El periodismo mexicano en tiempos
del narco
Entrevista con Javier Valdez
Cárdenas*
Ariel
Ruiz Mondragón
El
periodismo en México, especialmente en algunas regiones del país, se realiza
bajo condiciones muy poco propicias: a condiciones laborales muy precarias se
suman la violencia de grupos delictivos e incluso de políticos que se ceba
sobre los comunicadores, la cual, en la mayoría de los casos, va acompañada por
la impunidad.
Sobre
varios de los problemas más acuciantes con los que se enfrentan los periodistas
Javier Valdez Cárdenas acaba de publicar su libro Narcoperiodismo (México, Aguilar, 2016), sobre el que el mismo
autor escribe en las primeras páginas: “No sólo es un libro de narcotráfico y
periodismo, es también un libro sobre el poder político que secuestra y
persigue, para matar, torturar, amenazar, a quienes trabajan en los medios de
comunicación”.
Pero
en el volumen, a través de crónicas, entrevistas y diversos testimonios, el
autor aporta un panorama más amplio de la situación que atraviesa la prensa
mexicana en la actualidad.
Valdez
Cárdenas (Culiacán, 1967) estudió Sociología en la Universidad Autónoma de
Sinaloa. Fundador de Ríodoce y autor
de siete libros, ha colaborado en medios como La Jornada, Proceso, Gatopardo, Emeequis, Nuestra Aparente
Rendición y Horizontal. Ha ganado
premios como el Internacional a la Libertad de Prensa 2011, otorgado por el
Comité para la Protección de Periodistas, y, como parte del equipo de Ríodoce, los premios María Moors Cabot,
de la Universidad de Columbia, y el Pen Club a la Excelencia Editorial.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy un
libro dedicado al narcoperiodismo,
sobre las condiciones tan difíciles en las cuales se ejerce el oficio
periodístico en nuestro país?
Javier Valdez Cárdenas (JVC):
Siempre ando buscando rincones que no se cuentan de la vida nacional, historias
no relatadas, rubros y caminitos desolados que no son apreciados en su justa
dimensión en los medios de comunicación, las que, por lo cotidiano y por la
muerte tan escandalosa y tan lamentable, ya no vemos. Por eso escribí Los morros del narco, la presencia de
los niños y los jóvenes en el narcotráfico; Levantones,
sobre los desaparecidos, y Los huérfanos
del narco, sobre las viudas y niños de desaparecidos y asesinados. Son espacios
no contados, invisibles.
Creo
que ahora el periodismo está en crisis en México, y no es consustancial a él sino
que se debe a diversos factores internos y externos: el narco en las
redacciones, en nuestra vida nacional; los políticos y los empresarios que
censuran, que no quieren que se publique el otro crimen organizado, que es el
del dinero, las inversiones, el lavado.
Pero también está nuestra mediocridad, el mercado de la muerte y el exilio de
los reporteros, por ejemplo.
Me
pareció importante mirar hacia adentro; pero en estos tiempos cuesta mucho
porque reconocerse duele y uno se resiste a hacerlo.
También
es importante revisar nuestro oficio, y si mi libro puede contribuir a ese
debate, pues qué chingón.
AR: El libro rebasa el asunto del
narco, por lo que quiero comenzar por un tema planteado que, considero, es
central: señala Marco Lara que desde los principios de la década de los ochenta
la prensa se convirtió en una pequeña parte de grandes corporativos que tienen
muchos otros negocios. Estos grupos tienen muchos intereses políticos, por
supuesto. ¿Cómo ha cambiado el periodismo con la irrupción de estos grandes
intereses corporativos?
JVC:
Coincido con Marco Lara en el sentido de que ya no importa tanto el periodismo,
que ahora muchos medios son como sucursales de Televisa, empresas monopólicas,
con instituciones de salud a su servicio, que influyen en las políticas de
gobierno, que tienen gente de sus grupos políticos en gabinetes de gobiernos
municipales, estatales y federal, y que son como cotos de poder. Todo eso hace
que se olviden del oficio y que el tuétano, la esencia de la empresa inicial
que les dio sentido (o sea el periodismo, los reporteros, la información, la
investigación) fue hecha a un lado y está sometida al negocio.
La
censura es más fácil, más práctica, más cotidiana y más impune, y como que es
consustancial al periodismo de este tipo de empresas. No hay que tocar a
ciertos personajes y temas: “No te metas en este aspecto de la industria de la
construcción porque yo soy constructor y tengo inversiones en tal giro”, “no te
metas con este político porque es mi socio en este otro ámbito”, etcétera.
Entonces
se sacrificó el periodismo; no se quedó en un segundo lugar sino en uno tercero
o cuarto, lo que ha afectado mucho a los comunicadores y también a la sociedad,
porque, lamentablemente, muchos mexicanos siguen informándose a través de estos
grandes corporativos.
AR: En el libro hay una anotación
muy interesante sobre un reportero de Guadalajara que cubría justamente a las
inmobiliarias. Él dice que una forma de censura es que a los reporteros los
mandan todo el día y todos los días a seguir actos políticos de los
gobernantes. ¿Eso es censura?
JVC:
El mensaje de los dueños detrás de esto es: “No crezcas en la redacción”.
Quieren enanos, reporteros que no piensen, que sean automáticos, que pongan la
grabadora, que no incomoden, que no cuestionen, que no investiguen, que no
sepan a quién están entrevistando.
Yo
no lo había visto así hasta que empecé a observar esta otra realidad, y es
cierta: si te encargan cinco u ocho notas, ¿en qué momento vas a investigar? No
hay espacio para reflexionar tu trabajo, no hay tregua para dar dos pasos para
atrás y decir “¡ah, las cosas están así”, porque estás en una dinámica tan intensa
que no te permite sentir, pensar, sentarte a reflexionar porque son jornadas avasallantes.
Entonces te imponen una dinámica que impide que hagas periodismo y que evita
que crezcas; por eso digo que a los dueños les interesa que haya enanos en la
redacción.
AR: Una parte fundamental es la de
las condiciones laborales de los periodistas. En el libro se mencionan diversas
denuncias que van desde la negación de acreditaciones, cambio de fuentes de
reporteros por la incomodidad de algún personaje, y hasta la falta de
protocolos de seguridad, pasando por los bajos salarios y extensos horarios.
¿Qué nos dice sobre este aspecto?
JVC:
Son muy bajos los salarios, no hay prestaciones y hay mucha vulnerabilidad e incertidumbre.
Hay muchos reporteros que trabajamos como si fuéramos una empresa más, no
estamos en la nómina y entonces no tenemos seguridad social ni aguinaldo ni
prima vacacional. Nos subcontratan para abatir gastos en las empresas,
adelgazarlas, lo cual tampoco ayuda, porque nos arroja a la sobrevivencia, a
una condición de vulnerabilidad, y entonces haces el periodismo que los
empresarios quieren que hagas porque si no te corren, ¿y dónde vas a encontrar
otro trabajo?
En
el aspecto de la seguridad, cuando los dueños de los medios hablan de ella
porque hay mucha violencia, se refieren a su seguridad y la de sus bienes: el
edificio y sus colaboradores cercanos. No hablan de la del reportero y del
fotógrafo que andan en la calle cubriendo la realidad. Esto no les importa.
Por
las condiciones de trabajo y la violencia en la calle los reporteros están sometidos
a una doble o triple vulnerabilidad: económica, familiar y, por supuesto, de
seguridad.
AR: En el libro hay una historia de
un fotógrafo de Noroeste, quien
camino a su trabajo veía diversos incidentes, traía una camarita y comenzó a
fotografiarlos. En un congreso de periodistas dijo que él cobraba por muerto,
aunque no por suicidios. Habla de los trastornos psicológicos que ha sufrido
por tomar imágenes de niños, por ejemplo. ¿Qué nos dice esto del periodismo y
de las empresas de la prensa?
JVC:
Es el mercado de la muerte. En general nosotros (cuando digo “nosotros” me
refiero a los medios y a los periodistas) somos como un instrumento más en él.
Lamentablemente se han frivolizado la muerte, el asesinato, la vida humana;
ahora tiene precio o no vale nada. Nos enteramos de que murió alguien y no nos
importa; nos acostumbramos a esa muerte diaria, cotidiana, barata. Pero encima
le estamos pagando a un reportero en función de los decesos, siempre y cuando
no sean suicidios, lo cual es una tontería.
Me
parece muy triste que en nuestras redacciones se hable de la justicia, que se vaya
a colonias populares que no tienen servicios públicos, que se publiquen las
exigencias de los maestros o de los empleados de un ingenio azucarero que
fueron despedidos, y digan “yo coincido con esas causas, con las de madres de
hijos desaparecidos”, pero resulta que dentro hay una incongruencia: se paga
por muerto, lo cual es muy lamentable.
Es
el horror de la muerte, del que hemos hecho un mercado, lo que incluye fotos no
cuidadas, irrespetuosas y calificativos hacia la víctima; por ejemplo, le ponemos
apodos y decimos que la “desinflaron”, “la poncharon”, “la borraron”, entre
otras expresiones irrespetuosas hacia una persona que ya no puede defenderse
pero que, además, tiene hijos, esposa, hermanos, que cómo se van a sentir
cuando vean las fotos y lean ese lenguaje vil, incluso criminal, al tratar la
información sobre su deceso. Son asuntos que hay que revisar.
Me
pareció importante decirlo; no es fácil, pero hay que hacerlo.
AR: Hay otra vertiente del libro
que abordan cuando menos dos entrevistados en el libro: la ética. ¿Cómo la observa
hoy en los medios mexicanos? Por ejemplo, se da desde la difusión de
conversaciones privadas hasta la publicación de imágenes cruentas. Marco Lara
pone mucho énfasis en la legalidad, pero ¿qué nos dice usted del aspecto ético?
JVC:
Nos hemos olvidado de la ética. Creo que el periodismo está en crisis, lo cual tiene
mucho que ver con esta ausencia de ética en nuestro trabajo, en contar las
historias, en el manejo de las imágenes.
La
ética nos ha salvado a muchos: ¿qué nos pueden decir a nosotros los narcos o
los políticos: que somos corruptos, que estamos golpeándolos para favorecer a
otros? No pueden decirlo porque somos éticos, profesionales, serios con la
gente, con la información, por no prestarnos a ese ajuste de cuentas que
acostumbran ellos.
Entonces
la ética puede salvarte; pero si no somos éticos, creo que nos engulle más este
marasmo irresponsable y criminal del trabajo periodístico.
Hay
que impulsar que haya una formación en este aspecto, porque además se publica
mucha información en los sitios web de los medios que no es cierta, que no está
confirmada y que es exagerada. No podemos seguir publicando información con
prisas; sí hay que publicarla rápido, pero si no la tienes amarrada no lo hagas.
Eso me parece también mucho muy criticable.
Creo
que hay que recuperar algo que es elemental, básico y consustancial al periodismo:
la ética.
AR: En el libro hay casos de periodistas
caídos, detenidos y otros que se fueron a refugiar a Estados Unidos. Pero hay
otros que trabajan para el narco y que están infiltrados en las redacciones;
además hay otros, que fueron aguerridos, que terminaron por trabajar en las
oficinas de prensa. ¿Qué pasa con ellos?
JVC:
A veces siento que perdemos a alguien cuando se va de un medio crítico valiente
y luego lo ves como jefe de prensa en una oficina. Aunque es un asunto muy
personal, me duele porque siento que perdimos a alguien porque es difícil
encontrar a gente crítica, valiente y que trabaje con dignidad.
Pero
eso puede superarse porque finalmente es la sobrevivencia: le van a pagar más.
Pero resulta que, detrás de ello, muchas veces está el ejercicio de la
corrupción, y entonces ya no estamos hablando de un trabajo limpio, profesional
y honesto, sino de gente que reparte o recibe dinero, que pueden ser jefes de
prensa de una célula del narco, lo que también me parece sumamente criticable.
Puedes hacer un trabajo profesional desde una oficina de prensa, pero cuando
estás al servicio de criminales, de dentro y fuera del gobierno, ya no hay
periodismo: allí hay un mercenario, un homicida, un cómplice de crímenes. Creo
que entre los reporteros muertos, exiliados y desaparecidos también hay
reporteros coludidos con el narco o con el otro crimen organizado, el de
políticos y empresarios, y también hay periodistas honestos, éticos, valientes.
Esto hay que mirarlo de frente porque es nuestro monstruo.
AR: Otros asuntos inquietantes del
libro son los casos de una periodista, a quien le tocó el violento conflicto
cuando se rompió el Cártel de Sinaloa, y el de otro reportero al que le tocó el
rompimiento del Cártel del Golfo y los Zetas. ¿Cómo se cubren esos conflictos
cuando se está entre dos fuegos, y hasta tres si contamos al gobierno?
JVC:
Nosotros aprendimos a punta de chingazos
porque se nos vino encima la cúspide de la violencia. ¿Cómo se trabaja? Es
difícil una fórmula que te salve de todo porque cada historia amerita sus reglas,
su cobertura, cada una de ellas tiene una línea que no puedes cruzar, y esa
línea se mueve.
Creo
que lo importante es que sepas primero el contexto: quién manda en la ciudad,
quién la controla, con qué jefe policiaco se entiende e incluso si le molesta
que lo menciones por su nombre (aunque en ocasiones es más peligroso mencionar su
apodo). Tienes que saber esa información para reportear y saber ubicar muy bien
dónde está esa línea que no se debe cruzar. Cuando te acercas ya con cierta
experiencia vas sintiendo cuándo los chingazos
están fuertes y que tienes que dar dos pasos hacia atrás.
Entonces
depende de coyunturas y de regiones, pero centralmente se trata de conocer el
contexto, por lo cual hay que avanzar mucho muy despacio y escuchar lo que dice
la gente en la calle. No hay que confiar, obviamente, en la fuente de gobierno,
que siempre es interesada, y hay que confirmar dos o tres veces la versión que
te da alguien para poderle dar cierta categoría.
Esas
medidas básicas te pueden salvar la vida. No basta con ser valiente, querer
investigar y hacer periodismo; si te emocionas y te apasionas, esto te puede
llevar al abismo. Hay que ser prudentes, muy conscientes del contexto y de la
cobertura que puedes hacer, y ubicar al final qué parte de la historia no vas a
publicar porque te vas a colocar en mucho riesgo. No la canceles; guárdala,
pero no la escribas ahora. Te puedes emocionar y decir “yo lo voy a contar
porque son chingaderas”, y te indignas y te hacen escribir rabiando. Entonces más
vale que alguien te diga (que es una ventaja que tenemos en Ríodoce porque discutimos mucho todo
esto) “esta parte no porque es mucho peligro”.
Yo
creo que eso puede ayudar mucho.
AR: Por lo que se puede ver hay más
fuegos: además de los de las bandas delictivas, empresarios y políticos están los
movimientos sociales, muchos de cuyos integrantes afirman que los periodistas
son vendidos y que tal o cual publicación sirve a los intereses del gobierno.
En el libro se aborda el caso del Movimiento Magisterial Veracruzano, que atacó
a reporteros. ¿Qué hay de esta otra vertiente del riesgo?
JVC:
La gente en la calle no distingue si eres de Televisa o de Milenio, de El Universal,
La Jornada o Proceso. Yo siento que ha ganado terreno la desconfianza porque la
gente está muy golpeada y desconfiada porque tenemos gobiernos que no atienden sus
demandas y necesidades, y a los movimientos sociales les gana el desahogo. Lamentablemente
nosotros nos hemos ganado la desconfianza de muchos sectores porque servimos al
poder, porque la gente sabe que en la calle pasan cosas y que nosotros no las
publicamos. A la gente no le importa si tú escribiste la historia, si ésta es
buena y no se publicó; te ven como medio y entonces te condenan.
Es
incómodo y lamentable porque yo también soy periodista y creo que he hecho un
trabajo digno, que vale la pena revisar. Pero ya estando en medio de la
protesta ganan los ánimos y este sentimiento de desconfianza.
Pienso
que le hace falta al buen periodismo en México una sociedad que lo acompañe. No
hay sociedad que respalde a este periodismo que realizan algunos medios y reporteros
en México, lo que hace que uno se sienta más vulnerable, y el narco, el
delincuente y el político saben que pueden hacerte algo y que no va a pasar
nada. Entonces disponen, se sirven y atacan. Pero también es una condición que,
de alguna forma, nos hemos ganado.
AR: Al respecto, ¿qué ha ocurrido
con medidas como el mecanismo de protección a los periodistas, el botón de
pánico (un aparatito que más bien parece que sirve para espiar reporteros),
etcétera? Ha habido comisiones legislativas, incluso locales.
JVC:
Son un fracaso todas ellas porque tenemos una clase política hija del narco, y
no hablo de priistas y panistas sino también de perredistas, lamentablemente.
Aquí es un asunto de voluntad: aunque hay leyes y soy mexicano, ciudadano y
periodista, me amenazaron, me desaparecieron, me asesinaron, me desterraron. Debe
aplicarse la ley: hay una Procuraduría de Justicia, una Policía que investiga,
un juez, etcétera; pero nadie indaga y no hay castigo. Esto de los mecanismos
es como para disimular, para que se piense que se está actuando.
Este
país sigue siendo muy peligroso para los periodistas, y eso que no tenemos una
guerra convencional. Lo demás es discurso, basura, estupideces, son pretextos
para espiarnos, para gastar recursos de manera discrecional.
Para
mí es insuficiente lo que se ha hecho. Es increíble que incluso las autoridades
de la Procuraduría de Justicia del DF, ciudad gobernada por un partido de
izquierda, no avance en el caso de las investigaciones del caso de Rubén
Espinosa.
AR: El periodismo debiera ser,
básicamente, un servicio para la sociedad. En el libro cuando menos dos
periodistas dicen que no cuentan con ella, y una académica dice que sí. ¿Cuál
ha sido la reacción de la sociedad ante el cúmulo de agresiones contra los
periodistas?
JVC:
Insisto: hace falta sociedad que acompañe al buen periodismo, especialmente los
medios que no queremos que nos ubiquen en el montón, en la corrupción, en
seguirle el juego al gobierno.
Nadie
sale a protestar por los muertos, y los movimientos sociales son escasos y
aislados. Allí están, por su cuenta, los de Ayotzinapa, las rastreadoras de
cadáveres en Sinaloa, la Coordinadora, el Ejército Zapatista, etcétera. Son movimientos
sociales fragmentados, que desconfían de sí mismos, en su interior y entre ellos,
y así no puede acompañar la sociedad al buen periodismo.
Considero
que hay asomos de apoyo; por ejemplo, en Ríodoce
cerca del 70 por ciento de los ingresos provienen de la venta de periódicos, aunque
me gustaría saber si esos miles de lectores salen a la calle si nos pasa algo.
¿Qué va a pasar mañana si Ríodoce o Proceso cierran por amenazas o
inviabilidad económica? ¿De verdad el público estará con esas publicaciones,
saldrá a la calle por ellas, va a respaldarlas? Yo creo que no, que va a haber
por allí asomos de protesta, de apoyos, pero veo un movimiento ciudadano
fragmentado, dividido, enfrentado, desolado, y yo creo que por eso muchos
activistas han sido asesinados.
Yo
veo poca sociedad, lo que deja a los medios, a los críticos, a los activistas,
a los defensores de los derechos humanos y a los reporteros valientes solos,
por lo que son vulnerables: pueden ir por ellos, matarlos y no pasa nada.
AR: En el libro se ve a varios
valientes reporteros solos. Pero ¿cómo se han ayudado los periodistas a sí
mismos?, ¿qué ha pasado con el gremio, que es el primero que debería cerrar
filas?
JVC:
Fíjate que ganan la hipocresía, los celos, las envidias, las parcelas de poder.
Muchos dicen: “Es que es de otro medio y no voy a publicar lo que hizo porque es
la competencia”. Pero puedes retomar el asunto y mejorarlo, darle buen
seguimiento y arrebatarle el tema si haces un buen trabajo periodístico.
Igual:
si amenazan a alguien de otro medio pensamos que es de otro periódico, y creo
que estamos dándole prioridad a la competencia, a los egos, a la intriga, a las
parcelitas de poder y a la envidia, y también estamos divididos, fragmentados,
peleados. No hay, por ejemplo, foros de discusión sobre la cobertura
periodística del narco, no hay instituciones académicas o asociaciones de
periodistas haciendo una mesa redonda sobre ello. No hay nada de eso.
Veo
muy difícil el panorama: en el gremio periodístico hay un páramo, y allí es
todavía peor la soledad que se padece.
AR: Hay una vertiente de destierro,
que puede ser interno, como el de Rubén Espinosa cuando salió de Veracruz hacia
la Ciudad de México, y otros reporteros que salen de México. Hay un dato en el
libro: hay 250 periodistas mexicanos en Estados Unidos que tuvieron que abandonar
el país. ¿Qué ha pasado con este éxodo de periodistas?, ¿a qué ha llevado? Se
han perdido profesionales y algunos terminan de jardineros o limpiando mesas...
JVC:
Muchos de esos compañeros no van a volver a México nunca, quizá sus hijos. Es
tristísimo y doloroso porque no es gente que haya hecho algo malo en el país y
que se vio involucrada en una situación producto de su trabajo, como el caso de
Alejandro Pacheco, y entonces tienen que irse porque no hay gobierno en México
que los proteja. Como dijo Federico Campbell: el Estado no está. Entonces
estamos a merced de los narcos, de los delincuentes. Creo que hizo bien
Alejandro en irse del país, pero qué difícil es acomodarse en una casa que no
es la suya, trabajar de jardinero, lavando platos o limpiando mesas en un
restaurante, vivir de la caridad, de lo que den otros mexicanos u otros
periodistas de allá, y ver tu casa por internet porque no puedes volver a ella.
Es terrible.
Me
parece inmerecido el futuro que están teniendo estos compañeros periodistas y
activistas exiliados.
AR: En términos de seguridad, muchas
veces los propios reporteros son quienes toman medidas. ¿Dónde ve la esperanza
de que cambie esta situación?
JVC:
En los activistas, en un periodismo humano en el que la gente de la calle vea
sus problemas retratados, en un gobierno diferente al PRI y al PAN, que ya los
tuvimos y no nos fue bien. Creo que nos hacen falta gobiernos honestos, y este
país puede cambiar a partir de que se aplique la ley y se combata la
corrupción.
Con
el narco no vas a acabar; hay que invertir mucho dinero en recuperar el tejido
social, en atender a niños y a jóvenes, quitarle a los narcotraficantes el
mercado laboral que tienen cautivo. No se trata de detenerlos sino de ganarles
el espacio social que ya tienen, que nosotros recuperemos la calle. Creo que
conjuntando todo eso podemos tener otro periodismo, otra sociedad y otro país. Parece
una quimera, pero yo creo que vale la pena.
También
pienso que es importante que se sepa que en este país la democracia también pasa
por un asunto cotidiano de los reporteros, que no sólo es un asunto de
elecciones. Si queremos que este país cambie tenemos que cambiar los reporteros
y asumir que la lucha por la democracia es un trabajo también de información,
de orientación, de desnudar la corrupción, los malos tratos, los abusos y el
tráfico de influencias. Si los medios de comunicación cumplimos con esa tarea
estamos construyendo ciudadanía.
Asimismo,
si nosotros hacemos nuestro trabajo, reconocemos lo que nos pasa, revisamos el
trabajo periodístico que hacemos y realizamos una autocrítica responsable,
podemos contribuir mucho a que esto cambie.
*Entrevista publicada en El Búho, núm. 189, diciembre de 2016.
1 comentario:
Una gran entrevista, sin duda. Felicidades.
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