lunes, junio 25, 2018

La izquierda reivindicada. Entrevista con Carlos Illades





La izquierda reivindicada

Entrevista con Carlos Illades*

Ariel Ruiz Mondragón

 

La existencia de la izquierda mexicana tiene una larga data: nació en la segunda mitad del siglo XIX, cuando algunos liberales asumieron la importancia y urgencia que significaba la cuestión social. Posteriormente la llegada de la corriente socialista la fortaleció hasta terminar convertida en una tradición que ha buscado la transformación progresista del país, pese a sus avatares y vaivenes.

Una síntesis de la trayectoria de siglo y medio que esa tendencia política ha recorrido es la que Carlos Illades presenta en su libro El futuro es nuestro. Historia de la izquierda en México (Océano, 2018), que ofrece un vasto cuadro que va desde los prolegómenos liberales de ella, hasta sus exponentes actuales, con un candidato presidencial sumamente fuerte.

Como lo destaca el autor en su prefacio, en el volumen se “argumenta que todavía podemos concebir a la izquierda como una corriente política singular que, no obstante haber mudado a lo largo del tiempo, posee un perfil ideológico y una práctica política característicos, estos es, tiene una identidad propia”.

Sobre ese libro conversamos con Illades (Tepic, 1959), quien es doctor en Historia por El Colegio de México y profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana. Miembro del nivel 3 del Sistema Nacional de Investigadores, ha colaborado en publicaciones como Nexos, Este País, Memoria, Fractal, Revista de la Universidad de México, Casa del Tiempo, Milenio, Excélsior y La Jornada. Autor de al menos una decena de libros, ha obtenido diversos premios: Marcos y Celia Maus, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM (1998); de la Academia Mexicana de Ciencias en el área de Ciencias Sociales (1999); Edmundo O’Gorman, del INAH (2001); del Comité Mexicano de Ciencias Históricas (2002), y el Gastón García Cantú, del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (2007).

 

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué una historia sintética de la trayectoria de 150 años de la izquierda mexicana? Usted le ha dedicado al tema otros libros de forma más detallada.

Carlos Illades (CI): Me parece importante porque se sabe poco acerca de la izquierda, aunque se comenta y se opina mucho acerca de ella. Se han dedicado muchos más libros y trabajos académicos a la derecha, al conservadurismo y al liberalismo, pero sobre la izquierda lo que se escribe es escaso.

Además es importante para informar a los jóvenes votantes, a los que por primera vez se van a incorporar al debate público, que la izquierda tiene una trayectoria de 150 años, que no apareció ni con Morena ni con el PRD y ni siquiera con el comunismo. Es una tradición que se ha identificado con los valores que tienen que ver con la equidad, con la solución de la cuestión social, con el problema de la desigualdad, con el asunto de los derechos de los distintos grupos sociales, de las minorías, de las mujeres, de los homosexuales. Eso es lo que le quería mostrar a un público que no conoce bien esa historia.

Si bien es cierto que históricamente en México la izquierda no ha sido una fuerza dominante —aunque quizá en los últimos años tenga una presencia mayor—, ha tenido una participación larga que ha influido en el curso que ha tomado el país.

La acción de la izquierda ha contribuido a fijar los temas que mencionaba hace un momento tanto en la agenda pública como en el imaginario colectivo. Asimismo, la izquierda y sus luchas tuvieron un papel central en la transición democrática de México. Ésta es impensable si no consideramos movimientos como los de los ferrocarrileros, el juvenil de 1968, la batalla del Frente Democrático Nacional en la elección de 1988 y otros.

Además el libro busca que no se vea a la izquierda mexicana como algo aislado, sino que se observe en otro contexto: la izquierda es una fuerza internacional, más si se trata de las versiones socialistas, comunistas y anarquistas. Son movimientos globales desde los orígenes, así no sean muchos, y desde el siglo XIX funcionan en redes.

Otro aspecto importante es mostrar el vínculo de la izquierda con los movimientos sociales. Algo que se destaca en el libro es cómo ha tratado de responderles en los distintos momentos históricos.

 

AR: El libro abarca muchas izquierdas, que han tenido sus diferencias, entre las principales sus estrategias, que no sólo han sido diferentes sino algunas veces hasta enfrentadas. Usted defiende que la izquierda tiene una identidad propia. ¿Cómo la define? Pone el acento en la cuestión social.

CI: Lo que identifica a la izquierda mexicana es la reivindicación de los derechos de las mayorías, particularmente los sociales. Esa es una condición.

Otra es que la izquierda potencia el valor de los colectivos, de las comunidades, de la acción grupal. Es emancipar o mejorar la condición de grupos enteros que se autoorganizan para sacar adelante sus demandas.

Esos dos rasgos me parecen esenciales de toda izquierda; las que cambian son las estrategias, que van desde las gradualistas (que ha sido la historia de la socialdemocracia pero también de grupos en pequeñas escalas, como los primeros socialistas) hasta las revolucionarias, más identificadas con el comunismo y con el anarquismo. Eso tiene que ver, por ejemplo, con si se participa en los órganos deliberativos, en los congresos, o si se actúa fuera del sistema.

Las estrategias cambian o son distintas, pero el objetivo es parecido: la reivindicación de los derechos sociales, de la mejoría de las mayorías y de la autoorganización de la sociedad.

 

AR: Hacia el final del libro usted señala que hay tres corrientes históricas fundamentales de la izquierda mexicana: la socialista, la nacionalista y la socialcristiana. ¿Cómo define a cada una?, ¿cómo han convivido y competido entre ellas?

CI: En un libro anterior identifiqué a estas corrientes como las dominantes en la izquierda mexicana; aquí las pongo en acción más que en definición. Vienen del siglo XIX, que es cuando nació el grueso de la izquierda mexicana, al menos como orientación ideológica.

Digamos que la corriente que se reconoce siempre como la paradigmática de la izquierda es la socialista, que viene desde mediados del siglo XIX, muy asociada con la figura de Plotino Rhodakanaty, quien formó en 1871 la primera organización de corte socialista en México, llamada La Social. Esa izquierda socialista transitó al siglo XX, y se perdió un poco pero se recuperó al final de la Revolución mexicana, cuando se recompuso como una versión comunista.

En paralelo hubo otra corriente de esa izquierda que pasó al siglo XX: el anarquismo. Ambas transitaron en el siglo XX hasta que en 1981 se disolvió el Partido Comunista Mexicano, aunque quedaron otras organizaciones de distintos grupos que se siguieron reivindicando comunistas. Pero la principal fuerza ya no se reconoció como tal y organizó el Partido Socialista Unificado de México, una alianza de corrientes socialistas. Luego, en 1987, el Partido Mexicano Socialista se fundió con las corrientes nacionalistas no priistas, como el Partido Mexicano de los Trabajadores, de Heberto Castillo; cuando lo hizo con las priistas se formó el Partido de la Revolución Democrática (PRD).

Esa fue la trayectoria de la corriente socialista en sus distintas versiones: primer socialismo, anarquismo y todas las familias comunistas. Esta izquierda perdió presencia, aunque no desapareció después del neocardenismo y de la caída del muro de Berlín. Sigue allí, pero como una corriente minoritaria.

Por otro lado está la corriente nacionalista, a la que podemos reconocer en el siglo XIX en el llamado liberalismo social. Pensadores como Ignacio Ramírez e Ignacio Manuel Altamirano recuperaron, desde la perspectiva liberal, las preocupaciones sociales. Éstas después fueron asimiladas por la Revolución mexicana y por lo que surge de ésta, por lo que en su mayoría quedó inscrita en los partidos Nacional Revolucionario, de la Revolución Mexicana y Revolucionario Institucional (PRI).

Hubo un segmento que venía del liberalismo social del siglo XIX, y de alguna manera emergió cuando surgió el cardenismo histórico: las reformas social y agraria, y después con el Movimiento de Liberación Nacional en los años sesenta, y posteriormente con el neocardenismo en 1988. Esa es la corriente que domina desde hace 30 años y que ha subordinado a las otras.

Hay una tercera corriente, un poco más escondida, que es la que proviene del cristianismo, en cuyo seno en el siglo XIX algunas corrientes minoritarias reivindicaban la cuestión social; de hecho los primeros socialistas reivindicaban un cristianismo primitivo, primero como un conjunto de ideas.

Luego el cristianismo, ya en la década de los noventa del siglo XIX, al ver el avance del socialismo trató de dar una respuesta a la cuestión social, y por eso se promulgó la encíclica Rerum Novarum, que se ocupó de temas sociales y del trabajo.

Después, en el siglo XX se formaron sindicatos católicos durante la Revolución. Posteriormente los oprimieron o dominaron los sindicatos corporativos, pero aun así hubo presencia cristiana todavía en los años treinta. Luego hubo un resurgimiento con la Teología de la Liberación, que tiene también algunos vínculos ideológicos y otros de índole educativa y formativa con las guerrillas. Entonces también de esa manera el cristianismo entró en los debates de la izquierda: por ejemplo, es innegable el papel del cristianismo en la rebelión neozapatista, y no lo digo porque Marcos haya sido educado en un colegio jesuita sino por la presencia de Samuel Ruiz.

Ha habido siempre una cercanía entre un cristianismo popular y el socialismo/comunismo porque ambos se ocupan de los pobres, que son los que no le importan a los liberales y menos a los conservadores.

Esas tres corrientes, con distinto grado de fuerza, todavía están en el siglo XXI.

 

AR: En el libro hace usted una amplia reseña no sólo de la izquierda mexicana sino de la internacional, prácticamente desde la Revolución francesa hasta el chavismo y Podemos, y de teóricos desde Fourier hasta Mangabeira. ¿Cómo ha influido el desarrollo de la izquierda en el mundo en las definiciones de la mexicana?

CI: Ha influido mucho, sobre todo en la socialista. Ésta tenía dos características que se han debilitado bastante: era más cosmopolita y más doctrinaria. Por un lado tenía más contacto con lo que ocurría en el resto del mundo, incluso a niveles insólitos de peleas porque concebían de una manera distinta el modelo chino. Por otra parte, era mucho más ideológica y pretendía seguir ciertos postulados. Lo que tenemos ahora es una izquierda menos doctrinaria y más pragmática, además de, en cierto sentido, más provinciana.

Pero, de todos modos, la situación y los adversarios han hecho que la izquierda mexicana mire un poco más hacia afuera. Decir que López Obrador es Chávez o Maduro, hace que aquél diga que no lo es e intente decir por qué. Si le dicen que la socialdemocracia es una perspectiva interesante, él responde sacándose fotos y dialogando con Corbyn, el líder del laborismo inglés.

Entonces, aunque sea una izquierda menos formada, más pragmática y mucho menos ideologizada, la circunstancia e incluso los adversarios han hecho que piense más, o por lo menos que discuta y se trate de deslindar o acercar a modelos de izquierda que están en otros países.

 

AR: ¿Cómo ha marcado la violencia a la izquierda mexicana? En el libro se ve desde el levantamiento de Julio López en Chalco en 1868, hasta el EPR y su fragmentación, pasando por Rubén Jaramillo, el asalto al Cuartel Madera, Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, la Liga Comunista 23 de septiembre y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, por ejemplo.

CI: Considero que hay distintos tipos de violencia, diferentes motivaciones para lanzarse a la lucha armada. En el caso de Julio López tenían el conflicto con los terratenientes, y entonces fue como una respuesta a un orden que no le daba espacio a la izquierda. Pienso en las rebeliones agrarias del siglo XIX e, incluso, aun cuando no se habla de izquierda en la Revolución mexicana, hubo corrientes más enfocadas en la cuestión social: el zapatismo histórico, por ejemplo, que también enfrentó la cerrazón.

Ese es un tipo de acción que emerge desde la izquierda cuando no ve salida. Esa situación, por ejemplo, también se les presentó a las guerrillas modernas; pienso, en particular, en el asalto al Cuartel Madera en 1965, cuando el régimen de Díaz Ordaz estaba a todo lo que daba. Uno ve cómo respondía el gobierno a las huelgas en la década de los cincuenta: había problemas con el magisterio porque se quería organizar autónomamente, y metió al Ejército; había una huelga en los ferrocarriles, y recurrió al Ejército; hubo un conflicto en el 68 entre una preparatoria privada y unos estudiantes de la UNAM, e involucró al Ejército. Hablamos, entonces, de que después de la Revolución hubo un espacio cerrado a estos grupos, que vieron como salida, en algunos casos, ir por una vía extrainstitucional. Incluso las guerrillas más reconocidas, como la de Genaro Vázquez, empezaron en el movimiento por la autonomía de la Universidad de Guerrero, y después, en la elección de 1962, los reprimieron: hubo muertos y no les abrieron el espacio democrático.

Cuando Lucio Cabañas se lanzó a la guerrilla fue después de que lo persiguieron porque se había dedicado a organizar a obreros y campesinos; finalmente hubo una matazón en una escuela en Atoyac y él se fue huyendo. Aquí ya no sólo se trató de la insurrección agraria al estilo siglo XIX, sino de una represión muy directa de un régimen autoritario contra demandas sociales.

Entonces la violencia de este tipo ha sido más bien una respuesta, algo que empieza como autodefensa y acaba en una vía armada.

Eso tiene sus limitaciones, sin duda; a veces ayuda a que se abran espacios de debate e incluso de participación electoral, pero esto no es la pretensión de las guerrillas modernas, que se plantean tomar el poder, y en ese sentido han fracasado. Por ejemplo, la guerrilla neozapatista no se planteó la transición democrática, pero contribuyó a ella; sus objetivos eran otros y el gobierno se sintió forzado a conceder cierta apertura, lo cual tiene alguna influencia de las guerrillas.

Por eso señalo que hay distintos tipos de violencia: los guerrilleros y las organizaciones armadas son víctimas de ella, pero de una estatal o sistémica que los aplasta. Entonces es una especie de contraviolencia.

Yo no digo que sea una violencia buena y positiva, ni mucho menos; pero lo que sí afirmo es que es reactiva: no empieza como violencia sino que se convierte en ella.

 

AR: ¿Cómo influyó la Revolución mexicana en el desarrollo de la izquierda mexicana? Por ejemplo, los sindicatos fueron corporativizados por el Estado, además de que hubo algunas versiones de socialismo e izquierda: existió el Partido Socialista del Sureste, hubo educación socialista e incluso en alguna ocasión Adolfo López Mateos se declaró de “extrema izquierda dentro de la Constitución”. Fue una revolución popular, social y algunos, como Lombardo Toledano, la vieron como antimperialista.

CI: Le favoreció a la izquierda en cierto sentido, pero en otro la castró. Lo primero porque la Revolución desató muchas fuerzas sociales de las cuales podía apropiarse la izquierda. Más allá de la derrota de Zapata y de Villa, todavía en la década de los veinte, cuando aún no se había asentado el régimen de la Revolución mexicana, hubo muchos movimientos en distintas partes del país, como el del Partidos Socialista de Sureste. Incluso hubo generales revolucionarios con tendencias legítimamente socialistas, como Francisco J. Mújica, Salvador Alvarado y Felipe Carrillo Puerto.

Entonces se desataron esas fuerzas y la incipiente izquierda tuvo posibilidades de participar y a veces las aprovechó: el Partido Comunista pudo entrar en el movimiento agrario, también en los sindicatos y en las primeras centrales. Pero después hubo conflictos y se separaron, tanto por el régimen que se fue cerrando, como porque los comunistas de la década de los veinte eran sumamente sectarios. Pero tuvieron ese espacio y esas fuerzas.

Del otro lado existió una limitante muy importante: el reclamo de la izquierda socialista, y más en las vertientes anarquistas y comunistas, es revolucionario. Entonces hubo un conflicto en la medida en que se plantea hacer una revolución en un país donde la legitimidad del régimen descansa en una revolución. O sea, proyectaba hacer algo que se suponía ya se había hecho, lo cual es una diferencia con el resto de América Latina.

Entonces tuvo problemas de definición, porque a veces se planteó, durante décadas, ser el ala izquierda de los revolucionarios, o de plano hacer una revolución nueva. Tienen este problema de identidad por el nacimiento del régimen mexicano, que es el único en América Latina fundado en una revolución.

Otro asunto es el corporativismo: cuando se consolidó el régimen se creó un Estado corporativo —en eso tiene un papel muy importante el general Cárdenas—, y allí a la izquierda se le cerró el espacio. Tuvo algo en los años veinte, quizá todavía en los treinta, pero cuando se asentó y consolidó el régimen de la Revolución mexicana se volvió relativamente impenetrable para la izquierda, por lo que tuvo ese problema que no lo hay tanto en otras partes.

 

AR: Al respecto hace un apunte muy interesante sobre el PRD: como no tiene apoyo sindical, no tiene oportunidad de convertirse en una socialdemocracia.

CI: Sin duda. Hay quienes han querido identificar a la izquierda moderna con la socialdemocracia; eso nos puede gustar o no, pero no es moderno. Si se entiende por esto lo reciente, la socialdemocracia viene desde el siglo XIX, al igual que las teorías revolucionarias de Marx. Tienen el mismo tiempo de existir, aunque la primera es una izquierda que parece aceptable en el siglo XXI.

Pero un elemento fundamental de la socialdemocracia no sólo son las cosas que postula, como el gradualismo o la idea de la distribución: históricamente esa corriente se apuntaló en los sindicatos, que empezaron a crecer y a extenderse, y después se volcaron hacia la socialdemocracia en los últimos 30 años del siglo XIX. Ésta fue muy fuerte en Europa antes de la Primera Guerra Mundial porque tenía una base obrera.

Entonces el problema de los comunistas en México era hacer una revolución donde ya había ocurrido una, y el problema de cualquier intento socialdemócrata era ganarse a los trabajadores cuando éstos estaban ligados corporativamente con el régimen.

Declarativamente hay muchos socialdemócratas, y yo estoy muy de acuerdo con lo que plantean, pero veo que en México esa corriente es inexistente por la condición histórica que mencioné.

 

AR: Vayamos sobre la cuestión de la democracia: ¿cuáles han sido las posturas de la izquierda mexicana frente a ella? Hubo una muy fuerte influencia de Marx cuando hablaba de la dictadura revolucionaria del proletariado, pero también impactaron experiencias como la Revolución cubana y el Chile de Salvador Allende, por ejemplo, y dentro del país las de Guerrero y del movimiento estudiantil de 1968.

CI: Al menos en algunos de los casos que he relatado la izquierda se vio frustrada por no poder intervenir en la política formal porque se le cerraban los espacios.

Por otro lado, históricamente lo que la izquierda ha reclamado es una democracia social que también incluya la participación, el derecho a la representación por mecanismos formales en sindicatos y otros sitios.

Lo que trato de decir es que la izquierda ha reclamado también otras formas de democracia, no sólo la electoral. Pero en sus posturas de las últimas décadas, especialmente después del 68, ha habido una situación ambigua que, por un lado, ha estado marcada por el autoritarismo y la desconfianza.

Así, cualquier cosa que después del 68 hiciera el gobierno era para lavarse la cara; entonces, a un segmento importante de la izquierda participar en esas vías formales le sonaba como que era hacerle el juego al régimen.

De esa forma, a principios de los años setenta todavía existían dos posturas: una, si le entramos le estamos haciendo el juego al régimen; otra, hay que entrarle porque si no lo hacemos nunca vamos a participar en el juego.

Yo creo que en ese entonces la izquierda tenía muchas dudas, pero después se fue dando cuenta de que había oportunidad para el crecimiento y para ganar espacios nuevos. En esa medida participó en la transición democrática, y tan pronto se le abrieron las puertas intervino en las elecciones. Pero cuando lo hizo se tardó en reconocer los resultados, como es indudable en 1988; es decir, cuando la izquierda se volcó, hasta fuerzas que no estaban a favor de la lucha electoral se habían metido en ella. Pero la elección acabó en un fraude muy grande, la izquierda se vio frustrada y otra vez surgió la desconfianza.

Entonces, si hay oportunidad la izquierda participa, pero tiene dudas respecto al comportamiento del régimen, porque éste, al menos durante el siglo XX, nunca favoreció, o muy escasamente, las victorias de la izquierda cuando las hubo.

La izquierda llegó al siglo XXI con la transición, y si bien es cierto que participa en las vías electorales lo hace con una desconfianza muy grande. Entonces ya es medio reactiva.

 

AR: Otra vertiente importante son los movimientos sociales especialmente de las últimas décadas. Son muy variopintos, y van desde la resistencia en Atenco hasta el #Yosoy132 y el movimiento de Javier Sicilia. ¿Cuál ha sido su papel en la izquierda?

CI: Históricamente la izquierda busca vincularse con los movimientos sociales porque tiene la idea de que debe haber una acción social que la acompañe y que incluso pueda encabezarla. Entonces se trata de primero acercarse y después liderarla para sacar adelante sus propuestas; la idea es que la sociedad debe evolucionar en cierta dirección, la del progreso, y éste se da a través del movimiento. Entonces la izquierda no se piensa al margen de los movimientos sociales.

Lo que vemos en México en los últimos 15 años es que la izquierda no está tan vinculada con ellos. Del lado de éstos se ha hecho muy explícito un antipoliticismo, la desconfianza hacia cualquier organización política porque piensan que todas ellas son corruptas.

Por otro lado, la izquierda ya tiene una base más volátil: antes, con mayor o menor éxito, buscaba incrustarse en los sindicatos, lo que ahora ocurre menos. En ese sentido también hay una desconexión.

Entonces el problema es, por un lado, que si la izquierda no se asienta en los movimientos sociales pierde fuerza; por otro, si éstos no derivan en formas políticas se vuelven absolutamente inoperantes.

Hay una energía social inmensa que se ha movilizado muchísimo, pero que llega a muy escasos resultados porque no deriva en formas de organización política que se planteen tomar el poder. Si no hay estrategia para hacerlo —y aquí me perdonarán los altermundistas, los zapatistas, etcétera—, cualquier propuesta social, ya no digamos política, se debilita de una manera inmensa.

Pienso que esa es la parte que los movimientos sociales en México no han superado. Tienen fundamentos empíricos para desconfiar, pero quedarse en un nivel prepolítico no ayuda mucho a que las cosas mejoren.

 

AR: En su revisión llega al siglo XXI y habla de que en un principio la ola democratizadora en América Latina estuvo dominada por la derecha, pero en la primera década del siglo XXI hubo una serie de gobiernos de izquierda. ¿Por qué México no entró en ésta?

CI: Se quedó muy cerca. La primera candidatura presidencial de López Obrador coincide con todos ellos. Esto fue en parte por los problemas que tuvo la elección, por errores estratégicos de López Obrador y también porque en México no hubo una fractura.

Normalmente, cuando se abre un espacio para la izquierda en el mundo es porque hay un conflicto entre los que manejan la política, los grupos dominantes. Eso en México ocurrió, por ejemplo, en 1988, pero no en 2006; en este año ya se había hecho un bloque tan cerrado entre los partidarios de la línea neoliberal, con participantes tanto del PRI como del PAN, que no se abrió un flanco para la izquierda. Además López Obrador cometió errores como, por ejemplo, en lugar de ensanchar su alianza social, al final la redujo.

El 2006 fue casi lo opuesto del 2018: entonces López Obrador era mucho más ideológico o doctrinario, y con una alianza más corta; ahora está haciendo exactamente lo contrario (también sus críticos, para quienes en 2006 era el peor de los fundamentalistas, y ahora es el peor de los pragmáticos). Lo que ahora está haciendo es una alianza lo suficientemente grande para poder ganar, aunque podemos discutir mucho sobre sus componentes.

Aquí hay un aspecto importante que tiene que ver con las izquierdas europeas de los últimos años: ni en Grecia con Syriza ni en España con Podemos (incluso aliados con los socialistas), la izquierda puede formar por sí misma una mayoría. Esto ocurría en el siglo XIX, y quizá todavía en el XX, cuando tenía una base social más amplia. Con la reconversión industrial del último tercio del siglo XX la base obrera, el tradicional apoyo del laborismo, se hizo más chica. Si la izquierda no se alía con otros grupos, por la vía electoral no puede tomar el poder.

Entonces si la estrategia es tomar el poder, la izquierda necesita hacer alianzas. Ahora la discusión es con quién se alía.

 

AR: Allí hay otro punto: últimamente se ha hablado del desdibujamiento político-ideológico, un reclamo que se la hace especialmente a la izquierda. Usted ya había visto la alianza del PRD con el PAN, y ya terminado el libro vino la alianza de Morena con el Partido Encuentro Social (PES). Su texto es un alegato en favor de la identidad de la izquierda. ¿Cómo ve usted estos acuerdos, que parecen ser muy contradictorios?

CI: Creo que eso está ocurriendo en todas las fuerzas políticas: se están desdibujando. Había unas que tenían unas identidades más claras, y otras menos; por ejemplo, la del PRI siempre ha sido como anfibia, amorfa, pero no la del PAN: parte del reclamo de los que se fueron con Margarita Zavala es que Anaya los estaba desdibujando. Los que se fueron antes, como Jesús González Schmal, es porque creían que ellos eran los verdaderos panistas y “los bárbaros del norte” eran los desdibujados.

Ahora ha ocurrido porque la estrategia es fundamentalmente electoral, y ésta provoca buscar aliados donde se pueda. Para el PRD hacerlo es por sobrevivencia no sólo del partido sino de su cúpula, que es la Nueva Izquierda, “los Chuchos”. En el caso de Morena es una alianza para ganar; no quiero decir con eso que no esté desdibujada y que una sea mala y otra buena, pero es una diferencia importante.

Otra distinción relevante es que en la alianza de Morena, éste es quien lleva la batuta; en la del PRD, éste es el aliado menor del PAN, que es lo que hizo históricamente el Partido Popular Socialista, el lombardismo: ser siempre el aliado menor del régimen. En el otro caso, aunque sea una alianza tan amplia que va desde el PES, partido ultraconservador, hasta otro que incluso viene del comunismo, es Morena la fuerza dominante.

Si me preguntaras yo que hubiera hecho, yo lo pensaría más desde el lado de la izquierda histórica socialista: tal vez podría haber buscado más a los indecisos, ser como la segunda opción de los neozapatistas y de la candidatura indígena, y hacer una alianza para ese lado. La perspectiva de López Obrador, asumiendo que él es la figura principal de Morena, ha sido ganarle el centro al PAN, y ganarle al PRI sus disidentes. A mí no me gustan sus alianzas, pero no me parece que sea precisamente tonto lo que está haciendo, sino que puede ser eficaz. Si López Obrador ve que en algún municipio de Jalisco el candidato es homosexual y tiene mayoría, va a dejar que entre. Pero puede ser exactamente lo contrario en un municipio de Guanajuato; entonces va a jugar con el que le dé garantías.

En segundo lugar, por el lado de ganarle el centro al PAN le está dando una salida al voto conservador que no quiere irse con el PRI o con el PRD, por ejemplo, y que no se sentirá amenazado porque se le van a respetar sus espacios.

En el caso del PRI, por más cuestionable que sean Napoleón Gómez Urrutia o la familia de Elba Esther Gordillo, López Obrador está pensando en dos cosas: primero, no ganas las elecciones si no hay una estructura, y en México las estructuras nacionales son los sindicatos. El PAN ganó el 2006 con Felipe Calderón con el apoyo de Gordillo, el que despreció López Obrador porque no quiso negociar. Entonces es hacerse de estructuras nacionales que ayuden a defender el voto.

Hay otra cuestión que se ha comentado muy poco o nada: ¿cuál es el distintivo principal de Morena en relación con el PRD y con el Frente? ¿Cuál es parte del éxito de López Obrador en los últimos años? Que haya mantenido su base porque no entró al Pacto por México, que fue su decisión política más inteligente en los últimos años, porque automáticamente se convirtió en alguien antisistema, en un outsider, y condenó a todos los que estaban adentro, a los que ubicó dentro de la mafia. Ésta era primero el PRI, después el PAN y tras el Pacto incluyó al PRD. Entonces, a diferencia de esos últimos partidos, ahora enemigos acérrimos del PRI pero que firmaron el Pacto con éste y gobernaron con Peña Nieto durante medio sexenio, López Obrador tuvo la sagacidad política de no meterse en el Pacto.


Entonces buena parte del voto del descontento que generó el gobierno de Peña Nieto lo fue acumulando López Obrador por haberse posicionado de una manera inteligente y audaz al empezar este sexenio.

¿Qué está haciendo López Obrador con los dirigentes de los sindicatos? Juntando a los líderes contrarios al Pacto, y que lo pueden ser por las razones que sean, desde las más miserables y lamentables, hasta razones políticas de peso, pero que son gente que tiene fuerza social. Por ejemplo, a Elba Esther la metieron a la cárcel no por las cosas que hizo sino porque no apoyó la reforma educativa.

Entonces la estrategia de López Obrador es, por lo menos, consistente: se está haciendo de esa base que se ha ido desgajando del PRI o del régimen por distintas razones. No sólo es una estructura que para él es básica para poder cuidar las casillas, sino que, por otro lado, es una coalición que no está a favor de las reformas estructurales. Yo creo que no las va a poder echar atrás, y que incluso honestamente ni lo piensa; lo que pretenderá hacer es acotarlas. En ese sentido puede no gustarnos, pero es una estrategia bien pensada.

Otro tema importante: López Obrador y Morena van a ser minoría, incluso aunque saquen muchos votos. La mayoría va a estar con el PRI y con el PAN. ¿Qué es lo que está haciendo Andrés Manuel? Se está anticipando a lo que va a tener que hacer si gana: establecer una coalición muy amplia, y la está construyendo ahora, antes de la elección, no después. La expectativa es que, si va en dirección de ganar, la derrota del PRI y del PAN profundice las fracturas que hay, y entonces que se haga una nueva coalición después de la elección.

Al PRI yo no lo veo aguantando otra derrota, aunque las escisiones que ha habido no son muy importantes, como las del 88; pero si sigue esto y Meade no levanta, algunos van a cambiar, y después aún más. Estar seis años sin el Ejecutivo federal en un partido que depende bastante del gasto público, es algo que quizá no se pueda resistir. Yo no digo que el PRI se vaya a extinguir, pero quizá se vuelva más pequeño. En el caso del PAN, ya está sumamente dividido; la apuesta de Anaya es que si gana se arregla todo; pero si no lo hace se acaba de fracturar.

Entonces quienes, por conveniencia, convicción, frustración o lo que sea, se vayan de estos dos partidos tras una hipotética victoria de López Obrador, tal vez se incorporen a una nueva coalición después de la elección. Entonces lo que está haciendo Andrés Manuel, cuestionable o no, es una estrategia para ganar.

 

AR: Para concluir: sobre el título y el primer epígrafe del libro, “el futuro es nuestro”, creo que la gran promesa de la izquierda ha sido, justamente, el porvenir. En el libro usted dice que la propuesta política de López Obrador, esbozada en su libro 2018. La salida, es “una utopía conservadora”, mientras que en el PRD ve el neolombardismo que sólo aspira al reparto del poder. En ese contexto, ¿cómo observa las perspectivas de la izquierda mexicana?

CI: En el caso del reparto del poder, le veo pocas posibilidades, lo cual no quiere decir que yo considere que todo el PRD está perdido o que en conjunto sea de derecha ni mucho menos. La agenda de los derechos sociales, de las minorías, etcétera, sin duda la ha defendido congruentemente el PRD. No creo que en él todo esté perdido; pero si sólo es el segmento que domina, pues sí. Pero yo creo que todavía hay algunos en el PRD que genuinamente reivindican posturas de la izquierda.

En el caso de López Obrador, es una figura contradictoria. Considero que todavía hay en Morena una preocupación por la cuestión social, que va desde querer meter a la escuela a todos los jóvenes (que no ocurre ni en Finlandia, que tiene la mejor educación del mundo) hasta el asunto de las pensiones. Además, él tiene la idea de que va a desactivar la violencia con programas sociales.

La izquierda histórica ha querido cambiar a la sociedad, construir. El planteamiento de López Obrador es que ésta, entendida por él como las clases populares, sean como son. También por eso es atractiva su propuesta: no te propone cambiar sino que te liberes.

Creo que por ese elemento conservador de López Obrador es importante la presencia de otras izquierdas. Desde éstas sería muy importante, en la campaña y después de las elecciones, hacer una crítica constructiva para que ganen mayores posiciones las posturas de la izquierda progresista, histórica o socialista.

Lo que haré, en la medida de mis escasas posibilidades, es generar propuestas y expectativas de una izquierda hacia el futuro. Pese al elemento conservador de López Obrador, creo que el matiz es importante: él no ha favorecido ciertas políticas, pero tampoco las ha combatido. El PAN de Anaya sí han impulsado las leyes antiaborto y asuntos así; López Obrador nunca lo hizo. Puede no simpatizar con eso, pero si ocurre no lo va a combatir. Al respecto no tiene una postura ideológica que domine.

Pero creo que mi papel, al menos como yo concibo mi función como académico e intelectual, es tratar de que esas posturas preocupadas por la cuestión social reivindiquen también las de orden progresista, que me parecen las mejores en el siglo XXI.

 

*Entrevista publicada en Etcétera, núm. 209, abril de 2018.

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