Una apuesta por el poder
Entrevista con Porfirio Muñoz Ledo*
Ariel
Ruiz Mondragón
Uno
de los políticos mexicanos más activos de la segunda mitad del siglo XX y
principios del XXI lo ha sido Porfirio Muñoz Ledo (Ciudad de México, 1933),
quien durante casi seis décadas ha ocupado importantes cargos públicos que le
han dado un lugar destacado en la vida pública del país.
Tras
pertenecer a la brillante Generación de Medio Siglo de la UNAM y de realizar
estudios en Francia, Muñoz Ledo ingresó al servicio público en 1958, donde
desarrolló una trayectoria que incluyó responsabilidades como secretario de
Estado y representante de México ante la ONU. También ha sido dirigente de
importantes partidos políticos, como el PRI y el PRD, además de haber sido
diputado y senador.
Se
trata de un personaje polémico que ha conocido como pocos el sistema político
mexicano y los intentos por democratizarlo en las últimas décadas. Por todo
ello tiene mucho qué decir. Para contar parte de su carrera política el
político se reunió entre 1987 y 1988 con James W. Wilkie y Edna Monzón para
hacer un amplio relato de su vida hasta esa época, que ahora aparece en el
libro Porfirio Muñoz Ledo. Historia oral
1933-1988 (Profmex/Debate, 2017).
Acerca
de temas que se abordan en ese volumen y más, sostuvimos la siguiente
conversación con Muñoz Ledo.
Ariel Ruiz (AR): En el caso de este
libro, una suerte de memorias, podría decirse que usted es un coautor.
Porfirio Muñoz Ledo (PML):
Es obra de los Wilkie, aunque todo lo que digo es obra mía, pero los autores
son ellos (y tienen los derechos de autor, además).
AR: ¿Por qué hoy un libro como
este, estas entrevistas de historia oral realizadas entre 1987 y 1988? En la
introducción usted plantea algunos objetivos: ayudar a armar el rompecabezas
del siglo pasado, reabrir el debate sobre la vida nacional y también dice que
es un llamado a la insurgencia nacional.
PML:
Recibí un ofrecimiento del maestro Wilkie, a quien conocí cuando yo iba a la
Universidad de Los Ángeles. Consiguió los créditos para hacerlo porque esto
cuesta dinero (viajes, estancias allá y acá), y una vez que los obtuvo acepté.
La
intermediaria fue su asistente académica, la que le llamó la atención sobre mí,
y que es una pariente lejana, Lisa Fuentes Muñoz Ledo, una espléndida profesora
que participa en la obra.
Acepté
y empezamos el trabajo. Yo estaba metido en el tráfago del cambio político de
1987-1988, la Corriente Democrática, y eso le interesó mucho a él. Le importaban
los momentos clave de la historia de México, y se juntaron varias inquietudes: personalidades
sobresalientes, búsqueda de la democracia y ruptura con el sistema. Wilkie hizo
una entrevista con Juan Andreu Almazán, por ejemplo, que es interesantísima.
Iba
yo, a invitación de los Wilkie, muchos fines de semana a Los Ángeles. Luego él
venía a México, a una suite del María
Isabel Sheraton, y allí trabajábamos, luego en cafés, en restoranes. Era muy
accidentado, pero muy interesante y apasionante.
Las
cosas fueron saliendo solas; al principio uno está rígido, pero después se establece
una comunicación entre las ganas de saber y las de contar. Él es un hombre muy
informado por todos los trabajos que había hecho sobre historia de México, y yo
participo de dos maneras: como actor político y como profesor de instituciones
políticas de México. Incluso entramos en periodos que yo no viví: hablamos de
la educación socialista, un poco del cardenismo, del avilacamachismo, el
alemanismo, el ruizcortinismo y López Mateos.
AR: Vayamos primero sobre su
trayectoria académica. Usted fue parte de la Generación de Medio Siglo.
PML:
Teníamos como filosofía prepararnos intelectualmente para después actuar en
política, aunque fuese la estudiantil. Fui líder en la Universidad, presidente
de la Asociación de Estudiantes de Derecho de la UNAM. Pero mi generación fue
una de escritores y profesores, cuyo hermano mayor fue Carlos Fuentes y el
menor Carlos Monsiváis, uno mayor cinco años que yo, y el otro cinco años menor.
Allí estuvieron Víctor Flores Olea, Enrique González Pedrero, Sergio Pitol,
Salvador Elizondo, Marco Antonio Montes de Oca, Eduardo Lizalde y Juan Bañuelos,
por decir algunos nombres.
Fue
una generación intelectual, y todos conseguimos irnos primero a Europa y
después regresar, pero no sabíamos qué hacer al regreso porque nos habíamos
desfasado del régimen político y queríamos cambiarlo.
AR: Háblenos de su experiencia
europea, en Francia, al estudiar con profesores como Jean-Jacques Chevallier, Maurice
Duverger e incluso oír a Raymond Aron.
PML:
Para mí era impresionante. El maestro Mario de la Cueva nos había preparado
admirablemente para entender las culturas europeas. Fuimos a Francia, Gran
Bretaña, Alemania y España, pero la mayor parte a París.
Conocíamos
a los profesores que íbamos a
encontrar; a mí me tocó como director de estudios el profesor Georges Vedel,
quien dejó la cátedra para irse a escribir la Constitución de la Quinta
República francesa, de 1958, y me tomó por su cuenta Duverger. Éste me dijo: “No
quiero que haga nada de lo que está haciendo; quiero que estudie el sistema
político mexicano”. Sus estudiantes éramos como sus esclavos ya que cada uno
tenía que investigar lo mismo sobre su país, y así el profesor ampliaba su
información. Entonces me metió a algo casi imposible porque había muy poca
bibliografía, por lo que me tardé un año en hacer la síntesis de la historia
constitucional del país. Fue un trabajo arduo que dio como resultado 200
páginas en francés.
Luego,
como ya no tenía beca, me fui a la Universidad de Toulouse, donde fui profesor
durante un año. Trabajaba en mis clases y en la noche me dedicaba a hacer mi
tesis. Se acabó el contrato de Toulouse, y podría haber renovado pero no podía
hacer las dos cosas a la vez. Regresé a París y me prestaron un pequeño
departamento; ya estaba yo casado con una francesa. No tenía qué comer; vino la
revolución de Argelia y me halló muy delgado, demacrado y con el pelo chino,
por lo que me confundían con argelino.
Tuve
que regresarme a México, donde nació mi primer hijo. Entonces entré a la
universidad a dar una clase de teoría del Estado. Seguí yo trabajando: traduje
al francés, con ayuda de mi esposa, la Constitución mexicana (por eso la
conozco línea por línea: el que la traduce la conoce de memoria). Luego ya tuve
que entrar al gobierno, al que me invitó Jaime Torres Bodet.
Después
me fui de consejero cultural a Francia, y hasta después tuve cargo político: el
primero que tuve fue en el Instituto Mexicano del Seguro Social como secretario
general. Fue no por haber hecho política sino porque mi embajador, el doctor Ignacio
Morones Prieto (quien tenía una gran experiencia: había sido secretario de
Salubridad, gobernador de Nuevo León, precandidato a la Presidencia), tenía un
gran sentido humano, y me tomó mucho aprecio por mi lealtad en el trabajo y por
habilidades que él descubrió en mí. Entonces cuando vino al Seguro Social me
invitó.
Yo
llevaba una vida muy precaria, con una familia que crecía en París, y decidí
venirme al instituto. Él no me trajo como un cargo político sino como de
confianza, pero me entregó una función, que fue la secretaría general del IMSS,
que maneja las relaciones obrero-patronales. Allí empezaron mis experiencias
políticas.
Ya
después conocí al licenciado Luis Echeverría, fui subsecretario de la
Presidencia, secretario del Trabajo, presidente del PRI y todo lo que se sabe.
AR: ¿Qué herramientas le dio su
conocimiento académico del sistema político mexicano? En el libro menciona que
usted estuvo haciendo la gran investigación sobre él.
PML:
Una metodología. Duverger me dijo: “Siga el índice de mi libro Derecho constitucional e instituciones
políticas”, que es una obra gigantesca. ¿Cómo yo, de estudiante, podía
hacer eso, pero relativo a México? Era una inspiración. Duverger es el
análisis, antes de Sartori, de la influencia de la vida pública en el derecho y
viceversa. Esa fue la especialidad cuando yo estaba en París trabajando con él
en el Instituto de Estudios Políticos: se reformaron los estudios de posgrado y
se creó una especialidad de derecho constitucional en ciencia política, a la
que el profesor acudía. Me inscribí allí para hacer el doctorado. Pero tuve que
regresar a México.
AR: Más adelante estuvo en El
Colegio de México, incluso cuando salió de la ONU en los años ochenta.
PML:
Sí, estuve en el Colmex desde que regresé a México; me invitaron Daniel Cosío
Villegas, luego Silvio Zavala y después trabajé con Víctor Urquidi. Cuando yo
dejaba el gobierno y tenía paréntesis, volvía al Colegio.
Me
invitó Urquidi a ser profesor adscrito a la presidencia del Colmex para acudir
a viajes y hacer cursos en el extranjero. En los periodos que no hice política
volví a ser profesor, como en 1978, que para mí fue crucial.
AR: ¿Cómo vinculó esa trayectoria
académica con su carrera política?
PML:
A mí me sirvió mucho. Yo conocía el sistema político, entonces era un magnífico
asesor. El licenciado Echeverría me tenía una gran estimación porque yo tenía
el conocimiento de la historia, de lo que había que hacer y de la necesidad de
la renovación del lenguaje político de la revolución.
Claro
que mis conocimientos académicos me fueron utilísimos en la política.
AR: Usted destaca mucho a Mario de
la Cueva.
PML:
Fue mi mentor.
AR: ¿Cómo ayudaron a formar a los
políticos él o Jaime Torres Bodet, por ejemplo?
PML:
Eran muy distintos. Don Mario era un gran maestro, creador y promotor de
generaciones. Él fomentó la revista Medio
Siglo, que pagó la Facultad. La hicieron él junto a un grupo de estudiantes
después de un concurso de oratoria, y de allí hizo la directiva de la revista y
luego los círculos concéntricos que se generaron con los nombres que ya te he
dicho.
De
la Cueva era maestro de tiempo completo. Nos invitaba a su casa, nos enseñaba
música sinfónica en los aparatos de entonces y hasta a hacer martinis. Le
gustaba todo lo que es el magisterio.
AR: ¿Torres Bodet?
PML:
Era otra cosa: un gran poeta, desde luego, y también un gran funcionario. Le
encantaba la precisión; no era el maestro que se da, sino el hombre que piensa,
que transmite, a través de discursos, grandes lecciones civiles. Él me invitó
porque me había conocido en París y habíamos discutido la reforma educativa con
el embajador. Acudí a ciertas reuniones con él y empezamos a platicar; me tomó
mucho aprecio, y sobre todo le gustaba platicar conmigo sobre las reformas de
la universidad francesa del 56.
Cuando
vine a México él se enteró y dijo: “Lo voy a meter en educación superior para
que le pongamos aire a esto (con muchas dificultades porque la UNAM era muy
pesada en la época del doctor Ignacio Chávez y no querían mayores reformas). Yo
era partidario de un año de propedéutico, como lo habíamos ganado en la
Asociación Nacional de Universidades, pero la decisión final vino en contra
nuestra.
AR: ¿Y su relación con Daniel Cosío
Villegas?
PML:
Fue fantástica. Un día un amigo mío, Arturo González Cosío, lo invitó a dar una
conferencia donde él trabajaba (creo que en Carros de Ferrocarril, en Ciudad
Sahagún), y nos fuimos en un Renault. Íbamos platicando en el camino, y yo
había leído en Francia un gran libro de Cosío Villegas, La Constitución de 1857 y sus críticos, y nos quedamos a discutir
el tema del presidencialismo mexicano. Y de allí pa’l real: me invitó a comer,
volvimos a platicar, etcétera. Como funcionario me tocó dar el decreto de
escuela libre universitaria al Colmex y discutimos mucho los planes de estudio.
Tuve con él una relación muy estrecha, muy afectuosa.
Fui
intermediario entre él y Echeverría; organizamos reuniones en su casa, y de
allí salió la segunda serie de la Historia
Moderna de México, y fui el representante del fideicomiso.
AR: Me llamó la atención que usted
participó en la elaboración de varios planes de estudio. ¿Cuáles fueron sus
principales ideas de reforma del sistema de educación?
PML:
El tema era la rigidez del sistema universitario de México que había en la UNAM
y el Poli; entonces se tenían los planes de estudio de la una o del otro (la Universidad
Iberoamericana puso los de la UNAM, por ejemplo). Había que darle vida:
innovación educativa siempre ha sido mi lema. Publiqué un pequeño estudio en México: 50 años de revolución sobre la
historia de la educación superior en el país, y descubrí que, como presidente, Emilio
Portes Gil había tenido un decreto de escuelas libres universitarias, para que en
la Secretaría de Educación nada más revisaran los planes y les dieran libertad.
Sobre esa base le dimos el decreto al Colmex y al ITAM para generar otros
planes de estudio con competencia e innovación educativas.
Si
la educación se rigidiza, se va a pique.
AR: Torres Bodet tuvo una
influencia más allá de la educación: participo, por ejemplo, en la redacción del
texto del artículo tercero constitucional donde se da la definición de
democracia.
PML:
Él lo hizo; está en sus Memorias,
donde cuenta cómo el presidente Manuel Ávila Camacho, para superar la educación
socialista con el texto de Narciso Bassols (no el de Cárdenas, quien nunca
habló de educación socialista), quien lo había hecho como secretario de Educación
de Abelardo Rodríguez en 1933. Había que darle otro giro sin romper principios
fundamentales, en aras de conversaciones con la Iglesia (que traicionó a Torres
Bodet, por cierto, porque sacó un manifiesto contra él a pesar de lo que había
negociado con ella y con los líderes de la izquierda: con el propio Bassols y con
Lombardo Toledano, quien fue el autor de la frase “Toda la educación que el
Estado imparta será gratuita”, que luego modificó Zedillo).
AR: En el libro usted reivindica la
educación socialista…
PML: No
hubo educación socialista, al contrario. Mis padres eran maestros, y yo veía
los libros; nunca aterrizaron en el aula porque eran muy rígidos, muy
dogmáticos. Por ejemplo, recuerdo un capítulo sobre el modernismo en
literatura, y entonces eran la United Fruit y el modernismo, un asunto marxistoide,
ni siquiera marxista.
Lo
que hubo fue una educación nacionalista y con sentido social, pero no
socialista. Fue lo mejor de la Revolución mexicana.
AR: Hablando del nacionalismo:
usted menciona en el libro que si hay algún valor que usted ha reivindicado y
ha permanecido en usted es ése, muy vinculado con Latinoamérica y con el
tercermundismo. ¿Cómo se ha vinculado al nacionalismo con el autoritarismo y la
democracia?
PML:
Hablo de un nacionalismo democrático, pero también ha sido un gran pretexto de
las dictaduras, de la derecha; por ejemplo, el nacionalsocialismo, el fascismo
de Mussolini, Stalin y los regímenes posrevolucionarios, que eran muy
nacionalistas pero muy duros hacia adentro. Eso cambia con la historia, y los
países tienen que abrirse. No hablo del neoliberalismo ni de la globalización,
sino de los derechos humanos. Todo ese tránsito me tocó en Naciones Unidas:
¿cómo abrimos a México a la crítica internacional? El nacionalismo de los
países pobres no tiene por qué ser autoritario sino libertario.
AR: Usted dice que la historia
mexicana tiene dos vertientes fundamentales: las culturas autoritaria y libertaria.
¿Ésta ha predominado alguna vez?
PML:
México ha tenido muy pocos momentos en que ha ganado la cultura libertaria. Un
investigador acaba de escribir en un ensayo que México ha tenido solamente tres
momentos de democracia: de 1867, que es la restauración de la República, a
1872, cuando es la muerte de Benito Juárez; de 1910, con el triunfo de Francisco
I. Madero, hasta el golpe de Estado de Victoriano Huerta, que son tres años, y
luego de 1997 a 2002, que es cuando le quitamos el poder al Ejecutivo, tomamos
la Cámara de Diputados, hicimos una vía electoral limpia; cuando logramos la
autonomía de la Ciudad de México y la alternancia en el poder. Pero entonces
eso lo echó por la borda el papanatas de Vicente Fox, un tipo primitivo,
aldeano, concupiscente.
AR: En su análisis del sistema
político mexicano me llamó la atención que usted se remonta a la época
precolombina para explicar algunos fenómenos…
PML:
Era mi curso. Di varios, también en la Escuela Normal Superior, que era
Instituciones políticas de México, y se me ocurrió darla desde las
civilizaciones indígenas. Luego, cuando fui al Colmex, dije: “Pues la voy a dar
igual”.
Yo
analizaba primero la civilización mesoamericana brevemente, para saber si había
Estado o no, y el nivel de desarrollo de los aztecas, mayas y olmecas. Luego
entraba al análisis de las instituciones de la Colonia, que son definitorias
para la historia de México: Hernán Cortés todavía vive —si dicen que Zapata aún
vive, pues él también.
Entonces
examinaba cómo se formaron las instituciones de la Colonia porque el virreinato
es el antecedente inescapable del presidencialismo mexicano. En el siglo XVI,
en los 30 primeros años, en el régimen de los Austrias se configuran los
grandes valores y tendencias del sistema político mexicano.
Lo
libertario ha roto con estructuras, pero se han vuelto a imponer: Juárez
terminó con algunas, pero llegó Porfirio Díaz; la revolución terminó con otras,
pero llegaron el régimen posrevolucionario y el PRI. Siempre volvemos a las
andadas.
Recientemente,
¿qué nos ha pasado? Fox hizo un fraude brutal, más que los de los presidentes
del PRI: impuso a Calderón y luego, con maniobras increíbles que ahora están a
la luz pública, como Odebrecht, se financió la campaña de Enrique Peña Nieto, un
presidente ilegítimo. ¿Y ahora cómo remontamos esto? Es el tema de las
elecciones de 2015 en el Estado de México y Coahuila. Este 2018 es el año
crucial para la historia de México: recuperamos la democracia o el país se
puede descarrilar.
AR: Usted habla de que hay un
sedimento autoritario de la historia del país. ¿Cuál es su principal
manifestación hoy?
PML:
Una que nace con el caudillismo, como lo dice Luis Cabrera en las “Causas de la
Revolución mexicana”, su famoso ensayo. Él habla del caudillismo, del peonismo,
del fabriquismo, del financismo internacional, de todos los factores de poder,
lo que ahora llamamos “poderes fácticos” y que están sobre las instituciones.
El
gobierno de México administra una red de intereses que son superiores a él, y
es la fachada de ella.
AR: Hay una parte donde usted
comenta lo siguiente: “Ahora me doy cuenta de la parte negra del sistema en el
que participé, y lo voy a decir: hicimos muchas cosas por el país pero le
hicimos un daño enorme que fue la castración política”.
PML:
Ella es el presidencialismo, y yo estoy a favor del parlamentarismo, que, como
todo mundo sabe, creo que va a ser muy difícil instaurar en México. El primero es,
como se ha vivido en México, un régimen esencialmente autoritario. Yo estoy por
el segundo, que permite repartir las responsabilidades; pero con los partidos
políticos que tenemos, ¿cómo pasar al parlamentarismo? Son cuestiones que no
están resueltas aunque están planteadas.
AR: ¿Cómo fue el presidencialismo
mexicano?
PML:
Son muy distintos. Hay que distinguir por periodos históricos: de la
Constitución de 1824 a la de 1857 no hubo presidencialismo sino el país de un
solo hombre: Santa Anna, que fue un vector que tuvo que ver con los hacendados,
los militares y la Iglesia. Fue un personaje que se movió en todos los planos
en un país desarticulado y eso lo hizo el factótum hasta la revolución de
Ayutla de Juan Álvarez, que condujo a la Constitución de 1857. Ésta no pudo
entrar en vigor y generó dos guerras: la de Tres Años y luego la de
intervención extranjera, y no lo pudo hacer.
Y
es que un asunto es hacer constituciones y otra hacerlas cumplir, lo que
también ocurrió con la de 1917: Álvaro Obregón tuvo que dar marcha atrás con las
compañías mineras en los Tratados de Bucareli, que después Cárdenas revirtió. La
del país es una historia muy dramática la del país.
AR: ¿Después que pasó con la
institucionalización del presidencialismo?
PML:
El México posrevolucionario diseñado por Cárdenas inició un ciclo histórico con
Ávila Camacho, que es la transición, y luego con Miguel Alemán, elegido como el
cachorro de los dos anteriores. Pero éste se fue muy del otro lado y se abrió
otro ciclo con Adolfo Ruiz Cortines, que ya es el tercer periodo
posrevolucionario (el primero fue diseñado por Obregón, el segundo por Cárdenas
y el tercero por él), hasta que vinieron el 68, Tlatelolco, y la apertura del
sistema. Así como Ávila Camacho es un periodo gozne, José López Portillo lo fue
también: fue un presidente con formación académica, con otras características, con
ciertos aspectos tecnocráticos aunque seguía siendo nacionalista. Pero perdió
piso porque no tenía experiencia política; fui su jefe de campaña, fui
secretario de Estado y lo conocí muy bien.
AR: En México ha habido cambios
políticos, especialmente a partir de 1988. ¿Cómo ha cambiado el
presidencialismo mexicano?
PML:
Han perdido poder las instituciones, y han venido siendo una fachada. El
presidencialismo mexicano ya no existe ya, sino una red de intereses con una
máscara de poder (Peña Nieto es definitorio en esto).
AR: Otra parte importante del
sistema lo fue el partido. ¿Cómo le veía usted en sus análisis?
PML:
El partido era una parte del sistema, no el sistema. Éste era administrativo, otro
financiero y la parte del partido. Yo digo que nunca fui militante del PRI sino
funcionario público.
El
día que comenzó su campaña López Portillo nos fuimos en un autobús a Querétaro,
y me dijo: “Porfirio: ¿usted tiene credencial del PRI?”. Le dije que no. “Es
usted presidente del partido”, y le respondí: “Pues me nombró el Presidente de
la República delante de usted. ¿Y usted?”. “Yo tampoco”.
Entonces
ni el jefe de campaña ni el presidente del PRI ni el candidato eran miembros
del PRI porque no eran miembros de esa rama, la que hace alcaldes, regidores,
diputados locales y federales, gobernadores, toda esa línea. Pertenecíamos a
una burocracia ilustrada.
AR: Usted comenta que como
presidente del PRI intentó hacer algunas reformas democráticas.
PML:
Allí están los libros que tengo. Hicimos una comisión para democratizar el
partido, de la que Rodolfo González Guevara fue el secretario, y él estaba por
la afiliación individual. El primer problema del PRI era el corporativismo, y
sigue siéndolo. No hay afiliación individual, es mentira; los sectores no la quieren:
la CTM quiere contar con su aparato y dice que tiene cinco millones de miembros,
aunque tenga dos, y la CNC dice que tiene 10 millones aunque tenga cuatro, y la
CNOP dice que tiene cuatro millones aunque tenga uno.
La
influencia de los sectores ha venido disminuyendo pero no ha desaparecido.
AR: ¿Cómo ha cambiado el partido en
las últimas décadas?
PML:
El partido se sometió completamente al sistema a partir de que se traicionó a
sí mismo. Esto fue a partir de Miguel de la Madrid, y de allí vino la Corriente
Democrática. Él hizo del partido una cosa de nada: nombró a su compañero de
escuela Adolfo Lugo Verduzco, que era experto en derecho mercantil, como
presidente del PRI, ¡por favor! Y trató al partido como si fuera su empleado, y
entonces nosotros reaccionamos en nombre de las viejas tradiciones del partido,
del cardenismo, etcétera.
AR: Después menciona a Jorge de la
Vega Domínguez como dialoguista.
PML:
Él venía del sistema, e incluso, en la época del 68 fue nombrado para el
diálogo. Es un hombre de diálogo, cordial, pero del sistema, y él no pudo más.
Sabía que teníamos la razón, pero lo vencía el Presidente de la República. Eso
está contado en las memorias de De la Madrid. Llegamos a un momento de impasse con De la Vega; le dije: “Pídele
nuevas instrucciones a De la Madrid, dile que estamos pensando en esto”; me
respondió: “No quiere cambiar”. “Entonces consíguenos una audiencia con él”. Narra
De la Madrid cómo Cuauhtémoc lo fue a ver y yo después también —porque nos
quiso ver por separado—, y no accedió. No quería que hiciéramos una corriente
dentro del PRI ni tampoco que le quitáramos el derecho al dedazo. Además sabía
que criticábamos acerbamente su política económica.
AR: Usted habla de que hubo un
rompimiento de los equilibrios en el PRI, de cómo Miguel de la Madrid y una camarilla
financiera, el grupo de la Secretaría de Hacienda, se apoderó de los cargos
públicos. ¿Cómo afectó esto al PRI?
PML:
Él lo fue cambiando e implantó la tecnocracia; ante había un equilibrio que
describo en el libro. El banquero Rodrigo Gómez era muy amigo del doctor
Morones Prieto porque nacieron en Linares, Nuevo León, el mismo año; iba a
jugar dominó con él cuando pasaba a París, y un día jugué con ellos y le
pregunté: “¿Cómo convivían los financieros con la Revolución?”. Me dijo: “La
Revolución respetaba a los financieros para no tener problemas, y nosotros la respetábamos.
Sabíamos que éramos un brazo de ella”. Pero se quedaron con el poder.
Fue
un error histórico de López Portillo, que me lo reconoció cuando nos veíamos
muchos años después. Un día me dijo: “Porfirio, mi gran error fue haberlo
sacado de Educación”. Días después, con su familia, me comentó: “Mi error fue
no haberlo hecho presidente de México. Le entregué el poder a la reacción”. Le
respondí: “Yo se lo quise decir, pero usted nunca me entendió”.
AR: ¿Cuál fue la influencia de los
grupos financieros en el PRI? Usted habla de ellos desde la época de Antonio Ortiz
Mena.
PML:
Tenían su papel. Ortiz Mena los controlaba de buena manera en nombre del
equilibrio; después Echeverría acabó con el desarrollo estabilizador, y tenía
diálogo con el sector financiero, que eran los banqueros, aunque tuvo más
problemas con el Grupo Monterrey.
Fui
presidente de la Comisión Nacional Tripartita y yo tenía a los banqueros (a
Espinosa Iglesias, a Legorreta) sentados allí, y dialogábamos. Lo que pasó es
que se vinieron las crisis económicas y ellos tomaron gran poder. Fueron
imprevisiones del gobierno las devaluaciones del 76 y del 82, una política
económica equivocada y le dieron poder a los financieros. Se desesperó López
Portillo y nacionalizó la banca, que luego De la Madrid la regresó no a sus
legítimos dueños sino a los inversores extranjeros.
Luego
Zedillo, con el Fobaproa, le pagó todas las deudas a los banqueros para que
vendieran a los extranjeros.
AR: En el libro dice que usted tuvo
tres orientaciones en la vida pública: la de insertarse en el sistema para
cambiarlo desde adentro…
PML:
Que es lo que hicimos, que es lo de López Mateos cuando, con motivo de la
Revolución cubana, habló de extrema izquierda dentro de la Constitución. Yo
entré con un grupo de jóvenes, y la generación se dividió en dos: fueron la
revista El Espectador y el Movimiento
de Liberación Nacional, y los que entramos al gobierno para crear la izquierda
dentro del gobierno, el ala progresista. Estaban Alejandro Carrillo Marcor, Emilio
Uranga, Enrique Ramírez y Ramírez…
AR: ¿Qué pudo usted cambiar del
sistema?
PML:
Era una carrera por dentro que desembocaba en la Presidencia de la República;
al no llegar a ésta pues no cambió el sistema. Transformé cosas: el sistema
laboral, hicimos los salarios más altos de la historia de México… Si cambié
muchas cosas en mi esfera de competencia: el discurso de la Revolución (con
Echeverría fui el jefe del equipo de asesores del Presidente y cambiamos por el
discurso tercermundista), por ejemplo.
Pero
al no llegar a la Presidencia no cambié el sistema.
AR: ¿Cuál fue el legado ideológico
que le dejó la Revolución mexicana?
PML:
Siendo un estudiante de Derecho en la Preparatoria 4 me dieron un seminario de
Revolución mexicana, y luego en Toulouse, en Francia, lo di de nuevo para que
los estudiantes de Letras pudieran explicar la novela de la Revolución. Entonces
yo me metí a estudiarla muy a fondo. Soy un admirador de los hermanos Flores
Magón, conozco a los precursores, la obra de Andrés Molina Enríquez, etcétera.
AR: ¿Cómo define el progresismo?
PML:
La lucha por la justicia social. Pero no la dan: imagínese estos gobiernos, de
salarios infames. Alfonso Navarrete Prida, quien pasa a ser secretario de
Gobernación, ¿que hizo de la Secretaría del Trabajo? Una oficina del Banco de
México, y no sube los salarios porque éste no quiere. Entonces son esclavos de
la tecnocracia.
AR: La segunda vertiente de su
actividad es la carrera internacional. ¿Cuál es su evaluación de ella?
PML:
Yo desde joven tenía la visión internacional porque había estudiado en el
extranjero. Luego me conecté con grandes personalidades de la socialdemocracia:
tuve relación con Willy Brandt, Olof Palme, François Miterrand, Bruno Kreisky,
Felipe González y, desde luego, con Enrique Tierno Galván.
Me
inserté en la Internacional Socialista, que era la socialdemocracia a la que yo
aspiraba y que tenía su equivalente en México. Luego se pudrió con el PRI, se
abarató y se volvió una frase nada más.
Yo
tuve una vocación internacional en todos los cargos que ocupé: cuando fui
secretario del Trabajo luché y fui presidente de la Organización Internacional
del Trabajo, y conocí a grandes personalidades.
Mi
salida natural tras los cargos políticos en México era irme al servicio
exterior; yo no había aceptado una embajada porque era una salida lateral. Pero
cuando entró Jorge Castañeda padre en la Secretaría de Relaciones Exteriores me
lo encontré en Washington, y me dijo: “¿Quieres entrar”, y le dije que sí. “Déjame
hablar con el presidente”. López Portillo me dio Naciones Unidas, y allí los
paré de cabeza: fueron seis años haciendo todas las travesuras del mundo. Fui
presidente del Consejo de Seguridad, participé en negociaciones muy
importantes, relancé el orden económico internacional, fui presidente del Grupo
de los 77, etcétera.
AR: También participó en, por
ejemplo, la Carta de los Deberes y Derecho Económicos de los Estados.
PML:
Eso fue una frase de un discurso. Echeverría me pidió que preparara uno, para
lo cual hicimos reuniones en Oaxtepec con los subsecretarios de Hacienda y de
Industria y Comercio, Gustavo Petricioli y Eliseo Mendoza, respectivamente, para
no estar contra ellos y tener una posición común del gobierno. Entonces hicimos
una lista de demandas que íbamos a presentar en la ONU en Santiago de Chile, y
el discurso no tenía un final.
Se
me ocurrió decir, como una frase, como una idea general, que todas esas
demandas podrían integrar una carta de derechos y deberes económicos de los
Estados. La vio Salvador Allende y le dijo a Echeverría: “Yo voy a promover
esta idea”, y lo hizo Chile procesalmente. Entonces me dijo Echeverría: “Ve a
hablar con el presidente Allende porque quiere promoverla y explíquele de qué
se trata”. Le dije: “Pues trata de nada; se trata de una frase, y la podemos
convertir en un documento internacional”.
Hablé
con Allende; Echeverría me dejó un mes en Santiago de Chile, en contacto
directamente con Clodomiro Almeyda, y sacamos lo de la carta. Pero fue como una
idea; de allí pasó a Ginebra, donde comenzaron a trabajar un documento, y luego
pasó a Naciones Unidas. Pero lo generó la sociedad internacional; lo que
hicimos nada más fue presentar la idea. La carta no es obra nuestra sino de la
comunidad internacional.
AR: En el libro menciona a varias
de las personalidades internacionales que usted conoció. ¿Cuáles fueron los
tres que más le impresionaron?
PML:
Fidel Castro era un tipo excepcional, y es obvio: fue el tipo más grande de
América Latina en la segunda mitad del siglo XX, el más influyente, lo que es
innegable.
De
los europeos, el más impresionante era Willy Brandt: tenía firmeza, claridad de
ideas y una gran sencillez como hijo de obreros, como exiliado en Noruega. Un
hombre simple, de gran autoridad, que decía las cosas con una gran calma, que
pensaba y daba tres o cuatro frases muy orientadoras. Un hombre de enorme
visión de futuro.
El
más salidor era François Miterrand, un hombre extremadamente brillante. Tuve
una gran relación personal con él. Inteligencia, tremenda inteligencia y un
sentido monárquico de la vida. Era socialista monárquico (en el sentido de los
franceses, y ellos, aun los republicanos, son monárquicos, aunque guillotinaron
a sus reyes).
AR: La tercera vertiente: ser el
fundador de un movimiento de oposición, lo que ejemplifica con Vicente Lombardo
Toledano. ¿Cómo le fue como político opositor?
PML:
Esa es la parte que no está en este libro. Logramos lo que pudimos. Al no ganar
en 1988 fue una reversión; pero luego, gracias al movimiento zapatista y a la
crisis de 1994, replanteamos al gobierno la reforma electoral y logramos un
primer órgano electoral autónomo aún con participación del gobierno. Después vino
la negociación de 1996 con Zedillo; para llevarla en paz, negocié con él, antes
de que asumiera el poder, que haríamos una gran reforma electoral. Fue el
segundo momento de democracia en México.
AR: En el libro comenta que en sus
cursos destacaba que cuando se alcanzara el paso evolutivo a la transmisión del
poder por la vía democrática, ese día cambiaría la historia de México…
PML:
Y no cambió. Yo siempre dije a mis alumnos que el gran libro de historia de
México es Evolución política del pueblo
mexicano, de Justo Sierra, publicado en 1910, donde él dice que nunca ha
cambiado el poder de un bando a otro por la vía pacífica. Desde que Vicente
Guerrero le ganó las elecciones a Gómez Pedraza en 1828 siempre ha habido
fraude electoral. Eso dice él, y si hasta 1910 no había habido transmisión
democrática del poder, pues hasta 1988 tampoco hubo. Había sido el régimen de
la Revolución con diferentes disfraces, caras y orientaciones.
Entonces
yo estoy juntando los dos tiempos, y México no ha cambiado. Pero el día que
cambie el poder por la vía pacífica se hace la democracia.
Por
eso el gran fracaso de la historia de México se llama Vicente Fox: fue un
momento dramático echado a perder por él, un hombre sin ninguna formación (el
“alto vacío”, como le llamaba yo en Guanajuato).
Ahora
estamos frente a una elección definitoria: si hay fraude electoral, no sé qué
pueda pasar en México; si hay elecciones libres, hay una posibilidad de
componer al país.
AR: Para finalizar: en una parte
del libro dice usted que de niño, leyendo libros de historia, definió su vida
como estar en esos libros. Dice que usted no ha aspirado al poder ni a la
riqueza sino a la historia…
PML:
Sí he apostado al poder, a la riqueza no…
AR: ¿Cómo ve su propia figura en la
historia?
PML:
A mí lo que más me importa es que yo no he robado jamás ningún centavo ni he
dejado robar. Creo que se puede controlar la corrupción porque yo, en todo
cargo público que he tenido, la he impedido, en monstruos como la Secretaría de
Educación. Si he salido de ellos es por combatir la corrupción.
No
tengo dinero sino mi casa, y se acabó.
Tengo
60 años de vida pública, y no me he hecho rico. No ha sido mi objetivo. No he
hecho un solo negocio ni directo ni indirecto, ni mi familia ha estado metida
en negocios. Mi principal capital es no tener capital. Ese es el fondo.
En
lo demás he sido congruente. Ese es mi legado.
*Entrevista publicada en etcétera, núm. 208, marzo de 2018.
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