jueves, enero 02, 2014

El desmoronamiento de una sociedad. Entrevista con Margarita Solano Abadía



El desmoronamiento de una sociedad
Entrevista con Margarita Solano Abadía*
Por Ariel Ruiz Mondragón

Hace casi un cuarto de siglo Colombia enfrentaba las más difícil situación debido, entre otros muchos factores, a la actividad de poderosos grupos dedicados a la producción, distribución y venta de drogas, especialmente la cocaína. El más célebre de ellos fue el Cártel de Medellín, encabezado por Pablo Escobar Gaviria.
De aquella experiencia y de la forma en que el Estado colombiano ha enfrentado el problema del narcotráfico se pueden extraer varias lecciones para México. Por ello es que resulta útil conocer el libro Crónicas de la violencia (México, Fundación Colosio, Miguel Ángel Porrúa, 2011), en el que la periodista Margarita Solano Abadía, de origen colombiano y nacionalizada mexicana, reúne una serie de crónicas y reportajes que muestran un panorama  amplio de las acciones de la delincuencia y sus consecuencias sobre el entramado social.

La autora realizó estudios en la Universidad Autónoma de Occidente en Cali, Colombia, en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey Campus Estado de México, y en la Escuela de Periodismo Carlos Septién. Trabaja para el diario colombiano El País, así como en la revista mexicana Código Topo, semanario de Excélsior.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué publicar un libro como el tuyo?, ¿por qué abordar estos temas de la delincuencia, de las adicciones e incluso la donación de órganos?
Margarita Solano Abadía (MSA): Tengo una razón muy fuerte de fondo, y se llama nacionalismo. Yo soy colombiana naturalizada mexicana, y cuando ocurrió todo este clima de violencia en mi país de origen fue a finales de los años noventa. Yo nací en 1982, lo cual quiere decir que entre 1989 y 1990, cuando Colombia vivía el punto más álgido de la violencia, yo tenía escasamente entre ocho y 10 años. En ese entonces no entendía muy bien lo que ocurría con personajes como Pablo Escobar Gaviria, los Rodríguez Orejuela y los Rodríguez Gacha.
Pero me enteré después, cuando ya me inicié en este rollo del periodismo, de todo lo que había pasado, y de alguna manera me daba como mucho coraje y mucha lástima que hubiera estado tan pequeña y no hubiera podido retratar muchas cosas de esa problemática social que son el narcotráfico y la violencia.
Por azares del destino me gané una beca y vine a estudiar al Tecnológico de Monterrey, donde terminé mis estudios. Resultó que me quedé en México trabajando y estudiando un poco más, y empezó este país a vivir un poco de lo que vivió Colombia en aquella época a la que me referí.
Entonces yo tenía como esa espinita periodística de aquella realidad ya que, si no me había tocado en Colombia y que había leído en muchos libros y en muchas revistas, pues era el momento ahora de ver y retratar qué es lo que estaba pasando.
¿Por qué nace Crónica de la violencia? De esa necesidad que tengo como colombiana y como periodista de analizar un poco qué es lo que está pasando en el tema de seguridad y justicia tanto en México como en Colombia.

AR: Para hablar de las relaciones entre México y Colombia quiero plantearte un par de temas. ¿Cómo ha sido la relación de Colombia con México en el tema del narcotráfico? Tiene dos vertientes: a nivel de las bandas es el primero. En el libro dices que hubo relación del Señor de los Cielos con el Cártel del Norte; después se ha hablado de las relaciones de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia con los Arellano Félix, por ejemplo. ¿Cómo ha sido esta relación entre bandas de narcotraficantes mexicanos y colombianos?
Por otra parte ¿cuál ha sido la relación de los gobiernos para combatir el problema del narcotráfico? ¿Ha habido una estrategia común?

MSA: Para empezar, yo diría que el tema del narcotráfico hoy en día es un fenómeno trasnacional, que atraviesa fronteras; por eso estamos traspolándonos a lo que pasa en Colombia, también lo que ocurre en México, y muy seguramente también a lo que ocurre en Guatemala, en El Salvador, en Argentina (que es de donde saco algunas de mis crónicas). Entonces es una manera también de decir que el consumo de drogas está muy fuerte en México, pero en Argentina también están viviendo algo parecido, y que ciudades como Caracas se encuentran hoy en día entre las más violentas de Latinoamérica.
¿Cuál es la relación que han tenido México y Colombia? Sumamente estrecha. Desde la época de Pablo Escobar se sabe que éste y el Señor de los Cielos eran muy amigos, a tal grado que una flota que tenía Escobar donde transportaba cocaína fue regalada por el Señor de los Cielos.
Años después nació otro narcotraficante colombiano del Valle al que apodaban El Mexicano porque tenía una fascinación extrema por toda la cultura mexicana: por el mariachi, por los sombreros de charro, por las botas puntiagudas.
Entonces, la relación ha sido estrecha y también de mucha amistad porque Colombia le ha tenido mucha simpatía a la cultura mexicana. Hasta la fecha se sabe de grupos delincuenciales que siguen a la par a los mexicanos. Antes se sabía que México era como el trampolín, el último paso de la droga hacia Estados Unidos, y en Colombia hasta la fecha somos los principales productores y exportadores de cocaína a nivel mundial. Entonces, de ese lado teníamos como la mano de obra que transportaba la droga y necesitaban a sus amigos delincuentes en México para que llegara la droga a Estados Unidos.
Esto ha ido cambiando con el paso del tiempo y por el poderío que han ido marcando actualmente los grupos del crimen organizado en México, que han ido agarrando un poder a tal grado que han ido desplazando la labor de los colombianos, y entonces ahora lo que nos encontramos son grupos que van a Colombia y ya solamente dicen “necesito tantas toneladas de cocaína; pero no la traigas hasta acá, yo ya estoy viendo cómo hacer toda la ruta del trasiego de la droga, y eso lo hacemos nosotros”, cosa que, creo, a los colombianos de alguna manera les favorece porque así no tienen todos los peligros de transportar las drogas a Estados Unidos. Esa labor ya la están haciendo los mexicanos porque ya también aprendieron cómo hacerlo.
Hasta ahora, al último, hay un grupo muy fuerte en el norte del Valle, el de los hermanos Comba, a los que se ha vinculado muchas veces con el grupo del Chapo Guzmán aquí en México, y a éste, a su vez, se le han encontrado bienes en ciudades como Cali, Medellín y Bogotá.
Entonces creo que es una relación de doble vía y de hermandad criminal entre ellos.
Ahora, los gobiernos México y Colombia siempre han colaborado. Por un momento como que Colombia era el país en donde todo pasaba (lo malo, lastimosamente). Tenemos un país con 50 años de guerrilla, con paramilitarismo, con narcotráfico. Entonces, todo lo que tenía que ver con el tema de delincuencia era de Colombia, tanto que se llegó a mal decir, digo yo, que México se estaba “colombianizando”.
Pero pasó el tiempo y tuvimos una reforma muy importante de la sociedad, de políticas públicas (que también retrato en Crónica de la violencia), y resulta que a partir de ese entonces empezaron las autoridades mexicanas a voltear a ver a Colombia y a decir: “¿Qué pasó que ya no se volvió a escuchar que en Medellín están los sicarios matándose entre ellos y asesinando gente?”. Que pasa que Colombia tiene una policía que sí responde a las necesidades de la ciudadanía.
Ahora la relación es muy constante: el gobierno colombiano ayuda al gobierno mexicano en capacitación de policías. De hecho, el modelo que tuvo Genaro García Luna para reestructurar la policía parte mucho, no todo, de lo que ha venido haciendo Colombia en estos últimos años.
Entonces creo que la relación ahora es todavía más cercana porque el gobierno de Felipe Calderón, así como muchos gobiernos estatales, han viajado a Colombia para traer esas experiencias de éxito y poderlas replicar aquí. 

AR: Desde el principio del libro hay señalamientos muy críticos, aunque también los hay favorables, al gobierno mexicano. Dices que con la guerra que desató el gobierno de Calderón han aumentado el número de asesinatos y el consumo de drogas; pero también reconoces los decomisos de armamento y la captura de grandes capos. En términos generales, ¿cómo evalúas la llamada “guerra contra el narco”?
MSA: Yo la evaluaría en un 50-50. No soy de las que piensan que el gobierno federal ha metido las patas hasta el fondo y que no tiene ni un solo logro. Yo soy de las que creen que a cualquier presidente de cualquier país que se levante y diga “yo voy a combatir al crimen organizado”, se le debe de aplaudir. Entonces, para mí que Felipe Calderón haya abanderado el tema de la seguridad y la justicia se lo sigo aplaudiendo.
Creo que también ha sido positivo que hayan capturado a grandes y a medianos capos. Mucha gente y muchos periodistas dicen “ay, pero si era un capito de medio pelo, era un sicario”; no, perdóname, yo, como ciudadana y como periodista, sí creo y sí aplaudo que agarren a un delincuente. Finalmente personas como El Pozolero, que se ganaba la vida descuartizando gente, pues qué bueno que está en la cárcel, o que el Ejército haya abatido a Nacho Coronel con todo el historial que éste tenía. Sí prefiero que en algunos casos  esos delincuentes no estén en la calle.
Por otro lado, me parece que a la estrategia federal le ha faltado un componente social; siento que la experiencia colombiana lo que deja como resultado es eso: que no solamente con balas se combate un problema como el narcotráfico y la delincuencia organizada. Por eso digo que 50 y 50.
Sí aplaudo los decomisos, las detenciones, que son parte de una estrategia; pero por otro lado tenemos siete millones de jóvenes que no estudian ni trabajan, y que pueden ser la carne de cañón para estos grupos delincuenciales.
Entonces, faltan políticas públicas para que todos esos jóvenes que no están haciendo nada y que se pueden ver tentados por la delincuencia tengan otras opciones de vida. Faltan políticas públicas para bajar el consumo de drogas, para reivindicar a todos los chavos que hoy están prefiriendo optar por una metralleta que por un libro o por ser bombero. Este es el otro 50 por ciento que me parece que debería contener esta estrategia y que veo muy poco en los gobiernos federal, estatales y locales.

AR: Haces una anotación al principio del libro: muchos ciudadanos prefieren echarle la culpa al gobierno para no reconocer que ellos también pueden hacer algo, cuando menos mejorar su lugar de trabajo, o las familias desintegradas en las que los padres no saben qué hacen los hijos. ¿Qué papel ha tenido la sociedad en el problema del narcotráfico?
MSA: Mi reflexión de Crónicas de la violencia es que ciudadanos, periodistas, líderes de opinión no se han encargado de decirle a los gobiernos federal, estatal y municipal “el problema de la violencia es tu culpa”, y ninguno de ellos, ni la sociedad en su conjunto, se ha dado cuenta de que tienen en su casa hijos que están consumiendo droga, que llegan con armas a su casa, y no está pasando nada.
No quiero generalizar, pero sí me encontré, por ejemplo, que cuando en Ciudad Juárez (que fue una de las crónicas que más me laceró profundamente como periodista) pregunté qué era lo que estaba pasando allí, me di cuenta de que la gran tesis de mi libro es que es el desmoronamiento de la sociedad en su conjunto. Se han perdido los valores; estamos en una época en donde no se enseñan en las escuelas ni ética ni valores. Yo vengo de un país en donde todavía te enseñan cómo debes comer, que no debes poner los codos encima de la mesa, todo ese tipo de cosas que hoy en día ya no se ven, y ni hablar de los valores.
Aquí en México ¿qué pasa? Esa tarea de los valores es de casa, de familia, de la mamá, del papá. Yo me encontré en Ciudad Juárez mujeres que han sido golpeadas por un esposo borracho, y han tenido que ir a duplicar o triplicar turnos en las maquiladoras para llevarles de comer a sus hijos. Entonces, el gran vacío en Ciudad Juárez es que esas mamás trabajan o cuidan a sus hijos. Entonces, llegan en la noche y no se dan cuenta de si su hijo adolescente consume droga, quiénes son sus amigos, porque ellas son las que llevan el sustento a la casa.
¿Qué ha hecho la sociedad? Yo percibo que en muchos estados se ha hecho de la vista gorda, se ha hecho miope. Es cultural que el latino tienda a responsabilizar al otro de lo que pasa: “Es culpa del alcalde; no, es culpa del presidente”, en vez de reconocer que falta diálogo en las familias, en las escuelas, que también falta mano dura y dejar de ser permisivos como mamás (me he encontrado madres que solapan el que su hija se opere los senos y la cola para que le guste al narcotraficante de la cuadra).
Entonces, sí es un tema de gobierno y de políticas públicas, pero también es un tema de sociedad.

AR: En el aspecto legislativo mencionas algunos avances en la creación de normas contra la delincuencia. Pero ¿qué carencias tenemos en el andamiaje legal para hacer frente de manera efectiva a los retos de la seguridad y de justicia?
MSA: Son muchas cosas las que faltan: regular el sistema penitenciario, por ejemplo. Las cárceles hoy son un semillero de delincuentes.
Por otro lado, no hemos podido hacer posible que se aplique la nueva reforma en materia de justicia penal, la que se supone que en ochos años tendría que estar implementada, pero hoy en día los jueces y los agentes del Ministerio Público no saben cuál es su nuevo rol. Entonces creo que falta aterrizar en materia de seguridad y justicia. Si no tenemos una nueva reforma (que ya la tenemos pero no se está aplicando), pues estamos perdidos.
Por otro lado, también hacen muchísima falta bases sólidas en la Constitución y nuevas leyes que salvaguarden la integridad de los periodistas. Nos estamos yendo los periodistas como carne de cañón a muchas zonas, pero no tenemos manuales, no sabemos ni siquiera cómo abordar el tema de la seguridad y la justicia. Ante toda esta avalancha del tema del narcotráfico, ¿qué editor, qué jefe te dice a ti por dónde ir? ¿Muestras o no rostros de niños, el dolor de una madre? ¿Retratas o no a los decapitados en Culiacán?
Creo que faltan muchas cosas, pero me iría por el sistema penitenciario, la nueva reforma en materia de justicia penal, y por otro lado salvaguardar la integridad de quienes estamos ejerciendo el periodismo en zonas de riesgo.

AR: Uno de los capítulos más interesantes de tu libro es el de los niños del narco. Dedicas una parte a las correccionales; allí hay un apunte muy crítico de un personaje, que dice “no tiene mucho caso atender a los niños y adolescentes aquí si los vamos a regresar al medio que los llevó a cometer infracciones”. ¿Qué sentido tienen, entonces, estos centros?
MSA: Ese tema es muy especial porque recorrí todos los centros para menores infractores del Distrito Federal, y me sorprendió para bien. Pensaba encontrarme un reclusorio (he visitado Santa Martha Acatitla, por ejemplo), donde sabes quién reina, cómo opera y cómo están las cosas.
Pero resulta que me encuentro en la correccional de menores infractores mujeres, y me doy cuenta de que, lejos de parecer que estaba en una cárcel, yo sentía que estaba en un internado para señoritas: traen uniformes, faldas, no se les dice que están en la cárcel sino en la “comunidad”, y entonces me di cuenta de que esto es de todo un sistema que ha hecho el Gobierno del Distrito Federal para reinsertar a las jóvenes, y entonces hay talleres de peluquería, de costura, otras quieren pintar uñas, clases de pintura, etcétera.
Si queremos regresar a la ciudadanía jóvenes de bien, tenemos que procurar quitar el estigma de las cárceles. En esa de mujeres no tienen barrotes sino puertas, no es que sea una celda para una persona sino que conviven 10 o 12; las camas están perfectamente vestidas, tendidas; sus niñas tienen sus cuadros y sus pinturas. O sea, realmente pensarías que hasta te lo han adaptado para que un periodista vaya, y no, he llegado hasta de sorpresa y ¡oh sorpresa!
Pero, por otro lado, insisto: es un tema familiar. Yo le he visto el rostro a los malos más malos, y a jóvenes muy malos que, con la mano en la cintura, te dicen “lo volveré a hacer”. Allí no es tampoco un tema de la cárcel o de qué tanto estés formando nuevos carpinteros o albañiles; eso es personal, de familia. Me he encontrado chavos que con la mano en la cintura te dicen: “Sí, lo volveré a hacer, porque prefiero ser rico aunque me maten en dos o tres años, que ser jodido toda la vida”. ¿Qué le respondes, qué haces al respecto?
Entonces es por las dos partes: si bien es cierto que hay cárceles desastrosas (que, por lo general, son estatales) tenemos un modelo aquí, en el Distrito Federal, en el que están tratando de reinsertar a los jóvenes y que cuando menos salgan con un oficio para que cuando regresen a sus barrios, a sus colonias ya sepan pintar, cortar uñas, arreglar zapatos, y no regresen a delinquir. Si lo hacen o no ya es decisión personal de cada chavo.

AR: Hay otro dato dramático de la Dirección Ejecutiva de Tratamiento a Menores en el DF de por qué delinquen los menores de edad, y las razones van desde la ropa de marca hasta el ocio. Lo que también me llamó la atención de esa encuesta que tú das es que jamás se menciona la necesidad. ¿Qué pasa allí con la pobreza? ¿Es más la ambición del consumo, el ocio que la necesidad?
MSA: Yo te diría que tenemos como ciudadanía muchos estigmas; entonces, tendemos a decir “el que roba es porque es pobre y tiene necesidad de robar; es que el gobierno no le da oportunidades”. Es generalizar.
Yo lo que me encuentro en las comunidades de menores infractores o en un caso como el de Medellín es que tenemos que la gran mayoría de los jóvenes lo hacen por reconocimiento: ser el más fregón de su cuadra es lo que les interesa. Para poder apantallar a las chavitas no necesitan abrirles la puerta del coche o invitarlas al cine, no, sino “tengo un AK-47, una espectacular camioneta Lobo; estoy vendiendo droga en la cuadra y soy tan fregón que todavía no me han detenido y lo sigo haciendo”.
Son ese tipo de historias que no salen a la luz pública y que nos dejan una lección enorme como ciudadanía, como padres sobre lo que está pasando con los jóvenes.
¿Esas cifras de las comunidades de menores infractores qué nos están diciendo? Que los jóvenes están colocando por encima de todo la ropa de marca: “Prefiero robar un coche, dar tres balazos, con tal de tener una camiseta Tommy, unos tenis Nike o Puma”.
Por otro lado nos están diciendo que ellos quieren ser reconocidos, y que no les importa serlo por cosas malas: preferible que te tengan miedo a que te pendejeen.
Es una gran lección para preguntarnos qué es lo que está pasando con la juventud.

AR: En esta idea tienen mucha influencia los medios de comunicación. Hay una parte en la que tratas las series dedicadas al narco, como El cártel, basada en el libro El cártel de los sapos. Especulas qué pasaría en México si saliera una serie igual, que ya la hubo con La reina del sur. ¿Qué opinión tienes de este tipo de series?
MSA: Creo que el tema del narcotráfico, de la violencia genera un morbo generalizado, pero también siento que este tipo de series nos han hecho mucho daño como imagen en el exterior, como imagen de los colombianos.
A mí me pasa, aunque ya llevo 10 años en México, que cuando digo que soy colombiana me dicen: “Ay, yo vi Sin tetas no hay paraíso”. Pero me lo dicen además así como ¡guau! Yo vi Sin tetas no hay paraíso, El cártel de los sapos, Las mujeres de la mafia, y cada vez termino con más vergüenza.
Siento que la gente, al ver este tipo de televisión, debe de darle eso: vergüenza, de cómo las mujeres se venden por millones de pesos, al ver cómo son utilizadas como títeres parte de la delincuencia organizada.
Me parece que los medios de comunicación no hacen bien con el tema de la apología del narcotráfico y confunden a la gente. Si tú checas muchos periódicos, le dan siempre la primera plana al tema de “agarraron a fulanito de tal en una supermansión”. La gente lo comenta en un café: “¿Ya viste? Tenía hipopótamos, jirafas”. Pero lo que está detrás, que son estas crónicas de chavitos involucrados en el narcotráfico, de mujeres coludidas es más triste que lo efímero que deja el narcotráfico.
He repasado varios medios de comunicación, y nos falta periodismo narrativo. Todos los medios en algún momento aquí en México han sacado la cifra de “llevamos 30, 40, 50 o 60 mil muertos”. Oye, espérame, yo no creo que Felipe Calderón haya salido a decir “yo en este sexenio voy a matar a 60 mil”. Eso sería genocidio, para empezar. Eso no ha pasado.
Yo, que he entrevistado a gente mala, que te dice que por sus pistolas vende droga o mata gente, y también perdóname, pero de la cifra de 60 mil muertos el dos por ciento son víctimas que pasaron en el momento del tiroteo, y esa cifra sigue siendo muy lamentable. Pero más lamentable es ese resto de universo de gente mala que por sus pistolas optó por eso; de alguna manera tú sabes que si estás actuando mal terminas mal.
Entonces, yo sí creo que hay allí como una ambivalencia, y que los medios de comunicación se han ido, uno, por los 60 mil muertos, y lo que hacen es generalizar y quitarles el rostro a las víctimas y también a los victimarios, de quién era el canijo que mató a otras 10 personas y que a él lo mató el Ejército o la policía federal; dos, le estamos dando prevalencia a las mujeres de los narcos: si lo agarraron con una colombiana guapísima que en su país fue reina de no se qué, le damos la primera plana. Todo eso genera morbo y mucha emotividad porque la gente quiere conocer.
Imagínate a un chavito de 16 o 18 años que está agarrando el periódico y está viendo todo el tiempo que agarraron a La Barbie con una colombiana espectacular; como medios de comunicación le estamos vendiendo ese estilo de vida como algo aceptable. En Colombia ya nos pasó muchísimo tiempo que a los narcotraficantes los veíamos como a los grandes héroes. Entonces, hay que invertir esa escala de valores.

AR: En tu libro hay una parte dedicada a la trata de personas, en las que anotas que una de las vías para enganchar a mujeres y a niños es internet. ¿Cómo han facilitado las nuevas tecnologías las actividades delictivas?
MSA: Creo que hay que tener mucho cuidado con las nuevas tecnologías porque muchas veces se utilizan mal sin tú darte cuenta; por ejemplo, hoy tenemos redes sociales como Facebook, y como usuario le pones los candados que crees convenientes. Pero hay mucha gente que no sabe utilizarlos, y entonces gugleas y aparece tu información, y cuando uno avanza los delincuentes ya te llevan tres días de ventaja. Claro que utilizan las redes sociales; hay casos inumerables en Colombia y también en México de chavitas que por subir las fotos por internet las siguen porque ya saben dónde viven, cómo viven, si viajan o no, si es pudiente económicamente.
Facebook es como el mundo virtual aceptable y preferido por mucha gente; nadie pone allí las cosas malas que te pasan en el día sino ponen la foto más guapa, el mejor viaje, todo el mundo come en Polanco y en Las Lomas, etcétera. Entonces los delincuentes están viendo todo el tiempo eso, y de allí se agarran.
Hay redes de tráfico de personas muy coludidas entre México y Colombia también; se sabe de la existencia de redes de mexicanos que van a Colombia a enganchar muchachas y las hacen operar y todo, y les venden que acá en México van a conseguir de todo, y al final, como ocurre en la trata, terminan estafadas.

AR: Hay un caso que relatas que me gustaría que me dijeras qué significado le das: el de Praxédis, Chihuahua, donde una mujer casi adolescente entró de jefa de Policía, y que terminó exiliada en Estados Unidos.
MSA: Ahora que me estás tocando varias aristas del libro y me acuerdo de cada entrevista y de cada historia, debo decir que yo lo que intentaba con Crónicas de la violencia era recuperar historias que tuvieran violencia pero que fuera revertida en algunos casos positivos como Medellín y Tijuana. A Praxédis lo puse en ese capítulo porque cuando salió el libro esta mujer se había ido y había pedido exilio en Estados Unidos. Esta es una gran experiencia de cuando la ley no opera en municipios pequeños.
Cuando fui a esa gira por Chihuahua encontré municipios como Banichiva. Yo preguntaba en la Secretaría de Seguridad Pública cuántos elementos estaban asignados, y me decían “dos”. Yo decía: “¿Qué? Si se están disputando a todo lo que da el territorio, ¿cómo dos policías?”. ¿Qué haces cuando eres policía y tienes al grupo delictivo allí?
Es un caso triste que a mí me conmocionó mucho, porque yo creía que eventualmente esta chavita iba a marcar el ejemplo, la diferencia. Entonces es una tristeza que haya terminado yéndose.
Pero nos deja varias lecciones: primero, que sí hay municipios en donde no puedes ser jefe de la policía y terminas en el exilio; segundo, que todavía hay gente valiente, aún tenemos jóvenes como esta niña que, lejos de decir “yo opto por la delincuencia o me coludo”, prefiere pedir el exilio y terminar de hacer las cosas bien en su trabajo. Eso quiere decir que todavía tenemos jóvenes soñadores que piensan en hacer la diferencia en estados y municipios violentos, que todavía tenemos peritos que sí hacen su trabajo y que son desconocidos en el mundo periodístico y de la opinión pública, y que con una huella meten a grandes criminales en la cárcel.

AR: La última parte de tu libro está dedicada, justamente, a experiencias positivas en el tratamiento de la violencia. En varias partes está señalada esta falta de políticas públicas para combatir a la delincuencia. Aparte de experiencias como las de Medellín, Tijuana y  de Ciudad Juárez, que son gobiernos con experiencias comunitarias, ¿qué podemos hacer como gobierno y como sociedad? ¿Cuáles son las principales políticas públicas y cuáles las experiencias más positivas que conoces al respecto?
MSA: La principal, la número uno se llama cultura de la legalidad. Mientras la ciudadanía siga pensando y siga operando en la ilegalidad, las cosas no van a funcionar. Si tú preguntas en cualquier cuadra dónde venden droga, la gente lo sabe; si preguntas dónde venden discos pirata, la gente te dice. Eso quiere decir que somos parte de un sistema de ilegalidad, y lo peor es que lo permitimos.
Entonces, al volvernos permisivos con la violencia tenemos ese panorama tan desalentador.
Lo segundo se llama participación ciudadana. La ciudadanía, que es la que conoce dónde está el expendio de drogas, cuál es el niñito que porta armas, etcétera, es la ciudadanía que debe participar.
Tercero: eso no se puede hacer si no tienes instituciones confiables. La gente dice: “¿Tú crees que yo voy a ir a denunciar si la misma policía está coludida?”. Entonces, necesitamos una buena policía, una mejor procuración de justicia, mejores agentes del Ministerio Público. Por toda esa reingeniería ya pasó Colombia y nos llevamos años. Nosotros tampoco creíamos en la policía, y ahora la amamos, porque es la que nos defiende y nos da orgullo institucional.
Cuando tengamos instituciones confiables, entonces sí podemos tener una ciudadanía participativa y decirle no a a las conductas ilegales.
Como una cuarta, agregaría (y no quiero que sea como por orden; creo que las cuatro son igual de importantes) el tema de familia. Las familias tienen una labor muy importante porque son las incubadoras de buenas y nuevas generaciones. Creo en la familia, en los valores, y pienso que es el núcleo para tener buenas generaciones.

AR: Concluyo con el tema de los asesinatos de periodistas. Das datos interesantes: se supone que son atentados contra la libertad de expresión, pero mencionas casos en los que se ha tratado de muertes por accidente, por suicidio, por problemas que suscitan ellos mismos. En ese sentido, ¿qué tanto hay de mito en esto de los motivos de las muertes de periodistas? Porque se tiende a generalizar que cualquier muerte no natural de un periodista es un atentado contra la libertad de expresión, pero hay que tomar en cuenta que también ha habido ataques muy reales.
MSA: Sí, el reportaje “Periodistas en la mira” me costó varios amigos y varios enemigos en el gremio periodístico porque no estamos acostumbrados como gremio a sacarnos nuestras carencias y nuestros trapitos al sol.
Yo estuve investigando muchísimo sobre el tema de agresiones a periodistas y me encontré con varias cosas: uno, es real que hoy en día México es un país muy peligroso para ejercer el periodismo. Es cierto también que grupos criminales como los Zetas, el cártel de Sinaloa y la Familia Michoacana han comprado y pagado nómina periodística para difundir sus mensajes, y también hay periodistas que ya saben qué no deben publicar en ciertas zonas.
Nosotros en el Distrito Federal estamos en un área de confort, pero hay algunas zonas en donde realmente el periodista no puede ejercer su libertad de expresión y está autocensurado porque sabe que los grupos criminales lo van a matar. Esa es una cara, la más conocida y la más lamentable, por supuesto.
Pero, por otro lado, no hay una ley que nos diga ni nos especifique (porque la Ley de Imprenta es viejísima y no se ha reformado) quién es periodista. Como no hay una ley que te diga quién es periodista, entran todos: el fotógrafo es periodista, el político que escribe una columna de opinión es periodista; un voceador, si lo matan, era periodista.
Al no existir ese catálogo para delimitar, entran todos; entonces las cifras son alarmantes. Por otro lado, hay una cifra que realmente lo que nos revela es que hay periodistas que por estar de juerga, borrachos, hacen parte de las víctimas en una balacera, en un bar que estaba lleno a las tres de la mañana, etcétera. No está bien que lo maten, ojo, pero no quiere decir que por su actividad periodística haya sido asesinado.
Hay otros casos que se presume que el periodista se suicidó, por ejemplo, porque fue encontrado en ciertas condiciones.
Sí tenemos cifras alarmantes, pero por otro lado también tenemos asegunes de periodistas que han sido pagados por el narcotráfico. En Veracruz ocurre eso muchísimo, y todo el mundo sabe que es pagado por X o Y grupo, y cuando lo matan pues no se sorprenden porque saben que eso eventualmente iba a pasar porque estaba vendido. Entonces, muchos colegas se enojan conmigo porque dicen “no, cómo es posible”, pero la realidad es esa.
Si no quieres aparecer en una esquina con la boca abierta y moscas, tú también ejerce bien el periodismo y sé una persona ética. No le recibas regalos al crimen organizado ni a políticos.
Quiero solamente concluir que Crónicas de la violencia es un esfuerzo por retratar a las víctimas pero también a los victimarios de esta mal llamada “guerra contra el narcotráfico”. Mi conclusión de todo esto, insisto, es que el narcotráfico no es el peor de los males; algo está pasando, y yo creo que lo que está ocurriendo es el desmoronamiento de la sociedad en su conjunto.
Nos hemos centrado en el narcotráfico porque es lo que más morbo da, lo que más vende, y en efecto están pasando muchas cosas tremendas, pero lo más triste del narcotráfico es que te deja marcado de por vida. Ser colombiano en los aeropuertos no es lo mismo desde Pablo Escobar. Hoy en día la nacionalidad colombiana es considerada la más complicada junto a la de países del Medio Oriente. Es el país al que más visas le piden.
No esperemos a que México esté a esos niveles para reaccionar como gobierno y como sociedad.

*Entrevista publicada en Replicante, junio de 2013.

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