martes, noviembre 20, 2012

Una revisión de las miradas sobre la Revolución Mexicana. Entrevista con Luis Barrón





Una revisión de las miradas sobre la Revolución Mexicana
Entrevista con Luis Barrón*
 por Ariel Ruiz Mondragón

Unos de los campos de los principales campos de batalla de la política es el de la legitimidad histórica, en la que los contendientes cimentan sus raíces y principios, el imaginario que cohesiona a sus seguidores y buena parte de la justificación de sus proyectos, iniciativas y acciones.
En ese sentido, uno de los procesos más complejos, intrincados e influyentes del siglo pasado es el que conocemos como Revolución Mexicana, de la que emanaron el Estado, sus instituciones y sus políticas públicas; sin embargo, tanto en los ámbitos estrictamente políticos como en el de la historiografía hay una disputa alrededor de ella por elaborar conocimiento, construir mitos y reclamar su legado.
Al respecto, una buena y breve introducción bibliográfica al estudio de la Revolución Mexicana es el libro Historias de la Revolución mexicana (México, Fondo de Cultura Económica, Centro de Investigación y Docencia Económicas —CIDE—, 2004), de Luis Barrón, quien realiza un recorrido por las principales tendencias, enfoques y temas de la historiografía al respecto.
Sobre algunos de los temas expuestos en ese volumen conversamos con el autor, quien es doctor en Historia de América Latina por la Universidad de Chicago, y profesor-investigador en la División de Historia del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE).

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué un libro sobre la historiografía de la Revolución Mexicana?
Luis Barrón (LB): Al principio fue por dos razones: la primera es que nos pareció que era un buen momento para actualizar otros libros que habían intentado hacer algo parecido, que no necesariamente persiguieron los mismos objetivos, pero que resultaron en cosas parecidas. Cuando iniciamos la colección “Herramientas para la historia”, pensamos que era un buen momento para volver a hacer un corte y tratar de hacer un resumen útil para un estudiante de lo que se podía leer y cómo se podía aproximar a esas lecturas.
La otra razón tiene mucho que ver con el cambio político en el año 2000, lo que definitivamente no se puede esconder. Hace rato nos preguntaban si esta colección se había pensado como parte de la celebración del Bicentenario, y les decíamos que no tenía nada que ver; pero sí tiene mucho que ver con el cambio en el 2000: yo siento que el Estado mexicano abandonó completamente su obligación de enseñar la historia. Pasamos de un Estado que lo quiso abarcar todo, de un Estado que quiso construir una sola historia para que todos tuviéramos la misma, a un Estado que abandonó esa obligación, que no la tomó como una responsabilidad y que la dejó un poco al garete. En algún momento, por ejemplo, escuché a Javier Garciadiego —que en ese momento era director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, que ya después se convirtió en “de las Revoluciones”— decir que el Estado no tenía por qué hacer historia oficial, que la historia era un espacio democrático y que todo mundo podía entrar allí.
Yo difiero completamente: creo que el Estado tiene la obligación de enseñar la historia; lo que pasa es que la forma en que enseña esa historia y las herramientas que le da a los estudiantes para hacerlo deben ser de un cierto tipo. El CIDE, como institución pública, yo creo que debería, cuando menos, aspirar a contribuir a llenar ese espacio.
Y entonces por esos se hace la colección antes mencionada, y en particular este libro sobre la Revolución Mexicana, que en el año 2000 deja de ser el patrimonio del Estado y se volvió muy rápido en patrimonio de la sociedad. Pero yo creo que todavía hasta la fecha no tenemos una visión clara de cómo abordarla, de cómo hacer nuestra (me refiero a la sociedad) la Revolución Mexicana.
Este libro trata de contribuir un poco a ello, para que los que se acercan por primera vez al tema lo puedan hacer de una manera mucho más completa, conociendo las diferentes visiones que ha habido, por qué las ha habido, cuándo aparecieron, cuándo dejaron de tener vigencia, así como los diferentes enfoques y por qué tuvieron tanta importancia en ciertos momentos: cómo aparece el posmarxismo de la historia social, por qué la historia regional, por qué se va cambiando hacia las historias política y cultural, por qué la biografía a veces es tan importante y otras no, etcétera.

AR: ¿Cuáles fueron los principales problemas para hacer este libro? En éste mencionas el concepto de revolución y su periodización, por ejemplo.
LB: Hay un problema práctico, más allá de la ideología, de la metodología y la teoría: cómo acceder a todas las publicaciones que hay y cómo las voy a ordenar. Cuando planeábamos hacer el libro, alguien me decía: “Bueno, es que eso no va a venir al caso, porque ahora nada más a una computadora le picas dos teclas y te da todo”. Yo dije: “Híjole, pues yo quiero que me den mis computadoras”. Yo nunca lo he podido hacer; pero cada vez que mando a mis alumnos a buscar, regresan diciendo que no encontraron nada, aunque todos sabemos que hay un océano de información.
Entonces pasamos a otro problema más metodológico o más teórico, y que tiene que ver con dos cosas principales: la periodización y qué considero que es la Revolución Mexicana. Básicamente, desde el punto de vista de la historia que construyó el Estado en los años sesenta y setenta, la Revolución Mexicana era la historia del siglo XX; no se podría hacer un libro sobre la oposición política porque era también la Revolución Mexicana, como ocurría con los partidos de oposición, como el Auténtico de la Revolución Mexicana, el Popular Socialista e incluso Acción Nacional.
Ése era un problema: ¿cómo definimos lo que es la Revolución Mexicana y cómo traducimos eso en un periodo?
Otro asunto son los distintos enfoques para estudiar la Revolución: no es lo mismo hablar de ésta desde el punto de vista de la historia cultural, que desde la historia política o la biografía. Si hablamos de ésta, todo mundo nos va a decir que hay que biografiar a Francisco I. Madero, Venustiano Carranza, Francisco Villa y Emiliano Zapata; pero ¿y a Porfirio Díaz o a Victoriano Huerta no?
Si hablamos de la historia cultural, ¿sólo hablamos de José Vasconcelos y la educación, o hablamos de la pintura, la escultura, la música, el teatro y todas estas manifestaciones culturales que tuvo la Revolución Mexicana? El cine fue muy importante en la Revolución Mexicana para hacer un cine en especial, en particular, sobre todo durante los años cincuenta, en donde se retrata una revolución popular, gloriosa, etcétera.
También está la novela, por ejemplo, que fue una de las cosas que yo decidí dejar fuera de esta bibliografía.
Estos fueron los problemas que hubo que enfrentar, y yo creo que no hay una solución fácil. En algún momento lo menciono en el libro, y cualquiera otra persona que se decidiera a hacer este ejercicio, muy probablemente llegaría a visiones distintas y coleccionaría una bibliografía distinta. Pero esos son gajes del oficio y punto.

AR: ¿Cómo ha sido la relación entre política e historiografía? Es un abanico muy amplio que va desde la legitimación del nuevo Estado, hasta los estudios de los grupos subalternos que intentan dar fundamento a movimientos sociales de oposición.
LB: La Revolución Mexicana es muy peculiar en el sentido de que no ha perdido nunca su legitimidad, para nadie; es decir, todos los grupos, los que están en el gobierno y los que están en la oposición, de alguna manera tratan de ligarse a la Revolución, y eso ha hecho política a la historia.
Pero sí me parece que hay diferencias muy marcadas: si uno revisa, por ejemplo, las encuestas que se hacen periódicamente acerca de lo que la gente considera que es la Revolución Mexicana en las que se pregunta, por ejemplo, “¿Quiénes son los héroes?”, indudablemente y siempre, Villa, Zapata y Lázaro Cárdenas son los que aparecen como las figuras revolucionarias por excelencia.
Sin embargo, cuando uno ve lo que fue el Estado mexicano y lo que fueron sus políticas públicas después de la Revolución, difícilmente uno podría decir que lo que Villa y Zapata querían fue lo que en realidad sucedió después, y lo que hizo Cárdenas mucho tuvo que ver con lo que habían hecho otras figuras anteriores que no se mencionan, que no están tan presentes en nuestro imaginario colectivo, como Carranza, Álvaro Obregón o Plutarco Elías Calles.
¿Por qué se da esa contradicción? A mí me parece que en la construcción de esta historia que legitimó al Estado mexicano hay dos partes muy diferenciadas: una es la legitimidad de las políticas públicas, en las que siempre se exaltó a Villa, a Zapata y a Cárdenas, y que son la nacionalización del petróleo, los artículos tercero, 27 y 123, etcétera. La otra es parte son las instituciones que dan el andamiaje del Estado mismo: la Constitución y el partido, por ejemplo, en donde se exalta a Carranza, Obregón y Calles.
¿Qué es lo que ha pasado ahora? La Revolución no ha perdido legitimidad en su aspecto de políticas públicas, pero el Estado perdió su legitimidad; entonces, ahora, junto con el Estado, tanto Carranza como Calles y Obregón han perdido mucha legitimidad; en cambio, Villa, Zapata y Cárdenas no.
Entonces, la relación con la política ha estado viva siempre. Hay un solo personaje que no es cuestionado de ninguno de los dos lados, y ése es Madero, al que, con la transición a la democracia, ahora se le exalta mucho más.
Pero, para terminar esta idea, es muy interesante ver una encuesta de 2007 en la que se le preguntó a la gente “Si Madero viviera hoy, ¿por qué partido votaría?”. Obviamente, la mayoría de los panistas dicen que por el PAN, pero se dividen: muchos dicen que lo haría por el PRI; en cambio, todos los priistas y los perredistas dicen votaría por el PRI. Ésto es una cosa muy peculiar, y con el resto de los personajes no se da así; sólo Madero tiene esa cualidad de legitimidad total, digamos: fue bueno, héroe y mártir en todos los sentidos. Y apenas hoy estamos recuperando en la historiografía una visión más compleja de Madero.

AR: Ya no ha habido grandes síntesis de la Revolución Mexicana; las últimas que recuerdo son las de los años ochenta: Hans Werner Tobler, John Mason Hart, Alan Knight, Francois-Xavier Guerra y Friedrich Katz. ¿Por qué ya no las hay?
LB: La gran síntesis nacional, digamos, es la Historia de la Revolución Mexicana, de El Colegio de México, a la que yo no llamaría síntesis en la medida en que los diferentes autores tienen diferentes visiones de lo que es la Revolución Mexicana.
Knight explicaba por qué, según él —y veo que en mucho tiene razón—, estas síntesis se dan sólo en el extranjero —los autores que mencionas son todo extranjeros. Ésto tiene que ver, decía Knight, con el hecho de que los extranjeros tienen mucho menos acceso a las fuentes primarias, por lo que tienden a hacer visiones mucho más sintéticas porque no se pierden en un cierto proceso. Los mexicanos vamos a los archivos, y entonces nos enamoramos de un personaje, de una época, de un grupo social, de una región, etcétera, y entonces no se producen estas síntesis.
¿Qué posibilidades creo de que haya pronto otra síntesis? Muy pocas. En la academia ya no se debate así, ya no es La Revolución Mexicana; ahora hablamos de un proceso mucho más complejo, desarticulado por la cronología y por la región.
Entonces, veo muy pocas posibilidades de que alguien quisiera hacer una gran síntesis, a menos que fuera sobre un tema, por ejemplo la cultura. Temas así sí creo que se produzcan, pero no de la historia mexicana como un proceso total, acabado. Ya no hay esos intereses; eso tuvo que ver mucho con el interés del Estado en que se produjera una síntesis como la de, por ejemplo, Jesús Silva Herzog, y las respuestas de los académicos extranjeros sobre ciertos aspectos, quienes decían “eso hay que tomarlo con mucho cuidado y habría que ver otras cosas”, como ha ocurrido con las historia de Knight o de Hart, o los libros que están centrados en personajes, pero que sí podemos llamar síntesis, como la de John Womack acerca de Zapata o la de Katz sobre Villa.

AR: Otro asunto interesante ha sido la relación de la historiografía con las ciencias sociales, como la Antropología, la Ciencia Política y la Sociología. ¿Cómo ha sido esa relación?
LB: La relación, para el potencial que hay, ha sido muy pobre. En realidad sí la ha habido; por ejemplo, cuando la historia marxista empezó a tomar mucho auge, los historiadores empezaron a conversar con sociólogos. Ahora, la historia política está empezando a florecer mucho, y entonces hay una relación entre politólogos e historiadores; muy pronto vamos a empezar a ver relaciones muy fructíferas entre éstos y los juristas, porque estamos ahora interesados en la historia del Derecho o de la Constitución.
Pero yo creo que nunca se estableció una relación tan estrecha como la que se dio con los antropólogos, una relación que ha sido buena y mala: buena porque generó muchas visiones llamadas subalternas —a mí no me gusta el término—, eso de que vamos a tratar de hacer la historia de la gente común y corriente, de los de abajo, de los grupos oprimidos, etcétera.
Pero ha sido muy mala porque es, quizá, la única relación de los historiadores con otra disciplina que ha provocado un alejamiento de los archivos; todas las demás fueron a buscar información a los archivos, pero los historiadores culturales se han alejado de eso, y han querido hacer interpretaciones de procesos sin mantener los pies en la tierra. Es como si de repente un arqueólogo empezará a tratar de hacer interpretaciones sin ir a las pirámides o sin hacer excavaciones, nada más leyendo lo que otros han escrito. Eso ha sido terrible.
Entonces esa relación ha sido muy conflictiva; yo creo que en la medida en que los historiadores empecemos a trabajar más en equipos multidisciplinarios, vamos a empezar a producir cosas mucho más complejas y mejores. Éste es uno de las grandes pendientes que hay y en el que yo creo que pronto podríamos ver avances.

AR: ¿Qué cambios ha traído la democratización del país en la investigación histórica sobre la Revolución Mexicana? Por allí mencionas, por ejemplo, que han cambiado los temas.
LB: Yo creo que el cambio más importante que produjo la democratización fue el interés en que se abrieran archivos. La transparencia ha generado una explosión de fuentes disponibles, aunque a veces ésta ha sido muy problemática, pero aun así ha tenido cosas muy positivas. Por ejemplo, yo conozco muy de cerca el caso del Archivo General del Estado de Coahuila, cuando entró toda la idea de la transparencia. Allí, al principio y en aras de hacerlo transparente, se burocratizó el proceso completamente: para que uno pudiera ver un documento tenía que hacer la demanda al Consejo de Transparencia del Estado, y pasar por todo un papeleo. Hubo un conflicto muy serio y se acabó cerrando el archivo durante un par de meses; después se llegó a un acuerdo de que se reabriera y ahora está disponible para cualquier persona, e incluso lo están catalogando, en un esfuerzo muy importante por hacerlo público.
Otro efecto muy positivo es que ahora tenemos muchas más visiones acerca de lo que es la Revolución Mexicana. Una de las corrientes que ha explotado completamente en los últimos años ha sido la novela, en la que se da una visión de cuáles eran los procesos, por qué se dieron así, lo que no necesariamente los historiadores compartimos, pero que son importantes para hacer que la gente tenga acceso a la historia.
La democratización ha sido muy importante también en los temas que quedan por tratar: las elecciones, la política, y pronto necesitaremos una historia de la Suprema Corte de Justicia y una del Congreso; también cambios en términos de personajes: por ejemplo, ya tenemos una biografía de Victoriano Huerta y ya hay una de Aureliano Urrutia, su secretario de Gobernación. Esto me parece muy encomiable: que se empiecen a abrir los espacios para que podamos ver un cuadro más completo de lo que fue la Revolución Mexicana.

AR: Hacia el final del libro dice que la legitimidad del gobierno está fincada en los votos, y mientras que la sociedad utiliza la Revolución para cuestionarlo. ¿Hoy hay unja disputa entre estas dos legitimidades, la heredada de la Revolución y la legitimidad democrática?
LB: Yo creo que fue un error del gobierno de Vicente Fox abandonar la historia como una fuente no de legitimidad, pero sí de cohesión social; es decir, la historia no debe ser la legitimidad del gobierno, pero sí debe ser un punto en el que todos nos encontramos como sociedad —“nos encontramos” quiere decir que tenemos cosas en común—, y el gobierno del presidente Felipe Calderón pues sí ha tratado de recuperar parte del espacio que abandonó el gobierno de Fox. Como ha entrado en ese espacio, ahora sí tenemos esa disputa por quién es el heredero, quién tiene derecho a qué, y lo vemos en los espacios públicos: quién puede desfilar, dónde, cómo, cuándo y bajo qué circunstancias.
Yo creo que si uno hiciera un estudio de cómo los gobernadores utilizan la historia, veríamos muy claro estas tres corrientes distintas: los gobernadores priistas, muy agresivos; gobernadores panistas, que se acuerdan del día de ayer si les va bien, y los gobernadores perredistas, que se pelean entre una y otra posición y no saben bien a bien qué hacer con esos espacios. Eso refleja mucho lo que está pasando a nivel nacional.
En todo caso, me parece que sería muy relevante que los lectores jóvenes se acercaran a esta colección, la utilizaran, la criticaran y empezaran a producir su propia historia, y que veamos cuáles son los puntos en común que surgen en un proceso democrático, que podamos encontrar un sendero común, algo que nos aliente a sentarnos en una mesa a dialogar y a ver el país como patrimonio de todos, no de grupos separados.


*Entrevista publicada en M Semanal, núm. 733, 21 de noviembre de 2011.

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