Entrevista con Huberto Batis*
Ariel
Ruiz Mondragón
Sin lugar a
dudas, uno de los personajes más legendarios, reconocidos y provocadores del
periodismo de nuestro país lo es Huberto Batis, extraordinario promotor y
animador de publicaciones y programas que son referentes indispensables para
conocer la cultura mexicana.
Con una labor
que ya tiene alrededor de medio siglo, Batis (Guadalajara, Jalisco, 1934) ha
sido editor y director de revistas y suplementos culturales de gran relevancia
de nuestro país, entre los que podemos destacar Cuadernos del Viento, la Revista
de Bellas Artes y Sábado. Además,
fue investigador en instituciones como El Colegio de México y la UNAM. Por su
importante labor recibió la Medalla de Oro de Bellas Artes en 2010.
Etcétera sostuvo una
animada conversación con el maestro Batis, quien relató libremente episodios de
su vida en las publicaciones culturales.
AR: ¿Cómo se inició en el periodismo
cultural?
HB: Toda mi vida,
desde estudiante, me he dedicado a hacer revistas literarias, porque no había
dónde publicar cuentos y poemas; nos publicaban un cuento y un poema cada año,
aunque nos pedían que hiciéramos reseñas de libros o de cine, por lo que nos
convirtieron en críticos cuando éramos muy jóvenes a ignorantes.
Sin embargo, eso
formó un espíritu de examen y de exigencia, que hoy no veo por ninguna parte;
los jóvenes dejan pasar todo, no les importa y no hay una actitud crítica.
Yo comencé con
una revista en mimeógrafo cuando era estudiante de secundaria en Guadalajara;
luego, cuando estaba en la preparatoria de los jesuitas publicaba cuentos en la
revista del Instituto de Ciencias de Guadalajara, y también lo hacía en los
periódicos de esta ciudad El Informador y
El Occidental. También publiqué en otras
revistas de la Ciudad de México textos que enviaban mis amigas: les daba poemas,
los mandaban y los publicaban en la Revista
de la familia, que era una publicación que compraban las muchachas para
tejer y cortar vestidos. Pero hasta esa revista tenía una sección literaria y
estaba abierta a publicar los poemas que sus lectores de provincia mandaban; fíjate
nada más qué maravilla.
Después, cuando
entré en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, hacíamos una revista a
máquina que se llamaba Folklore,
pronunciada a la alemana y que no tenía nada de folclórica; nos parecía bonito
el nombre. Posteriormente llegué a Letras y a Difusión Cultural, y conocí a
Carlos Valdés, a Juan García Ponce, a Juan Vicente Melo, a Inés Arredondo, a
José de la Colina, a José Emilio Pacheco, a Carlos Monsiváis, etcétera. Todos
publicábamos en la Revista de la Universidad
de México o en los Cuadernos de
Bellas Artes, que dirigía el doctor Elías Nandino, poeta de Jalisco que era
un epígono de los Contemporáneos, un poeta homosexual que era médico de
Lecumberri para poder ligarse allí a los presos, y que murió de noventa y
tantos años.
Valdés y yo hicimos
la revista Cuadernos del Viento; editábamos
en papeles de colores porque nos vendían remesas de papel bond más barato, pero
eran pliegos grandes y de colores. Entonces, podías encontrar un número en
verde, azul y en amarillo; sólo el último número lo hicimos en papel blanco,
como se debe. La revista duró siete años, fíjese nada más qué proeza, de 1960 a
1967. En este año mis maestros Agustín Yáñez (quien dirigía la Secretaría de
Educación Pública) y José Luis Martínez (director del Instituto Nacional de
Bellas Artes), me invitaron a hacer la Revista
de Bellas Artes, donde duré seis años.
Por lo anterior,
heredé la revista Cuadernos del Viento
a un grupo de jóvenes, quienes ya no se pudieron coordinar para seguir
haciéndola, pese a que ya habíamos consolidado un sistema de patrocinios, de
anuncios de las instituciones que nos permitía incluso regalar la revista. Al
principio la vendíamos y al final la regalábamos porque cobrar era un problema,
no porque no quisieran dar el dinero sino porque teníamos que andar por todas
partes; no había el sistema de depositar en una cuenta de banco o de hacer un
giro, por lo que cobrábamos de mano en mano. En la Universidad esto era fácil, y
mis compañeras me ayudaban a vender. El poeta, escritor y narrador Jorge Arturo
Ojeda, quien fue discípulo e imitador de Juan José Arreola, me ayudaba a vocear
la revista en la Facultad de Filosofía y Letras, y la vendía o la regalaba.
Llamó mucho la
atención lo que habíamos logrado tantos años, y por eso me dieron la revista
institucional; fue una especie de tentación para los jóvenes y todos seguimos
publicando en la Revista de Bellas Artes.
Juan García Ponce era el director de la Revista
Mexicana de Literatura; antes de él la hacían Antonio Alatorre y Tomás
Segovia, pero la habían fundado Emmanuel Carballo y Carlos Fuentes. Esa revista
se acabó más o menos igual que Cuadernos
del Viento, en 1966.
En ese entonces nos
peleamos en buena lid Juan Vicente Melo y yo; él escribió en la Revista Mexicana de Literatura un
artículo que se llamaba “Lo que el viento se llevó”, en el que se burlaba de
nuestra revista, y nos decía que cómo podíamos publicar a tan malos escritores,
como los nacos de José Agustín, Gustavo Sainz, René Avilés Fabila, etcétera. Yo
le contesté que esos nacos también eran escritores y que eran importantes —y lo
han sido. Pero había un clasismo terrible en ese tiempo: había una
“aristocracia del espíritu”, como le llamaban, y que era la pedantería de
nuestros maestros, de Jaime García Terrés, de los González Casanova, hasta de Rubén
Bonifaz Nuño y no se diga de Octavio Paz.
Había una distancia
entre Paz y la naquiza; allí están su pelea con Monsiváis y las críticas que le
hizo José Joaquín Blanco. Todavía hay algo de eso recientemente en Proceso, en la entrevista que le hizo Rafael
Rodríguez Castañeda a Enrique Krauze, en la que el primero está preguntando
otra vez lo mismo.
AR: ¿Esa distinción ha seguido?
HB: Krauze ha
heredado la revista Vuelta, que
cambió de nombre y la hizo distinta, Letras
Libres, en la que todavía hay problemas; por ejemplo, Enrique Serna
escribió una reseña sobre mi trabajo como editor y la llevó. Cuando salió el
número, Krauze y Gabriel Zaid por poco se mueren del ataque, y llamaron a Serna
y le dijeron que no lo podían publicar por haberse ocupado de mí, y Enrique les
mentó la madre. Pero luego en dos o tres números lo volvieron a admitir.
Pero Serna se
fue a Nexos, donde aún tienen la
misma actitud de la pelea continua con Vuelta,
y tenemos a Carlos Fuentes unido a las gentes de Nexos haciendo conferencias y coloquios de intelectuales, porque
ellos están excluidos de lo que hacían Paz y Krauze en Televisa. Se marcan esas
diferencias.
AR: Para continuar con su trayectoria,
¿qué pasó después?
HB: Te quiero
contar que, siendo un niño de 19 o 20 años, publiqué mis primeros artículos en México en la cultura, de Fernando
Benítez. No me llevó nadie, ni fui recomendado; envié los textos, simplemente
aprovechando la coyuntura periodística de la muerte de algunos pintores o
escritores, y Fernando era increíble para eso: inmediatamente le daba lugar a
la actualidad, al informe fresco. Publiqué con él desde los 20 años en México en la cultura, y luego en La cultura en México en Siempre!, hasta que chocamos por un
conflicto terrible que hubo en la UNAM entre Gastón García Cantú y Melo en la
Casa del Lago. El primero acusó al segundo de “homosexual” y de “borracho”, y entonces
lo defendimos un montón de sus amigos y compañeros, y terminamos renunciando a
la Universidad. En ese entonces García Cantú era director de Difusión Cultural,
y le tuvimos que renunciar a Javier Barros Sierra, quien nunca entendió de qué
se trataba el conflicto estúpido con Gastón, quien era un dizque liberal del
siglo XIX, y de quien se decía que se ocupaba en contar las lentejuelas al
vestido de la china poblana. Decía Benítez que lo había encontrado en la
Biblioteca Palafoxiana; era, yo creo, sacristán o algo así. Se lo trajo a
México, y García Cantú escaló hasta llegar a Difusión Cultural y luego al
Instituto Nacional de Antropología e Historia, donde fundó un grupo de
intelectuales muy fuerte: Monsiváis, Pacheco y muchos jóvenes.
Benítez, por su
parte, le dejó el suplemento de Siempre!
a Monsiváis; los otros, los que nos peleamos con Benítez porque no quiso
publicar nuestros artículos en defensa de Melo, nos retiramos y nos quedamos en
la Revista de Bellas Artes un tiempo.
También trabajamos en el Comité Olímpico escribiendo artículos; yo fui el
coordinador editorial de las publicaciones, y me llevé a Pepe Revueltas, a Alí Chumacero,
a Augusto Monterroso, a Emilio Carballido, a Melo, a García Ponce, a José de la
Colina. Todos escribimos de la Olimpiada Cultural, cuando inventaron esa doble
Olimpiada.
Luego cada uno
se dedicó a su obra; mi generación se enfermó mucho, todos murieron jóvenes, de
50 o 60 años. Tuvieron enfermedades terribles: Melo, cáncer en el cerebro; Inés
Arredondo, operaciones tremendas en la columna vertebral que la inmovilizaban;
Juan García Ponce, esclerosis múltiple. Luego decían: “El único sano es Batis”,
e Inés respondía: “Pero ése está de manicomio, está peor que todos”. Bueno, esa
locura nos permitió vivir.
AR: Pero en los años setenta se fundaron
varias publicaciones culturales importantes.
HB: De repente
ocurrió la tremenda expulsión de los escritores de Julio Scherer de Excélsior, de Jorge Ibargüengoitia y
también García Cantú, por ejemplo, y fundaron Proceso. De allí después se salió García Cantú y regresó a Excélsior, en primera plana, con su
mujer, la señora Martha Robles. Entonces nosotros quedamos un poco al garete, y
fue cuando Manuel Becerra Acosta fundó el unomásuno.
Llamó a Benítez para dirigir el suplemento de cultura, Sábado; Fernando tenía ganas de influir en el diario mismo. Su
sueño era dirigir un periódico, y pues le dejaron el suplemento cultural. A
Colina y a mí, que antes habíamos pasado un rato en el suplemento de El Heraldo de México, con Luis Spota,
nos llamó Benítez y nos dijo: “No tengo amigos escritores; no tengo a
Monsiváis, a García Cantú, a José Emilio Pacheco” (no los tenía porque estaban
en Proceso). Agregó: “Hay que
apurarnos a hacer algo con ustedes, que son unos pendejitos”. Nos veía con
mucha distancia.
Entonces Colina
y yo le metimos candela al suplemento, que empezó muy bien. Él traía materiales
de Vuelta: traía colaboraciones de
Paz, de Zaid, de Krauze, de Julieta Campos, de García Ponce, mientras que yo
traía textos del lado académico, de la Universidad. Así que mezclamos un poco los
escritores, digamos, por la libre, con los de la academia. Resultó una buena
mezcla.
Yo les aposté
siempre a los jóvenes, y Benítez también. Decía él que el suplemento era una
escuela, y decíamos: “Tráete a tus niños y hacemos un suplemento”. Allí duramos
25 años.
AR: ¿Qué escritores jóvenes recuerda de entonces?
HB: Los alumnos
míos entonces eran Guillermo Sheridan, Adolfo Castañón (fíjate, ahora es un
académico de la Lengua) y Marcelo Uribe (que dirige Era), entre otros. Yo tenía
un taller de revistas literarias en la Facultad de Filosofía y Letras, donde fueron
mis alumnos. Todos terminaron haciendo muy buenas cosas. A Sheridan ahora le
van a dar el Premio Benítez en la FIL de Guadalajara; él fue mi candidato
durante cinco años y finalmente logré que ganara. ¿Qué méritos tiene? Nada
menos que haber hecho la Revista de la Universidad
con Hugo Gutiérrez Vega, con Arturo Azuela. Pero pues tú sabes que los
directores son los que menos chambean en una revista; los de la redacción son
los que llevan el peso.
AR: ¿Cómo se hizo usted director de Sábado?
HB: Pues por default cuando Benítez decidió irse por la
ruptura entre Becerra Acosta y Carlos Payán, Héctor Aguilar Camín y Miguel
Ángel Granados Chapa, quienes se fueron a hacer La Jornada. Benítez decía: “Tenemos que irnos para allá, porque
aquí no quedó nadie”; pero pues nadie era un montonal de gente, 450 personas. A
él se lo ganaron, y se fue.
Entonces yo dije:
“Yo me quedo”, y bajé a dirigir Sábado.
Me tocaron muchos años muy buenos, de gran libertad, sobre todo cuando Becerra
Acosta fue expulsado de México por Carlos Salinas, por Beltrones (quien fue el
testaferro de Fernando Gutiérrez Barrios en Gobernación), a quien mandaron a
echar a Becerra de México.
Entonces me
quedé con Sábado. Y lo llevé a su
ruina, porque acabaron cerrándomelo y quitándomelo los sujetos siniestros que
llegaron después de Luis Gutiérrez, quien me apoyó enormemente. Llegó un tal
Manuel Alonso, que había sido jefe de prensa de Salinas de Gortari, y el
miserable viejo acabó con Sábado
diciendo que era una porquería pornográfica y cochina. Y nos lo quitaron. Vino
Mauricio Montiel, también de Guadalajara, como yo, quien había hecho
suplementos allá, y vino con la consigna de acabar con todos los de Sábado, de no publicarle a nadie. Pero él
nada más salvó a Guillermo Fadanelli y a mí; nos dijo: “Ustedes pueden seguir
publicando”. Se tuvo que hacer un suplemento sobre todo con plumas extranjeras.
Hizo un suplemento de muy buen nivel, pero el nuestro se murió.
AR: Pero siempre estuvo en Sábado.
HB: Octavio Paz
vino del extranjero después de su pelea con Gustavo Díaz Ordaz por la matanza
de 1968; él era el embajador de México en la India, y renunció; fue el único
que alzó la voz. Se quedó en Estados Unidos a vivir de dar conferencias.
Ahora Krauze, en
la entrevista de la que hablamos, dice que Scherer salvó a Paz porque se lo
trajo a México, y le dijo: “Haz una revista cultural de Excélsior”, y le dio a hacer Plural,
y de esa manera lo libró de andar rodando por el mundo dando conferencias. Entonces
Octavio se centró, y vino y se rodeó precisamente del grupo de escritores al
que yo pertenecía; nos llamó, a mí también. A mí me llamó Kazuya Sakai, que era
su jefe de redacción, y me dijo que Paz quería que escribiera con él, que
abandonara a Benítez y a Sábado. Yo le
dije: “No, estoy más a gusto con Benítez; yo con Paz no sé de qué se va a
tratar”, aunque fuera un gran nivel. Sabía que era dictatorial y que los textos
los corregía, y rechazaba lo que no le convenía a él según su criterio.
Con Benítez era
una cosa totalmente libre, plural y seria; podíamos publicar todo, incluso a la
gente de Vuelta y de Nexos —éstos se habían apoderado de unomásuno. Entonces de repente Paz
decretó que el unomásuno era un
periódico de izquierdas, y que se iban a salir de allí; le dijo a Colina que se
saliera, y nos invitó a hacer un suplemento en El Universal bajo la dirección de Eduardo Lizalde. Yo no me fui, me
quedé; Colina sí se fue, y lograron hacer un muy buen suplemento. Después de El Universal, Miguelito Alemán le dio un
suplemento en Novedades, y allí
Colina estuvo también más de 20 años, pero con un grupo reducido de escritores
fijos; tenía muy poco espacio, y no tenía la garra que tenía el Sábado. En éste llegamos a vender 32
páginas; imagínate la enorme cantidad de publicidad, mientras que a él en Novedades le daban ocho páginas. Estaba
jodido por completo.
AR: ¿Cuál es el gran legado que Sábado dejó al periodismo cultural?
HB: Yo no sé si
dejó un legado, pero todos los que escribían en Sábado están escribiendo por su cuenta en alguna parte, y han
triunfado, como Serna y Sheridan, que son mis gallos en primerísimo lugar; Alberto
Ruy Sánchez, que es un gran escritor y que además editó la revista Artes de México, increíble. Sheridan se
quedó en Vuelta; Octavio Paz le dejó
la Fundación Octavio Paz, y luego él se rebeló a las pillerías de la señora
Mari-Jo, viuda de Paz, que estaba desapareciendo los tesoros de la Fundación,
de la biblioteca de Paz, enviándolos a Princeton. Sheridan la denunció y le
quitaron a la señora la Fundación y ésta se acabó. Nomás le dejaron que dé
honoríficamente el premio Octavio Paz; la fundación se la dejaron a este señor
Miguel Limón Rojas, que fue secretario de Educación.
Conseguí tener
una plantilla de jóvenes reseñistas de primera, como Marco Antonio Campos, a
los que ves escribiendo también donde pueden, porque los escritores
tradicionales pues encuentran su lugar siempre. Ahora están en el suplemento
que está haciendo Gutiérrez Vega en La
Jornada. Este suplemento ha pasado por tantas manos, y no le atinan; por
ejemplo, cuando era revista y la dirigía Roger Bartra era extraordinaria, pero
era más de sociología, tecnología, menos de literatura.
AR: ¿De las actuales, qué publicaciones
le gustan?
HB: A mí me gusta
mucho el suplemento de Milenio, que
hace José Luis Martínez Sánchez, que es un poco lo que hacía yo en Sábado, muy abierto. Muchos de mis
colaboradores están allí con él, entre ellos Xavier Velasco, que era mi crítico
de rock y que ahora es un escritor de éxito, un gran novelista que anda por
todo el mundo haciendo un ruido tremendo.
Me gusta el de
Gutiérrez Vega, que a veces es pesado, y luego también las firmas fijas, estos
escritores de textos chiquitos que a los que les dicen “te voy a publicar una
cuartilla a la semana”, y acabas infectado porque son un poco parásitos, ¿no?
Gente que hace muy buenos textos, y luego los reúnen en libros, pero cosas muy
pequeñitas. La poesía, al contrario, es el gran problema: los poetas no tienen
lugar en ninguna parte.
Por supuesto,
leo con gran tedio Nexos: qué
barbaridad, qué cosa tan pesada; cuando la hizo José Woldenberg, peor. Por
fortuna, Aguilar Camín regresó para salvarlos.
Pero Letras Libres es igual; yo la compro
para leer a Sheridan, a Serna, a Hugo Hiriart (que escribió muchísimo con
nosotros en Sábado, gran escritor).
Éstos están fijos en Letras Libres,
pero luego está el refriteo continuo de tanta cosa que hay allí desde hace 30 o
40 años, y allí siguen firmes.
AR: ¿Cómo le ha ido con la censura?
HB: En la revista Vuelta, por ejemplo, a García Ponce no
le publicaron unos artículos en donde polemizaba con Mario Vargas Llosa. Éste
había escrito sobre erotismo, y García Ponce le ponía una revolcada tremenda;
pero Zaid y Krauze convencieron a Paz de no publicar eso.
Entonces García
Ponce renunció a Vuelta; pero no lo
dejaron ir, siempre dejaron su nombre allí, pero nunca volvió a publicar. Pero
se vino a Sábado. Su artículo sobre
Vargas Llosa se publicó en Sábado, y
Vargas Llosa le contestó y se extrañó mucho de que García Ponce no estuviera en
Vuelta. Fíjate que pieza gané: García
Ponce escribió cada mes un gran ensayo o un gran cuento, y además se leía Sábado de arriba a abajo; era muy
crítico, y guiaba mucho, me decía lo que le parecía todo. Lo veía una vez a la
semana, y me decía: “Estás loco: pinche Sábado,
está horrible”.
Creo que cuando
hay alguna ideología y unas líneas políticas, pues estamos perdidos. Fíjate,
una gran época del suplemento de La Jornada
fue cuando lo hicieron Juan Villoro y Ricardo Cayuela, fue una estupenda época;
sin embargo, los maltrataron, los regañaron, les censuraban todo. Carmen Lira
es una comandanta terrible, y pues tuvieron que dejarlo. No hicieron escándalo,
pero pues esa fue la razón por la que se fueron: muchas cosas no se las
permitían publicar.
Siempre ha sido
eso: en El Día había un suplemento
estupendo, El Gallo Ilustrado, el que
en una época dirigió Emmanuel Carballo, al que también coartaron: la señora
Socorro Díaz le impidió publicar una cosa mía, por lo que Carballo dijo: “Están
jodidos”. Se sacó los textos del periódico e hizo un libro que se llamó Lo que Cuadernos del Viento nos dejó,
una especie de memorias que hice yo de esa época. A Carballo le había parecido hacer
todo un suplemento con eso, y Socorro Díaz le dijo: “De ninguna manera, eso no
se puede”. ¿Por qué? Porque yo, maestro de Filosofía y Letras, cuando murió el
director de El Día, Enrique Ramírez y
Ramírez, dije: “Ha muerto el señor pleonasmo” (así le decía Benítez). Entonces
entre mis alumnas estaba la hija de aquél, y salió llorando del salón; hubo un
montón de escuinclas que me dijeron: “Pelado, miserable, se está usted burlando
del papá de nuestra amiga”.
Por esa razón
Carballo dejó de hacer el suplemento, porque Díaz dijo: “No, este cuate se
burló de don Enrique Ramírez y Ramírez”. Luego Carballo me invitó a hacer un
programa en Radio UNAM cuando Fernando Curiel era director de Divulgación
Cultural; entonces tuvimos una época muy buena al aire, sin censura, y decíamos
un montón de majaderías, y tuvimos mucho éxito. Pero cambió la política y llegó
un señor Galindo a dirigir Radio UNAM; entonces, en una ocasión me preguntó
Carballo en el programa: “¿Qué te parece la Revista
de la Universidad”. Le dije: “Pues es una revista familiar”; “¿Cómo
familiar?”, “Sí: dirige Julieta Campos, la gobernadora de Tabasco; luego, le
pone dentro a la revista un suplemento que escribe su marido, Enrique González
Pedrero”. Ellos han engendrado un hijo que escribe de vampiros, que se llama
Emiliano, y yo un día le puse “González Campos”, y por poco se muere de la ira,
porque me dijo “no quiero deberle nada a mis padres”. Además, era novio de una
muchachita muy linda, hija de Manuel Barbachano Ponce, y era poeta y también
publicaba en la revista.
Además, dije que
cuando Julieta Campos venía de Tabasco a la Ciudad de México a alguna junta o cena
con Octavio Paz, antes se iba a peinar a Nueva York, y después ya venía. De eso
me enteré y creo que lo dijimos.
Otro pecado muy
grande que nadie nos perdonó fue que hablábamos bien de Elena Garro; eso ya era
el colmo. Decir que era una gran escritora no lo podían tolerar. Así que el
señor Galindo recibió órdenes y nos dijo que nuestros programas ya no iban a
ser en vivo, que los íbamos a grabar y que ellos lo iban a censurar. Entonces
Carballo le dijo: “Es usted el Cavernario
Galindo”, y nos fuimos y nunca regresamos.
La censura está
en todas partes, no te permiten decir nada. Por ejemplo, Vicente Leñero publicó
Los albañiles, y ni a Carballo ni a mí nos gustó y lo criticamos; sin embargo,
Joaquín Díez-Canedo lo mandó a España y le dieron un premio importantísimo.
Entonces pasamos a ser unos alacranes ponzoñosos que están en el pantano
esperando a que los escritores aparezcan para hundirlos y picarlos. Eso ocurrió
en los años sesenta; pero hace poco le entregaron la medalla de Bellas Artes a
Leñero, junto con José Agustín, y estuvo a punto de repetir que el mundo está
lleno de alacranes terribles. Da un poco de tedio que se hagan eternos esos
pleitos.
Yo, por ejemplo,
escribí una nota sobre De perfil, de
José Agustín; Luis Spota, que no sé por qué razón lo odiaba, la publicó en el
suplemento y la ilustró con un burro de perfil, lo que indignó mucho a José
Agustín.
En casi todos
los libros aparezco lleno de insultos, hecho famoso por ese burro que publicó
Spota, del que ni siquiera fui el responsable. Pero yo creo que a mí sí me
gustaba el libro; La tumba me gustó
mucho, que nosotros le celebramos a José Agustín enormemente, como lo hicimos
con Gazapo, de Gustavo Sainz. Con éste
he llevado una buena amistad toda la vida, aunque casi no puedo seguirlo porque
escribe un libro anual, grandes libros, todos en nuevos estilos, experimentos
tremendos, lo mismo que José Agustín. Qué trabajadores son.
A mí me dijo en
una ocasión Pablo Soler Frost que su mamá, la filósofa Elsa Cecilia Frost, y su
papá, Martí Soler, habían ido a una comida de intelectuales, y que allí había
salido a colación Sábado, y que todos
habían decretado que era una porquería inmunda, que había que acabar con él y
que tenía los días contados. Esto era porque nosotros permitimos mucha libertad
y que se peleara la gente; en los desolladeros permitimos que hubiera opiniones
encontradas sobre una misma cosa, y toda esa búsqueda de libertad pues no te la
perdonan tampoco. En Vuelta puedes
encontrar un artículo de García Terrés donde dice: “Ya es hora de acabar con el
diario de los de-batis”. Lo publicó Paz, y yo dije: “Pues ya me llevó la
chingada”.
Pero pues
todavía vivimos unos años, hasta que llegó el señor Alonso con su cimitarra y
nos cortó la cabeza. Y acabó con unomásuno
también: como no ganó Francisco Labastida, ¿quién se lo iba a pagar? Entonces
se lo vendió a un personaje de Arturo Montiel, el del Estado de México, Naim Libiem
Kaui, quien llegaba y nos decía: “Si ustedes creen que salen a buscar la
noticia, están muy equivocados; ¡ustedes tienen que salir a buscar lana, y si
no la traen, ni vengan!”. Hicimos una huelga, la que ganamos legalmente; nos
dijeron “allí está el edificio, están las máquinas y a ver qué hacen”. Dijimos
que sería bueno volver a echar andar el periódico, y no, ya es imposible.
AR: ¿Tiene algún proyecto?
HB: Ya estoy al
final de mi vida, tengo 77 años (aunque quiero decirte que Benítez vivió hasta
los noventa, y murió trabajando, escribiendo, haciendo periódicos y revistas).
Yo quisiera hacer algo en internet porque es el nuevo camino. Veo que casi
todos los escritores tienen su blog y todo mundo tiene su revista personal, y
eso es una maravilla. Lo que es impresionante, por ejemplo, es que Sheridan
escribe un artículo en Letras Libres,
y le contestan y no tienes ni tiempo de leer los insultos que le mandan. Es
impresionante que la gente pueda opinar y responder; pero todavía nos falta
algún método para poder leer a tanta gente.
*Entrevista publicada en Etcétera, núm. 133, diciembre de 2011.
1 comentario:
Muy interesante. Pues reunir la obra y las historias de tantas figuras oscuras y claras de las que se habla aquí, saludos.
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