Razón
y pasión del futbol
Entrevista
con Juan Villoro y Martín Caparrós*
Ariel
Ruiz Mondragón
Una
de las grandes devociones del mundo actual es la que se le guarda a
un juego surgido en el siglo XIX, que creció como ningún otro en el
XX y que en la actualidad conserva su liderazgo entre los deportes
más practicados: el futbol. Desdeñado y repudiado por unos,
elogiado y aprovechado por otros, su popularidad y su alcance exigen
que sea reflexionado tanto en términos del propio juego como en los
propios de los ámbitos políticos, económicos y sociales.
Eso
es lo que hicieron Juan Villoro y Martín Caparrós al sostener una
correspondencia sobre futbol durante el Campeonato Mundial de Futbol,
en la que debatieron amigablemente diversos tópicos relacionados con
el balompié. Ello dio origen al libro Ida y
vuelta. Una correspondencia sobre futbol
(México, Seix Barral, 2012), que fue publicado a fines del año
pasado. Acerca de varios de los temas planteados en ese libro
sostuvimos una charla con los autores.
Juan
Villoro (Distrito Federal, 1956) es autor de diversas novelas, como
El disparo de Argón,
El testigo y Arrecife,
y de diversos libros: de cuento, como La casa
pierde y Albercas;
de ensayo, como De eso se trata,
y de crónicas, entre los que destaca el dedicado al futbol, Dios
es redondo. Ha ganado diversos premios, entre
los que se cuentan el Xavier Villaurrutia (1999), Herralde (2004),
Internacional de Periodismo Rey de España (2010), el Iberoamericano
de Letras José Donoso (2012) y, por sus crónicas de futbol, el
Internacional de Periodismo Vázquez Montalbán (2006). Ha cubierto
los Mundiales de futbol de 1990, 1998, 2006 y 2010.
Martín
Caparrós (Buenos Aires, 1957) es escritor y periodista. Licenciado
en Historia por La Sorbona, ha publicado novelas como La
noche anterior o A
quien corresponda; libros de crónicas, como
Larga distancia, El
interior y Contra el
cambio; de ensayo, como La
patria capicúa y Argentinismos,
y de historia, como La voluntad
(coescrito con Eduardo Anguita). Ha recibido, entre otros, lo
siguientes premios: Internacional de Periodismo Rey de España
(1992), Konex y Planeta Latinoamérica (2004), y Herralde (2011).
También ganó la beca Guggenheim (1993).
Ariel
Ruiz (AR): ¿Por qué hoy un libro sobre futbol, y que es su
correspondencia durante el Campeonato Mundial de Futbol de Sudáfrica
en 2010?
Martín
Caparrós (MC): Era una correspondencia
falsamente privada porque ya había sido divulgada en el momento en
que fue escrita en las páginas web de Letras
Libres y Soho.
Yo creo que la idea de publicarlo como libro vino de un acto de
amabilísima piratería: hubo un chico en Querétaro que hizo una
edición, llamémosle “pirata”, del libro, de seis ejemplares.
Fue muy bellamente editado, con tapa dura, y al verlo como libro, y
al pensar que, además, alguien se había tomado el trabajo de
recopilar todo eso y publicarlo, nos quedó un poco la idea de:
“Bueno, ¿y qué si lo hacemos”. Pasó el tiempo, y hablando con
los editores terminó por ser un libro.
Nos
parece que es un libro que no se agotó en la supuesta actualidad del
Mundial, sino que tiene una cantidad de cosas que lo hacen fácil de
ser leído.
Juan
Villoro (JV): Al publicarse este libro, primero yo me preocupé
porque pensé que se trataba de una edición en forma; sólo una
persona muy caprichosa, muy loca o muy altruista hace una edición
para que haya cinco ejemplares. Naturalmente yo no sabía que eran
cinco; esa persona me dejó uno en el buzón de mi casa y pensé que
se había apropiado de nuestro trabajo. Entonces, de la decepción de
que hubiéramos sido hurtados, pasé después, cuando supe que sólo
eran cinco ejemplares, a la constatación de que en realidad, sin
darnos cuenta, habíamos escrito un libro porque intercambiamos una
correspondencia en el Mundial. No sabíamos cuántas páginas eran,
cómo se podría leer, si realmente tendría el empaque de un
volumen, y eso nos permitió saber que en efecto era un libro.
Es
una celebración de la amistad a través del futbol y un diario del
tiempo en que vivimos ese verano; no sólo son las cosas del futbol
sino otras circunstancias que rodeaban nuestra vida, y quedó allí
un testimonio que, de algún modo, creo que se puede leer como se
hace con las correspondencias de autores o de gente que a uno le
interesa, las que, aunque hayan pasado los sucesos que las
propiciaron, pueden tener un valor en sí mismas.
AR:
Martín, al principio señalas que el futbol es uno de los temas
menos prestigiosos, pero también que hay pocas lenguas tan habladas
como el futbol. Parece una contradicción: ¿por qué siendo tan poco
prestigioso es tan hablado?
MC:
A veces no es una contradicción porque se supone que el prestigio es
el privilegio de aquello de lo que se habla poco; en general cierta
idea del prestigio está enfrentada con lo masivo. Supongo que una de
las razones por las que el futbol es poco prestigioso es su carácter
masivo, y eso fue lo que hizo que durante mucho tiempo muchos
intelectuales lo rechazaran y pensaran que no valía la pena, o como
que era hasta vergonzoso dedicarse a pensar y escribir sobre futbol.
Creo
que, por suerte, esto ha quedado atrás desde hace 20 o 30 años, y
lo que queda es esta conciencia de que hay pocos fenómenos
culturales de tanta relevancia en los últimos 100 años. Quiero
decir que es una actividad absolutamente innecesaria, que si no
existiera no habría ninguna necesidad de inventarla, no como otras
cosas que uno dice: “Si tal cosa no se hubiera creado habría que
haber hecho algo en sustitución”. Si la televisión no existiera,
algo tendría que haberla reemplazado y haber ocupado ese lugar.
La
humanidad vivió muy bien durante muchos siglos sin estas formas de
deporte tan colectivamente seguidas, de las cuales el futbol es,
quizá, la más representativa. Entonces, que un fenómeno tan
innecesario haya cobrado de pronto tal relevancia y tal difusión me
parece fascinante. Creo que es algo sobre lo que vale la pena pensar
y tratar de escribir.
JV:
Sí, vivimos en la era de lo masivo, del consumo, de lo generalizado,
y cuesta trabajo encontrar en los fenómenos de masas algo
singularizable. Incluso muchas veces tengo la impresión de que la
gente está deseosa de ser masa; por ejemplo, cuando Spencer Tunick
(el fotógrafo que desnuda multitudes) vino a México, sobraban
voluntarios para estar desnudos; además, la gente que piensas que es
la más pudibunda pues no lo es, y todo mundo quería participar en
un hecho colectivo. Entonces, queremos sumirnos, disolvernos en la
masa.
El
sentido de una correspondencia como esta es un poco la de encontrar
singularidades en lo colectivo, porque finalmente yo no me estoy
dirigiendo a la humanidad sino a un amigo que está viajando por
África, que está haciendo reportajes, al que le da malaria y que
está buscando ver un partido en Bangladesh o en Alejandría.
Entonces es, digámoslo así, una experiencia que singulariza lo
colectivo. Creo que el impulso literario suele ser el opuesto, o sea
universalizar lo individual: tú tienes una pequeña historia que
contar de tu aldea, de tu barrio, de tu familia, y ésta puede ser
una historia japonesa, paraguaya, rusa o mexicana, y eso singular es
la universalización de la experiencia.
Aquí
al revés: esto ya está universalizado, globalizado, y entonces
¿cómo lo revertimos, cómo rebobinamos esta experiencia y cómo lo
volvemos privado? Es un poco eso: compartir en clave privada lo que
ya está globalizado.
AR:
Hay un tema interesante: ustedes hablan del futbol como una forma de
gregarismo, de amistad, de identidad, de tribu. Pero en este sentido
también hay una separación y hasta enfrentamiento, por ejemplo,
cuando hablan de la alegría de ver perder al enemigo, de la alegría
de un gol en la portería contraria. ¿Cómo se relacionan estas dos
facetas: el sentido gregario y el enfrentamiento?
MC:
Nada crea más efecto de identidad y de grupo que tener un enemigo;
es decir, es lo que constituye al grupo: ¿quiénes somos nosotros?
Los que nos peleamos contra aquellos. Aunque esas peleas sean, en
última instancia, yo diría ficticias o por lo menos muy
magnificadas, porque en definitiva no ves que nos vayamos a pelear
contra los brasileños a golpes. Hay como una representación de la
pelea que produce ese efecto de definir los campos: “Nosotros somos
porque estamos de este lado y estamos contra aquellos”.
AR:
Y por allí está lo del efecto Roca que cuentas en el libro...
MC:
Lo de Roca era otra cosa, la vieja relación que Argentina tenía con
Brasil cuando de algún modo los desdeñábamos y pensábamos que
eran como una especie de desdichados a los que había que tolerar y
que apapachar un poco. Es por eso que el presidente Roca les pidió a
los jugadores argentinos, en 1907 o 1908, que se dejaran hacer algún
gol por los brasileños para no quedar tan mal. Eso ahora sería
impensable porque justamente Brasil es como el gigante al cual no se
le puede hacer ninguna concesión.
Pero
justamente porque hay enemigo hay cohesión en el grupo.
JV:
Sí, yo tengo un amigo que es un escritor judío que se llama Allen
Kurzweil, y dice que él sólo se siente judío en el contexto del
antisemitismo; él no va por la vida diciendo “qué judío
amanecí”. No; él se siente judío cuando se siente ante la
presencia del adversario...
MC:
Tienes otro amigo escritor judío, y como tú no eres suficientemente
antisemita no te das cuenta, pero yo lo soy (teóricamente). Pero
nunca nadie se da cuenta, efectivamente; en cambio, entiendo lo que
tú dices: que cuando hay gente que se pone pesada con eso y se pone
más antisemita que yo (lo cual no es fácil), entonces allí sí
reacciono y me siento judío.
JV:
Claro, y nos pasa, por ejemplo, a los mexicanos en el futbol con
Estados Unidos: era nuestro cliente y ahora se convirtió en nuestro
“coco” porque era un equipo al que siempre le ganábamos (una de
las virtudes del futbol es que podíamos superarlos), pero poco a
poco se fue volviendo un equipo fuerte y que, además, nos tomó la
medida sicológica porque en cualquier partido que ocurra allá,
México juega de local porque los migrantes mexicanos van. Hay esa
obsesión que es para nosotros como si se disputara la reconquista de
Texas.
En
cambio, para los americanos es, simple y sencillamente, un partido;
les gusta que el estadio esté, por primera vez, lleno, aunque sea de
adversarios, y juegan relajados y nos ganan. Realmente ese es un
problema; por ejemplo, incluso jugadores tan notables como Rafa
Márquez han perdido la cabeza en el más literal de los sentidos,
como con el cabezazo que le puso a Coby Jones en el Mundial de Corea
y Japón, que fue atroz.
Es
un desafío muy difícil para nosotros precisamente por este elemento
reactivo que puede tener el futbol: que a veces odias tanto al rival
que no puedes vencerlo precisamente por estar sobremotivado.
Hay
una escena muy hermosa de William Faulkner en Las
palmeras salvajes, en donde un médico opera
a su propia mujer; hace una mala operación y de pronto dice: “Es
como si un ladrón tratara de asaltar su propia casa”.
Hay
cosas que no debes hacer, y así nos pasa con Estados Unidos: que
estamos tan motivados por lograrlo que no nos funciona.
AR:
Martín, escribiste que el futbol es uno de los grandes inventos de
la modernidad, la que creo está muy identificada con la razón; pero
también anotas que el futbol nos da oportunidad de una salvajería
feliz. ¿Cómo se amalgaman en el futbol esa estirpe moderna con el
reflejo antiguo de la salvajería?
MC:
Lo primero que se me ocurre pensar es que justamente la modernidad
sabe que los sueños de su razón pueden producir monstruos, y
entonces tiene que crear unos menores, controlables para tratar de
evitar a los verdaderos, como los grandes conflictos del siglo XX, el
estalinismo, el nazismo y todos esos sueños monstruosos de la razón.
Esta
es una manera menor y light
de dar cauce a esos sueños. Digamos que yo no creo que haya una
relación de causa-efecto, pero desde que el futbol tiene un lugar
hegemónico no ha habido grandes guerras. No quiero decir (sería
ridículo) que no hay grandes guerras porque existe el futbol, pero
lo cierto es que toda esa retórica del enfrentamiento entre las
naciones se diluye en estos encuentros futbolísticos en los que nos
peleamos contra otros. Es lo que recién decía Juan: que México
trata de reactuar la pérdida de Texas, y los argentinos intentamos
vengar la lucha de las Malvinas con el gol de Maradona en 1986. Son
como parodias de las verdaderas peleas, y en ese sentido es como una
astucia de la razón que produce este espacio leve donde esos
enfrentamientos pueden resolverse sin sangre.
JV:
Sí, son compensaciones imaginarias. Yo vi un partido una vez entre
Estados Unidos y Rusia en compañía de un amigo húngaro, y como el
futbol es aburrido si no tomas partido aunque sea por 90 minutos,
pues teníamos que elegir un equipo. Naturalmente, yo como mexicano
elegí a Rusia, el rival de nuestro tirano, que es Estados Unidos; en
cambio él, que era húngaro y que había padecido a Rusia, eligió a
Estados Unidos como liberador de su tiranía. Así es: son
representaciones transitorias, tampoco muy importantes.
AR:
En ese sentido hay algo de cierta identidad nacional que se pudiera
reflejar en la selección de futbol de un país. Por ejemplo, Juan
menciona en el libro que México tiene un alma empatada, rulfiana, y
Martín dice que Argentina siempre es la gran promesa, el país del
futuro en el que el futbol es la única verdad entre tantas sanatas;
en Alemania, las excusas no existen y los alemanes son duchos en los
placeres que vienen del dolor. ¿Eso viene de sus historias
nacionales?
JV:
Es una generalización, y por supuesto se trata de un juego tratar de
acomodar el temperamento de los equipos al de las naciones; a veces
este juego es más logrado que otros. Pensamos en Alemania como una
selección muy esforzada que se opone a la adversidad; recuerdo, por
ejemplo, a Franz Beckenbauer jugando aquí en el Mundial de 1970 con
el brazo luxado, con un vendaje, como un héroe de guerra resistiendo
contra todos los elementos.
Cuando
yo estaba en el Colegio Alemán, uno de mis profesores tenía a mucha
honra que a él lo atendía el dentista sin anestesia, y eso nos lo
recomendaba a nosotros a manera de escuela de vida, de templo ante el
dolor, y eso es muy alemán.
Los
italianos son fácilmente marrulleros en la vida cotidiana (o sea,
como en la Camorra o en la Mafia). Es el país del Renacimiento pero
también es el país que ha inventado más trampas en el mundo, y su
futbol no es muy distinto: es siempre muy sofisticado, y siempre hay
un fantasista en la cancha, digamos un jugador renacentista, y un
grupo de bribones tratando de robar algo, fracturar al contrario,
meter un gol de contragolpe.
Francia
en 1998 era una sociedad en el futbol, no tanto como la de la Francia
real pero sí de la ideal, la de los derechos del hombre, la
Ilustración y la multiculturalidad, pues encontró una selección a
su medida, lo que no tenía que ver con la realidad sino con lo que
quiere ser esa realidad.
Y
los mexicanos tenemos un equipo en donde es difícil que haya
figuras, que alguien se destaque; el esfuerzo de grupo tiene que ser
superior porque nos molesta mucho que alguien sobresalga porque se
aleja de nosotros. Tenemos una relación afectiva evidentemente
tribal; entonces, el que destaca niega su estirpe, es el solitario,
el que se fue, el que es demasiado para estar con nosotros. En
cambio, el que puede estar allí sin destacar demasiado es de los
nuestros. Tenemos esa actitud.
Por
supuesto que son generalizaciones, aunque de repente hay un jugador
como Hugo Sánchez que es lo contrario a la mentalidad mexicana, y
entre otras cosas por eso no ha sido tan apreciado como ídolo.
MC:
Estaba pensando, mientras escuchaba a Juan, en un texto de un
comentarista deportivo de la década del diez, hace 100 años, que
hablaba de la sorpresa de los ingleses cuando vinieron a jugar contra
unos equipos argentinos: los jugadores argentinos, en lugar de correr
o patear para adelante, hacían cosas raras que ellos no terminaban
de entender: hacían como que iban a dar el pase y no lo daban, o
hacían como que iban a salir para un lado y salían para otro, cosa
que los ingleses no contemplaban dentro de su forma de jugar al
futbol, porque en última instancia era un engaño, la finta, el
regate, la gambeta o como quiera que se llame. Es un engaño porque
yo debo convencerte de que voy a hacer tal cosa para luego hacer tal
otra, y es el gran aporte del futbol del sur del continente, de
brasileños, argentinos y uruguayos.
Hay
algo, evidentemente, en la idiosincrasia de esas sociedades que les
permitió hacer lo que los ingleses no se permitían hacer, que era
ser deshonestos y exhibir una intención que no era realmente la que
iban a cumplir. Entonces se inventó eso como una de las bases de la
belleza del futbol. Aquel señor hablaba de la indignación de los
ingleses porque los argentinos hacían algo que ellos no podían
concebir.
Entonces,
sí creo que en estas cosas interviene una idea de lo posible o no
que una sociedad tiene, y hasta dónde es capaz de llevar sus
límites.
AR:
Por allí hay otra anotación: el futbol, entre otras cosas, es
clasista. Se menciona porque se dice que hay equipos burgueses y
plebeyos.
JV:
Siempre también ha habido una representación de las sociedades; por
ejemplo, en México el América se supone que es el equipo de los
ricos, pero esto no quiere decir que todos los que lo apoyan sean
ricos (muchos son ricos aspiracionales; el hecho de que Televisa sea
dueña del América refuerza esa circunstancia). En Argentina es el
caso de Boca Juniors y River Plate; en México el equipo del pueblo
es el Guadalajara, que es el campeonísimo, que es tal vez el
equivalente de Boca. La mitad más uno le van a las Chivas, que juega
con mexicanos y que tiene un componente nacionalista; aunque el que
era equipo del pueblo originalmente era el Atlante, que era el de los
proletarios.
Otros
equipos han tenido una raigambre sindical importante, como el Necaxa,
que era el equipo de los electricistas; el Oro, que era el de los
orfebres de Guadalajara; Unión de Curtidores, de los curtidores de
pieles. Y también hay como oficios, como Cruz Azul, que es una
cooperativa que produce cemento. Pero claro, esas asociaciones son de
origen y luego se transforman en otra cosa.
MC:
Pero es muy interesante porque los equipos del mundo en general nacen
en una época en que hay una diferencia muy importante entre la
cultura burguesa y la cultura proletaria; ésta estaba en pleno auge
hacia fines del siglo XIX y principios del siglo XX, con las grandes
revoluciones proletarias. Entonces, en todos lados se reprodujo esta
dicotomía. En casi todos los países, en todas las ciudades hay
esto: su equipo plebeyo y su equipo burgués: el Barcelona y el
Espanyol; el Atlético de Madrid y el Real Madrid; el Milán y el
Inter; la Roma y la Lazio; Boca y River; Nacional y Peñarol, y así
sucesivamente.
En
cada ciudad se reproducía este esquema muy claro, pero son esquemas
que, por supuesto, ahora ya son sólo una especie de identidad
ficticia, simbólica porque muchas veces el equipo supuestamente
plebeyo es más rico que el otro.
JV:
Todos son muy ricos, son multimillonarios...
MC:
Y todos están endeudados también.
JV:
Todos están endeudados, todos son multimillonarios y tenemos ganas
de verlos como una oposición social, pero en realidad no lo es...
MC:
Pero sigue funcionando en el imaginario...
JV:
Por supuesto.
MC:
Cuando cada uno elige su equipo eso tiene una especie de peso, aunque
no tenga ninguna realidad.
JV:
Y son paradojas; por ejemplo, el Espanyol es un equipo pequeño, pero
elegirlo en Cataluña es considerado conservador respecto a la
mayoría catalana porque se considera un equipo centralista, casi
franquista.
AR:
Hay otra idea que atraviesa el libro, que es la democrática e
igualitaria del futbol. En ese sentido recuerdo un ensayo de don Luis
Villoro, “La utopía y el futbol”, que habla del futbol como el
reflejo de una utopía de libertad, de igualdad.
JV:
Sí, mi papá escribía en el periódico Excélsior,
y cuando el Mundial de 1974 Dino Zoff levaba una cantidad de minutos
récord sin recibir un gol, se lo interrumpió Francillon, un
haitiano; entonces el hecho de que Haití pudiera ganarle en algo a
Italia era como una utopía igualitaria.
AR:
En ese sentido, ¿cómo el futbol va también contra esa idea
clasista?
MC:
Yo estoy cada vez más escéptico sobre la realidad de esa idea,
porque siempre se dice: “Bueno, finalmente en la cancha son 11
contra 11, todos son iguales y cualquiera le puede ganar a
cualquiera” y demás. Pero últimamente hay tal peso del dinero en
la concentración del talento futbolístico en muy pocos equipos
europeos, que cada vez se hace más difícil la posibilidad de una
excepción que permite confirmar la ilusión de la regla; pero en
realidad ya casi nunca sucede porque el dinero se lleva a todos los
buenos jugadores. Como decíamos antes, esto hace que el futbol de
los países exportadores (Argentina es uno de ellos claramente) sea
cada vez peor, no sólo incapaz de ganarle a los equipos de los
países importadores sino que es un futbol que te agrede cada domingo
con espectáculos espantosos porque los buenos jugadores son
comprados inmediatamente.
Entonces
esa utopía igualitaria creo que está cada vez más disminuida por
la concentración económica en los países de Europa.
JV:
La democracia no es para mí una democracia económica sino que es
una democracia en todo caso física. En eso el futbol sí es generoso
en el sentido de que un flaco esmirriado puede ser un gran jugador:
por ejemplo, Ángel Di María no tiene un cuerpo de futbolista...
MC:
No podría hacer ningún deporte.
JV:
Maradona tampoco; el propio Messi que es tan bajito. Entonces,
digamos que la verdadera democracia en el futbol es que cualquiera
puede practicarlo, siempre y cuando tenga una picardía especial.
AR:
Hay otro asunto que mencionan referente a la cuestión tecnológica.
A grandes rasgos, ¿cómo ha cambiado la tecnología el futbol, al
juego, al aficionado?
MC:
Hay muchos puntos, pero doy dos. Con la intervención de la
televisión este fenómeno de la concentración económica que yo
decía se hizo posible y se incrementa; va a ser cada vez mayor en la
medida en que antes el partido en España o en Inglaterra tenía un
público posible de treinta millones de personas, pero ahora tiene un
público posible de mil 500 millones de personas por la difusión de
la televisión a nivel mundial. Entonces, aquellos que tenían algún
dinero para quedarse con los mejores jugadores ahora tienen mucho más
para hacerlo. Eso hace que el partido de futbol en realidad se juegue
en las pantallas: éste es el lugar donde lo ve el 99 por ciento o
más de los espectadores; los que están en el estadio a estas
alturas funcionan más como una escenografía y seguramente pronto
van a poder ser reemplazados con una animación de computadora y ya
no va a ser necesario que haya nadie en el campo. En algunos lugares
más o menos civilizados los mantendrán, pero en países como
Argentina, donde la gente yendo al estadio supone un problema de
orden público grave, yo creo que no van a tardar mucho en decir:
“¿Para qué los necesitamos?”. Que se juegue con los cuatro
parientes de los jugadores y el resto lo llenarán con animación en
3D.
JV:
En este Mundial hubo un caso curioso, que fueron los aficionados de
Corea del Norte, que no tenía hinchada y disfrazaban a la gente para
que no se sintieran tan solos. Tal vez llegaremos a eso en el futuro.
Los
estadios de la Serie A italiana están casi todos vacíos porque se
ha vuelto carísimo ir al futbol y la gente lo ve por televisión.
Entonces prácticamente los estadios son mausoleos desiertos.
Yo
creo que nada supera la contemplación del futbol en un estadio, ya
que sólo allí lo entiendes, entre otras cosas porque ves lo que no
está registrando la cámara; o sea, donde no está la pelota también
está sucediendo el partido: ves movimientos, gente que se desmarca,
y eso desgraciadamente ha cambiado con la tiranía de la televisión.
MC:
¿Sabes qué pasará? Me imagino que dentro de no mucho te ofrecerán
el partido con seis cámaras, y tú verás en tu casa la cámara del
director o cualquiera de las otras. Tendrás una cenital que te
muestre todo el campo si quieres mirar los movimientos de los
jugadores. Es algo que ya casi están haciendo, y en algunos partidos
lo han hecho. Entonces, creo que vamos en ese camino.
AR:
Ya casi para terminar, leo en el libro un desencanto con el Mundial,
críticas muy duras a este torneo desde 1990. Pero ¿qué tanto un
Mundial establece la situación del futbol? Porque uno ve con más
frecuencia partidos épicos en otros torneos, como la Champions
League.
JV:
Marcan el estado de las ilusiones nacionales, no del futbol; la
calidad del futbol no está en los Mundiales desde hace mucho. En
algún tiempo, antes del futbol globalizado, llegaba Pelé, que
siempre había jugado en Brasil, a jugar en el Mundial de México, y
llegaba a enfrentar a la selección italiana de Gianni Rivera y Luigi
Riva, que siempre habían jugado en Italia. Esto ya se acabó; como
tú dices, el gran futbol en calidad está en la Champions.
Pero
lo interesante del Mundial es otra cosa: son las grandes ilusiones
nacionales que cristalizan allí en lo que queda de tribu
futbolística, en cómo tratamos de encontrar un carácter nacional
en los jugadores. Entonces, su interés no va por el lado de la
calidad sino por el lado de las ilusiones que se asocian con países;
es otro tipo de juego. Quien busque calidad en un Mundial pues
encontrará, por supuesto, relámpagos, pero básicamente la calidad
está en la Champions y en otras ligas.
MC:
Lo que pasa es que, claro, hasta los setenta y quizá principios de
los ochenta, las selecciones nacionales eran los mejores equipos que
se podían armar con jugadores que, todos ellos, permanecían siempre
en sus países. Entonces era efectivamente un campeonato de
excelencia, porque no se podían armar mejores equipos que esos
porque sus jugadores estaban repartidos en cinco o seis equipos de su
país.
Ahora
las verdaderas selecciones son el Real Madrid, el Manchester United,
el Barcelona, el Inter, el Milán, etcétera, que son muy superiores
porque no eligen en un solo país sino en el mundo. Entonces con eso
no hay competencia posible.
AR:
Ahora sí termino: la literatura es un equipo de futbol, ¿ustedes
qué posiciones ocupan en el terreno de juego?
JV:
Pues a mí me gustaría pensar que estamos en la media cancha
haciendo jugadas de pared, pretensiosamente como Xavi e Iniesta,
porque es lo que hemos hecho aquí. Esa es, yo creo, la posición
idónea; por supuesto se trata de una ilusión, y ya el lector
decidirá.
MC:
Yo estoy de acuerdo con la ilusión, pero quiero señalar que si
fuéramos esos dos, él sería Iniesta porque es pelón.
*Entrevista
publicada en Etcétera, número 147, febrero de 2013.
Reproducida con autorización del director.
2 comentarios:
¡Excelente entrevista! Si de por si el libro es muy bueno, los conceptos vertidos de ida y vuelta de estos dos grandes de las letras, uno como escritor y el otro como periodista, se acrecentan con la entrevista bien llevada de Ariel Ruiz. ¡Felicidades y gracias!
Trato de leer a muchos autores que hablan sobre el futbol y esta bueno disfrutar de ver la forma en la que escriben y como toca distintos temas con el deporte. Es por eso que los libros que principalmente leo en mi apartamento en buenos aires estan relacionados con los deportes, principalmente el futbol
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