Paradojas y contradicciones de don Porfirio
Entrevista con Paul Garner*
Ariel
Ruiz Mondragón
A
un siglo de su muerte Porfirio Díaz y su régimen continúan provocando debates
que muchas veces terminan con el enfrentamiento de detractores y defensores del
general, choques en los que se echan de menos los intentos de entendimiento de
aquella dictadura modernizadora.
Sin
duda, el gobierno de Díaz tuvo muchos claroscuros, los cuales suelen ser
exagerados para mejor deturparlo o exaltarlo. Por ello era necesario un libro
como Porfirio Díaz: entre el mito y la
historia (México, Crítica, 2015), de Paul Garner, el que, como escribe el
autor, “no es una biografía clásica en torno a la historia personal o de vida,
sino una biografía política que entrelaza tanto la carrera política como el
estilo político de Porfirio Díaz con el contexto histórico en el que se
desarrollaba”.
Etcétera
conversó con Garner, quien es doctor en Historia por la Universidad de Liverpool, institución
de la que es profesor emérito. También ha sido profesor-investigador en
las universidades de Gales y Londres, además de que actualmente es investigador
asociado de El Colegio de México.
Autor de al menos cinco libros, ha
colaborado en publicaciones como Nexos,
Letras Libres, Historia mexicana y Journal of Latin American Studies, entre otras.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy
publicar, revisado, un libro como el suyo, que apareció originalmente en 2001?
Paul Garner (PG):
Precisamente porque en estos casi 15 años ha habido un avance muy fuerte en los
estudios porfirianos, y eso es muy interesante porque eso demuestra que
Porfirio Díaz es una figura menos satanizada no solamente en la historia patria
sino en la prensa, en la política y también en la academia.
Durante
mucho tiempo no hubo grandes estudios; en los últimos 30 años eso ha cambiado.
Si uno hace una búsqueda básica de fichas bibliográficas para Porfirio Díaz, va
a encontrar un gran número de estudios y artículos publicados desde 2000.
Mi
libro salió publicado en 2001 en inglés, pero fue escrito dos años antes, como
ocurre con las publicaciones académicas. En los últimos 16 o 17 años he tenido
la oportunidad de actualizar el texto, de incorporar esos nuevos estudios, por
lo que entendemos mucho más que antes.
AR: Al principio del libro, en su
revisión historiográfica, destaca los vínculos que hay entre la historiografía
y la política. ¿A qué necesidades políticas obedecieron las tres categorías
principales de historiografía que se han producido sobre el régimen de Porfirio
Díaz, que usted denomina porfirismo, antiporfirismo y neoporfirismo?
PG:
Estos tres “ismos” tienen sus vertientes políticas y pertenecen a momentos y
cambios importantes en México. La historia patria mexicana es muy politizada: siempre
ha habido en el interés del Estado la construcción de una narrativa de la
nación para ayudar al proceso de creación de ciudadanos conscientes de su
pasado. Eso aplica al siglo XIX, incluyendo la época del porfirismo, cuando los
libros de historia se consolidaron, con una narrativa liberal, mientras que
antes hubo una versión católica. Ésta le echaba flores a la Colonia, a los
españoles por traer a México religión, civilización, idioma, etcétera. En la
historia liberal fue al contrario: esa fue una época de desastre, una invasión
que dejó una huella negativa en la historia nacional.
Los
héroes de la historia patria liberal son Hidalgo, Morelos y luego Juárez. Es
una historia que se empezó a narrar en la época porfiriana, con textos clásicos
de Vicente Riva Palacio y Justo Sierra. Se creó un porfirismo, un relato en el
que al final el legado de la trayectoria liberal es el régimen de Porfirio
Díaz. Ese es el porfirismo, y es una distorsión, en cierto sentido, porque es
una simplificación.
Entonces,
el porfirismo en su momento fue una exageración: hubo una serie de libros
publicados, sobre todo en los años cercanos al Centenario, en 1910, que
hablaban de un Porfirio Díaz que trajo la paz política, que permitió la
modernización y el desarrollo económico, que fueron los éxitos de su régimen.
Implicaban la idea de Porfirio Díaz como el único gobernante que podía gobernar
México por la forma en que lo hacía. Esas son exageraciones.
Pero
en los últimos años de crisis política, de 1906 en adelante, vemos una veta de
crítica muy fuerte contra Díaz y su régimen: se hablaba mucho más de la dictadura
y se creó el antiporfirismo, con sus vertientes que fueron las narrativas
revolucionaria y posrevolucionaria durante todo el siglo XX.
Durante
todo el siglo XX, el antiporfirismo habló de Porfirio Díaz como tirano,
dictador, vendepatrias y entreguista. Pero a finales de la crisis política y
económica de los años ochenta del siglo XX empezó a haber otra narrativa de la
historia nacional: la neoporfirista, que todavía hablaba de un tirano, de un
dictador, pero cambió el discurso a un Díaz que trajo la modernización del
país. Fue una forma de menguar el antiporfirismo, pero sigue siendo una figura
polémica hasta la fecha, y por eso hay tantas confusiones sobre quién fue
Porfirio Díaz, porque en su momento fue uno de los máximos héroes, después uno
de los mayores tiranos, y ahora un modernizador.
Lo
que no tenemos es una reconsideración histórica de su figura. Ese es el
problema.
Es
más complejo el neoporfirismo que el porfirismo y el antiporfirismo porque
mantiene también una parte de la satanización, pero hay una nueva versión en
cuestiones de política económica. Y es que el neoliberalismo busca sus
antecedentes en el liberalismo del siglo XIX.
Entonces
hay esas tres versiones, y en su momento han sido, en cierto sentido, distorsiones,
y demuestran la importancia de la política en la historiografía. En esos
momentos históricos, como hay cambios de política, cambia la narrativa
nacional. Ese es el punto.
AR: En el libro hay una categoría
clave: el liberalismo patriarcal, una
combinación del liberalismo y el constitucionalismo con el caudillismo. Pero parecen
muy antitéticos, contradictorios. ¿Cómo se mezclaron en el porfirismo esos dos
aspectos?
PG:
Esa es una muy buena pregunta. Para entender el éxito de Porfirio Díaz llegué a
la conclusión de que él, como todos los gobernantes exitosos de México desde su
Independencia, fue capaz de mezclar, manipular y hacer funcionar dos culturas
políticas muy diferentes.
Para
entender cómo gobernar exitosamente a México (lo que es muy difícil de hacer)
se tienen que comprender y ejercer dos tipos de cultura política: hacer
funcionar el constitucionalismo liberal, que es una cultura democrática, de
representación de los ciudadanos en un sistema democrático, fundamentalmente,
con las práctica políticas de México, que no pertenecen al liberalismo sino a
una cultura de informalidad, con jerarquías, favores, a lo que se llamó en el siglo
XIX caciquismo a nivel local, y caudillismo a nivel nacional.
Entonces
se tuvo que implantar el constitucionalismo con base en prácticas no
constitucionales: esa es la gran paradoja de las culturas políticas de México.
Porfirio Díaz sí sabía manipularlas, porque siempre hablaba de la Constitución,
de la necesidad de crear un Estado. Con sus corresponsales fue excelente: aunque
no siempre podía satisfacerlos siempre les contestaba con una cortesía y con un
discurso patriótico, de construcción de Estado, de nación, etcétera. Al mismo
tiempo había mucha deferencia: algunos corresponsales le decían “usted, como
nuestro caudillo, como nuestro líder, como nuestro presidente”. Y eso es lo que
hizo en la política también: no centralizar el poder necesariamente, pero hacer
muy presente la figura del presidente, como un presidencialismo. En varios
sentidos fue un régimen muy personalista, pero su legitimidad se basaba en la
Constitución y en las prácticas electorales. Eso es otra contradicción, a la
que dedicó en el libro dos capítulos, en las que trato el liberalismo
pragmático y el liberalismo patriarcal. En ambos casos son adjetivos
contradictorios: no se puede calificar al liberalismo como patriarcal ni como
pragmático, pero esa fue la realidad política.
Entonces
son términos políticos contradictorios pero esa es la forma en que yo pude
entender el éxito de Porfirio Díaz: no como un tirano y dictador, que fue la
versión antiporfirista.
Fue
a raíz de los ferrocarriles, de la construcción de ciudades y de la modernización
porfiriana que podemos hablar de un mercado interno nacional, y es cuando
podemos hablar de una nación por primera vez. Fue un proceso de construcción de
Estado y de nación, que fue imperfecto, irregular y no siempre parejo, de
avances en lo material y económico, pero no en lo político. Esa fue también
otra contradicción: que Díaz no logró una apertura política que se necesitaba y
que él mismo reconoció en la entrevista con Creelman cuando decía que México estaba
listo para la democracia, pero luego se presentó otra vez a la reelección
cuando ya había dicho que no lo iba a hacer. Si hubiera dimitido entonces creo
que sería un héroe nacional y tendríamos monumentos y calles “Porfirio Díaz”
por todos lados. Pero nadie perdona a un señor que se queda en el poder y tiene
que salir de él por la fuerza.
AR: Sobre esa construcción del
Estado: usted habla del liberalismo de Díaz desde su época en Oaxaca, y de que
valoraba mucho el federalismo y la autonomía regional. ¿Cómo fue su relación
con los estados, para que, al mismo tiempo de respetar el federalismo, pudiera
ejercer cierto control sobre los caciques, construir el gobierno central y
fortalecer el Estado nacional?
PG:
Esa es otra paradoja muy interesante, porque siempre el discurso y la ideología
liberal eran federalistas. Porfirio Díaz, en sus actos con los gobiernos
locales, dependía mucho de la relación personal que tenía con los gobernadores,
y él tenía mucho que ver con quién iba a seleccionarse. Es una relación muy
compleja que cambiaba según la relación y las circunstancias políticas.
Se
habla mucho de la centralización del poder, pero nunca la hizo formalmente, aunque
hubo varias enmiendas a la Constitución. Lo que hizo Díaz fue hacer mucho más
presente al presidente como la figura, la autoridad central del país, que,
además, tenía las redes de poder y era un árbitro entre distintas facciones,
tanto en el Congreso como entre los gobernadores. Cuando había problemas en los
estados hubo negociaciones políticas para solucionar el problema de quién se
iba a imponer, quiénes iban a ser los gobernadores.
Con
la reforma constitucional que permitía la reelección permanente del presidente
y de los gobernadores, a todos los niveles, vemos una parte única en la
historia de México: muchos gobernadores que duraban 15 o 20 años en el poder,
lo cual originó un tipo de atrofia en el sistema político de Porfirio Díaz.
Lograr
que no hubiera en el Porfiriato rebeliones locales políticas es lo que habla de
la paz política. No es que no haya habido revueltas o disidencias, sobre todo
tras la enmienda constitucional de 1890 que permitió la reelección, lo cual
estimuló movimientos críticos de esa idea, porque uno de los fundamentos
esenciales del liberalismo en el siglo XIX era la no reelección. Fue Díaz quien
levantó la idea de sufragio efectivo y no reelección contra Lerdo de Tejada en
1876, y es una gran ironía que Madero haya usado este mismo lema como uno de los
temas fundamentales del liberalismo para construir un movimiento contra
Porfirio Díaz.
AR: Otro tema es que,
efectivamente, se ha puesto el acento sobre la imagen de un dictador casi
todopoderoso y muy cruel. ¿Pero cómo Díaz tejió las relaciones políticas? Usted
reconoce que sí utilizó la represión, que hubo coerción, intimidación e incluso
menciona el caso de un asesinato, pero que también hubo negociación y
manipulación. Destaca usted otro aspecto: la deferencia. ¿En qué medida usó
Díaz estos distintos recursos para consolidar su poder?
PG: Hay
que ver cuál fue el armamento político de Díaz. Las negociaciones políticas,
las elecciones y la Constitución fueron muy importantes para la paz en esos
años, así como el rechazo completo a cualquier movimiento armado contra la
autoridad. En sus primeros cuatro años de gobierno hay evidencia clara de la
mano dura, de la idea que tenía Porfirio Díaz de que no se puede aceptar ningún
levantamiento en armas. El caso clásico es el amotinamiento en Veracruz en 1879,
de donde salió el dicho popular de que mandó un telegrama al gobernador diciendo
“Mátenlos en caliente” en referencia a los líderes del movimiento. Ese
telegrama nunca se ha encontrado y creo que no existe, pero sí hubo una orden
de Díaz al gobernador Luis Mier y Terán de ejecutar a los oficiales. Lo que hizo
éste aparentemente fue matar, al mismo tiempo, a sus enemigos políticos, pero
esa fue su interpretación de esa orden. Pero sí existió una orden de ejecución.
Díaz
construyó un sistema político a base de la conciliación y de la negociación
mucho más que con la mano dura, pero en los últimos años el problema de la
apertura política y sobre todo los problemas con las huelgas de 1906-1907, a
las que el régimen no sabía cómo responder, y su reacción fue muy torpe con las
masacres de Río Blanco y Cananea. Estaba claro que en los últimos años Díaz
perdió la brújula política y como que ya no era la mano dura, aunque fue
realidad: por ejemplo, los yaquis y los mayas sabían muy bien que Díaz era
capaz de actos de brutalidad.
Pero
para mí criticar el sistema por sus últimos cuatro años es una distorsión
porque el régimen no fue así todo el tiempo. Eso demuestra que ya estaba en
crisis y no sabía solucionar el problema más grave: la sucesión. ¿Qué iba a
suceder después de Porfirio Díaz? Había movimientos de oposición que se empezaron
a consolidar en esos momentos, incluso dentro del sistema.
Díaz
sabía manipular y congeniar con distintos grupos; al final del régimen los
importantes eran los Científicos y
los reyistas, y ejercía siempre arbitraje entre las dos facciones. Pero en los
últimos años se aferró mucho más a los primeros, lo que desequilibró el sistema
político hacia adentro. Entonces había problemas también hacia afuera, y el
régimen no tenía una respuesta porque al final Díaz pensó que la única forma de
gobernar el país era la suya. Esto es contradictorio porque él mismo en la
entrevista Creelman reconoció que sí era el momento de una apertura.
AR: Otro aspecto relevante es el de
las relaciones internacionales: por un lado la economía con la atracción de
inversión extranjera, especialmente la norteamericana pero también procurando
la europea para crear un contrapeso, y por otro las fricciones que tuvo el
gobierno de Díaz con Estados Unidos por Cuba y Centroamérica. ¿Cuál fue la
importancia del aspecto internacional en el desarrollo del gobierno de Díaz?
PG:
Creo que es una parte que se ha malentendido por la versión antiporfirista y
sus acusaciones de entreguismo y de vendepatrias. Porfirio Díaz fue muy
patriótico y defendió la soberanía de México. Entendía que la posición
geopolítica de México hacía muy difícil una política independiente por el
vecino del norte, que en esa época surgía como una de las potencias mundiales.
Además, obviamente la intervención norteamericana a mediados del siglo XIX dejó
un recelo muy fuerte de los políticos mexicanos hacia los intereses de Estados
Unidos.
En
la época de Porfirio Díaz fue cuando Estados Unidos empezó a extender su
estrategia de controlar el lado americano, del Caribe, y su política en Cuba
fue una señal muy preocupante para el gobierno de Díaz. Pero entendió que
México estaba en una posición de debilidad en cuestiones de Estado, lo que hizo
que Europa fuera muy importante.
También
estaba el problema del endeudamiento de México. Díaz tuvo dos secretarios de
Hacienda muy talentosos: Manuel Dublán (al que nadie conoce y nadie ha
estudiado) y José Yves Limantour, que hicieron una labor muy importante para
equilibrar las finanzas. Tenían buenas relaciones con los mercados
internacionales, sin las cuales y sin el sistema bancario pues no hubiera ferrocarriles
y no habría modernización.
Pero
se necesitaba equilibrar los intereses estadounidenses, atraer el capital
extranjero pero canalizarlo a proyectos de inversión en infraestructura y
desarrollo, que fue lo que hizo Limantour con los ferrocarriles: al principio
fueron contratos y concesiones a compañías extranjeras, pero al fin y al cabo
se dio la mexicanización de 1907 y la creación de Ferrocarriles Nacionales de
México. En ese momento se vio una estrategia que iba a seguir la Revolución
mexicana para defender la soberanía y los intereses.
Era
una política bastante arriesgada abrir las fronteras a la inversión extranjera
y al mismo tiempo proteger la soberanía, pero durante mucho tiempo se logró.
Hay problemas mayores con Estados Unidos después de 1898, cuando la solución al
problema cubano espantó al gobierno mexicano, que intentó establecer una
doctrina Díaz: que en vez de ser Estados Unidos el que tenga la responsabilidad
de proteger a América Latina, fuera una responsabilidad que se tiene que
compartir entre las distintas repúblicas de la región.
Pero
era muy difícil enfrentarse con Estados Unidos en ese momento, lo cual se
reflejó mucho con lo que pasó con Bahía Magdalena y con el gobierno de José
Santos Zelaya en Nicaragua. Hubo algunos puntos de conflicto y eso significó el
final del régimen, pues los problemas con la Unión Americana eran bastante
grandes.
Algunos
historiadores piensan que la culpa de la derrota de Porfirio Díaz la tiene
Estados Unidos. Yo no estoy tan convencido de eso pero sí contó la influencia que
tenía Estados Unidos sobre la estabilidad de México cuando le puso presión al
gobierno de Díaz. En la entrevista Creelman, de la que hemos hablado, el
presidente mexicano dijo “estamos listos para la democracia, yo me voy”; fue
una entrevista para un público norteamericano, para demostrarle a Washington que
Díaz todavía tenía las riendas del poder y que controlaba la situación cuando
en realidad había una crisis política en esos años.
Asimismo,
había que atraer inversiones europeas, y los gobiernos de estos países iban van
a defender los intereses de sus ciudadanos, que era el equilibrio que se necesitaba
para enfrentar a Estados Unidos. Díaz en realidad estaba más receloso de la
potencia del vecino del norte para minar la soberanía mexicana. Pero fue más
allá de Europa y Estados Unidos: el gobierno de Díaz tuvo relaciones con muchos
otros países: China y Japón, por ejemplo, y, aunque no hubo grandes avances, sí
hubo tratados y convenios.
Fue
muy interesante la internacionalización de Porfirio Díaz y de México, lo que se
reflejó en el número de premios y medallas que le dieron al general Díaz, que le
fueron dadas por gobiernos de muchos países del mundo en reconocimiento por la
estabilidad y modernización de México en esos años.
Aunque
ya había una crisis política muy fuerte poco antes de las fiestas del
Centenario, en 1910, México tenía una muy elevada imagen en el mundo. Hay
muchos documentos que atestiguan esto.
AR: Su libro da muchos elementos
que van mucho más allá del puro personaje. Pero ¿cómo influyeron las
características personales de Díaz en su régimen?
PG:
Sí fue un sistema bastante personalista, pero también hay que decir que Díaz es
una figura a la cual es difícil acercarse porque no dejó muchos escritos. No
era un intelectual en la política pero fue un político muy efectivo, sin lugar
a dudas. Yo diría que era una persona muy disciplinada y muy enigmática, no como
muchos políticos modernos que hablan mucho más de lo que deben y no escuchan
tanto. Díaz escuchaba y no hablaba.
Todas
las descripciones de Porfirio Díaz son así. Pero hay que decir que le
interesaba mucho el poder, y eso fue uno de los problemas principales: que no
quería soltar el poder.
Yo
creo que fue sumamente astuto, pero es muy difícil acercarse muy bien a él. Francisco
Bulnes, por ejemplo, dijo, en su libro sobre Porfirio Díaz que se publicó
después de la revolución, que lo había escuchado decir que él entendía muy bien
la motivación de los mexicanos, a quienes les gusta más la seguridad que la
democracia, más la seguridad económica que la libertad política. Pero no
tenemos escritos donde diga esto, ni de famosas frases como “¡Pobre México, tan
lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos!”. Nunca he encontrado dónde dijo o
escribió eso.
No
escribía mucho; era un excelente corresponsal pero fueron sus secretarios
obviamente quienes escribieron esas cartas dictadas por él. Era muy cuidadoso
con su lenguaje, con la forma en que se dirigía a la gente de distintos
niveles, desde los pueblos indígenas hasta la élite política. Es importante que
estudiemos los textos y cartas que salían de sus oficinas, porque ese es un
discurso de veras muy pragmático, muy cortés, muy patriótico, muy liberal y muy
positivo en el sentido de un proyecto nacional que estaba llevando a cabo. Eso
es muy interesante.
Enrique
Krauze lo llama “el místico de la autoridad”, pero yo creo que no era tan
místico porque tenía los pies en la tierra, un político muy pragmático y muy
hábil.
AR: ¿Por qué cayó esta dictadura,
que parecía eterna?, ¿por qué Díaz no supo resolver el problema de la sucesión
en las postrimerías de su gobierno?
PG:
El problema principal era la sucesión, y seguramente Díaz intentó solucionarlo
con la invitación a Bernardo Reyes para incorporarse a su gabinete como
ministro de Guerra en 1900. Pero luego Reyes, entre otras cosas, construyó una
milicia casi privada, la Segunda Reserva. Esto no le agradó nada a Díaz (y es
interesante que en esa milicia ciudadana estuvieron muchos que participaron en
la revolución, fueron sus primeros momentos de organización y de participación
militar). Reyes era una figura importante en la política, el rival más grande,
y Díaz le temía mucho a Reyes y a su influencia en Nuevo León, en el norte,
entre los militares.
Otra
figura que también aspirada a ser presidente era Limantour; en su archivo se ve
muy claro que tenía aspiraciones y un trabajo político importante en los
estados. Siempre hubo una lucha entre quienes buscaban influir en Díaz, como los
Científicos, los reyistas o quizá
otros políticos.
Hasta
cierto punto Díaz cambió de decisión. Según Bulnes, la idea era que sería una
combinación de Reyes y Limantour, quienes no podían trabajar juntos. Yo creo
que Porfirio Díaz tampoco quería esa combinación y no la permitía. Entonces
mandó a Reyes al norte y luego al exilio; éste, siempre leal a Díaz, frustraba
mucho a sus seguidores. Creo que Limantour se mantuvo muy leal a Díaz.
Vino
la entrevista Creelman, que fue como un acto de suicidio político, que fue de
decir “voy a salir” y luego, en realidad, “no voy a salir”. No apaciguó la
crisis política sino que la inflamó en esos momentos.
Hay
también muchos que dicen que Porfirio Díaz, tras una derrota militar, hubiera
podido aplastar la rebelión maderista. Es importante acordarnos de que dimitió
al poder, y en su discurso final dijo que era para evitar mayor derramamiento
de sangre. Pues obviamente no fue el caso, entonces no sé si fue otro error. En
ese momento su capital político era nulo, y esa fue la gran demanda de los
maderistas: que se fuera Porfirio Díaz, y éste lo aceptó.
Pero
sabemos muy bien que no se pudo solucionar ese problema, y la ausencia de
poder, del vacío que dejó Porfirio Díaz es una de las grandes causas de la
revolución (por supuesto, hay muchas otra muy importantes).
El
vacío de poder que dejó Díaz inspiró muchos levantamientos que ocurrieron después
de que se fue, no antes. Antes de que se fuera relativamente había poca
actividad revolucionaria, y eso es interesante.
Entonces
Díaz cometió una serie de errores al final, y hay que hablar de su pérdida de
brújula política. Le faltó resolver el problema de la apertura democrática, que
es lo que pedía Madero. Éste le echó muchas flores en La sucesión presidencial de 1910, en la falta de apego a la
Constitución y a las prácticas constitucionales, que siempre fueron parte del
armamento político de Díaz, fue donde su legitimidad ya no existía.
AR: Hay historiadores que han
observado líneas de continuidad de la Revolución mexicana con el porfirismo. En
esa dirección, ¿cuál fue el legado político de Porfirio Díaz que ha pervivido
pese a la Revolución?
PG:
Es interesante: eso es cultura política, de lo que hablaba antes, de la que
combina el constitucionalismo, el caudillismo, el autoritarismo. Estos
persisten, y si lo hacen entonces necesitamos entender estas culturas para actuar.
Hay,
en ese sentido, congruencia con la política del siglo XX. Obviamente el
discurso es muy diferente. Sobre el proyecto de modernización, creo que en la
época de Porfirio Díaz se encuentran las raíces del México moderno, para acabar
pronto. Pero no son proyectos completos ni terminados.
En
la política, por ejemplo, esa mezcla de culturas políticas él supo manejarlas
durante mucho tiempo con éxito aunque al final no, lo que le sirvió para gobernar
un país complejo y muy diverso. También está la idea del indigenismo, de México
como nación mestiza, que promueve sobre todo Justo Sierra, una proyección
cultural muy importante de México en el siglo XX y que retomaron los gobiernos
revolucionarios.
Además
los monumentos que construyó Díaz en el Centenario, como el Ángel de la
Independencia y el Hemiciclo a Juárez, todavía definen la nación mexicana.
En
materia económica, el antiporfirismo hablaba mucho del campo, y hay que
entender que el 80 por ciento de la población vivía en el campo, entendiéndose
el desarrollo del campo como un caso de hacendados a los que los campesinos le
vendían sus terrenos y sufrían abusos. Es un panorama más complejo: con Porfirio
Díaz la política agraria no tuvo tanto éxito, pero la industrialización, sí fue
exitosa: México era el país de América Latina más industrializado para 1910, a
pesar de haber empezado muy tarde su proceso.
Estos
hechos se van a ver también en el siglo XX; la diferencia obviamente se
encuentra en las políticas, el discurso, la organización política. También está
el famoso comentario de Mario Vargas Llosa de que México era una dictadura
perfecta que había pasado de una dictadura personal a una de partido. Me
pareció interesante.
Definitivamente
en el Porfiriato hay rasgos del México moderno. Hay que indagar, por lo que
tenemos que investigar más profundamente esos procesos.
De
lo anterior viene mi llamada al estudio. Debemos entender esa época y no
politizarla tanto. Está el asunto de la repatriación de sus restos, asunto muy
polémico, pero para mí lo que es necesario es la reconciliación histórica del
ciclo de Porfirio Díaz. Tenemos que estudiarlo mucho más, en vez de politizarlo
y polemizarlo, como siempre se ha hecho.
*Entrevista publicada en Etcétera, núm. 180, noviembre de 2015.
2 comentarios:
Muy buena entrevista, Ariel. Tres cosas rescato de ella: 1. El constante llamado Paul garner a no politizar y polemizar la figura de Porfirio Díaz; 2. La necesidad de reconocer los logros del porfiriato; 3. Su llamado a no dejar de estudiar nuestra historia que suena claramente a desmitificar las "versiones oficiales" que nos han hecho tragar todos los regímenes "revolucionarios".
He subido la entrevista a mi blog Las letras de BAAM
http://benjaminaraujomondragon.blogspot.mx/
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