martes, noviembre 03, 2015

A la ciencia por la literatura. Entrevista con Sergio de Régules


A la ciencia por la literatura
Entrevista con Sergio de Régules*
Por Ariel Ruiz Mondragón
La ciencia y sus productos siguen siendo presentados, mayoritariamente, como asuntos muy serios, intrincados e ininteligibles para los no iniciados. Las noticias referentes a ellos que son presentadas como resultado de investigaciones científicas (no pocas aún embrionarias) aparecen como verdades incontrovertibles no sujetas a la duda, al humor o a la discusión.
Alejado de esa concepción, en su más reciente libro, El universo en un calcetín y otras prendas con olor a ciencia (Ediciones B, 2015), Sergio de Régules reúne varios de sus artículos en los que intenta “contar historias e ideas que me parecen divertidas y coloridas, todas relacionadas con la ciencia y los científicos, sus valores, sus prejuicios, sus glorias, sus grietas, sus luces y sus sombras”, según sus propias palabras.
Sobre la ciencia, su divulgación y su tratamiento en los medios Etcétera conversó con De Régules, quien es físico por la Facultad de Ciencias de la UNAM y miembro de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la misma institución. Ha colaborado en medios como Saber ver, Milenio, Hoja por hoja, El huevo e Imagen Radio, entre otros. Autor de seis libros, actualmente es coordinador científico de la revista ¿Cómo ves?

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy un libro como el suyo?
Sergio de Régules (SR): La respuesta tiene dos partes: la primera, porque esto es lo que escribo yo, y segunda, nunca está de más un libro que presente la ciencia como de veras es, y no como esa cosa horrible que nos enseñan en la escuela. Creo que se le hace una gran injusticia a la ciencia y a la sociedad relacionada con ella: no se conoce la ciencia de verdad. En la escuela nos hablan de resultados científicos, y generalmente no nos dicen de dónde vienen.
Luego, en la cultura en general el científico se presenta como una persona desagradable, a la que uno no aspira a ser: un inadaptado, un genio loco y esas cosas.
Pero la ciencia no es así, y no se lo hemos dicho a la gente. Es muy necesaria para el desarrollo de los países y todo lo que tú quieras, pero la ciencia es una parte fundamental de la cultura, tan disfrutable como cualquier otra parte de esta. Mi objetivo en todos mis libros es mostrar la ciencia como una parte de la cultura, con todos sus recovecos, como es de verdad, para mostrar que puede ser divertida, apasionante y que te puede provocar toda la gama de emociones de que somos capaces los seres humanos.
En la editorial me dicen: “¿A dónde mando tu libro? ¿A revistas científicas”. Les digo que jamás en la vida. Este no es un libro científico, sino literatura; su tema es la ciencia, pero el libro pretende ser literatura. Debe leerse por gusto, por placer y para satisfacer las mismas necesidades que satisface el leer revistas de interés general y literatura.
Este libro no debe verse ni como escolar ni como para aprender y estudiarse: es para leerse con gusto.

AR: En el libro hay un artículo sobre la enseñanza de la ciencia. ¿Qué problemas causa en el sistema educativo que, por ejemplo y como muestra en el libro, los experimentos vengan ya enlatados y listos para consumirse? Se trata de una ciencia muy acartonada, incluso memorística, no de dudas sino de certezas. ¿Qué problemas le ve a esta enseñanza?
SR: Pues que da una idea no sólo falsa sino contraria a lo que es la ciencia de verdad. Acabas de decir lo de certezas en lugar de dudas, y en la ciencia de lo que se trata es de inventar preguntas y tratar de resolverlas a partir de experimentos pero también de la reflexión de una comunidad de especialistas muy exigentes, para tratar de encontrar respuestas compartibles con las que nos podamos poner de acuerdo con muchas personas. En cambio, en la escuela te presentan un resultado que ya dijo fulano y lo dijo voz en cuello, y por lo tanto va a ser verdad para siempre, y te lo tienes que aprender de memoria.
En el laboratorio se hacen experimentos que ya vienen prefabricados, ya se sabe qué te tiene que salir, y además con la desencaminadísima idea de comprobar lo que se dice en teoría.
Eso es un gran problema porque la ciencia es todo lo contrario. Este tipo de ejercicios de laboratorio te hablan de una autoridad que desea un resultado quién sabe por qué y a la que hay que darle ese resultado. En cambio, en la ciencia lo fundamental es que no hay autoridad central y que todo es susceptible de ponerse en duda.
A mis alumnos les digo en el primer día de laboratorio: no quiero que me den la respuesta del libro de texto ni la respuesta que ustedes creen que quiero yo, ni la respuesta que ustedes saben que es. Quiero que me digan lo que les salió, y yo no les voy a calificar porque esté bien o mal su respuesta, sino que les voy a calificar por lo ingeniosa que me parezca su explicación de por qué salió o no.
Los primeros meses los alumnos me insisten que tiene que salir lo que dice el libro de texto. Entonces uno entiende porque casi nadie quiere estudiar ciencia: los alumnos dicen “no, voy a ir a nada más estar comprobando cosas, fundamentando la autoridad de alguien más. Qué aburrido, ni que fuéramos políticos”.

AR: Hace una mención muy interesante a Galileo y su libro El ensayador. ¿Cómo recuperar esa tradición en los periódicos?
SR: Ese es un libro muy peculiar que a mí me gusta mucho: Galileo lo escribió para responderle a un científico jesuita que opinaba lo contrario que él. Le responde con reflexiones, con ataques tramposos pero chistosísimos, con reflexiones muy lúcidas acerca de cómo estudiar la naturaleza para encontrar cosas confiables. Pero lo más chistoso de todo es que el argumento central de Galileo, lo que él quiere defender, está completamente errado. El jesuita alegaba que los cometas eran cuerpos celestes, que era fenómenos que ocurrían en lo que hoy llamaríamos el espacio, y Galileo decía que eran fenómenos atmosféricos. Lo chistoso es que el hecho científico que Galileo defendía está completamente mal; sin embargo, la manera de razonar que él expone en ese libro es perfecta, es la adecuada, es la de la ciencia moderna de hoy: no te guíes por lo que dice una autoridad, comprueba por ti mismo las observaciones, no te conformes con una sola vez, etcétera.
No quisiera yo simplemente presentar resultados científicos ni del pasado ni de hoy en día como cosas ya hechas y ya digeridas que hay que tragarse porque las dijo la ciencia y son verdad, sino que a mí me interesa contar el proceso y, por supuesto, el resultado, pero que este es producto de la interpretación de un grupo de personas y en qué se basa esa interpretación. Si yo presento el resultado escueto y digo “esto es ciencia y se lo tragan”, nadie tiene por qué escucharme. ¿Qué persona que lea por placer se va a aguantar que le impongan las cosas? Lo que yo quiero decir es: “Mira, los científicos creen tal cosa, por ejemplo, que el universo comenzó con una gran explosión y que era más chiquito antes, y lo creen por esta serie de observaciones que sólo si se interpretan de esta manera dan una imagen coherente”.
Si yo muestro el proceso desde cómo se hicieron las observaciones y por qué, hasta cómo se interpretaron, siento que cuento una historia mucho más interesante para el lector porque se convierte en una narración y ya no nada más en un enunciado de verdades absolutas. Además, le doy al lector la oportunidad de disentir, de decir “yo creo esto por tales cosas”.
Quizás no sean tan distintos los artículos sobre ciencia que los artículos sobre otras cosas. Finalmente escribes a veces para presentar las razones de por qué tienes ciertas opiniones y creencias, y no escribes para imponerlas, sino argumentas. En el artículo científico lo ideal sería hacer lo mismo, lástima que como se entiende a la ciencia como una verdad absoluta muy importante, entonces el público y los científicos sienten que todo el mundo está obligado a consumirla aunque se le presente como imposición, y además de manera aburridísima y árida.

AR: En el libro dedica sendos artículos a investigaciones sobre la risa y el humor, y recuerda alguna anécdota de José de la Herrán. ¿Qué papel desempeña el humor en la divulgación de la ciencia, con especial énfasis en su caso?
SR: El humor siempre ha sido una herramienta en la literatura: se ha usado para decir las cosas más serias, y no veo por qué me voy a excluir yo, escritor científico, de esa herramienta.
Tiene muchas ventajas: por medio del humor puedes darle a tu lector una experiencia placentera y, además, el humor es una manera de decir mucha más información con menos palabras.
Entonces es una herramienta para escribir mejor, para decir cosas por muchos canales y no solamente el del mero significado de las palabras. Además, los lectores siempre lo agradecen.
En todo mi trabajo el humor siempre ha sido fundamental, aunque no siempre viene al caso: no todos los temas los puedes tratar humorísticamente, pero donde se puede sí es una herramienta de la que yo no me privo.

AR: Presenta algunos artículos sobre estudios de los años cuarenta acerca de los estornudos, y dice que lo que le fascina de ellos es su forma literaria. En otro texto reivindica el hacer una historia para divulgar la ciencia. ¿Cómo construye una historia para esta labor de divulgación?
SR: Si quieres escribir y que te lean, ya sabemos que lo que tienes que hacer es contar historias de gente y no andarte con ideas abstractas en el aire. Como lo que quiero es presentar la ciencia como de veras es y no los importantísimos resultados que tienen aplicaciones inmediatas para resolver grandes problemas nacionales, voy a hablar de muchas investigaciones que nunca llegaron a nada pero que muestran cómo funciona la ciencia, que es mi interés fundamental. Y si te fijas en el proceso y no sólo en el resultado, es una narración casi automáticamente. A mí me gusta buscar este tipo de investigaciones, como las de los estornudos, que, en efecto, son dos investigaciones aisladas, muy viejas, que no concluyen nada concreto y además no llevaron a nada, pero que en su forma de proceder ilustran perfectamente cómo opera la ciencia.
Creo que con esta visión de la ciencia la forma ideal para comunicarla es por medio de historias. Yo busco mucho que, además, sean historias sobre gente; si no son sobre gente no son historias: si no hay gente con problemas, aspiraciones, que enfrenta obstáculos y que después los supera o no, pues no hay historia.

AR: Otros asunto interesante es cómo vincula a los literatos con la ciencia: cita a autores que van desde Esopo hasta Arthur C. Clarke, Jorge Luis Borges, E. M. Forster e Isak Dinesen. ¿Cómo establece esta vinculación? Parece que se adelantaron a la ciencia en muchas ocasiones.
SR: Trato de que no sea forzado. En mi caso, yo consumo tanto ciencia como literatura con el mismo gusto y con el mismo interés. Cuando haces eso te das cuenta de que muchos escritores no hacían tampoco esa distinción tan tajante que hoy se exige que uno haga entre ciencia y arte, o literatura y física, sino que también las veían como partes de la cultura y se interesaban en la ciencia de su época.
Estas personas, que en su trabajo tienen que reflexionar acerca de todos los aspectos de lo que significa ser humano, por supuesto que muchas veces van a pasar por temas que rozan la ciencia o la filosofía. Entonces, si lees ampliamente te vas a encontrar muchos autores que se refieren a temas que estrictamente son de ciencia, y te dan un pretexto ideal para vincular las dos cosas y para mostrar que no están tan separadas.
Para mí no ha sido tanto un buscar qué literato habló de ciencia sino que en mis lecturas normales de repente me encuentro con que Forster tiene un cuento de 1909 en el que estaba describiendo una perfecta internet. Eso es muy interesante, y puedes usarlo para decir muchas cosas.
Está el caso de Isak Dinesen, que es muy famosa por haber escrito Memorias de África, acerca de cuando vivió la parte más feliz de su vida en una plantación de café en África, y luego tuvo que regresar a Dinamarca. Entonces para ella el tiempo y la evocación son una parte fundamental de su literatura. Uno se da cuenta de que se interesaba en la teoría de la relatividad, y que tiene cosas interesantes que decir acerca de las ideas de Einstein sobre el tiempo. Esa es una preciosidad, porque sin querer decir que Isak Dinesen entendiera bien la relatividad, sí muestra que a final de cuentas las preocupaciones humanas son las mismas para científico, para literatos y para todo el mundo, y que es una cultura y no muchos pedazos.

AR: ¿Cómo ven los científicos duros la divulgación de la ciencia? Cita en el libro el caso de Joao Magueijo, quien, dice, cometió un pecado: tener éxito con un libro de divulgación de la ciencia. Habla del efecto Carl Sagan, autor de una serie televisiva muy famosa, y al que muchos científicos atacaron.
SR: Es bien conocida la historia de Sagan, quien, siendo astrónomo, también escribía libros muy bonitos y produjo esa serie de televisión verdaderamente maravillosa con la cual ganó muchísimo dinero y se hizo muy popular. Él cuenta que no se lo perdonaron sus colegas científicos, por la razón que quieras: envidia, o puedes decir que los científicos nunca pueden hablar en primera persona porque está mal visto porque tienes que dar la impresión de que todo es objetivísimo y aquello, entonces, está pésimamente visto.
Magueijo es físico, y tiene unas hipótesis sobre la velocidad de la luz un poquito extraña y que no forman consenso. Pero lo que pasa con él es que además escribe libros de divulgación, y es joven, guapetón y simpático. Entonces pues se granjea el afecto de los públicos cuando va a dar conferencias, y le ha ocurrido lo mismo: los colegas científicos lo atacan.
Están esos dos efectos de científicos que, cuando se dedican a divulgar, reciben ataques de parte de la comunidad científica. Y luego estamos los que nos dedicamos a divulgar la ciencia no desde dentro de la investigación sino desde este interés cultural.
Mi experiencia personal es que los científicos más duros y cuadrados piensan que la divulgación de la ciencia debería ceñirse nada más a bajar del Olimpo los conocimientos, de hablar con los científicos acerca de las tablas de la ley para llevárselas al pueblo. Muchos creen que el divulgador tendría que ser un Moisés que debería limitarse a llevar la palabra del Señor científico a las masas ignorantes. Yo me niego.
Ese es un prejuicio que tienen los científicos que no conocen bien la divulgación. Otro es que, en todo caso, es la explicación para tontos de lo que hacen ellos. Entonces finalmente es una ignorancia de qué es la divulgación de verdad, y nos enfrentamos con el problema de que, por desconocimiento, la divulgación se menosprecia. Dicen: “Ahh, es que no pudo ser investigador; entonces, pobrecito, pues por lo menos que haga divulgación”.
Eso es muy común, nos causa problemas sin cuento, y también ayuda a empantanar y a frenar los esfuerzos divulgativos, porque hay mucha gente que sin darse cuenta se ciñe a esa opinión, incluso inconscientemente, y entonces están haciendo divulgación que es simplemente llevar la palabra del Señor investigador a las masas ignorantes o que se limitan nada más a contar lo que dijeron los científicos y punto.
Entonces la divulgación es una profesión incomprendida.

AR: Dedica dos artículos al asunto de los charlatanes, y menciona dos clases de ellos: los que engañan deliberadamente para ganar dinero, y otros que creen que pueden elaborar teorías sin realizar estudios científicos, afiliaciones académicas ni consenso de la comunidad. ¿Cuál es la importancia de cada uno de ellos?
SR: Hay un charlatanismo que se pude ver como entretenimiento y, si quieres, podría uno tener una mirada benévola y decir: “Si esto divierte a algunas personas, ¿por qué no?”. El problema es que también hay un charlatanismo peligroso, que es el que te vende medicinas que no te van a servir y que además puede agravar tu enfermedad si no te sometes a un tratamiento de medicina científica.
Por mí, si alguien quiere leer el horóscopo, que lo lea; yo no voy a ir a atacar a los periódicos que los tienen porque yo no voy a acabar con eso. A la mejor alguna vez tuve la ilusión ingenua que he oído expresar a muchos investigadores de “vamos a llevar hechos científicos y entonces con eso vamos a disipar toda la superstición”. Eso no va a pasar.
Entonces, hay un charlatanismo inocuo y a mí no me preocupa demasiado; lo malo es el nocivo, como cuando alguien te dice “no es cierto que el sida es un virus” o “las vacunas causan autismo”.
También hay de charlatanes a charlatanes: está Jaime Maussan, quien, sabiendo que engaña a la gente, va y lo hace porque eso le puede dar mucha lana. También está el charlatán que de veras cree cosas que no son. ¿Qué haces con este, con el que de veras cree que las vacunas son dañinas y va y lo propaga por allí, o que todo transgénico ya es malo por sí, sin más preguntas?
Hay gente a la que le parece que hay que eliminar a cualquier charlatán, pero yo no, sino sólo a los nocivos. Yo renuncié un poco a eso porque ¿qué puedo hacer yo desde mi rinconcito? Me siento como en una plaza comercial, y Maussan tiene la marquesina gigantesca llena de luces, de gordas con poca ropa, con música a todo volumen, y yo tengo mi tiendita allí junto. Que yo vaya y le dé patadas a su tienda no le va a hacer nada.
Yo he optado por poner mi tiendita muy padre e invitar a la gente a entrar, y que adentro encuentren algo que responda a sus mejores expectativas. Entonces yo voy a mejorar mi producto, anunciarlo discretamente y sin engaños.

AR: Al respecto, cuando habla de Magueijo menciona la figura del científico mártir. ¿Estos también caen en alguna suerte de charlatanismo?
SR: En cierta forma. El mártir científico es aquel que defiende por buenas razones científicas quizá una idea que no goza de consenso y que no logra convencer a sus colegas. Normalmente un científico que no logra convencer a sus pares acaba por renunciar a su idea porque sabe que a final de cuentas no es lo que él diga sino la opinión de una comunidad muy exigente lo que cuenta en la ciencia. Pero a veces pasa que el científico se enamora de su idea, como cualquier persona, y la defiende más allá de lo que es científicamente razonable.
Entonces es cuando cae en el martirio científico: “No me entienden porque soy demasiado adelantado para ellos”. Y empieza a hablar de esas historias que conocemos de “nadie le creía a Colón y después se demostró que tenía la razón”.
Como bien dices, se hace una especie de charlatanismo, pero al final de cuentas es una debilidad humana, como muchas otras en las que puede caer un científico.
Creo que sí es un peligro que un científico se enamore demasiado de sus ideas.

AR: Hay un texto sobre el parecido entre la ciencia y la superstición. Generalmente se pone el acento en lo que las diferencias, pero ¿cuál es el fundamento que comparten?
SR: Yo sé que a mucha gente esto la va a sonar raro pero no es tan complicado. ¿En qué consiste una superstición? En que observaste que un día hiciste tal rito y te produjo tal resultado positivo. Entonces tu cerebro, que está diseñado por la evolución para conectar hechos, dice: “Me fue bien porque hice este rito”. Entonces ya tienes allí una creencia supersticiosa, y la ciencia funciona también relacionando hechos contiguos: pasa esto y luego ocurre esto.
Quizá la diferencia es que en la ciencia pones a prueba encarnizadamente las relaciones que encuentras, mientras que en la superstición no. Pero en el fondo es el mismo mecanismo: a nuestro cerebro le encanta conectar y relacionar cosas. Casi podríamos decir que para eso está hecho.
Eso nos sirve: generalmente las relaciones que encontramos entre cosas, comportamientos de la naturaleza o de las personas nos sirven muy bien para conducirnos en nuestra vida diaria cotidiana. Pero el cerebro tampoco es una máquina perfecta, y entonces también te empiezas a encontrar relaciones que, si les dieras dos pataditas, no funcionarían.
En realidad la única diferencia es que en la superstición te quedas con una o dos veces que te funcionó alguna relación, lo anecdótico, y la ciencia es un procedimiento que hemos tenido que inventar con mucho trabajo para tratar de eliminar esos falsos positivos que nos da nuestro sistema de relacionar cosas.
Entonces, encontrar relaciones y no probarlas lo traemos como instinto, mientras que la ciencia como filtro de falsos positivos lo hemos tenido que inventar culturalmente, y nos ha llevado siglos. Entonces se parecen mucho y, al mismo tiempo, la parte extra que tiene la ciencia es difícil de explicar y de entender en general. Esto sí se aprende y se educa.

AR: Para seguir esta vertiente: ¿cómo distingue un editor y un lector una noticia verdaderamente de ciencia, de una charlatanería? En una parte del libro habla de su experiencia en ¿Cómo ves?
SR: Igual que un periodista cuando checa sus fuentes cuando lee alguna noticia política. No sé si te habrás dado cuenta, pero ahora hay cantidad de fuentes y de medios que se ostentan como noticiosos, y dicen cosas que no pueden ser, simplemente. ¿Qué haces? Checas la fuente y ves si es un medio bien conocido.
Igual, cuando te dicen algo que suena científico, ¿qué buscas? Pues, primero, que el autor sea un profesional del tema del que está hablando, que tenga una trayectoria reconocida, que haya publicado en revistas especializadas, que esté asociado a una universidad conocida o, por lo menos, de verdad, y que no venga de que nada más tuvo alguna ocurrencia y la puso en su blog.
Entonces son las fuentes y la trayectoria de quien lo dice. Si te encuentras con que un señor fulano predice una gran tormenta espacial y entonces vas y buscas las fuentes serias de información espacial y astronómica, y no encuentras ninguna referencia a esa persona, estás perfectamente autorizado para ponerlo en duda. La información científica no son ocurrencias.
Entonces te diría que son los criterios periodísticos los mismos que tenemos para saber si la información científica es sólida o no. Pero incluso la información científica proveniente del medio más serio no necesariamente es una verdad absoluta.

AR: Por allí pone, por ejemplo, el caso de un investigador de la NASA.
SR: Ese es un caso muy interesante, tienes toda la razón. Dice ese señor: “Encontramos rastros de bacterias en tal meteorito”. Ves que el señor sí es de la NASA, pero ¿con eso le crees? No, vas a ver dónde publicó, y la revista en que lo hizo resulta que es bastante rarita, que tiene demasiadas autoalabanzas, y si le rascas un poquito más vas a ver que hay críticas serias contra esa revista, el Journal of Cosmology. Entonces, el señor es de la NASA, pero el medio en el que publica no es muy serio, y el señor tiene una opinión personal que nadie más comparte. Eso no puede ser un resultado científico. Si nadie más la comparte, no es un resultado científico y sanseacabó.
Si a mí me ponen en Facebook que el sistema solar se mueve en espirales a lo largo de la galaxia, el problema es que como la ciencia tiene esta fama de ser muy difícil y que es verdad lo que te dice, pues ya me la creo.
Incluso gente con educación universitaria, amigos míos en Facebook, comparten cada cosa que dices: “Esto es una mafufada”, pero la gente se la cree.

AR: Los científicos tienen claroscuros, como usted dice. Veamos la otra cara: ¿cuáles son sus principales grietas, sus sombras?
SR: Ya hablamos de una: la posibilidad de enamorarte tanto de tu propia idea que ya después no veas claros esos peligros. El propio Johannes Kepler en el siglo XVII cayó en lo mismo, y los descubrimientos más importantes por los que lo conocemos los encontró como efectos secundarios de estar persiguiendo una idea que tuvo, muy bonita pero que después resultó ser falsa. Esa es una posible grieta.
También está el fraude científico, que es relativamente raro porque en la ciencia tienes un sistema de vigilancia que, si no existiera, se cae toda la ciencia. Es una actividad en la que estar vigilando la calidad es fundamental porque el trabajo de uno se basa en el trabajo de los demás. Nadie quiere que su propio trabajo esté fundamentado en cosas que no se sostienen.
Pero también sabemos de fraudes científicos que pueden ocurrir por varias razones. Una es el fraude deliberado: voy a decir que clone embriones humanos o que sí encontré un material superconductor de alta temperatura, voy a falsear los datos y voy a publicar artículos esperando que no me cachen para que me den más dinero, más honores y puestos más altos.
También está el que, inocentemente, acaba cometiendo un gran fraude. Dice: “Yo ya sé que este fenómeno está bien, pero la gráfica sale un poco feíta; le voy a mover un poquito”, y así hasta que acaba publicando cosas sin sustento en la experimentación. Esta es otra cosa en la que puedes caer: las posibilidades de faltar a la ética.
También ocurre que al científico se le evalúa, todavía, no sólo por el número de sus publicaciones sino si sus publicaciones tienen efecto sobre la comunidad, si lo citan. Esto pone una gran presión sobre el científico y da lugar a pequeños y grandes vicios, como: tengo una investigación, pero en lugar de terminarla y publicar un artículo con toda la investigación, ¿por qué no la voy publicando en pedacitos? Lo curioso es que allí es muy difícil decir porque eso es perfectamente legítimo, pero ¿en qué momento es correcto estar partiendo las publicaciones como un salami? Es muy difícil de decir porque toda investigación tiene etapas y no tiene nada de malo irlas publicando, pero sí es malo cuando ya lo haces para tener más publicaciones.
La otra es el vicio de “yo te cito a ti, tú me citas a mí”, lo que puede ocurrir también.
Los científicos son humanos, y el sistema en el que funcionan también tiene grandes presiones y grietas, y nunca falta por allí un abusivo que quiere aprovecharse.

AR: En términos generales, ¿cuál es la presencia de la ciencia en los medios de comunicación mexicanos en términos de espacio y de calidad?
SR: Los espacios son indigentes: hay muy pocos, y cuando los hay tienes cinco minutos. Y luego también por allí hay mucha gente que se ostenta como divulgador, pero que lo hace sin entender cómo funciona la ciencia.
Decíamos que la divulgación es una profesión que no se entiende, lo que hace que mucha gente piense que es fácil y diga: “Yo soy divulgador”, pero sin tener las herramientas, las credenciales, los conocimientos. Tienes que saber suficiente de ciencia, debes tener habilidades de comunicación, y yo creo que por allí hay gente que cojea de alguna de esas dos patas, si no es que de ambas. Lo anterior lo digo sin caer en el rollo de que sólo el experto puede divulgar, lo cual se cae por su propio peso y es completamente falso.
Por allí hay muchos divulgadores que no lo son, y los espacios en los medios son muy escasos, casi inexistentes. Entonces hay poco espacio y se desaprovecha.

AR: Frente a esa situación, ¿la comunidad científica quiere participar más en los medios?
SR: Aquí, en la UNAM, ya hay muchos institutos de investigación que tienen oficinas de comunicación, y son muy buenas. Las está llevando gente muy capaz, ya sea en divulgación o en periodismo de ciencia, y el trabajo de esa gente es convencer a los científicos de que es buena la comunicación de sus investigaciones. Además los instruyen y guían en cómo hacerlo, porque el investigador rara vez sabe cómo comunicarse con quien no es su par o su colega.
Yo creo que sí ha ido aumentando el interés de las instituciones de investigación y de los investigadores por participar, pero todavía persisten los prejuicios de que quien debe divulgar es el investigador o de que es una actividad que se hace el domingo por la tarde, si te queda tiempecito como para hacer una labor pública de darles margaritas a los cerdos.
Entonces sí hay interés, pero está un poquito desencaminado.



*Entrevista publicada en Etcétera, núm. 176, julio de 2015. 

1 comentario:

Alfredo Núñez Lanz dijo...

Una propuesta excelente, que divulga el conocimiento científico con un lenguaje claro y común, pero siempre correcto. Acerca al autor y al lector para establecer un diálogo entre ambos y escoge ejemplos famosos para exponer sus ideas. La entrevista me abrió el deseo de leer el libro. Felicidades por tan novedoso acierto.

Erma Cárdenas