Las
múltiples caras de la pornografía
Entrevista
con Naief Yehya*
Por
Ariel Ruiz Mondragón
Pese
a importantes avances, en importantes y numerosos grupos sociales la sexualidad
humana continúa siendo un tema vedado cuya develación pública sigue causando
gran escozor. Dentro del tema existe uno que resulta muy destacado: la
pornografía, la presentación de imágenes en las cuales se expresan las más
diversas fantasías sexuales, que van desde las más tiernas hasta la más
perversas, para despertar los deseos eróticos de los espectadores.
Con
la ampliación de las libertades y el desarrollo de la tecnología, y pese a las
frecuentes condenas morales, este género, de larga data, ha logrado una cada
vez mayor difusión y popularidad, las que dieron origen a una exitosa industria
que hoy no vive sus mejores momentos sino una situación crítica. Sin embargo,
su declive económico parece anunciar la renovación de un género inagotable.
Sobre
el desarrollo de la pornografía Naief Yehya (Ciudad de México, 1963) publicó en
2004 el libro Pornografía. Sexo mediatizado y pánico moral, el cual,
ampliado y actualizado, reapareció ocho años después como Pornografía:
obsesión sexual y tecnológica (México, Tusquets, 2012), volumen sobre el
cual Etcétera conversó con el autor.
Yehya
es ingeniero industrial por la UNAM; autor de al menos ocho libros, ha
colaborado en los diarios y suplementos como El Financiero, Reforma,
Milenio Diario y La Jornada Semanal, y en revistas como Letras
Libres, Nexos, Replicante, Revista de la Universidad de México
y Artnexus, entre otras.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué
“reinventar” este libro?
Naief Yehya (NY):
Esa es la pregunta que me hago todos los días. Para mí es un dilema y pienso
mucho en ello todos los días, desde antes de que internet fuera todo lo que hoy
es. El proceso que te lleva a hacer un libro es uno de desgaste, y tiene un
costo emocional, laboral y físico tan intenso que concluye en un producto que
sabes bien que nunca va a estar terminado porque el tema no se agota y siempre
va a seguir creciendo.
¿Cuál
es la idea de tener un objeto físico inamovible que ya está impreso y que no te
da la posibilidad de cuestionarlo? Es como la última palabra que en realidad no
lo es porque siempre va a haber alguien que va a decir algo más. Cuando sale la
posibilidad de publicar en internet aparece como la gran panacea: vamos a crear
un libro que esté en continua renovación, que sea un borrador que se reescribe
todo el tiempo. Suena muy bien; sin embargo, yo nací en la cultura del libro,
que me dicta todavía cómo son las formas. Por más que trató de desapegarme de
esta idea del papel y de la tinta, no puedo: aún le tengo un enorme respeto y
me da un gran placer ver un libro impreso.
Entonces,
sí hay un elemento sicológico para terminar, de decir “esto ya terminó aquí y
lo que va mal, ni modo; ya se verá en otro momento si se puede reconsiderar, si
uno puede pedir disculpas al lector y decirle: ‘La verdad es esto’”.
Esta
oportunidad de replantear el problema de la pornografía para mí es una gran
dicha porque en el momento en que lo escribí, y como siempre que entregas un
manuscrito, la historia se termina hasta ese punto, y rara vez tienes la
oportunidad de regresar.
Desde
que yo empecé a escribir de tecnocultura partí de un tema que por definición no
termina y que siempre hay que reconsiderar. Pensé que la idea de la pornografía
iba a ser menos extensa, pero no: al contrario, resultó ser que, como en muchas
otras cosas, va a la vanguardia y diciendo por dónde van las cosas. Los cambios
en el mundo pornográfico de hace ocho años a ahora han sido tan enormes y nos
van marcando el camino de tantas otras cosas que vi la oportunidad de regresar
al tema, con un gran alivio hacia la deuda que siento que le tengo, hacia el
lector y hacia mí mismo como una oportunidad de reconsiderar todo lo que me
había planteado. No siento que haya cometido errores de percepción, pero no
podía ver la magnitud del fenómeno, no tenía la capacidad de imaginar lo que
iba a suceder. Estamos ante un fenómeno que es completamente diferente a lo que
era hace cuatro u ocho años, y que no tiene nada que ver con lo que era en los
años sesenta.
En
este mundo completamente nuevo creo que la pornografía nos va dictando el
desarrollo de nuestro vínculo con la tecnología, de nuestra relación con
nosotros mismos, con nuestra sexualidad, con nuestras fantasías y contribuye a
saber qué es lo que está pasando en el imaginario.
Cuando
yo terminé el otro libro (que fue análogo) lo hice en bibliotecas, y en una
especie de post scríptum hablé un poco de lo que empezaba a suceder en
internet. En 2004 el fenómeno masificado de la pornografía apenas empezaba a
configurarse; ahora sigue en ese estado de flujo pero ya es muy claro que su
impacto es gigantesco, planetario, a largo plazo y cataclísmico en muchos
sentidos.
Lo
que más me importa es señalar que sí creo que traté de hacer un acopio de lo
que se ha investigado, de hasta dónde llegan los alcances del conocimiento, qué
ha pasado con el hecho de la masificación, de la normalización y la idea de la
pornografización de la cultura. Es muy diferente a cualquier otro texto que yo
haya escrito antes, y me parece que es muy importante no solamente para el
interesado en el tema sino para cualquiera que esté interesado en la cultura,
porque sí estamos viendo una pornografización de la sociedad. En esto me parece
tan terrible entregarse bobaliconamente a esto (“¡Ay, qué padre, todo va a ser
chichis, tetas y culos!”) como tenerle miedo. La reacción que a estas alturas
del partido veo en gente como Lydia Cacho me parece escandalosa, no tolerable
en gente inteligente.
Me
parece que debemos informarnos y no podemos seguir permitiendo que gente que no
entiende de qué se trata la pornografía hable de ella. Yo creo que la
pornografía sigue siendo algo aparte, algo que no esté mezclado con el resto de
la cultura. Me preocupa más que esta pornografización de la cultura se
convierta en una ausencia de fronteras entre lo que es la pornografía y lo
demás, lo que no nos lleva a nada sano.
AR: Algo que se puede ver a lo
largo del libro es que la pornografía ha sido considerada, en términos
políticos, bifronte: por una parte ha sido un fenómeno liberador desde poco
antes de la Revolución Francesa, pero, por otra, también como una forma de
opresión sobre la mujer y hasta sobre otras culturas. Tú llegas a decir que es
un espacio de disidencia pero también un modelo retrógrado. ¿Cuál aspecto ha
predominado?
NY:
Siempre están esos dos elementos, y en ciertos contextos es opresora y en otros
liberadora. Jamás creeré en la idea de que la pornografía per se nos va a
liberar; es como pensar que la tecnología nos va a liberar.
No
me aventuro a decir si ha sido más dañina o beneficiosa. A tantos años de
observar el fenómeno sigo pensando que el ying y el yang
de la pornografía están en un perpetuo equilibrio y en una permanente batalla.
Por un lado, por ejemplo, durante la Revolución Francesa se pudo ver a la
monarquía reducida, humillada, ofendida en dibujos que se distribuían
masivamente en esa época. Fue un detonador espiritual, de la imaginación, que
demostró que aquellos personajes no eran tan divinos, lo que dio la posibilidad
de imaginar otro mundo. Lo mismo ocurrió en los años cincuenta y sesenta del
siglo pasado, cuando ya hubo mayor posibilidad de ver imágenes sexuales. Pero
desde que la imprenta, la fotografía y el cine existen ha habido pornografía.
En
todos esos momentos históricos quienes tenían el privilegio de acceder a estas
imágenes podían darse la posibilidad de imaginar que la sexualidad no era una
enfermedad y que más bien abría la posibilidad de alcanzar la felicidad y ser
más pleno como ser humano. Ese enriquecimiento es importante.
Pero,
por otro lado, cuando la pornografía aparece como una industria requiere de una
“materia prima” que a veces no puede conseguirse por las buenas sino por medio
del chantaje, la presión y la extorsión. Eso, que lamentablemente, sucede en
todos los campos, es más mucho estridente en el sexo. El abuso y explotación
del hombre por el hombre en todos los dominios es aterradora, escandalosa, pero
en el contexto sexual se añade una dimensión más dentro del imaginario de lo
macabro.
Por
ejemplo, cuando ves las condiciones en las que trabajan muchos menores de 16
años, deberíamos escandalizarnos; sin embargo, un caso de explotación y abuso
sexual que es utilizado en películas pornográficas en algún lugar recóndito,
nos escandaliza más.
El
pánico moral que nos da la pornografía es inmenso y es muy fácil crear
leyendas. Una cosa es la trata de blancas, que es un fenómeno enorme e igual de
grave como los abusos que padecen trabajadores que desmontan barcos, pero no
necesariamente implica pornografía; a veces sí, pero muchas veces sólo implica
prostitución e incluso servidumbre. La pornografía se conecta con esto a veces
de manera directa y en otras indirecta, pero lamentablemente carga con todo el
estigma.
Lo
que yo creo es que necesitamos escandalizarnos de la condición humana, no de la
condición pornográfica. A estas alturas a mí me parece muy triste que, por
ejemplo y con tanta información para ver lo que realmente está sucediendo, haya
gente que todavía crea que hay personas robando niños, filmando pornografía y
vendiéndola, como si esto sucediera cuando no es así; si acaso ocurre, es algo
tan puntual, tan marginal y tan limítrofe que es como pensar que mañana te va a
comer un asesino serial. Puede ser, pero es mucho más posible que simplemente
te roben la bolsa.
Pienso
que la posibilidad de convertir en mitología lo que ocurre en la pornografía es
lo que le da en gran medida la proporción del escándalo.
AR: Hablando de este tema, al final
haces un apunte fuerte sobre la pornografía: hablas de su carácter nihilista,
misántropo, desesperanzado; agregas que concibe al hombre como ruin, cruel,
cobarde, corrupto y traicionero. De alguna manera ¿dirías que la pornografía es
antiprogresista, antihumanista, antimoderna?
NY:
En este lado oscuro sí, pero en el iluminado no. Creo en esa dualidad, en ese
equilibrio y en esas fuerzas; pero cuando ves imágenes pornográficas brutales
que hay en internet en las que realmente la idea explícita es la humillación,
el deconstruir física, literal e imaginariamente a la mujer (o al hombre
también), aquello se rompe.
Hay
ahora cientos, tal vez miles de websites
de pornógrafos que se dedican a hacer imágenes que tienen como único objetivo
la degradación. ¿Es esto una venganza permanente, continua? Algo hay de eso,
pero por otro lado esas imágenes transgresoras tienen un potencial estimulante
y erótico fascinante; quien diga que no simplemente está engañándose.
¿A
qué responde esta necesidad de ver al otro, a la otra parte de la relación
sexual, como alguien humillado, ofendido? La calidad y la cantidad de imágenes
que ves de este tipo de pornografía es aterradora, abominable. Son secuencias,
por ejemplo, en las que la idea es que la chava termine vomitando o
pintarrajeada, tirada en el suelo, llorando; pero casi todas las mujeres que
hacen esas escenas lo hacen voluntariamente, a veces por el estímulo monetario
—que cada vez es menor— y otras por el erótico, que cada vez es más claro que
sí existe, lo cual no es resultado de una sociedad paternalista sino de una
psique, de una serie de experiencias que conducen a que esa sea su relación con
la sexualidad.
AR: Pero eso parecería patológico…
NY:
Prohibir o limitar esas imágenes significa decirle a esas personas: “Esa
sexualidad que se cargan está enferma”. Pero ¿lo está realmente? No lo sé, no
soy sexólogo; lo mío es la imagen, el análisis de un fenómeno mediático. Lo que
a mí me parece importante es retomar el discurso de los sexólogos y tratar de
descifrarlo, analizarlo, entenderlo en el contexto de las imágenes. Yo hago lo
que antes no se hacía: cotejar la imagen con los resultados de las
investigaciones de sexólogos, siquiatras y sicólogos acerca de la pornografía,
y ver si hay alguna correlación, si hay algo cierto.
Entonces
bloquear o prohibir simplemente es poner el tabú en otro dominio de la cultura.
Hubo un momento en que le poníamos faldones a los pianos para que la gente no
tuviera deseos lascivos. Entonces simplemente estamos resexualizando imágenes,
dándoles otra magnitud al volverlas tabús. Lo mismo sucede con la pedofilia;
con esto no quiero decir que entonces ésta tiene que ser legal porque en esto
no hay duda: estamos hablando de un crimen porque estás utilizando a alguien
que no tiene la capacidad de discernir ni las capacidades que en los demás
ámbitos de la cultura tomamos como básicas. En este caso cualquier persona debe
tener la mayoría de edad para determinar si eso es lo que quiere hacer.
Este
es un elemento que me hace a mí darle vueltas a la parte moral del asunto:
¿hasta qué punto la pornografía nos refleja lo peor de nosotros mismos?
AR: Otro asunto que me llamó la
atención es que dices que en la pornografía de cada país, de cada cultura,
podemos ver sus actitudes ante la sexualidad. En ese sentido, ¿cuáles son las
principales similitudes y diferencias que encuentras al respecto entre las
religiones?
NY:
En el Occidente cristiano hay una cierta homogeneidad, a pesar de que, por
ejemplo, los protestantes tienen una manera de aceptarla, mientras que los
católicos tienen otras maneras de rechazarla, de temerle.
En
la cultura budista la relación cambia completamente; el ejemplo extremo es
Japón, que es una cultura que históricamente no tenía gran temor de la imagen
sexualizada, sino al contrario: tenía una relación sana en la que estaban
presentes las representaciones sexuales. Esto ocurrió hasta su derrota en la
Segunda Guerra Mundial: la idea de la sexualidad representada, mediatizada era
totalmente aceptable, y después de la guerra hubo una reconfiguración en un
periodo de cerrazón, de vergüenza del pueblo japonés, que tomó una actitud como
de “esto somos, pero no queremos mostrarlo porque el mundo no es igual, no ve
las cosas como nosotros lo vemos”. Entonces hubo una especie de vergüenza hacia
cómo los iba a ver el otro. Pero ahora esta idea ha desaparecido y la anterior
regresa con una enorme fuerza en el imaginario pornográfico. Si ves la
pornografía japonesa es, sin lugar a dudas, la más imaginativa, la más rica, la
más progresista en muchos sentidos, pero también la más retrógrada, la más
bestial y más aterradora; tiene desde los elementos más lúdicos hasta los más
macabros, siniestros, intimidantes.
Entonces
a mí me parece fascinante cómo lo japoneses han mantenido esta visión pornográfica,
una industria súper pujante, y cómo la religión no le mete ruido ni le hace
sombra. Es como si fueran dos ámbitos que no se tocan nunca, muy diferentes.
Por
otro lado, ves el mundo islámico, que tiene un temor absoluto a la imagen per
se; de la imagen sexual ya no es temor, sino histeria sin ninguna
mediatización, pero a la vez es una inmensa fascinación. Pero cada vez que
pueden los islamistas son enormes consumidores, fascinados y muy atemorizados
por el poder de estas imágenes.
Las
grandes religiones se vinculan así con estos filtros, por un lado, pero por el
otro el gran ecualizador que es internet está creando una cultura globalizada
de la pornografía. Cada vez es más difícil encontrar algo exótico en un mercado
que te ofrece absolutamente todo casi sin ningún tamiz, en el que la
restricción es más de índole tecnológica que política o moral.
AR: Y también hay un interés
comercial…
NY:
Eso es algo muy interesante, porque cuando la pornografía llega masiva e
incontrolablemente a la red, este aspecto transgresor, disidente que siempre
tenía la pornografía se encuentra con algo aun más transgresor y disidente: con
una antipornografía. Esto en el sentido de que el pornógrafo es un personaje
límite de la sociedad, un outsider (no quiero decir un criminal, aunque
lo puede ser) que, en el fondo y como muchos otros, está mercando con algo
prohibido. Está vendiendo un producto, aunque hay algunos artistas que utilizan
la pornografía como su herramienta de expresión, como Gerard Damiano o los
hermanos Lapiedra.
Yo
creo que todavía hay un gran abanico de posibilidades dentro de los
pornógrafos, desde el que solamente quiere hacer lana rápido hasta el que
quiere hacer arte porque cree en una transgresión.
Tienes
que cuando este fenómeno llega a internet, los pornógrafos arriban a un espacio
donde la posibilidad de mercadotecnia es mínima: sí se puede hacer algo de
dinero, pero más bien poco, y de repente el producto ya es gratis.
Esto
es la transgresión de la transgresión porque si había algo que tenía la pornografía
es que era una manera de extorsionarte: llegabas a donde la vendían y decías:
“¡Uy, esto se ve buenísimo! Cuesta una lana y, además, me arriesgo a que es una
carga social y moral comprarla, primero porque me tengo que meter en submundos
de lo peligroso, de lo prohibido”. Pero ahora no solamente es absolutamente
accesible y fácil de conseguir sino que el precio de la pornografía más
cotizada es cero.
Entonces
lo que sucede es que se hacen algunos productos de los cuales se venden unos
cuantos ejemplares. Y esas ventas, mal que bien, van sosteniendo el negocio.
AR: Respecto a eso, ¿la pornografía
está en declive? En una parte del libro dices que cada vez hay mayor aceptación
de la pornografía; pero, por otro lado, justamente por los sitios gratuitos de
pornografía que han proliferado se han reducido drásticamente sus ganancias.
NY:
Una certeza tengo: la pornografía no va a desaparecer jamás; está profundamente
grabada en nuestro imaginario esta necesidad de la transgresión, del secreto
sexual, de lo que no puede ventilarse. Entonces no creo que podamos liberarnos
de ella jamás, a menos de que nos lobotomicen a todos.
Considero
que este es un modelo económico fracturado, un modelo de negocios en caída
libre; lo vemos con los números de lo que produce la pornografía, con la
situación de desesperación en que está.
¿A
qué va a llevar esto? A crear nuevas tecnologías, nuevas posibilidades por las
cuales sí se pueda cobrar: ya será el 3D, dispositivos para interactuar, por
ejemplo. Acabo de volver a ver la película Existence, de David
Cronenberg, y me imaginaba: vamos a tener un plug aquí atrás, vamos a
conectarnos a nuestra pornografía, a utilizar los cascos de Strange Days. De
una u otra manera la experiencia se va a volver más sensorial, no únicamente
visual.
Hace
poco tuve una discusión acerca de que esto está progresando pero seguimos
atados a lo visual; quizá sea cierto que cuando rompamos esa relación y la
extendamos hacia otras sensaciones, se creen otros tipos de pornografía. Parte
de la idea de ésta es que es una experiencia visual; tiene un elemento sonoro,
que a veces no se necesita.
Pienso
que la pornografía va a evolucionar por caminos de lo tecnológico explorando
nuevas posibilidades: los pornógrafos irán en la cresta de la ola buscando
nuevas maneras de cómo llevar el estímulo a la transgresión.
También
por el lado de la creación siento yo que, ante la ausencia de posibilidades
dentro de un mercado estereotipado, clasificado, con tags de referencia hasta
lo aberrante, pues va a venir ahora algo que va a tener que romper con todos
estos esquemas, replantearlos y hacer aparecer nuevas posibilidades.
En
un momento menciono en el libro que la pornografía tiene, entre sus elementos,
uno muy llamativo: lo anormal, algo que rebasa nuestra imaginación: las mujeres
con los senos y las caderas más grandes, actos sexuales abundantes o
escandalosos, las prácticas más delirantes, etcétera. La anormalidad es
impredecible. No sabemos hasta dónde va, cuándo se va a agotar; si bien dicen
que los griegos ya contaron absolutamente todas las historias, yo siento que
afortunadamente no contaron todas las pornográficas. De otra manera ahora
estaríamos muy aburridos.
AR:
Como muestras en el libro, la pornografía ha sido exhibida en diferentes
soportes, desde el papel hasta internet. ¿Han cambiado los actos sexuales que
nos presentan los pornógrafos desde los llamados stag films, de los que
mencionas que desde principios del siglo XX ya se presentaban felaciones,
masturbaciones, zoofilia y travestismo, por ejemplo?
NY:
No, el cuerpo humano tiene un número limitado de perforaciones y de
penetraciones; no puede hacerse más que una serie de cosas que vienen
haciéndose desde los orígenes de la humanidad. Lo que puede aportar la
pornografía es cómo mostrarlas, cómo presentarlas, y aquí regresaría a lo que
hablábamos de los japoneses: ellos están realmente en una búsqueda más allá, en
la cual los fetiches y los objetos son siempre más importante que el acto
sexual en sí mismo. La prueba es que la pornografía japonesa sigue pixelando
los genitales; es curiosísimo porque la pornografía más atrevida del mundo no
muestra realmente los sexos, y los censura porque es su manera de control de la
imaginación y de la sociedad. Es increíble porque el coito o la felación en sí
no son tan importantes como lo que sucede alrededor de esos actos. Por el
contrario, eso la pornografía mainstream, básicamente desde los años
setenta, lo ha ido abandonando; ahora el personaje tiene una pareja y es
guapísima, él es muy atractivo, están en un lugar paradisiaco y tienen sexo.
Siempre se repite algo muy parecido y todo es igual.
Lo
que ahora ha abundado con el gran boom de las filias en internet es que
hay sitios que se dedican a actos sexuales muy específicos, y cuando alguien
tiene una filia muy clara sabe a dónde ir.
En
cambio, los japoneses no solamente explotan la filia o la obsesión sexual en
particular, sino que también proponen una pequeña narrativa, ya sea desde la
porno tentacular hasta su obsesión con las muchachitas vestidas de colegialas,
y ya sea con actores reales o en hentai (dibujos animados). Ellos han entendido
que lo que vende es la historia, no tanto el acto sexual, y creo que en eso
llevan una gran ventaja sobre la pornografía occidental.
AR:
También mencionas un poco las condiciones laborales de los actores en medio de
la crisis de sobreoferta y de abaratamiento del negocio. ¿Cuál es la situación
de los trabajadores del porno?
NY:
Lo que queda claro es que hay un star system que ha estado presente
desde los inicios de la pornografía en la Edad de Oro, desde Garganta
profunda con Linda Lovelace, quien se convirtió en la primera gran
celebridad de la era del porno; después vinieron Marilyn Chambers y varias más,
algunas de ellas con gran presencia y carácter, como Candida Royalle, quien se volvió
productora y creó, en buena medida, la idea de una pornografía femenina. Si
bien lo que ella hacía era, hasta cierto punto, ingenuo, fue una gran
revolucionaria.
AR:
En el libro la criticas...
NY:
Me burló un poco de ella, quizá injustamente, porque siento un poco ingenuo su
acercamiento, pero me parece muy importante.
Regresemos:
fue en los años noventa cuando aparecieron Vivid y otras megaempresas que
creían que ya habían creado un Hollywood paralelo, que ahora vemos que se está
cayendo a pedazos. Todavía arrastran algo del prestigio y de la fama, y todavía
pueden pagar algo de sueldos importantes; aún no han implotado del todo, pero
ya de ninguna manera es esta proyección del Twentieth Century Fox de la
pornografía.
Esas
empresas están sosteniéndose, y crearon un star system, el que está en
decadencia. ¿Qué va a pasar con sus estrellas? Se tienen que reinventar. ¿Cómo?
Tienen que retomar las herramientas que están a su alcance: las redes sociales,
no hay duda. Tienen que salir a chambear por ese lado. Ahora ya no basta con
ser estrella, crear un mito de sí mismas sino que tienen, de alguna manera, que
interactuar y revitalizar esa relación con el espectador. Siento que por allí
va a ir.
Por
otro lado, la entrada a este mundo del porno ya no es lo que era; aunque
todavía en las oficinas de talento en California hay literalmente filas de
mujeres y hombres que buscan trabajar en esta industria, ya la oferta es mucho
mayor que la demanda y las posibilidades de pago no son ni remotamente lo que
eran.
Es
un mercado como todos los demás, en el que hay mucho desempleo, está muy
devaluado y la gente tiene que aceptar condiciones que no hubiera tolerado
antes. Hay un regreso de la pornografía sin condón; eso es como una buena señal
de la calidad de vida en decadencia: en el momento en que ya no puedes exigir
ni siquiera eso, como actriz sabes que el mercado ya no quiere lidiar con eso y
hasta la salud es puesta en entredicho.
Por
allí vamos a un mundo en el que, probablemente, en algún futuro incluso el
actor porno sea completamente sustituido por actores virtuales, por avatares,
lo que no es del todo imposible. Esto nos lleva a otra discusión filosófica:
¿qué es el actor porno?, ¿qué representa para el espectador, sobre todo en esta
extraña relación del hombre con el actor porno masculino al que ve cuando está
teniendo coito con una mujer que nosotros deseamos?, ¿qué quiere decir esa
relación como tercera persona, como voyeur?
Creo
que todas esas preguntas quedan en el aire y es parte de lo que también trato de
abordar en el libro.
AR:
Hay otro tema que ha sido muy llevado y traído, que es el de la relación de la
pornografía con la violencia. Por allí citas a David Friedman, quien dijo
acerca del cine: “Si no puedes añadir más sexo, puedes sumar más violencia”.
Pero también refieres varios estudios que más bien cuestionan esta relación muy
mecánica que establecieron autoras como el dúo McDworkin (Catharine MacKinnon y
Andrea Dworkin), aunque parece que más bien no hay nada concluyente. ¿Cuál es
tu opinión?
NY:
Creo que no hay fórmulas. Algo que también pasó con este libro en su edición
original, en el cual el primer acercamiento a la pornografía era casi como
lineal y en dos dimensiones, y ahora tuve la posibilidad de verlo ya como un
fenómeno tridimensional, como algo que explota en todas las direcciones.
Creo
que lo que es muy interesante es ver por un lado que sí hay una relación. Como
te mencionaba hace un momento: hay una necesidad de algunos consumidores de
pornografía que buscan esa imagen brutal de humillación, de desprecio, de
venganza sexual. Pero no son la mayoría: tengo cifras de cuál es el porcentaje
de ellos que optan por la pornografía de la violencia, y no es un número
importante sino bastante pequeño, marginal. Pero está allí, y debe crear algún
tipo de fascinación.
Lo
que me preocupa siempre es la manera en que se utiliza; así como “si no puedes
mostrar más sexo muestra más violencia”, algunos podrían decir “si no puedes
pegarle a la pornografía por el sexo, pégale por la violencia”. Es lo mismo.
Me
parece siempre muy interesante, muy curioso, que podamos dejar ver a nuestros
hijos películas hiperviolentas en las que matan gente a montones, y no los
podamos dejar ver una imagen sexual. Esto no quiere decir que yo sea diferente,
y me pasa exactamente igual que a todo mundo: cuando estoy viendo con mis hijos
una película en la que están masacrando gente con ametralladoras o con
cuchillos, estamos tranquilos y hasta nos reímos; pero cuando aparece una
imagen sexual todo mundo comienza con “¡uuuhhh!”, a tragar pesadamente y a
decir: “¿En qué momento le apago?”, hasta un momento en que dices “¡ya, hasta
aquí llegué! Este es mi límite, no puedo más”.
Creo
que lo anterior, en parte, tiene que ver con nuestra carga religiosa, moral,
cultural que nos han enseñado que eso es más transgresor, peor, más degradante.
La muerte tiene su elemento de dignidad, pero la sexualidad no.
Hace
poco, en una conferencia mencioné la idea de que si una fábrica de costureras
se incendia, no vamos a prohibir la industria del tejido; en cambio, si una
actriz porno muere en un escenario por una escena sexual, te garantizo que en
ese momento sería un gran escándalo y que nos haría decir: “Es que la violencia
en el porno es tremenda”.
Insisto:
la violencia en nuestra sociedad está todo el tiempo, y estamos aceptándola,
viéndola, consumiéndola y está normalizada; la sexualidad no. Ahora: yo creo
que está bien así, yo no creo que debamos normalizar la sexualidad. No me
parece deseable un mundo en el que en la familia sea normal que veas a tus
padres o a tus hijos teniendo relaciones sexuales. En ese sentido soy
conservador y me escandaliza un mundo así. Si pudiera imaginarlo, diría: “Yo no
quiero vivir en ese planeta”.
Entonces,
es interesante la relación que tenemos con la sexualidad y la violencia; es muy
compleja y tiene muchos niveles.
*Entrevista publicada en Etcétera, núm. 153, agosto de 2013.
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