El purgatorio oligocrático
Entrevista con Ricardo Raphael*
Ariel
Ruiz Mondragón
Entre
los aspectos que permanecen casi intocados pese al proceso de democratización
que ha vivido el país, se encuentra el de sus élites económicas. Éstas han
logrado no sólo acrecentar sino legitimar su poder, del que hoy hacen gran
ostentación. Eso se debe a una cultura del privilegio que, merced a la
corrupción y la impunidad, ha reforzado aspectos como la desigualdad y la
discriminación.
La
figura que encarna esa suerte de régimen moral es la del mirrey, a la que Ricardo Raphael define como “tribu urbana que
desde mediados de la década pasada comenzó a ser síntoma vergonzoso de la
ostentación mexicana dentro y fuera del territorio nacional”. Añade: “Es el
sujeto que mayor privilegio obtuvo con el cambio de época y por ello el régimen
actual puede ser bautizado como Mirreynato”.
Raphael
ha dedicado un libro a observar ese fenómeno y lo que expresa de la realidad
actual del país: Mirreynato. La otra
desigualdad (México, Temas de hoy, 2014), sobre el cual conversamos con el
autor, quien es maestro
en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia;
maestro en Administración Pública por la Escuela Nacional de Administración de
la República Francesa, y candidato a doctor en Economía
Política y Políticas Comparadas por la Universidad de Claremont. Ha sido
profesor en el CIDE y el ITESM, y además ha colaborado en
medios como El Universal, Sin Embargo, Canal 11, Enfoque y Proyecto 40. Es autor de al
menos cuatro libros, y coautor de otros tres.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué publicar
hoy un libro como el suyo? Al final del volumen usted escribe que busca “mostrar
un retrato de una época y una generación donde algunos de nuestros vicios más
envilecidos decidieron hacer erupción al mismo tiempo”.
Ricardo Raphael (RR):
Es un libro que pretende dar a conocer algo que suponemos que no ha sido
conocido, informado y discutido suficientemente. Tengo muchos años, desde la
academia y también desde el periodismo, de dedicar mi tiempo a estudiar la
desigualdad y la discriminación. Me tocó participar en un par de reportes, uno
en 2001 y otro en 2010, y he dado clases sobre esos temas, por lo que conozco
más o menos los argumentos. Pero siempre se queda uno con la sensación de que
esas conversaciones están encerradas en el claustro académico o en el conocimiento
de muy pocos.
Tras
esa acumulación de datos, libros, argumentos e ideas, me surgió la necesidad de
compartir con la comunidad a la que pertenezco mis hallazgos, observaciones y reflexiones,
y Mirreynato es una versión para
público amplio del trabajo que me ha tocado hacer.
No
basta solamente el propósito: también hay que tener los puentes de comunicación
con los distintos públicos. Soy un curioso observador de la prensa nacional, de
las revistas de sociales, de espectáculos, de la política (que ahora es más
espectáculo que política), en fin. Ahora lo que hago es colocar una serie de
episodios de nuestra época como un fresco, y una vez que los pongo al servicio
del lector, explico de dónde vienen: el episodio de las ladies de Polanco, del
señor Miguel Sacal, de la Lady Profeco,
del Niño Verde, las fotos de club
social, la revista Quién, etcétera.
En
esa exploración he descubierto que en realidad todas esas piezas son síntomas,
como la roncha del sarampión, y que en concreto ese personaje, el mirrey, en sí mismo no dice mucho, pero
puesto en su contexto nos explica un régimen.
Por
eso bauticé al libro Mirreynato: un
régimen moral que ha beneficiado a estos personajes y que, de alguna manera,
relata o exhibe estos días tristes, violentos y desiguales que nos ha tocado
vivir en esta época. Por eso son retratos de una generación.
AR: Usted anota que las elites
económicas han escapado a un escrutinio riguroso. Pero lo curioso es que al
mismo tiempo los mirreyes son un
síntoma vergonzoso, como usted dice, de la ostentación. ¿Por qué al mismo
tiempo que las elites escapan a la vigilancia se da esta ostentación?
RR:
Se lo explico con una frase del libro: en los años ochenta y noventa, muchos
personajes de estirpe corrupta, de fortuna hecha al amparo del poder, habrían
logrado la portada de la revista Proceso
para exhibirlos; hoy es la revista de sociales la que les da portada.
Pasamos
de un régimen en el que los corruptos eran exhibidos en Proceso a otro donde los corruptos son exhibidos en las revistas de
sociales. Ese es el fenómeno; pero no le estoy respondiendo el por qué, ya que
cuesta trabajo hacerlo.
Me
parece que en el pasado el rico y ostentoso buscaba ejercer su veleidad, su
frivolidad lejos del ojo público. Se subía a su carro último modelo para
recorrer el freeway 10 en Estados
Unidos, para visitar Miami, para ir a Nueva York, pero no se subía a su BMW
último modelo para embarrárselo en la cara a la población miserable de una
colonia pobre. Eso es lo que ha cambiado: estamos en una época en la que la
exhibición, la ostentación se nos ha vuelto indispensable.
Me
explico esto por dos motivos: primero, porque ocurrió una competencia en redes
sociales para ver quién tenía más; el segundo, porque ostentar paga: eres bien
visto porque vives en una época en la que nadie te va a juzgar por dónde
obtuviste el dinero para esa ostentación. Simplemente por traer ropa, una bolsa
de moda y tener una casa fastuosa la gente te va a respetar; inmediatamente se
construye un halo de impunidad en el que la consecuencia de tus actos se va a
mitigar.
Entonces
estamos en una época en la que la ostentación vale la pena porque es
directamente proporcional a la impunidad: mientras más ostentas, más impune
eres. Esto sí cambió, y creo que allí va parte de la explicación.
Cierro
con una anécdota: me cuenta Luisa María Serna, la primera editora de la revista
Quién en los años 1998-99, que cuando
llevó las cámaras a fotografiar a los ricos y famosos, estos le decían: “No nos
gusta tener la cámara y el video en nuestra casa, en nuestra intimidad”. Hoy es
todo lo contrario: se mueren de ganas por exhibir.
¿Qué
cambió de 1998 a la fecha? Se descubrió que la ostentación te da un halo de
impunidad, no importa cuál sea el origen de los recursos con los que la estás
pagando. En ese momento te proteges frente a ese infierno que son los pobres, los
miserables de los primeros pisos de la construcción social.
AR: Es el paso del junior al mirrey. En el libro dice usted que su tesis principal es que el mirrey es el sujeto que mayor privilegio
obtuvo con el cambio de época. En este sentido, ¿qué pasó con nuestro proceso
democratizador que dio lugar a este personaje rico, privilegiado, discriminador?
RR:
Mi versión optimista de los hechos es la que ofrece la Biblia: entre el
infierno y el cielo hay un lugar que se llama purgatorio. Éste es el mirreynato. Somos una democracia, ya no
vivimos en el régimen de partido único. Entonces ¿dónde vivimos? En esta especie
de régimen amoral que yo bautizo mirreynato
porque ha beneficiado sobre todo a los mirreyes.
¿Por
qué pasó que un régimen que desigualaba por autoritario, ahora, cuando el poder
se ha multiplicado y los poderes local y nacional se han dispersado en varios
partidos, se mantuvo al mismo tiempo una suerte de aristocracia? Voy a ser más
justo: de oligocracia, los peores, los que se sacaron el premio de la Lotería, que
cada elección plebiscitan su poder, van a las urnas y le dicen a la gente “vota
por mí para que me garantices mi poder, mi impunidad, mi corrupción”. ¡Y allí
vamos y votamos para garantizarlas!
El
dinero se volvió pieza clave del nuevo régimen porque te permite tener
impunidad, enriquecerte, ganar elecciones y nadie te persigue: todo junto.
Cuando una democracia basa el ejercicio plural de la voluntad ciudadana en
quién tiene dinero y quién no lo tiene para ganar los cargos de elección, para
conquistar el poder, deja de ser una democracia y se vuelve una oligocracia
plebiscitaria, que es lo que estamos viviendo.
Cabe
decir que mucho de ese dinero que se utiliza para ganar el poder no proviene
del esfuerzo empresarial, innovador, inteligente, industrioso, sino del hurto
del erario, de la corrupción de los recursos que eran públicos y se volvieron
privados; es decir, que buena parte de la política democrática se está
financiando con dinero de los contribuyentes que se volvió privado y que regresó
a lo público por la vía de las campañas.
Eso
es lo que está pasado: es el purgatorio mirreynal,
y explica muchos otros de los elementos del sistema. Pero yo creo que, sobre
todo, la corrupción explica por qué no dimos el paso del sistema de partido
único al democrático. Ese purgatorio se debe, sobre todo, a la corrupción.
AR: En el libro hay un capítulo
sobre la corrupción y otro sobre la impunidad; usted afirma que justamente el mirreynato es “la etapa superior del
alemanismo”. ¿Por qué en el México actual se ha llegado a estos niveles de
corrupción y de impunidad cuando, evidentemente, del alemanismo para acá se han
fundado instituciones como la Auditoría Superior de la Federación, la Secretaría
de la Función Pública, institutos de transparencia, ha habido gobiernos
divididos, una mayor independencia del Poder Judicial, por ejemplo, cuya función
ha sido (o debería ser) combatir la corrupción y la impunidad?
RR:
El alemanismo era un régimen muy parecido a este, pero en un país chiquito, porque
la población era mucho menor, no había fuentes tan grandes de petróleo, porque
la riqueza mexicana no era tanta y estábamos en la cola de los países
desarrollados; ahora somos la economía 13 del mundo y entonces el pastel es
grandísimo, y la impunidad y la corrupción han hecho enormes todos los
defectitos del alemanismo. Allí está parte de la explicación de por qué el “corruptito”
ahora es un “corruptote”, pasando por estadios intermedios, como fue, por
ejemplo, al hankgonzalismo.
En
esa lógica cabe ver la transición: yo tengo la impresión (no es una hipótesis
científica) de que lo que ocurrió en medio es que si bien ha habido una presión
social muy fuerte por la transparencia, la pluralidad, la rendición de cuentas,
tenemos del lado de la oferta, es decir, de quien gobierna, todavía mucho poder
para esquivar el rayo láser de la transparencia, la luz que iluminaría el
castillo opaco, la rendición puntual de cuentas responsable, no como una
abstracción.
Muchos
gobernantes han logrado hasta ahora esquivar este impulso igualador
ciudadanizante; no sé hasta dónde lo logren, pero puede ser que parte del enojo
que vemos es que todavía salen bien librados. Pero hay un empuje social que
terminará arrasando con este purgatorio mirreinal.
Lo creo sinceramente, aunque no sé cuánto tiempo tarde; supongo que el tiempo
dependerá de cuánta energía hay del lado ciudadano para enfrentar estos
elementos asimétricos discriminadores desigualadores.
El
problema es que parte de la demanda también está influida por el mirreynato; es decir, los ciudadanos
también gozamos o caemos en la ostentación y con eso nos protegemos del otro:
hacemos la fiesta de 15 años en el pueblo para presumirle a los otros, a los
que no tienen para hacer una celebración con mil invitados.
Si
la impunidad nos beneficia, no nos quejamos de ella; la corrupción, si nos
salpica, no nos enoja tanto; para marcar distancias, somos discriminadores con
la mujer, con el indígena, etcétera. No nos importa hacer cosas chuecas o estar
en el narcotráfico si ello nos puede llevar a los pisos de arriba.
El
empuje social que puede transformar el mirreynato
también está influido por sus valores. ¿Qué podríamos hacer? Yo no estoy
pidiendo que tomemos la Bastilla ni que le cortemos la cabeza a Luis XVI, sino
que revisemos al mirrey que todos
llevamos dentro y a ese sí le cortemos la cabeza, porque entonces vamos a tener
un empuje social capaz de derrocar al régimen al que hago referencia.
AR: ¿Por qué esa cultura ha
permeado tanto, incluso entre los sectores más desfavorecidos, los de los pisos
más bajos del edificio social?
RR:
Por miedo. ¿Por qué el de hasta arriba está aterrado de los que viven en los
primeros pisos? Porque sabe que allí la vida puede ser muy difícil, que la
violencia que se vive por obra de la desigualdad es grandísima. El de hasta
arriba está aterrado de descender, es su peor pesadilla; lo que la señorita que
se enfrentaba a Drácula sacándole la cruz y diciéndole “¡cruz, cruz, conjuro!”,
lo hacen los más ricos al ostentar el coche, la fiesta, la bolsa Louis Vuitton.
Es una forma de conjurar, por todos los mitos y realidades posibles, el descenso
social. Eso le va pasando a los demás, y está horrorizado de lo que implica ser
pobre en este país porque es dolorosísimo.
Para
el que vive hasta abajo es muy difícil ascender. El problema es que en este
país vivir en los pisos bajos es vivir bajo la línea no de pobreza sino de
humanidad. Mientras el país no resuelva esa línea y que uno puede caer en
desgracia porque pasó un ciclón, porque te cayó una enfermedad y tuviste que
pagar mucho dinero, y no hay una red social que te recoja, vivir en el último
escalón te dará mucho miedo. Por lo tanto todos reproducimos lo que vemos
arriba: impunidad, corrupción, desigualdad, con tal de que no nos suceda eso.
Creo
que un país desigual es el que provoca esto; por eso mi insistencia en que la
peor de las violencias en México es la desigualdad. Si la redujéramos, si
combatiéramos la discriminación, daría menos miedo estar abajo y entonces sería
menos necesario ostentar, corromperse y ser impune.
AR: Algún día hubo la idea de que
el Estado cumpliera un papel igualador, pero como usted muestra en el libro, ha
sido muy ineficaz en esa tarea, un fracaso. ¿Por qué ha fallado el Estado
mexicano en esa labor? Su origen es una revolución social…
RR:
El Estado mexicano tiene dueño. Cuando se fundó el rey vendía el puesto de
juez, de notario, de alcalde, y quien llegaba a ese puesto lo asumía como parte
de su patrimonio (como hoy lo hacen los notarios; hay concursos en el Distrito
Federal, pero en el resto del país es “abro una notaría y ese es mi negocio, mi
patente de corso”). Le pregunta puntual es: ¿cómo llegamos, en pleno siglo XXI,
a que al general al que le entregan una zona militar, el presidente municipal, el
diputado, el juez, el secretario de Estado, asuman ese cargo como parte de su
patrimonio?
El
fenómeno de la lady Profeco es
impecable: la Procuraduría Federal del Consumidor era patrimonio de la familia,
y la hija o el papá podían dar instrucciones. Está clarísimo que seguimos con
la privatización; ¿por qué no se volvió parte de lo público? El Estado tendría
que ser parte de lo público, no de lo privado (por cierto, esa es la definición
de corrupción: cuando algo que es público es arbitrariamente vuelto privado: cuando
a la Policía, al Ejército, al juez lo pones al servicio de lo privado, se
produce la corrupción).
Allí
regresamos al alemanismo, que es el momento en que el régimen de la Revolución,
que se pretendía igualador, cambia de bando. Entonces se vuelve legítimo que el
presidente que va a concesionar por primera vez la televisión se quede con la
televisora, y se le aplaude que se quede con medios de comunicación. Está el
caso de Mario Vázquez Raña: su primer socio en los soles fue el presidente Luis Echeverría. Eso es muy raro; hay algo
allí que no está bien, y nadie lo dijo. Es más: cuando el panismo llegó al
poder a nivel federal y el perredismo lo alcanzó en el DF reprodujeron ese mal;
es decir, algo que sólo era de los priistas resultó de toda la clase política,
porque la principal fuente de ingresos de este país, el principal método de
ascenso, es robar del arca pública, y es aceptado.
No
hemos roto con la Colonia: la hemos reinventado una y otra vez. No sé si me
equivoque, pero quiero suponer que esta degeneración será la última. Este libro
quiere mostrar que ahora no es el virreinato sino el mirreynato, y que es posible derrocarlo si lo vemos de frente.
AR: Usted destaca que esto tiene
mucho que ver con las lógicas de la economía de mercado; señala, por ejemplo, que
el Ministerio Público era un instrumento de control político, a muchos se les
hace muy difícil aumentar los salarios mínimos, lo cual es una decisión
política, lo mismo que cambiar la educación. ¿Por qué no se toman estas
decisiones políticas, para lo cual se ponen de pretexto la productividad, la
eficiencia económica, etcétera?
RR:
Porque hay discursos, como el de la corte, de Palacio, para mantener el poder
de quien lo pronuncia; da narrativas no solamente completas sino invulnerables.
Por ejemplo, “no me subas los impuestos porque no estoy dispuesto a pagar las
casas de los políticos”; entonces los políticos dicen: “Yo no reformo las leyes
para combatir la corrupción”. Y ese es el arreglo de los que viven en el penthouse. Ese discurso es impecable,
nada más que mientras tanto, abajo, la inversión en educación, en salud, en
infraestructura, en capital humano sigue siendo precaria. Y, claro, como los
poderosos están protegidos con este discurso son invulnerables.
El
tema del salario mínimo es escandaloso: está probado que una gente bien pagada
es más productiva que una que no lo es; primero págale bien y luego va a ser
productiva. Lo contrario no existe; sin embargo, tienen la desfachatez de
denunciar como demagogo incrementar los salarios. Es el discurso de la élite.
¿Cuándo cambia eso? Pues cuando hay otros personajes que no provienen del penthouse, que ascienden política,
social o económicamente y empiezan a tomar decisiones. El problema principal es
que la representación política en México sigue estando mediada y definida desde
el penthouse. No hay representación
indígena; la representación de las mujeres ha crecido en la Cámara de
Diputados, pero no está en las regidurías, en las presidencias municipales, en
los congresos locales. El sur-sureste mexicano no tiene el poder político que
el noreste o noroeste mexicanos. Esta democracia no ha repartido la
representación como se merecería; algo falló, los partidos, inclusive los de
izquierda, se dedicaron a proteger al penthouse.
Allí estamos atorados; necesitamos cambiar la representación en el penthouse, por lo menos en el político.
Así cambiaría el discurso, y entonces empezaríamos a ver la caída del mirreynato.
Ha
cambiado algo del 2000 para acá, tengo que decirlo: lo suficiente para salir
del infierno, pero no lo suficiente para salir del purgatorio.
AR: Hay la idea de que en México
nos faltó una liberalización económica más amplia porque en la comunidad global
se debe ser muy productivo, competitivo e innovador; sin embargo, en nuestro
país sigue habiendo, como usted dice, una cultura del privilegio: las grandes
empresas no se distinguen por la innovación, las grandes fortunas no son por
haber inventado algo sino porque se aprovecharon las relaciones con el poder.
¿Qué costos han tenidos para el país estas dos realidades?
RR:
¿Cuál es la principal energía de una unidad económica? El esfuerzo humano; uno
pone el capital, pero éste, puesto en una mesa, no va a ningún lado, a menos
que haya una intención humana que lo mueva para que produzca más riqueza.
Capital
y recursos humanos se vuelven clave; ahora, si además le metemos un poco de
tecnología, entonces tiene usted riqueza; es decir, el esfuerzo es pieza clave
para producir riqueza. ¿Qué ocurre en una economía en la que se quita el
esfuerzo? Le quita la intencionalidad y la economía crece poco; los que tienen
el capital se protegen para no perderlo, el recurso humano se desperdicia y entonces
se tiene una economía mediocre. Ese es el caso mexicano.
El
día que empezamos a despreciar la cultura del esfuerzo dejamos de producir la
riqueza que mereceríamos tener. Este país puede ser Inglaterra o Alemania, lo
dice todo mundo; en 2025 podríamos estar allí, siempre y cuando la cultura del
esfuerzo sea la premiada, y no la del privilegio. ¿Por qué se dio la Revolución
francesa? Porque la burguesía, que estaba en ese momento esforzándose, se
enojaba mucho porque los señores nobles y feudales estuvieran casi sin hacer
nada; derrocaron a la monarquía y la nobleza justamente para poner en el centro
la cultura del esfuerzo.
Aquí
me salgo del tema económico y paso al tema político: la democracia está fundada
en el principio de la cultura del esfuerzo. ¿Qué nos ha pasado en México? Que
el desplazamiento de la cultura del esfuerzo como valor central nos tiene en una
economía mediocre, en el purgatorio mirreinal.
AR: Llamó mi atención que la
cultura del privilegio en México se construye a partir de conocidos, de
relaciones; usted menciona el ejemplo de las escuelas privadas, a las que llama
no centros de conocimiento sino de conocidos. ¿Cómo construyen los mirreyes esas relaciones y cómo se
expresan en el poder, en el gobierno y en las empresas privadas?
RR:
La discriminación sólo se explica por el nepotismo: yo discrimino en función de
cuánto se parece o se distancia de mí. Esta es una sociedad en la que el
nepotismo juega fuertemente: 80 por ciento de las empresas son familiares. El
hombre más rico de este país nombra a sus yernos y a sus hijos para dirigir su
empresa como si fuera una tienda de la esquina, no importa que haya mejor gente
en el mercado, no importa que la cultura del esfuerzo coloque a los mejores;
no, coloco a los próximos, quienes deben parecerse físicamente a mí, deben
pensar como yo, de subordinarse a mi propia cultura, y eso construye relaciones
nepóticas.
¿Cuál
es la consecuencia? No tienes a los mejores jugando y, por lo tanto, no importa
ser mejor ni esforzarse: lo que importa es tener relaciones para que alguien te
reconozca como propio. Entonces, si me invitas a tu fiesta, si me parezco a ti,
me vas a dar trabajo. Voy a la escuela para que me reconozcas, a la mejor
físicamente no, pero fuimos a la misma escuela, conocimos a la misma gente,
compartimos novia, o fui tu cuñado. Esos elementos ayudan a consolidar la
relación nepótica: te voy a invitar a trabajar si estudiaste en la misma
escuela que yo o que mi hermana; las escuelas se vuelven el club social donde
tejes relaciones que te van a dar un mejor empleo. Allí doy datos durísimos que
comprueban la hipótesis.
Si
yo vivo en el penthouse puede ser que
tenga un buen trabajo; pero si tengo buenas relaciones, voy a tener buen
trabajo con muy buen ingreso; si vivo en la planta baja y no tengo relaciones,
voy a tener más trabajo y, además, un mal ingreso. Está claramente ligado, y esto
se debe a lo primero: mientras el nepotismo y el privilegio sean más importantes
que el esfuerzo, vas a tener una sociedad que reproduce al infinito esta
dinámica.
AR: La educación ya no sirve como
vía de movilidad social…
RR:
Déjame precisarlo: sí sirve de una generación a otra. Si tú estudias, es
probable que a tu hija le vaya mejor que a ti, pero no nos está sirviendo para
ascender en la misma vida. Estudiar para ti a los 18 años difícilmente te va a
llevar a los 50, a los 60, a tener cierto futuro y fortuna. Eso es lo que se
nos descompuso; en el México del siglo XX sí ocurría. Ahora lo único que está
demostrando es que si estudias, si acabaste la primaria, puede ser que tu hija
termine la preparatoria; si acabaste ésta, es probable que tu hija llegue hasta
la universidad o a un posgrado.
Entonces
sí sirve entre generaciones, no dentro de la misma generación, por lo menos así
lo dicen los estudios en la materia.
AR: En las escuelas privadas se
encuentra esta cultura del privilegio; usted comenta que es un desperdicio
pagar miles de dólares por una educación ineficiente; esto, para no hablar de
los pisos más bajos de la sociedad mexicana. Y presenta usted un dato dramático
de México: el 42 por ciento de los estudiantes de secundaria quiere seguir
estudiando, el 15 por ciento desea trabajar y el 39 por ciento quiere ser nini. En ese sentido, en la reproducción
del mirreynato, ¿qué papel desempeña
el sistema educativo?
RR:
Yo no juzgo a esos muchachos: así están las reglas del juego. ¿Qué está pasando
con las escuelas? Lo respondo con un artículo formidable de Anel Guadalupe
Montero Díaz, publicado en SDP, justamente a propósito del libro. Ella es
maestra de primaria, y allí cuenta que les preguntó a los niños de su salón qué
quieren ser de grandes, y ninguno contestó conceptos, sino dijeron “yo quiero
tener la camioneta del presidente municipal”, “quiero tener guaruras”, “deseo tener
el cuerpo de Anahí”.
En
casa y en la escuela estamos poniendo como modelo aspiracional al mirrey. Por eso es importante
denunciarlo y derrocarlo; no es modelo el del niño exitoso que llegó a ser ingeniero
cuando se volvió adulto, el del investigador que se ganó el Nobel, el que se
esforzó e hizo una fortuna porque inventó una nueva tecnología. No: el modelo
es el del que hizo negocios con el gobierno, el que transó, y es el que estamos
reproduciendo, dentro y fuera de las escuelas. Por eso cabe también esperar que
nos vamos a tardar mucho en derrocar el mirreynato.
AR: Al final del libro habla de las
aspiraciones del país, y dice que no son candidez sino un halo de esperanza; menciona
denominadores comunes para la comunidad y la convergencia. Para salir del mirreynato, ¿cuáles son algunos de ellos?
RR:
Lo que le diría es que este es un libro de diagnóstico sobre una enfermedad;
los libros de diagnóstico no hablan de las cosas buenas, y lo lamento mucho: me
hubiera gustado hacer también un segundo tomo de las cosas buenas mexicanas,
pero no están aquí.
El
último capítulo sí adelanta por dónde: por la reconstrucción de la confianza. La
perdimos entre nosotros, a pesar de que uno se topa todos los días con
mexicanos muy valiosos y de que todos los días yo me siento muy contento por el
tipo de habitante de mi ciudad y de mi país.
Pero
hay una cosa que no alcanzo a responderme: ¿por qué habiendo tanto mexicano
valioso, este país no suma todo ese talento y se convierte en lo que tiene que
ser? Por desconfianza. Sabemos que es valioso el otro, pero al mismo tiempo
tememos que sea el infierno. Yo sí apuesto porque construyamos el diálogo de
otra manera. Cito a Sartre: el día que dejemos de pensar que el infierno es el
otro y que más bien lo traemos dentro, entender que al mirrey lo traemos dentro, lo derrocaremos y a la mejor construimos
una relación de confianza que nos ofrezca una comunidad mejor que la que nos ha
tocado vivir. Allí dejo sembrada la esperanza.
Necesitamos
vernos con dignidad y con respeto gobernantes y gobernados, ricos, pobres y
clase media; eso implicaría reducir el miedo que nos tenemos. Aquí lo dejo pero
por allí tendría que ver el segundo tomo de este libro si algún día lo
construimos.
Este
es un diálogo que lo que quiere es abrir la conversación, quizá de manera un poco
radical porque va a las raíces del problema, pero sobre todo es un libro que
quiere conversar. No da recetas sino aprovecha la escucha y la palabra de
muchos para salir del purgatorio.
*Una versión más corta de esta entrevista
fue publicada en Este País, núm. 299,
marzo de 2016.
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