El narco, entre la fantasmagoría y la
insurgencia
Entrevista con Ioan Grillo*
Por Ariel Ruiz Mondragón
Las
transformaciones y continuidades, las esperanzas y las duras réplicas de la
realidad que ha vivido México en las décadas recientes han sido motivo de
interés para la prensa mundial. Entre los temas más atractivos que ha ofrecido
nuestro país se encuentran la transición democrática y el auge del
narcotráfico, procesos que han marchado unidos.
Entre los
periodistas que acudieron a México atraídos por su transformación política, y
que después se vieron inmersos en el incremento de la violencia derivada de las
acciones del crimen organizado y de la respuesta que le dio el gobierno federal
durante el sexenio pasado, destaca el periodista británico Ioan Grillo, quien
ha dedicado un extenso volumen titulado El narco. En el corazón de la
insurgencia criminal mexicana (México, Tendencias Editores, 2012) a relatar
el desarrollo histórico del tráfico ilegal de drogas en nuestro país, sobre lo
cual Replicante sostuvo una
conversación con él.
Grillo es
periodista, escritor y productor de televisión. Vive en la Ciudad de México
desde 2001, y ha sido corresponsal para medios como Time Magazine, CNN,
Reuters, Associated Press, Sunday Telegraph, The Houston Chronicle, CBC
y The San Francisco Chronicle, entre otros; en México ha colaborado en
revistas como Gatopardo y Letras Libres. El narco... es su
primer libro, el que fue escogido por Foreign Policy en Español como uno
de los libros del año en 2012.
Ariel Ruiz
(AR): ¿Por qué escribir y publicar un libro como el suyo? ¿Por qué un
periodista inglés decidió venir a México a hace un “estudio de campo” sobre “la
sublevación criminal” (como usted le llama)? ¿Por qué dedicarse a, como lo dice
en una parte del volumen, “este triste y sucio oficio de informar sobre la
muerte?
Ioan
Grillo (IG): Yo vine
a México en 2000, un día antes de que Vicente Fox tomara el poder. Cuando
llegué el narcotráfico no era el tema central (como lo ha sido en el gobierno
de Felipe Calderón), sino el cambio a la democracia.
Antes yo ya
había viajado algo: conozco el Medio Oriente, estuve en España, Alemania y
otros países; siempre me ha gustado mucho viajar. Entonces me atrajo América
Latina por su cultura; también tuve referencias de las guerras civiles en
Centroamérica en los años ochenta, con películas como Salvador, de
Oliver Stone, con James Woods, que retrata esos conflictos.
Traía un poco
ese asunto, y estaba viendo a dónde podía ir en América Latina; entonces
pensaba que Colombia era demasiado peligrosa, pero llegué a México y fue muy
bonito: a punto de empezar la democracia, el cambio y, en algún momento, la
esperanza. Había optimismo.
Luego empecé
a trabajar en el periódico The News, con Novedades Editores, y después
empecé a moverme con los medios internacionales. Los temas eran Fox, los
zapatistas, los derechos humanos, la guerra sucia, cosas así.
Pero me llamó
la atención también el narco, el tráfico de drogas, y lo cubrí desde el
principio. Yo vengo de un país de consumo de droga; crecí en una ciudad en la
que había mucha utilización de esas sustuncias: conocí a cuatro personas que
murieron de sobredosis de heroína, y a otras personas que, pese a usar drogas,
volvieron a sus vidas normales.
Por eso me
llamó la atención: vengo de Europa, donde hay tanto consumo de drogas como la
cocaína (que viene de América Latina), de heroína (que viene de otros países
como Afganistán), de mariguana, y empecé a pensar más en el tráfico, en los
narcotraficantes y en la cuestión global.
En aquel
tiempo, como menciono en el libro, hablé mucho con Jesús Blancornelas; tuve el
privilegio de que siempre contestó mis llamadas y me tuvo paciencia.
Empecé a
trabajar con el Houston Chronicle, y no sabía en qué se iba a convertir
esto. Bueno, comencé a trabajar sobre narcotraficantes cuando empezó en Nuevo
Laredo la guerra entre los Zetas y los cárteles del Golfo y de Sinaloa (cuando
todavía estaban juntos El Chapo Guzmán y Arturo Beltrán Leyva). En 2004
empecé a ir para allá, y de repente, de Houston, de San Antonio y de Dallas
comenzaron con que querían las mejores notas al respecto, y empezamos a pelear
entre el Houston Chronicle, el Dallas Morning News y el San
Antonio Express. Eso fue muy importante en aquel tiempo, porque fue un
laboratorio que se iba a ampliar en México: empezamos a ver grupos armados, no
solamente a los pandilleros de los Arellano Félix de los años noventa en
Tijuana, sino chicanos con tatuajes, y de San Diego llegaron los pandilleros
americanos. Y empezó a haber grupos armados entrenados peleando; luego mandaron
a las Maras Salvatruchas y todo eso (en el libro cuento que mi antecedente es
en 2004, cuando hubo cinco muertos con tatuajes de la M13 con una nota:
“Beltrán Leyva y Chapo Guzmán, mándenos más pendejos como estos para que
los matemos”).
Empezamos a
ver en 2005 cómo mataban al jefe de Policía después de trabajar seis o siete
horas. Después pasó la cuestión electoral de 2006 y Calderón empezó esta guerra
contra las drogas. Al principio no supimos que iba a llegar esto. No fue sino hasta
2008 cuando hice la observación de cómo Calderón iba a casarse con la guerra
contra la droga al ver que no la podía ganar. Yo creo que estaba pensando en
las lecciones de la Operación Cóndor de los años setenta, de las políticas de
Richard Nixon y de Ronald Reagan, y en tener esa visión.
No comparto
tanto la teoría de una gran conspiración, de que hasta Fox tenía planeados los
dos sexenios, porque no creo que la gente piense en 10 años. Más bien, como que
paso a paso movieron las cosas; no creo que Calderón pensara que en su sexenio
iba a haber casi 60 mil muertos en la lucha contra el narco.
Llegó 2008 y
me empecé a meter mucho en Sinaloa, con más experiencia comencé a encontrar
contactos allí. En aquel tiempo me di cuenta de que algo histórico estaba
pasando, que era trascendente: recuerdo que de repente, llegando a un pueblo
cercano a Culiacán donde había refugiados, vi salir a un grupo armado de 50
personas que habían asesinado primero a ocho personas y luego a cinco.
Cuando empecé
a hacer la propuesta del libro fue cuando vi a los grupos que habían convertido
a sus líderes como en caudillos, en señores de la guerra, con muchas armas.
Esto fue por 2009 y 2010, cuando hubo las masacres.
Así se mete
uno en el tema, paso a paso, con los eventos, al seguir esta cobertura. Al
pasar 11 años en México (no había tenido esa intención) pues ya hice una vida
aquí realizando esta cobertura. Como para los medios internacionales es un tema
muy complejo y difícil de cubrir por varias razones (para entender, para tener
acceso y para encontrar las historias por el miedo, por el peligro), pues otros
medios me hablaron y sigo con eso. Esa es mi historia.
AR: Desde
el subtítulo y a lo largo del libro utilizas ciertos conceptos: “insurgencia”,
“rebelión”, “guerra civil” y “sublevación”; incluso llegas a escribir que Osiel
Cárdenas fue el “primer narco insurgente”. ¿En qué sentido lo señalas? Lo digo
también porque estableces que los grupos de narcotraficante no buscan
instalarse en el poder, o que incluso no cuentan con un proyecto ideológico.
Incluso citas el libro Rebeldes primitivos, de Eric Hobsbawm.
IG: La pregunta central del libro es:
¿qué es el narco? Es como un fantasma que siempre está presente pero no lo ves,
o lo ves en formas raras. Lo ves cuando detienen a narcos, a un grupo con
armas, pero no te lo encuentras. El gran jugador en la política de México es el
narco, pero ¿quién es?
Encontramos
rápido que hay mucha confusión en el lenguaje para escribir esto. Es lo mismo
que ocurre con políticos como Felipe Calderón, quien usa términos como
“terroristas”, luego habla que es un problema con algunos municipios; los
norteamericanos están igualmente confundidos. La izquierda simplemente no sabe
cómo manejar el asunto y la derecha tampoco. En los mismos reportajes nos
cuesta entender esa experiencia y cómo es posible que haya grupos armados
atacando 15 bases de policía al mismo tiempo; eso no es una pandilla.
Dentro de eso
veo diferentes formas de análisis y conceptos, e intento buscar el lenguaje
adecuado; entonces encuentro el concepto de “insurgencia criminal”, que empezó
en el mundo después de la Guerra Fría. El insurgente es el comunista, en otros
casos el nacionalista, en algunos más el musulmán. Pues estamos viendo en
varios países del mundo grupos armados que buscan beneficios económicos,
comerciales y criminales al controlar petróleo y recursos mediante la extorsión
y la protección.
En estos
términos, son capaces de pelear usando la misma táctica guerrillera contra la
autoridad. Si vemos en México, la capacidad de armamento y enfrentamiento que
ha dado el narco contra el gobierno es impresionante. Hablamos de guerrillas en
varios países, pero tener a esos miles de hombres armados para atacar,
secuestrar policías, políticos, jueces... Si hablas con la Marina cuando están
en Tamaulipas, en Nuevo León, dicen que “estamos peleando contra unos enemigos
que usan tácticas guerrilleras contra nosotros”. Usan esos términos porque
¿cómo se entiende a un grupo de 50 hombres con Kalashnikov, con lanzagranadas,
que pueden bloquear calles?
Entonces, yo
creo que este concepto de “insurgencia” es para decir que es un nivel mucho más
arriba de la mafia (tal como la entendemos, que es una cuestión más como de Al
Capone, quien en una masacre mató a siete personas, y aquí en México ves que
matan a 72 personas, para hacer un comparativo).
Entiendo que
México es muy sensible el término de “insurgente”, que eran los fundadores de
la patria. Entonces ¿cómo se puede poner a un narcotraficante con ese término?
No es decir que tiene una propuesta sino es decir que estamos enfrentando otro
problema a otro nivel. ¿Cómo explicamos 49 cadáveres decapitados? Estamos
olvidando eso, como que ya pasó y no se sabe ni quiénes son.
Por otro
lado, yo no uso el término “Estado fallido”, porque pese a la violencia el país
sigue contando con 12 billonarios, entre ellos el hombre más rico del mundo, el
comercio sigue funcionando, etcétera. Entonces más bien lo veo como capturas de
partes del Estado que ponen un “poder sombra” en varios lugares y ámbitos.
No le importa
a los grupos del narcotráfico tener escuelas sino controlar las fuerzas de seguridad
pública y fuentes económicas. No les importa tanto el Congreso, sino más bien
los alcaldes y los gobernadores, y la seguridad pública, porque ésta determina
quién controla la fuerza para poder sacar el dinero.
AR: Tu
libro está muy centrado en los efectos que tuvo el proceso de democratización,
que parece haber desatado a los demonios del narcotráfico. Señalas que con la
derrota del PRI en 2000 se perdió el sistema básico de poder, y afirmas que
bajo el régimen autoritario se logró contener mejor a los grupos criminales.
Hay una frase fuerte: “Con el PRI había una delicada danza de la corrupción;
con la democracia hay una corrompida danza de la muerte”. ¿Ha sido
estrictamente negativa la democratización en relación con el narcotráfico? ¿Hay
alguna lección del autoritarismo sobre el control de esos grupos delictivos que
hoy pueda ser recuperada?
IG: Es un factor central: cuando un
régimen de 71 años que se termina, el sistema de control se rompe y se da el
poder fragmentado. Así pasó también en la Unión Soviética. Cuando tienes un
partido político que controlaba al gobierno federal y sus fuerzas de seguridad
pública y ya no lo hace, y hay otros partidos que controlan municipios y sus
policías, tristemente empiezan a pelear entre ellos; ya no es como en el
anterior control que el PRI bajaba como el agua, donde la corrupción subía como
gas, y funcionaba. Esto empieza a ser fragmentado; si veas las guerras en
Juárez, en Culiacán, y las matanzas de policías, muchas veces son peleas para
controlar a las policías, por fragmentos del Estado. Yo estuve en Nuevo Laredo
cuando hubo un enfrentamiento entre municipales y federales; luego estos y el
Ejército tomaron el poder de la policía municipal, y allí ha estado este
conflicto entre fuerzas. También está el hecho de que muchos policías o
soldados salieron del Estado y se unieron a los Zetas. Éste es el conflicto
clave que estamos viendo.
Dentro de
esto hay otro cambio, trágicamente, de una guerra. Señalo tres etapas: primera,
la guerra contra la droga, como la declaró Nixon, que es una metáfora porque es
un esfuerzo contra la droga; luego se convierte en una guerra por la droga,
real, con grupos armados, y después ha pasado a ser una guerra sobre el poder
financiada por la droga. Un grupo de narcos que compra sus armas, luego quiere
tomar un territorio para implantar la extorsión, el secuestro, tomar el
petróleo y todos los negocios que haya. Es lo que estamos viviendo ahora.
AR: Otro
asunto que mencionas en varias partes son algunos acontecimientos y procesos internacionales
que han influido en el narcotráfico mexicano. ¿Cómo ha sido esto?
IG: En el libro intento hacer un retrato
del narco como un fenómeno; quise romper el esquema de un libro que se enfoca
en un capo y verlo más bien como un fenómeno: cómo nace, dónde crece, cómo
cambia con las circunstancias. Así describo cómo se vivió el narcotráfico en
los años ochenta; después, cuando empieza a tener una influencia enorme, los
factores de cómo vive y crece, y cómo se llega al sexenio de Calderón, que es
como una tormenta perfecta: trágicamente, al mismo tiempo que México encontraba
la democracia, es cuando recibe mucho más dinero el narcotráfico mexicano por
el declive en Colombia (la gran ganancia de la cocaína se queda con los
mexicanos: compran a los colombianos en dos mil dólares y la venden al mayoreo
en 30 mil dólares en Estados Unidos; también se mete la metanfetamina).
AR: Hay
una anécdota que cuentas: la charla con uno de los jefes del FBI, quien te dijo
que había leído varios de tus artículos y añadió: “Cuando me manden más
hombres, les diré que así es como no hay que entender el negocio de la droga”. ¿Cómo
cambió tu manera de percibir el narcotráfico esa vivencia?
IG: Yo lo veo como todo el tiempo: cómo
estás buscando en tu mente el sentido de este misterio; uno pone cosas qué
pensar y qué ver, pero estoy buscando eso. También buscar romper con el libro
sobre capos. Es como buscar, por ejemplo, un libro sobre la derecha americana,
buscarla como fenómeno: cómo se forma, sus raíces, qué significa, otros fenómenos
parecidos, sus grupos, etcétera.
Entonces hay
que entrevistar a gente, y es diferente cómo se ve al narcotráfico, que es muy
diferente a cómo lo tiene observado la DEA, con diagramas y todo eso. Pero es
un producto moviéndose, es compra-venta. Pero se intenta agarrar el alma de
este asunto, qué significa para la gente que toca, y eso se obtiene al hablar
con narcotraficantes, con sicarios, con abogados. Hay periodistas mexicanos que
han hecho también lo mismo, son buenos trabajos.
También es
una cuestión moral: es difícil no querer glorificar o justificar los hechos de
los sicarios; la cuestión es entender, si quieres buscar una realidad para que
otros jóvenes no caigan en eso. Agarrar a un joven de 15 años, y que se
convierte a los 20 años en alguien que ha matado a mucha gente, es una tragedia
real.
AR: Hay un
asunto que nos preocupa en México: hay un gran incremento de la violencia y de
las atrocidades en la guerra entre bandas. Tú llegas a escribir: “La violencia
ya no es una forma de control sino un lenguaje básico de comunicación, y una de
las estrategias de las bandas es difundir sus crímenes para intimidar”. En este
sentido ¿cómo has visto la cobertura de estos crímenes en los medios mexicanos?
IG: En primer lugar, creo que entre los
triunfos de la democracia está el periodismo, aunque también está la cuestión
de Televisa y los monopolios. Ello, a pesar del ataque sistemático contra
periodistas que cubren el narcotráfico; todavía hay periodistas muy valientes
que han hecho muy buen trabajo, que han generado una presión contra la
autoridad en este conflicto.
Realmente,
los primeros que empezaron a contar los muertos y también el problema grave que
es el conflicto armado en este país fueron los medios, que empezaron a ir a
todas las escenas. Yo no hubiera podido cubrir nada de esto sin los compañeros
mexicanos; para ellos, un gran respeto y admiración por su generosidad por
compartir su conocimiento y su amistad.
Lo que veo
muy difícil para los medios mexicanos es saber cómo cubrir eso. Hablas con los
directores y hay decisiones difíciles: cómo no caer en el juego, pero al mismo
tiempo tienes que informar; hay mensajes que no puedes poner en primer plano
aunque se sienta más segura la gente; cómo usar imágenes de muertos y también
cómo proteges a tus propios trabajadores, a los periodistas, su libertad y su
propia vida. Es algo muy difícil.
En lo
general, creo que ha sido un buen trabajo de los medios cubrir un conflicto muy
difícil, que realmente hayan hecho cobertura pese a los muchos periodistas que
han fallecido. Entonces, es muy difícil, pero ha sido un buen trabajo.
Una razón por
la cual quise escribir un libro es que en el espacio de una nota o un reportaje
de televisión no puedes hacer el gran texto. Es tan complicado el asunto que ni
el lenguaje es suficiente para hacer reportajes y nada más haces como
fragmentos, y tienes que hablar de cosas muy ambiguas, hechos conocidos o
especulaciones, muchas cosas muy complicadas por las cuales es muy difícil
explicar esta historia tan trágica.
AR: Tú has
andado en las calles cubriendo el asunto: en Ciudad Juárez, en Culiacán, en
ciudades de Tamaulipas que son lugares peligrosos. ¿En algún momento te has
sentido en riesgo?
IG: Sí, claro. A veces prefiero no
publicar tanto porque de repente... Es un ambiente difícil, violento y pesado
para todos, en el que nadie es invencible. Cubrir eso es algo muy difícil.
AR: Hacia
el futuro hay algo muy interesante, que es la conexión con Estados Unidos.
Dices que, casi milagrosamente, los conflictos de acá no han pasado del otro
lado. ¿Avizoras que el conflicto mexicano se extienda al norte?
IG: Aprovechando eso: en Estados Unidos
siempre hay notas hablando de esto, y en el libro trato sus fallas y su
involucramiento en esto desde el principio y hasta ahora, y están metidos hasta
el cuello. Eso lo digo finalmente, y estudio las versiones de cómo ellos
apoyaron grupos que traficaban cocaína y también financiaban a los contras con
armamento y tácticas de espionaje en Nicaragua en los años ochenta. Entonces
ellos son completamente responsables, y también culpables, como el gobierno
mexicano.
El conflicto
no cruza la línea porque a final de cuentas allá está el mercado, y ellos no
quieren llamar la atención; si allá matan a un policía, aplastan a la
organización responsable. Ellos son mucho más cautelosos. Por ello se da esta
situación trágica de que Juárez se convirtió en uno de los lugares más
violentos del mundo, y El Paso es de los más seguros de Estados Unidos.
Hay muchas razones
por las que los narcotraficantes mexicanos no quieren disparar la violencia de
aquel lado, aunque tienen conexiones con las pandillas como Barrio Azteca, que
existe en los dos lados de la frontera, o grupos como los Zetas, que tienen
razones para no cruzar.
Lo que creo
es incluso más preocupante a nivel mundial, es algo más sutil: en varios países
existe las mismas circunstancias: movimiento de armas, de dinero, de drogas,
gobiernos fragmentados y grupos armados que usan las mismas tácticas y causan los
mismos problemas, incluso a niveles del Primer Mundo. Por eso también es
importante aprender cómo combatir esto en otros lugares.
AR: En el
capítulo que dedicas a las soluciones citas casos de gobiernos locales: los de
Sicilia y Medellín. ¿El combate al narcotráfico pasa mucho por los gobiernos
locales? ¿Las experiencias que mencionas son aplicables al caso mexicano?
IG: Sí. Hay tres ámbitos generales:
buscar tener una policía que funcione, cómo controlar las calles y que no haya
tanta impunidad. La cuestión es un proyecto grande, generacional para construir
eso en México. En la cuestión de reforma en la política de las drogas (me
preocupa esta parte) hay que ver por qué estamos alimentando a los cárteles con
30 mil millones de dólares cada año.
Entonces hay
que ver a nivel mundial la reforma de la política sobre las drogas; Ernesto
Zedillo, Vicente Fox, César Gaviria, Fernando Henrique Cardoso y muchos otros
están de acuerdo con que hay que hacer algo sobre eso.
En el trabajo
social yo sí creo mucho, y es el importante. Vas a un barrio en Ciudad Juárez
tras todo este conflicto, y no hay nada: no hay ni siquiera calle pavimentada y
sí una ausencia del Estado. En este ambiente, con jóvenes adolescentes la única
institución que viene a ofrecer algo son los cárteles de la droga. Hay que
transformar los barrios.
Estaba
hablando con un compañero en Monterrey, y me suena inocente hablar de esto: si
en la base de la colonia Independencia pones un centro de trabajo social, no
vas a quitar a los Zetas de allí, pero sí creo que se pueden cambiar vidas.
Pienso que se puede, como en Medellín, poner el Conservatorio en el barrio más
feo porque puede transformar, y es una acción correcta y que falta mucho en
América Latina, en gobiernos de izquierda o derecha. Tienen que buscar
mecanismos para rescatar a los barrios de la gente más necesitada.
Entonces creo
que en México sí puede haber proyectos como los que hay en Ecuador, Colombia y
otros lugares para rescatar esos lugares y sobre todo a los jóvenes.
AR: Para
concluir: también abordas formas culturales del narcotráfico que van desde el
corrido hasta la religión. ¿Qué opinas de esa cultura?
IG: Muy interesante. Creo que, por un
lado, sí muestra las raíces, la fuerza que tiene el fenómeno en las
comunidades, y que influye tanto en su cultura y hasta en su religión con ese
nivel de profundidad. Hay que ver también que a veces cómo las expresiones de
cultura son ambiguas; incluso la Santa Muerte es algo que es seguido por mucha
gente que no se dedica al narcotráfico, lo que habla mucho también sobre
cuestiones más grandes en las que la Iglesia católica no está llenando
suficientemente la vida de mucha gente.
De los
corridos también hay que entender que es la tradición de contar qué está
pasando en el norte de México, porque los hay desde la Independencia y la
Revolución, y que cuentan acontecimientos que son malos. Ves a los Tigres del
Norte, que tienen corridos como “Jefe de jefes” o “La granja”, expresiones muy
interesantes. También hay cosas de la Santa Muerte que asustan.
Pero, en lo
general, creo que tener como eje principal reprimir la cultura no lo veo tan
útil. Claro que hay cosas como las canciones que son feas, que glorifican la
muerte y a los grupos armados. Pero es algo complejo e interesante.
*Entrevista publicada en Replicante, junio de 2013.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario