Sexo con humor
Entrevista con Antonio Garci*
Por
Ariel Ruiz Mondragón
Una
de las obsesiones humanas, pese a ser una actividad que no ha dejado de ser
censurada y estigmatizada, es el sexo. Se trata de un tema que ha sido abordado
de muy diversas formas, estudiado desde distintas disciplinas y expresado por
las artes.
Ahora,
aprovechando el impulso que al tema le han dado un libro y una película de
moda, Antonio Garci lanza su cuarto a espadas en su libro Las 50 sobras de Garci. El sexo nunca había sido tan divertido
(México, Diana, 2015), una suerte de novela en la que se da paso a diversas
anécdotas de la historia de la sexualidad. La conclusión: no hay sexo sin
humor.
Sobre
tan espinoso y placentero asunto Etcétera
conversó con Garci, quien estudió Comunicación Gráfica e Historia del Arte en
la UNAM. Ha sido guionista y autor de una decena de libros, además de que ha
colaborado en medios como El Financiero,
La Revista de El Universal, Cambio, Maxim y Teleguía. En 1995 ganó el Premio Nacional de Periodismo en la
categoría de Caricatura, además de que ha ganado otros como el International
Salon of Press Drawings de Porto Alegre, Brasil (1996), el de Caricatura
Domingo Pérez Piña, de Campeche, y el de Periodismo de la Asamblea de
Representantes del Distrito Federal (1999).
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir
hoy un libro sobre el sexo, un tema tan divulgado como controvertido?
Antonio Garci (AG):
Justamente por lo mismo: porque está de moda. El asunto de hacer una parodia es
que para que sea exitosa tienes que hacerla con algo que sea una gran
referencia, que pueda ser conocida por todos. En este caso, Las 50 sobras de Garci son una parodiota
de Las 50 sombras de Grey, que es, en
parte, en lo que está inspirado mi libro.
La
otra fuente de inspiración es una nota que le dio la vuelta al mundo: la
historia de un líder del PRI en el Distrito Federal que había montado una red
de prostitución con dinero público, y que en lugar de ser proxeneta era prixineta.
Esas
dos fuentes son las que me inspiraron, aunque la obra finalmente termina siendo
otra cosa.
La
estructura está hecha así: como en Las
mil y una noches, hay una chica que es una de las edecanes del partido (que
es una cosa que se parece mucho al PRI pero que no es el PRI sino como un PRI
de similares). Llega al Ministerio Público (MP) porque tienen que hacer una
denuncia todas las muchachas después de que se descubre todo, pero ella está
exactamente en contra de todo lo que dicen las demás. Ella, como Scherezada,
empieza a contarle al MP algunas de las hazañas que tuvo que hacer con el señor
G, que es el que la contrataba, que la instruyó y la formó. Se llama Rosa Mesa
Alegre.
Cada
una de esas hazañas da pie a otra parte del libro que es diferente: una pequeña
monografía contada con humor sobre casos muy raros, locochones, extraños, freaks del sexo. Entonces, quien se
engancha en la historia de folletín y en la parodia mala leche de Las 50 sombras de Grey allí tiene para
entretenerse bien. Quien quiera los datos duros o una cosa más científica como
por el morbo de “ay, no es posible que esto sí haya pasado”, tiene las fichas
para entretenerse. Además, a quien le aburra cualquiera de las dos cosas, el
libro está lleno de caricaturas, y puede ver un montón de monos de sexo, lo que
siempre es muy divertido.
AR: En esta suerte de novela
vinculas dos temas aparentemente muy distintos: Las 50 sombras de Grey y el affaire
de Cuauhtémoc Gutiérrez. ¿Cómo hiciste esta amalgama tan rara?
AG:
Estoy muy contento con la mezcla porque tiene como un swing diferente: por un lado, la posibilidad de hacer una historia
paralela le da al lector mucho más suspenso, y, además, quienes quieran el
relajo de la novela van a irse allí. Creo que están bien complementados porque
de repente paso de la ensoñación de la novela y de los chistes de situación a
los datos duros sobre temas bastante raros sobre el sexo —y mira que me
faltaron un montón porque de esos no te la acabas.
Entonces
era padre: intercalar esos temas en los capítulos novelados, porque estos me
daban pie para entrar sabroso al tema. Me pareció que es un poco la lectura que
puedes tener con los hipertextos de internet, que de repente tienes una palabra
a la que le puedes picar y que te amplía mucho la información. Eso es, más o
menos, lo que ocurre en el libro.
A
mí me gustó mucho experimentar con este formato, y si tengo oportunidad yo creo
que lo voy a volver a usar porque está muy chido.
AR: Ya que eres un estudioso del
sexo, ¿por qué crees que siga tan estigmatizado si, como dices allí, tiene una
historia de 390 millones de años, desde los placodermos?
AG:
¿Cómo es posible que no haya pasado de moda? En el libro comento un poco lo que
es la historia jurídica de la sexualidad, que es quizá el tema más importante
de toda la obra, porque además todo ocurre en un MP. El sexo, como cualquier
otra actividad que hacemos, está regulado por leyes, y hay las que lo
promueven, lo limitan o de plano lo prohíben, dependiendo de la época.
Justamente el libro hace referencia a la historia de la sexualidad de la
humanidad desde muchas culturas: aborígenes de Australia, cómo le ponían en el
México prehispánico, la tradición cristiana mediterránea —que es de la que
abreva nuestra cultura— y un montón de otros pueblos. Lo que es un hecho es que
nunca pasará de moda.
Por
otro lado, nuestra especie es la más sexual de todas las que existen. Nosotros
básicamente podemos tener relaciones sexuales con quien sea y cuando sea, y eso
es algo que no tiene ningún otro animal, que tiene que esperarse a una época y
ciertas condiciones para que se dé un apareamiento; si no, nada. Para nosotros
no hay tal.
AR: Le dedicas un capítulo a los ritos de iniciación sexual. ¿Cuál te
llamó más la atención?
AG:
Algunos que practicaban en el norte de México. Los frailes evangelizadores decían
que los naturales de las Californias eran los más sencillos salvajes, simples y
silvestres de estas tierras. Tenían un juego que era una especie de “las trais”
pero con final feliz. Cuando veían que los chamacos estaban en la edad de la
punzada organizaban un juego de correr uno tras otro, y el hombre que lograra
pellizcarle un pezón a una mujer la podía considerar su esposa y podía gozar de
ella el resto de la noche.
Hay
otras complejísimas, como en Nepal, en Katmandú, donde está la diosa Kumari. Es
la tradición de los dioses vivientes, y hay personas que encarnan a la
divinidad, y los reyes mismos descendientes directos de Krishna. Kumari es una
niña de 12 o 13 años que es escogida y encarna a la diosa durante un año
completo. El día en que le toca cambiar de periodo, cuando viene la nueva
Kumari, todas las niñas de su generación son desfloradas en una piedra sagrada
y ya se les considera mujeres.
Este
tipo de transiciones tienen un gran sentido porque ayudan muchísimo a que las
personas asuman que han cambiado y que han muerto el niño y la niña que eran y
que ahora son hombres y mujeres. Es como el cambio de pantalón corto a pantalón
largo, ese tipo de sutilezas que parecen un poco memas pero que sí son
importantes.
Hay
otro padrísimo: entre los aztecas, para comprobar que su mujer era pura y casta,
el macehual la llevaba para que se la cogiera el sacerdote. Este le hacía el
amor y ya después decía: “Efectivamente, era virgen. Ya puedes irte con ella”.
Esto se parece muchísimo a cualquier trámite que hacemos en México, a cualquier
certificación, como la verificación del carro.
AR: Veo que el sexo también es una
cuestión de lenguaje. Haces referencia, por ejemplo, al sadomasoquismo, y
mencionas que algún diccionario lo define como “práctica”, mientras que el
diccionario de la Real Academia Española dice que es una perversión. También
comentas el fallo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) respecto
a la palabra “puto”, el cual fue impugnado por la Academia Mexicana de la
Lengua. ¿Por qué esas divergencias?
AG:
El lenguaje ahora es un gran problema porque desde que las democracias pusieron
la moda de lo políticamente correcto ha sido un gran problema decir palabras
que antes no tenían mucha bronca, porque como que se vuelven como una carga que
te condena.
Ahora
la gran censura la ejercen las buenas conciencias liberales. Entonces pasan
cosas como con la palabra “puto”, que es la única que está prohibida
oficialmente por la SCJN como delito: decir esa palabra es un delito. Si eso no
es una censura, no hay otra cosa que lo pueda ser. Te tienes que amparar para
poder decirla, si quieres escribir en el baño “puto el que lo lea”, y ya no
hablemos de los que dicen “¡eeeeeehhh, puto!” en el estadio porque en México es
delito. Que, como con otras muchas leyes, no pase absolutamente nada, es otra
cosa.
Pero
como bien decían varios escritores y gente que sí utiliza el lenguaje académico:
no pueden prohibir la expresión ni la creación limitando el uso de una palabra,
por más connotaciones negativas que tenga. Eso es peor de aberrante que todo lo
demás.
Varios
escritores mandaron cartas impugnando a los jueces de la SCJN por lo que habían
hecho. El gran problema es que justamente lo hicieron con los de la SCJN, y en
términos legales no hay más allá, no tenemos otro tribunal. Lo único que les
tenemos que agradecer es que con la ley que impusieron queriendo conciliarse
con “las buenas conciencias” no hayan podido operar ningún tipo de censura y
castigo. Pero eso no nos quita que un día se les ocurra que tienes que pasar a
verificaciones y te tienes que lavar con jabón.
También
tengo un capítulo dedicado al sexo y la política, que tienen mucho que ver
porque ambas son artes de la seducción, en las que el lenguaje es el caballo de
batalla que te hace ganar en esas arenas. Y ya lo dice el refrán: “Verbo mata
carita”. Es absoluto, y en eso la política y el sexo son iguales.
Entonces
abundo sobre los temas del lenguaje y política cuando se mezclan, que es eso
justamente.
AR: Hay otra parte del libro que
trata sobre el masoquismo. En ese sentido, ¿hasta dónde puede llegar la
violencia en el sexo? Dices que la vida conyugal desarrolla el síndrome de
Estocolmo.
AG:
Todos los hombres casados lo desarrollamos. Incluso hay un chiste muy mala
leche que dice que todos los que estamos casados tenemos una relación
sadomasoquista, solo que ya sin sexo.
Lo
más subversivo del fenómeno de las parejas sadomasoquistas es que todas las
cosas que se hacen perfectamente califican, si se las llevas a los de Amnistía
Internacional, como tortura. Por la décima parte de lo que hacen cualquiera de
nosotros va al bote. Y ahorita que está la cosa de la igualdad de género y la
equidad, no solo es un crimen sino que es abominable. Sin embargo, entre ellos
así se llevan.
¿Qué
pasa con la figura de violencia intrafamiliar en las parejas sadomasoquistas?
La perspectiva que a mí me llama la atención y que me divierte es qué pasaría
si hubiera marchas como la del orgullo homosexual pero de sadomasoquistas: si
nos los reprimieran los granaderos se encabronarían o terminarían frustradísimos.
Van a decir: “Pégame, pégame, soy tu esclavo”. Entonces a la mejor el Estado termina jugando el rol del amo.
Esas
supuestas transgresiones y disciplinas se hacen no por disciplinarse ni nada,
sino por tener chance de volver a transgredirlas y volver a ser castigados
verdaderamente en el fondo de su corazón. Está muy locochón porque un montón de
parámetros que tenemos de lo que está bien y lo que está mal quedan totalmente
fuera de lugar con los sadomasocos. Es
lo más interesante, lo más subversivo de este grupo.
AR: Hablando de la política, ¿cómo
se practica en ella el sadomasoquismo?
AG:
Yo pensaba que el sistema que vivíamos, tan atroz, de trámites que no se pueden
hacer, estaba hecho para que nos volviéramos corruptos, porque si lo hacías por
la buena era imposible, y si lo hacías por la vía de la corrupción las cosas se
podían. Esta forma de tener que volvernos corruptos para poder sobrevivir era
un plan, según yo cuando era conspiranoico. Pero luego, cuando tuve oportunidad
de conocer países que son infinitamente más corruptos que nosotros (y mira que
nosotros somos algo brutalmente corrupto), me di cuenta de que no era aquella
la intención: se lograba, pero no era el fin. Incluso si piensas que lo hacen
porque nos odian, es poco: ningún rencor merece tanto esfuerzo para chingar a
alguien. Entonces llegué a la conclusión de que no, que nuestros trámites son
así porque nuestros gobernantes son sádicos: en la mente sienten un enorme
placer viéndonos sufrir con las pendejadas que inventan para que las hagamos y
que sea como la piedra de Sísifo nuestra vida burocrática. Esa perspectiva me
hizo pensar que hay una dosis sádica en todo esto.
La
explicación conspiranoica del libro de por qué razón el PRI estaba creando un
grupo de edecanes sexoservidoras es que se trataba de un programa piloto para
tomar el poder y ya nunca irse. Si ahorita mismo a todo el mundo lo tienen en
ese asistencialismo que lo que busca es generar clientelas de votantes leales por
una despensa, por unas viles chanclas o un tortillero, ¿qué lealtad no generará
que te den un masaje con final feliz?
AR: Hay algunas referencias a los
medios de comunicación en tu libro, por ejemplo a Aristerca y al linchamiento
en las redes sociales. ¿Cómo observas que el sexo es tratado en los medios de
comunicación y en redes sociales?
AG:
Comento que antes el linchamiento lo ejercía en cierta medida la autoridad: te
entregaba a la perrada para que hiciera de ti lo que quisiera: que te empalara,
se burlara, te emplumara, te escupiera. Era parte de las penas públicas. A eso
se dedican ahora las redes sociales, eso es un hecho: los que te trolean ahora antes
eran los que te colgaban el sambenito, te echaban toneladas de caca, te
pateaban en la calle o te aventaban verdura podrida.
En
mi libro las peripecias van sucediendo y termina por ser una especie de comedia
romántica, y a los personajes principales les pasan una serie de cosas, entre
ellas las redes sociales, que son, además, los lugares donde la pornografía se
difunde a puños. Yo soy de la generación cuando el agua era gratis y la
pornografía era de paga. Eso ha cambiado totalmente, y nomás por eso celebro
esfuerzos como los de Las 50 sombras de
Grey, que intentan que la gente vuelva a pagar por el porno, aunque sea soft. No importa, porque esa industria
está condenada. Y no dudes que ahora el porno sea gratis porque lo subsidien
los políticos con las de programas estilo Solidaridad, Progresa, etcétera.
AR: ¿Cómo ha transformado la
tecnología la sexualidad? Allí hablas de internet…
AG:
El cibersexo, los teléfonos inteligentes para ponerle…
AR: Propones el bíper…
AG:
Sí, para usarlo como supositorio. Es increíble que a todas las cosas que
inventamos para comunicarnos siempre les encontramos una aplicación para coger.
Cuando salió el teléfono y por primera vez las personas, a través de una
operadora (estoy hablando de 1900) podían comunicarse con otra, tenían que
pasar por un intermediario: una operadora. Había cuatro teléfonos, que
generalmente manejaban hombres que tenían negocios importantes. Tenían que
llamar a una central manejada por una operadora que generalmente era una mujer,
y esta transfería la llamada. Se generó un escándalo porque se descubrió que el
teléfono era usado por los hombres para hablar con una mujer que no conocían,
le empezaban a coquetear y a arrimar el camarón, y a decirle “oye, reina,
tienes muy bonita voz”, y finalmente se conocían y ligaban. Muchas sociedades
de madres de familia se opusieron al teléfono porque podía ser el origen de que
sus maridos conocieran a otras viejas y las dejaran, lo que era básicamente el
primer gran problema. Otro era que los hombres solteros, es decir, sus hijos,
pudieran andar hablando con quién sabe quién, que quién sabe qué cosas traía.
Pero te juro que ni a Graham Bell ni a Marconi se les ocurrió que esa madre
pudiera servir para andarle buscando chichis a las culebras.
Esa
es la gran maravilla del ser humano: en todo le encontramos chichis a las
culebras y después hacemos quesos, yogures con la leche que sacamos de esas
chichis.
Por
supuesto, ahora que estamos hipercomunicados y con tantas aplicaciones y
movidas, doy una pasada por todos los gadgets
que se han hecho con este fin.
Ahora
hay una invención japonesa: el teléfono para relaciones sexuales en tiempo
real.
AR: Hay una parte dedicada a las
religiones y su concepción de la sexualidad, que van desde santa Teresa de
Ávila hasta el ayatola Jomeini. ¿Cuál es su preferida?
AG:
El que me gusta es el del orgasmo a través de la experiencia mística. Hay
algunas pruebas de sensores térmicos que muestran que a las personas místicas,
cuando están sumidas en un gran trance espiritual, se les encienden ciertas
partes del cerebro. Y a las personas que están sumidas en un orgasmo se les
prenden las mismas. Esto como que medio prueba el punto, y es una puerta por
donde colarse. Por allí me metí para hacer varias analogías entre experiencias
místicas que son colindantes con las sexuales. Allí vienen los versos de santa
Teresa de Ávila que, si los lees, dices: “Es que está teniendo un orgasmo”. Y
hay muchas místicas que han experimentado orgasmos, hablando clínicamente,
mientras están rezando.
También
está el caso de las monjas que supuestamente tenían el milagro de sentir en su
lengua el prepucio del Niño Jesús. Esta adoración del Santo Prepucio fue
prohibida hasta principios del siglo XX, porque justamente traía unas
desviaciones sexuales, las que la Iglesia, en lugar de volverlas místicas,
convirtió en motivo de preocupación.
A
la luz de la psicología sí se veía muy raro que anduvieran metidos en esas
cosas. Pero viene la anécdota de cómo Bernini hizo la estatua del éxtasis de
santa Teresa, que es una de la piezas culminantes de la escultura barroca.
Bernini, para lograr captar los momentos de éxtasis espiritual, tal y como los
tenía santa Teresa, fue con mujeres a ver cómo hacen el amor (o él mismo se los
hacía) y cuando tenían el orgasmo trataba
de captar justamente la expresión y el momento. Entonces ese arrobamiento
místico es también sexual, y allí lo pongo.
AR: Otra parte interesante es la
que dedicas a Wilhelm Reich. En ese sentido ¿cómo ha sido utilizado
ideológicamente el sexo?
AG:
Muchos grupos políticos del siglo XX han usado el sexo como bandera. Lo de
Wilhelm Reich es extremo, pero los nazis tenían la onda de que estaban muy
conscientes de que los arios eran muchos menos que el resto de los seres
humanos. Si querían tener una población de arios lo suficientemente grande como
para dominar al mundo, tenían que ponerse a coger como locos. Entonces ponerle
era un deber del partido. Los de las SS desarrollaron una especie de granjas de
arios donde a algunos los ponían como sementales con 8, con 10, con 20 o con
las mujeres que fueran. De las prisioneras que iban agarrando en lugares
conquistados, decían: “Esta como que tiene cara de que sí es de nuestra
rodada”, y las llevaban a aquellas granjas para tener y tener hijos. Esto se
hizo de maneras sistemática e industrial.
También
tenían encuentros de juventudes y juntaban grupos de adolescentes y los
llevaban al bosque a pasear. Tras terminar de pasear, todos los muchachos y
muchachas terminaban haciendo el amor por Hitler. No es que les gustara o que
les anduviera la punzada sino que tenían la obligación de procrear hijos arios.
Les decía su mentor: “Muchachos: ya están aquí, ya saben lo que tienen que
hacer para salvar Alemania”, y órale.
En
el caso de Reich, a él se le ocurrió que la revolución proletaria para
emanciparse del yugo burgués no iba a venir ni por las armas ni por el
adoctrinamiento marxista sino por el sexo. Entonces comenzó a organizar unos
clubes sexuales que se llamaban sexpol,
sexo política del proletariado, que, básicamente, era una dorada de píldora muy
densa para decir “encuérense y vamos a coger”. Él participaba y e inducía a sus
seguidores, así como comuna hippie
pero con el puño izquierdo levantado.
Así
era la cosa, y operó durante bastante tiempo hasta que los soviéticos se
espantaron. En aquella época, si no tenías el aval del Partido Comunista
soviético ya no eras oficial.
Luego
Reich intentó venderle esa onda a Trotsky, y vino a México a decirle: “¿Qué
cree? ¿Quiere usted regresar a Rusia, quiere ser el dirigente del movimiento
comunista mundial? ¡Póngase a coger, yo le digo cómo!”. El pobre Trotsky, que
estaba todo atormentado porque, como le andaba poniendo ya con Frida Kahlo, no
sabía si eso era heterosexualismo o bestialismo, dudaba espantosamente de su
condición sexual. Pero también lo mandó a la goma, y Reich se fue dando
retumbos hasta que finalmente abandonó lo del sexpol pero no lo del sexo.
Emigró
a Estados Unidos e hizo el orgasmatrón, una máquina que podía medir el alma y
otras condiciones humanas a través de los orgasmos. Fue con el aparato por todo
ese país, y entre las personas que convenció para que se metieran a su aparato
estuvo nada menos que Albert Einstein. Le dijo que él podía demostrar la teoría
de la relatividad si se hacía ciertas jalaciones
allá adentro y tenía un orgasmo dentro de su aparato. Y allí fue Einstein (al
que, además, le encantaba coger, pero ¿a quién no, la verdad?).
Finalmente
descubrieron que la máquina era un garlito que no servía para nada, lo demandaron
y, para salvarse de la cárcel, se metió él mismo a un manicomio. Con eso
demostró que no estaba nada loco, porque era eso o pagar dos millones de
dólares. Así cualquiera dice “sí estoy loco”, y así se escapó de la cárcel y de
la multota.
AR: En el libro hay un tema muy
interesante y muy desconocido que es la historia de Alfonso Herrera López.
AG:
Esa historia me conmovió. El zoológico de Chapultepec lleva su nombre porque él
fue el que lo inventó y fue uno de los mexicanos más brillantes que jamás hayan
existido. Con sus poquísimos medios, con los penosos recursos que tenía en la
Preparatoria Nacional, en San Ildefonso, logró sintetizar por primera vez, en
1905, la vida artificial. Fue algo que todavía hoy dices “¡guau!”. Logró crear
bacterias mezclando sustancias que existían, y con eso sacó su hipótesis: dijo
que recreaba las condiciones de nuestro planeta hace no sé cuántos miles de
millones de años, antes del inicio de la vida, y entonces, al sacar por primera
vez vida de esa forma, lo publicó. Estaba orondo, feliz. Por lo mismo que él
hizo, muchos años después un soviético recibió el Nobel y un gringo también, el
primero porque lo enunció como teoría y el segundo porque, después de hacerlo
como teoría en los años cincuenta, lo hizo en su superlaboratorio de la
Universidad de Massachusetts. Pero las dos cosas ya las había hecho Herrera
antes, en su cacerola con su mechero en San Ildefonso.
A
Alfonso Herrera le pasó que cuando dio a conocer su descubrimiento se le
echaron encima y lo quisieron matar, le quemaron la casa, lo corrieron de la
chamba y se volvió un leproso social. Ya nadie quería volver a verlo porque
había hecho vida artificial.
Allí
cuento la historia de todo lo que le pasó por pasarse de listo.
AR: Finalmente ¿cuál es la relación
entre el humor y el sexo?
AG:
El humor tiene una cosa muy valiosa: es una incorrección, siempre y
necesariamente. Es como un trastorno de la lógica y está en la fronterita de lo
que debe ser y lo que no, y siempre la debe traspasar. Pero tiene una ventaja:
esta forma de traspasar es legal, es aceptada por todos, y somos felices porque
nos hace pensar y decir cosas que de otra manera no podemos decir. Hay cosas
que son muy terribles, muy canijas, de las que de la única forma que podemos
hablar es con humor. Hay cosas que son tabú que, sin humor, no son abordables,
de plano.
Creo
que el libro tiene una gran ventaja, porque el sexo es un tema que siempre nos
genera angustia. Entonces, tratar temas con humor es siempre padre, y además en
casos tan delicados y controversiales como el de las relaciones
sadomasoquistas, por ejemplo. Ve este tema desde la perspectiva del humor, sin
andar calificando si está bien o si está mal, y nada más por subrayar cosas
absurdas y divertidas es una buena manera de acercarte a él.
Entonces
el humor es como la gran herramienta de defensa y de aproximación. Es como tu
tanque para entrar a lugares de fuego cruzado y que no te pase nada.
Fundamentalmente,
la verdad es que este es un libro de humor. La única propuesta y lo único que
yo busqué es que cuando la gente lo leyera se riera mucho. Si además les sirve
para conocer el último círculo de la sexualidad extrema o para purgar sus
demonios, o lo que sea, sería una ventaja adicional que yo nunca busqué.
*Entrevista publicada en Etcétera, núm. 173, abril de 2015.
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