La parte enferma de la idiosincrasia mexicana
Entrevista con Agustín Basave
por Ariel Ruiz Mondragón
Los motivos del subdesarrollo de los pueblos pueden ser
muchos, y hay toda una corriente que los ha buscado dentro del
terreno de la cultura: ideas arraigadas, usos y costumbres que
obstaculizan e impiden los avances socioeconómicos y políticos.
Esas reflexiones suelen hacerse en situaciones de crisis en busca de
atender los principales problemas que aquejan a una sociedad.
En
ese sentido va el ensayo de Agustín Basave Mexicanidad
y esquizofrenia. Los dos rostros del mexiJano
(México, Océano, 2010), en el que, a través de una mezcla
ecléctica de disciplinas como la Antropología, la Ciencia Política,
el Derecho, la Sociología, la Psicología Social y la Economía,
realiza una indagación sobre la personalidad colectiva de la mayoría
de los mexicanos, en la que encuentra que son proclives a la
esquizofrenia debido a “una crisis de identidad y de pertenencia
que se origina en la colisión de civilizaciones y se mantiene viva
por nuestra desigualdad socioétnica”. Lo que esto ha producido
son, por ejemplo, la separación entre la ley y la realidad, y la
corrupción, entre otros males.
El
autor charló con Replicante
acerca de los siguientes temas que aborda en su libro: sus razones
para “desollar a la nación”, la racionalidad de la corrupción y
la ilegalidad, la necesidad de una nueva Constitución y la difícil
construcción de un futuro exitoso en el país.
Basave
(Monterrey, Nuevo León, 1958) es doctor en Ciencia Política por la
Universidad de Oxford y maestro en Administración Pública y
Políticas Públicas por la Universidad de Purdue. Ha sido profesor
de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM,
investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la misma
institución, y director del Departamento de Ciencia Política y
Derecho del ITESM Campus Ciudad de México. Actualmente es director
de Posgrado de la Universidad Iberoamericana. Autor de al menos seis
libros, ha colaborado en diversos medios, como Excélsior,
Reforma,
El Universal,
El Norte y
Nexos,
entre otros.
También fue diputado federal en la LV Legislatura,
presidente de la Fundación Colosio y miembro del Consejo Consultivo
del Frente Amplio Progresista.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribió este libro?,
¿por qué hacer este “desollamiento de la nación” —como usted
lo llama—?
Agustín
Basave (AB): Porque quiero a México,
porque me duele México; porque no me resigno a que la mitad de
nuestra población viva en la pobreza; porque creo que tenemos el
potencial para ser un país más grande y más justo, y porque los
obstáculos a ese desarrollo los podemos remover si nos vemos en el
espejo, aceptamos nuestros defectos y nuestros errores, y nos
decidimos a cambiarlos.
El libro, en ese sentido, intenta ser un sacudimiento,
una llamada de atención muy dura, cruda, despiadada —como dice
Roger Bartra. En una presentación del libro Diego Valadez dijo:
“Este libro es un espejo. Véanse en él; no les va a gustar lo que
van a ver, pero les va a abrir los ojos”.
Por eso lo escribí, porque creo que puede contribuir,
aunque sea con un granito de arena, a cambiar una mentalidad, a
corregir defectos idiosincráticos, a los que yo llamo “la parte
enferma de nuestra idiosincracia”.
Digo en los agradecimientos que cuando lo escribía me
asaltó, una y otra vez, un refrán muy cursi, pero muy pertinente:
“Quien bien te quiere, te hará llorar”. Para mí escribir este
libro fue una experiencia dolorosa, porque nací, crecí y vivo en
México, y nada de lo mexicano me es ajeno. Quiero entrañablemente a
este país. Es más, vengo de una tradición de nacionalismo de
campanario (como le digo yo). Yo tenía en mi juventud una pasión
por México; yo rechacé dos invitaciones para trabajar en Estados
Unidos en empresas trasnacionales, porque era una traición a la
patria. Casi me agarro a golpes con un compañero mío que se enojó
cuando dije que nos habían robado más de la mitad de nuestro
territorio.
Yo vengo de un pasado de un amor apasionado por México,
y llegó un momento en que me di cuenta de que estaba muy bien querer
tanto al país, pero que había que canalizar ese amor hacia la
autocrítica y que había que reconocer nuestros defectos y errores,
y había que cambiarlos. Ocultar la realidad no nos ayuda; hay que
quitarnos ya el disfraz y la máscara y vernos como somos,
descarnadamente.
Si mi libro contribuye a eso, me voy a dar más que por
satisfecho.
AR: Usted utiliza la imagen bifronte de la
antigüedad, Jano, para caracterizar la esquizofrenia mexicana. ¿Esa
esquizofrenia, esa diferencia entre el discurso y la realidad es una
característica endémica de los mexicanos, o lo comparte con otros
países del mundo, especialmente de Latinoamérica, de donde toma
algunos ejemplos?
AB:
Sí creo que los compartimos con América Latina. No quise
generalizar porque son realidades diferentes y hay países más
atípicos, por ejemplo Argentina, Uruguay o Chile, que son países no
tan esquizofrénicos como el nuestro. Pero sí creo que toda América
Latina tiene este problema. Empiezo el libro con un recuerdo de un
viajero francés del siglo XIX que decía: “En ninguna parte del
mundo (no se refería a México, sino a toda Latinoamérica) he
escuchado hablar con tanta reverencia del Estado de Derecho como en
estos países donde el Estado de Derecho se viola cotidiana y
sistemáticamente”.
Es un asunto que compartimos, una característica que
compartimos con nuestra América; pero yo creo que en México se
exacerba.
Mi impresión es que sí hay un común denominador
latinoamericano, y que tendemos a la bipolaridad y a la esquizofrenia
todos los latinoamericanos, pero creo en diversas medidas en cada
país.
AR: Usted menciona que para estudiar por qué unos
países son más prósperos que otros hay que investigar cuáles son
las escalas axiológicas y patrones de comportamiento característicos
de los pueblos. ¿Cuál el principal problema de México al respecto?
AB:
Presento algunos ejemplos de esta bipolaridad en el libro, pero no es
una lista exhaustiva. Creo que el más emblemático es el de la norma
y la realidad: ponemos la norma muy lejos de la realidad; la
exaltamos, le quemamos incienso, pero la despreciamos por completo,
la violamos y la evadimos. Creo que ese es el patrón más importante
porque es el que da pie al comportamiento disfuncional de la sociedad
mexicana.
En el libro también digo que en México existen las
condiciones para que sea más barato, más práctico, eficiente y
conveniente violar la ley que cumplirla, y que en esas condiciones
esperar una sociedad honesta pues es esperar una sociedad de
apóstoles. Creo que estos incentivos racionales hacen racional
violar la ley desde el punto de vista del individuo. Pero hacen
irracional el comportamiento social.
Entonces, digamos que es una suma de racionalidades
individuales que da como resultado una irracionalidad social.
AR: Usted menciona que hay naciones que tienen una
personalidad colectiva. ¿Cómo definir esa personalidad colectiva en
un país con tanto racismo y tanta desigualdad?
AB:
Yo creo que la personalidad colectiva de México tiene su origen en
la escisión originada por la identidad fracturada que tenemos desde
la Conquista, lo que genera un comportamiento que nos lleva no
solamente a la corrupción sino también a la desigualdad socioétnica
—ya no tanto socioeconómica—. Es decir, hay una correlación
entre raza y clase: el criollo es rico, el mestizo clasemediero y el
indio pobre (estoy simplificando), pero sí hay una correlación
entre raza y clase, como la que vio Andrés Molina Enríquez en su
libro Los grandes problemas nacionales,
y eso mantiene abierta la fractura y separada la identidad nacional.
Creo que sí tenemos que filtrar nuestra identidad; digo
también en el libro que hemos perdido mucho tiempo tratando de
descifrarnos cuando lo que debemos hacer es cifrarnos, integrar esa
identidad hacia adelante, viendo hacia el futuro. También hablo
mucho de no quedarnos atascados o atrapados en el pasado, sino salir
adelante, ver para el frente y crear y recrear la cultura.
Las idiosincrasias existen, pero no son inmutables, sino
cambian constantemente.
AR: ¿Usted le ve algún aspecto positivo a la
corrupción? En una parte del libro usted señala que “es el aceite
que ha impedido el resquebrajamiento del engranaje social”. ¿Hay
algo que podamos rescatar de ella?
AB:
No en la corrupción; en ésta no hay ningún aspecto positivo que
podamos rescatar, pero sí en las actitudes de los mexicanos. Que
todos estos defectos idiosincráticos a los que yo me refiero no son
sino virtudes desvirtuadas; o sea, que a nuestro ingenio —que es
mucho— lo usamos para violar o evadir la ley y corromper las cosas.
Nuestra solidaridad, que es mucha, la concentramos en la
familia, el grupo, en los amigos, en el gremio, en el barrio, y sólo
en catástrofes la llevamos al plano nacional. Son cualidades que
tenemos los mexicanos, y que las usamos mal. Podemos reencauzar esas
cualidades y usarlas para hacer las cosas correctamente y para salir
adelante.
Nada más que a veces nos conformamos con decir: “Pues
sí somos impuntuales, somos valemadristas, sí somos corruptos. Sí,
pero ¡viva México, hijos de la chingada!, ¡viva México, cabrones!
Así somos y no vamos a cambiar, no tenemos por qué cambiar”, y
hasta festejamos nuestros vicios. Eso sí nos mantiene donde estamos.
Tenemos que decir: “Pues sí somos así, pero no
debemos seguir siendo así. Vamos a cambiar, y podemos hacerlo”.
El cambio será muy profundo y radical, pero se puede.
AR: Hay otra parte del libro donde usted dice que hay
que cambiar la cultura cívica mediante la racionalidad. ¿Qué
características debe tener esta racionalidad, si tomamos en cuenta,
por ejemplo, que usted menciona que el pueblo ha sido muy racional
cuando ha sido corrupto?
AB:
Si hacemos leyes más realistas y más funcionales, vamos a cambiar
los incentivos. Porque el mexicano que se pasa altos, viola los
límites de velocidad y tira basura por las ventanas de su coche a la
calle de este lado de la frontera, entra a Estados Unidos y
automáticamente baja la velocidad, se cuida de no pasarse el alto y
ya no tira basura. ¿Qué pasó en el cruce de la frontera?, ¿en
unos segundos se transformó su ADN histórico, cambió la cultura
milenaria? No, lo que pasó fue que los incentivos de este lado están
hechos para que se porte de esa manera, y los incentivos del otro
lado pues para que no lo haga. Él está siendo racional, porque sabe
que de aquel lado las posibilidades de que lo pare una patrulla y de
que le pongan una multa es muy alta, y las probabilidades de que dé
una “mordida” y se la acepte el policía son muy bajas. Entonces,
pues mejor se cuida: está actuando racionalmente.
Pero aquí, si te para un policía porque te pasaste un
alto, tienes dos opciones: una es decirle “pues levánteme la
infracción, y yo voy a ir al banco a pagarla”, y a la mejor vas a
pagar una multa de 500 pesos, y vas a perder dos horas en llegar al
banco, estacionarte, hacer fila y pagar. La segunda opción es
decirle: “Pues ¿cuánto le doy? Póngase guapo y dígame cuánto
quiere”. A la mejor les vas a dar 100 pesos y vas a perder cinco
minutos, y las probabilidades de que te pare otra patrulla y te diga
“usted acaba de incurrir en soborno, va a tener que pagar las
consecuencias”, son nulas.
Ante las opciones A y B, en las que en una pagas 500
pesos y pierdes dos horas, y en la segunda pagas 100 pesos y pierdes
cinco minutos, ¿pues cuántos mexicanos quieres que se vayan por la
A? No lo sé, pero es una minoría; la mayoría se va a ir por la
opción B, porque es racional.
Se puede decir: ¿dónde están los principios éticos y
morales? Éstos se construyen a lo largo del tiempo, cuando te
convences de que son convenientes, útiles, cuando te das cuenta de
que si violas la ley vas a pagar un costo, que puede ser en dinero o
en libertad. Entonces sí, a lo largo de muchos años, vas diciendo:
“Bueno, ese comportamiento ético y moral además es conveniente,
porque el comportamiento inmoral o antiético tiene una consecuencia
negativa para mí”.
La abstracción de la escala axiológica también tiene
que ver con una tradición en donde se vincula lo ético, el
comportamiento moral, con la conveniencia y lo contrario, la
inconveniencia. Eso en México ya se perdió; llevamos muchos años
en que lo conveniente, lo práctico, lo rápido y lo barato es violar
la ley.
AR:
Es la teoría de la rational
choice.
AB:
Sí, es rational choice.
Aunque también hay civic culture,
una cultura política que hace las cosas más difíciles.
AR: ¿Usted piensa que la transición democrática
del país ha logrado modificar en algo la esquizofrenia del mexicano
de la que usted habla?
AB:
Puede ser que sí, que la democratización nos haya ayudado un poco;
pero considero que la misma transición democrática padece los
efectos de nuestra esquizofrenia, de nuestro comportamiento bipolar,
porque yo creo que está trunca. No creo que hayamos culminado
nuestra transición democrática, sino que está atrofiada porque
pasamos de un régimen que excluía a todos menos al PRI, a otro que
incluía a todos, menos a la izquierda (al menos así se percibe en
una buena porción de la sociedad).
Sí creo que estamos, por ejemplo, cantándole loas a la
democracia cuando también, en cierto sentido, la violamos todos los
días, con estos gastos impúdicos de gobernadores, quienes controlan
todos sus aparatos y sus grupos de poder en sus estados, con la
manipulación electoral que se hace por las vías de los medios
electrónicos, en fin.
Entonces, también vivimos en una cierta simulación
democrática, y allí, por desgracia, no hemos superado nuestras
ancestrales trabas o taras.
AR: El pensar la Constitución en términos de
proyecto, como un documento aspiracional que como guía del presente
que realmente guíe la vida social, ¿de dónde viene?, ¿cuál es su
origen o tradición?
AB:
Realmente la española: “Obedezco, pero no cumplo”. Eso fue en la
Colonia, esa tendencia a la centralización normativa, una burocracia
exacerbada; desde Madrid, donde no tenían la menor idea de cómo
estaban las cosas en las colonias, mandaban las órdenes y estaban
queriendo normarlas. Había, incluso, disposiciones legales para lo
que tenía que hacer el capitán de un barco si encontraba una
tormenta, si ésta venía a babor, etcétera. Poner hasta eso en un
reglamento es una locura.
Esa proclividad a la centralización, al control y a la
burocratización es muy español, muy latino en general. De allí nos
viene.
Nosotros, sin embargo, lo llevamos a extremos todavía
más drásticos; creo que seguimos con la idea de que debemos regular
todo, y creemos que la corrupción se combate con más regulación,
con más alambicamiento, y es al revés. Cuando regulamos y
sobrerregulamos generamos más corrupción.
AR: Un asunto fundamental es el divorcio entre lo que
algunos juristas clásicos de México llamaron la “Constitución
formal” y la “Constitución real”. Al final de su libro usted
dice que hay que hacer una nueva Constitución. ¿Cuál sería un
ejemplo de una Constitución más apegada a la realidad y menos a la
aspiración?
AB:
Tendría que ser mucho más concisa, breve, de más largo aliento que
la actual. Más cercana a la realidad, que descargara su fardo
normativo en leyes constitucionales, un peldaño intermedio entre la
Constitución y las leyes secundarias, y con candados, como sería
una mayoría calificada para modificarla.
Para la parte de la cercanía de la norma a la realidad,
pues el ejemplo que pongo del artículo tercero y el 130 es muy
bueno. Esa noción jacobina de que había que dejar la espada de
Damocles en los artículos contra la Iglesia pues es disfuncional.
Ahora, por ejemplo, con la reforma de 1992 ya tenemos la posibilidad
de tener sobre ella una verdadera espada de Damocles, que es la de
cobrarle impuestos.
Pero mientras sigámosle dando tanta importancia a lo
simbólico, a lo teórico, ignorando a la realidad, pues no vamos a
crear esa Constitución.
Además, hay varias cosas por hacer, por ejemplo, los
acuerdos entre los partidos políticos, lo que se ha convertido,
decía yo, en un deporte extremo en México. Si acordar cosas nimias
nos cuesta un esfuerzo enorme, imagínate una nueva Constitución.
Estoy conciente de la dificultad de consensuar una nueva
Constitución, pero también estoy conciente de la imperiosa
necesidad de hacerlo.
Pienso que tenemos una Constitución totalmente
manoseada, parchada, que tenemos guardada en formol porque ya ni
siquiera la usamos. Además tiene una contradicción por allí: tiene
“cimas”, con “c”, cimas de abstracción a las que no podemos
llegar, y luego tiene “simas”, con “s”, de exceso de
burocracia y de regulación, hiperregulatoria, de las que no podemos
salir.
Me parece obvio y evidente que tenemos que generar una
nueva Constitución. Cuando algunos defienden la actual, pues me
parece que resulta muy lamentable y muy triste pensar que nos hemos
resignado a eso, y que creemos que tenemos que administrar la
mediocridad y que eso ya es un triunfo.
Yo creo que necesitamos un renacimiento, un cambio
profundísimo.
AR: Usted ataca al misoneísmo…
AB:
El misoneísmo es la aversión por lo nuevo, y es una palabra que
existe en el diccionario; yo inventé la otra, su antónimo, que es
el filoneísmo, que es considerar que lo nuevo es bueno, que hay que
crearlo. Nosotros que tenemos que lanzar una cruzada por la
creatividad, por ser originales y crear nuestro propio proyecto
civilizatorio. Creo que eso sería un gran detonador y motivación
para los mexicanos, ya que sería como tener un sentido de misión.
AR: Al final del libro usted habla del cifrar, ya no
descifrar, una nueva identidad nacional y proyectarla hacia el
futuro. ¿Cómo crear esta nueva identidad en medio de la
globalización, y donde hay reclamos multiculturales, pluriétnicos
muy fuertes?
AB:
Primero, existen identidades múltiples, lo que es normal, común, y
por otro lado las identidades no son inmutables, sino que cambian
constantemente. Una identidad se reinventa. Es posible tener una
sociedad multicultural, y sin embargo tener un común denominador que
enlace a todas esas culturas. Claro que es posible.
Esa es una nación. Una nación existe, según Benedict
Anderson, cuando la mayoría de sus integrantes se asumen como tales,
y eso se crea con una imaginería que propicia la autopercepción
nacional. El ser mixteco, zapoteco, otomí, maya, tarahumara o yaqui
no excluye ser mexicano, si y sólo si existe un común denominador,
un hilo conductor que permea a todos, que es la cultura,
fundamentalmente, los símbolos. Si eso existe, entonces una sociedad
multicultural puede ser una nación.
Si ya no hay común denominador y lo único que se
privilegia son las diferencias culturales de uno y otro grupo,
entonces sí se acabó la nación. Yo creo que México sí es una
nación, con problemas identitarios, pero sí lo es.
AR: Usted menciona que hay que construir el presente
como un puente entre el ayer y el mañana. En ellos juega un papel
fundamental la historia trágica, que festejamos los inicios de las
gestas y en la que se privilegia al personaje mártir sobre el
exitoso. ¿Qué clase de historia necesitamos para construir el
futuro? ¿Qué tipo de mitos necesitamos hacia el porvenir?
AB:
Ya no podemos crear más mitos, los que nos sobran; lo que tenemos
que hacer es buscar que el futuro sea más de éxito, de triunfo y no
de tragedia. Parece que nos gusta cantarle a la tragedia nada más.
Hay que buscar un futuro exitoso en el que se vea al
triunfo como algo deseable, en el que tengamos cosas que celebrar,
que sean más allá de derrotas o tragedias. Empedrar el camino de lo
que va a ser la historia en el próximo siglo, lo que para entonces
será la historia del siglo XXI, distinta a la de los siglos XIX y
XX, con historias de éxito, en la que la sociedad mexicana se pueda
jactar de que vive mejor, con mayor bienestar y mayor dignidad,
porque logró construir un país menos corrupto, más funcional, más
responsable. Ese es el chip que tenemos que cambiar.
AR: Usted hace una declaración políticamente
incorrecta, que es que a usted no le atribuye esta historia de
desencuentros, de fracasos nada más a las elites políticas,
empresariales, sindicales, sino también la extiende al pueblo. ¿Cuál
sería el papel de este último en la transformación que usted
plantea?
AB:
Creo que de allí debe de surgir la chispa de la transformación, de
la sociedad. Y quizá, si me obligas, de los jóvenes. Yo no creo que
esto vaya a surgir de un partido político, de un líder político,
sino de la sociedad.
¿Cómo? Siguen discusiones como esta, y yo quisiera que
mi libro contribuya con su granito de arena a este debate, que
empiece a discutirse y a hablarse de estos temas. Allí están las
redes sociales en internet, y cuando se genere una energía social
para ese cambio profundo, para ese renacimiento, entonces va a
encontrarse ese proyecto y sus cauces políticos en los partidos y en
las instituciones.
AR: En términos políticos, usted se pronuncia por
una opción socialdemócrata, e incluso habla de “socioliderazgo”.
¿En México ya existe esa opción, que ponga el acento en el combate
a la desigualdad? ¿Quién la enarbola hoy en México?
AB:
La izquierda; pero, por desgracia, nuestra izquierda también es
bipolar y esquizoide. Está dividida entre una izquierda radical,
extremista, y una izquierda moderada, y no encuentran la unidad, no
se han cifrado tampoco. Yo quisiera que la izquierda mexicana se
convirtiera en una izquierda socialdemócrata, pero propiamente
mexicana, diferente a la europea. Pero sí, creo que debe ser por la
vía electoral y del Estado de Derecho, por la convicción de la
sociedad, de ganar a la mayoría de los electores, como se pueda
llegar a cambiar.
Ahora sí que la izquierda mexicana no es ajena a la
dualidad que tenemos todos los mexicanos. Ojalá pudiéramos tener a
la izquierda que yo creo que necesitamos: una que privilegie la vía
electoral sobre la lógica insurreccional; que las movilizaciones
sociales se hagan en situaciones límite, cuando se hayan agotado
todos los cauces legales e institucionales; que tenga una propuesta
de avanzada, por una sociedad más equitativa, pero por la vía de la
libertad y del Estado de Derecho.
*Entrevista publicada en Replicante,
septiembre de 2012.
1 comentario:
Es un placer leer muchos libros y por eso soy de leer a distintos autores. En mis Departamentos Argentina tengo por suerte una gran cantidad de libros los que me gusta releer varias veces. Sin embargo, me gusta tener la posibilidad de comprar nuevas ediciones cuando puedo
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