El liberalismo, la oportunidad
perdida
Entrevista con Macario Schettino*
Ariel
Ruiz Mondragón
Debido
a diversos factores, en las últimas dos centurias se ha registrado un
crecimiento económico extraordinario, como no se había visto antes en la
historia. Una serie de cambios y conjunción de factores hicieron que la
humanidad generara más riqueza que nunca antes.
“La
razón por la cual hoy vivimos mejor que en épocas anteriores es que en los
últimos 200 años hemos producido una cantidad espectacular de riqueza, es decir
de bienestar”, afirma Macario Schettino en su libro más reciente, El fin de la confusión (México, Paidós,
2014), en el que destaca el decisivo papel del liberalismo político y económico
en tal prosperidad, a la vez que fustiga las vías y utopías que se han querido
presentar como opciones a él.
Sobre
el contenido de esa obra Este País
conversó con Schettino, quien es ingeniero químico y de sistemas por el ITESM, maestro
en Economía por el CIDE y doctor en Administración en el programa ITESM-Universidad
de Texas en Austin, además de candidato a doctor en Historia por la Universidad
Iberoamericana. Ha sido profesor en El Colegio de México y en el ITESM. Autor
de una veintena de libros, ha colaborado en periódicos como El Financiero y El Universal, además de que es comentarista en Canal 11, Televisa y
MVS.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir
un libro como el suyo?, ¿qué relación tiene con su libro Cien años de confusión. México en el siglo XX, publicado hace siete
años?
Macario Schettino (MS):
Los que nos dedicamos a estudiar realmente no podemos vivir mucho tiempo sin
escribir. Es parte de lo que uno sabe hacer. No me di cuenta de que había
pasado tanto tiempo de que había escrito el anterior libro. Cuando me di cuenta
tuve que dejar algunas actividades para dedicarme a escribir porque no lo había
hecho, y creo que es importante tratar de contribuir a la discusión de temas
públicos cuando uno cree que tiene algo interesante que decir. Ese es el origen
del libro.
AR: En el libro escribe que con el
crecimiento económico en los últimos 200 años hemos llegado a vivir mejor que
en cualquier otra época, lo cual no quiere decir que estemos en un mundo feliz.
Usted hace un repaso de las explicaciones que se habían dado de ello a partir
de factores como la inversión, la educación y la tecnología, las que considera
insuficientes. ¿Por qué ese crecimiento de los últimos dos siglos no ha sido
explicado satisfactoriamente?
MS:
Lo primero que es importante recordar es que en la historia de la humanidad el
crecimiento económico no es algo frecuente: no había ocurrido prácticamente
nunca de la forma en que ha ocurrido en estos últimos 200 años. Fue una
sorpresa para todos: justo cuando empezaba el crecimiento es cuando Malthus
escribió su famoso ensayo sobre la población, en donde dice que si hay mayor
crecimiento poblacional nos vamos a morir todos porque no va a haber comida.
Pero no fue así, sino al revés: lo que ha ocurrido en estos últimos 200 años es
que la población se ha multiplicado por siete, y la riqueza de cada una de las
personas, en promedio, se ha multiplicado por 14. Es decir, hemos multiplicado
90 o 100 veces la riqueza de la humanidad en ese periodo. Ese crecimiento es espectacular
comparado con cualquier otra época anterior.
Pero
como esto ha sido solamente en estos 200 años ha sido difícil de explicar,
aunque ha habido muchos intentos por hacerlo. El primero que lo intentó fue
Adam Smith, y después Carlos Marx escribió sus interpretaciones. Cuando ellos
escribieron la información era muy escasa: Smith lo hizo antes de que empezara el
crecimiento acelerado, y Marx cuando se estaban viendo los primeros efectos,
que fueron muy negativos, y que es sobre lo que escribió. Para cuando él hizo
sus últimos libros ya el crecimiento estaba teniendo efectos muy positivos,
pero él ya no los vio porque así ocurre con los seres humanos: se acostumbra
uno a lo que uno cree y ya no se fija uno en la realidad.
AR: Dice que incluso no lo quería
ver…
MS:
No lo quiso ver porque tenía los datos pero no los quiso usar porque se le
venía abajo su explicación y quiso mantenerla.
Durante
el siglo XX hubo diversas explicaciones, sobre todo después de la Segunda
Guerra Mundial. Entonces llevamos muy poco tiempo de estudiar estos fenómenos y
por eso todavía no se entienden por completo, pero tengo la interpretación de
que el crecimiento económico tiene su origen en dos factores: el primero es un
Estado fuerte, limitado por la ley y responsable frente a los ciudadanos, que
es lo que de otra manera se llama democracia liberal, y, segundo, una forma de
pensar en la que se celebra la riqueza productiva y se desprecia la riqueza por
privilegios. Los dos son creaciones de los últimos años, que permiten este
crecimiento espectacular de los últimos 200 años y la existencia de la
democracia.
Otro
asunto muy importante es que, fuera de los últimos 200 años, la democracia
nunca existió (si acaso, el pedacito de Atenas, y eso que es para los cuentos).
La verdad es que no hay democracia salvo en las dos últimas centurias, que es
cuando hay crecimiento.
Los
dos aspectos se empezaron a originar hacia 1500. Europa tardó 300 años en crear
las bases del crecimiento y la democracia.
Nosotros
queremos que eso ocurra de un día para otro, y como no nos sale nos enojamos y
empezamos a inventar cosas. De eso se trata el libro: de explicar cómo hemos
ido buscando alternativas y todas han resultado mucho peores, desde el
comunismo hasta el crecimiento agotador de América Latina. Todo ha sido un
fracaso.
AR: ¿Esa insuficiencia para
explicar el crecimiento dio origen tanto al pensamiento antiliberal —que va
desde el romanticismo hasta Naomi Klein, como usted señala— como a las utopías
fracasadas que usted señala: el comunismo, las economías mixtas y quizá hasta
la tercera vía?
MS:
Creo que sí. Como no se entiende al principio de dónde viene el crecimiento ni el
funcionamiento de la democracia, la reacción social es complicada. Algo que es
muy importante comprender es que a los seres humanos la incertidumbre nos da
miedo, y tanto el crecimiento como la democracia exigen incertidumbre. Es
decir, el crecimiento ocurre cuando uno toma riesgos, a uno le puede ir bien o
mal. Una persona que pone una empresa, un changarrito, pues si le va bien se
hace rico; pero si le va mal va a perder todo. Ese riesgo no cualquiera lo
toma, la mayor parte de los seres humanos tiene miedo. Si este es tan grande
que nadie quiere tomar riesgos, no se genera riqueza. Ese es un poco el
problema de América Latina: no hay muchos emprendedores.
Lo
mismo ocurre en términos de la democracia: no resuelve problemas sino que es un
procedimiento para discutirlos, en el que todo mundo tiene la misma fuerza para
opinar. Esto genera mucha incertidumbre, y la gente prefiere algo más claro, que
es lo que nos dan las alternativas utópicas: alguien que nos dice “yo te voy a
llevar directo a que todos sean felices”. Pues órale, vamos todos para allá. Eso
son las religiones, pero también en los últimos 200 años ha habido religiones
laicas como el comunismo y varias opciones socialistas, que no son buenas
ideas.
AR: Una idea clave del libro es la
de igualdad. ¿En qué se distingue su concepto del tradicional de la izquierda?
MS:
A mí me parece que todos los seres humanos somos distintos, pero la idea de que
somos iguales nos ayuda a resolver muchos problemas. Entonces, creo que esta
invención que hacemos de considerarnos todos iguales es importantísima. Debemos
considerarnos todos iguales en términos de la aplicación de la ley, de la
elección de los gobernantes y del enfrentamiento en el mercado. Qué ocurra
después de eso ya no lo podemos resolver.
La
izquierda, en general, siempre ha pensado en términos de igualdad al final; es
decir, debemos ser iguales en términos del ingreso que tenemos. No veo por qué:
debemos ser iguales en términos de cómo entremos al mercado, y el cómo salimos
será resultado de distintas cosas: hay personas con más habilidades, con más
conocimientos, que yo creo que pueden producir y ganar más, pues tendrían
derecho a lo que producen.
AR: Me llama la atención la idea de
que la gente pueda generar riqueza y a la vez apropiársela…
MS:
Eso fue revolucionario, y no ocurrió en el mundo antes del siglo XVI. Cuando
alguien empezaba a generar riqueza por la razón que fuera, los que tenían el
poder se la quitaban porque de alguna manera era un adversario, porque la
riqueza económica, el poder político y el poder religioso no tenían diferencia
entre sí. Entonces, si alguien obtenía uno de los tres podía quedarse con los
otros. Entonces Iglesia y Estado se dedicaban a destruir a quien generaba
riqueza.
El
gran cambio es la aparición de las ciudades en Europa, sobre todo hacia los
siglos XII y XIII, cuando empezaron a construirse espacios que lograron
deshacerse de la Iglesia y del poder del Emperador o del Rey para darle poder a
quienes estaban allá adentro. Quienes estaban adentro y quienes iban a obtener
este poder político son los que generaban la riqueza: artesanos, pequeños
productores e incluso artistas (Miguel Ángel es uno de los primeros
multimillonarios por su creatividad).
Esta
capacidad de creación fue la que abrió el espacio para que después se empezara a
reconocer que quien genera riqueza es alguien valioso para la sociedad. Antes
no era así; por ejemplo, en España, en el siglo XVII, el Siglo de Oro, fue el
de los hidalgos, los que tenían nobleza en la sangre y por lo mismo no
trabajaban porque era algo que dañaba, ofendía. Así no se puede hacer nada.
¿Por qué en España el siglo XVII es el de la decadencia? Pues porque nadie
trabajaba porque era malo en términos de honor.
AR: Usted dice que pone a Marx de
cabeza: las ideas son las que determinan el funcionamiento de una sociedad.
Pero ¿cómo se generan estas ideas?
MS:
No hay ningún factor que determine a todos los demás; todo se va moviendo más o
menos junto. Pero las que inician la dinámica son las ideas porque hay mucho
que no hacemos simplemente porque no se nos ocurre. La gran diferencia entre
nosotros y los demás animales es que a nosotros se nos ocurren ideas y las
podemos convertir en realidades.
Son
las ideas las que generan los espacios productivos y de creación, y creo que
van antes que la parte económica.
Considero
que la idea marxista ha sido muy dañina para entender la sociedad porque,
aunque ya desapareció el comunismo en el mundo, Marx sigue siendo muy fuerte en
la academia, y la mayor parte de los historiadores siguen pensando en términos
marxistas. Entonces siempre andan buscando una explicación económica a los
fenómenos sociales, y la acaban inventando porque en muchas ocasiones no existe.
Hacen interpretaciones que, a mi juicio, no funcionan.
Pienso
que hay que deshacerse de Marx también. Fue un gran pensador del siglo XIX,
pero incluso en su tiempo lo que él pronosticaba se demostró falso. Después, ha
sido demostrado que todo lo demás que él propuso no funciona. Entonces lo que
yo no entiendo es que, si ya está demostrado que no sirve, ¿por qué le siguen
haciendo caso? Inexplicable para mí.
AR: En los dos últimos siglos se ha
generado una gran riqueza, un avance del crecimiento, del capitalismo. Pero a
la vez usted encuentra una gran desigualdad entre los países más ricos y los
países promedio con los más pobres: en los primeros la riqueza se ha
multiplicado de 75 a 100 veces, mientras que los países pobres se mantienen
prácticamente igual…
MS:
Los países más pobres casi no han incrementado su ingreso. La razón es muy
sencilla: antes de 1800, por poner una fecha, no se generaba riqueza. Entonces todo
mundo tenía poco. Cuando alguien comenzó a generar riqueza se empezó a separar
de los demás; así, mientras los demás no estén generando riqueza, la diferencia
va a ser más grande. Eso es lo que está pasando: los países que generan riqueza
son cada vez más ricos, y los que no la generan se quedan exactamente donde
estaban. Parecen más pobres, pero no son más pobres: están igual, pero cada vez
más lejos de los ricos.
La
solución es que todos generen riqueza, y para crearla nada más se necesita lo
que decía antes: Estado fuerte, limitado por la ley y responsable ante los
ciudadanos, y el reconocimiento social a la producción de riqueza. Si no se hace
esto, no funciona.
América
Latina es un buen ejemplo: aquí la gente celebra a los ricos, pero no importa
si hicieron su riqueza produciendo, estafando o por privilegios. Ese es el
problema que tenemos., y por eso este es el continente más desigual del mundo
—África es un continente pobre pero no tan desigual como nosotros.
¿Por
qué nosotros somos tan desiguales? Porque los privilegios que tenían ciertos
grupos los mantuvieron durante la Independencia —según yo, ellos la hicieron para
mantener sus privilegios, y creo que lo puedo documentar bien—. Ellos son los
que ganan durante el periodo de la primera globalización, son los que capturan
la generación de riqueza. Todo mundo dice: “Es que Estados Unidos o Inglaterra
nos explotaban”; no, las que nos explotan son las elites internas, que venden
los recursos naturales y el trabajo de los latinoamericanos a los países ricos,
que le pagan a las elites, y éstas no le pagan a los otros.
Entonces
las explotadoras son estas elites, que son familias enteras que uno puede
identificar. En México es menos notorio que en otros países de América Latina,
pero en todos tenemos familias que mantienen riquezas exageradas desde los
siglos XVII, XVIII y XIX, y la siguen teniendo hoy. Y las mantienen no porque
sean creativas o productivas, sino porque tienen privilegios. Eso es lo que hay
que acabar.
AR: Quiero ir a esta diferencia
entre los países pobres y los ricos. Usted señala que dentro de los propios
países ricos hay muchas diferencias. Entonces, a grandes rasgos, ¿cuál es la
relación entre crecimiento y desigualdad?
MS:
Es clara: hay momentos de crecimiento en los cuales la desigualdad se va
achicando, y hay otros en que crece. Estos son cuando tenemos un cambio muy
significativo en la forma de producir o, como le decimos normalmente, un cambio
tecnológico. Cuando hay un gran cambio tecnológico lo que va a ocurrir es que
la productividad de la economía en su conjunto se reduce y se amplía la
diferencia entre ricos y pobres.
Recientemente
el señor Picketty se volvió muy famoso con un libro sobre la desigualdad…
AR: Lo menciona por allí…
MS:
Lo menciono en ocasiones porque yo creo que está equivocado. Yo hice una reseña
que está en mi página de internet, y creo que está equivocado porque el origen
de la desigualdad no es el rendimiento del capital, como él dice, sino la
capacidad creativa de los distintos grupos que, en un momento de cambio
tecnológico, se vuelve mucho más importante.
El
ejemplo más claro es lo que Marx vio cuando escribió su Manifiesto del Partido
Comunista y sus primeros textos hacia 1844. Lo que él estaba viendo es el
efecto del cambio tecnológico, es decir, la caída de productividad y la
ampliación de la desigualdad. Observó que la gente vivía peor, y entonces dijo “está
mal”. Su interpretación es errónea, pero lo vio.
Ahora
tenemos el mismo fenómeno cuando Picketty dice “es que hay mayor desigualdad”.
Sí, es cierto: hay mayor desigualdad, pero esta es producto de este cambio
tecnológico. Hoy tenemos la revolución de las tecnologías de la información y la
comunicación que están haciendo que produzcamos distinto. Esto no se ha
entendido muy bien; le dedico un capítulo hacia el final para tratar de
explicar hacia dónde nos estamos moviendo en el mundo: estamos utilizando una
forma productiva distinta que ya no necesita las ocho horas de trabajo diario
de las personas, y ya no hay empleos porque no se necesitan. Se necesita
producir de una forma distinta.
Entonces,
como ya no tiene uno que trabajar tanto tiempo, la parte más interesante de los
últimos 100 años es el incremento del tiempo libre: la gente tiene muchísimo.
Todo el mundo dice que trabaja mucho, no es cierto: ¿qué hace una persona en su
tiempo libre? Nada más dos cosas: entretenerse o comunicarse. Durante los
últimos 30 años quienes se dedican al entretenimiento y la comunicación han
ganado lo que han querido, y así va a pasar en los siguientes 20 años al menos.
Pongo el ejemplo de los deportistas, porque me puse a buscar los datos (son
públicos) de cuánto ganan los beisbolistas en las Grandes Ligas, y fui viendo
cómo va creciendo el ingreso promedio de los beisbolistas. Es una cosa
espectacular: está multiplicado por 75 su ingreso en términos comparativos con
el ingreso promedio de un estadounidense en los últimos 40 años. No hay nadie
que haya tenido un crecimiento de ese tamaño.
Si
usted va a ver cuáles son los empresarios más ricos de los que están en la
lista de Forbes, una cantidad no menor se dedica al entretenimiento, a
cuestiones que tienen que ver con las comunicaciones, desde tecnologías hasta los
medios de comunicación, porque están generando una cantidad de riqueza brutal.
Eso
es lo que está haciendo la diferencia. No es un rendimiento del capital mucho
mayor que antes; a lo mejor hay un poquito más de rendimiento del capital por
la misma razón: el cambio tecnológico exige más capital y menos mano de obra,
pero el mayor efecto es tecnológico.
AR: Sobre el caso de Latinoamérica:
el libro es una clarísima defensa del liberalismo en sus vertientes económica y
política. ¿Qué pasó en América Latina, donde hay una fuerte tradición
antiliberal? Usted menciona, por ejemplo, que Carlos Salinas de Gortari hablaba
del liberalismo social, fundamentado en Jesús Reyes Heroles. Es decir, también
ha habido cierta tradición liberal…
MS:
El liberalismo en América Latina casi siempre ha sido derrotado; es decir, se
utiliza como referencia histórica pero ha sido el perdedor. Por ejemplo, la
Independencia de México no la hacen los liberales, Hidalgo y Morelos, sino el
conservador Iturbide. La Independencia en América del Sur se asocia con Simón
Bolívar, que se supone liberal, pero, primero, ni lo era tanto, y, segundo, él
no ganó la Independencia: la creó y de inmediato fue capturado por los grupos
poderosos, y de cualquier manera el resultado de la Independencia fue capturado
por estos.
No
vuelve a haber liberalismo en América Latina sino hasta fines del siglo XIX,
con nuestra guerra de Reforma, Juárez y demás. El gran liberal de México es
Porfirio Díaz, quien, efectivamente fue muy exitoso: el mejor momento de México
en comparación con el resto del mundo es durante el Porfiriato. Pero la
Revolución se vino encima y desde entonces Díaz es un enemigo, lo cual debería
ser obvio: que la Revolución Mexicana no es liberal sino antiliberal, y esa es
la razón por la cual durante el siglo XX México es un fracaso (de eso trató mi
libro anterior).
Al
final pongo la historia de los últimos 25 o 30 años en México, que no tenemos
escrita. Decidí explicar esa historia según yo la percibo, porque a la hora de
juntar toda la información se da uno cuenta de qué tamaño es la transformación
que ha sufrido México durante estos años. Es muy impresionante: Salinas hizo,
efectivamente, reformas liberales pero nada más en la economía porque no quería
perder el control político. El resultado es la crisis de 1994 y 1995, y la
democracia, que al final ganamos, a partir de 1997.
Ahora
tenemos una segunda etapa de reformas muy profundas que liberalizan ya
definitivamente la economía mexicana, y tenemos otra vez la reacción, en buena
medida originada en este intento de impedir el liberalismo en México, que es lo
que estamos viviendo el día de hoy. ¿Cómo va a acabar? No tengo idea.
Yo
espero que el liberalismo gane porque eso permitiría que México se convierta en
un país exitoso. Todos los países exitosos del mundo son liberales, tienen
libre mercado y libre competencia política. El único caso que no tiene
competencia política, creo yo, es Singapur. Pero fuera de este, los demás
países ricos tienen competencia política y económica prácticamente absolutas.
AR: ¿Cuáles han sido las
oportunidades perdidas de México y de América Latina en el panorama del
crecimiento mundial?
MS:
Perdimos tres oportunidades grandes durante el siglo XX: la primera fue la
Primera Guerra Mundial, que ocurrió muy concentrada en Europa, y que fue un
momento de gran crecimiento para quien le vendía a Europa. Nosotros ya casi no
le vendimos porque estábamos en la Revolución. Le vendimos algo de henequén,
pero ya no se aprovechó ese momento de crecimiento.
En
la Segunda Guerra Mundial tampoco pudimos aprovechar mucho el crecimiento
porque no estábamos en condiciones de vender mucho. Después de esa guerra, que
son los 25 años de mayor crecimiento económico sin inflación en la historia,
América Latina decidió encerrarse. Esa decisión, la creación de la Cepal y sus
ideas de que había que cerrarse para garantizar el desarrollo fueron una
tragedia. Entonces se hicieron ricos muchos países, pero nosotros no, nos
quedamos como estábamos y algunos empeoraron, como fue el caso de Argentina,
que se vino abajo por completo por andar inventando alternativas que
supuestamente son mejores que el liberalismo.
El
liberalismo tiene el problema de que garantiza incertidumbre, y a los seres
humanos no les gusta la incertidumbre. A cambio de ésta, la posibilidad de
desarrollar riqueza y democracia es mucho mayor que cualquier otro método. Pero
los seres humanos no quieren arriesgarse: prefieren algo seguro, y lo seguro es
el comunismo, el crecimiento agotador, el totalitarismo, que dan como resultado
tragedias brutales. No ha habido hambrunas nunca en un país democrático, todas
han ocurrido siempre en países autoritarios.
AR: Usted ubica en México, en el
terreno de las ideas y de las políticas, el gran problema en el nacionalismo
revolucionario, especialmente en el gobierno del general Lázaro Cárdenas. Usted
llega a mencionar que en aquella época no era una mala idea. ¿Por qué no lo era
y terminó por si serla?
MS:
Yo creo que es una mala idea siempre; lo que ocurrió es que en 1935 no era
fácil darse cuenta de que era una mala idea. ¿Por qué? Porque no teníamos las
explicaciones del crecimiento, que ya comentamos hace un momento, porque en ese
momento estaba Estados Unidos, que era el gran país capitalista, en una gran
depresión, y nadie sabía si eso iba a funcionar o no. En esos momentos nadie
sabía si la Unión Soviética era un éxito económico o no, no había información
clara.
Entonces,
la información que tenían los mexicanos, el general Cárdenas o cualquier ser
humano en 1935 no permitía saber con certeza si el capitalismo liberal era la
mejor salida. Por eso las apuestas al comunismo o al crecimiento agotador
fueron tantas. Lo que ocurrió es que para finales de los sesenta ya era claro
que eso era un fracaso.
Entonces
yo no culpo a Cárdenas por el tipo de modelo económico que construyó; era un
mal modelo, pero, insisto, él no podía saberlo, con certeza al menos. Pero para
finales de los sesenta sí ya era claro que eso no funcionaba y, en lugar de
corregir, lo que hicimos en México fue endeudarnos a partir de 1965, para
fingir que esto funcionaba. Ese fingimiento fue tan exitoso que al día de hoy
la gente sigue pensando que en ese momento vivíamos bien, y de hecho hay muchos
que dicen “hemos vivido mal los últimos 30 años; antes estábamos mejor”. Eso es
absolutamente falso: antes estábamos peor todavía y nos estábamos endeudando.
Entonces
creo está más o menos claro que por allí no es.
AR: También me pareció muy
interesante que en su libro usted no menciona la palabra “desarrollo”, que
muchos economistas vinculan como crecimiento con bienestar social. ¿Por qué
esta ausencia?
MS:
El desarrollo es un concepto que se inventa después de la Segunda Guerra
Mundial para tratar de decir que el capitalismo no es suficiente y que se
necesita algo distinto. Es un concepto creado para darle fundamento a estas
alternativas que son un fracaso.
En
consecuencia es un mal término. Desarrollo puede significar mil cosas extrañas,
pero ninguna de esas sirve para nada. Cuando uno ve los datos se da cuenta de
que todos los países que ofrecieron desarrollo han resultado un fracaso.
Los
que no ofrecieron desarrollo son a los que les va bien. Entonces desarrollo es
un término que hay que borrar de nuestra mente, y hay que concentrarnos en el
crecimiento y en la democracia.
AR: En el diagnóstico de los
problemas pendientes del país destaca los de la seguridad y el Estado de
derecho, que están muy vinculados. ¿Qué ha pasado con la democratización en
estos dos ámbitos?
MS:
No puede haber democracia sin Estado de derecho: es imposible. Pero un régimen
autoritario no necesita la ley. Entonces, México vivió un régimen autoritario
todo el siglo XX: no necesitaba la ley, no se usaba, y ahora la necesitamos y
no la tenemos. Nadie está acostumbrado a ella. Todos los mexicanos sabemos que
no hay que cumplir la ley y nadie la cumple. Eso no funciona.
Entonces,
si queremos democracia hay que construir el Estado de derecho, y esto es algo
que tarda. Llevamos 17 años con democracia, y no se le puede pedir a nadie que
en ese tiempo construya una cultura diferente.
Creo
que hemos avanzado mucho: tenemos una Suprema Corte autónoma, mejores leyes,
está en proceso el cambio del Poder Judicial. Considero que vamos a ser
exitosos, pero el proceso no va a tardar un año ni tres semanas sino un rato.
Entonces
hay dos problemas clave: la corrupción y la aplicación de la ley. Son un poco
distintas y no exactamente lo mismo, pero los dos tenemos que resolverlos. A
final de cuentas todo tiene que ver con limitar al poder político y construir
reglas que todo mundo cumpla. Vamos a tardar en hacerlo, pero creo que vamos a
poder.
AR: Creo que todavía hay muchos
reflejos antiliberales en México. ¿Cómo sortear los problemas que plantean
desde el multiculturalismo hasta el crony
capitalism, el capitalismo de compadrazgo? ¿Cómo impulsar hoy la agenda
liberal?
MS:
En principio, escribiendo estos libros. Yo creo que hay que dar un debate en
las ideas, que no se ha dado suficientemente bien en México. Las personas que
piensan en términos de estas ideas multiculturales, comunitaristas son muchas.
Tienen mucho acceso a medios mis colegas que piensan y escriben en esos
términos. Otros más piensan en términos del Estado rector de la economía, como
se pensó en México durante mucho tiempo, y que están escribiendo a diario.
Yo
creo que necesitamos más liberales escribiendo cuál es la otra posibilidad, y
además sobre qué pasa en el resto del mundo porque los mexicanos nos vemos el
ombligo todo el tiempo y no nos damos cuenta de ello. Creo que toda la
evidencia muestra que el único camino a la riqueza y a la democracia es la
libertad en términos económicos y en términos políticos. Eso es lo que
necesitamos construir.
*Una versión más corta de esta
entrevista fue publicada en Este País,
núm. 294, octubre de 2015.
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