Sinaloa: la costumbre de la violencia
Entrevista con Magali Tercero*
Por Ariel Ruiz Mondragón
Sin embargo, la violencia tiene en muchos
estados también orígenes históricos (la disputa por la tierra), sociales (la
pobreza), políticos (autoritarismo y corrupción) y culturales (como el
racismo), entre otros elementos que han integrado un coctel que ha llevado a
estados enteros a situaciones críticas que ya forman parte de su cotidianidad.
Entre éstos, uno de los casos más destacados es el de Sinaloa, cuya sociedad ha
tenido que adaptarse a la violencia hasta asumirla como una costumbre.
Magali Tercero nos presenta en su libro más
reciente, Cuando llegaron los bárbaros…
Vida cotidiana y narcotráfico (México, Temas de hoy, 2011), un gran mosaico
de la forma en que la sociedad sinaloense ha padecido la violencia desde los
conflictos sociales derivados del reparto agrario cardenista hasta los graves
problemas derivados de los enfrentamientos entre bandas del narcotráfico. Su
recorrido por la historia (en el cual la memoria familiar y personal acerca su
abuelo tiene un papel central) y los caminos de Sinaloa derivan en un gran reportaje
que nos muestra las diversas facetas que presenta la violencia en el día a día
sinaloense y los puntos de vista que sobre ella existen desde diferentes
ángulos.
Sobre ese volumen conversamos con la autora,
quien es cronista y periodista cultural; entre otras publicaciones, ha
colaborado en Replicante, Letras Libres, Arquine, La Tempestad , los
suplementos culturales Laberinto (de Milenio), Confabulario (de El Universal)
y Cultura Urbana. Además, ha ganado
los premios Nacional de Crónica Urbana Manuel Gutiérrez Nájera, otorgado por la Universidad Autónoma
de la Ciudad
de México, en 2005, y Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez en 2010,
así como el de Excelencia Periodística de la Sociedad Interamericana
de Prensa, en 2007. Autora de tres libros, también formó parte del Sistema
Nacional de Creadores de Arte entre 2007 y 2010.
Ariel
Ruiz (AR): ¿Por qué hoy este libro, por qué el tema de la violencia en Sinaloa?
Magali
Tercero (MT): Porque en septiembre de 2009 me pidieron un reportaje sobre Culiacán,
Sinaloa; en esos momentos se estaba dando a conocer toda la violencia extrema
que estaba asolando al estado. Esto es el por qué de este libro.
¿Por qué Sinaloa? El destino me condujo a
Sinaloa, que es la tierra de mi familia materna (mi madre y mi abuelo nacieron
allá). Mi abuelo se convierte aquí en un entrevistado post mortem porque cito un testimonio suyo, una carta de defensa
contra acusaciones falsas y calumnias; pero realmente él sólo está presente en
seis páginas del libro. Lo demás son crónicas de mis diversas visitas a diversos
lugares del estado: a Culiacán, Los Mochis, Navolato, Topolobampo, Mazatlán...
AR: Ya
que hablas de tu abuelo, el mayor Alfonso Leyzaola (que ocupa una parte muy
especial en el libro), un militar que tuvo una intensa actividad política en
los años treinta y cuarenta del siglo pasado…
MT: Fíjate que ese es uno de los errores que sobre
él se han publicado constantemente ahora con esta moda del tema del
narcotráfico: él no tuvo una actividad política intensa sino que fue un militar
destacado cuando tenía 20 años, y a los 21 fue teniente coronel; por ello
cuando era muy joven lo llamaron en determinados momentos de su vida a realizar
comisiones especiales para destruir campos de amapola y de mariguana en
Badiraguato.
Pero en realidad él sólo tuvo dos puestos públicos:
fue presidente municipal cuando tenía 27 años, y luego tuvo otro puesto cuando
tenía 37 o 38 años. Cuando lo asesinaron a traición él estaba realizando una
comisión especial. Era empresario, tenía un rancho con cabezas de ganado y
explotaba una mina. De eso vivió siempre.
AR: En
ese sentido, creo que el libro también tiene una intención reivindicadora de tu
abuelo…
MT: Sobre todo porque cito su carta de defensa
contra las calumnias que han seguido manejándose cada año en el aniversario de
su muerte en los periódicos sinaloenses.
AR: En
el libro hay una parte muy íntima, que es el significado de la vida y muerte de
tu abuelo para tu madre y tu familia. Pero ¿qué significado tiene la actuación
de tu abuelo en la historia sinaloense?
MT: Preferiría que el lector interesado encuentre
respuestas. Mi abuelo, te digo, sólo tuvo dos puestos públicos, y realmente se
trata de una “grilla” de la época.
Pero sí hay un significado: él denunció a los
terratenientes por cultivar amapola y mariguana; pero no sólo eso sino también los
acusó (y esto es lo más grave) de la matanza de campesinos en aquella época.
Fue una verdadera guerra civil la que hubo a finales de los años treinta: cuando
Lázaro Cárdenas hizo su reforma agraria, mi abuelo participó en el combate a
los ejércitos paramilitares armados por los terratenientes, y fue cuando hubo
tres mil muertos civiles. Era la lucha por la tierra a raíz del reparto agrario.
Ese es el significado histórico, y tiene mucho
que ver con la violencia actual. Esa reforma agraria de Lázaro Cárdenas y la
lucha intestina en el estado tienen mucha relación con la gestación de la
violencia actual. Esto comenzó como una lucha por la tierra y lo sigue siendo. Hay
quien ha hablado de una “revolución sin ideales”.
AR: ¿Qué
dificultades tuviste para realizar tu trabajo de campo? ¿En algún momento te
llegaste a sentir amenazada?
MT: Mi ángulo es el de la crónica, que es un género
intermedio entre el periodismo y la literatura; es el género que mejor retrata
en el periodismo la intimidad de los hechos. Desde ese ángulo íntimo la
pregunta que hice a la gente fue: ¿cómo cambió su vida cotidiana a partir de la
llamada “guerra del narcotráfico” en 2008, con el rompimiento entre los
cárteles del Chapo Guzmán y de los
Beltrán Leyva? Es decir, a partir del nacimiento de la violencia abierta
(aunque ya había violencia, desde luego).
Te puedo decir que desde el momento en que
estás cubriendo la crónica desde un ángulo de intimidad y de vida cotidiana,
realmente no tienes peligro; más bien, tienes que convivir con la gente, lo que
se me facilitó por la enorme cantidad de parientes que tengo por allá del lado
materno, por lo que no me sentí en peligro nunca.
Tuve miedo en dos momentos: uno muy sutil que
allí cuento, en un Oxxo, cuando una mujer fue agresiva y se quiso imponer con la
impunidad de los llamados “buchones”, quienes son los narcos venidos de la
sierra, que no tiene mayor lugar en la jerarquía del crimen organizado y que
son de la infantería del narco.
El otro momento fue cuando viajamos con el
hermano de un periodista de allá que accedió a llevarme hasta la sierra de
Badiraguato: hubo momentos de mucha tensión cuando nos perdimos allí. Aunque la
gente piensa que todo ese lugar está sembrado de violencia, a mí me tocó otra
experiencia, como lo digo en un capítulo: me tocó vivir el Badiraguato bucólico
y campirano.
AR: En
el libro dices que en el Distrito Federal sufriste un secuestro exprés…
MT: Pero eso fue en 2007. Lo que yo quise relatar
en esa crónica fue mi única experiencia violenta (porque sí lo fue); no me
golpearon, pero la violencia psicológica fue intensa, aunque eran muy
simpáticos (qué raro, ¿verdad?). Hubo un momento en que estábamos haciendo
chistes en el taxi, riéndonos, como cualquier grupo de amigos.
AR: Pero
debe ser traumático.
MT: Claro. Durante siete meses, cuando caminaba por
las calles cada vez que escuchaba pasos, sobre todo si era de noche, gritaba;
pero yo creo que era inconscientemente para decirle a quienes estaban cerca
“vete”, era para correrlos, ahuyentarlos. Tuve que pedir muchas disculpas en esa
época.
Esas son las experiencias que te permiten
ponerte en los zapatos de otros.
AR: Una
lástima que no hayas podido ir al Centro de Estudios Justo Sierra, que está en la
zona de Badiraguato.
MT: Sí, y ese reportaje está pendiente. Parece que
es una gran cosa la labor que allí se ha hecho a partir de los años setenta, con
Antonio Malecón. Me han platicado de estudiantes que salen muy preparados de
allí, donde se mantiene a jovencitos que empiezan a coquetear con el tráfico de
drogas. En la escuela se les da internado, comida y alimento, y se les educa
para que tomen otros caminos. Es un gran trabajo.
EL
NARCO, CUESTIÓN ASPIRACIONAL
AR: Recuperas
una frase que dijo Geney Beltrán y que mencionas en un par de ocasiones: “La
violencia ya tocó el lenguaje, y cuando algo toca el lenguaje ya lo tocó todo”.
¿Cómo se manifiesta la irrupción de la violencia en el lenguaje?
MT: Por un lado se expresa en la exaltación
terrible en el habla cotidiana que encontré en el primer viaje. Esto apareció
casi cuando yo estaba en el avión rumbo a la Ciudad de México, cuando apareció el primer
colgado en un puente de Culiacán, lo que marca el inicio de una etapa de
violencia intensa. Era noviembre de 2009, y la violencia se manifestaba en la
exaltación: todo mundo te contaba historias en tono exaltado, de indignación,
de terror. Había un tono emocional muy intenso.
Después, ese tono disminuyó porque había mucha
esperanza en las elecciones del cuatro de julio de 2010. Es entonces cuando realmente
la gente ya no te contaba historias violentas, ya no te dice “me pasó esto”, “me
quisieron robar la camioneta”, “cuando fui a denunciar vi a los que me habían
robado la camioneta recargados afuera del Ministerio” o cosas de esas.
AR: En
varios de los testimonios que recoges hay hasta una valoración positiva de los
narcotraficantes: varios dicen que son personas buenas y amables, y que
mientras uno no se meta con ellos, no hay ningún problema. ¿Qué significa esto?
MT: La persona que me dijo que tienen un gran
corazón pero que se vuelven gélidos a la hora de hacer su trabajo, ha trabajado
toda su vida en el campo, en una empresa familiar, y los conoce muy bien. Él no
tiene problemas con ellos porque se conocen desde niños. Es un hombre de 37
años.
Pero hubo otras personas que me comentaron: “Ya
no es cierto eso de que si no te metes con ellos no pasa nada”. Otras personas
me dijeron: llegan y asaltan cuando no tienen trabajo; cuando los capos andan en
huida por Canadá, ellos bajan a asaltar desde la sierra.
Hay una diferencia: la gente de clase media
tiene bienes que se antojan, y es la que te dice “no es cierto que si no te
metes con ellos no pasa nada”. Pero la gente del pueblo que los conoce y que
trata con ellos cotidianamente (como el chofer de un empresario, el taxista que
me llevó a muchos lugares o el que tratado con la gente del campo toda su vida)
considera que no pasa nada; pero es porque tiene con ellos una relación de confianza
y amistad de toda la vida.
AR: Además,
los narcotraficantes también le ayudan, que es también de donde viene esa idea.
MT: Sí, de allí viene, aunque cada vez es más
diluida. Pero en los años setenta adoraban a los narcos.
AR: Y
aún los ponen como ejemplo…
MT: Sí, ya se volvió una cuestión aspiracional,
como se diría en Estados Unidos; ya los valores se trastocaron y entonces para ser
muy valiente no importa si estás del lado del Bien o del Mal, por decirlo en estos
términos y con mayúsculas.
AR: ¿Hasta
qué punto influye todavía la pobreza, la miseria, en que los jóvenes se
integren a las bandas criminales? Hay una parte del libro en la que un personaje
dice que también mucha gente de clase media y alta lo está haciendo, y pone esa
decisión, sobre todo, como una cuestión ética. En este sentido, ¿cuenta mucho
la pobreza al entrar a esas bandas?
MT: Sí, eso es muy importante. Hay que ir
despejando mitos: ni es verdad el mito de que toda la gente que vive en la
miseria se mete a esta actividad ilegal, ni es verdad tampoco que esa elección sea
sólo una cuestión ética. Porque por un lado está la gente, los campesinos muy
pobres como los que encontré en Badiraguato, que si les pagan tres pesos por
sembrar y vender maíz, y les van a pagar 10 pesos por hacerlo con la mariguana,
hacen esto último por necesidad porque viven en la miseria. Pero ellos nunca
serán los favorecidos del crimen organizado; van a ganar relativamente bien para
sobrevivir, y hasta allí. Pero les puede ir muy bien gracias a los hijos
migrantes que empiezan a ganar dinero en Estados Unidos, y que regresan y les
hacen su casita de concreto, con piso de cemento y ventanas de aluminio.
Francisco Cuamea, un periodista que ahora está
en el noroeste de Mazatlán (pero que estaba en Culiacán cuando yo fui), me
decía: “Es que yo sí creo que tú eliges tu camino aunque seas muy pobre”. El
hermano de Javier Valdez Cárdenas, la persona que me llevó a Badiraguato, quien
se dedica a toda clase de cosas, como servicios domésticos, me decía: “Bueno, nosotros
fuimos criados humildemente, pero nuestra educación nos hizo rechazar esto del
narcotráfico desde muy pequeños”.
También ocurre lo siguiente: está sucediendo que,
como en la leva en la época de la
Revolución , ahora los traficantes se disfrazan de policías y
van y detienen a los muchachos jóvenes pobres de los pueblos, muchachos de 12 a 17 años; se los llevan y
los obligan a trabajar. Entonces, ellos están entrando obligados por la leva y
también obligados por situaciones económicas; pero también lo hacen por su adicción
a las drogas: muchos jóvenes de clase media se hacen adictos, empiezan a deber
mucho dinero e ingresan a las bandas para poder pagar porque es muy peligroso
deberle a los narcotraficantes.
Entonces hay que tener mucho cuidado con las
generalizaciones, porque éstas no sólo llevan a los periodistas a mentir sino que
nos lleva a la paranoia; si tú dices “todos los de Sinaloa son narcos”, mientes,
te pones paranoico y afirmas cosas inexistentes.
AR: Económicamente
¿qué ha llevado el narcotráfico a Sinaloa? Hay algunos testimonios que recoges
que dicen que ha llevado empleo, dinero, un poco de bonanza. Pero también está
la declaración del director de la
Facultad de Economía de la Universidad Autónoma
de Sinaloa (UAS) que dice que han aumentado la pobreza y la inseguridad, por
ejemplo.
MT: El director de Economía de la UAS trataba de desarmar también
ese mito. Sin embargo, hay mucha gente y muchos académicos que piensan que el
narcotráfico trajo una gran bonanza; está muy extendido este mito.
En Badiraguato, que es inmenso, yo estuve en
una ranchería que actualmente tiene, cuando mucho, 90 casas, donde la mayoría de
los habitantes tienen lazos familiares y que viven en la pobreza. La abuela de
mi anfitriona vivía en una casita construida con las propias manos del abuelo (ya
fallecido) cuando se casaron hace 70 u 80 años, y claro, había llegado un poco
de bonanza a través de los hijos y nietos migrantes, que llegan y les
construyen su casa, los ayudan, les mandan dólares, etcétera.
AR: También
se dice que los narcotraficantes son los que ofrecen los mejores trabajos en
Culiacán, que han fundado empresas…
MT: Han dado trabajo, han generado empleo. Una
muchacha de 24 años, diseñadora, me dijo: “Yo no sé si en el futuro voy a lavar
dinero”. No lo decía porque ella tuviera problemas éticos, porque ella no
quiere lavar dinero, sino que me explicó: “Muy probablemente en algún momento
yo esté en alguna empresa y no tenga la menor idea de dónde salga su dinero y
su éxito; entonces yo estaré recibiendo dinero del narco, porque se sabe, y
todos los días nos lo dicen los periódicos, que tanto los empresarios como los
políticos son la cabeza de todo esto”.
Entonces, claro que sí se generó mucho empleo,
que hay mucha gente que está trabajando y que no sabe que es pagada con dinero
del tráfico de drogas, que es lavado de dinero en restaurantes, cafeterías,
centros nocturnos, bares y empresas de todo tipo.
Hay otro entrevistado que me habló de que la
agricultura está ya infiltrada por el narco en un 20 por ciento.
VIEJA
Y NUEVA VIOLENCIA
AR: Gilberto
López Alanís, director del Archivos Histórico del Estados de Sinaloa, dice que
la violencia en Sinaloa es histórica, pero agrega que ahora es mayor porque hay
dinero. Hay declaraciones tremendas, como la de Claudia Lavista, quien dice que
“la violencia no es por el narco… proviene de la comunidad”. Pero ¿qué ha
traído de novedad el narcotráfico en términos de violencia, especialmente con el
conflicto entre las dos bandas más fuertes en el estado?
MT: No hay comparación entre la violencia de la
lucha a favor de los agraristas en la que participó mi abuelo a fines de los
años treinta, y la violencia actual. En aquella época era la lucha por la tierra,
que se estaba repartiendo por órdenes gubernamentales y quitándosela a los
terratenientes. Había un problema muy complejo porque muchos habían llegado,
con una mano atrás y otra adelante, a hacer la América. Está el caso de la
empresaria Podesta, cuyo padre llegó así y logró fundar una empresa legal y
digna para exportar tomate; bueno, pues esa gente se quedó sin sus tierras.
Esta empresaria, que ahora ya tiene 83 años, lo recuerda muchísimo, y fue una
marca en su vida cuando su padre se quedó sin sus negocios, sin su tierra, sin lo
que había logrado. Entonces, es muy complejo el problema.
La diferencia ahora sería, muy visiblemente, la
crueldad, la saña, los decapitados, los mensajes tipo mafia ya que son enviados
dedos, cabezas o pies con botas, por ejemplo. (Esto lo cuenta con magnífico
humor el grupo de La Locha , caricaturistas
y cartonistas muy inteligentes que hacen esta revista con un humor negro y una
indignación formidables).
También creo que es muy importante el hecho de
que ahora en las filas de los narcotraficantes se consuma mucha droga, y antes
no era así. La cocaína, las drogas de diseño y otras, llevan a las personas a
perder la mente y se van sólo al instinto. Esto te lo digo basada en la
investigación que hice sobre los narcosatánicos para El libro rojo que está editando Gerardo Villa del Ángel. En esta investigación encontré que éstos
torturaban y desollaban a la gente, y despedazaban los cuerpos. Vivían en la coca,
hasta “arriba”, e incluso creían que eran invisibles. En ello te das cuenta de
que el consumo de drogas condujo a eso. Entonces por eso es que yo ato todo el
tiempo este tipo de crímenes de la violencia actual con el consumo
indiscriminado de drogas.
AR: A
ti te tocó la coyuntura de la elección de gobernador de Sinaloa, cuando se
enfrentaron Jesús Vizcarra y Mario López Valdez (Malova). En este sentido,
¿cómo es la política allá? Porque en tus entrevistados se aprecia un tono de
desencanto muy fuerte con la política.
MT: Después de aquel primer viaje para hacer el
reportaje original, me di cuenta de que tenía muchísimo material. También
concebí el libro como una crónica de la transición en las costumbres cotidianas,
de cómo el miedo y la decepción que mencionas las transformaron completamente,
lo que incluye la manera de relacionarse entre las personas.
Llegué a Sinaloa un poquito antes del cuatro de
julio de 2010. Vi una sociedad muy esperanzada, pese a todo, con la alegría de
que las cosas iban a cambiar porque había muchos ciudadanos querían creer en Malova. Sin embargo, te dabas cuenta de
que había una serie de campañas en todas las empresas (y te lo contaba la gente)
con amenazas de “te voy a quitar tu pago mensual o tu bono, o te pongo tache
simplemente si no participas en la campaña a favor de Vizcarra y del PRI”.
Lo que fue muy interesante es que la mayor
parte de la gente decidió desobedecer esa convención; hay que pensar que si
aquí en el Distrito Federal hay mucha gente que trabaja en determinados lugares
que se siente obligada a votar como quiere el dueño de la empresa o el jefe,
imagínate en Sinaloa con toda esa violencia.
Sin embargo, se dio un fenómeno muy interesante
y es que los ciudadanos desobedecieron la consigna general. Empezaron a
indignarse por esa intromisión en su derecho al voto, y es muy interesante cómo
desobedecieron y ganó Malova; Vizcarra
fue a dar a San Diego… ¡Hizo un corajote, para acabar pronto!
Pero lo que me encuentro en otro viaje, en octubre
de 2010, es a la gente decepcionada, porque ya había personas que decían: “No,
no va a servir de nada porque a Malova
lo apoya un político muy importante, no va a pasar nada”. Había incluso periodistas
jóvenes, que son gente más informada, que te lo decían.
Me encontré a la gente decepcionada porque lo
que habían previsto los más escépticos, los más lúcidos era cierto (a veces,
ser escéptico es un pecado; por ejemplo, hace algunos meses mostrar el más
ligero escepticismo sobre Javier Sicilia era casi pecado mortal; mostrarte
ligeramente crítico es como quitarle a los demás la esperanza de que alguien
pueda terminar con este desastre). Entonces, en octubre me encontré que los
optimistas estaban diciendo lo mismo que me dijeron los escépticos en julio.
AR: Por
allí mencionas que había un poquito de esperanza.
MT: Sí, hubo un momento, pero finalmente Manuel Clouthier
Carrillo no se lanzó como candidato y pues ya no había nada qué hacer allí.
Pero había mucha gente a favor de él.
ENTRE
LA SUBVERSIÓN Y
LA ESPERANZA
AR: En
el libro están mencionados términos como “bandidismo” o “bandolerismo social”,
“rebeldía social”, “rebeldes primitivos”, “revolución sin ideales”. ¿El
fenómeno del narcotráfico tiene un cariz subversivo? Lo que veo es que los
narcotraficantes están tan entreverados con el poder que parecería que tienden a
ser una fuerza conservadora.
MT: Es muy interesante lo que dices. Mira, por un
lado está muy entreverado con el poder, pero porque ellos corrompen al poder y
lo dominan. Como lo decía ayer Javier Valdez en la entrevista que le hiciste, no
hay Estado y el narco es el poder.
Manejé esta teoría de Eric Hobsbawm porque sí
hay un matiz subversivo en ciertos medios, como en el campesino, por ejemplo. A
mí hay una cosa que me impactó muchísimo cuando la vi en YouTube: la entrevista
que le hizo a Rafael Caro Quintero Guillermo Pérez Verduzco, del noticiero de
Zabludovsky. Fue muy curioso porque yo estaba por entregar el libro cuando me
encontré con este material, y me di cuenta de que todo lo que yo teóricamente manejé
en el libro sobre bandolerismo social lo encarnaba, de cierta manera, Caro
Quintero. Era muy evidente su ira por la pobreza que vivió desde niño.
En una plática con mi anfitriona en
Badiraguato, la abuela a la que hice referencia antes, quien está muy lúcida y aún
puedes hablar con ella muy bien, mientras cenábamos en una ocasión me dijo: “Es
que, bueno, ¿qué quiere el gobierno? Le hemos pedido mil veces que traiga
trabajo. Yo ya tengo 94 años, y no he visto que traigan empleo”. Entonces, la
gente va a seguir sembrando mariguana (claro, no me lo decía con estas palabras
con las que te lo estoy diciendo yo). Pero te das cuenta de una indignación y
de una rebeldía en esta anciana de 94 años, que además supo educar a sus hijos
y a su prole de tal manera que todos han progresado en Estados Unidos, donde han
puesto negocios de flores, de imprenta, por ejemplo.
Entonces, sí hay un matiz subversivo no
consciente, como lo que dice Hobsbawm en su libro: es no consciente porque no
es gente con mentalidad política. Él habla de mentalidades prepolíticas,
primitivas; entonces no hay una consciencia ni un razonamiento político, de
ninguna manera, sino una respuesta emocional ante la injusticia y la carencia.
Esto es complejísimo.
AR: Hay
una parte muy interesante: el de la gente de la sierra que baja a trabajar a la
ciudad, y que equiparas un poco con el planteamiento de Hobsbawm sobre el paso
del ámbito popular al campesino. ¿Qué consecuencias ha traído esta transición
de los serranos hacia la ciudad?
MT: Ahora se volteó todo. En los años setenta, el
70 por ciento de Culiacán era urbano, y el 30 por ciento era población rural;
ahora es al revés. En lugar de urbanizarse, Culiacán se ruralizó. Por allí dice
una persona (que no me permite citar su nombre; muchos entrevistados no me lo permiten
porque es muy peligroso), un profesor muy brillante: “Bueno, ahora lo que está
sucediendo en las calles de Culiacán es que estamos viviendo una convivencia
civil completamente pedestre, salvaje; todos estos pobladores rurales, sus
hijos, andan en las camionetas ganando el paso, pasándose los altos, y dándote
un disparo si les ganas o si te das vuelta antes que ellos en la calle”.
Él ve muy poco urbana en esta actitud, de poco
respeto a la convivencia con los demás. Considera la ruralización como la causa
de este tipo de problemas.
AR: Como
en todos lados, hay racismo en México. ¿Ese racismo contra los serranos tiene
algún papel en esta violencia? En el libro hay una declaración de una señora
que señala como una suerte que en Sinaloa no hay sangre indígena.
MT: Pienso que sí tienes razón, porque estoy
pensando ahora en los terratenientes de los años cuarenta: era gente de clase
muy alta en general, no necesariamente de orígenes altos (por lo que hablábamos
de todos estos inmigrantes griegos, vascos, italianos, alemanes y chinos que
llegaron sin nada). Pero sí hubo racismo en aquellas épocas en contra de los chinos.
De los terratenientes, muchos eran lo que en el
narco se llama “criollos”: es real que en el norte del país había muy pocas
tribus indígenas, entonces se pobló con mucha gente que llegó de España o de
otros lugares.
Yo sí creo que en México somos muy racistas y
nos fijamos hasta en matices como ¿quién es café con leche y quién es un
poquito más blanquito? ¿Quién es güero, quién es negro? En el norte esto es
mucho más evidente, por eso lo que dice esta mujer de clase media alta; bueno,
esto es horrible, es espantoso.
Yo sí creo que en la violencia de los
terratenientes pudo haber un componente racista no solamente porque Cárdenas
les estaba quitando tierras, sino también porque todo lo demás era el pueblo,
eran los despreciados sierreños sin educación. Probablemente hubo un componente
racista en ello; esto lo planteo como una reflexión, como una hipótesis.
La visibilidad del racismo en el norte es muy
alta. Para muchos es un gran orgullo ser muy blanco, ser muy bello, tener otras
facciones que no son las indígenas.
AR: Quiero
terminar con dos preguntas. Los casos de periodistas que viste y trataste, como
Luis Fernando Nájera, un buen reportero de nota roja, y de Emiliano Ávila (nombre ficticio), un periodista metido en el narco.
¿Qué lecciones extraes de esos dos casos del periodismo sinaloense?
MT: A lo largo de este reportaje por supuesto que
conocí periodistas. Mira, yo realmente yo he hecho reportajes de una noche de putas,
irme a meter a bares y estar hasta las seis de la mañana con las prostitutas,
chicas muy jóvenes, y te puedo decir que realmente un cronista no está en
peligro; sería mentir inventar que estuve en peligro. Pero conocí periodistas
que sí están en peligro, como los de Ríodoce,
que tienen que cuidarse de muchas maneras.
Tuve una experiencia, aparte de las
conversaciones, los tips y todo eso, y fue que una vez comenté con un
compañero: “Oye, le hable a fulana, a quien me recomendaron en el DF”; “No, qué
bárbara, le soltaste la sopa de que vienes a hacer el reportaje para Letras Libres. No lo hubieras hecho
porque ahorita todos ya han de estar enterados de lo que estás haciendo”. Yo le
dije: “Bueno, yo fui muy clara en que yo le iba a preguntar a la gente cómo
había cambiado la vida cotidiana, y eso es todo”.
Pero fue una reacción de temor instantánea en
otro colega que me hizo ver cómo está la cosa por allá, de esto que platicabas
con Javier Valdez Cárdenas de cómo está infiltrado el narco también en las
redacciones. Hubo otro momento en que yo dije a Javier: “Oye, me dicen que
puedo entrevistar a la exmujer de un hombre que tuvo un vínculo cercano con un
narcotraficante; me dicen que la puedo entrevistar, y me cita en su clínica”; me
dijo: “No, mejor cítate en un lugar público”. Pero en esa ocasión obedecí a mi
intuición y dije “aquí no va a haber problema”, y me fui al negocio, estuve sola
con esta mujer cerca de dos horas, y no tuve miedo. Pero ese tipo de consejos
te hacen ver que ellos realmente viven en peligro.
Entonces, entre las lecciones que hay creo que
está, evidentemente, la de incrementar la solidaridad al máximo ante los
asesinatos de periodistas; también, aunque no son mis fuentes ni la política ni
la nota roja, que sí hay que hacer protocolos de seguridad para quienes cubren
esos temas.
En cuanto a la corrupción, bueno, pues el caso
de Emiliano Ávila es muy especial por
lo que me señalaban las personas que me contaron que él no se corrompió por
adicción a la cocaína o a la droga de diseño, sino que en su caso fue por pura
ambición. Por eso su caso es especialmente interesante.
AR: Me
quedo con una imagen oscura y desesperanzada de Sinaloa. En este sentido te
quiero preguntar: ¿hay alguna esperanza para Sinaloa?
MT: Va a parecer eslogan de político, pero debo
decir que la esperanza está en su gente. A largo plazo yo creo que todos
sabemos que no hay solución, y que, al contrario, el problema del narcotráfico se
está extendiendo como una lepra; por ejemplo, ya aparecen cadáveres
constantemente en el Estado de México. Son cadáveres que ya aparecían, no es
nuevo; lo que pasa es que ya se está diciendo en los periódicos.
Entonces, a corto plazo no hay ninguna solución.
Lo único: la esperanza está en su gente porque se está dando cuenta del
problema. En mis visitas a Sinaloa me di cuenta de que hay mayor conciencia; es
un proceso lento, pero ya hay mucha gente que se avergüenza de estarse
acostumbrando a la violencia, aunque te lo explican: “Bueno, nos acostumbramos
porque es sobrevivencia”.
Pero hay cada vez más gente que participa; no
te puedo decir que haya muchas manifestaciones ni muchísima actividad política
de activistas. Se vuelven activistas personas como Natividad Herrera, al que le
mataron un hijo de 16 años en un cruce de fuego; el muchacho era estudiante de
calificaciones de 10 y le ayudaba en su despacho de Contaduría por las tardes, y
era un joven bondadoso, querido por los amigos, etcétera. Lo mataron en un
cruce de fuego en un taller mecánico (se sabe que en los talleres mecánicos
generalmente están muy involucrados en el crimen).
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