Entrevista con Carlos Illades*
Ariel
Ruiz Mondragón
La
existencia de la izquierda mexicana tiene una larga data: nació en la segunda
mitad del siglo XIX, cuando algunos liberales asumieron la importancia y
urgencia que significaba la cuestión social. Posteriormente la llegada de la
corriente socialista la fortaleció hasta terminar convertida en una tradición
que ha buscado la transformación progresista del país, pese a sus avatares y
vaivenes.
Una
síntesis de la trayectoria de siglo y medio que esa tendencia política ha
recorrido es la que Carlos Illades presenta en su libro El futuro es nuestro. Historia de la izquierda en México (Océano,
2018), que ofrece un vasto cuadro que va desde los prolegómenos liberales de
ella, hasta sus exponentes actuales, con un candidato presidencial sumamente
fuerte.
Como
lo destaca el autor en su prefacio, en el volumen se “argumenta que todavía
podemos concebir a la izquierda como una corriente política singular que, no
obstante haber mudado a lo largo del tiempo, posee un perfil ideológico y una
práctica política característicos, estos es, tiene una identidad propia”.
Sobre
ese libro conversamos con Illades (Tepic, 1959), quien es doctor en Historia
por El Colegio de México y profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana. Miembro
del nivel 3 del Sistema Nacional de Investigadores, ha colaborado en
publicaciones como Nexos, Este País, Memoria, Fractal, Revista de la Universidad de México, Casa del Tiempo, Milenio, Excélsior y La Jornada. Autor de al menos una decena
de libros, ha obtenido diversos premios: Marcos y Celia Maus, de la Facultad de
Filosofía y Letras de la UNAM (1998); de la Academia Mexicana de Ciencias en el
área de Ciencias Sociales (1999); Edmundo O’Gorman, del INAH (2001); del Comité
Mexicano de Ciencias Históricas (2002), y el Gastón García Cantú, del Instituto
Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (2007).
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué una
historia sintética de la trayectoria de 150 años de la izquierda mexicana?
Usted le ha dedicado al tema otros libros de forma más detallada.
Carlos Illades (CI):
Me parece importante porque se sabe poco acerca de la izquierda, aunque se
comenta y se opina mucho acerca de ella. Se han dedicado muchos más libros y trabajos
académicos a la derecha, al conservadurismo y al liberalismo, pero sobre la
izquierda lo que se escribe es escaso.
Además
es importante para informar a los jóvenes votantes, a los que por primera vez
se van a incorporar al debate público, que la izquierda tiene una trayectoria
de 150 años, que no apareció ni con Morena ni con el PRD y ni siquiera con el
comunismo. Es una tradición que se ha identificado con los valores que tienen
que ver con la equidad, con la solución de la cuestión social, con el problema
de la desigualdad, con el asunto de los derechos de los distintos grupos
sociales, de las minorías, de las mujeres, de los homosexuales. Eso es lo que
le quería mostrar a un público que no conoce bien esa historia.
Si
bien es cierto que históricamente en México la izquierda no ha sido una fuerza
dominante —aunque quizá en los últimos años tenga una presencia mayor—, ha
tenido una participación larga que ha influido en el curso que ha tomado el
país.
La
acción de la izquierda ha contribuido a fijar los temas que mencionaba hace un
momento tanto en la agenda pública como en el imaginario colectivo. Asimismo, la
izquierda y sus luchas tuvieron un papel central en la transición democrática
de México. Ésta es impensable si no consideramos movimientos como los de los
ferrocarrileros, el juvenil de 1968, la batalla del Frente Democrático Nacional
en la elección de 1988 y otros.
Además
el libro busca que no se vea a la izquierda mexicana como algo aislado, sino
que se observe en otro contexto: la izquierda es una fuerza internacional, más
si se trata de las versiones socialistas, comunistas y anarquistas. Son
movimientos globales desde los orígenes, así no sean muchos, y desde el siglo
XIX funcionan en redes.
Otro
aspecto importante es mostrar el vínculo de la izquierda con los movimientos
sociales. Algo que se destaca en el libro es cómo ha tratado de responderles en
los distintos momentos históricos.
AR: El libro abarca muchas
izquierdas, que han tenido sus diferencias, entre las principales sus
estrategias, que no sólo han sido diferentes sino algunas veces hasta
enfrentadas. Usted defiende que la izquierda tiene una identidad propia. ¿Cómo la
define? Pone el acento en la cuestión social.
CI:
Lo que identifica a la izquierda mexicana es la reivindicación de los derechos
de las mayorías, particularmente los sociales. Esa es una condición.
Otra
es que la izquierda potencia el valor de los colectivos, de las comunidades, de
la acción grupal. Es emancipar o mejorar la condición de grupos enteros que se
autoorganizan para sacar adelante sus demandas.
Esos
dos rasgos me parecen esenciales de toda izquierda; las que cambian son las
estrategias, que van desde las gradualistas (que ha sido la historia de la
socialdemocracia pero también de grupos en pequeñas escalas, como los primeros
socialistas) hasta las revolucionarias, más identificadas con el comunismo y
con el anarquismo. Eso tiene que ver, por ejemplo, con si se participa en los
órganos deliberativos, en los congresos, o si se actúa fuera del sistema.
Las
estrategias cambian o son distintas, pero el objetivo es parecido: la
reivindicación de los derechos sociales, de la mejoría de las mayorías y de la
autoorganización de la sociedad.
AR: Hacia el final del libro usted
señala que hay tres corrientes históricas fundamentales de la izquierda
mexicana: la socialista, la nacionalista y la socialcristiana. ¿Cómo define a
cada una?, ¿cómo han convivido y competido entre ellas?
CI:
En un libro anterior identifiqué a estas corrientes como las dominantes en la
izquierda mexicana; aquí las pongo en acción más que en definición. Vienen del
siglo XIX, que es cuando nació el grueso de la izquierda mexicana, al menos
como orientación ideológica.
Digamos
que la corriente que se reconoce siempre como la paradigmática de la izquierda
es la socialista, que viene desde mediados del siglo XIX, muy asociada con la
figura de Plotino Rhodakanaty, quien formó en 1871 la primera organización de
corte socialista en México, llamada La Social. Esa izquierda socialista transitó
al siglo XX, y se perdió un poco pero se recuperó al final de la Revolución
mexicana, cuando se recompuso como una versión comunista.
En
paralelo hubo otra corriente de esa izquierda que pasó al siglo XX: el anarquismo.
Ambas transitaron en el siglo XX hasta que en 1981 se disolvió el Partido
Comunista Mexicano, aunque quedaron otras organizaciones de distintos grupos
que se siguieron reivindicando comunistas. Pero la principal fuerza ya no se
reconoció como tal y organizó el Partido Socialista Unificado de México, una
alianza de corrientes socialistas. Luego, en 1987, el Partido Mexicano
Socialista se fundió con las corrientes nacionalistas no priistas, como el
Partido Mexicano de los Trabajadores, de Heberto Castillo; cuando lo hizo con
las priistas se formó el Partido de la Revolución Democrática (PRD).
Esa
fue la trayectoria de la corriente socialista en sus distintas versiones:
primer socialismo, anarquismo y todas las familias comunistas. Esta izquierda perdió
presencia, aunque no desapareció después del neocardenismo y de la caída del
muro de Berlín. Sigue allí, pero como una corriente minoritaria.
Por
otro lado está la corriente nacionalista, a la que podemos reconocer en el
siglo XIX en el llamado liberalismo social. Pensadores como Ignacio Ramírez e
Ignacio Manuel Altamirano recuperaron, desde la perspectiva liberal, las
preocupaciones sociales. Éstas después fueron asimiladas por la Revolución
mexicana y por lo que surge de ésta, por lo que en su mayoría quedó inscrita en
los partidos Nacional Revolucionario, de la Revolución Mexicana y Revolucionario
Institucional (PRI).
Hubo
un segmento que venía del liberalismo social del siglo XIX, y de alguna manera
emergió cuando surgió el cardenismo histórico: las reformas social y agraria, y
después con el Movimiento de Liberación Nacional en los años sesenta, y posteriormente
con el neocardenismo en 1988. Esa es la corriente que domina desde hace 30 años
y que ha subordinado a las otras.
Hay
una tercera corriente, un poco más escondida, que es la que proviene del
cristianismo, en cuyo seno en el siglo XIX algunas corrientes minoritarias
reivindicaban la cuestión social; de hecho los primeros socialistas
reivindicaban un cristianismo primitivo, primero como un conjunto de ideas.
Luego
el cristianismo, ya en la década de los noventa del siglo XIX, al ver el avance
del socialismo trató de dar una respuesta a la cuestión social, y por eso se
promulgó la encíclica Rerum Novarum,
que se ocupó de temas sociales y del trabajo.
Después,
en el siglo XX se formaron sindicatos católicos durante la Revolución. Posteriormente
los oprimieron o dominaron los sindicatos corporativos, pero aun así hubo presencia
cristiana todavía en los años treinta. Luego hubo un resurgimiento con la
Teología de la Liberación, que tiene también algunos vínculos ideológicos y
otros de índole educativa y formativa con las guerrillas. Entonces también de
esa manera el cristianismo entró en los debates de la izquierda: por ejemplo,
es innegable el papel del cristianismo en la rebelión neozapatista, y no lo
digo porque Marcos haya sido educado en un colegio jesuita sino por la
presencia de Samuel Ruiz.
Ha
habido siempre una cercanía entre un cristianismo popular y el socialismo/comunismo
porque ambos se ocupan de los pobres, que son los que no le importan a los
liberales y menos a los conservadores.
Esas
tres corrientes, con distinto grado de fuerza, todavía están en el siglo XXI.
AR: En el libro hace usted una
amplia reseña no sólo de la izquierda mexicana sino de la internacional, prácticamente
desde la Revolución francesa hasta el chavismo y Podemos, y de teóricos desde
Fourier hasta Mangabeira. ¿Cómo ha influido el desarrollo de la izquierda en el
mundo en las definiciones de la mexicana?
CI:
Ha influido mucho, sobre todo en la socialista. Ésta tenía dos características
que se han debilitado bastante: era más cosmopolita y más doctrinaria. Por un
lado tenía más contacto con lo que ocurría en el resto del mundo, incluso a
niveles insólitos de peleas porque concebían de una manera distinta el modelo
chino. Por otra parte, era mucho más ideológica y pretendía seguir ciertos
postulados. Lo que tenemos ahora es una izquierda menos doctrinaria y más
pragmática, además de, en cierto sentido, más provinciana.
Pero,
de todos modos, la situación y los adversarios han hecho que la izquierda
mexicana mire un poco más hacia afuera. Decir que López Obrador es Chávez o
Maduro, hace que aquél diga que no lo es e intente decir por qué. Si le dicen que
la socialdemocracia es una perspectiva interesante, él responde sacándose fotos
y dialogando con Corbyn, el líder del laborismo inglés.
Entonces,
aunque sea una izquierda menos formada, más pragmática y mucho menos
ideologizada, la circunstancia e incluso los adversarios han hecho que piense
más, o por lo menos que discuta y se trate de deslindar o acercar a modelos de
izquierda que están en otros países.
AR: ¿Cómo ha marcado la violencia a
la izquierda mexicana? En el libro se ve desde el levantamiento de Julio López
en Chalco en 1868, hasta el EPR y su fragmentación, pasando por Rubén
Jaramillo, el asalto al Cuartel Madera, Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, la Liga
Comunista 23 de septiembre y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, por
ejemplo.
CI:
Considero que hay distintos tipos de violencia, diferentes motivaciones para
lanzarse a la lucha armada. En el caso de Julio López tenían el conflicto con
los terratenientes, y entonces fue como una respuesta a un orden que no le daba
espacio a la izquierda. Pienso en las rebeliones agrarias del siglo XIX e,
incluso, aun cuando no se habla de izquierda en la Revolución mexicana, hubo corrientes
más enfocadas en la cuestión social: el zapatismo histórico, por ejemplo, que
también enfrentó la cerrazón.
Ese
es un tipo de acción que emerge desde la izquierda cuando no ve salida. Esa
situación, por ejemplo, también se les presentó a las guerrillas modernas; pienso,
en particular, en el asalto al Cuartel Madera en 1965, cuando el régimen de
Díaz Ordaz estaba a todo lo que daba. Uno ve cómo respondía el gobierno a las
huelgas en la década de los cincuenta: había problemas con el magisterio porque
se quería organizar autónomamente, y metió al Ejército; había una huelga en los
ferrocarriles, y recurrió al Ejército; hubo un conflicto en el 68 entre una
preparatoria privada y unos estudiantes de la UNAM, e involucró al Ejército. Hablamos,
entonces, de que después de la Revolución hubo un espacio cerrado a estos grupos,
que vieron como salida, en algunos casos, ir por una vía extrainstitucional.
Incluso las guerrillas más reconocidas, como la de Genaro Vázquez, empezaron en
el movimiento por la autonomía de la Universidad de Guerrero, y después, en la
elección de 1962, los reprimieron: hubo muertos y no les abrieron el espacio
democrático.
Cuando
Lucio Cabañas se lanzó a la guerrilla fue después de que lo persiguieron porque
se había dedicado a organizar a obreros y campesinos; finalmente hubo una
matazón en una escuela en Atoyac y él se fue huyendo. Aquí ya no sólo se trató
de la insurrección agraria al estilo siglo XIX, sino de una represión muy
directa de un régimen autoritario contra demandas sociales.
Entonces
la violencia de este tipo ha sido más bien una respuesta, algo que empieza como
autodefensa y acaba en una vía armada.
Eso
tiene sus limitaciones, sin duda; a veces ayuda a que se abran espacios de
debate e incluso de participación electoral, pero esto no es la pretensión de
las guerrillas modernas, que se plantean tomar el poder, y en ese sentido han
fracasado. Por ejemplo, la guerrilla neozapatista no se planteó la transición
democrática, pero contribuyó a ella; sus objetivos eran otros y el gobierno se
sintió forzado a conceder cierta apertura, lo cual tiene alguna influencia de
las guerrillas.
Por
eso señalo que hay distintos tipos de violencia: los guerrilleros y las
organizaciones armadas son víctimas de ella, pero de una estatal o sistémica
que los aplasta. Entonces es una especie de contraviolencia.
Yo
no digo que sea una violencia buena y positiva, ni mucho menos; pero lo que sí
afirmo es que es reactiva: no empieza como violencia sino que se convierte en
ella.
AR: ¿Cómo influyó la Revolución
mexicana en el desarrollo de la izquierda mexicana? Por ejemplo, los sindicatos
fueron corporativizados por el Estado, además de que hubo algunas versiones de
socialismo e izquierda: existió el Partido Socialista del Sureste, hubo
educación socialista e incluso en alguna ocasión Adolfo López Mateos se declaró
de “extrema izquierda dentro de la Constitución”. Fue una revolución popular,
social y algunos, como Lombardo Toledano, la vieron como antimperialista.
CI:
Le favoreció a la izquierda en cierto sentido, pero en otro la castró. Lo
primero porque la Revolución desató muchas fuerzas sociales de las cuales podía
apropiarse la izquierda. Más allá de la derrota de Zapata y de Villa, todavía
en la década de los veinte, cuando aún no se había asentado el régimen de la Revolución
mexicana, hubo muchos movimientos en distintas partes del país, como el del
Partidos Socialista de Sureste. Incluso hubo generales revolucionarios con tendencias
legítimamente socialistas, como Francisco J. Mújica, Salvador Alvarado y Felipe
Carrillo Puerto.
Entonces
se desataron esas fuerzas y la incipiente izquierda tuvo posibilidades de
participar y a veces las aprovechó: el Partido Comunista pudo entrar en el movimiento
agrario, también en los sindicatos y en las primeras centrales. Pero después hubo
conflictos y se separaron, tanto por el régimen que se fue cerrando, como
porque los comunistas de la década de los veinte eran sumamente sectarios. Pero
tuvieron ese espacio y esas fuerzas.
Del
otro lado existió una limitante muy importante: el reclamo de la izquierda
socialista, y más en las vertientes anarquistas y comunistas, es
revolucionario. Entonces hubo un conflicto en la medida en que se plantea hacer
una revolución en un país donde la legitimidad del régimen descansa en una
revolución. O sea, proyectaba hacer algo que se suponía ya se había hecho, lo
cual es una diferencia con el resto de América Latina.
Entonces
tuvo problemas de definición, porque a veces se planteó, durante décadas, ser el
ala izquierda de los revolucionarios, o de plano hacer una revolución nueva.
Tienen este problema de identidad por el nacimiento del régimen mexicano, que
es el único en América Latina fundado en una revolución.
Otro
asunto es el corporativismo: cuando se consolidó el régimen se creó un Estado
corporativo —en eso tiene un papel muy importante el general Cárdenas—, y allí
a la izquierda se le cerró el espacio. Tuvo algo en los años veinte, quizá
todavía en los treinta, pero cuando se asentó y consolidó el régimen de la
Revolución mexicana se volvió relativamente impenetrable para la izquierda, por
lo que tuvo ese problema que no lo hay tanto en otras partes.
AR: Al respecto hace un apunte muy
interesante sobre el PRD: como no tiene apoyo sindical, no tiene oportunidad de
convertirse en una socialdemocracia.
CI:
Sin duda. Hay quienes han querido identificar a la izquierda moderna con la
socialdemocracia; eso nos puede gustar o no, pero no es moderno. Si se entiende
por esto lo reciente, la socialdemocracia viene desde el siglo XIX, al igual
que las teorías revolucionarias de Marx. Tienen el mismo tiempo de existir,
aunque la primera es una izquierda que parece aceptable en el siglo XXI.
Pero
un elemento fundamental de la socialdemocracia no sólo son las cosas que postula,
como el gradualismo o la idea de la distribución: históricamente esa corriente se
apuntaló en los sindicatos, que empezaron a crecer y a extenderse, y después se
volcaron hacia la socialdemocracia en los últimos 30 años del siglo XIX. Ésta fue
muy fuerte en Europa antes de la Primera Guerra Mundial porque tenía una base
obrera.
Entonces
el problema de los comunistas en México era hacer una revolución donde ya había
ocurrido una, y el problema de cualquier intento socialdemócrata era ganarse a
los trabajadores cuando éstos estaban ligados corporativamente con el régimen.
Declarativamente
hay muchos socialdemócratas, y yo estoy muy de acuerdo con lo que plantean,
pero veo que en México esa corriente es inexistente por la condición histórica
que mencioné.
AR: Vayamos sobre la cuestión de la
democracia: ¿cuáles han sido las posturas de la izquierda mexicana frente a
ella? Hubo una muy fuerte influencia de Marx cuando hablaba de la dictadura
revolucionaria del proletariado, pero también impactaron experiencias como la
Revolución cubana y el Chile de Salvador Allende, por ejemplo, y dentro del
país las de Guerrero y del movimiento estudiantil de 1968.
CI:
Al menos en algunos de los casos que he relatado la izquierda se vio frustrada por
no poder intervenir en la política formal porque se le cerraban los espacios.
Por
otro lado, históricamente lo que la izquierda ha reclamado es una democracia
social que también incluya la participación, el derecho a la representación por
mecanismos formales en sindicatos y otros sitios.
Lo
que trato de decir es que la izquierda ha reclamado también otras formas de
democracia, no sólo la electoral. Pero en sus posturas de las últimas décadas, especialmente
después del 68, ha habido una situación ambigua que, por un lado, ha estado
marcada por el autoritarismo y la desconfianza.
Así,
cualquier cosa que después del 68 hiciera el gobierno era para lavarse la cara;
entonces, a un segmento importante de la izquierda participar en esas vías
formales le sonaba como que era hacerle el juego al régimen.
De
esa forma, a principios de los años setenta todavía existían dos posturas: una,
si le entramos le estamos haciendo el juego al régimen; otra, hay que entrarle
porque si no lo hacemos nunca vamos a participar en el juego.
Yo
creo que en ese entonces la izquierda tenía muchas dudas, pero después se fue
dando cuenta de que había oportunidad para el crecimiento y para ganar espacios
nuevos. En esa medida participó en la transición democrática, y tan pronto se
le abrieron las puertas intervino en las elecciones. Pero cuando lo hizo se
tardó en reconocer los resultados, como es indudable en 1988; es decir, cuando
la izquierda se volcó, hasta fuerzas que no estaban a favor de la lucha
electoral se habían metido en ella. Pero la elección acabó en un fraude muy
grande, la izquierda se vio frustrada y otra vez surgió la desconfianza.
Entonces,
si hay oportunidad la izquierda participa, pero tiene dudas respecto al
comportamiento del régimen, porque éste, al menos durante el siglo XX, nunca
favoreció, o muy escasamente, las victorias de la izquierda cuando las hubo.
La
izquierda llegó al siglo XXI con la transición, y si bien es cierto que participa
en las vías electorales lo hace con una desconfianza muy grande. Entonces ya es
medio reactiva.
AR: Otra vertiente importante son
los movimientos sociales especialmente de las últimas décadas. Son muy
variopintos, y van desde la resistencia en Atenco hasta el #Yosoy132 y el
movimiento de Javier Sicilia. ¿Cuál ha sido su papel en la izquierda?
CI:
Históricamente la izquierda busca vincularse con los movimientos sociales
porque tiene la idea de que debe haber una acción social que la acompañe y que
incluso pueda encabezarla. Entonces se trata de primero acercarse y después liderarla
para sacar adelante sus propuestas; la idea es que la sociedad debe evolucionar
en cierta dirección, la del progreso, y éste se da a través del movimiento.
Entonces la izquierda no se piensa al margen de los movimientos sociales.
Lo
que vemos en México en los últimos 15 años es que la izquierda no está tan
vinculada con ellos. Del lado de éstos se ha hecho muy explícito un
antipoliticismo, la desconfianza hacia cualquier organización política porque
piensan que todas ellas son corruptas.
Por
otro lado, la izquierda ya tiene una base más volátil: antes, con mayor o menor
éxito, buscaba incrustarse en los sindicatos, lo que ahora ocurre menos. En ese
sentido también hay una desconexión.
Entonces
el problema es, por un lado, que si la izquierda no se asienta en los
movimientos sociales pierde fuerza; por otro, si éstos no derivan en formas
políticas se vuelven absolutamente inoperantes.
Hay
una energía social inmensa que se ha movilizado muchísimo, pero que llega a muy
escasos resultados porque no deriva en formas de organización política que se
planteen tomar el poder. Si no hay estrategia para hacerlo —y aquí me
perdonarán los altermundistas, los zapatistas, etcétera—, cualquier propuesta
social, ya no digamos política, se debilita de una manera inmensa.
Pienso
que esa es la parte que los movimientos sociales en México no han superado.
Tienen fundamentos empíricos para desconfiar, pero quedarse en un nivel
prepolítico no ayuda mucho a que las cosas mejoren.
AR: En su revisión llega al siglo
XXI y habla de que en un principio la ola democratizadora en América Latina estuvo
dominada por la derecha, pero en la primera década del siglo XXI hubo una serie
de gobiernos de izquierda. ¿Por qué México no entró en ésta?
CI:
Se quedó muy cerca. La primera candidatura presidencial de López Obrador
coincide con todos ellos. Esto fue en parte por los problemas que tuvo la
elección, por errores estratégicos de López Obrador y también porque en México
no hubo una fractura.
Normalmente,
cuando se abre un espacio para la izquierda en el mundo es porque hay un
conflicto entre los que manejan la política, los grupos dominantes. Eso en
México ocurrió, por ejemplo, en 1988, pero no en 2006; en este año ya se había
hecho un bloque tan cerrado entre los partidarios de la línea neoliberal, con
participantes tanto del PRI como del PAN, que no se abrió un flanco para la
izquierda. Además López Obrador cometió errores como, por ejemplo, en lugar de
ensanchar su alianza social, al final la redujo.
El
2006 fue casi lo opuesto del 2018: entonces López Obrador era mucho más
ideológico o doctrinario, y con una alianza más corta; ahora está haciendo
exactamente lo contrario (también sus críticos, para quienes en 2006 era el
peor de los fundamentalistas, y ahora es el peor de los pragmáticos). Lo que ahora
está haciendo es una alianza lo suficientemente grande para poder ganar, aunque
podemos discutir mucho sobre sus componentes.
Aquí
hay un aspecto importante que tiene que ver con las izquierdas europeas de los
últimos años: ni en Grecia con Syriza ni en España con Podemos (incluso aliados
con los socialistas), la izquierda puede formar por sí misma una mayoría. Esto
ocurría en el siglo XIX, y quizá todavía en el XX, cuando tenía una base social
más amplia. Con la reconversión industrial del último tercio del siglo XX la base
obrera, el tradicional apoyo del laborismo, se hizo más chica. Si la izquierda
no se alía con otros grupos, por la vía electoral no puede tomar el poder.
Entonces
si la estrategia es tomar el poder, la izquierda necesita hacer alianzas. Ahora
la discusión es con quién se alía.
AR: Allí hay otro punto:
últimamente se ha hablado del desdibujamiento político-ideológico, un reclamo
que se la hace especialmente a la izquierda. Usted ya había visto la alianza
del PRD con el PAN, y ya terminado el libro vino la alianza de Morena con el Partido
Encuentro Social (PES). Su texto es un alegato en favor de la identidad de la
izquierda. ¿Cómo ve usted estos acuerdos, que parecen ser muy contradictorios?
CI:
Creo que eso está ocurriendo en todas las fuerzas políticas: se están
desdibujando. Había unas que tenían unas identidades más claras, y otras menos;
por ejemplo, la del PRI siempre ha sido como anfibia, amorfa, pero no la del
PAN: parte del reclamo de los que se fueron con Margarita Zavala es que Anaya los
estaba desdibujando. Los que se fueron antes, como Jesús González Schmal, es
porque creían que ellos eran los verdaderos panistas y “los bárbaros del norte”
eran los desdibujados.
Ahora
ha ocurrido porque la estrategia es fundamentalmente electoral, y ésta provoca buscar
aliados donde se pueda. Para el PRD hacerlo es por sobrevivencia no sólo del
partido sino de su cúpula, que es la Nueva Izquierda, “los Chuchos”. En el caso
de Morena es una alianza para ganar; no quiero decir con eso que no esté desdibujada
y que una sea mala y otra buena, pero es una diferencia importante.
Otra
distinción relevante es que en la alianza de Morena, éste es quien lleva la
batuta; en la del PRD, éste es el aliado menor del PAN, que es lo que hizo
históricamente el Partido Popular Socialista, el lombardismo: ser siempre el
aliado menor del régimen. En el otro caso, aunque sea una alianza tan amplia que
va desde el PES, partido ultraconservador, hasta otro que incluso viene del
comunismo, es Morena la fuerza dominante.
Si
me preguntaras yo que hubiera hecho, yo lo pensaría más desde el lado de la
izquierda histórica socialista: tal vez podría haber buscado más a los
indecisos, ser como la segunda opción de los neozapatistas y de la candidatura
indígena, y hacer una alianza para ese lado. La perspectiva de López Obrador,
asumiendo que él es la figura principal de Morena, ha sido ganarle el centro al
PAN, y ganarle al PRI sus disidentes. A mí no me gustan sus alianzas, pero no
me parece que sea precisamente tonto lo que está haciendo, sino que puede ser
eficaz. Si López Obrador ve que en algún municipio de Jalisco el candidato es
homosexual y tiene mayoría, va a dejar que entre. Pero puede ser exactamente lo
contrario en un municipio de Guanajuato; entonces va a jugar con el que le dé
garantías.
En
segundo lugar, por el lado de ganarle el centro al PAN le está dando una salida
al voto conservador que no quiere irse con el PRI o con el PRD, por ejemplo, y
que no se sentirá amenazado porque se le van a respetar sus espacios.
En
el caso del PRI, por más cuestionable que sean Napoleón Gómez Urrutia o la
familia de Elba Esther Gordillo, López Obrador está pensando en dos cosas:
primero, no ganas las elecciones si no hay una estructura, y en México las
estructuras nacionales son los sindicatos. El PAN ganó el 2006 con Felipe
Calderón con el apoyo de Gordillo, el que despreció López Obrador porque no
quiso negociar. Entonces es hacerse de estructuras nacionales que ayuden a
defender el voto.
Hay
otra cuestión que se ha comentado muy poco o nada: ¿cuál es el distintivo
principal de Morena en relación con el PRD y con el Frente? ¿Cuál es parte del
éxito de López Obrador en los últimos años? Que haya mantenido su base porque no
entró al Pacto por México, que fue su decisión política más inteligente en los
últimos años, porque automáticamente se convirtió en alguien antisistema, en un
outsider, y condenó a todos los que
estaban adentro, a los que ubicó dentro de la mafia. Ésta era primero el PRI,
después el PAN y tras el Pacto incluyó al PRD. Entonces, a diferencia de esos
últimos partidos, ahora enemigos acérrimos del PRI pero que firmaron el Pacto
con éste y gobernaron con Peña Nieto durante medio sexenio, López Obrador tuvo
la sagacidad política de no meterse en el Pacto.
Entonces
buena parte del voto del descontento que generó el gobierno de Peña Nieto lo
fue acumulando López Obrador por haberse posicionado de una manera inteligente
y audaz al empezar este sexenio.
¿Qué
está haciendo López Obrador con los dirigentes de los sindicatos? Juntando a
los líderes contrarios al Pacto, y que lo pueden ser por las razones que sean,
desde las más miserables y lamentables, hasta razones políticas de peso, pero
que son gente que tiene fuerza social. Por ejemplo, a Elba Esther la metieron a
la cárcel no por las cosas que hizo sino porque no apoyó la reforma educativa.
Entonces
la estrategia de López Obrador es, por lo menos, consistente: se está haciendo
de esa base que se ha ido desgajando del PRI o del régimen por distintas
razones. No sólo es una estructura que para él es básica para poder cuidar las
casillas, sino que, por otro lado, es una coalición que no está a favor de las
reformas estructurales. Yo creo que no las va a poder echar atrás, y que
incluso honestamente ni lo piensa; lo que pretenderá hacer es acotarlas. En ese
sentido puede no gustarnos, pero es una estrategia bien pensada.
Otro
tema importante: López Obrador y Morena van a ser minoría, incluso aunque
saquen muchos votos. La mayoría va a estar con el PRI y con el PAN. ¿Qué es lo
que está haciendo Andrés Manuel? Se está anticipando a lo que va a tener que
hacer si gana: establecer una coalición muy amplia, y la está construyendo ahora,
antes de la elección, no después. La expectativa es que, si va en dirección de
ganar, la derrota del PRI y del PAN profundice las fracturas que hay, y
entonces que se haga una nueva coalición después de la elección.
Al
PRI yo no lo veo aguantando otra derrota, aunque las escisiones que ha habido
no son muy importantes, como las del 88; pero si sigue esto y Meade no levanta,
algunos van a cambiar, y después aún más. Estar seis años sin el Ejecutivo
federal en un partido que depende bastante del gasto público, es algo que quizá
no se pueda resistir. Yo no digo que el PRI se vaya a extinguir, pero quizá se
vuelva más pequeño. En el caso del PAN, ya está sumamente dividido; la apuesta
de Anaya es que si gana se arregla todo; pero si no lo hace se acaba de
fracturar.
Entonces
quienes, por conveniencia, convicción, frustración o lo que sea, se vayan de
estos dos partidos tras una hipotética victoria de López Obrador, tal vez se
incorporen a una nueva coalición después de la elección. Entonces lo que está
haciendo Andrés Manuel, cuestionable o no, es una estrategia para ganar.
AR: Para concluir: sobre el título
y el primer epígrafe del libro, “el futuro es nuestro”, creo que la gran
promesa de la izquierda ha sido, justamente, el porvenir. En el libro usted
dice que la propuesta política de López Obrador, esbozada en su libro 2018. La salida, es “una utopía
conservadora”, mientras que en el PRD ve el neolombardismo que sólo aspira al
reparto del poder. En ese contexto, ¿cómo observa las perspectivas de la
izquierda mexicana?
CI:
En el caso del reparto del poder, le veo pocas posibilidades, lo cual no quiere
decir que yo considere que todo el PRD está perdido o que en conjunto sea de
derecha ni mucho menos. La agenda de los derechos sociales, de las minorías,
etcétera, sin duda la ha defendido congruentemente el PRD. No creo que en él todo
esté perdido; pero si sólo es el segmento que domina, pues sí. Pero yo creo que
todavía hay algunos en el PRD que genuinamente reivindican posturas de la
izquierda.
En
el caso de López Obrador, es una figura contradictoria. Considero que todavía
hay en Morena una preocupación por la cuestión social, que va desde querer
meter a la escuela a todos los jóvenes (que no ocurre ni en Finlandia, que
tiene la mejor educación del mundo) hasta el asunto de las pensiones. Además, él
tiene la idea de que va a desactivar la violencia con programas sociales.
La
izquierda histórica ha querido cambiar a la sociedad, construir. El
planteamiento de López Obrador es que ésta, entendida por él como las clases
populares, sean como son. También por eso es atractiva su propuesta: no te
propone cambiar sino que te liberes.
Creo
que por ese elemento conservador de López Obrador es importante la presencia de
otras izquierdas. Desde éstas sería muy importante, en la campaña y después de
las elecciones, hacer una crítica constructiva para que ganen mayores posiciones
las posturas de la izquierda progresista, histórica o socialista.
Lo
que haré, en la medida de mis escasas posibilidades, es generar propuestas y
expectativas de una izquierda hacia el futuro. Pese al elemento conservador de
López Obrador, creo que el matiz es importante: él no ha favorecido ciertas políticas,
pero tampoco las ha combatido. El PAN de Anaya sí han impulsado las leyes
antiaborto y asuntos así; López Obrador nunca lo hizo. Puede no simpatizar con
eso, pero si ocurre no lo va a combatir. Al respecto no tiene una postura
ideológica que domine.
Pero
creo que mi papel, al menos como yo concibo mi función como académico e
intelectual, es tratar de que esas posturas preocupadas por la cuestión social
reivindiquen también las de orden progresista, que me parecen las mejores en el
siglo XXI.
*Entrevista publicada en Etcétera, núm. 209, abril de 2018.
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