necesitan para construir un andamiaje de proyecto nacional,
ésas no están.
ARM:
En la historia que relatas pones un gran acento en los poderes Ejecutivo y
Legislativo. Pero queda pendiente una evaluación similar del Poder Judicial.
¿Qué puedes decirnos de éste?
AR: Mira, lo pongo como en tres líneas y creo que
habría que hacer el México que nos duele
2 para meternos a muchas otras cosas, porque apenas es como un esbozo, una
serie de reflexiones. Pero yo creo que el Poder Judicial siempre estuvo
supeditado a lo que decía el Presidente; es decir, era un poder casi
inexistente, y el problema, nuevamente en la ley del péndulo, ahora es que el
Poder Judicial está muy presente. Éste debe de reformarse de una manera brutal,
porque también se prestó a toda la simulación política y a una serie de
prebendas y compromisos con la impunidad terribles.
Pero por otro lado, yo creo que lo importante
de todo es que el problema en el que estamos cayendo es que la Suprema Corte de Justicia, que
es el más alto tribunal del país de acuerdo con la Constitución , se está
convirtiendo en un instrumento para resolver casos que deberían resolverse en
instancias locales. Ése es un riesgo: que también se desgaste. El propio Poder
Judicial, de repente, se vio libre y le ha puesto cotos al poder del
Presidente, al del Congreso, y lo vemos desde la época de Vicente Fox, lo que está
muy bien. Pero yo creo que también la Suprema
Corte de Justicia está en el riesgo de que repentinamente tenga
ocho mil casos para resolver, asuntos que se tendrían que haber resuelto en los
estados, en tribunales locales, de circuito o de distrito.
ARM: Al
final hablas de la historia oficial. En ese sentido, ¿cómo cambió la historia
con el proceso de democratización del país?
AR: Yo creo que también se democratizó por
completo. Es decir, no podemos negar que la historia oficial existe, y siempre
es inherente a todas las sociedades, siempre va a haber historia oficial. De
allí la frase de que la historia siempre la hacen los vencedores, y es muy
cierto: no hay sociedad ni nación que no tenga historia oficial. La diferencia
es que nosotros no teníamos alternativa durante todo el siglo XX, o al menos
desde el triunfo de la
Revolución ya institucionalizada, sino hasta los años setenta
y principios de los ochenta. Todo era a través de lo que te daba el Estado: el
libro de texto gratuito, la Hora Nacional ,
el discurso cívico.
Yo creo que ése es un gran avance. Ahora, allí
te das cuenta de que nos adoctrinaron, y que la gente conoció la historia como
si fuera una religión. Entonces, tú hoy te encuentras con lectores que te preguntan:
“¿Cuál es la verdadera historia?”. No existe una verdadera historia, ya que la
historia es una interpretación, y puede haber muchas interpretaciones; si uno
ni siquiera puede construir su propio pasado día por día, imagínate la
reconstrucción de Hidalgo o de Cortés, por ejemplo.
Considero que en esta transformación de la
mentalidad democrática, tenemos que dejar de ver a la historia como una
religión, se tiene que cuestionarla.
Entonces yo creo que en los últimos años, desde
luego, sí ha habido una evolución importantísima: ya hay muchísimas maneras de
conocer la historia, ya va desapareciendo la historia oficial, los grandes
mitos y demás, pero creo que ahora a la gente le corresponde su tarea de la
reflexión de siempre preguntarse el por qué en la historia, y no esto del
verdadero Juárez, el verdadero Hidalgo, el verdadero Madero, que no existen ni
van a existir. La historia no es la física, no es una ciencia exacta.
*Entrevista
publicada en M
Semanal, núm. 712,
26 de junio de 2011.
1 comentario:
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