viernes, julio 17, 2015

México: la frontera entre el miedo y la esperanza. Entrevista con Alfredo Corchado





México: la frontera entre el miedo y la esperanza
Entrevista con Alfredo Corchado*
Ariel Ruiz Mondragón
Por múltiples razones muchos mexicanos han tenido que abandonar su país e ir a buscar un mejor horizonte de vida en Estados Unidos, el que les ha negado su propio país. Así ocurrió con la familia del periodista Alfredo Corchado, originario de San Luis de Cordero, Durango, cuyo padre trabajaba en los años sesenta en California en los campos de algodón y de tomate.
Tras una tragedia familiar, su madre decidió que su familia tomara el camino rumbo al norte: “Tengo que darles a ti y tus hermanos una oportunidad real de triunfar en la vida. Tengo que darles una vida de oportunidades que yo nunca tuve”, recuerda Corchado en su libro Medianoche en México. El descenso de un periodista a las tinieblas de su país (México, Debate, 2013).
El periodista se educó en Estados Unidos y posteriormente regresó a nuestro país para hacer la cobertura de diversos hechos para la prensa norteamericana, especialmente a partir de 1994. Sobre ellos escribió: “Yo estaba decidido a no enfocarme en el narco ni el crimen sino de escribir de otros temas de la vida real: inmigración, educación, economía, entretenimiento. Trataría de acercar a mis dos países. Pero sin darnos cuenta, todos nos habíamos vuelto reporteros de la nota roja, como le dicen en México”.
En su libro —en el que amalgama su historia familiar con el relato de la trama política del crimen organizado en México— el autor recrea el periodo en el que vivió bajo la amenaza permanente de grupos delictivos debido a su trabajo periodístico, en especial por una nota de 2007 en la que denunciaba un pacto de paz entre las autoridades mexicanas y cárteles del narcotráfico. El libro concluye cuando dio la noticia de la aprehensión de Miguel Ángel Treviño Morales, El Z-40, quien sería el principal responsable de los amagos en su contra.
Replicante platicó sobre el libro con Corchado, quien egresó de la Universidad de Texas en El Paso en 1987. Posteriormente ha trabajado para el Dallas Morning News, El Paso Herald-Post y The Wall Street Journal. Ha recibido varios premios por su labor, entre los que destacan el Maria Moors Cabot de la Universidad de Columbia, y el Elijah Parrish Lovejoy por la Universidad de Colby.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir un libro como el suyo? ¿Por qué estas historias bajo la advertencia de su padre y los reclamos de sus hermanos? ¿Por qué no reportear mejor turismo, como varias personas se lo sugirieron?
Alfredo Corchado (AC): Tengo 20 años en México como corresponsal. Nací en México, soy nativo de Durango, y para mí los últimos 20 años han sido como tener un asiento en la primera fila de, quizá, los tiempos más turbulentos y transformadores de México.
La pregunta es: ¿podía hacer una historia de dos países como un mexicoamericano (aunque me siento muy mexicano)?, ¿podía ayudar a los norteamericanos a entender lo que está pasando en México y hacia dónde va?
Era una manera de sanar, quizá como terapia. Siempre estás entre la esperanza y el miedo; para mí es como ser un migrante más que se fue a otro país. Es el poema de lo trágico y bello de mi México, de nuestro México, de lo bueno y lo malo.
Entonces todo fue un proceso para entenderme a mí pero también para comprender a mi país.

AR: El libro nos presenta un juego muy interesante: cómo relaciona su historia familiar con la historia de México, la de este país que vive “entre la esperanza y el miedo”. ¿Qué problemas y qué posibilidades le abrió este juego para narrar su historia?
AC: Cuando me pidieron el libro, una cosa que les dije fue: “No quiero escribir otro libro sobre el narco”. Se me hacía que el narco no da la altura de lo que es México, y qué mejor que escribir sobre mi familia, la que de alguna manera representa al mexicano que se fue pero que nunca se ha ido porque sigue añorando, sigue con la nostalgia, continúa queriendo y adorando a su país.
Y también creo en la esperanza de que podemos ser mejores como mexicanos, de que no es necesariamente cosa de la cultura o solamente de nuestra historia, sino de que somos una gente todavía en pie de lucha. A pesar de lo que ha pasado, creo que hemos vivido los peores momentos de México, pero también que a través de lo malo, de lo negro, también hemos visto lo mejor de México, y eso, de manera muy personal, lo veo en mi familia, en mis padres. Mi papá, que se fue de bracero, con 25 centavos en la bolsa, con el tiempo pudo tener su propia casa, su propio negocio; mi mamá sacrificó todo lo que adoraba de su país por darnos una vida mejor. Para mí eso es parte del espíritu mexicano.
El narco, el crimen organizado, es el telón de fondo; pero para mí esto siempre ha sido como una historia de familia, una historia de amor, de cómo nos reinventamos como migrantes en la frontera, ni aquí ni allá. Estamos así: constantemente reinventando quiénes somos.

AR: Eso es muy interesante: usted nació en Durango pero se fue muy joven a Estados Unidos. En su labor profesional ¿cómo diría que se expresan esas dos identidades? En el libro dice que es corresponsal extranjero en México, pero también le dicen que se ve muy mexicano. ¿Qué ocurre con esto cuando dice que en nuestro país hay un antinorteamericanismo tan acendrado?
AC: Yo creo que de niño siempre estaba a la búsqueda de la identidad. Obviamente, después de tantos años en Estados Unidos el reto es mantener el lenguaje; cualquier persona en esas condiciones va a perder un poco del lenguaje. Pero yo siempre estaba obsesionado por tratar de recuperar algo que me quitaron. El libro es, de alguna manera, tratar de buscar la identidad de quiénes somos.
Cuando te das cuenta, a través de la escritura de este libro, de que ahora somos 35 millones de mexicanos en Estados Unidos, y que quizá ya no tenemos que buscar lo que es nuestro, nuestra casa, nuestro hogar, sino que hay un México aquí y un México allá. Es algo que he visto en los mexicanos allá: ya son no tan nacionalistas como cuando llegué, ni yo tan idealista o quizá con tanta nostalgia. Como que ya es uno mucho más real aquí y allá, y somos un México, tanto aquí como allá, que está tratando de encontrar nuestro poder político en ambos lados de la frontera.

AR: Expone una inquietud, que es que finalmente buena parte del futuro se comparte entre los dos países…
AC: Es buen punto porque quizá lo que más me ha marcado a mí es el hecho de haberme quedado en la frontera, haberme criado en El Paso, Texas, y ver cómo uno vive en una ciudad que es una de las más seguras no sólo en Estados Unidos sino en el mundo, y estás al lado de Ciudad Juárez, que es la ciudad más violenta de México y de Latinoamérica —y hay gente que dice que del mundo, aunque no lo creo—. Pero esa es la paradoja de que estás entre dos mundos, pero también es como un espejo y una reflexión de quiénes somos y quiénes podemos ser.
Hay una muchacha que entrevisté en Ciudad Juárez que me decía: “Podemos ser mejores; allá está el ejemplo”. No significa necesariamente que el mexicano quiera ser como el gringo, pero también podemos ser un país mucho más tranquilo, donde el Estado de derecho sirva, que pueda jugar un papel muy importante para el futuro de México.
No todo es culpa del gringo; claro, hay una demanda impresionante de droga, y hay armas que mandan de allá para acá que no se deben enviar, no es justo. Pero a través de los años cubriendo este país he conocido bastantes mexicanos, y la situación es mucho más compleja que culpar siempre al norteño; también nosotros tenemos que construir nuestro propio país. Creo que vivir en la frontera te hace reflexionar sobre eso.

AR: El libro comienza y termina con una amenaza de muerte de El Z-40 contra usted. ¿Cómo ha determinado esta situación su trabajo? Hay una parte en donde dice: “Otra vez me había acercado demasiado a la noticia”. Relata otros peligros que ha pasado, como un abuso policiaco, un intento de secuestro y diversas amenazas. ¿Cómo se trabaja así?
AC: Creo que por el hecho de que el crimen organizado nunca ha sido mi pasión —porque a mí me han importado otros temas, como la relación bilateral, la migración, la música y el arte de México, me encantaba cubrir Cuba— no entendía yo lo profundo del problema del narco, y quizás fue por ser tan ingenuo que no marqué mis límites como reportero, de lo que debo y no debo hacer. Por ejemplo, el cubrir Ciudad Juárez y poder identificar que había un grupo que se llamaba La Línea; en ese tiempo hubo gente que me dijo “esa es invención tuya, no hay tal cosa”, y años después se dieron cuenta de que sí la había.
Pero por no entender lo noticioso del momento y cubrirlo me podía dar cuenta después de que quizá mi mamá tenía razón de que había un motivo de por qué había sacrificado todo para, en mi caso, darme un futuro mejor.
Entonces gran parte del libro es este debate entre mamá e hijo, y ver que mi madre vivió una etapa muy diferente, cuando sí pude experimentar los privilegios de México. Pero luego tuvo que sacarnos, y luego regresé y me di cuenta de que estaba poniendo mi vida en riesgo, de que vivía entre el miedo y la esperanza, lo que a final de cuentas me llevó a decir “quizá mi mamá tiene razón”.

AR: Señala que uno de los tres momentos definitivos que vivió acá fue la llegada al poder de Vicente Fox en el año 2000. ¿Cuáles son los resultados y las consecuencias de este proceso democratizador en los temas que aborda, especialmente el narcotráfico y la seguridad? Hay varias opiniones que recoge y que son muy críticas.
AC: Lo han dicho muchos reporteros y analistas mexicanos, pero yo creo que el vacío de poder que dejó la llegada de la democracia a México, ya que el poder por mucho tiempo estuvo centralizado ya sea a través del PRI o del DF, de Los Pinos, etcétera. Era un poder muy centralizado, y fue después del 2000 que entre mientras más débil se volvía el PRI más veías subir lo malo. Pienso que esto empezó en la época del presidente Ernesto Zedillo, cuando empieza a haber el miedo que empezó aquí, en la Ciudad de México, y luego se extendió a otras partes del país.
Pero fue muy evidente después de que entró Fox; me acuerdo que estaba en Nuevo Laredo creo que en 2004 o 2005, y había pleitos entre narcos, con metralletas, con pistolas muy poderosas, y muchos se preguntaban: “¿Y dónde está el gobierno para controlar?”. Veías cómo llegaba el control del narco a municipios, a cuerpos policiacos, a tus colegas periodistas; o sea, ya no era de plata o plomo, era “yo soy el que controla toda esta región y ya”. Ya no había opción, y eso fue en gran parte resultado de la democracia; aunque hay cosas buenas, creo que eso fue lo más negro que vimos.

AR: Me gustaría que ejemplificara con Ciudad Juárez porque, como relata en el libro, en los años ochenta vio una “revolución popular en Juárez”, la elección de gobernador de Chihuahua en la que participó Francisco Barrio en 1986. Sin embargo, 20 años después más bien relata los horrores que allí ha habido, desde las mujeres asesinadas hasta el multihomicidio de Villas de Salvárcar. ¿Qué pasó con aquella esperanza en esa ciudad y ese estado, al que llega a llamar “el laboratorio de la democracia”?
AC: Creo que Juárez refleja mucho el país. Creo que es casi imposible como reportero estar cerca de gente con tanta esperanza, con tanto entusiasmo, con tantos sueños y no poder reflejar eso en lo que uno siente. Pienso que en aquellos momentos había tanto idealismo en Ciudad Juárez acerca de lo que un cambio representa, que a final de cuentas yo creo que también, como ha ocurrido en México, los demonios andaban sueltos.
Pero te digo: Ciudad Juárez quizá sea el peor ejemplo de México, pero también para mí ha sido lo mejor del país porque ves cómo la gente se ha levantado y sigue en pie de lucha. Lo de Villas de Salvárcar creo que a todos nos marcó: fue un punto muy clave en la ciudad y en el país. Muchas personas que perdieron a sus hijos en ese hecho tuvieron la opción de buscar asilo político en El Paso, en Estados Unidos, e incluso hubo gente que lo intentó y pasó la frontera pero que después de reflexionar dijo: “¿Sabes qué? Mejor nos quedamos en México, y con la sangre de nuestros hijos vamos a formar comunidad”.
Hoy Juárez no es perfecto, le falta muchísimo pero ha mejorado bastante. En gran parte hay un debate si es por un pacto que hicieron los narcos o si la sociedad civil de veras ha cambiado; yo creo que ha sido por ambas cosas. Lo veo en la ciudad: veo gente muy comprometida a pesar de los horrores, de las decepciones, del miedo. Sigue allí, en pie de lucha.

AR: Hay otra parte del libro, cuando viene la amenaza que refiere: la medianoche en México, donde justifica el título del libro, cuando sentía que el país le había traicionado. ¿Por qué sentía esto?
AC: Por lo que hablábamos: quizás la influencia norteamericana, la mentalidad gringa que me llevó a la idea de que si México llegaba a una democracia va a ser un país mucho mejor. Quizá a largo plazo lo sea, pero en ese momento me sentí traicionado no solamente por México sino por mí mismo por pensar así, por llegar a esa mentalidad. Y lo digo: hay momentos en que maldigo mi idealismo norteamericano, mi mentalidad gringa, y me hace reflexionar de que no todo pasa de esta manera. Son historias y situaciones muy diferentes.

AR: Quiero volver al aspecto profesional: cuenta varios asuntos, entre ellos, al final, la captura del Z-40 que le reveló su contacto en Estados Unidos y que tuvo que verificar con otras fuentes. ¿Cómo se verifica la información en este contexto de mentiras, filtraciones y manipulaciones? Por allí le dice Ángela: “¿Cómo vas a seguir una historia, cómo esperas llegar a la verdad si no puedes confiar en nadie?”.
AC: Preguntar como reportero y seguir preguntando, tener confianza y tener fe en lo que sientes, en lo que sabes, así como tener fuentes en ambos lados de la frontera. Para mí ha sido clave tener fuentes en Washington, en el Distrito Federal, en la frontera, pero también en ambos gobiernos y seguir checando la información.
Llega un momento —y siempre sucede cuando uno cubre este tema— en que desconfías de ti mismo, de quien te da información, pero al final de cuentas tienes que creer en tus instintos periodísticos y seguir preguntando porque siempre va a haber dudas.
No creo que haya una verdad definitiva, pero siempre estás buscando esa luz que te lleve hacia las respuestas que uno también tiene como reportero.
Te lo voy a decir: Ángela tiene toda la razón.

AR: Y tiene otra clase de contactos, como La Paisana
AC: Fíjate que eso es clave, porque creo que el hecho de haberme criado en El Paso, en la frontera con Ciudad Juárez, me ayudó mucho como reportero porque hubo fuentes que conocía yo desde hacía años y que a final de cuentas me ayudaron después cuando lo necesité. Pero también entendí el mundo de tinieblas, de fantasmas que es, y fue por eso que les prometí a mis padres que nunca iba a cubrir el narco, porque era algo que nunca llegas a entender totalmente y siempre en el que la motivación es el dinero.
Pero gracias a gente como La Paisana o informantes como ella pude entender que pude quizá medir mis pasos mucho más cuidadosamente de lo que antes pensaba.

AR: Otra parte interesante del libro es el reclamo que hizo al investigador de Estados Unidos en el sentido de que lo usó, y su respuestas fue que usted también lo usó a él. ¿Cómo utilizan los diversos bandos (policías, bandas, etcétera) a la prensa? Hace un rato mencionaba que hay periodistas metidos en el narcotráfico.
AC: Al final de cuentas es una guerra de información: quien tiene la mejor información puede tener la ventaja contra su rival, y la prensa puede desempeñar en ello un papel muy importante. Hay reporteros mexicanos con una valentía increíble; yo creo que lo poco que he aprendido ha sido de mis colegas que de veras no tienen protección en México. Hay gente que se la juega; yo, en cambio, tengo la opción de subirme al avión e irme fuera del país. Pero aprendes de tus colegas, y también aprendes de lo malo que hay entre ellos. Imagínate vivir en una oficina donde no puedes confiar completamente en todos tus colegas porque algunos de ellos están vendidos o están promoviendo a un cártel contra otro. Es una realidad que a mí me costó mucho trabajo entender: que había y hay cárteles que utilizan a reporteros como voceros. Eso da escalofrío.

AR: En el libro expone cómo se mandan mensajes a través de la prensa. Después de la transición democrática, ¿cuáles son los márgenes de la libertad de prensa en México? Ramón, de El Mañana, dice que “con el PRI estábamos censurados pero teníamos suficiente libertad para creernos que estábamos practicando periodismo de verdad”. ¿Se ha avanzado en ello con la transición política?
AC: Es muy interesante Nuevo Laredo y todo Tamaulipas, porque en las últimas elecciones a mí me impresionó mucho el hecho de que ciudades como Nuevo Laredo, quizá Ciudad Alemán y otras en la frontera cambiaron de partido, del PRI al PAN. Hablé después con Ramón después, y le dije: “¿Qué representa esto para Tamaulipas, para la creencia en la democracia?”. Y me decía (cuando hablamos de esto fue hace un año, más o menos): “Mira, la gente ya está harta de la censura; estamos hartos de vivir bajo el control, y quizá es tiempo de cambiar de partido, a ver si esto cambia la situación”. Nosotros ya pasamos ese proceso en 1986, en los noventa con el cambio en la Ciudad de México y en 2000 con la llegada de Fox, pero hay gente que aún cree que quizá un cambio de partido puede cambiar la situación.
Para mí eso es impresionante, y nuevamente dice muchísimo del mexicano el tratar de crear competencia política entre partidos. Eso también refleja mucho a la sociedad civil. El hecho de que no tengan miedo de votar a otro partido yo creo que dice muchísimo del mexicano que se la está jugando.
Lo último que tengo de El Mañana es que estaban tratando de, poco a poco, dejar la censura, de reintegrarse a la sociedad, como dicen ellos, y poder reportar en los noticieros de Nuevo Laredo. También eso nos da un poco de esperanza como periodistas.

AR: En las historias que relata hay aspectos muy oscuros; pero ¿dónde encuentra la esperanza de México? ¿Por ejemplo, en los padres a los que les mataron a sus hijos en Ciudad Juárez y se quedaron a construir comunidad?
AC: Creo que hay muchos lugares como Ciudad Juárez: en Coahuila, en Nuevo Laredo, en la Ciudad de México. Yo creo que lo importante es ver cómo en muchas comunidades están dejando el paternalismo, el de “el partido todo resuelve” y están exigiendo cuentas.
También en mis colegas periodistas, el hecho de que cuestionan, preguntan; ya no es como cuando llegué a México hace 20 años, de que lo que decía la versión oficial era la verdad. Ahora hay periodistas que siguen cuestionando a la autoridad; los medios sociales, Twitter, veo Milenio, Reforma o El Universal, y traen un video de un oficial haciendo algo malo, y mientras más expones eso, mejor.

AR: Es lo que hizo usted, como relata en el libro…
AC: Exacto, y no funciona en todos los casos: con mi amigo Samuel tenía mucho miedo; pero digo, ves esto y te sigue dando esperanza.

AR: ¿Cómo observan los medios de Estados Unidos el problema del narcotráfico en México?
AC: Yo creo que durante mucho tiempo entre los norteamericanos había poco interés, mucha apatía. Pero con el paso de los años, por ejemplo, yo creo que en el norte de Texas las personas están mucho más informadas del peligro que el narcotráfico es no sólo para México sino también para ellas. Pero creo que tenemos que hacer algo que no hemos hecho bien como corresponsales en Estados Unidos: no hemos explicado bien las estructuras de cómo funciona el narco en ese país. Nos hemos dedicado quizá demasiado a México, y obviamente una ciudad como Dallas tiene más drogadictos, muchas más armas, mucha más demanda para la droga, pero no hay las consecuencias que hemos visto en México; por ejemplo, no hemos visto cabezas en las autopistas. Pero eso nos deja un espacio mucho más grande para tratar de explicar cómo es que funciona el narco allá, quiénes son los líderes, cómo se conecta un cártel de Sinaloa con el de Chicago. Poco a poco estamos sacando más información, pero creo que nos falta mucho más para educar a la población norteamericana.

*Entrevista publicada en Replicante, 3 de enero de 2015.

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