América, en ruta hacia la narcosociedad
Entrevista con Dromómanos*
Ariel
Ruiz Mondragón
Las
organizaciones criminales dedicadas al narcotráfico han encontrado en América
su principal bastión: aquí se encuentran desde los dos países que son los
máximos consumidores de cocaína del planeta (Estados Unidos y Brasil) hasta el
país más violento del mundo (Honduras), así como los grupos delictivos más
poderosos dedicados a ese giro, entre los que descuellan los mexicanos y los colombianos.
Ante
ese panorama, Alejandra Sánchez Inzunza (Ciudad de México, 1986), José Luis
Pardo Veiras (La Coruña, 1985) y Pablo Ferri Tórtola (Valencia, 1985), tres
jóvenes periodistas que han denominado a su proyecto Dromómanos, decidieron
emprender un viaje a través del continente para seguir la huella de la cocaína
desde Estados Unidos hasta Chile y Argentina.
Ese
periplo inició en diciembre de 2011, para el cual utilizaron como transporte,
hospedaje y sala de redacción un Volkswagen Pointer. El trajín concluyó un poco
más de dos años después.
Durante
el viaje encontraron, contaron y publicaron diversas historias relacionadas con
el narcotráfico en el continente, lo cual ha dado como producto un libro: Narcoamérica. De los Andes a Manhattan, 55
mil kilómetros tras el rastro de la cocaína (México, Tusquets, 2015).
En
ese volumen los autores destacan que el crimen organizado, omnipotente, “llega
a todo lados y todo lo abrasa. Destruye y a la vez transforma”. Y rematan de
manera contundente: “A lo largo de nuestra travesía constatamos el avance inexorable
de la gangrena: el continente entero deriva hacia una narcosociedad, en donde
lo atroz se vuelve cotidiano”.
Acerca
de ese título Replicante conversó con
los autores, quienes han colaborado en publicaciones como Domingo de El Universal, El País, Gatopardo, Esquire, Etiqueta Negra, Emeequis y Vice, entre
otras. Han ganado los premios Nacional de Periodismo (2013) y Ortega y Gasset
de Periodismo Impreso (2014).
Ariel Ruiz (AR): Dicen en su libro
que les han preguntado por qué no reportean a la América Latina bonita,
hospitalaria, solidaria. En ese sentido, ¿por qué cubrir, escribir y publicar
un libro como el suyo, sobre el tráfico de drogas (que rebasa, por mucho, la
pura cocaína), que, como ustedes dicen, es un fenómeno que cohesiona el
continente?
Pablo Ferri (PF):
Cohesionar tiene un matiz positivo, y al final el narcotráfico sí vincula a los
países del continente americano pero como un cáncer, como una metástasis. Hoy
en día es un fenómeno a través del cual puedes explicar muy bien el continente
no sólo en el tráfico de drogas sino también en la corrupción, la pobreza, la
desigualdad. A través del narcotráfico todo eso se ve muy bien, y al final es
de lo que va Narcoamérica, que no
sólo es un compendio de historias de gente relacionada con el tráfico de drogas
sino de sus realidades, y muchas veces tiene más que ver con las necesidades,
con la supervivencia, que con un fardo de cocaína.
AR: En el párrafo donde mencionan este
elemento si no cohesionador sí común al continente, afirman que otro elemento
de ese tipo era la religión. ¿Cómo está vinculado el fenómeno religioso con el
narcotráfico? ¿Cómo se perdió el respeto a la cruz, como mencionan? En su libro
describen casos como el de Dione dos Santos, narcotraficante que se volvió pastor
evangélico, el culto a Jesús Malverde y la mujer que en un ayuntamiento pone a
todos a orar para que baje la violencia, por ejemplo.
José Luis Pardo (JLP):
La frase de la religión es de José Mujica, quien dijo en una entrevista que
había dos cosas que unían el continente: la religión y el idioma —porque si
hablas lento el portugués se entiende.
Pero
la reflexión sobre la cruz es que América Latina es un continente profundamente
católico en general, y la religión ha servido muchas veces como foco de
resistencia. Lo que se cuenta allí es que los curas eran intocables, y en
muchos lugares donde el narco opera son como un escape a esa realidad.
Otra
vinculación que se da es también toda esta religión de Malverde, el santo de
los narcos, o de la Santa Muerte con los sicarios; en Colombia también hay
vírgenes a las que se adora porque, al fin y al cabo, también son
latinoamericanos y son católicos.
Al
final, la religión históricamente ha vertebrado el continente. Queríamos ver al
narco no como un nuevo Dios ni como una nueva religión, pero sí con ese
paralelismo entre estos dos fenómenos vertebradores que a veces se cruzan.
Creo
que era interesante cómo estos dos fenómenos, uno más histórico que el otro, se
van cruzando, a veces en caminos paralelos, pero ambos vertebran el continente
de una manera u otra.
AR: Quiero ir sobre la perspectiva
que tomaron para tratar el narcotráfico: los reportajes no son sobre los
grandes jefes del narcotráfico sino sobre la gente de abajo, las comunidades,
las colonias, los barrios que viven el fenómeno. ¿Por qué adoptaron este enfoque?
Alejandra Sánchez Inzunza (ASI):
Pues justo queríamos quitar prejuicios y etiquetas sobre el tema, de que “estos
son los buenos y estos los malos”, que todos los narcotraficantes van en
camionetas, oyen narcocorridos y tienen muchísimo dinero. Ni siquiera es que
esa fuera la intención sino, más bien, al irnos adentrando vimos que el
narcotráfico está nutrido de gente supercomún que, probablemente, si uno
estuviera en su circunstancia haría lo mismo. Es gente que, ya sea por pobreza,
por necesidad, por geografía o por coacción —porque en muchos lugares te
obligan a participar o te secuestran, plata o plomo— pues están en esa
dinámica.
Quisimos
mostrar un mundo más amplio de lo que es el narcotráfico, quitarle las
etiquetas, que la gente reflexione al respecto y que entienda que es una cadena
mucho más compleja y que no es solamente el padrino. Hay muchos intermediarios,
mucha gente que no sabe ni para qué lo está haciendo, hay muchas víctimas… hay
de todo.
Entonces
fueron las historias con las que nos fuimos encontrando, más que nada.
AR: Me gustó la mención a la
complejidad del asunto. En ese sentido, me llama la atención que hay una suerte
de difuminación de las realidades, de los límites: señalan ustedes varias veces
que no se sabe dónde acaba el Estado y empieza el crimen organizado, dónde
están las fronteras, qué divide la culpabilidad de la inocencia, la confusión
entre los “buenos” y los “malos”, la civilización y la barbarie. En un contexto
periodístico que suele dividir la realidad entre “buenos” y “malos”, ¿cómo
reportearon este asunto tan complejo?
JLP:
El narco no lo puedes enfocar como un ente independiente: ya está en la
sociedad latinoamericana. Por eso el narco nos abre las puertas a entender otra
realidad. Entonces creo que esa es la clave: el narco es causa y es
consecuencia de la pobreza, de la desigualdad, de lo que Pablo decía antes.
Creo que eso es fundamental: entender que el narco está muy enraizado en muchas
cosas, entre ellas la corrupción de las autoridades. Es una tragedia que el que
te debe cuidar muchas veces es el que aprieta el gatillo, el que hace que el
narcotraficante pueda tener una plaza tranquila y operar allí. Eso es lo que
pasa.
Entonces
por eso el enfoque del libro es no tanto hacer una radiografía del narco como
hacer una radiografía de la sociedad latinoamericana a través del narco.
AR: Ustedes afirman que la mayor
parte del daño del narcotráfico ocurre por debajo de la atención mediática. En
su opinión ¿en general cómo han cubierto los medios de comunicación del
continente el asunto del narcotráfico?
PF:
En general hay dos discursos que se entrelazan: por un lado está el discurso
del periodista judicial, que lo que hace es, básicamente, contar lo que las
autoridades hacen —lo que está bien, por otro lado—. La intención que nosotros tenemos
es la de arrebatarles el discurso e ir más abajo de lo que se ve, que es el
gran narco o el narquito que agarran y al que presentan como el gran logro,
cuando en realidad muchas veces ni siquiera saben bien qué rol tenía el tipo en
tal o cual organización.
Si
vamos al fondo es que hay una serie de gente que no es mito, y que podemos
saber qué pasa con ella. Cuando vas y conoces al pescador que ha tenido “la
buena suerte” de encontrarse un fardo de cocaína, de venderlo y comprar un
motor para su barca, ves el problema de otra forma. Aportas muchos matices que en
el discurso tradicional del periódico del día siguiente no cabe.
ASI:
Y también con eso nos referimos a lo oculto: Roberto Saviano, que prologa el
libro, se refiere al narcocapitalismo. De esto sabemos poquísimo, a qué nivel
de juego está todo esto, quiénes están involucrados, cuántas empresas, cuántos
lavan dinero, cuántos políticos están detrás. El narcotráfico se mueve como una
empresa trasnacional. Esa parte es la que es muy difícil de rastrear, seguir el
dinero es lo más difícil. Yo creo que muchos lo han intentado y pocos lo han
conseguido.
También
nos referimos a que eso está completamente debajo de la atención mediática y de
todo. Es como si fuera un mundo paralelo que no vemos.
AR: Ustedes afirman que el
narcotráfico ha sido muy funcional para el capitalismo y que ha aprovechado las
ventajas que éste le da, incluyendo los bonos de Estado. ¿Por qué el libre
mercado sí funciona, incluso con bandas como las mexicanas, que luchan por
plazas, en las que uno diría que no hay libre competencia?
PF:
Es un negocio superlucrativo. Saviano comparaba qué supondría comprar una
acción de Apple y comprar un kilo de coca, y cuánto rendiría en un año. Es muy superior
el capitalismo para la cocaína…
ASI:
Exacto. Es un producto que se produce muy barato. El cálculo que sacábamos es
que llega, mínimo, a rentabilizarse en un 10 mil por ciento, y no es una
exageración: si en Colombia un kilo cuesta mil dólares, en Australia puede
costar 200 mil, esto sin contar en cuánto se vende cada gramo.
Sí
es un producto que encaja a la perfección en el sistema y que mete a muchas
personas. Eso es algo que Saviano mismo ha visto y que nosotros también
descubrimos a lo largo del continente. Sí es verdad, pasa muchísimo. La hoja de
coca en sí, que es el producto con los alcaloides, cuesta unos centavos nada
más.
MUNDOS DIFERENTES
AR: Otro asunto interesante es que
desde Estados Unidos hasta Argentina hay una gran diversidad de regímenes
políticos: va desde la democracia imperial de Estados Unidos hasta el
socialismo del siglo XXI en Venezuela. ¿Cómo ha logrado traspasar todos ellos
el narcotráfico?
ASI:
Creo que el sistema político no influye. Incluso hay gobiernos de países de
izquierda que en muchos casos están más relacionados con el narcotráfico, como
en los casos de Venezuela (allí hablamos de narcomilitarismo) y Nicaragua. Las
rutas del tráfico de drogas son las del tráfico de armas durante la guerrilla.
Incluso
hay países que presumen de mayor institucionalidad, y que uno cree que son un
poco más europeos, como Argentina, donde se dice que la mafia no llegó porque
ya tenían a la policía…
PF:
Pero no porque la policía fuera a dispararse en los pies sino porque ella misma
era la mafia.
ASI:
Y ningún país se salva de eso. Estados Unidos, que también presume de otro tipo
de democracia, es el mayor consumidor. Evidentemente esto era algo que nos
parecía indispensable incluir en el libro: hay autoridades estadounidenses corrompidas
y que permiten el tráfico.
Simplemente,
lo que hemos visto y que hemos hablado con expertos en el caso de Estados
Unidos es que protege más a sus instituciones, saca a la manzana podrida; aquí,
en México y en otros países latinoamericanos pues vemos como que toda la
institución está corrompida. Ellos son más inteligentes en eso.
JLP:
El narco no tiene ideologías sino que funciona como gran negocio. No importan izquierda
ni derecha ni centro, sea el gobernante que sea. Por eso es un negocio tan exitoso
y tan multinacional.
AR: Ustedes ponen el reporte de la
zona tex mex, donde la policía estadounidense
está muy metida en el narcotráfico. Además está la anotación de que en México
puede estar una de las ciudades más violentas del mundo, y tiene como vecina
una ciudad que es la más pacífica de Estados Unidos. ¿Qué encontraron allí?
JLP:
Es muy interesante moverte en la frontera porque son dos mundos completamente
diferentes. Pero la lógica es que la cocaína sigue su camino. Lo que pasa es
que en Estados Unidos la institucionalidad es más fuerte, eso es innegable,
pero también hay muchísima corrupción. Pero es un poco la lógica de lo que
decía Alex: allí sí hay mucha corrupción, pero hay menos impunidad. Si cometes un
delito, es probable que te vayan a agarrar. Lo que pasa es que la institución
sobrevive.
La
realidad estadounidense es muy diferente porque no hay muertos, y eso es clave.
AR: O los traen para acá.
JLP:
Sí, es una práctica muy común: si alguien tiene que ajustar cuentas, agarran al
tipo en El Paso, por ejemplo, se lo llevan a Juárez y allí lo matan porque allí
sale muy barato porque México es un país con el noventa y tantos por ciento de
impunidad. Sale casi gratis.
La
realidad estadounidense es esa: sigue el negocio pero no hay muertos. Hay
varias teorías: primero, se teme más a un país con el poder policial y de
seguridad de Estados Unidos y, segundo, que también es una lógica de negocios. El
narco no es sinónimo de muertes; el narco provoca muertos porque es una
solución plausible dentro de su negocio, pero si no los hay no te van a
molestar. Para el negocio es mejor mantener la zona tranquila.
Otra
cosa es que por mucho que llegue el narcotráfico mexicano a invadir Estados
Unidos es complicado porque su seguridad es tremenda. Pero aun así la frontera es
una coladera.
Estás
con los gringos y te dicen: “¿Ves a ese tipo que está en la lanchita? Seguro
tiene droga, pero yo no puedo hacer nada porque está del lado mexicano. Sé que
cuando me vaya va a pasar, pero ¿qué hago?”. Y además no tienen mucho interés.
Además,
la cuestión es sistémica: por todo el recorrido que hicimos por la frontera
texana vimos que no son dos o tres casos. Obviamente hay corrupción, pero lo
que no hay es violencia. Al final lo que hay que ver es que el narco es un gran
negocio: llega a Estados Unidos, el dinero vuelve para abajo, las armas vienen
para acá y las drogas suben para allá. Ese ciclo virtuoso a nivel económico y
ese círculo maléfico a nivel social continúa.
AR: Desde su perspectiva, ¿cuáles
son las principales lesiones que el narcotráfico le ha causado a la sociedad?
Vemos en el libro a “las mulas”, los pandilleros, los pescadores que se
sumergen 40 metros bajo el agua, entre otras víctimas, por ejemplo.
PF:
Pues hay muchas. Por ejemplo, hay la sensación de que todo se puede comprar,
incluso voluntades y gobiernos. Sobre todo, y esa es la parte más negativa y
más triste por la necesidad del que se deja vender, está el caso de “las mulas”.
En el libro hablamos de varias mulas, burreros bolivianos que están presos en
Chile porque llevaban cocaína en su estómago.
Ves
cómo funciona el fenómeno, y te das cuenta de que en Chile hay incluso abogados
que ofrecen a los narquitos un poco más importantes que están en la cárcel el
servicio de que sus subordinados contraten a mulas sólo para que les delaten y
así ganar ante las autoridades un punto y hacer su condena más corta.
Es
eso: todo se vende, lo cual es horrible, como en el caso que te digo.
ASI:
Lo más triste es que va contaminando comunidades. Tú mismo lo dijiste: ya sean
pescadores, cultivadores, sicarios de 13 años, finalmente se genera una cultura
de violencia, de hacer dinero fácil y se pierde todo lo que tiene que ver con
democracia, derechos humanos y demás. Todo esto queda relegado.
AR: ¿Qué ha pasado con los que
ustedes identifican como “buenos”? Hay dos caso que quiero destacar: los jueces
Odilon de Oliveira, de Brasil, y Mildred Camero, de Venezuela.
ASI:
También son gente que vive en peligro: son buenos pero en cualquier momento los
podrían matar. Es gente que ha sacrificado su vida por esa lucha, como aquí Alejandro
Solalinde…
JLP:
Esos son casos extraordinarios. Es gente que es increíble y aparte muy
valorables, como los casos de De Oliveira y Solalinde, porque están dando una
lucha que no van a poder ganar. Pero lo hacen porque creen que, como ciudadanos,
es su obligación luchar contra el hampa. Odilón tiene una experiencia de
encarcelamiento tremenda y de amenazas también. Pero el narcotráfico sigue
operando con otros nombres y bajo otras formas.
Pero
es admirable porque esto es como Sísifo: agarran la piedra, la suben, y al día
siguiente baja, y la tienes que volver a subir. No acaba porque el fenómeno no
es una cuestión de encarcelar o no a un capo. Hacen un trabajo encomiable. Soy
su admirador.
Bajo
este clima de violencia y de terror es normal que haya poca gente que se
convierta en estos héroes, esta gente estoica que, de verdad, sacrifica su
vida. Es muy humano no hacer, por eso toda nuestra admiración para la gente
como ellos.
AR: ¿Cuáles iniciativas positivas
de autoorganización de la sociedad han encontrado? Destaco un par de ejemplos:
en Vraem, en Perú, y, por supuesto, el caso mexicano de las autodefensas. Pero
también ustedes señalan que estas pueden caer en el abuso…
ASI:
Ese es un poco el final del libro.
AR: ¿Qué experiencias rescatarían
en ese sentido?
ASI:
Hay mucha gente moviéndose en el tema de política de drogas para cambiarla.
Esto es indispensable porque está claro que esta política ha caducado: no está
funcionando, hay más muertos y más consumidores. En el libro se ponen los
ejemplos de cuando se declaró la prohibición de las drogas cuánta había
entonces y cuánta hay ahora.
Hay
muy buenas propuestas que provienen desde los expresidentes hasta muchos
activistas de México, organizaciones que están trabajando de cerca con
gobiernos y con autoridades para buscar un cambio en la política de drogas para
que se despenalice el consumo, para empezar con regulaciones pequeñas para
atacar el narcomenudeo, las que pueden ir generando un cambio. No se va a
legalizar de la noche a la mañana, ni esto tampoco va a ser la solución porque
el crimen organizado siempre va a encontrar mercados negros en los cuales
seguir, pero el punto es empezar a debatir.
En
cuanto a lo social, están las autodefensas en el Cauca, en Colombia, que son
una guardia indígena que se pone en medio del fuego cruzado entre las FARC, los
paramilitares y el Ejército, lo cual es superarriesgado, y luego mucha gente las
crítica porque llegan a plantar hoja de coca. Yo sinceramente no los considero
cultivadores o narcotraficantes: ellos plantan coca como plantar café o
naranja.
JLP:
Al final las comunidades lo que buscan es su conservación, y las autodefensas
son expresión de eso, de resistencia. Tú sigues siendo igual de pobre, miserable
y marginado por el Estado, pero tomas un arma porque nadie te da ese amparo
social que debería dar el Estado. Entonces la gente reacciona así.
La
política de las drogas no ha funcionado, seguimos muriendo y entonces tenemos
que hacer algo nuevo. Al final son respuestas sociales porque nos queremos
conservar como sociedad, y el narco nos está comiendo mucho terreno respecto a
ello.
Por
eso la gente se arma y es entendible. Es lo que intenta decir el libro. Nosotros
no juzgamos, intentamos que sea entendible por qué un sicario puede empezar a
matar muy joven, porque alguien va a cultivar hoja de coca y no otra cosa,
etcétera. Ese es el objetivo del libro: que hagamos una reflexión compleja
sobre el tema.
EL LADO B
AR: Al final del libro ustedes
advierten que vamos hacia una narcosociedad. ¿Esto qué significa?, ¿cuáles
serían las principales características de ésta?
ASI:
Hasta con el titular del libro teníamos un poco de peleas porque ya todo es
narco: “narcocultura”, “narcoavionetas”, “narcocultivo”, “narcoperiodismo”,
etcétera. Entonces, por un lado no queríamos ponerle este título porque nos
parecía un cliché, pero por otro lado nos parecía que es verdad, que es
Narcoamérica, el lado B del continente.
Creemos
que simplemente es eso: el narcotráfico se ha infiltrado demasiado en nosotros:
en la tele, en la forma de vestir, etcétera. En ciertos lugares, como Sinaloa, Medellín
e incluso en Guatemala, por ejemplo, muchos se hacen pasar por narcos y no lo son,
pero dicen que son de Los Zetas para dar miedo.
Sí
está muy impregnado socialmente eso. Narcosociedad es también un lado B. No es
que toda la sociedad sea así, pero sí está muy metido el narcotráfico. El narco
es extremo: produce demasiada muerte, demasiada corrupción, demasiada miseria.
Por eso lo escogimos y no otra cosa.
JLP:
Se habló de narcosociedad de muchos países, y cada uno presenta una incidencia
del tráfico de drogas distinto en cuanto a la intensidad y a las consecuencias.
Me explico: en Paraguay, por ejemplo, tienes una ciudad como Pedro Juan Caballero,
que es como la capital de la producción de mariguana de Sudamérica, y es un
ejemplo en el cual el narcotráfico es el amo y señor de esta historia. Allí, en
los últimos años han matado a cantidad de periodistas a un lado y otro de la
frontera de Paraguay y Brasil.
Uno
de los corresponsales que vive en esa ciudad, quien además tiene muy buena mano
y capacidad de entrevistar a bastantes narcos, vive en un búnker y tiene
escolta armada, para que te des una idea. También han atentado, a golpe de
AK-47, contra un senador paraguayo que es de allí por criticar esta deriva
hacia la narcosociedad.
Así,
hablamos de un pueblo donde los narcos mandan y donde ellos son los que imponen
lo que se puede hacer y decir.
Por
otro lado tienes el ejemplo de Nicaragua, donde sí es verdad que se registran
episodios violentos por tumbes de droga, pero en donde la sociedad está
acostumbrada a trabajar al servicio del narco como si fuera una estación de
servicio: la población local lo que hace es recoger las cargas de coca que los
narcos tiran por la borda cuando las lanchas con las que van hacia el norte son
perseguidas por la policía, les dan alojamiento cuando lo necesitan, les
proveen de combustible, etcétera. Entonces la relación entre ambas y la forma
en que se entrelazan es distinta en un sitio y otro.
AR: Al respecto también está el
caso de Honduras, que es la sociedad más violenta. ¿Es el reflejo más extremo de
una narcosociedad?
AI:
En Honduras no sabes de dónde viene el tiro, para empezar. Eso pasa también
aquí, pero allá las dos personas que iban a ser jefes antidrogas los mataron
por hablar. Tal vez llega a un punto de cinismo exagerado.
JLP:
Honduras es una especie de lupa de aumento de los problemas. En el libro se le
dedica una parte porque el triángulo norte es la región más violenta del mundo,
ya que Guatemala y El Salvador tienen el mismo problema de violencia. Cuando
hablan de Honduras, como se indica en el libro, es como un tuerto hablando de
un ciego: encuentran consuelo porque está peor.
Creo
que Honduras es el caso extremo, como se dice en el libro, donde incluso la
vida ha perdido valor y se ha acostumbrado demasiado al horror, a la violencia,
porque es un país absolutamente desestructurado. Eso es: al final te
acostumbras a todo, como en la crónica de San Pedro Sula: matan a seis personas
al día, y al final dices “okey”. Si se muere tu hijo de siete años no te
produce muchas emociones porque te lo esperabas, porque andaba en malos pasos.
Es la resignación ante lo inevitable.
Entonces
sí creo que Honduras es una lupa de aumento. Comparte problemas, pero los suyos
son exponencialmente mayores. Ves a la clase política de San Pedro
completamente desbordada y rezando por los muertos porque ya no saben qué más
pueden hacer. Eso es Honduras.
AR: ¿Cuáles son los riesgos que enfrentaron
al hacer este trabajo?
JLP:
El nivel de riesgo es como una escala, y el que tuvimos es muy poco. Corrimos
el peligro de estar hablando con gente que se dedica a este negocio, con gente
armada en lugares donde suceden cosas. Pero nosotros nos íbamos de esos
lugares, y al final los que realmente tienen una amenaza constante son los
periodistas locales, los que reportean y publican allí, y al día siguiente allí
siguen con sus familias, y los narcotraficantes saben dónde están. Ese es el riesgo,
y por eso el libro está dedicado a ellos, porque son los que nos han guiado por
todo este viaje para intentar entender esta otra América, esta Narcoamérica.
Entonces
por eso no tenemos ninguna experiencia —y ojalá sigamos así— que en verdad haya
puesto nuestra vida en peligro. De repente te puede seguir la policía o
alguien, pero eso es mínimo en comparación con colegas que mueren o que están
amenazados. Y ponerle una mordaza de miedo a los periodistas sucede mucho. Por
eso nuestro libro está dedicado a ellos: dentro de la cobertura de estos temas,
hasta ahora nos sentimos unos afortunados. Creemos que no nos la hemos jugado
tanto como sí se la juegan diariamente muchos de los periodistas de este
continente.
AR: Al final del libro ustedes
dicen que no tienen soluciones, pero se pronuncian por el cambio. Desde la
sociedad, ¿qué se puede hacer para cambiar esta situación? De los casos que
reportearon, ¿dónde encuentran esperanza?
ASI:
Creo que es lo que te mencionaba antes: el libro sirve, para empezar, como
información para quien no sabe del tema, como un ama de casa, un universitario,
etcétera, y después como reflexión, para que la gente le dé más importancia al
tema de política de drogas porque está causando demasiado daño a nivel mundial.
Pues
creo que los casos esperanzadores tienen que ver con estos activistas, la gente
que está haciendo cosas para intentar cambiar esta política a nivel mundial,
porque no es únicamente en América Latina. Esperemos que en la reunión
extraordinaria de la ONU de 2016, al menos le puedan dar una vuelta de tuerca.
JLP:
El cambio más evidente ha sido el uruguayo, donde el propio Estado, con el
presidente Pepe Mujica, ha cambiado la política de drogas hasta regularizar la
mariguana.
Pero
de lo que hay que tener cuidado es que lo que funciona en Uruguay es sólo para
ese país. Cada país tiene un contexto y unos problemas a veces comunes, pero
diferentes. Uruguay es un país de tres millones de habitantes, con unos índices
de desigualdad, pobreza y violencia menores. Además, allí había una cultura de
autocultivo bastante fuerte. Había bases para que Mujica tomara esa decisión.
Pero
sí decimos que el prohibicionismo no funciona. Esto no es porque lo digamos
nosotros sino porque si lo miras en cifras es un fracaso: desde que se inició
la guerra contra las drogas muere más gente y se consumen más. Se han creado
mercados internos, no tan potentes, aunque los grandes consumidores siguen
siendo Estados Unidos y Europa.
Pero
mientras no cambiemos esto seguirán las consecuencias trágicas del narco. No
nos pronunciamos más allá porque no tenemos la solución ni es nuestro papel
ofrecerla, sino crear un documento como este, que sirva para la reflexión de un
tema que nos parece importante y urgente.
*Entrevista publicada en Replicante, enero de 2016.
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