domingo, abril 17, 2016

El purgatorio oligocrático. Entrevista con Ricardo Raphael


El purgatorio oligocrático
Entrevista con Ricardo Raphael*
Ariel Ruiz Mondragón
Entre los aspectos que permanecen casi intocados pese al proceso de democratización que ha vivido el país, se encuentra el de sus élites económicas. Éstas han logrado no sólo acrecentar sino legitimar su poder, del que hoy hacen gran ostentación. Eso se debe a una cultura del privilegio que, merced a la corrupción y la impunidad, ha reforzado aspectos como la desigualdad y la discriminación.
La figura que encarna esa suerte de régimen moral es la del mirrey, a la que Ricardo Raphael define como “tribu urbana que desde mediados de la década pasada comenzó a ser síntoma vergonzoso de la ostentación mexicana dentro y fuera del territorio nacional”. Añade: “Es el sujeto que mayor privilegio obtuvo con el cambio de época y por ello el régimen actual puede ser bautizado como Mirreynato”.
Raphael ha dedicado un libro a observar ese fenómeno y lo que expresa de la realidad actual del país: Mirreynato. La otra desigualdad (México, Temas de hoy, 2014), sobre el cual conversamos con el autor, quien es maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia; maestro en Administración Pública por la Escuela Nacional de Administración de la República Francesa, y candidato a doctor en Economía Política y Políticas Comparadas por la Universidad de Claremont. Ha sido profesor en el CIDE y el ITESM, y además ha colaborado en medios como El Universal, Sin Embargo, Canal 11, Enfoque y Proyecto 40. Es autor de al menos cuatro libros, y coautor de otros tres.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué publicar hoy un libro como el suyo? Al final del volumen usted escribe que busca “mostrar un retrato de una época y una generación donde algunos de nuestros vicios más envilecidos decidieron hacer erupción al mismo tiempo”.
Ricardo Raphael (RR): Es un libro que pretende dar a conocer algo que suponemos que no ha sido conocido, informado y discutido suficientemente. Tengo muchos años, desde la academia y también desde el periodismo, de dedicar mi tiempo a estudiar la desigualdad y la discriminación. Me tocó participar en un par de reportes, uno en 2001 y otro en 2010, y he dado clases sobre esos temas, por lo que conozco más o menos los argumentos. Pero siempre se queda uno con la sensación de que esas conversaciones están encerradas en el claustro académico o en el conocimiento de muy pocos.
Tras esa acumulación de datos, libros, argumentos e ideas, me surgió la necesidad de compartir con la comunidad a la que pertenezco mis hallazgos, observaciones y reflexiones, y Mirreynato es una versión para público amplio del trabajo que me ha tocado hacer.
No basta solamente el propósito: también hay que tener los puentes de comunicación con los distintos públicos. Soy un curioso observador de la prensa nacional, de las revistas de sociales, de espectáculos, de la política (que ahora es más espectáculo que política), en fin. Ahora lo que hago es colocar una serie de episodios de nuestra época como un fresco, y una vez que los pongo al servicio del lector, explico de dónde vienen: el episodio de las ladies de Polanco, del señor Miguel Sacal, de la Lady Profeco, del Niño Verde, las fotos de club social, la revista Quién, etcétera.
En esa exploración he descubierto que en realidad todas esas piezas son síntomas, como la roncha del sarampión, y que en concreto ese personaje, el mirrey, en sí mismo no dice mucho, pero puesto en su contexto nos explica un régimen.
Por eso bauticé al libro Mirreynato: un régimen moral que ha beneficiado a estos personajes y que, de alguna manera, relata o exhibe estos días tristes, violentos y desiguales que nos ha tocado vivir en esta época. Por eso son retratos de una generación.

AR: Usted anota que las elites económicas han escapado a un escrutinio riguroso. Pero lo curioso es que al mismo tiempo los mirreyes son un síntoma vergonzoso, como usted dice, de la ostentación. ¿Por qué al mismo tiempo que las elites escapan a la vigilancia se da esta ostentación?
RR: Se lo explico con una frase del libro: en los años ochenta y noventa, muchos personajes de estirpe corrupta, de fortuna hecha al amparo del poder, habrían logrado la portada de la revista Proceso para exhibirlos; hoy es la revista de sociales la que les da portada.
Pasamos de un régimen en el que los corruptos eran exhibidos en Proceso a otro donde los corruptos son exhibidos en las revistas de sociales. Ese es el fenómeno; pero no le estoy respondiendo el por qué, ya que cuesta trabajo hacerlo.
Me parece que en el pasado el rico y ostentoso buscaba ejercer su veleidad, su frivolidad lejos del ojo público. Se subía a su carro último modelo para recorrer el freeway 10 en Estados Unidos, para visitar Miami, para ir a Nueva York, pero no se subía a su BMW último modelo para embarrárselo en la cara a la población miserable de una colonia pobre. Eso es lo que ha cambiado: estamos en una época en la que la exhibición, la ostentación se nos ha vuelto indispensable.
Me explico esto por dos motivos: primero, porque ocurrió una competencia en redes sociales para ver quién tenía más; el segundo, porque ostentar paga: eres bien visto porque vives en una época en la que nadie te va a juzgar por dónde obtuviste el dinero para esa ostentación. Simplemente por traer ropa, una bolsa de moda y tener una casa fastuosa la gente te va a respetar; inmediatamente se construye un halo de impunidad en el que la consecuencia de tus actos se va a mitigar.
Entonces estamos en una época en la que la ostentación vale la pena porque es directamente proporcional a la impunidad: mientras más ostentas, más impune eres. Esto sí cambió, y creo que allí va parte de la explicación.
Cierro con una anécdota: me cuenta Luisa María Serna, la primera editora de la revista Quién en los años 1998-99, que cuando llevó las cámaras a fotografiar a los ricos y famosos, estos le decían: “No nos gusta tener la cámara y el video en nuestra casa, en nuestra intimidad”. Hoy es todo lo contrario: se mueren de ganas por exhibir.
¿Qué cambió de 1998 a la fecha? Se descubrió que la ostentación te da un halo de impunidad, no importa cuál sea el origen de los recursos con los que la estás pagando. En ese momento te proteges frente a ese infierno que son los pobres, los miserables de los primeros pisos de la construcción social.

AR: Es el paso del junior al mirrey. En el libro dice usted que su tesis principal es que el mirrey es el sujeto que mayor privilegio obtuvo con el cambio de época. En este sentido, ¿qué pasó con nuestro proceso democratizador que dio lugar a este personaje rico, privilegiado, discriminador?
RR: Mi versión optimista de los hechos es la que ofrece la Biblia: entre el infierno y el cielo hay un lugar que se llama purgatorio. Éste es el mirreynato. Somos una democracia, ya no vivimos en el régimen de partido único. Entonces ¿dónde vivimos? En esta especie de régimen amoral que yo bautizo mirreynato porque ha beneficiado sobre todo a los mirreyes.
¿Por qué pasó que un régimen que desigualaba por autoritario, ahora, cuando el poder se ha multiplicado y los poderes local y nacional se han dispersado en varios partidos, se mantuvo al mismo tiempo una suerte de aristocracia? Voy a ser más justo: de oligocracia, los peores, los que se sacaron el premio de la Lotería, que cada elección plebiscitan su poder, van a las urnas y le dicen a la gente “vota por mí para que me garantices mi poder, mi impunidad, mi corrupción”. ¡Y allí vamos y votamos para garantizarlas!
El dinero se volvió pieza clave del nuevo régimen porque te permite tener impunidad, enriquecerte, ganar elecciones y nadie te persigue: todo junto. Cuando una democracia basa el ejercicio plural de la voluntad ciudadana en quién tiene dinero y quién no lo tiene para ganar los cargos de elección, para conquistar el poder, deja de ser una democracia y se vuelve una oligocracia plebiscitaria, que es lo que estamos viviendo.
Cabe decir que mucho de ese dinero que se utiliza para ganar el poder no proviene del esfuerzo empresarial, innovador, inteligente, industrioso, sino del hurto del erario, de la corrupción de los recursos que eran públicos y se volvieron privados; es decir, que buena parte de la política democrática se está financiando con dinero de los contribuyentes que se volvió privado y que regresó a lo público por la vía de las campañas.
Eso es lo que está pasado: es el purgatorio mirreynal, y explica muchos otros de los elementos del sistema. Pero yo creo que, sobre todo, la corrupción explica por qué no dimos el paso del sistema de partido único al democrático. Ese purgatorio se debe, sobre todo, a la corrupción.

AR: En el libro hay un capítulo sobre la corrupción y otro sobre la impunidad; usted afirma que justamente el mirreynato es “la etapa superior del alemanismo”. ¿Por qué en el México actual se ha llegado a estos niveles de corrupción y de impunidad cuando, evidentemente, del alemanismo para acá se han fundado instituciones como la Auditoría Superior de la Federación, la Secretaría de la Función Pública, institutos de transparencia, ha habido gobiernos divididos, una mayor independencia del Poder Judicial, por ejemplo, cuya función ha sido (o debería ser) combatir la corrupción y la impunidad?
RR: El alemanismo era un régimen muy parecido a este, pero en un país chiquito, porque la población era mucho menor, no había fuentes tan grandes de petróleo, porque la riqueza mexicana no era tanta y estábamos en la cola de los países desarrollados; ahora somos la economía 13 del mundo y entonces el pastel es grandísimo, y la impunidad y la corrupción han hecho enormes todos los defectitos del alemanismo. Allí está parte de la explicación de por qué el “corruptito” ahora es un “corruptote”, pasando por estadios intermedios, como fue, por ejemplo, al hankgonzalismo.
En esa lógica cabe ver la transición: yo tengo la impresión (no es una hipótesis científica) de que lo que ocurrió en medio es que si bien ha habido una presión social muy fuerte por la transparencia, la pluralidad, la rendición de cuentas, tenemos del lado de la oferta, es decir, de quien gobierna, todavía mucho poder para esquivar el rayo láser de la transparencia, la luz que iluminaría el castillo opaco, la rendición puntual de cuentas responsable, no como una abstracción.
Muchos gobernantes han logrado hasta ahora esquivar este impulso igualador ciudadanizante; no sé hasta dónde lo logren, pero puede ser que parte del enojo que vemos es que todavía salen bien librados. Pero hay un empuje social que terminará arrasando con este purgatorio mirreinal. Lo creo sinceramente, aunque no sé cuánto tiempo tarde; supongo que el tiempo dependerá de cuánta energía hay del lado ciudadano para enfrentar estos elementos asimétricos discriminadores desigualadores.
El problema es que parte de la demanda también está influida por el mirreynato; es decir, los ciudadanos también gozamos o caemos en la ostentación y con eso nos protegemos del otro: hacemos la fiesta de 15 años en el pueblo para presumirle a los otros, a los que no tienen para hacer una celebración con mil invitados.
Si la impunidad nos beneficia, no nos quejamos de ella; la corrupción, si nos salpica, no nos enoja tanto; para marcar distancias, somos discriminadores con la mujer, con el indígena, etcétera. No nos importa hacer cosas chuecas o estar en el narcotráfico si ello nos puede llevar a los pisos de arriba.
El empuje social que puede transformar el mirreynato también está influido por sus valores. ¿Qué podríamos hacer? Yo no estoy pidiendo que tomemos la Bastilla ni que le cortemos la cabeza a Luis XVI, sino que revisemos al mirrey que todos llevamos dentro y a ese sí le cortemos la cabeza, porque entonces vamos a tener un empuje social capaz de derrocar al régimen al que hago referencia.

AR: ¿Por qué esa cultura ha permeado tanto, incluso entre los sectores más desfavorecidos, los de los pisos más bajos del edificio social?
RR: Por miedo. ¿Por qué el de hasta arriba está aterrado de los que viven en los primeros pisos? Porque sabe que allí la vida puede ser muy difícil, que la violencia que se vive por obra de la desigualdad es grandísima. El de hasta arriba está aterrado de descender, es su peor pesadilla; lo que la señorita que se enfrentaba a Drácula sacándole la cruz y diciéndole “¡cruz, cruz, conjuro!”, lo hacen los más ricos al ostentar el coche, la fiesta, la bolsa Louis Vuitton. Es una forma de conjurar, por todos los mitos y realidades posibles, el descenso social. Eso le va pasando a los demás, y está horrorizado de lo que implica ser pobre en este país porque es dolorosísimo.
Para el que vive hasta abajo es muy difícil ascender. El problema es que en este país vivir en los pisos bajos es vivir bajo la línea no de pobreza sino de humanidad. Mientras el país no resuelva esa línea y que uno puede caer en desgracia porque pasó un ciclón, porque te cayó una enfermedad y tuviste que pagar mucho dinero, y no hay una red social que te recoja, vivir en el último escalón te dará mucho miedo. Por lo tanto todos reproducimos lo que vemos arriba: impunidad, corrupción, desigualdad, con tal de que no nos suceda eso.
Creo que un país desigual es el que provoca esto; por eso mi insistencia en que la peor de las violencias en México es la desigualdad. Si la redujéramos, si combatiéramos la discriminación, daría menos miedo estar abajo y entonces sería menos necesario ostentar, corromperse y ser impune.

AR: Algún día hubo la idea de que el Estado cumpliera un papel igualador, pero como usted muestra en el libro, ha sido muy ineficaz en esa tarea, un fracaso. ¿Por qué ha fallado el Estado mexicano en esa labor? Su origen es una revolución social…
RR: El Estado mexicano tiene dueño. Cuando se fundó el rey vendía el puesto de juez, de notario, de alcalde, y quien llegaba a ese puesto lo asumía como parte de su patrimonio (como hoy lo hacen los notarios; hay concursos en el Distrito Federal, pero en el resto del país es “abro una notaría y ese es mi negocio, mi patente de corso”). Le pregunta puntual es: ¿cómo llegamos, en pleno siglo XXI, a que al general al que le entregan una zona militar, el presidente municipal, el diputado, el juez, el secretario de Estado, asuman ese cargo como parte de su patrimonio?
El fenómeno de la lady Profeco es impecable: la Procuraduría Federal del Consumidor era patrimonio de la familia, y la hija o el papá podían dar instrucciones. Está clarísimo que seguimos con la privatización; ¿por qué no se volvió parte de lo público? El Estado tendría que ser parte de lo público, no de lo privado (por cierto, esa es la definición de corrupción: cuando algo que es público es arbitrariamente vuelto privado: cuando a la Policía, al Ejército, al juez lo pones al servicio de lo privado, se produce la corrupción).
Allí regresamos al alemanismo, que es el momento en que el régimen de la Revolución, que se pretendía igualador, cambia de bando. Entonces se vuelve legítimo que el presidente que va a concesionar por primera vez la televisión se quede con la televisora, y se le aplaude que se quede con medios de comunicación. Está el caso de Mario Vázquez Raña: su primer socio en los soles fue el presidente Luis Echeverría. Eso es muy raro; hay algo allí que no está bien, y nadie lo dijo. Es más: cuando el panismo llegó al poder a nivel federal y el perredismo lo alcanzó en el DF reprodujeron ese mal; es decir, algo que sólo era de los priistas resultó de toda la clase política, porque la principal fuente de ingresos de este país, el principal método de ascenso, es robar del arca pública, y es aceptado.
No hemos roto con la Colonia: la hemos reinventado una y otra vez. No sé si me equivoque, pero quiero suponer que esta degeneración será la última. Este libro quiere mostrar que ahora no es el virreinato sino el mirreynato, y que es posible derrocarlo si lo vemos de frente.

AR: Usted destaca que esto tiene mucho que ver con las lógicas de la economía de mercado; señala, por ejemplo, que el Ministerio Público era un instrumento de control político, a muchos se les hace muy difícil aumentar los salarios mínimos, lo cual es una decisión política, lo mismo que cambiar la educación. ¿Por qué no se toman estas decisiones políticas, para lo cual se ponen de pretexto la productividad, la eficiencia económica, etcétera?
RR: Porque hay discursos, como el de la corte, de Palacio, para mantener el poder de quien lo pronuncia; da narrativas no solamente completas sino invulnerables. Por ejemplo, “no me subas los impuestos porque no estoy dispuesto a pagar las casas de los políticos”; entonces los políticos dicen: “Yo no reformo las leyes para combatir la corrupción”. Y ese es el arreglo de los que viven en el penthouse. Ese discurso es impecable, nada más que mientras tanto, abajo, la inversión en educación, en salud, en infraestructura, en capital humano sigue siendo precaria. Y, claro, como los poderosos están protegidos con este discurso son invulnerables.
El tema del salario mínimo es escandaloso: está probado que una gente bien pagada es más productiva que una que no lo es; primero págale bien y luego va a ser productiva. Lo contrario no existe; sin embargo, tienen la desfachatez de denunciar como demagogo incrementar los salarios. Es el discurso de la élite. ¿Cuándo cambia eso? Pues cuando hay otros personajes que no provienen del penthouse, que ascienden política, social o económicamente y empiezan a tomar decisiones. El problema principal es que la representación política en México sigue estando mediada y definida desde el penthouse. No hay representación indígena; la representación de las mujeres ha crecido en la Cámara de Diputados, pero no está en las regidurías, en las presidencias municipales, en los congresos locales. El sur-sureste mexicano no tiene el poder político que el noreste o noroeste mexicanos. Esta democracia no ha repartido la representación como se merecería; algo falló, los partidos, inclusive los de izquierda, se dedicaron a proteger al penthouse. Allí estamos atorados; necesitamos cambiar la representación en el penthouse, por lo menos en el político. Así cambiaría el discurso, y entonces empezaríamos a ver la caída del mirreynato.
Ha cambiado algo del 2000 para acá, tengo que decirlo: lo suficiente para salir del infierno, pero no lo suficiente para salir del purgatorio.

AR: Hay la idea de que en México nos faltó una liberalización económica más amplia porque en la comunidad global se debe ser muy productivo, competitivo e innovador; sin embargo, en nuestro país sigue habiendo, como usted dice, una cultura del privilegio: las grandes empresas no se distinguen por la innovación, las grandes fortunas no son por haber inventado algo sino porque se aprovecharon las relaciones con el poder. ¿Qué costos han tenidos para el país estas dos realidades?
RR: ¿Cuál es la principal energía de una unidad económica? El esfuerzo humano; uno pone el capital, pero éste, puesto en una mesa, no va a ningún lado, a menos que haya una intención humana que lo mueva para que produzca más riqueza.
Capital y recursos humanos se vuelven clave; ahora, si además le metemos un poco de tecnología, entonces tiene usted riqueza; es decir, el esfuerzo es pieza clave para producir riqueza. ¿Qué ocurre en una economía en la que se quita el esfuerzo? Le quita la intencionalidad y la economía crece poco; los que tienen el capital se protegen para no perderlo, el recurso humano se desperdicia y entonces se tiene una economía mediocre. Ese es el caso mexicano.
El día que empezamos a despreciar la cultura del esfuerzo dejamos de producir la riqueza que mereceríamos tener. Este país puede ser Inglaterra o Alemania, lo dice todo mundo; en 2025 podríamos estar allí, siempre y cuando la cultura del esfuerzo sea la premiada, y no la del privilegio. ¿Por qué se dio la Revolución francesa? Porque la burguesía, que estaba en ese momento esforzándose, se enojaba mucho porque los señores nobles y feudales estuvieran casi sin hacer nada; derrocaron a la monarquía y la nobleza justamente para poner en el centro la cultura del esfuerzo.
Aquí me salgo del tema económico y paso al tema político: la democracia está fundada en el principio de la cultura del esfuerzo. ¿Qué nos ha pasado en México? Que el desplazamiento de la cultura del esfuerzo como valor central nos tiene en una economía mediocre, en el purgatorio mirreinal.

AR: Llamó mi atención que la cultura del privilegio en México se construye a partir de conocidos, de relaciones; usted menciona el ejemplo de las escuelas privadas, a las que llama no centros de conocimiento sino de conocidos. ¿Cómo construyen los mirreyes esas relaciones y cómo se expresan en el poder, en el gobierno y en las empresas privadas?
RR: La discriminación sólo se explica por el nepotismo: yo discrimino en función de cuánto se parece o se distancia de mí. Esta es una sociedad en la que el nepotismo juega fuertemente: 80 por ciento de las empresas son familiares. El hombre más rico de este país nombra a sus yernos y a sus hijos para dirigir su empresa como si fuera una tienda de la esquina, no importa que haya mejor gente en el mercado, no importa que la cultura del esfuerzo coloque a los mejores; no, coloco a los próximos, quienes deben parecerse físicamente a mí, deben pensar como yo, de subordinarse a mi propia cultura, y eso construye relaciones nepóticas.
¿Cuál es la consecuencia? No tienes a los mejores jugando y, por lo tanto, no importa ser mejor ni esforzarse: lo que importa es tener relaciones para que alguien te reconozca como propio. Entonces, si me invitas a tu fiesta, si me parezco a ti, me vas a dar trabajo. Voy a la escuela para que me reconozcas, a la mejor físicamente no, pero fuimos a la misma escuela, conocimos a la misma gente, compartimos novia, o fui tu cuñado. Esos elementos ayudan a consolidar la relación nepótica: te voy a invitar a trabajar si estudiaste en la misma escuela que yo o que mi hermana; las escuelas se vuelven el club social donde tejes relaciones que te van a dar un mejor empleo. Allí doy datos durísimos que comprueban la hipótesis.
Si yo vivo en el penthouse puede ser que tenga un buen trabajo; pero si tengo buenas relaciones, voy a tener buen trabajo con muy buen ingreso; si vivo en la planta baja y no tengo relaciones, voy a tener más trabajo y, además, un mal ingreso. Está claramente ligado, y esto se debe a lo primero: mientras el nepotismo y el privilegio sean más importantes que el esfuerzo, vas a tener una sociedad que reproduce al infinito esta dinámica.

AR: La educación ya no sirve como vía de movilidad social…
RR: Déjame precisarlo: sí sirve de una generación a otra. Si tú estudias, es probable que a tu hija le vaya mejor que a ti, pero no nos está sirviendo para ascender en la misma vida. Estudiar para ti a los 18 años difícilmente te va a llevar a los 50, a los 60, a tener cierto futuro y fortuna. Eso es lo que se nos descompuso; en el México del siglo XX sí ocurría. Ahora lo único que está demostrando es que si estudias, si acabaste la primaria, puede ser que tu hija termine la preparatoria; si acabaste ésta, es probable que tu hija llegue hasta la universidad o a un posgrado.
Entonces sí sirve entre generaciones, no dentro de la misma generación, por lo menos así lo dicen los estudios en la materia.

AR: En las escuelas privadas se encuentra esta cultura del privilegio; usted comenta que es un desperdicio pagar miles de dólares por una educación ineficiente; esto, para no hablar de los pisos más bajos de la sociedad mexicana. Y presenta usted un dato dramático de México: el 42 por ciento de los estudiantes de secundaria quiere seguir estudiando, el 15 por ciento desea trabajar y el 39 por ciento quiere ser nini. En ese sentido, en la reproducción del mirreynato, ¿qué papel desempeña el sistema educativo?
RR: Yo no juzgo a esos muchachos: así están las reglas del juego. ¿Qué está pasando con las escuelas? Lo respondo con un artículo formidable de Anel Guadalupe Montero Díaz, publicado en SDP, justamente a propósito del libro. Ella es maestra de primaria, y allí cuenta que les preguntó a los niños de su salón qué quieren ser de grandes, y ninguno contestó conceptos, sino dijeron “yo quiero tener la camioneta del presidente municipal”, “quiero tener guaruras”, “deseo tener el cuerpo de Anahí”.
En casa y en la escuela estamos poniendo como modelo aspiracional al mirrey. Por eso es importante denunciarlo y derrocarlo; no es modelo el del niño exitoso que llegó a ser ingeniero cuando se volvió adulto, el del investigador que se ganó el Nobel, el que se esforzó e hizo una fortuna porque inventó una nueva tecnología. No: el modelo es el del que hizo negocios con el gobierno, el que transó, y es el que estamos reproduciendo, dentro y fuera de las escuelas. Por eso cabe también esperar que nos vamos a tardar mucho en derrocar el mirreynato.

AR: Al final del libro habla de las aspiraciones del país, y dice que no son candidez sino un halo de esperanza; menciona denominadores comunes para la comunidad y la convergencia. Para salir del mirreynato, ¿cuáles son algunos de ellos?
RR: Lo que le diría es que este es un libro de diagnóstico sobre una enfermedad; los libros de diagnóstico no hablan de las cosas buenas, y lo lamento mucho: me hubiera gustado hacer también un segundo tomo de las cosas buenas mexicanas, pero no están aquí.
El último capítulo sí adelanta por dónde: por la reconstrucción de la confianza. La perdimos entre nosotros, a pesar de que uno se topa todos los días con mexicanos muy valiosos y de que todos los días yo me siento muy contento por el tipo de habitante de mi ciudad y de mi país.
Pero hay una cosa que no alcanzo a responderme: ¿por qué habiendo tanto mexicano valioso, este país no suma todo ese talento y se convierte en lo que tiene que ser? Por desconfianza. Sabemos que es valioso el otro, pero al mismo tiempo tememos que sea el infierno. Yo sí apuesto porque construyamos el diálogo de otra manera. Cito a Sartre: el día que dejemos de pensar que el infierno es el otro y que más bien lo traemos dentro, entender que al mirrey lo traemos dentro, lo derrocaremos y a la mejor construimos una relación de confianza que nos ofrezca una comunidad mejor que la que nos ha tocado vivir. Allí dejo sembrada la esperanza.
Necesitamos vernos con dignidad y con respeto gobernantes y gobernados, ricos, pobres y clase media; eso implicaría reducir el miedo que nos tenemos. Aquí lo dejo pero por allí tendría que ver el segundo tomo de este libro si algún día lo construimos.
Este es un diálogo que lo que quiere es abrir la conversación, quizá de manera un poco radical porque va a las raíces del problema, pero sobre todo es un libro que quiere conversar. No da recetas sino aprovecha la escucha y la palabra de muchos para salir del purgatorio.



*Una versión más corta de esta entrevista fue publicada en Este País, núm. 299, marzo de 2016.

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