México: la frontera entre el miedo
y la esperanza
Entrevista con Alfredo Corchado*
Ariel
Ruiz Mondragón
Por
múltiples razones muchos mexicanos han tenido que abandonar su país e ir a
buscar un mejor horizonte de vida en Estados Unidos, el que les ha negado su
propio país. Así ocurrió con la familia del periodista Alfredo Corchado,
originario de San Luis de Cordero, Durango, cuyo padre trabajaba en los años
sesenta en California en los campos de algodón y de tomate.
Tras
una tragedia familiar, su madre decidió que su familia tomara el camino rumbo
al norte: “Tengo que darles a ti y tus hermanos una oportunidad real de
triunfar en la vida. Tengo que darles una vida de oportunidades que yo nunca
tuve”, recuerda Corchado en su libro Medianoche
en México. El descenso de un periodista a las tinieblas de su país (México,
Debate, 2013).
El
periodista se educó en Estados Unidos y posteriormente regresó a nuestro país
para hacer la cobertura de diversos hechos para la prensa norteamericana, especialmente
a partir de 1994. Sobre ellos escribió: “Yo estaba decidido a no enfocarme en
el narco ni el crimen sino de escribir de otros temas de la vida real:
inmigración, educación, economía, entretenimiento. Trataría de acercar a mis
dos países. Pero sin darnos cuenta, todos nos habíamos vuelto reporteros de la
nota roja, como le dicen en México”.
En
su libro —en el que amalgama su historia familiar con el relato de la trama
política del crimen organizado en México— el autor recrea el periodo en el que
vivió bajo la amenaza permanente de grupos delictivos debido a su trabajo
periodístico, en especial por una nota de 2007 en la que denunciaba un pacto de
paz entre las autoridades mexicanas y cárteles del narcotráfico. El libro
concluye cuando dio la noticia de la aprehensión de Miguel Ángel Treviño
Morales, El Z-40, quien sería el
principal responsable de los amagos en su contra.
Replicante
platicó sobre el libro con Corchado, quien egresó de la Universidad de Texas en
El Paso en 1987. Posteriormente ha trabajado para el Dallas Morning News, El Paso
Herald-Post y The Wall Street Journal.
Ha recibido varios premios por su labor, entre los que destacan el Maria Moors
Cabot de la Universidad de Columbia, y el Elijah Parrish Lovejoy por la
Universidad de Colby.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir
un libro como el suyo? ¿Por qué estas historias bajo la advertencia de su padre
y los reclamos de sus hermanos? ¿Por qué no reportear mejor turismo, como
varias personas se lo sugirieron?
Alfredo Corchado (AC):
Tengo 20 años en México como corresponsal. Nací en México, soy nativo de
Durango, y para mí los últimos 20 años han sido como tener un asiento en la
primera fila de, quizá, los tiempos más turbulentos y transformadores de México.
La
pregunta es: ¿podía hacer una historia de dos países como un mexicoamericano
(aunque me siento muy mexicano)?, ¿podía ayudar a los norteamericanos a
entender lo que está pasando en México y hacia dónde va?
Era
una manera de sanar, quizá como terapia. Siempre estás entre la esperanza y el
miedo; para mí es como ser un migrante más que se fue a otro país. Es el poema
de lo trágico y bello de mi México, de nuestro México, de lo bueno y lo malo.
Entonces
todo fue un proceso para entenderme a mí pero también para comprender a mi
país.
AR: El libro nos presenta un juego
muy interesante: cómo relaciona su historia familiar con la historia de México,
la de este país que vive “entre la esperanza y el miedo”. ¿Qué problemas y qué
posibilidades le abrió este juego para narrar su historia?
AC:
Cuando me pidieron el libro, una cosa que les dije fue: “No quiero escribir
otro libro sobre el narco”. Se me hacía que el narco no da la altura de lo que
es México, y qué mejor que escribir sobre mi familia, la que de alguna manera
representa al mexicano que se fue pero que nunca se ha ido porque sigue
añorando, sigue con la nostalgia, continúa queriendo y adorando a su país.
Y
también creo en la esperanza de que podemos ser mejores como mexicanos, de que
no es necesariamente cosa de la cultura o solamente de nuestra historia, sino
de que somos una gente todavía en pie de lucha. A pesar de lo que ha pasado,
creo que hemos vivido los peores momentos de México, pero también que a través
de lo malo, de lo negro, también hemos visto lo mejor de México, y eso, de
manera muy personal, lo veo en mi familia, en mis padres. Mi papá, que se fue
de bracero, con 25 centavos en la bolsa, con el tiempo pudo tener su propia
casa, su propio negocio; mi mamá sacrificó todo lo que adoraba de su país por
darnos una vida mejor. Para mí eso es parte del espíritu mexicano.
El
narco, el crimen organizado, es el telón de fondo; pero para mí esto siempre ha
sido como una historia de familia, una historia de amor, de cómo nos
reinventamos como migrantes en la frontera, ni aquí ni allá. Estamos así: constantemente
reinventando quiénes somos.
AR: Eso es muy interesante: usted
nació en Durango pero se fue muy joven a Estados Unidos. En su labor
profesional ¿cómo diría que se expresan esas dos identidades? En el libro dice
que es corresponsal extranjero en México, pero también le dicen que se ve muy
mexicano. ¿Qué ocurre con esto cuando dice que en nuestro país hay un
antinorteamericanismo tan acendrado?
AC:
Yo creo que de niño siempre estaba a la búsqueda de la identidad. Obviamente,
después de tantos años en Estados Unidos el reto es mantener el lenguaje;
cualquier persona en esas condiciones va a perder un poco del lenguaje. Pero yo
siempre estaba obsesionado por tratar de recuperar algo que me quitaron. El
libro es, de alguna manera, tratar de buscar la identidad de quiénes somos.
Cuando
te das cuenta, a través de la escritura de este libro, de que ahora somos 35
millones de mexicanos en Estados Unidos, y que quizá ya no tenemos que buscar
lo que es nuestro, nuestra casa, nuestro hogar, sino que hay un México aquí y
un México allá. Es algo que he visto en los mexicanos allá: ya son no tan
nacionalistas como cuando llegué, ni yo tan idealista o quizá con tanta
nostalgia. Como que ya es uno mucho más real aquí y allá, y somos un México,
tanto aquí como allá, que está tratando de encontrar nuestro poder político en
ambos lados de la frontera.
AR: Expone una inquietud, que es
que finalmente buena parte del futuro se comparte entre los dos países…
AC:
Es buen punto porque quizá lo que más me ha marcado a mí es el hecho de haberme
quedado en la frontera, haberme criado en El Paso, Texas, y ver cómo uno vive
en una ciudad que es una de las más seguras no sólo en Estados Unidos sino en
el mundo, y estás al lado de Ciudad Juárez, que es la ciudad más violenta de
México y de Latinoamérica —y hay gente que dice que del mundo, aunque no lo
creo—. Pero esa es la paradoja de que estás entre dos mundos, pero también es
como un espejo y una reflexión de quiénes somos y quiénes podemos ser.
Hay
una muchacha que entrevisté en Ciudad Juárez que me decía: “Podemos ser
mejores; allá está el ejemplo”. No significa necesariamente que el mexicano
quiera ser como el gringo, pero también podemos ser un país mucho más tranquilo,
donde el Estado de derecho sirva, que pueda jugar un papel muy importante para el
futuro de México.
No
todo es culpa del gringo; claro, hay una demanda impresionante de droga, y hay
armas que mandan de allá para acá que no se deben enviar, no es justo. Pero a
través de los años cubriendo este país he conocido bastantes mexicanos, y la
situación es mucho más compleja que culpar siempre al norteño; también nosotros
tenemos que construir nuestro propio país. Creo que vivir en la frontera te
hace reflexionar sobre eso.
AR: El libro comienza y termina con
una amenaza de muerte de El Z-40
contra usted. ¿Cómo ha determinado esta situación su trabajo? Hay una parte en
donde dice: “Otra vez me había acercado demasiado a la noticia”. Relata otros
peligros que ha pasado, como un abuso policiaco, un intento de secuestro y diversas
amenazas. ¿Cómo se trabaja así?
AC:
Creo que por el hecho de que el crimen organizado nunca ha sido mi pasión —porque
a mí me han importado otros temas, como la relación bilateral, la migración, la
música y el arte de México, me encantaba cubrir Cuba— no entendía yo lo
profundo del problema del narco, y quizás fue por ser tan ingenuo que no marqué
mis límites como reportero, de lo que debo y no debo hacer. Por ejemplo, el
cubrir Ciudad Juárez y poder identificar que había un grupo que se llamaba La
Línea; en ese tiempo hubo gente que me dijo “esa es invención tuya, no hay tal
cosa”, y años después se dieron cuenta de que sí la había.
Pero
por no entender lo noticioso del momento y cubrirlo me podía dar cuenta después
de que quizá mi mamá tenía razón de que había un motivo de por qué había
sacrificado todo para, en mi caso, darme un futuro mejor.
Entonces
gran parte del libro es este debate entre mamá e hijo, y ver que mi madre vivió
una etapa muy diferente, cuando sí pude experimentar los privilegios de México.
Pero luego tuvo que sacarnos, y luego regresé y me di cuenta de que estaba
poniendo mi vida en riesgo, de que vivía entre el miedo y la esperanza, lo que a
final de cuentas me llevó a decir “quizá mi mamá tiene razón”.
AR: Señala que uno de los tres
momentos definitivos que vivió acá fue la llegada al poder de Vicente Fox en el
año 2000. ¿Cuáles son los resultados y las consecuencias de este proceso
democratizador en los temas que aborda, especialmente el narcotráfico y la
seguridad? Hay varias opiniones que recoge y que son muy críticas.
AC:
Lo han dicho muchos reporteros y analistas mexicanos, pero yo creo que el vacío
de poder que dejó la llegada de la democracia a México, ya que el poder por
mucho tiempo estuvo centralizado ya sea a través del PRI o del DF, de Los
Pinos, etcétera. Era un poder muy centralizado, y fue después del 2000 que
entre mientras más débil se volvía el PRI más veías subir lo malo. Pienso que
esto empezó en la época del presidente Ernesto Zedillo, cuando empieza a haber
el miedo que empezó aquí, en la Ciudad de México, y luego se extendió a otras
partes del país.
Pero
fue muy evidente después de que entró Fox; me acuerdo que estaba en Nuevo
Laredo creo que en 2004 o 2005, y había pleitos entre narcos, con metralletas,
con pistolas muy poderosas, y muchos se preguntaban: “¿Y dónde está el gobierno
para controlar?”. Veías cómo llegaba el control del narco a municipios, a
cuerpos policiacos, a tus colegas periodistas; o sea, ya no era de plata o
plomo, era “yo soy el que controla toda esta región y ya”. Ya no había opción,
y eso fue en gran parte resultado de la democracia; aunque hay cosas buenas, creo
que eso fue lo más negro que vimos.
AR: Me gustaría que ejemplificara
con Ciudad Juárez porque, como relata en el libro, en los años ochenta vio una
“revolución popular en Juárez”, la elección de gobernador de Chihuahua en la
que participó Francisco Barrio en 1986. Sin embargo, 20 años después más bien
relata los horrores que allí ha habido, desde las mujeres asesinadas hasta el
multihomicidio de Villas de Salvárcar. ¿Qué pasó con aquella esperanza en esa
ciudad y ese estado, al que llega a llamar “el laboratorio de la democracia”?
AC:
Creo que Juárez refleja mucho el país. Creo que es casi imposible como
reportero estar cerca de gente con tanta esperanza, con tanto entusiasmo, con
tantos sueños y no poder reflejar eso en lo que uno siente. Pienso que en aquellos
momentos había tanto idealismo en Ciudad Juárez acerca de lo que un cambio
representa, que a final de cuentas yo creo que también, como ha ocurrido en
México, los demonios andaban sueltos.
Pero
te digo: Ciudad Juárez quizá sea el peor ejemplo de México, pero también para
mí ha sido lo mejor del país porque ves cómo la gente se ha levantado y sigue
en pie de lucha. Lo de Villas de Salvárcar creo que a todos nos marcó: fue un
punto muy clave en la ciudad y en el país. Muchas personas que perdieron a sus
hijos en ese hecho tuvieron la opción de buscar asilo político en El Paso, en
Estados Unidos, e incluso hubo gente que lo intentó y pasó la frontera pero que
después de reflexionar dijo: “¿Sabes qué? Mejor nos quedamos en México, y con
la sangre de nuestros hijos vamos a formar comunidad”.
Hoy
Juárez no es perfecto, le falta muchísimo pero ha mejorado bastante. En gran
parte hay un debate si es por un pacto que hicieron los narcos o si la sociedad
civil de veras ha cambiado; yo creo que ha sido por ambas cosas. Lo veo en la
ciudad: veo gente muy comprometida a pesar de los horrores, de las decepciones,
del miedo. Sigue allí, en pie de lucha.
AR: Hay otra parte del libro,
cuando viene la amenaza que refiere: la medianoche en México, donde justifica
el título del libro, cuando sentía que el país le había traicionado. ¿Por qué
sentía esto?
AC:
Por lo que hablábamos: quizás la influencia norteamericana, la mentalidad
gringa que me llevó a la idea de que si México llegaba a una democracia va a
ser un país mucho mejor. Quizá a largo plazo lo sea, pero en ese momento me
sentí traicionado no solamente por México sino por mí mismo por pensar así, por
llegar a esa mentalidad. Y lo digo: hay momentos en que maldigo mi idealismo
norteamericano, mi mentalidad gringa, y me hace reflexionar de que no todo pasa
de esta manera. Son historias y situaciones muy diferentes.
AR: Quiero volver al aspecto
profesional: cuenta varios asuntos, entre ellos, al final, la captura del Z-40 que le reveló su contacto en
Estados Unidos y que tuvo que verificar con otras fuentes. ¿Cómo se verifica la
información en este contexto de mentiras, filtraciones y manipulaciones? Por allí
le dice Ángela: “¿Cómo vas a seguir una historia, cómo esperas llegar a la
verdad si no puedes confiar en nadie?”.
AC:
Preguntar como reportero y seguir preguntando, tener confianza y tener fe en lo
que sientes, en lo que sabes, así como tener fuentes en ambos lados de la
frontera. Para mí ha sido clave tener fuentes en Washington, en el Distrito
Federal, en la frontera, pero también en ambos gobiernos y seguir checando la
información.
Llega
un momento —y siempre sucede cuando uno cubre este tema— en que desconfías de
ti mismo, de quien te da información, pero al final de cuentas tienes que creer
en tus instintos periodísticos y seguir preguntando porque siempre va a haber
dudas.
No
creo que haya una verdad definitiva, pero siempre estás buscando esa luz que te
lleve hacia las respuestas que uno también tiene como reportero.
Te
lo voy a decir: Ángela tiene toda la razón.
AR: Y tiene otra clase de
contactos, como La Paisana…
AC:
Fíjate que eso es clave, porque creo que el hecho de haberme criado en El Paso,
en la frontera con Ciudad Juárez, me ayudó mucho como reportero porque hubo
fuentes que conocía yo desde hacía años y que a final de cuentas me ayudaron
después cuando lo necesité. Pero también entendí el mundo de tinieblas, de
fantasmas que es, y fue por eso que les prometí a mis padres que nunca iba a
cubrir el narco, porque era algo que nunca llegas a entender totalmente y
siempre en el que la motivación es el dinero.
Pero
gracias a gente como La Paisana o
informantes como ella pude entender que pude quizá medir mis pasos mucho más
cuidadosamente de lo que antes pensaba.
AR: Otra parte interesante del
libro es el reclamo que hizo al investigador de Estados Unidos en el sentido de
que lo usó, y su respuestas fue que usted también lo usó a él. ¿Cómo utilizan
los diversos bandos (policías, bandas, etcétera) a la prensa? Hace un rato
mencionaba que hay periodistas metidos en el narcotráfico.
AC:
Al final de cuentas es una guerra de información: quien tiene la mejor
información puede tener la ventaja contra su rival, y la prensa puede
desempeñar en ello un papel muy importante. Hay reporteros mexicanos con una
valentía increíble; yo creo que lo poco que he aprendido ha sido de mis colegas
que de veras no tienen protección en México. Hay gente que se la juega; yo, en
cambio, tengo la opción de subirme al avión e irme fuera del país. Pero
aprendes de tus colegas, y también aprendes de lo malo que hay entre ellos.
Imagínate vivir en una oficina donde no puedes confiar completamente en todos
tus colegas porque algunos de ellos están vendidos o están promoviendo a un
cártel contra otro. Es una realidad que a mí me costó mucho trabajo entender:
que había y hay cárteles que utilizan a reporteros como voceros. Eso da
escalofrío.
AR: En el libro expone cómo se
mandan mensajes a través de la prensa. Después de la transición democrática,
¿cuáles son los márgenes de la libertad de prensa en México? Ramón, de El Mañana, dice que “con el PRI
estábamos censurados pero teníamos suficiente libertad para creernos que
estábamos practicando periodismo de verdad”. ¿Se ha avanzado en ello con la
transición política?
AC:
Es muy interesante Nuevo Laredo y todo Tamaulipas, porque en las últimas elecciones
a mí me impresionó mucho el hecho de que ciudades como Nuevo Laredo, quizá
Ciudad Alemán y otras en la frontera cambiaron de partido, del PRI al PAN. Hablé
después con Ramón después, y le dije: “¿Qué representa esto para Tamaulipas,
para la creencia en la democracia?”. Y me decía (cuando hablamos de esto fue
hace un año, más o menos): “Mira, la gente ya está harta de la censura; estamos
hartos de vivir bajo el control, y quizá es tiempo de cambiar de partido, a ver
si esto cambia la situación”. Nosotros ya pasamos ese proceso en 1986, en los
noventa con el cambio en la Ciudad de México y en 2000 con la llegada de Fox,
pero hay gente que aún cree que quizá un cambio de partido puede cambiar la
situación.
Para
mí eso es impresionante, y nuevamente dice muchísimo del mexicano el tratar de
crear competencia política entre partidos. Eso también refleja mucho a la
sociedad civil. El hecho de que no tengan miedo de votar a otro partido yo creo
que dice muchísimo del mexicano que se la está jugando.
Lo
último que tengo de El Mañana es que
estaban tratando de, poco a poco, dejar la censura, de reintegrarse a la
sociedad, como dicen ellos, y poder reportar en los noticieros de Nuevo Laredo.
También eso nos da un poco de esperanza como periodistas.
AR: En las historias que relata hay
aspectos muy oscuros; pero ¿dónde encuentra la esperanza de México? ¿Por
ejemplo, en los padres a los que les mataron a sus hijos en Ciudad Juárez y se
quedaron a construir comunidad?
AC:
Creo que hay muchos lugares como Ciudad Juárez: en Coahuila, en Nuevo Laredo,
en la Ciudad de México. Yo creo que lo importante es ver cómo en muchas
comunidades están dejando el paternalismo, el de “el partido todo resuelve” y
están exigiendo cuentas.
También
en mis colegas periodistas, el hecho de que cuestionan, preguntan; ya no es
como cuando llegué a México hace 20 años, de que lo que decía la versión
oficial era la verdad. Ahora hay periodistas que siguen cuestionando a la
autoridad; los medios sociales, Twitter, veo Milenio, Reforma o El Universal, y traen un video de un
oficial haciendo algo malo, y mientras más expones eso, mejor.
AR: Es lo que hizo usted, como
relata en el libro…
AC:
Exacto, y no funciona en todos los casos: con mi amigo Samuel tenía mucho miedo;
pero digo, ves esto y te sigue dando esperanza.
AR: ¿Cómo observan los medios de
Estados Unidos el problema del narcotráfico en México?
AC:
Yo creo que durante mucho tiempo entre los norteamericanos había poco interés,
mucha apatía. Pero con el paso de los años, por ejemplo, yo creo que en el
norte de Texas las personas están mucho más informadas del peligro que el
narcotráfico es no sólo para México sino también para ellas. Pero creo que
tenemos que hacer algo que no hemos hecho bien como corresponsales en Estados
Unidos: no hemos explicado bien las estructuras de cómo funciona el narco en
ese país. Nos hemos dedicado quizá demasiado a México, y obviamente una ciudad
como Dallas tiene más drogadictos, muchas más armas, mucha más demanda para la
droga, pero no hay las consecuencias que hemos visto en México; por ejemplo, no
hemos visto cabezas en las autopistas. Pero eso nos deja un espacio mucho más
grande para tratar de explicar cómo es que funciona el narco allá, quiénes son
los líderes, cómo se conecta un cártel de Sinaloa con el de Chicago. Poco a
poco estamos sacando más información, pero creo que nos falta mucho más para
educar a la población norteamericana.
*Entrevista publicada en Replicante, 3 de enero de 2015.
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