sábado, noviembre 02, 2013

Migrantes: la industria humana del crimen. Entrevista con Óscar Martínez

  Migrantes: la industria humana del crimen
Entrevista con Óscar Martínez*
Por Ariel Ruiz Mondragón
En busca de posibilidades de una mejor vida y huyendo de una realidad nada alentadora, miles de centroamericanos emprenden a diario un incierto viaje desde sus países de origen hacia Estados Unidos, donde tienen cifradas sus mejores esperanzas. Atrás quieren dejar un pasado de pobreza, violencia y falta de oportunidades.
En su periplo deben cruzar de frontera a frontera el territorio mexicano. En su trayecto enfrentan todo tipo de abusos y vejaciones no sólo por parte de las bandas criminales sino también de las propias autoridades mexicanas. Los robos, violaciones, secuestros, golpizas, trata de personas, extorsiones y homicidios son hechos cotidianos en la infernal ruta hacia el norte del país. Son hechos que muchas veces pasan desapercibidos.
Un conjunto de las crónicas más fascinantes y terribles sobre el cruel camino que deben enfrentar los migrantes centroamericanos en nuestro país es el que nos presenta Óscar Martínez en su libro Los migrantes que no importan (Oaxaca, El Faro, Sur + Ediciones, 2012).
Replicante sostuvo una conversación con Martínez (San Salvador, El Salvador, 1983), quien ha laborado en diversos diarios salvadoreños, colombianos, mexicanos y estadunidenses; en México ha colaborado en revistas como Gatopardo, Día Siete y Proceso. En 2008 fue galardonado con el Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez. También ha ganado los premios de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas de El Salvador en 2009, y el Internacional de Periodismo La Huella de la Trata.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué publicar un libro como el tuyo? Aquí quiero recuperar la pregunta que te hizo uno de los personajes que describes, Auner: “¿Por qué nos ayudás? ¿Por qué te importa?”.
Óscar Martínez (OM): Creo que cualquier periodismo de denuncia al que se le ha invertido mucho tiempo apela a que el ser humano todavía tiene calidad humana; apela a hacer una denuncia de profundidad en donde en lugar de fuentes tienes personas con nombres y apellidos que muestran historias; apela a que la gente logre indignarse, a que logre sentir la rabia de lo que le podría estar pasando a vos mismo, a tu hermana, a tu madre, a tu tío, a tu primo.
Cuando se dice por qué el libro, sigo creyendo que éste es la vía tradicional para una denuncia que quieres que sea perdurable, que se mantenga en las estanterías, que dure en el tiempo. El libro es el material de lo imperecedero; es decir, es el material del relato de lo que ocurrió en un tiempo y es incontrovertible: esto ocurrió y así fue una etapa de los migrantes, y así ha sido desde hace mucho tiempo. Y plasmarlo esto en un libro creo que es una manera de hacer que sea un mensaje perdurable de una historia de la que no nos tenemos que olvidar, porque si bien nunca vamos a recuperar todos los nombres de las personas que han muerto y que han quedado enterradas en este cementerio al que se le llama “ruta de migrantes” en México, tenemos que recordar al menos la historia colectiva de lo que le pasó a un grupo de miles y miles de personas que venían de un lugar, que tenían una familia, que tomaron una ruta, que pasaron por unos albergues y que murieron a manos de unos victimarios concretos ante los ojos de un Estado al que eso no le importó.
Estamos muy interesados en este libro; creemos que es una denuncia vigente, si bien los defensores de los derechos humanos han logrado que esto amaine un poco, porque ha habido una atención particular. Pienso que esto será intermitente; es decir, todas las condiciones para que la masacre de migrantes vuelva a ser como está descrita en este libro, como era hace un año, están puestas allí.
Yo creo que los defensores han logrado que se visibilice más y que ahora lo hagan con más cuidado estos grupos criminales. Pero todas las condiciones para que se repitan están allí, están puestas en el camino.

AR: Tú estuviste en el recorrido de esa ruta, en La Bestia, de la frontera sur hasta la norte. En ese camino ¿cuáles fueron los principales riesgos y peligros que tuviste para hacer este reportaje? Leemos que hubo amenazas, por ejemplo.
OM: El principal riesgo de un periodista a la hora de meterse a estas zonas es cometer un error a la hora de elegir con quien habla; es decir, cuando tú eliges mal con quién hablas en una zona controlada por el crimen organizado el error es terrible. El problema es que aquí en México hay muchos periodistas a los que no les dan ni tiempo de elegir con quién hablan: los mandan a lugares riesgosos y les piden que en dos días vuelvan con una nota, y allí los están poniendo al borde del abismo; si bien no te están empujando, te están poniendo donde empujan.
En nuestro caso, nosotros teníamos el privilegio de que podíamos tomarnos una o dos semanas para preparar la incursiones al terreno, identificar con quién se podía hablar y con quién no tenías que abrir la boca.
Luego, yo creo que lo más riesgoso que te podía pasar en ese terreno es cuando más nos acercábamos a parecernos a un migrante, que ellos son los que corren el verdadero peligro. Los Zetas han llegado a tomar una modalidad en la que infiltran el flujo, meten a centroamericanos reclutados que van identificando quién tiene familia en Estados Unidos; quién, en lugar de comer en el albergue, sale y se come una torta en la calle, si manda dinero, si hace llamadas telefónicas porque alguien está pidiendo remesas, quién va a Western Union en el pueblito a sacar algo de dinero, y que es alguien a quien se le pueden sacar dólares.
El problema es que han logrado generar una fractura interna en el flujo de migración, ya que han dificultado que incluso la solidaridad entre los migrantes sea algo viable. Ya no sabes con quién viajar en el tren; cuando alguien te hace muchas preguntas ya no puedes creer que es por interés sincero sino que empiezas a creer que es uno de los zetitas.
Yo creo que el riesgo es más ese. En general, hacer periodismo en zonas del crimen organizado tiene que ver con prepararte bien, ir con todas las alarmas prendidas. El problema es que para eso te tienes que dar tiempo, y el tiempo en el periodismo cuesta dinero, y eso las empresas periodísticas muchas veces no lo quieren asumir.

AR: Me llaman mucho la atención unas figuras que te ayudaron mucho en tu trabajo, que fueron los padres de la Iglesia católica. ¿Qué papel tienen ellos en la migración y en tu trabajo? En el norte, apuntas, se les respeta mucho; a mí me parecen la única luz de humanidad que encuentran los migrantes en el camino.
OM: Para empezar, ellos han tomado en su vida una decisión que para mí es maravillosa, que es la de no ser un curita de pueblo, aunque un curita de pueblo puede hacer mucho; más bien no ser un cura acomodado, que agarre la parroquia, dé bautizos los domingos y case a tres parejas por semana, sino que han decidido ser curas que, como dicen acá, “se la rifan”. Han escogido, en lugar de crear una parroquia en donde haya unos rezos ordenados y unas misas programadas, crear un albergue donde hay un gran caos, una zona donde el migrante vuelve a convertirse en persona. En los albergues el migrante deja de ser un animal asustado, que es como muchas veces viaja, y vuelve a ser persona, vuelve a acordarse de que tiene una familia, vuelve a tener unas noches de tranquilidad, comida, limpieza, seguridad.
Los albergues son espacios increíbles; yo creo que la migración no sería posible (y ya sería una verdadera animalada) si no hubiera estos albergues de la Iglesia católica en el camino de la movilidad humana. Estos sacerdotes son gente que vive en un riesgo constante porque les están quitando víctimas a los Zetas, gente que podrían secuestrar; así ocurre con el padre Pedro Pantoja en Saltillo, cuyo albergue está constantemente en el ojo de los Zetas.
Yo he visto amenazas contra Alejandro Solalinde estando en Ixtepec, y decidir que eso no le importa y que va a ocupar su vocación, en este caso de inspiración religiosa, para hacer algo tangible por alguien, no algo espiritual, algo en el sentido de “yo a este le salve la vida porque ese día lo saqué de un carro en donde lo llevaban secuestrado, porque ese día yo lo refugié y lo ayudé a poner su denuncia en la PGR”. Son cosas que casi pueden tocar.

AR: ¿Cómo fue tu relación con ellos? Muchas veces fueron tus guías, especialmente en el norte de la República.
OM: Yo lo único que tengo con ellos es un profundo agradecimiento por cómo nos abrieron las puertas, por cómo nos permitieron estar en sus albergues, en donde podíamos hacer lo que nos diera la gana, hablar con quien quisiéramos si la persona lo quería.
Normalmente eran el primer punto de llegada en un mundo de incertidumbre de con quién hablas y con quién no tienes que hablar. Ellos eran un oasis de certeza; sabíamos que ellos no estaban metidos en nada, sabíamos que el trabajo que hacían.
Ha sido un lujo contar con esos puntos de llegada en cada uno de esos lugares, como Altar, Sonoyta, Saltillo, Nuevo Laredo, como la misma Tijuana.

AR: Destacas en los primeros capítulos que muchos de los centroamericanos que pasan por México vienen prácticamente huyendo de la muerte, de la pobreza; pero el paso por nuestro país hacia Estados Unidos es igual o peor. ¿Cuáles son las reacciones de los migrantes cuando se encuentran con este horror? ¿Vale la pena pasar por esta pesadilla?
OM: De las personas que salen de El Salvador, de Honduras, de Guatemala, de Nicaragua, muchas vienen por extrema situación de pobreza; otros vienen por un deseo legítimo, humano, que es el de superación. Es decir: no es gente que necesariamente sea extremadamente pobre; es gente que puede trabajar en un restaurante, ser mesero y ganar un sueldo paupérrimo, pero que piensa que la vida puede ser algo mejor. Es un sentimiento legítimo para migrar. Y hay gente que huye por miedo, por renta de las pandillas, por amenazas.
En Honduras tenemos una policía que es prácticamente un grupo del crimen organizado, en Guatemala y en Honduras hay grupos criminales muy asentados vinculados con drogas y armas, y hay mucha gente bajo amenaza que decide salir del país simplemente no porque hicieron algo sino porque viven en una zona donde dominan la Mara Salvatrucha, la Barrio 18 o un cártel local.
Claro, hay mucha gente que huye; nadie pasaría por estos infiernos mexicanos del indocumentado si no tuviera que huir de un infierno mayor en muchos casos. Pero yo creo que aquí no se cumple esa norma necesariamente: mucha gente encuentra aquí un sufrimiento que nunca había experimentado en su vida en El Salvador; lo que pasa es que hay personas que piensan que es un sufrimiento pasajero y que luego van a llegar a la puerta de oro del tesoro, y no es así.

AR: ¿Quiénes son los que logran llegar a Estados Unidos pasando por México? ¿Cómo lo logran? Pasan por toda una serie de problemas: polleros, halcones, zetas, zetitas, bajadores, policías, narcos, maras.
OM: Muchos llegan, sobre todo dejando un dinero que les cuesta luego sangre en Estados Unidos con horas extra y con dormir dos horas al día para pagar un coyote que lo brinque a la frontera norte. Pero sobre todo mi respuesta a esa pregunta es que llegan con una profunda herida psicológica que nadie les atiende. México, también con sus migrantes en el norte, está dejando una amplia población con serias heridas sicológicas, traumas que nadie les atiende. Los migrantes son una de las poblaciones que están más conmocionadas por lo que han vivido. Hay estudios de cuántos años pasan para que una mujer pueda salir de una violación, y aquí se ha hablado de que seis de cada 10 indocumentadas sufren alguna agresión sexual en México, un secuestro o vivir escenas tan jodidas como haber tenido que ver cómo violaban a su mujer.
Sobre todo yo creo que llegan muy perturbados; y luego nos preguntamos por qué tenemos sociedades violentas, por qué hay gente que se desborda un día y pierde la cabeza. Las tenemos porque las producimos.

AR: Una de las cosas que más impresionan es que en varios capítulos dejas ver cómo se ha hecho una estructura y una dinámica económica de los migrantes. En ella son importantes los polleros, los secuestros, la extorsión y la trata de blancas. ¿Cómo se estructura esa economía delictiva?
OM: Para que vea la gente que piensa que esto puede ser marginal: a finales de 2009 la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) publicó un informe (que citamos en una de las crónicas), para el cual se hicieron nueve mil entrevistas a indocumentados en tránsito, y que obtuvo denuncias de casi 10 mil indocumentados que habían vivido un secuestro en México por los Zetas.
Cuando yo hablé con el que entonces era el Quinto Visitador, el que veía el tema de migrantes en la CNDH, que era Mauricio Farah, él me dijo: “Y recogimos 10 mil testimonios porque sólo teníamos ese número de encuestadores; si hubiéramos tenido el doble, hubiera recogido 20 mil”. Ellos estimaron que sólo con lo que esas personas les dijeron en ese momento que habían pagado a los Zetas, estos habían obtenido 25 millones de dólares en seis meses. Y estamos hablando sólo del control de migrantes; imagínate todo el negocio de los prostíbulos, de la trata en el sur de México, en lugares como Ciudad Hidalgo, Cacahuatán. Imagínate si le sumamos a eso todo el control de la ruta de los polleros, que pagan a los Zetas por mantener una ruta por donde pasar; si añadimos todas las extorsiones a los migrantes que también hacen otros cárteles como el de Sinaloa en lugares como Altar, donde cada migrante que quiere ir de allí a Sásabe le cobran 600 pesos de cuota para la mafia, cuando un boleto de bus te vale 100 pesos, no acabamos de contar.
Es una industria magnífica porque, por poner un ejemplo, no te arriesgas a secuestrar al hijo de un empresario, por el que se va a armar una gran difusión mediática y por el que puede ser que haya marchas, y aunque vayas a obtener una buena cantidad por un solo secuestro te expones a todo eso. Por ellos es mejor secuestrar a 100 de estos pobres, a cada uno sacarle 500 dólares y nadie va a decir nada, ni va a pasar absolutamente nada. Les puedes hacer lo que te dé la gana y no pasa nada, nadie va a marchar en ningún lado.
Claro, es un negocio perfecto: los migrantes son los perfectos clientes del crimen organizado, los que éste quiere, aquellos que ven, oyen y callan porque no pueden hacer más.

AR: En el libro haces anotaciones interesantes, por ejemplo sobre los Zetas, que manejan buena parte de la ruta de los migrantes. Pero previamente había bandas locales que explotaban a éstos, y los Zetas llegaron y se montaron sobre ellas. ¿Cómo fue que las bandas de los narcotraficantes llegaron a montarse sobre esas estructuras previas?
OM: Recordemos que el término “narco” se quedó corto hace mucho tiempo para estos grupos que cometen cerca de 22 delitos diferentes. El único delito que no cometen de los que, según la Convención de Palermo, comete el crimen organizado, es el tráfico de uranio enriquecido. Imaginémonos hasta dónde llegan los Zetas, que entraron con más fuerza por una razón muy sencilla: cuando a finales de 2007 se separaron del cártel del Golfo, los Zetas se quedan sin contactos en Sudamérica para obtener grandes cantidades de droga, sin contactos para corromper a las estructuras políticas porque esos los tenía la parte política del grupo del Golfo. Pero se encuentran con una gran capacidad armada y operativa para dominar un territorio porque tenían lógica militar; entonces diversifican los delitos, y entre estos entraron los migrantes, y empezaron a ver de dónde más pueden sacar dinero.
Como ejemplo te pongo un caso que explica muy bien cómo procedieron: en Tenosique, Tabasco, que es uno de los lugares más jodidos, donde está el padre al que llaman Fray Tormenta (quien se la está rifando todos los días allá), había una banda de asaltantes en la vía del tren, quienes cobraban 100 pesos por dejar subir al tren a los migrantes. Los Zetas llegaron y les dijeron: “Ya no te vas a dedicar a esto; mejor vamos a darle una vuelta a la modalidad: vas a secuestrar migrantes. Yo te doy armas, te brindo protección porque tengo tratos con los del Instituto Nacional de Migración (INM), ya los soborné. Pero vos me vas a pagar una cuota más alta; no me sirven los tres mil dólares que me puedes dar por cobrarles 100 pesos a los migrantes. Te voy a pedir 20 mil dólares mensuales. Para ello, necesito que te hagas más profesional”.
Así operaron: fueron agarrando a las pequeñas bandas y convirtiéndolas en una sucursal de su firma para profesionalizarlas y que sacaran más dinero. Eso lo aplicaron en todos y cada uno de los lugares donde pasan los migrantes.

AR: También describes a las autoridades mexicanas, desde las municipales hasta el INM, y la gran complicidad que tienen con estas bandas, con los Zetas; pero también hablas por allí de algunas acciones medianamente efectivas que se han querido hacer para aliviar la situación de los migrantes. Señalas que hubo algunos cambios cuando Juan Sabines entró de gobernador de Chiapas, alguna acción del Ejército, de la CNDH. ¿En el actuar de las autoridades mexicanas qué aspectos positivos puedes mencionar?
OM: Hago esta salvedad: creo que los buenos funcionarios son los que se enfrentan a la estructura y a lo que les piden que hagan. Las estructuras oficiales mexicanas están hechas para que mires hacia la corrupción, pero hay gente adentro que no lo quiere hacer.
Yo creo que se trata de temas personales, de gente que se conmueve por ver lo que ocurre; por ejemplo, yo recuerdo gente muy valiente de la Fiscalía para Migrantes de Tapachula, cuando en aquel momento estaba el fiscal Rojas, que se metía a balacearse con los asaltantes que en La Arrocera se hacían pasar por migrantes. Había gente en la CNDH que alzaba la voz desde lugares riesgosos; no recuerdo quien estaba en ese entonces (está en la crónica de “Los secuestros que no importan”), y que desde Veracruz dijo: “Aquí los secuestros ocurren todos los días”. Levantar la voz desde un lugar como Coatzacoalcos, donde los Zetas te van a sacar de donde quieran, implica mucha valentía.
También hay algunas gentes con las que hablamos en algún momento, como agentes secretos que te contaban cosas, personal de inteligencia que veía lo que pasaba.
Pero, como te digo, creo que son particularidades humanas dentro de una estructura hecha para hacer algo distinto y contrario.
Ahora, hay ciertas policías municipales que parece que están diseñadas para ser cooptadas por el crimen organizado; yo sé que hay oficiales que no lo hacen aun estando allí. Pero, por ejemplo, la policía de Altar ¿qué diablos van a hacer ocho policías con una pistola 38 en un lugar que es el gran paso de drogas desde 1920? Es inviable.

AR: Es mucho más fácil que entre en complicidad...
OM: Claro. En muchos casos los policías, como ocurre con los periodistas (guardando las distancias) son puestos al borde del abismo de la corrupción, con unos sueldos miserables, una capacitación en derechos humanos inexistente, una protección propia nefasta (hablo desde las armas hasta lo que ganan para poder protegerse).
Es obvio que te ponen al borde de decir: “Pues la verdad, sí que es interesante esta oferta de los Zetas, del cártel de Sinaloa, del Golfo, de quien sea”.

AR: Vamos con la sociedad. ¿Qué nos dices de una sociedad que tolera todo esto, que lo ve normal? Incluso explicas que muchas de las mujeres que vienen ya traen la idea de que van a ser violadas, de que van a entrar en un negocio en el que les va mejor que en su vida anterior estando en la prostitución. Hablas de una señora de la que dices que es la gran jefa del secuestro en Coatzacoalcos, La Doña, una señora que vende tlayudas. Incluso hay una declaración de alguna autoridad que dice “ustedes no están acusados de delitos graves; están acusados de homicidio y de otras cosas, pero no de narcotráfico”. ¿Qué nos dices de esto? ¿Qué responsabilidad tiene la sociedad en ello?
OM: Fíjate que yo creo que México (quizás porque vengo de Centroamérica, que es un lugar más cohibido que este país) sí levanta la voz, y la sociedad se mueve para cosas que te gustan o que a veces no. Pero creo que hay un movimiento social, que hay marchas, que hay protestas que le dejan saber a las autoridades el descontento.
Yo creo que hay un movimiento de organizaciones civiles muy valiente, de organizaciones no gubernamentales que hacen un trabajo fenomenal. Creo que lo que decís es que es muy difícil que dé resultados, como eso que ponías de los homicidios y el narcotráfico, porque hemos asumido las cosas al revés: Estados Unidos desde los años ochenta ordenó las prioridades: el narcotráfico es lo más importantes, posteriormente armas, y después todo lo demás.
En nuestra lucha contra el crimen organizado, yo te firmo ahorita mismo un papel por el que prefiero mil veces que por mi país pase una tonelada de cocaína a que haya una víctima de trata. Que las personas se metan en la nariz lo que les dé la gana. Es decir: en el momento en que ese grupo comience a corromper con su dinero y a cooptar a la estructura del Estado, ése es un problema, no que la gente se meta químicos, lo que nos han hecho creer que es todo un problema moral. Estados Unidos muchas veces nos ha priorizado las cosas al revés.
Entonces, creo que somos una sociedad con las prioridades dislocadas; es decir, es como una familia cuyo principal problema es que tienen goteras pero no que tienen la nevera vacía. Es muy difícil avanzar con estas prioridades que nos han puesto, y que es un lenguaje predominante sobre el crimen organizado, que ha estado muy centrado en el tema de las drogas, que ha dejado de lado otros delitos, otras conexiones, otras dinámicas de cooptación.
En la crónica “Nosotros somos los Zetas”, por ejemplo, no hablamos nada de drogas; claro que el dinero de las drogas les sirve para financiar otras cosas. De lo que hablamos es de cómo ellos han tomado un municipio como Tenosique, cómo desde la muchacha que vende refrescos a la entrada del pueblo hasta el policía e incluso algunos supuestos periodistas están cooptados por un sistema social que son los Zetas. Pero de eso se habla muy poco. La gente quiere hablar de que agarraron cinco o kilos de cocaína; sí, pero detrás de eso ¿qué hay?

AR: Sobre la prensa: sólo leo que hay un periodista que te dio un testimonio, una carta del Diario de Juárez en el sentido de que prefieren pagarles a los criminales que al propio Estado porque están mejor organizados. ¿Qué ha pasado con la prensa en estos lugares? Ha habido asesinatos de periodistas, y también un acallamiento. Y también ¿la prensa nacional ha dado la cobertura necesaria al asunto de los migrantes centroamericanos?
OM: Creo que la prensa regional, la de los municipios, de los estados, muchas veces son colegas que están atados de manos. Esto que todos hemos oído alguna vez no es una mentira. Yo escribo algo sobre el papel del periodista en “Nosotros somos los Zetas”: estos saben dónde vive tu esposa, a qué hora sales, en qué coche, dónde estudia tu hijo. No es mentira: lo saben. Yo he visto cartas de amenaza a periodistas como Marcela Turati, que lleva la red de Periodistas de a pie, quien te podría explicar las mil cosas que ella ha visto y oído. Es decir, ellos están con las manos atadas. Es un problema del Estado garantizarles a ellos el libre ejercicio de la profesión. ¿Cómo? No sé, pero tiene que hallar una fórmula, y creo que debería empezar por investigar los casos de asesinato y que no queden impunes. No hay un caso resuelto en todo el país, y creo que eso es insólito, es para darle un coscorrón fuerte en la cabeza a México.
Por otro lado, la prensa nacional y también la internacional asentada aquí, los grandes medios, son más bien turistas en el tema de la migración, que es una tragedia, una crisis humanitaria. Lo que pasa es que no están remitidos en campos de refugiados todo el tiempo, y que es lo que parece que le gusta mucho a la prensa. Parece que ésta no quiere invertir en seguir una crisis humanitaria.
Creo que en el tema de la migración la gran prensa normalmente asiste cuando hay una masacre, cuando Alejandro Solalinde hace una denuncia, pero no asiste al día a día. Creo que debería ser una cobertura constante; como cubre crimen organizado o el Senado, debería haber alguien que cubra migración. Es decir: ¿por qué el periodismo no se va a interesar por un fenómeno en el que son secuestradas, violadas y asesinadas miles de personas? ¿Qué más necesitamos para que esa sea una línea constante de cobertura? Si consideramos que el periodismo tiene una función ética que es denunciar, no sé que otro ingrediente nos hace falta.

AR: Lo que ocurre es que ya se ve como algo normal, cotidiano, tanto que ya no es considerado relevante.
OM: Puede ser que lo hayamos normalizado. En el momento en el que el gobierno y la población lo normalicen ya asusta; pero que la prensa lo normalice, que los que deberían dar vocería, prestar el micrófono, investigar sobre lo que les pasa a esas gentes lo normalicen, me parece ya escandaloso.

AR: Uno se los capítulos que más me llamó la atención es el de la patrulla fronteriza de Estados Unidos, ya que llega a parecer un cuerpo humanitario, un ejército de salvación en comparación con el caso mexicano. ¿Es así?
OM: La patrulla fronteriza, creo yo, es un cuerpo que cumple una función que es detener indocumentados. No quiero hacer una apología de ella: ha habido patrulleros fronterizos corruptos, detenidos por vínculos con el crimen organizado. Pero en el tema de la migración son unos meros catchers de migrantes: los cachan y los encierran, pero esa no es su principal labor: ellos están haciendo una contención estratégica. Ellos mismos te dicen: “Cada noche pasan decenas a los que no podemos agarrar”.
En esa crónica lo que pretendía era mostrar esta incoherencia: Estados Unidos sabe que no va a parar el flujo, lo que pasa es que pide a México que lo combata de una manera distinta a la forma en que lo hacen ellos, porque los patrulleros fronterizos tienen orden de que si un burrero pasa con drogas y las lanza, no se enfrente a él. Pero a México no le dicen eso. El burrero sabe que si lleva tres kilos de marihuana en el lomo, y llega un patrullero, la tiran y los patrulleros fronterizos no los siguen, simplemente la decomisan y ya. (Siempre los grupos de burreros van con un vigilante; ellos no saben quién es el hombre de confianza del narco, para que si alguien la tira el tipo dé fe de que había llegado la Border y que no se la hayan robado).
Pero a México le piden que tire balas. Esto te habla un poco de la incoherencia de cómo son las políticas, y de eso que ya también es trillado de “que corra la sangre del río Bravo para abajo, pero para arriba no”. Es un poco así.
De los patrulleros fronterizos es raro el que te diga que ha tenido que sacar su arma y disparar alguna vez; pero pregúntale a un policía mexicano.

AR: Cuando hiciste los textos del libro iba medio sexenio del gobierno que se propuso la guerra contra el narcotráfico. ¿Qué efectos ha tenido ese combate en el tratamiento a los migrantes?
OM: Yo lo único que creo es que como es una estrategia fallida de combate (no lo digo yo, lo dice otro experto, y yo creo que está demostrado con los rankings que tenemos de producción de dinero) a algunos grupos criminales que se dedican a atacar también a los migrantes, siempre va a repercutir en que estos grupos puedan atacar más el fenómeno migratorio.
En ese sentido, creo que ha repercutido: han logrado debilitar muy poco a esos grandes grupos que se dedican a esta industria del secuestro. A los migrantes el que haya más o menos militares en un lugar no les beneficia en nada. A ellos se siguen dirigiendo los mismos secuestradores, con la misma potencia armada, y un militar no tiene como prioridad defender a un migrante.
A los migrantes la guerra contra el narco no les beneficia en absolutamente nada, eso sí te lo puedo decir. Si les perjudica o no, yo creo que un lugar donde se tiran más balas, donde la gente es más agresiva, donde hay más necesidad de obtener dinero, va a ser un lugar más violento para todos.

AR: Concluyo: ¿qué cambios debe haber para que se respeten los derechos de los migrantes?
OM: Creo que es necesario que se investiguen los crímenes de migrantes y que haya fiscalías especializadas que se dediquen a indagar los secuestros y la trata, como ya la hay, por ejemplo, en Tapachula.
También creo que es muy importante que los organismos de asistencia humanitaria realmente lo sean. Pero es muy difícil que el grupo Beta quiera acusar a alguien del INM, que es su jefe; es decir, es una estructura absurda. Es como si yo te dijera que la CNDH dependiera directamente de la Presidencia, con un vínculo administrativo directo. ¿Quién va a querer hablar mal de su jefe en público y en los periódicos?
Espero que haya una voluntad real y que, sobre todo, se investiguen y atiendan los puntos rojos, como pueden ser los secuestros, los que empezaron en 2007, pero del que las autoridades mexicanas empezaron a hablar hasta 2010. No te estoy hablando de un secuestro sino de cientos. La CNDH lo dijo en 2009.
Las autoridades tienen que dejar de ser burocráticas y tortuguescas en esta forma de reaccionar con los migrantes, no importa que no voten, que haya la excusa de que no denuncian (temen a las autoridades, por eso no denuncian). Un Estado está obligado a garantizar los derechos humanos de cualquier persona, con papeles o sin ellos.
Entonces, lo que yo creo que hace falta es una voluntad más franca, un apoyo a las organizaciones de derechos humanos que están sobre el terreno. Hay que escucharlas a ellas, que son las que tienen las respuestas de qué se debe hacer; ellas, en cada uno de sus lugares, en una consulta breve te pueden decir qué es lo que necesitan, qué es lo que está pasando, qué es lo que debe cambiar, quiénes son los corruptos.

*Entrevista publicada en Replicante, junio de 2013.

No hay comentarios.: