Migrantes:
la industria humana del crimen
Entrevista
con Óscar Martínez*
Por
Ariel Ruiz Mondragón
En
busca de posibilidades de una mejor vida y huyendo de una realidad
nada alentadora, miles de centroamericanos emprenden a diario un
incierto viaje desde sus países de origen hacia Estados Unidos,
donde tienen cifradas sus mejores esperanzas. Atrás quieren dejar un
pasado de pobreza, violencia y falta de oportunidades.
En
su periplo deben cruzar de frontera a frontera el territorio
mexicano. En su trayecto enfrentan todo tipo de abusos y vejaciones
no sólo por parte de las bandas criminales sino también de las
propias autoridades mexicanas. Los robos, violaciones, secuestros,
golpizas, trata de personas, extorsiones y homicidios son hechos
cotidianos en la infernal ruta hacia el norte del país. Son hechos
que muchas veces pasan desapercibidos.
Un
conjunto de las crónicas más fascinantes y terribles sobre el cruel
camino que deben enfrentar los migrantes centroamericanos en nuestro
país es el que nos presenta Óscar Martínez en su libro Los
migrantes que no importan (Oaxaca, El Faro, Sur + Ediciones,
2012).
Replicante
sostuvo una conversación con Martínez (San Salvador, El Salvador,
1983), quien ha laborado en diversos diarios salvadoreños,
colombianos, mexicanos y estadunidenses; en México ha colaborado en
revistas como Gatopardo,
Día Siete y Proceso.
En 2008 fue
galardonado con el Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando
Benítez. También ha ganado los premios de Derechos Humanos de la
Universidad Centroamericana José Simeón Cañas de El Salvador en
2009, y el Internacional de Periodismo La Huella de la Trata.
Ariel
Ruiz (AR): ¿Por qué publicar un libro como el tuyo? Aquí quiero
recuperar la pregunta que te hizo uno de los personajes que
describes, Auner: “¿Por qué nos ayudás? ¿Por qué te importa?”.
Óscar
Martínez (OM): Creo que cualquier periodismo
de denuncia al que se le ha invertido mucho tiempo apela a que el ser
humano todavía tiene calidad humana; apela a hacer una denuncia de
profundidad en donde en lugar de fuentes tienes personas con nombres
y apellidos que muestran historias; apela a que la gente logre
indignarse, a que logre sentir la rabia de lo que le podría estar
pasando a vos mismo, a tu hermana, a tu madre, a tu tío, a tu primo.
Cuando
se dice por qué el libro, sigo creyendo que éste es la vía
tradicional para una denuncia que quieres que sea perdurable, que se
mantenga en las estanterías, que dure en el tiempo. El libro es el
material de lo imperecedero; es decir, es el material del relato de
lo que ocurrió en un tiempo y es incontrovertible: esto ocurrió y
así fue una etapa de los migrantes, y así ha sido desde hace mucho
tiempo. Y plasmarlo esto en un libro creo que es una manera de hacer
que sea un mensaje perdurable de una historia de la que no nos
tenemos que olvidar, porque si bien nunca vamos a recuperar todos los
nombres de las personas que han muerto y que han quedado enterradas
en este cementerio al que se le llama “ruta de migrantes” en
México, tenemos que recordar al menos la historia colectiva de lo
que le pasó a un grupo de miles y miles de personas que venían de
un lugar, que tenían una familia, que tomaron una ruta, que pasaron
por unos albergues y que murieron a manos de unos victimarios
concretos ante los ojos de un Estado al que eso no le importó.
Estamos
muy interesados en este libro; creemos que es una denuncia vigente,
si bien los defensores de los derechos humanos han logrado que esto
amaine un poco, porque ha habido una atención particular. Pienso que
esto será intermitente; es decir, todas las condiciones para que la
masacre de migrantes vuelva a ser como está descrita en este libro,
como era hace un año, están puestas allí.
Yo
creo que los defensores han logrado que se visibilice más y que
ahora lo hagan con más cuidado estos grupos criminales. Pero todas
las condiciones para que se repitan están allí, están puestas en
el camino.
AR:
Tú estuviste en el recorrido de esa ruta, en La
Bestia, de la frontera sur hasta la
norte. En ese camino ¿cuáles fueron los principales riesgos y
peligros que tuviste para hacer este reportaje? Leemos que hubo
amenazas, por ejemplo.
OM:
El principal riesgo de un periodista a la hora de meterse a estas
zonas es cometer un error a la hora de elegir con quien habla; es
decir, cuando tú eliges mal con quién hablas en una zona controlada
por el crimen organizado el error es terrible. El problema es que
aquí en México hay muchos periodistas a los que no les dan ni
tiempo de elegir con quién hablan: los mandan a lugares riesgosos y
les piden que en dos días vuelvan con una nota, y allí los están
poniendo al borde del abismo; si bien no te están empujando, te
están poniendo donde empujan.
En
nuestro caso, nosotros teníamos el privilegio de que podíamos
tomarnos una o dos semanas para preparar la incursiones al terreno,
identificar con quién se podía hablar y con quién no tenías que
abrir la boca.
Luego,
yo creo que lo más riesgoso que te podía pasar en ese terreno es
cuando más nos acercábamos a parecernos a un migrante, que ellos
son los que corren el verdadero peligro. Los Zetas han llegado a
tomar una modalidad en la que infiltran el flujo, meten a
centroamericanos reclutados que van identificando quién tiene
familia en Estados Unidos; quién, en lugar de comer en el albergue,
sale y se come una torta en la calle, si manda dinero, si hace
llamadas telefónicas porque alguien está pidiendo remesas, quién
va a Western Union en el pueblito a sacar algo de dinero, y que es
alguien a quien se le pueden sacar dólares.
El
problema es que han logrado generar una fractura interna en el flujo
de migración, ya que han dificultado que incluso la solidaridad
entre los migrantes sea algo viable. Ya no sabes con quién viajar en
el tren; cuando alguien te hace muchas preguntas ya no puedes creer
que es por interés sincero sino que empiezas a creer que es uno de
los zetitas.
Yo
creo que el riesgo es más ese. En general, hacer periodismo en zonas
del crimen organizado tiene que ver con prepararte bien, ir con todas
las alarmas prendidas. El problema es que para eso te tienes que dar
tiempo, y el tiempo en el periodismo cuesta dinero, y eso las
empresas periodísticas muchas veces no lo quieren asumir.
AR:
Me llaman mucho la atención unas figuras que te ayudaron mucho en tu
trabajo, que fueron los padres de la Iglesia católica. ¿Qué papel
tienen ellos en la migración y en tu trabajo? En el norte, apuntas,
se les respeta mucho; a mí me parecen la única luz de humanidad que
encuentran los migrantes en el camino.
OM:
Para empezar, ellos han tomado en su vida una decisión que para mí
es maravillosa, que es la de no ser un curita de pueblo, aunque un
curita de pueblo puede hacer mucho; más bien no ser un cura
acomodado, que agarre la parroquia, dé bautizos los domingos y case
a tres parejas por semana, sino que han decidido ser curas que, como
dicen acá, “se la rifan”. Han escogido, en lugar de crear una
parroquia en donde haya unos rezos ordenados y unas misas
programadas, crear un albergue donde hay un gran caos, una zona donde
el migrante vuelve a convertirse en persona. En los albergues el
migrante deja de ser un animal asustado, que es como muchas veces
viaja, y vuelve a ser persona, vuelve a acordarse de que tiene una
familia, vuelve a tener unas noches de tranquilidad, comida,
limpieza, seguridad.
Los
albergues son espacios increíbles; yo creo que la migración no
sería posible (y ya sería una verdadera animalada) si no hubiera
estos albergues de la Iglesia católica en el camino de la movilidad
humana. Estos sacerdotes son gente que vive en un riesgo constante
porque les están quitando víctimas a los Zetas, gente que podrían
secuestrar; así ocurre con el padre Pedro Pantoja en Saltillo, cuyo
albergue está constantemente en el ojo de los Zetas.
Yo
he visto amenazas contra Alejandro Solalinde estando en Ixtepec, y
decidir que eso no le importa y que va a ocupar su vocación, en este
caso de inspiración religiosa, para hacer algo tangible por alguien,
no algo espiritual, algo en el sentido de “yo a este le salve la
vida porque ese día lo saqué de un carro en donde lo llevaban
secuestrado, porque ese día yo lo refugié y lo ayudé a poner su
denuncia en la PGR”. Son cosas que casi pueden tocar.
AR:
¿Cómo fue tu relación con ellos? Muchas veces fueron tus guías,
especialmente en el norte de la República.
OM:
Yo lo único que tengo con ellos es un profundo agradecimiento por
cómo nos abrieron las puertas, por cómo nos permitieron estar en
sus albergues, en donde podíamos hacer lo que nos diera la gana,
hablar con quien quisiéramos si la persona lo quería.
Normalmente
eran el primer punto de llegada en un mundo de incertidumbre de con
quién hablas y con quién no tienes que hablar. Ellos eran un oasis
de certeza; sabíamos que ellos no estaban metidos en nada, sabíamos
que el trabajo que hacían.
Ha
sido un lujo contar con esos puntos de llegada en cada uno de esos
lugares, como Altar, Sonoyta, Saltillo, Nuevo Laredo, como la misma
Tijuana.
AR:
Destacas en los primeros capítulos que muchos de los
centroamericanos que pasan por México vienen prácticamente huyendo
de la muerte, de la pobreza; pero el paso por nuestro país hacia
Estados Unidos es igual o peor. ¿Cuáles son las reacciones de los
migrantes cuando se encuentran con este horror? ¿Vale la pena pasar
por esta pesadilla?
OM:
De las personas que salen de El Salvador, de Honduras, de Guatemala,
de Nicaragua, muchas vienen por extrema situación de pobreza; otros
vienen por un deseo legítimo, humano, que es el de superación. Es
decir: no es gente que necesariamente sea extremadamente pobre; es
gente que puede trabajar en un restaurante, ser mesero y ganar un
sueldo paupérrimo, pero que piensa que la vida puede ser algo mejor.
Es un sentimiento legítimo para migrar. Y hay gente que huye por
miedo, por renta de las pandillas, por amenazas.
En
Honduras tenemos una policía que es prácticamente un grupo del
crimen organizado, en Guatemala y en Honduras hay grupos criminales
muy asentados vinculados con drogas y armas, y hay mucha gente bajo
amenaza que decide salir del país simplemente no porque hicieron
algo sino porque viven en una zona donde dominan la Mara Salvatrucha,
la Barrio 18 o un cártel local.
Claro,
hay mucha gente que huye; nadie pasaría por estos infiernos
mexicanos del indocumentado si no tuviera que huir de un infierno
mayor en muchos casos. Pero yo creo que aquí no se cumple esa norma
necesariamente: mucha gente encuentra aquí un sufrimiento que nunca
había experimentado en su vida en El Salvador; lo que pasa es que
hay personas que piensan que es un sufrimiento pasajero y que luego
van a llegar a la puerta de oro del tesoro, y no es así.
AR:
¿Quiénes son los que logran llegar a Estados Unidos pasando por
México? ¿Cómo lo logran? Pasan por toda una serie de problemas:
polleros, halcones, zetas, zetitas, bajadores, policías, narcos,
maras.
OM:
Muchos llegan, sobre todo dejando un dinero que les cuesta luego
sangre en Estados Unidos con horas extra y con dormir dos horas al
día para pagar un coyote que lo brinque a la frontera norte. Pero
sobre todo mi respuesta a esa pregunta es que llegan con una profunda
herida psicológica que nadie les atiende. México, también con sus
migrantes en el norte, está dejando una amplia población con serias
heridas sicológicas, traumas que nadie les atiende. Los migrantes
son una de las poblaciones que están más conmocionadas por lo que
han vivido. Hay estudios de cuántos años pasan para que una mujer
pueda salir de una violación, y aquí se ha hablado de que seis de
cada 10 indocumentadas sufren alguna agresión sexual en México, un
secuestro o vivir escenas tan jodidas como haber tenido que ver cómo
violaban a su mujer.
Sobre
todo yo creo que llegan muy perturbados; y luego nos preguntamos por
qué tenemos sociedades violentas, por qué hay gente que se desborda
un día y pierde la cabeza. Las tenemos porque las producimos.
AR:
Una de las cosas que más impresionan es que en varios capítulos
dejas ver cómo se ha hecho una estructura y una dinámica económica
de los migrantes. En ella son importantes los polleros, los
secuestros, la extorsión y la trata de blancas. ¿Cómo se
estructura esa economía delictiva?
OM:
Para que vea la gente que piensa que esto puede ser marginal: a
finales de 2009 la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH)
publicó un informe (que citamos en una de las crónicas), para el
cual se hicieron nueve mil entrevistas a indocumentados en tránsito,
y que obtuvo denuncias de casi 10 mil indocumentados que habían
vivido un secuestro en México por los Zetas.
Cuando
yo hablé con el que entonces era el Quinto Visitador, el que veía
el tema de migrantes en la CNDH, que era Mauricio Farah, él me dijo:
“Y recogimos 10 mil testimonios porque sólo teníamos ese número
de encuestadores; si hubiéramos tenido el doble, hubiera recogido 20
mil”. Ellos estimaron que sólo con lo que esas personas les
dijeron en ese momento que habían pagado a los Zetas, estos habían
obtenido 25 millones de dólares en seis meses. Y estamos hablando
sólo del control de migrantes; imagínate todo el negocio de los
prostíbulos, de la trata en el sur de México, en lugares como
Ciudad Hidalgo, Cacahuatán. Imagínate si le sumamos a eso todo el
control de la ruta de los polleros, que pagan a los Zetas por
mantener una ruta por donde pasar; si añadimos todas las extorsiones
a los migrantes que también hacen otros cárteles como el de Sinaloa
en lugares como Altar, donde cada migrante que quiere ir de allí a
Sásabe le cobran 600 pesos de cuota para la mafia, cuando un boleto
de bus te vale 100 pesos, no acabamos de contar.
Es
una industria magnífica porque, por poner un ejemplo, no te
arriesgas a secuestrar al hijo de un empresario, por el que se va a
armar una gran difusión mediática y por el que puede ser que haya
marchas, y aunque vayas a obtener una buena cantidad por un solo
secuestro te expones a todo eso. Por ellos es mejor secuestrar a 100
de estos pobres, a cada uno sacarle 500 dólares y nadie va a decir
nada, ni va a pasar absolutamente nada. Les puedes hacer lo que te dé
la gana y no pasa nada, nadie va a marchar en ningún lado.
Claro,
es un negocio perfecto: los migrantes son los perfectos clientes del
crimen organizado, los que éste quiere, aquellos que ven, oyen y
callan porque no pueden hacer más.
AR:
En el libro haces anotaciones interesantes, por ejemplo sobre los
Zetas, que manejan buena parte de la ruta de los migrantes. Pero
previamente había bandas locales que explotaban a éstos, y los
Zetas llegaron y se montaron sobre ellas. ¿Cómo fue que las bandas
de los narcotraficantes llegaron a montarse sobre esas estructuras
previas?
OM:
Recordemos que el término “narco” se quedó corto hace mucho
tiempo para estos grupos que cometen cerca de 22 delitos diferentes.
El único delito que no cometen de los que, según la Convención de
Palermo, comete el crimen organizado, es el tráfico de uranio
enriquecido. Imaginémonos hasta dónde llegan los Zetas, que
entraron con más fuerza por una razón muy sencilla: cuando a
finales de 2007 se separaron del cártel del Golfo, los Zetas se
quedan sin contactos en Sudamérica para obtener grandes cantidades
de droga, sin contactos para corromper a las estructuras políticas
porque esos los tenía la parte política del grupo del Golfo. Pero
se encuentran con una gran capacidad armada y operativa para dominar
un territorio porque tenían lógica militar; entonces diversifican
los delitos, y entre estos entraron los migrantes, y empezaron a ver
de dónde más pueden sacar dinero.
Como
ejemplo te pongo un caso que explica muy bien cómo procedieron: en
Tenosique, Tabasco, que es uno de los lugares más jodidos, donde
está el padre al que llaman Fray Tormenta (quien se la está rifando
todos los días allá), había una banda de asaltantes en la vía del
tren, quienes cobraban 100 pesos por dejar subir al tren a los
migrantes. Los Zetas llegaron y les dijeron: “Ya no te vas a
dedicar a esto; mejor vamos a darle una vuelta a la modalidad: vas a
secuestrar migrantes. Yo te doy armas, te brindo protección porque
tengo tratos con los del Instituto Nacional de Migración (INM), ya
los soborné. Pero vos me vas a pagar una cuota más alta; no me
sirven los tres mil dólares que me puedes dar por cobrarles 100
pesos a los migrantes. Te voy a pedir 20 mil dólares mensuales. Para
ello, necesito que te hagas más profesional”.
Así
operaron: fueron agarrando a las pequeñas bandas y convirtiéndolas
en una sucursal de su firma para profesionalizarlas y que sacaran más
dinero. Eso lo aplicaron en todos y cada uno de los lugares donde
pasan los migrantes.
AR:
También describes a las autoridades mexicanas, desde las municipales
hasta el INM, y la gran complicidad que tienen con estas bandas, con
los Zetas; pero también hablas por allí de algunas acciones
medianamente efectivas que se han querido hacer para aliviar la
situación de los migrantes. Señalas que hubo algunos cambios cuando
Juan Sabines entró de gobernador de Chiapas, alguna acción del
Ejército, de la CNDH. ¿En el actuar de las autoridades mexicanas
qué aspectos positivos puedes mencionar?
OM:
Hago esta salvedad: creo que los buenos funcionarios son los que se
enfrentan a la estructura y a lo que les piden que hagan. Las
estructuras oficiales mexicanas están hechas para que mires hacia la
corrupción, pero hay gente adentro que no lo quiere hacer.
Yo
creo que se trata de temas personales, de gente que se conmueve por
ver lo que ocurre; por ejemplo, yo recuerdo gente muy valiente de la
Fiscalía para Migrantes de Tapachula, cuando en aquel momento estaba
el fiscal Rojas, que se metía a balacearse con los asaltantes que en
La Arrocera se hacían pasar por migrantes. Había gente en la CNDH
que alzaba la voz desde lugares riesgosos; no recuerdo quien estaba
en ese entonces (está en la crónica de “Los secuestros que no
importan”), y que desde Veracruz dijo: “Aquí los secuestros
ocurren todos los días”. Levantar la voz desde un lugar como
Coatzacoalcos, donde los Zetas te van a sacar de donde quieran,
implica mucha valentía.
También
hay algunas gentes con las que hablamos en algún momento, como
agentes secretos que te contaban cosas, personal de inteligencia que
veía lo que pasaba.
Pero,
como te digo, creo que son particularidades humanas dentro de una
estructura hecha para hacer algo distinto y contrario.
Ahora,
hay ciertas policías municipales que parece que están diseñadas
para ser cooptadas por el crimen organizado; yo sé que hay oficiales
que no lo hacen aun estando allí. Pero, por ejemplo, la policía de
Altar ¿qué diablos van a hacer ocho policías con una pistola 38 en
un lugar que es el gran paso de drogas desde 1920? Es inviable.
AR:
Es mucho más fácil que entre en complicidad...
OM:
Claro. En muchos casos los policías, como ocurre con los periodistas
(guardando las distancias) son puestos al borde del abismo de la
corrupción, con unos sueldos miserables, una capacitación en
derechos humanos inexistente, una protección propia nefasta (hablo
desde las armas hasta lo que ganan para poder protegerse).
Es
obvio que te ponen al borde de decir: “Pues la verdad, sí que es
interesante esta oferta de los Zetas, del cártel de Sinaloa, del
Golfo, de quien sea”.
AR:
Vamos con la sociedad. ¿Qué nos dices de una sociedad que tolera
todo esto, que lo ve normal? Incluso explicas que muchas de las
mujeres que vienen ya traen la idea de que van a ser violadas, de que
van a entrar en un negocio en el que les va mejor que en su vida
anterior estando en la prostitución. Hablas de una señora de la que
dices que es la gran jefa del secuestro en Coatzacoalcos, La
Doña, una señora que vende tlayudas.
Incluso hay una declaración de alguna autoridad que dice “ustedes
no están acusados de delitos graves; están acusados de homicidio y
de otras cosas, pero no de narcotráfico”. ¿Qué nos dices de
esto? ¿Qué responsabilidad tiene la sociedad en ello?
OM:
Fíjate que yo creo que México (quizás porque vengo de
Centroamérica, que es un lugar más cohibido que este país) sí
levanta la voz, y la sociedad se mueve para cosas que te gustan o que
a veces no. Pero creo que hay un movimiento social, que hay marchas,
que hay protestas que le dejan saber a las autoridades el
descontento.
Yo
creo que hay un movimiento de organizaciones civiles muy valiente, de
organizaciones no gubernamentales que hacen un trabajo fenomenal.
Creo que lo que decís es que es muy difícil que dé resultados,
como eso que ponías de los homicidios y el narcotráfico, porque
hemos asumido las cosas al revés: Estados Unidos desde los años
ochenta ordenó las prioridades: el narcotráfico es lo más
importantes, posteriormente armas, y después todo lo demás.
En
nuestra lucha contra el crimen organizado, yo te firmo ahorita mismo
un papel por el que prefiero mil veces que por mi país pase una
tonelada de cocaína a que haya una víctima de trata. Que las
personas se metan en la nariz lo que les dé la gana. Es decir: en el
momento en que ese grupo comience a corromper con su dinero y a
cooptar a la estructura del Estado, ése es un problema, no que la
gente se meta químicos, lo que nos han hecho creer que es todo un
problema moral. Estados Unidos muchas veces nos ha priorizado las
cosas al revés.
Entonces,
creo que somos una sociedad con las prioridades dislocadas; es decir,
es como una familia cuyo principal problema es que tienen goteras
pero no que tienen la nevera vacía. Es muy difícil avanzar con
estas prioridades que nos han puesto, y que es un lenguaje
predominante sobre el crimen organizado, que ha estado muy centrado
en el tema de las drogas, que ha dejado de lado otros delitos, otras
conexiones, otras dinámicas de cooptación.
En
la crónica “Nosotros somos los Zetas”, por ejemplo, no hablamos
nada de drogas; claro que el dinero de las drogas les sirve para
financiar otras cosas. De lo que hablamos es de cómo ellos han
tomado un municipio como Tenosique, cómo desde la muchacha que vende
refrescos a la entrada del pueblo hasta el policía e incluso algunos
supuestos periodistas están cooptados por un sistema social que son
los Zetas. Pero de eso se habla muy poco. La gente quiere hablar de
que agarraron cinco o kilos de cocaína; sí, pero detrás de eso
¿qué hay?
AR:
Sobre la prensa: sólo leo que hay un periodista que te dio un
testimonio, una carta del Diario de
Juárez en el sentido de que prefieren
pagarles a los criminales que al propio Estado porque están mejor
organizados. ¿Qué ha pasado con la prensa en estos lugares? Ha
habido asesinatos de periodistas, y también un acallamiento. Y
también ¿la prensa nacional ha dado la cobertura necesaria al
asunto de los migrantes centroamericanos?
OM:
Creo que la prensa regional, la de los
municipios, de los estados, muchas veces son colegas que están
atados de manos. Esto que todos hemos oído alguna vez no es una
mentira. Yo escribo algo sobre el papel del periodista en “Nosotros
somos los Zetas”: estos saben dónde vive tu esposa, a qué hora
sales, en qué coche, dónde estudia tu hijo. No es mentira: lo
saben. Yo he visto cartas de amenaza a periodistas como Marcela
Turati, que lleva la red de Periodistas de a pie, quien te podría
explicar las mil cosas que ella ha visto y oído. Es decir, ellos
están con las manos atadas. Es un problema del Estado garantizarles
a ellos el libre ejercicio de la profesión. ¿Cómo? No sé, pero
tiene que hallar una fórmula, y creo que debería empezar por
investigar los casos de asesinato y que no queden impunes. No hay un
caso resuelto en todo el país, y creo que eso es insólito, es para
darle un coscorrón fuerte en la cabeza a México.
Por
otro lado, la prensa nacional y también la internacional asentada
aquí, los grandes medios, son más bien turistas en el tema de la
migración, que es una tragedia, una crisis humanitaria. Lo que pasa
es que no están remitidos en campos de refugiados todo el tiempo, y
que es lo que parece que le gusta mucho a la prensa. Parece que ésta
no quiere invertir en seguir una crisis humanitaria.
Creo
que en el tema de la migración la gran prensa normalmente asiste
cuando hay una masacre, cuando Alejandro Solalinde hace una denuncia,
pero no asiste al día a día. Creo que debería ser una cobertura
constante; como cubre crimen organizado o el Senado, debería haber
alguien que cubra migración. Es decir: ¿por qué el periodismo no
se va a interesar por un fenómeno en el que son secuestradas,
violadas y asesinadas miles de personas? ¿Qué más necesitamos para
que esa sea una línea constante de cobertura? Si consideramos que el
periodismo tiene una función ética que es denunciar, no sé que
otro ingrediente nos hace falta.
AR:
Lo que ocurre es que ya se ve como algo normal, cotidiano, tanto que
ya no es considerado relevante.
OM:
Puede ser que lo hayamos normalizado. En el momento en el que el
gobierno y la población lo normalicen ya asusta; pero que la prensa
lo normalice, que los que deberían dar vocería, prestar el
micrófono, investigar sobre lo que les pasa a esas gentes lo
normalicen, me parece ya escandaloso.
AR:
Uno se los capítulos que más me llamó la atención es el de la
patrulla fronteriza de Estados Unidos, ya que llega a parecer un
cuerpo humanitario, un ejército de salvación en comparación con el
caso mexicano. ¿Es así?
OM:
La patrulla fronteriza, creo yo, es un cuerpo que cumple una función
que es detener indocumentados. No quiero hacer una apología de ella:
ha habido patrulleros fronterizos corruptos, detenidos por vínculos
con el crimen organizado. Pero en el tema de la migración son unos
meros catchers de
migrantes: los cachan y los encierran, pero esa no es su principal
labor: ellos están haciendo una contención estratégica. Ellos
mismos te dicen: “Cada noche pasan decenas a los que no podemos
agarrar”.
En
esa crónica lo que pretendía era mostrar esta incoherencia: Estados
Unidos sabe que no va a parar el flujo, lo que pasa es que pide a
México que lo combata de una manera distinta a la forma en que lo
hacen ellos, porque los patrulleros fronterizos tienen orden de que
si un burrero pasa con drogas y las lanza, no se enfrente a él. Pero
a México no le dicen eso. El burrero sabe que si lleva tres kilos de
marihuana en el lomo, y llega un patrullero, la tiran y los
patrulleros fronterizos no los siguen, simplemente la decomisan y ya.
(Siempre los grupos de burreros van con un vigilante; ellos no saben
quién es el hombre de confianza del narco, para que si alguien la
tira el tipo dé fe de que había llegado la Border
y que no se la hayan robado).
Pero
a México le piden que tire balas. Esto te habla un poco de la
incoherencia de cómo son las políticas, y de eso que ya también es
trillado de “que corra la sangre del río Bravo para abajo, pero
para arriba no”. Es un poco así.
De
los patrulleros fronterizos es raro el que te diga que ha tenido que
sacar su arma y disparar alguna vez; pero pregúntale a un policía
mexicano.
AR:
Cuando hiciste los textos del libro iba medio sexenio del gobierno
que se propuso la guerra contra el narcotráfico. ¿Qué efectos ha
tenido ese combate en el tratamiento a los migrantes?
OM:
Yo lo único que creo es que como es una estrategia fallida de
combate (no lo digo yo, lo dice otro experto, y yo creo que está
demostrado con los rankings
que tenemos de producción de dinero) a algunos grupos criminales que
se dedican a atacar también a los migrantes, siempre va a repercutir
en que estos grupos puedan atacar más el fenómeno migratorio.
En
ese sentido, creo que ha repercutido: han logrado debilitar muy poco
a esos grandes grupos que se dedican a esta industria del secuestro.
A los migrantes el que haya más o menos militares en un lugar no les
beneficia en nada. A ellos se siguen dirigiendo los mismos
secuestradores, con la misma potencia armada, y un militar no tiene
como prioridad defender a un migrante.
A
los migrantes la guerra contra el narco no les beneficia en
absolutamente nada, eso sí te lo puedo decir. Si les perjudica o no,
yo creo que un lugar donde se tiran más balas, donde la gente es más
agresiva, donde hay más necesidad de obtener dinero, va a ser un
lugar más violento para todos.
AR:
Concluyo: ¿qué cambios debe haber para que se respeten los derechos
de los migrantes?
OM:
Creo que es necesario que se investiguen los crímenes de migrantes y
que haya fiscalías especializadas que se dediquen a indagar los
secuestros y la trata, como ya la hay, por ejemplo, en Tapachula.
También
creo que es muy importante que los organismos de asistencia
humanitaria realmente lo sean. Pero es muy difícil que el grupo Beta
quiera acusar a alguien del INM, que es su jefe; es decir, es una
estructura absurda. Es como si yo te dijera que la CNDH dependiera
directamente de la Presidencia, con un vínculo administrativo
directo. ¿Quién va a querer hablar mal de su jefe en público y en
los periódicos?
Espero
que haya una voluntad real y que, sobre todo, se investiguen y
atiendan los puntos rojos, como pueden ser los secuestros, los que
empezaron en 2007, pero del que las autoridades mexicanas empezaron a
hablar hasta 2010. No te estoy hablando de un secuestro sino de
cientos. La CNDH lo dijo en 2009.
Las
autoridades tienen que dejar de ser burocráticas y tortuguescas en
esta forma de reaccionar con los migrantes, no importa que no voten,
que haya la excusa de que no denuncian (temen a las autoridades, por
eso no denuncian). Un Estado está obligado a garantizar los derechos
humanos de cualquier persona, con papeles o sin ellos.
Entonces,
lo que yo creo que hace falta es una voluntad más franca, un apoyo a
las organizaciones de derechos humanos que están sobre el terreno.
Hay que escucharlas a ellas, que son las que tienen las respuestas
de qué se debe hacer; ellas, en cada uno de sus lugares, en una
consulta breve te pueden decir qué es lo que necesitan, qué es lo
que está pasando, qué es lo que debe cambiar, quiénes son los
corruptos.
*Entrevista
publicada en Replicante, junio de 2013.
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