miércoles, julio 11, 2007

Agravios contra la democracia mexicana. Entrevista con Alejandra Lajous




Agravios contra la democracia mexicana
Entrevista con Alejandra Lajous

Ariel Ruiz Mondragón

El proceso electoral federal realizado hace un año en México levantó pasiones, generó filias y fobias políticas y sociales cuyo enfrentamiento terminó por dividir a buena parte de la sociedad mexicana y por lesionar a nuestra de por sí inmadura democracia con consecuencias que todavía no acabamos de apreciar.

Sobre las elecciones presidenciales de 2006 ya han aparecido diversos libros que presentan los puntos de vista de muchos de los actores y observadores (militantes muchos de ellos) de aquellos comicios, en los que muchas veces se ha renunciado, a veces hasta declaradamente, a la objetividad.

Justamente uno de los intentos por hacer un recuento crónico y lo más objetivo posible de aquellos días del conflicto poselectoral lo es el libro que Alejandra Lajous escribió, con la colaboración de Santiago Portilla, titulado Confrontación de agravios. La postelección de 2006 (México, Océano, 2007), en el que se narra lo ocurrido en los duros días que van de la noche del 2 de julio al 1 de diciembre de 2006, cuando la República pareció estar en vilo.

Con la autora conversamos acerca de los siguientes temas: las razones de su escritura, los problemas de la historia inmediata, la temporalidad de su libro, la cultura de la desconfianza en la elección, los agravios contra la Coalición por el Bien de Todos, el papel de los medios en el conflicto postelectoral y la comportamiento de la sociedad ante el plantón de Reforma.

Lajous es historiadora, autora de seis libros. Fue investigadora en el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, fue cronista de la Presidencia de la República entre 1982 y 1990, y fue directora de Canal 11. Actualmente es productora del programa Entre tres, que se transmite por Canal 13 de Televisión Azteca.


Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir un libro como el suyo?

Alejandra Lajous (AL): Bueno, mire, para mí el proceso postelectoral fue tan dramático, estuvo tan lleno de información contradictoria (porque la información la emitían bandos que estaban enfrentados, con posiciones diametralmente opuestas) que el ciudadano oía una cosa y luego oía exactamente lo contrario; unos le decía “esto es fraude” y el otro le decía “esto no es fraude”.

Este bombardeo de información contradictoria hace muy difícil que finalmente el ciudadano se pueda formar una opinión razonada; su opinión en ese instante era, fue emotiva: por quien había votado, por quien sentía simpatía, por lo que le latía (vamos a decir así). No lo podía razonar.

Creo que ha pasado el tiempo suficiente para que los ciudadanos nos demos el tiempo de ver esta película despacio, a nuestro ritmo; leerla de una manera ordenada, los hechos cronológicos, presentados y documentados, leer a lo mejor discursos importantes que en ese momento la gente no leyó al calor de las emociones porque odiaba a López Obrador o lo quería tanto que en sí ya no logró escuchar lo que le estaba diciendo.

Creo que el repasar estas cosas en otro ritmo, en uno que permite la reflexión, es útil para nosotros como ciudadanos porque el proceso postelectoral ya terminó, pero los conflictos que en él afloraron, no. Los agravios no surgen ni desaparecen de un día para otro, como lo saben los individuos o las parejas, o quién sea; allí están los agravios y no han desaparecido. A lo mejor en este instante no están en confrontación, pero allí están.

Entonces creo que todos debemos hacer un esfuerzo tranquilo, sereno, razonado por repasar los hechos, y tener una opinión no solamente emotiva, sino también racional de qué pasó.

AR: Usted es de profesión historiadora; además ha dedicado buena parte de su obra a hacer la crónica de sucesos muy actuales: fue cronista de la presidencia entre 1982-1990, y sobre el sexenio de Fox lleva tres libros.

Sobre estas crónicas, que algunos llamarían “historia inmediata”, quiero preguntarle: ¿qué diferencias y dificultades presenta el historiar sucesos muy cercanos a quien relata?

AL: Presenta un problema e inclusive un riesgo, porque uno narra, trata de reconstruir un ambiente, de narrar una historia sobre personajes que están todos vivos, y sobre circunstancias que todos conocimos. Entonces el cronista, al tratar de recrear un ambiente, usted o cualquiera como lector puede decir “no es cierto, esto no fue así, yo lo viví de otra manera”; y si uno hiciera alguna afirmación de algunos de los actores que no tuviera un fundamento adecuado, éste podría reclamar como recientemente hemos visto que ha ocurrido.

Entonces el trabajo del cronista es un trabajo enormemente divertido porque estamos viviendo una cosa; pero una cosa es vivirla y otra es recrearla por escrito, con pincelazos, como una acuarela en que uno da los colores, la profundidad, las perspectiva, pero con el fin del historiador de ordenar la información de manera que el lector la pueda seguir en un orden cronológico secuencial que se la haga más accesible.

Finalmente, he encontrado mucho, sobre todo ahora que me entrevistan, la pregunta de por qué no di una opinión más arriesgada, por qué no me comprometí más claramente con alguna de las partes (aunque claro que en el historiador siempre se trasluce algún tipo de compromiso). Yo siento que no es la función del historiador; estamos llenos en México de opinionólogos, de gente que hace críticas dramáticas o defienden fanáticamente a alguien. A lo que no estamos acostumbrados es a trabajos que con seriedad, con cuidado, con moderación presente los hechos. Esto es lo que hace, en mi opinión, un cronista.

En ese sentido, los libros que yo he escrito se distinguen de los otros en que no son partidistas, no tienen por objeto convencerlo a usted de una u otra versión. Su principal objeto es recrear el momento y asentar con claridad las versiones encontradas.

Creo que es muy interesante la función del cronista; muchas veces se llaman cronistas personas que relatan el presente pero lo hacen con demasiada pasión partidista, con demasiado interés de convencer de algo al lector.

Creo que el cronista formado como historiador trata de respetar que el todo no se entiende sin el conjunto de las partes. Si nosotros queremos darle toda la razón a uno de los dos grupos, en realidad el conjunto pierde sentido, porque cuando uno hablaba, el otro le respondía, y así fue creciendo la crispación social; no podemos recrearla si no vamos dando a entender cómo se hablaban y cómo se contestaban.

Allí no es un problema de tomar partido, sino de tratar de ajustarse, lo más posible, a aquello que fue representativo. Puesto que un texto no puede ser exhaustivo, por lo menos escoger lo verdaderamente representativo.

La labor es compleja porque hay que recrear, hay que ser selectivo y hay que tratar de ser equilibrado.

AR: Su relato comienza propiamente la noche del dos de julio y concluye con la toma de posesión de Felipe Calderón. ¿Por qué escogió ese período? ¿Por qué no hacer un relato más extenso de la elección, tomando en cuenta que muchos de los agravios a que se refiere el libro se explican por el desarrollo del proceso electoral? Ejemplifico: la Coalición por el Bien de Todos, en su demanda de nulidad abstracta, reclamaba una gran cantidad de hechos que se habían dado antes de la jornada electoral: la intervención del presidente, la desviación de recursos de programas sociales, el entrometimiento empresarial en contra de un candidato, etcétera.

AL: Escogí este periodo porque hay veces que hay que acotar las cosas para sacarlas en un tiempo determinado. De hecho sí pienso escribir sobre ese proceso electoral y sí creo que en este libro se hacen las suficientes referencias para entender que el agravio de los perredistas y de los priístas se fundaba en el proceso electoral. Los primeros se quedaron en una absoluta desconfianza frente al gobierno desde el proceso de desafuero, sobre el que ya escribí todo un libro, y no nada más lo que pasó en las elecciones.

En las elecciones mismas los priístas sintieron que el presidente Fox usó su poder no solamente de una manera natural para apoyar a su candidato haciendo discursos a favor, o inclusive hasta repartiendo despensas o cosas así en lugares donde podía haber más votos para el PAN, sino que directamente hizo uso faccioso de su poder. Por ejemplo, usted recordará el caso de Jalisco, donde al candidato del PRI Arturo Zamora le sacan una serie de supuestos ilícitos, y tres días antes de la elección le dicen que los disculpe, que no son ciertas las acusaciones; pero para entonces ya se había acabado la campaña, y a la mejor eso fue lo que le dio el triunfo finalmente a Acción Nacional, porque Zamora iba arriba.

Usted recordará también como algo muy sorprendente, y que nunca se terminó de aclarar: cómo obtuvo Roberto Campa Cifrián la declaración patrimonial de Roberto Madrazo. Buena parte de la prensa dijo que se la había dado la Secretaría de Hacienda; no lo quiero decir como algo que yo sepa ni mucho menos, pero sí recojo esta percepción que dentro del PRI hay, de que el presidente Fox actuó de una manera facciosa, y que fue más allá de las tradicionales usanzas priístas de dar apoyos y regalos económicos a los posible votantes.

Entonces sí creo que queda mencionado lo que usted señala en sus diferentes momentos; no está desarrollado porque la historia, como le decía, nunca lo abarca todo, porque todo tiene siempre una explicación anterior, y en algún momento tenemos que hacer un corte. En este caso debí limitarme a referencias, y este texto sí asienta que los agravios tanto del PRI como del PRD venían del comportamiento del presidente Fox y su gobierno durante el proceso electoral e incluso antes.

AR: Un aspecto que usted señala es el del factor cultural en la elección. Hay dos partes: la de la sociedad y la del gobierno. Habla de la fragilidad de la cultura política democrática mexicana, acompañada de la cultura de la desconfianza existente, en la que la acusación de fraude electoral podía florecer fácilmente.

Por otra parte, habla del trauma que 1968 significa también para el gobierno, por el que no se atreve en muchos casos a hacer uso de la violencia legítima. ¿Qué tanto incidieron esos factores culturales en el proceso electoral?, ¿qué efectos tienen todos esos prejuicios sobre el desarrollo de la democracia mexicana?

AL: Influyen enormemente. La cultura, que es nuestra forma de ver la vida, de apreciar la realidad, influye de manera dramática en nuestros actos cotidianos, en nuestros actos políticos, en nuestros actos sociales.

Es realmente sorprendente que hoy en día 30 por ciento de los mexicanos estén convencidos de que hubo fraude, cuando prácticamente todos vimos que en las casillas había orden, había representación de partidos y que eran ciudadanos insaculados los que estaban realizando el proceso electoral, y que hace muy difícil pensar que se dio ese fraude masivo, muy difícil pensar que, si se dio, hubiera alguien que, por dinero, interés o arrepentimiento, hubiera dicho “fui convocado a ser parte de este fraude, y me pidieron que hiciera esto, aquello y lo de más allá.” Eso no ha aparecido y sin embargo 30 por ciento de la gente está convencida que hay fraude.

Esto nos demuestra lo que le decía yo a usted: nuestro juicio de las elecciones, como de otras gentes, no es racional sino emotivo. Allí, más que lo que vieron, es la historia la que pesa, donde sí ha habido muchas fallas como la falta de transparencia en los actos políticos a través de los años, y que pesa más en la gente que lo que sus propios ojos ven.

Entonces sí es una cosa dramática. Sí creo que tenemos que trabajar sobre ello, y que no basta con la reforma electoral de que se está hablando y que es urgente, sino que tenemos que hablar más de qué necesitamos para creerle a nuestros ojos y a nuestro sentido común, porque, como en aquella frase que usó Santiago Creel, todo el mundo está dado al “sospechosismo.”

AR: En la parte del libro previa a los conteos distritales el miércoles siguiente a la elección, usted escribe que faltaba saber si el resultado oficial sería reconocido por todos los contendientes; si así ocurriera la democracia mexicana saldría fortalecida, pero que si no sucedía así saldría debilitada. Si lo pusiéramos más allá del conteo distrital, hasta la toma de posesión del nuevo presidente de la República, ¿usted considera que tras ese proceso la democracia mexicana se fortaleció o se debilitó?

AL: Me referí al proceso distrital porque desde allí López Obrador dijo que no era cierto el resultado y desconoció eso; luego ya vino en consecuencia todo lo de más. Ese fue el momento en el que había que definir si se creía o no en el Instituto Federal Electoral, y claramente López Obrador y los perredistas no creyeron en él, y se vino en bola de nieve lo que siguió.

Sí creo que debilitó esta elección en la medida en que 30 por ciento de los mexicanos, lo cual me parece muchísimo muy doloroso, piense que la elección fue un fraude, y que tenemos como presidente constitucional a alguien que no debería serlo. Esto es muy grave, algo de lo que no podemos decir “no importa”. Al contrario, sí importa.

Tal vez el cuestionamiento sería: ¿debilita o exhibió la debilidad? No sé si eso provocó la debilidad o exhibió una debilidad que existe y que es que la gente no cree en las instituciones sino en sus líderes. Y aquellos que de verdad creían en López Obrador por la razón que fuera, pues le creyeron a ciegas, a pie juntillas que había habido fraude.

Usted habla con algunas personas y les pregunta que por qué creen que hubo fraude y responde: “pues es que a mí me late que sí hubo fraude.” Frente a esos argumentos no hay nada qué hacer.

AR: Creo que buena parte de los agravios descritos en el libro ponen el acento en los cometidos por López Obrador. ¿Del otro lado cuáles fueron los principales agravios que podrían haber reclamado la Coalición por el Bien de Todos y su candidato?

AL: Creo que los agravios del ámbito de López Obrador son esencialmente de tipo histórico y social. Son la desesperación, el resentimiento que genera en mucha gente que nuestro país no haya crecido en 30 años, y que las gentes no tengan oportunidades para vivir.

Además de eso López Obrador se manifiesta resentido, al igual que sus partidarios, por las acciones del gobierno de Vicente Fox, que trató de desaforarlo y que luego le mete mucho peso a lo que aquel llama la “guerra sucia” (una palabra totalmente exagerada para referirse a la campaña publicitaria negativa, porque la “guerra sucia” fue una cosa horrible que ocurrió en los años setenta y que implicó muertes, torturas y cosas de las que no estamos hablando ahora). Eso fue una sobreutilización de los términos inconcebible.

Pero el hecho es que López Obrador llama “guerra sucia” al hecho de que el PAN lo haya acusado televisivamente de que era un peligro para México. Pero le voy a decir una cosa, como una gente que ha trabajado muchos años en la televisión y que conoce algo de medios: se puede decir lo que sea, pero lo que importa es si la gente lo cree o no. Si yo salgo en televisión y digo que usted es un peligro para México, la gente me va a voltear a ver como loca y va a decir “qué le pasa a esta señora”.

La pregunta es: ¿por qué esa afirmación sí caló en la mente de muchos? Eso es lo que López Obrador se debería de preguntar, y no nada más por qué lo criticaron de esta manera. Pero en fin, esos son los agravios de ellos.

También creo que están manifestados los agravios, particularmente al final del libro, donde queda claro que los perredistas que tanto están hablando de agravios, no se dan cuenta de que ellos agraviaron al resto de la sociedad por negarse a reconocer el proceso institucional e incluso por poner en peligro las instituciones del país.

Es decir, los que no simpatizaban con López Obrador sí aceptaban que México es un país brutalmente desigual, sí tenemos tremendos problemas por la falta de crecimiento, pero la solución no es la que propone aquel, no es una reforma total y radical del país, sino la corrección de una serie de procesos para que sigamos en una economía estable y creciente.

A esa gente no le puede parecer que alguien ponga en riesgo las instituciones del país y por lo tanto la estabilidad de éste. Les agravia profundamente que quien está descontento que quien no ganó esté en la disposición de poner en riesgo el barco en el que vamos todos. Al final esto llega a su exhibición máxima al intentar evitar la toma de posesión del presidente Calderón.

Los agravios son de los dos lados; por eso es una confrontación de agravios. Es lo mismo el “primero los pobres” que el “primero el empleo”: es el mismo concepto. El problema es el cómo. Pero no se puede hacer rompiendo el orden constitucional: ese no es el cómo, esa no es la forma, eso no se vale. Eso atenta contra mi patrimonio, contra mi seguridad, contra mi futuro, y no hay derecho de atentar contra la situación personal. Es cuando se da esta confrontación de agravios.

AR: Mencionaba usted su experiencia en medios electrónicos. López Obrador y los suyos se quejaron del tratamiento y espacio que los medios dieron a los diferentes candidatos, perjudicándolo a él supuestamente, pese a que hay indicadores que desmienten esa versión. Sin embargo, en la poselección, ¿usted cómo consideraría la conducta de los medios de comunicación respecto al conflicto?

AL: Los grandes medios son los periódicos, la radio y la televisión. Si usted veía La Crónica leía exactamente lo contrario de La Jornada, y ya era decisión de usted comprar uno u otro. Allí están los medios expuestos: creo que los periodistas, con todas las tendencias políticas, tuvieron la oportunidad de expresarse plenamente, y yo no creo que se pueda hablar de que hubo un cerco informativo.

En la radio, por lo menos la que conozco del Distrito Federal, hay una cantidad enorme de estaciones, de conductores que están todo el tiempo entrevistando gente, y allí puede escuchar absolutamente todas las opiniones. Si salía una persona y decía “no es cierto que hubo fraude”, inmediatamente se comunicaban las gentes de López Obrador para decir “sí hubo fraude”. Allí también se daban estos enfrentamientos (pleitos, mejor dicho).

La televisión sí siguió un papel diferente, porque por la naturaleza de industria que es (por ser concesión, cuyos costos de inversión y de operación son titánicos) jugó definitivamente del lado de la defensa de las instituciones.

Es inconcebible para un medio empresarial de esa naturaleza apoyar la disolución de las instituciones y del orden establecido. Aunque informaron sobre las opiniones de López Obrador, evidentemente jugaron a la baja con esa información tratando de ser escuetos, y tratando de atenerse más a lo que decían las instituciones electorales que a lo que decían las facciones involucradas.

Del lado de Felipe Calderón se dijo poco; él se mantuvo en el “gané y obedeceré lo que digan el IFE y el Tribunal Electoral.” No había tanto.

Del lado de López Obrador, lo cubrieron más que escuetamente porque no está en el interés de ninguna organización constituida buscar la disolución de la sociedad.

AR: En esta confrontación de agravios hubo claras responsabilidades de la clase política. Ante ella, ¿cómo se comportó la sociedad?

AL: Primero, sobre los políticos quiero decirle que tienen una actitud lamentable, particularmente Vicente Fox y su gobierno, que tuvieron un papel lamentable, vergonzoso. La forma en que actuaron no ayudó a México; y hasta el Tribunal Electoral se vio en la necesidad de decir que quien puso en mayor riesgo la elección fue Fox. Su comportamiento fue deleznable: provocar conflictos.

Con respecto a la sociedad, me parece (y lo digo sobre todo por los capitalinos) que fue increíble el aguante que tuvimos durante todo el plantón de Reforma. Recorrí en varias ocasiones esa zona para ver con mis propios ojos qué estaba pasando, y no dejaba de ser sorprendente, por ejemplo, que en la Torre Mayor usted veía a los jóvenes ejecutivos llamados “Yuppies” llegar a trabajar caminando entre los grupos de los que estaban allí, y finalmente no había agresiones entre ellos. Tal vez a su interior se detestaban unos con otros, pero no había agresiones.

Hubo como una sensibilidad , una comprensión de parte de la sociedad de que no era por el camino de la violencia por donde había que pasar. Hubo mucha gente que pedía la intervención de la fuerza pública para que desalojaran a los manifestantes, se decía que no había gobierno, etcétera. Creo que fue un gran acierto dejar que las cosas se desgastaran y podría decir que se digirieran.

López Obrador se quedó suficiente tiempo en Zócalo-Reforma para ver que no le convenía, que estaba perdiendo popularidad su causa. Por las gentes que lo sufrieron, sobre todo aquellas que se vieron afectadas en sus negocios o que perdieron su trabajo, fue muy lamentable, pero no se suscitó la violencia. Esto me parece admirable.

Las personas en el resto del país deben admirar a los capitalinos, aunque usted iba de paseo a Campeche y hablaba del plantón, le decían: “¿Cuál plantón?” Ni enterados estaban. Aquí la gente hacía dos horas y media para llegar a su trabajo, y se aguantaba.

Entonces creo que fue admirable su comportamiento.