Neoliberalismo: éxito ideológico,
fracaso real
Entrevista con Fernando Escalante
Gonzalbo*
Ariel
Ruiz Mondragón
Pese
a que el ascenso y auge del neoliberalismo ocurrió en los años ochenta del
siglo pasado, su elaboración intelectual procedía cuando menos de medio siglo
antes, cuando en 1938 se realizó el Congreso Lippman, que dio origen a la
Sociedad Mont Pélerin, en la que se agruparon varios pensadores que dieron
origen a esa doctrina, que ya planteaba una nueva relación entre Estado y
mercado, la política y la economía.
La
crisis económica de los años setenta, el declive del Estado de bienestar y la
inestabilidad política y social que se vivió en amplias regiones del mundo son,
entre otros, los factores que le abrieron la puerta al neoliberalismo. Así, “en
menos de diez años, el mundo cambia por completo”.
Quien
afirma lo anterior es Fernando Escalante Gonzalbo, autor de Historia mínima del neoliberalismo
(México, El Colegio de México, 2015), quien realiza en este libro una
descripción de la trayectoria de este, como él lo llama, programa intelectual y
político, movimiento cultural que ha engendrado “la ideología más exitosa de la
segunda mitad del siglo XX, y de los años que van del XXI”.
Etcétera
conversó con Escalante Gonzalbo (Ciudad de México, 1962), quien es doctor en
Sociología por El Colegio de México. Ha sido profesor en el Centro de Estudios Internacionales
de esa institución, así como en la UNAM, el CIDE, la FLACSO, el ITAM, la Universidad de Chicago, el Instituto de
Estudios Políticos de París y el Instituto Universitario Ortega y Gasset, de
Madrid.
Autor de una decena de libros, ha colaborado en
publicaciones como Vuelta, Nexos, Nueva Sociedad, Public Culture,
Revista Mexicana de Ciencias Políticas y
Sociales, Estudios Sociológicos e
Istor, así como en los diarios El Universal, Milenio Diario, La Crónica de
hoy y La Razón.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy
escribir una historia de lo que usted llama “programa intelectual y político”,
“movimiento cultural”, “la ideología más exitosa del siglo XX”, que ha
transformado el mundo en los últimos 40 años?
Fernando Escalante Gonzalbo (FEG):
El primer motivo, desde luego, es que el tema es importante. El neoliberalismo,
al ser un programa intelectual y político muy ambicioso, muy extenso,
normalmente ha tenido en los últimos tiempos una imagen muy borrosa porque la
palabra “neoliberal” se nos ha convertido en un adjetivo para descalificar
cualquier cosa, y entonces parece que no tiene contenido real.
El
propósito del libro es, en primer lugar, restaurar la comprensión del fenómeno
del neoliberalismo y mostrar la amplitud de su programa, porque hay algunas
políticas económicas inspiradas en su modelo, pero hay también una sociología,
una idea del derecho, una antropología, una idea del Estado neoliberales, que
son las ideas dominantes en todo el mundo.
Por
eso es importante ver de dónde vienen y cómo se estructuran intelectualmente
las instituciones, leyes, planes y políticas que están vigentes hoy en casi
todo el mundo.
AR: Podemos empezar con la idea
antropológica del neoliberalismo: usted menciona que Hayek le quiso dar un fundamento
biológico, lo cual llega hasta la psicología evolucionista, y creo que también atraviesa
el posmodernismo. ¿Cuál es la concepción neoliberal de la naturaleza humana?
FEG:
Ciertamente, como dice usted, es Friedrich Hayek quien lleva el programa neoliberal
a un mayor alcance y amplitud. Tiene una visión de la evolución de la humanidad
que articula y que trata de engarzar en un mismo programa intelectual, fallido
en algunos asuntos pero enormemente interesante por su ambición.
Puesto
en términos muy simples, la antropología neoliberal supone, por decirlo con la
expresión de Margaret Thatcher, que la sociedad no existe sino sólo los
individuos, que estos son libres y racionales, y que todo lo que sucede en el
orden social es producto de las decisiones de individuos racionales que eligen
y prefieren. De allí se deriva una enorme cantidad de asuntos: si uno admite
esto, se da origen a un tipo de instituciones, políticas, leyes y demás, algunas
recomendables y otras no, y hay determinadas cosas que desaparecen, y eso también
es importante.
Si
sólo hay individuos racionales que optan libremente, entonces la existencia de un
interés público resulta, por lo menos, dudosa. Lo público resulta, de
inmediato, sospechoso, porque sólo hay individuos.
Desde
luego hay muchas otras derivaciones de la antropología neoliberal, pero la
matriz básica es esa: la idea de que lo único que existe, lo único que tiene
entidad son los individuos, libres y racionales, y que tienen el propósito, por
lo tanto, de siempre maximizar su utilidad.
AR: El neoliberalismo ha presumido
de su cientificidad; en ese sentido, tiene una suerte de epistemología propia
que, como usted señala, obedece a un modelo de la física del siglo XIX. Así, como
usted comenta en el libro, el mercado ofrece una forma singular de conocimiento.
¿Cuáles son las consecuencias de estas concepciones?
FEG:
El programa neoliberal se apoya y se monta en una idea de la ciencia que es la
que domina en nuestro sentido común, una muy estrecha de lo que es la ciencia,
basada, además, en ciencia del siglo XIX, no en la del XX. Esta última es, en
todas las disciplinas (físicas, biológicas o sociales), un conocimiento de lo
complejo y de la indeterminación, que incluye la consideración del tiempo, y es
una ciencia mucho más sofisticada que la del XIX, cuando se pensaban procesos
mecánicos (hoy sabemos que todos los procesos son orgánicos; que todos están
relacionados entre sí; que acontecen en el tiempo y que, por lo tanto, tienen
un decurso catastrófico; que no son reversibles, etcétera).
Pero
hay una idea de la ciencia que supone que modelos matemáticos relativamente
simples pueden representar adecuadamente la realidad. El programa neoliberal —que
se define originalmente en 1938— adopta esta idea de la ciencia, y eso tiene consecuencias
sobre el modo en que se aproxima a la realidad, porque su intención es elaborar
proposiciones cada vez más abstractas y porque la idea es que el conocimiento
científico debe aspirar a establecer leyes de validez universal. Esto, insisto,
es la ciencia del siglo XIX, que no tiene nada que ver con la ciencia de hoy.
Pero
para establecer leyes de validez universal tenemos que elevarnos a un nivel de
abstracción enorme: si la ley que descubro sobre el comportamiento humano debe
tener una vigencia igual en Noruega y en Nigeria, tengo que hacer abstracción
de muchas cosas para poder poner qué es lo que tienen en común los noruegos y
los nigerianos, y además los chinos y los mexicanos. Es algo tan abstracto que
difícilmente es relevante hoy para un científico social.
Para
la mayor parte de las ciencias sociales de hoy es evidente, por ejemplo, que no
es irrelevante que un acontecimiento haya sucedido antes o después de la
Segunda Guerra Mundial, antes o después de la Revolución Mexicana. Tampoco es
lo mismo si algo sucede en Acapulco o en la Ciudad de México, en el desierto de
Sonora o en la tierra caliente de Michoacán.
Las
ciencias sociales modernas van incorporando cada vez más datos de contexto para
hacer un conocimiento cada vez más complejo. Por lo tanto, el nivel de
abstracción en el que se mueven las ciencias sociales de hoy es mucho más bajo
porque tenemos que dar cuenta de fenómenos históricos, cultural y
geográficamente situados.
El
programa neoliberal, en cambio, lo que pretende es liberarse de todas esas
características concretas para plantear leyes idealmente universales y, por lo
tanto, abstractas. Esa es su epistemología y tiene muchas consecuencias, porque
tiene que hablar de individuos racionales sin hacerse cargo de que ese
individuo vive en México, tiene tal nivel de ingresos, tiene cierta educación y
vive en el contexto de este sistema político. Hay un costo de esta ambición de
cientificidad a través de la abstracción, por llamarle de algún modo, y es que se
pierde mucha capacidad explicativa.
AR: ¿Cuál es la relación del
neoliberalismo con la democracia? En términos teóricos usted repasa, por
ejemplo, las tesis de la democracia económica, y hace una declaración fuerte:
las decisiones básicas de la economía están fuera del círculo democrático. Y no
está de más mencionar la visita de Hayek al Chile de Augusto Pinochet, cuando
planteó que la dictadura podía autolimitarse para que hubiera libertad
económica.
FEG:
Es una relación problemática desde un principio. La verdad es que para el
programa neoliberal la democracia no es necesaria. Esto es así desde un
principio, desde las primeras discusiones en que se definió el programa
neoliberal en el Coloquio Lippman, realizado en París en 1938.
La
idea es que los liberales clásicos del siglo XIX habían dado prioridad a las
libertades políticas: de expresión, de asociación, de manifestación, de voto,
etcétera. El problema es que si uno privilegia las libertades políticas, tarde
o temprano termina por demandar algo así como el Estado de bienestar; es decir,
para que la gente pueda participar en política y expresarse, para que su opción
de votar sea real, debe tener un mínimo de educación, de seguridad económica, de
salubridad para hacerlo. Por lo tanto, si nos importa mucho la libertad
política tendremos que sacrificar algunas libertades económicas: que el Estados
intervenga, que regule la economía, que establezca la educación y la salud
públicas, etcétera.
Entonces,
dicen los neoliberales, si privilegiamos las libertades políticas terminamos
subordinando las libertades económicas y lo que hay, a la distancia, es el
totalitarismo. Lo hay que hacer es privilegiar las libertades económicas, la de
mercado concretamente, y ponerla fuera del alcance de la democracia porque,
dicen, si uno le pregunta a la gente, ésta siempre va a querer que le den más
dinero y vivir sin trabajar. Por lo tanto, la tendencia natural de la democracia
es a destruir la economía porque la gente siempre le demandará irracionalmente
más de lo que puede darle. Así, lo que hay que hacer es situar las decisiones
básicas de la economía fuera del alcance de las decisiones democráticas,
mayoritarias.
A
los neoliberales no les importa demasiado la democracia, y pueden vivir muy
bien con regímenes dictatoriales. Lo que les preocupa es que las libertades
económicas queden fuera del juego democrático porque, según ellos, es el único
modo de garantizar que el mercado funcione, y porque las libertades económicas
son la garantía de todas las demás.
AR: También hay una distinción que
usted hace con el liberalismo clásico: el asunto del Estado. Como usted
explica, para los neoliberales es básica la intervención del Estado. ¿Hasta
dónde ha llegado la dicotomía que planteaba Hayek entre el Estado y el mercado,
cuestión en la que, como él mismo reconocía, no se podía llegar a los extremos?
Usted cita aquella pregunta que le hizo Keynes de dónde está la línea entre uno
y otro. En términos reales, ¿cuál ha sido la frontera entre Estado y mercado en
el mundo neoliberal?
FEG:
En esto es normalmente fácil confundirse porque la retórica neoliberal es muy
antiestatista; en la práctica, los neoliberales no son enemigos del Estado, no
quieren desaparecerlo y no quieren debilitarlo. Lo que quieren es reducir lo
público, no el Estado, lo cual es diferente. Son muy conscientes de que
necesitan el Estado para crear, defender, preservar, mantener y expandir el
mercado, y lo usan, sistemáticamente, para expandirlo y defenderlo.
¿Por
qué? El argumento está muy claramente expuesto por Karl Polanyi en su clásico La gran transformación: las relaciones
de mercado, sobre todo con esas dos mercancías ficticias que son la tierra y el
trabajo, destruyen los vínculos sociales porque la lógica del mercado es
absolutamente implacable. Si dejamos actuar solo al mercado termina destruyendo
la naturaleza, las relaciones sociales, y, por lo tanto, las sociedades se
defienden del mercado y crean formas de colaboración, cooperativas, de
intervención pública; crean, por ejemplo, sindicatos para defenderse del libre
mercado, y hace falta (esta es la postura neoliberal) que activamente el Estado
rompa esas formas colectivas de defensa. Es decir, quien está indefenso y necesita
ser protegido por el Estado es el mercado, y hace falta que éste intervenga
para extenderlo, incluso en zonas en las que sería muy difícil que existiera.
Al Estado le corresponde crear aunque sea simulacros de mercado, que todo sea
como si fuese un mercado.
Entonces
los neoliberales necesitan siempre al Estado para producir mercados y para
defenderlos.
AR: Llamó mi atención que los
neoliberales hayan sido tan críticos de las burocracias, pero siempre y cuando
fueran estatales. En el libro recuerda que Hayek nunca consiguió una plaza
permanente en la Universidad de Chicago, y él sí peleaba por tener su puesto protegido,
fuera de la presión exterior. En este sentido, ¿cómo funciona la burocracia en
el neoliberalismo?
FEG:
Desde luego que hay burocracia en el neoliberalismo. De hecho, hay una
burocratización neoliberal del mundo, e incluso hay varios libros dedicados a
estudiar el fenómeno. Lo que sucede es que se cambian los criterios de su funcionamiento:
se ponen estándares de rendimiento, criterios de evaluación, sistemas de
contraloría, etcétera. En general, el propósito detrás de esa transformación es
que la burocracia funcione en todo lo posible como si fuese un mercado, lo cual
transforma su naturaleza: en lugar del sistema tradicional en el que los
puestos de funcionarios son inamovibles, tienen una plaza que es definitiva y una
serie de criterios políticos para actuar, se prefiere que sus ingresos dependan
de incentivos asociados con la productividad, que nunca tengan seguro su nivel
de ingreso, que compitan entre sí las diferentes dependencias, por ejemplo. Es
crear mercados dentro de la burocracia.
En
eso cambia mucho el funcionamiento: como la burocracia, por mucho que uno
quiera, no puede ser un mercado, lo que se hace es crear mecanismos de
supervisión y de auditoría para que pueda funcionar como si lo fuera, que sea
eficiente. Hay una hipertrofia de los sistemas de auditoría y una tendencia a
recurrir a subcontrataciones, licitaciones, contratación de empresas externas,
etcétera. Se trata de que la burocracia ya no se enfrente a la tarea de
resolver los problemas sino de que contrate a alguien que los resuelva:
simular, entonces, un mercado.
Entonces,
por ejemplo, en lugar de que el transporte público esté a cargo de funcionarios
de una empresa pública, se saca a licitación y a concurso. Se simula un
mercado, pero no lo es: para los clientes reales del transporte público o de la
recolección de basura, la relación es con un único proveedor, viven un
monopolio. Lo que pasa es que quienes simulan que existe un mercado son los
funcionarios que contratan a las empresas, y teóricamente las empresas compiten
entre sí para ofrecer un mejor servicio. En la práctica lo que se hace es crear
un mercado político.
AR: Allí hay un asunto interesante:
muchos teóricos neoliberales no rechazan el monopolio. Usted dice que para
ellos el libre mercado funciona incluso cuando no es libre. ¿Cómo explican este
asunto del monopolio?
FEG:
Dentro de la tradición neoliberal hay corrientes, concepciones y programas
distintos. Hay, en particular, una rama derivada de la obra de Milton Friedman y
de Richard Posner, para quienes los monopolios no son un problema. El argumento
es el siguiente: si el mercado produce un monopolio será porque éste es la
solución más eficiente, y lo que nos debe preocupar es la eficiencia. Eso siempre
será mejor que intentar regular contra los monopolios. Entonces el enemigo no
es el monopolio sino la regulación antimonopólica, porque ésta sí interfiere el
mercado.
Es
un argumento bastante problemático, esa vertiente del neoliberalismo sostiene
que hay que dejar que el mercado funcione, y que si produce resultados
monopólicos no hay problema.
AR: Uno de los asuntos más
interesantes es que donde inicialmente se adoptó el neoliberalismo como una
política general no fue en ningún país central, de donde eran sus grandes
pensadores, sino en un país de la periferia: en Chile, en 1975. ¿Por qué
ocurrió esto?
FEG:
En realidad el triunfo de las ideas neoliberales se produjo a lo largo de la
década de los setenta. Era un programa que había estado desarrollando sus
posibilidades conceptuales y prácticas en los 30 años anteriores, y en los años
setenta fue cuando en el espacio público internacional comenzó a ganar la
batalla.
Es
un poco engañosa la historia porque identificamos el neoliberalismo en el
momento de su auge, en los años ochenta, cuando en Estados Unidos gobernaba Ronald
Reagan y en Inglaterra Margaret Thatcher. Para ese momento ya había triunfado,
pero la década importante para la historia del neoliberalismo es la anterior,
cuando el primer gran ejemplo de políticas neoliberales que funcionan fue
Chile.
La
dictadura de Pinochet no era en principio neoliberal sino un gobierno
autoritario que no tenía un programa económico claramente neoliberal. Fue
solamente unos años después cuando dentro de su gabinete gana el ala
neoliberal. Según es fama (difícil saber si sea cierto o no), hubo una reunión
de 45 minutos entre Milton Friedman y Pinochet, en la cual el economista persuadió
al general de que sus recetas eran las que Chile necesitaba. Sea verdad o no,
el hecho es que se envió a un equipo de economistas de Chicago a trabajar con
sus colegas chilenos formados en la Universidad de Chicago en los años
anteriores, y que tenían ya una presencia consolidada en Chile.
Entonces
desarrollaron un esquema neoliberal, que tuvo altibajos: hubo algunos momentos
en que, efectivamente, las recetas neoliberales produjeron un auge de la
economía chilena, lo cual fue utilizado como ejemplo. Desde entonces hemos
vivido en buena parte de la periferia bajo la constante presencia del modelo
chileno. Eso es, por supuesto, especialmente engañoso: ha sido exitoso a ratos
y en otros un fracaso, ha tenido auges y recesiones, como todos los modelos,
pero siempre la idea es que es el modelo de una política neoliberal exitosa
—que lo ha sido en algunos temas, sin duda.
Es
importante porque la inmensa mayoría del mundo vive en la periferia, y porque el
modelo de los países centrales con economías desarrolladas que funcionan bien
no dice gran cosa. La idea de que hay un país que era subdesarrollado y que se
ha desarrollado gracias al neoliberalismo es enormemente atractiva. No vende
mucho en el espacio internacional decir que Alemania es exitosa y que adoptó
políticas neoliberales. Esa es la importancia del modelo chileno.
AR: Pero ¿cuál es la medida del fracaso
neoliberal en la periferia? Usted es muy crítico con, por ejemplo, los Tigres asiáticos (Corea del Sur, Hong
Kong, Singapur y Taiwán). ¿Qué pasó en ellos?
FEG:
Sucede algo con las políticas neoliberales de manera más o menos sistemática:
en cuanto se liberaliza un mercado, se permite el ingreso de nuevos capitales,
se desregula y se permite el movimiento de empresas diferentes, normalmente hay
un primer periodo de auge. Eso es absolutamente lógico y natural, pero lo que
sucede después no está tan claro.
Siempre
que se produce una liberalización rápida también se produce un crecimiento
económico rápido, engañoso pero real; entonces esas economías, las que sean, se
pueden proponer como modelo. Allí están los ejemplos de Lituania, Letonia y Estonia,
que eran socialistas, se liberalizaron, abrieron su bolsa de valores,
desregularon, liberalizaron su mercado financiero y entraron en auge. Es
verdad, pero lo que no se dice es que unos cuantos años después ese auge se
convirtió en una burbuja, ésta pinchó y esos países entraron en recesión. Normalmente
eso sucede.
Entonces,
el éxito de las políticas neoliberales, como el de cualquier política
económica, nunca es constante, pero como siempre hay algún país al que le está
yendo bien es usado como ejemplo.
Hubo
un tiempo en que el gran modelo eran los Tigres
asiáticos, pero hoy nadie se acuerda de ellos porque sus resultados fueron
catastróficos: en todos los casos hubo especulación financiera, caída del
producto, endeudamiento, aumento del desempleo, crecimiento de la pobreza,
etcétera.
Esos
países hoy no son modelo, lo fueron en los años noventa, y a finales de esa
década nos olvidamos de ellos y los países bálticos y de Europa oriental
ocuparon su lugar. También ahora ya nos olvidamos de que están en una recesión
profundísima, de que los países bálticos, por ejemplo, han expulsado al 10 por
ciento de su población en los últimos seis años porque no tienen modo de
emplearla.
Entonces
los auges son temporales, igual que los de otros modelos económicos, pero es
indudable que los del neoliberalismo son transitorios, como lo ha explicado muy
bien Hyman Minsky con su hipótesis de inestabilidad de los mercados financieros:
cuando comienza a crecer un mercado financiero con expectativas de crecimiento
de la economía, inevitablemente se tiende a lo que los legos llamamos burbujas
financieras, y ese es un esquema que a mediano plazo produce inestabilidad y
termina, tarde o temprano, pinchando la burbuja y provocando una recesión.
AR: El mejor ejemplo es la crisis
de 2008, que parecería una refutación del neoliberalismo. ¿Cómo sobrevivió
entonces esta doctrina?
FEG:
Yo creo que el neoliberalismo salió fortalecido luego de la crisis de 2008,
contra lo que quisiéramos pensar, por varias razones: la primera es que el
predominio de las ideas neoliberales en el espacio académico en el mundo es tal
que, cuando vino esa crisis, realmente no había alternativas.
Por
otro lado, el predominio de los intereses del capital financiero es de tal
magnitud que es muy difícil modificar el conjunto básico de reglas en las que
se apoya el modelo neoliberal. Hay una regla básica para el funcionamiento de
todo el esquema, que hizo evidentes sus problemas con la crisis de 2008, pero
que no va a cambiar: la libertad irrestricta de circulación de capitales. Si se
permite que el capital se mueva a donde quiera, entre todos los países, y que
haya un sistema de paraísos fiscales que permita evadir impuestos y esconder el
dinero en el momento que sea, el capital financiero tiene autoridad sobre el
conjunto de la economía. Entonces, si se crean las condiciones legislativas,
fiscales y regulatorias para que sean atractivas para los inversionistas, el
capital llega; pero, por ejemplo, en cuanto eso cambia y se quieren cobrar más
impuestos, se pone una legislación de protección ecológica más estricta o se
pide que haya una responsabilidad social de las empresas, el capital se va.
Esa
libertad absoluta del movimiento de capitales es la pieza básica para que todos
los Estados tengan que disciplinarse y seguir las mismas políticas favorables a
las empresas. Nadie puede salirse porque la amenaza absolutamente real es la
fuga de capitales. Esa regla no va a cambiar, por lo cual el poder del capital
financiero sobre el conjunto de la economía tampoco.
AR: Parece que se hace realidad
aquello que decía Margaret Thatcher: “No hay alternativa”. Usted comenta que no
hay otros programas políticos y ni siquiera una crítica articulada del modelo
neoliberal. ¿A qué se debe esto?
FEG:
En el periodo de auge del neoliberalismo éste era un programa enormemente
atractivo. Esto lo trato de describir en el libro: parecía explicar y tener
respuesta para muchas cosas, por lo que se empezó a desarrollar en las escuelas
de economía, sociología, filosofía, etcétera.
Parecía
que estaba resolviendo todo y que ofrecía, finalmente, una ciencia, algo que,
definitivamente, era la ciencia de lo social. Ese fue el atractivo del
neoliberalismo.
Entonces
en todos los centros de investigación comenzó a predominar el modelo neoliberal
con todas sus variantes y peculiaridades. Siguen existiendo otras tradiciones
de pensamiento pero que fueron, durante muchos años, relativamente marginales.
Además, el espacio que ocupó de manera muy eficiente el programa neoliberal fue
el de las consultorías, las empresas de asesoría, lo que los norteamericanos
llaman think thanks (tanques de
pensamiento), que producen un conocimiento prêt
á porter, para cualquier problema. Lo pueden hacer de una manera que otros
programas intelectuales no, porque en el nivel de abstracción en el que se
mueven todos los problemas se plantean de la misma manera: pueden entenderse en
términos de mercado y la solución más eficiente será la libre competencia. En
el libro muestro casos extremos, desde la tolerancia religiosa hasta el orden
familiar, las relaciones de parentesco, todo se puede imaginar como si fuese un
mercado y siempre se puede ofrecer como solución la libre competencia.
Esas
empresas de consultoría ofrecen recetas para resolver cualquier problema
mediante el mercado. Aportan algo que los políticos agradecen mucho, y que la
mayor parte de los académicos no estamos en condiciones de ofrecer: respuestas
prácticas y rápidas. Si le preguntan a un grupo de investigadores serios cómo
resolver el problema de la educación en México, van a decir: “Hay toda esta
investigación acumulada, hay una enorme complejidad, y vamos a necesitar
seguramente años de discusión, análisis, prueba, etcétera”. Mientras, una
empresa neoliberal dice: “Tu problema es que el sindicato está monopolizando la
educación. Lo que necesitas es libertad de mercado, competencia en la
educación”. Es una respuesta fantasiosa, que no tiene mucho sentido, pero que
se ha dado y que se ha adoptado en algunas partes.
Entonces
ese espacio entre la academia y la política, que ocupan las asesorías y las
consultorías, esta abrumadoramente dominado por el programa neoliberal.
Esa
es una de las razones por las cuales en 2008 y cuando nos hizo falta, no había
alternativa.
AR: Al final del libro usted aporta
algunos parámetros para construir una opción al neoliberalismo. ¿Hoy cómo
estamos al respecto?
FEG:
Cuando sometí mi libro a dictamen en El Colegio de México, uno de los
dictaminadores me pidió que agregara algunas páginas mirando al futuro
precisamente para decir si se puede pensar una alternativa. A eso corresponden
las últimas páginas, donde intento plantear los parámetros para una opción.
No
tenemos una solución, no está claro cuál va a ser la alternativa, pero sí
sabemos algunas cosas y a partir de allí hay que empezar a pensar.
Lo
primero es que la aplicación estricta del modelo neoliberal ha fracasado. Hay
que reconocerlo sin ambages, lo cual no significa que uno quiera volver a un
modelo del pasado. Es un dato: el modelo neoliberal produjo, en el mundo, menos
crecimiento que el desarrollista e intervencionista de los 30 años anteriores,
una peor distribución del ingreso, mayor concentración del ingreso, mayor
desigualdad, y no produjo el desarrollo de ninguno de los países de la
periferia. Es decir: fracasó, no cumplió las promesas que había hecho.
Si
tomamos como punto de partida el dato de que fracasó no nos queda más remedio
que pensar una alternativa, y entonces, en lugar de insistir en desarrollar más
el modelo, debemos dedicarnos a pensar en las fallas y en cómo corregirlas.
Segundo
punto importante para pensar una alternativa: la modificación de ese esquema
mental, esa epistemología que quiere soluciones abstractas y universales, y
hacernos cargo de que el conocimiento de lo social es complejo y que, por lo
tanto, tiene que desarrollarse con plena conciencia de la historia, de la
geografía y de la cultura, y producir, entonces, un conocimiento mucho más
local, apropiado para cada una de las situaciones.
Finalmente,
dado que culturalmente el neoliberalismo básicamente es un gran movimiento de
reducción de lo público en beneficio de lo privado, sabemos que la alternativa
será el desarrollo de lo público nuevamente, lo cual no quiere decir lo estatal
sino reconocer que hay intereses públicos (la ecología, la salud, la educación,
el transporte), que hay responsabilidades y problemas públicos que deben
resolverse de manera pública, es decir, deliberativa, dialogante, en espacios
públicos, considerando que todos tenemos intereses compartidos que no va a
resolver el mercado.
Ese
es el punto de partida, que creo que ya está bastante generalizado: sabemos que
el modelo fracasó, que debemos tener un pensamiento más complejo y que tenemos
que recuperar la dimensión pública de la vida social.
AR: En el libro hay algunas
menciones a México. Pero ¿cómo ha evolucionado en nuestro país el
neoliberalismo?
FEG:
El caso mexicano es absolutamente típico: se ha producido el desarrollo igual
que en el resto del mundo. Tiene su inicio en la década de los treinta, y los
años oscuros para el neoliberalismo son los del predominio del modelo
desarrollista que entró en crisis en los setenta, y por lo tanto las soluciones
neoliberales comenzaron a adoptarse en los años ochenta, como en todo el mundo.
Produce auges y caídas, crecimiento y crisis de la economía en 1995, en 2000,
como en todo el mundo, y ha fracasado, en general, en crecimiento, en reducir
la desigualdad, en promover la distribución de la riqueza, como en todas
partes.
Se
publicará próximamente en el Fondo de Cultura Económica un libro de una
profesora de la Facultad de Economía de la UNAM, María Eugenia Romero, que es
una historia del neoliberalismo en México, que comienza con quien fuera el
ministro de Hacienda de Pascual Ortiz Rubio, Luis Montes de Oca, quien entabló
correspondencia con Ludwig von Mises, y lo invitó a México y vino en 1942. Hubo
un grupo de empresarios, banqueros casi todos, que se articuló alrededor de
Montes de Oca, y que comenzó a ensayar soluciones, a crear instituciones
educativas y a pensar en la alternativa neoliberal desde el momento cardenista,
cuando había la broma de que la Escuela austriaca de economía la formaban Von
Hayek, Von Mises y Von Montes de Oca.
Desde
entonces ya había una presencia mexicana en el neoliberalismo, cuya historia en
nuestro país es ejemplar de lo que sucede en todo el mundo.
*Entrevista
publicada en Etcétera, núm. 181,
diciembre de 2015.
1 comentario:
Felicidades a Fernando, ex-colega del Centro de Estudios Sociológicos y colega de El Colegio de México. La síntesis que se presenta en esta entrevista es MUY CLARA. Buscaré el libro. Felicidades también al entrevistador, que suscitó dicha síntesis.
Claudio Stern.
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