lunes, marzo 03, 2014

El narco, entre la fantasmagoría y la insurgencia. Entrevista con Ioan Grillo





El narco, entre la fantasmagoría y la insurgencia

Entrevista con Ioan Grillo*

Por Ariel Ruiz Mondragón

Las transformaciones y continuidades, las esperanzas y las duras réplicas de la realidad que ha vivido México en las décadas recientes han sido motivo de interés para la prensa mundial. Entre los temas más atractivos que ha ofrecido nuestro país se encuentran la transición democrática y el auge del narcotráfico, procesos que han marchado unidos.

Entre los periodistas que acudieron a México atraídos por su transformación política, y que después se vieron inmersos en el incremento de la violencia derivada de las acciones del crimen organizado y de la respuesta que le dio el gobierno federal durante el sexenio pasado, destaca el periodista británico Ioan Grillo, quien ha dedicado un extenso volumen titulado El narco. En el corazón de la insurgencia criminal mexicana (México, Tendencias Editores, 2012) a relatar el desarrollo histórico del tráfico ilegal de drogas en nuestro país, sobre lo cual Replicante sostuvo una conversación con él.

Grillo es periodista, escritor y productor de televisión. Vive en la Ciudad de México desde 2001, y ha sido corresponsal para medios como Time Magazine, CNN, Reuters, Associated Press, Sunday Telegraph, The Houston Chronicle, CBC y The San Francisco Chronicle, entre otros; en México ha colaborado en revistas como Gatopardo y Letras Libres. El narco... es su primer libro, el que fue escogido por Foreign Policy en Español como uno de los libros del año en 2012.

 

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir y publicar un libro como el suyo? ¿Por qué un periodista inglés decidió venir a México a hace un “estudio de campo” sobre “la sublevación criminal” (como usted le llama)? ¿Por qué dedicarse a, como lo dice en una parte del volumen, “este triste y sucio oficio de informar sobre la muerte?

Ioan Grillo (IG): Yo vine a México en 2000, un día antes de que Vicente Fox tomara el poder. Cuando llegué el narcotráfico no era el tema central (como lo ha sido en el gobierno de Felipe Calderón), sino el cambio a la democracia.

Antes yo ya había viajado algo: conozco el Medio Oriente, estuve en España, Alemania y otros países; siempre me ha gustado mucho viajar. Entonces me atrajo América Latina por su cultura; también tuve referencias de las guerras civiles en Centroamérica en los años ochenta, con películas como Salvador, de Oliver Stone, con James Woods, que retrata esos conflictos.

Traía un poco ese asunto, y estaba viendo a dónde podía ir en América Latina; entonces pensaba que Colombia era demasiado peligrosa, pero llegué a México y fue muy bonito: a punto de empezar la democracia, el cambio y, en algún momento, la esperanza. Había optimismo.

Luego empecé a trabajar en el periódico The News, con Novedades Editores, y después empecé a moverme con los medios internacionales. Los temas eran Fox, los zapatistas, los derechos humanos, la guerra sucia, cosas así.

Pero me llamó la atención también el narco, el tráfico de drogas, y lo cubrí desde el principio. Yo vengo de un país de consumo de droga; crecí en una ciudad en la que había mucha utilización de esas sustuncias: conocí a cuatro personas que murieron de sobredosis de heroína, y a otras personas que, pese a usar drogas, volvieron a sus vidas normales.

Por eso me llamó la atención: vengo de Europa, donde hay tanto consumo de drogas como la cocaína (que viene de América Latina), de heroína (que viene de otros países como Afganistán), de mariguana, y empecé a pensar más en el tráfico, en los narcotraficantes y en la cuestión global.

En aquel tiempo, como menciono en el libro, hablé mucho con Jesús Blancornelas; tuve el privilegio de que siempre contestó mis llamadas y me tuvo paciencia.

Empecé a trabajar con el Houston Chronicle, y no sabía en qué se iba a convertir esto. Bueno, comencé a trabajar sobre narcotraficantes cuando empezó en Nuevo Laredo la guerra entre los Zetas y los cárteles del Golfo y de Sinaloa (cuando todavía estaban juntos El Chapo Guzmán y Arturo Beltrán Leyva). En 2004 empecé a ir para allá, y de repente, de Houston, de San Antonio y de Dallas comenzaron con que querían las mejores notas al respecto, y empezamos a pelear entre el Houston Chronicle, el Dallas Morning News y el San Antonio Express. Eso fue muy importante en aquel tiempo, porque fue un laboratorio que se iba a ampliar en México: empezamos a ver grupos armados, no solamente a los pandilleros de los Arellano Félix de los años noventa en Tijuana, sino chicanos con tatuajes, y de San Diego llegaron los pandilleros americanos. Y empezó a haber grupos armados entrenados peleando; luego mandaron a las Maras Salvatruchas y todo eso (en el libro cuento que mi antecedente es en 2004, cuando hubo cinco muertos con tatuajes de la M13 con una nota: “Beltrán Leyva y Chapo Guzmán, mándenos más pendejos como estos para que los matemos”).

Empezamos a ver en 2005 cómo mataban al jefe de Policía después de trabajar seis o siete horas. Después pasó la cuestión electoral de 2006 y Calderón empezó esta guerra contra las drogas. Al principio no supimos que iba a llegar esto. No fue sino hasta 2008 cuando hice la observación de cómo Calderón iba a casarse con la guerra contra la droga al ver que no la podía ganar. Yo creo que estaba pensando en las lecciones de la Operación Cóndor de los años setenta, de las políticas de Richard Nixon y de Ronald Reagan, y en tener esa visión.

No comparto tanto la teoría de una gran conspiración, de que hasta Fox tenía planeados los dos sexenios, porque no creo que la gente piense en 10 años. Más bien, como que paso a paso movieron las cosas; no creo que Calderón pensara que en su sexenio iba a haber casi 60 mil muertos en la lucha contra el narco.

Llegó 2008 y me empecé a meter mucho en Sinaloa, con más experiencia comencé a encontrar contactos allí. En aquel tiempo me di cuenta de que algo histórico estaba pasando, que era trascendente: recuerdo que de repente, llegando a un pueblo cercano a Culiacán donde había refugiados, vi salir a un grupo armado de 50 personas que habían asesinado primero a ocho personas y luego a cinco.

Cuando empecé a hacer la propuesta del libro fue cuando vi a los grupos que habían convertido a sus líderes como en caudillos, en señores de la guerra, con muchas armas. Esto fue por 2009 y 2010, cuando hubo las masacres.

Así se mete uno en el tema, paso a paso, con los eventos, al seguir esta cobertura. Al pasar 11 años en México (no había tenido esa intención) pues ya hice una vida aquí realizando esta cobertura. Como para los medios internacionales es un tema muy complejo y difícil de cubrir por varias razones (para entender, para tener acceso y para encontrar las historias por el miedo, por el peligro), pues otros medios me hablaron y sigo con eso. Esa es mi historia.

 

AR: Desde el subtítulo y a lo largo del libro utilizas ciertos conceptos: “insurgencia”, “rebelión”, “guerra civil” y “sublevación”; incluso llegas a escribir que Osiel Cárdenas fue el “primer narco insurgente”. ¿En qué sentido lo señalas? Lo digo también porque estableces que los grupos de narcotraficante no buscan instalarse en el poder, o que incluso no cuentan con un proyecto ideológico. Incluso citas el libro Rebeldes primitivos, de Eric Hobsbawm.

IG: La pregunta central del libro es: ¿qué es el narco? Es como un fantasma que siempre está presente pero no lo ves, o lo ves en formas raras. Lo ves cuando detienen a narcos, a un grupo con armas, pero no te lo encuentras. El gran jugador en la política de México es el narco, pero ¿quién es?

Encontramos rápido que hay mucha confusión en el lenguaje para escribir esto. Es lo mismo que ocurre con políticos como Felipe Calderón, quien usa términos como “terroristas”, luego habla que es un problema con algunos municipios; los norteamericanos están igualmente confundidos. La izquierda simplemente no sabe cómo manejar el asunto y la derecha tampoco. En los mismos reportajes nos cuesta entender esa experiencia y cómo es posible que haya grupos armados atacando 15 bases de policía al mismo tiempo; eso no es una pandilla.

Dentro de eso veo diferentes formas de análisis y conceptos, e intento buscar el lenguaje adecuado; entonces encuentro el concepto de “insurgencia criminal”, que empezó en el mundo después de la Guerra Fría. El insurgente es el comunista, en otros casos el nacionalista, en algunos más el musulmán. Pues estamos viendo en varios países del mundo grupos armados que buscan beneficios económicos, comerciales y criminales al controlar petróleo y recursos mediante la extorsión y la protección.

En estos términos, son capaces de pelear usando la misma táctica guerrillera contra la autoridad. Si vemos en México, la capacidad de armamento y enfrentamiento que ha dado el narco contra el gobierno es impresionante. Hablamos de guerrillas en varios países, pero tener a esos miles de hombres armados para atacar, secuestrar policías, políticos, jueces... Si hablas con la Marina cuando están en Tamaulipas, en Nuevo León, dicen que “estamos peleando contra unos enemigos que usan tácticas guerrilleras contra nosotros”. Usan esos términos porque ¿cómo se entiende a un grupo de 50 hombres con Kalashnikov, con lanzagranadas, que pueden bloquear calles?

Entonces, yo creo que este concepto de “insurgencia” es para decir que es un nivel mucho más arriba de la mafia (tal como la entendemos, que es una cuestión más como de Al Capone, quien en una masacre mató a siete personas, y aquí en México ves que matan a 72 personas, para hacer un comparativo).

Entiendo que México es muy sensible el término de “insurgente”, que eran los fundadores de la patria. Entonces ¿cómo se puede poner a un narcotraficante con ese término? No es decir que tiene una propuesta sino es decir que estamos enfrentando otro problema a otro nivel. ¿Cómo explicamos 49 cadáveres decapitados? Estamos olvidando eso, como que ya pasó y no se sabe ni quiénes son.

Por otro lado, yo no uso el término “Estado fallido”, porque pese a la violencia el país sigue contando con 12 billonarios, entre ellos el hombre más rico del mundo, el comercio sigue funcionando, etcétera. Entonces más bien lo veo como capturas de partes del Estado que ponen un “poder sombra” en varios lugares y ámbitos.

No le importa a los grupos del narcotráfico tener escuelas sino controlar las fuerzas de seguridad pública y fuentes económicas. No les importa tanto el Congreso, sino más bien los alcaldes y los gobernadores, y la seguridad pública, porque ésta determina quién controla la fuerza para poder sacar el dinero.

 

AR: Tu libro está muy centrado en los efectos que tuvo el proceso de democratización, que parece haber desatado a los demonios del narcotráfico. Señalas que con la derrota del PRI en 2000 se perdió el sistema básico de poder, y afirmas que bajo el régimen autoritario se logró contener mejor a los grupos criminales. Hay una frase fuerte: “Con el PRI había una delicada danza de la corrupción; con la democracia hay una corrompida danza de la muerte”. ¿Ha sido estrictamente negativa la democratización en relación con el narcotráfico? ¿Hay alguna lección del autoritarismo sobre el control de esos grupos delictivos que hoy pueda ser recuperada?

IG: Es un factor central: cuando un régimen de 71 años que se termina, el sistema de control se rompe y se da el poder fragmentado. Así pasó también en la Unión Soviética. Cuando tienes un partido político que controlaba al gobierno federal y sus fuerzas de seguridad pública y ya no lo hace, y hay otros partidos que controlan municipios y sus policías, tristemente empiezan a pelear entre ellos; ya no es como en el anterior control que el PRI bajaba como el agua, donde la corrupción subía como gas, y funcionaba. Esto empieza a ser fragmentado; si veas las guerras en Juárez, en Culiacán, y las matanzas de policías, muchas veces son peleas para controlar a las policías, por fragmentos del Estado. Yo estuve en Nuevo Laredo cuando hubo un enfrentamiento entre municipales y federales; luego estos y el Ejército tomaron el poder de la policía municipal, y allí ha estado este conflicto entre fuerzas. También está el hecho de que muchos policías o soldados salieron del Estado y se unieron a los Zetas. Éste es el conflicto clave que estamos viendo.

Dentro de esto hay otro cambio, trágicamente, de una guerra. Señalo tres etapas: primera, la guerra contra la droga, como la declaró Nixon, que es una metáfora porque es un esfuerzo contra la droga; luego se convierte en una guerra por la droga, real, con grupos armados, y después ha pasado a ser una guerra sobre el poder financiada por la droga. Un grupo de narcos que compra sus armas, luego quiere tomar un territorio para implantar la extorsión, el secuestro, tomar el petróleo y todos los negocios que haya. Es lo que estamos viviendo ahora.

 

AR: Otro asunto que mencionas en varias partes son algunos acontecimientos y procesos internacionales que han influido en el narcotráfico mexicano. ¿Cómo ha sido esto?

IG: En el libro intento hacer un retrato del narco como un fenómeno; quise romper el esquema de un libro que se enfoca en un capo y verlo más bien como un fenómeno: cómo nace, dónde crece, cómo cambia con las circunstancias. Así describo cómo se vivió el narcotráfico en los años ochenta; después, cuando empieza a tener una influencia enorme, los factores de cómo vive y crece, y cómo se llega al sexenio de Calderón, que es como una tormenta perfecta: trágicamente, al mismo tiempo que México encontraba la democracia, es cuando recibe mucho más dinero el narcotráfico mexicano por el declive en Colombia (la gran ganancia de la cocaína se queda con los mexicanos: compran a los colombianos en dos mil dólares y la venden al mayoreo en 30 mil dólares en Estados Unidos; también se mete la metanfetamina).

 

AR: Hay una anécdota que cuentas: la charla con uno de los jefes del FBI, quien te dijo que había leído varios de tus artículos y añadió: “Cuando me manden más hombres, les diré que así es como no hay que entender el negocio de la droga”. ¿Cómo cambió tu manera de percibir el narcotráfico esa vivencia?

IG: Yo lo veo como todo el tiempo: cómo estás buscando en tu mente el sentido de este misterio; uno pone cosas qué pensar y qué ver, pero estoy buscando eso. También buscar romper con el libro sobre capos. Es como buscar, por ejemplo, un libro sobre la derecha americana, buscarla como fenómeno: cómo se forma, sus raíces, qué significa, otros fenómenos parecidos, sus grupos, etcétera.

Entonces hay que entrevistar a gente, y es diferente cómo se ve al narcotráfico, que es muy diferente a cómo lo tiene observado la DEA, con diagramas y todo eso. Pero es un producto moviéndose, es compra-venta. Pero se intenta agarrar el alma de este asunto, qué significa para la gente que toca, y eso se obtiene al hablar con narcotraficantes, con sicarios, con abogados. Hay periodistas mexicanos que han hecho también lo mismo, son buenos trabajos.

También es una cuestión moral: es difícil no querer glorificar o justificar los hechos de los sicarios; la cuestión es entender, si quieres buscar una realidad para que otros jóvenes no caigan en eso. Agarrar a un joven de 15 años, y que se convierte a los 20 años en alguien que ha matado a mucha gente, es una tragedia real.

 

AR: Hay un asunto que nos preocupa en México: hay un gran incremento de la violencia y de las atrocidades en la guerra entre bandas. Tú llegas a escribir: “La violencia ya no es una forma de control sino un lenguaje básico de comunicación, y una de las estrategias de las bandas es difundir sus crímenes para intimidar”. En este sentido ¿cómo has visto la cobertura de estos crímenes en los medios mexicanos?

IG: En primer lugar, creo que entre los triunfos de la democracia está el periodismo, aunque también está la cuestión de Televisa y los monopolios. Ello, a pesar del ataque sistemático contra periodistas que cubren el narcotráfico; todavía hay periodistas muy valientes que han hecho muy buen trabajo, que han generado una presión contra la autoridad en este conflicto.

Realmente, los primeros que empezaron a contar los muertos y también el problema grave que es el conflicto armado en este país fueron los medios, que empezaron a ir a todas las escenas. Yo no hubiera podido cubrir nada de esto sin los compañeros mexicanos; para ellos, un gran respeto y admiración por su generosidad por compartir su conocimiento y su amistad.

Lo que veo muy difícil para los medios mexicanos es saber cómo cubrir eso. Hablas con los directores y hay decisiones difíciles: cómo no caer en el juego, pero al mismo tiempo tienes que informar; hay mensajes que no puedes poner en primer plano aunque se sienta más segura la gente; cómo usar imágenes de muertos y también cómo proteges a tus propios trabajadores, a los periodistas, su libertad y su propia vida. Es algo muy difícil.

En lo general, creo que ha sido un buen trabajo de los medios cubrir un conflicto muy difícil, que realmente hayan hecho cobertura pese a los muchos periodistas que han fallecido. Entonces, es muy difícil, pero ha sido un buen trabajo.

Una razón por la cual quise escribir un libro es que en el espacio de una nota o un reportaje de televisión no puedes hacer el gran texto. Es tan complicado el asunto que ni el lenguaje es suficiente para hacer reportajes y nada más haces como fragmentos, y tienes que hablar de cosas muy ambiguas, hechos conocidos o especulaciones, muchas cosas muy complicadas por las cuales es muy difícil explicar esta historia tan trágica.

 

AR: Tú has andado en las calles cubriendo el asunto: en Ciudad Juárez, en Culiacán, en ciudades de Tamaulipas que son lugares peligrosos. ¿En algún momento te has sentido en riesgo?

IG: Sí, claro. A veces prefiero no publicar tanto porque de repente... Es un ambiente difícil, violento y pesado para todos, en el que nadie es invencible. Cubrir eso es algo muy difícil.

 

AR: Hacia el futuro hay algo muy interesante, que es la conexión con Estados Unidos. Dices que, casi milagrosamente, los conflictos de acá no han pasado del otro lado. ¿Avizoras que el conflicto mexicano se extienda al norte?

IG: Aprovechando eso: en Estados Unidos siempre hay notas hablando de esto, y en el libro trato sus fallas y su involucramiento en esto desde el principio y hasta ahora, y están metidos hasta el cuello. Eso lo digo finalmente, y estudio las versiones de cómo ellos apoyaron grupos que traficaban cocaína y también financiaban a los contras con armamento y tácticas de espionaje en Nicaragua en los años ochenta. Entonces ellos son completamente responsables, y también culpables, como el gobierno mexicano.

El conflicto no cruza la línea porque a final de cuentas allá está el mercado, y ellos no quieren llamar la atención; si allá matan a un policía, aplastan a la organización responsable. Ellos son mucho más cautelosos. Por ello se da esta situación trágica de que Juárez se convirtió en uno de los lugares más violentos del mundo, y El Paso es de los más seguros de Estados Unidos.

Hay muchas razones por las que los narcotraficantes mexicanos no quieren disparar la violencia de aquel lado, aunque tienen conexiones con las pandillas como Barrio Azteca, que existe en los dos lados de la frontera, o grupos como los Zetas, que tienen razones para no cruzar.

Lo que creo es incluso más preocupante a nivel mundial, es algo más sutil: en varios países existe las mismas circunstancias: movimiento de armas, de dinero, de drogas, gobiernos fragmentados y grupos armados que usan las mismas tácticas y causan los mismos problemas, incluso a niveles del Primer Mundo. Por eso también es importante aprender cómo combatir esto en otros lugares.

 

AR: En el capítulo que dedicas a las soluciones citas casos de gobiernos locales: los de Sicilia y Medellín. ¿El combate al narcotráfico pasa mucho por los gobiernos locales? ¿Las experiencias que mencionas son aplicables al caso mexicano?

IG: Sí. Hay tres ámbitos generales: buscar tener una policía que funcione, cómo controlar las calles y que no haya tanta impunidad. La cuestión es un proyecto grande, generacional para construir eso en México. En la cuestión de reforma en la política de las drogas (me preocupa esta parte) hay que ver por qué estamos alimentando a los cárteles con 30 mil millones de dólares cada año.

Entonces hay que ver a nivel mundial la reforma de la política sobre las drogas; Ernesto Zedillo, Vicente Fox, César Gaviria, Fernando Henrique Cardoso y muchos otros están de acuerdo con que hay que hacer algo sobre eso.

En el trabajo social yo sí creo mucho, y es el importante. Vas a un barrio en Ciudad Juárez tras todo este conflicto, y no hay nada: no hay ni siquiera calle pavimentada y sí una ausencia del Estado. En este ambiente, con jóvenes adolescentes la única institución que viene a ofrecer algo son los cárteles de la droga. Hay que transformar los barrios.

Estaba hablando con un compañero en Monterrey, y me suena inocente hablar de esto: si en la base de la colonia Independencia pones un centro de trabajo social, no vas a quitar a los Zetas de allí, pero sí creo que se pueden cambiar vidas. Pienso que se puede, como en Medellín, poner el Conservatorio en el barrio más feo porque puede transformar, y es una acción correcta y que falta mucho en América Latina, en gobiernos de izquierda o derecha. Tienen que buscar mecanismos para rescatar a los barrios de la gente más necesitada.

Entonces creo que en México sí puede haber proyectos como los que hay en Ecuador, Colombia y otros lugares para rescatar esos lugares y sobre todo a los jóvenes.

 

AR: Para concluir: también abordas formas culturales del narcotráfico que van desde el corrido hasta la religión. ¿Qué opinas de esa cultura?

IG: Muy interesante. Creo que, por un lado, sí muestra las raíces, la fuerza que tiene el fenómeno en las comunidades, y que influye tanto en su cultura y hasta en su religión con ese nivel de profundidad. Hay que ver también que a veces cómo las expresiones de cultura son ambiguas; incluso la Santa Muerte es algo que es seguido por mucha gente que no se dedica al narcotráfico, lo que habla mucho también sobre cuestiones más grandes en las que la Iglesia católica no está llenando suficientemente la vida de mucha gente.

De los corridos también hay que entender que es la tradición de contar qué está pasando en el norte de México, porque los hay desde la Independencia y la Revolución, y que cuentan acontecimientos que son malos. Ves a los Tigres del Norte, que tienen corridos como “Jefe de jefes” o “La granja”, expresiones muy interesantes. También hay cosas de la Santa Muerte que asustan.

Pero, en lo general, creo que tener como eje principal reprimir la cultura no lo veo tan útil. Claro que hay cosas como las canciones que son feas, que glorifican la muerte y a los grupos armados. Pero es algo complejo e interesante.

*Entrevista publicada en Replicante, junio de 2013.

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