La sociedad extorsiva
Entrevista con Marco Lara Klahr*
Por Ariel Ruiz Mondragón
Desde que
estalló la “guerra contra el narcotráfico”, los diversos cárteles dedicados al
trasiego de sustancias ilícitas ensancharon sus miras, ampliaron sus mercados y
diversificaron sus actividades no sólo para sobrevivir sino para aumentar su
poder. Entonces uno de sus delitos preferidos pasó a ser la extorsión, que de
mil maneras se expresa en la vida cotidiana de la sociedad mexicana y para la
que existen grandes incentivos.
A ese tipo de
delito Marco Lara Klahr (Distrito Federal, 1962) dedica su libro más reciente, Extorsión y otros círculos del infierno
(México, Grijalbo, 2013), en el que revela y relata las múltiples formas que
adopta ese crimen en nuestro país, en el que se ha convertido en una auténtica,
productiva y nada riesgosa industria.
Replicante tuvo oportunidad de charlar acerca de ese volumen con el autor,
quien es profesor normalista y licenciado en Ciencias de la Comunicación por la
UNAM. Reportero desde hace 32 años, ha colaborado en diversos diarios y
actualmente es miembro del Consejo Consultivo de El Universal; entre otras revistas, ha colaborado en Día Siete, Gatopardo, Etcétera, Replicante, Metapolítica y Readers.
Ha coordinado diversos programas y proyectos, como el de Violencia y Medios de
Comunicación en el Instituto para la Seguridad y la Democracia, la Fundación
Prensa y Democracia y el Programa de Medios y Acceso al Información del
Instituto de Justicia Procesal Penal, además de que es socio fundador de la
Escuela Mexicana de Escritores. En 2000 y 2009 recibió el Premio Nacional de
Periodismo en las categorías de reportaje y transparencia, respectivamente.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué un libro como el tuyo? ¿Cuál es la relevancia del tema de la extorsión?
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué un libro como el tuyo? ¿Cuál es la relevancia del tema de la extorsión?
Marco Lara Klahr (MLK): Yo, desde hace muchos años y como
reportero (que es una de mis principales actividades profesionales) tengo una
agenda periodística temática que he denominado “fenómenos sociales emergentes”.
Algo que a mí me interesa como periodista son fenómenos sociales que tienen
alguna relación directa con la transformación derivada de consecuencias de la
globalización o de cambios estructurales de gran alcance.
Originalmente
yo había pensado hacer un libro sobre algunos aspectos del narcotráfico, pero
pensé que me exponía a tener que utilizar averiguaciones previas o expedientes
judiciales, lo que implicaba volver a la bipolaridad de los periodistas de
descreer de las instituciones y utilizar sus documentos como verdad. Es esa
onda esquizofrénica que tenemos los periodistas en sociedades como la mexicana:
yo descreo de la Procuraduría General de la República, de la calidad de sus
investigaciones, y me consta que no hace investigación científica, y, sin
embargo, cuando tengo una averiguación previa suya le creo. Y lo mismo ocurre
con las procuradurías de los estados.
Entonces, me
tardé un buen tiempo, y lo que más me demoro fue resolver ese problema ético.
Encontré que una salida digna era identificar algún aspecto más amplio que el
narcotráfico relacionado con el crimen organizado, que tuviera un altísimo
impacto directo en la vida de las personas, y que tuviera algunos componentes
idiosincráticos.
Eso me fue
llevando a observar algunos fenómenos como la paramilitarización, el secuestro
y la extorsión, y al final eso se conectó con algunas historias de las que yo
iba teniendo noticia. Entonces tomé la decisión de hacer un libro sobre
extorsión.
También
porque fui observando que la extorsión tenía facetas desde nivel micro, como en
las relaciones interpersonales, hasta el macro, en dinámicas globales.
Eso fue lo
que me hizo seleccionar ese tema, y me parece que no me equivoqué; a lo mejor
los lectores dirán lo contrario.
Yo quiero
hacer énfasis en que éste no es un libro de nota roja (porque a veces la gente
se refiere a él como si lo fuera, de que “ahora sí vas a ver las menudencias de
la víctima”, como decía La Garrapata).
No es un libro estridente; es un reportaje que pretende mostrar los sistemas.
No es un libro basado en averiguaciones previas ni expedientes judiciales; no
usa apodos. Tiene un lenguaje bastante contenido; va siendo narrado en
círculos; contiene un libro dentro de otro libro (que es lo de “La gata”).
La idea es
aportar información para el debate y la comprensión social, la reflexión y la
búsqueda de soluciones colectivas. La idea no es hacer un libro para divertir o
intimidar.
El libro
pretende estar transversalizado tanto en la investigación periodística como en
el paradigma de periodismo que yo suscribo y practico. Es la idea de que deben
tener mayor visibilidad en el periodismo aquellos que menos la tienen en el
espacio público, incluidos quienes delinquen o dicen que delinquen.
AR: Sobre los periodistas: al final,
en tu texto sobre Nazario Moreno, haces una anotación muy fuerte: “No hay nada
más fácil que hacer creer a un periodista lo que quiere creer”. Al respecto, ¿cómo
ha informado la prensa acerca de este tipo de hechos?
MLK: El periodismo mexicano es como el
periodismo en todas las sociedades de cultura política premoderna. Hay
sociedades que ahora tienen una cultura política más avanzada, que han
evolucionado hacia unos estadios de relaciones sociales donde están más
implicadas la ética y la participación ciudadana.
México, en
términos de cultura política, es una sociedad anclada en prácticas premodernas,
y eso, sin duda, permea el trabajo que hacemos los periodistas y los medios.
Entonces, hay muchos relatos en paralelo: está el de la prensa industrial, que
es sensacionalista, envilecedor de la sociedad, alimentada y azuzada por el
poder público, que se ejerce con una visión punitivista. Esa prensa construye
un relato de nosotros como seres peligrosos, amenazantes, irredentos, y más si
somos morenos, indígenas o pobres. Así nos volvemos más intimidantes y más
peligrosos en ese relato discursivo del poder público de perspectiva
punitivista y de una industria de las noticias premoderna, con periodistas de
mentalidad inquisitoria y muy precariamente formados.
Allí está el
relato de las elites, finalmente, y por otro lado está el relato de lo que los
ciudadanos experimentamos en nuestra interacción en el espacio público cotidiano.
Eso es algo
muy interesante de la extorsión: que allá arriba está el correlato de
información por goteo, donde “todos somos sospechosos de extorsionar, y el que
es víctima pues ya se chingó”, o alguno es vuelto héroe: “No se dejó
extorsionar y agarró las armas y murió en su defensa”, y dicen que es un mártir
en lugar de decir que es una víctima a la que el Estado abandonó.
Entonces, me
parece que así está narrado este fenómeno por nosotros en la prensa, en la
industria de las noticias: información por goteo, totalmente
descontextualizada, más enfocada en intimidar y en explotar los miedos sociales
que en enterar, poner al día, problematizar, reflexionar, buscar opciones
colectivas de solución. Así es como yo lo veo.
Cuando yo
hablo de la prensa y del periodismo estoy hablando de mí también; no solamente
estoy hablando de los demás: yo soy reportero y soy periodista en esa prensa
desde hace más de tres décadas, por lo que tengo el mismo virus. Yo soy un
periodista inquisidor, y eso lo digo en los talleres y es cierto, aunque suene
un poco como a Alcohólicos Anónimos, donde yo diría: “Yo soy Marco M., y soy
inquisitivo” (risas).
AR: En tu libro cuentas una anécdota:
fuiste a Durango en 2011, y se te acercó un hombre menor de 30 años que dijo
conocerte (por supuesto tú no lo conocías a él) y te intimidó. Por este tipo de
experiencias, ¿te has sentido en peligro al hacer este libro, o en tu trabajo
de reportero en general? En un país con tantos periodistas asesinados, ¿cómo es
posible el periodismo?
MLK: A lo largo de mi historia de más de
tres décadas de reportero, pues sí he tenido lo que podríamos llamar incidentes
y ataques; por lo menos están registrados en la prensa un secuestro, dos
asaltos a mi casa, una balacera, amenazas y otros incidentes que han ido
pasando a través de los años. Hay una recomendación de la Comisión Nacional de
los Derechos Humanos de hace mucho tiempo, en el programa de agravio a periodistas,
por un secuestro que sufrí en Michoacán, lo que debió haber ocurrido en 1995.
Obviamente
sufrí la descalificación de nuestros colegas; bueno, hasta me acuerdo que
alguien dijo “es que él no es periodista; hace muchos años que no hace
periodismo”, o alguna cosa así; o sea, “secuéstrenlo, no hay pedo”. Ya sabes,
la denostación de las víctimas.
Cuando hice
el libro de pandillas viví muchos momentos muy intimidantes; cuando he hecho
cosas sobre fronteras, sobre el tren en Lechería he vivido cosas fuertes.
Cuando yo estaba haciendo un reportaje sobre los militares que se prostituyen
viví cosas que... pues no sé cómo describirlas, pero que yo sentí que era como
un acecho.
En este libro
hubo varios momentos de riesgo, y antes de que se publicara hubo algunas
llamadas ambiguas... sentí que eran como llamadas de desesperación de policías
en el sentido de “la regué en mi testimonio, ya no lo publiques”, cosas así.
Pero lo que
te puedo decir es que yo estoy en la gloria respecto a compañeros que pueden
estar en Matamoros, Apatzingán, etcétera.
Yo vivo eso
como riesgos inherentes al periodismo en un país en el que el poder del Estado
no solamente es incapaz de garantizar el ejercicio de la libertad de expresión
y de la libertad de prensa, sino cuyos servidores públicos tienen un ADN
político burocrático absolutamente reacio a la rendición de cuentas, a la
transparencia. Entonces, un entorno de suyo complejo se exacerba por la
violencia que ejercen los servidores públicos hacia los ciudadanos, incluidos
los periodistas.
Insisto:
teniendo riesgos y sintiendo asechanzas, digo que no se comparan en nada con
nuestros compañeros en otros lugares.
Por último,
digo también que es verdad que cada periodista está en libertad absoluta de
decidir si quiere seguir haciendo periodismo en un entorno así. No es legítimo
que nadie dé lecciones o pontifique sobre valentía; eso es una falacia. Yo
respeto absolutamente a nuestros compañeros que deciden no hacer periodismo, que
deciden retirarse u optan por el periodismo servil para no hacerlo de otro tipo
y que pueda traerles consecuencias.
En mi caso,
cuando estaba haciendo el libro y cuando se publicó, amigos y familiares me
decían: “¿Por qué insistes en esos temas? ¿No crees que es momento de
retirarte?”. Lo que les respondí fue que yo creía que, en mi caso, yo no tenía
por qué pensar que sólo iba a hacer periodismo en condiciones cómodas sino que
me parecía que lo que lo poco o mucho que yo sepa de periodismo y mi
experiencia son una herramienta social. Es decir, pueden servirle a alguien
para visibilizar aquello que otro pretende encubrir o meterle una lógica de
opacidad.
Entonces, no
soy mártir ni me siento héroe o boy scout;
ni siquiera me siento valiente (creo que a lo más podría ser un poco
irresponsable). Disfruto reporteando; creo que soy un reportero digno y que el
trabajo que hago puede servirle a alguien para ejercer su derecho a la
información o para exhibir o entender algo. Lo seguiré haciendo hasta que la
muerte nos separe (risas). Y lo sigo haciendo sin la idea de esos colegas
nuestros que traen la onda de “pobres de nosotros, somos corresponsales de
guerra” y todo eso, a lo que yo paso.
Yo creo que
hay colegas que están en altísimo riesgo, que es a los que hay que proteger, de
los que hay que estar cerca en la medida de nuestras posibilidades. Nosotros en
el DF y otras ciudades, evidentemente estamos por ahora más seguros y
ciertamente tenemos que salir a hacer coberturas, en las que hay que utilizar
herramientas del periodismo, hay que comportarse de acuerdo con la ética profesional,
hay que tener un sentido de respeto a la comunidad, y probablemente así sólo
estemos un poquito menos inseguros.
AR: Vayamos propiamente al tema de la
extorsión. ¿Qué nos muestra este delito respecto a lo que es el Estado
mexicano? Más que vacío, por parte de las autoridades parece haber una
complacencia o, peor aún, complicidad con los delincuentes, si no es que son
ellas mismas las delincuentes (como se observa en “La gata”, esa extensa y
episódica parte de tu libro).
MLK: En su sentido amplio el Estado somos
la sociedad, las instituciones, el poder público. En esa acepción amplia, en
realidad la extorsión es un fenómeno interesante porque, como decía hace rato,
te deja mirar aspectos propios de una sociedad premoderna y con enormes
contradicciones. Por ejemplo, la extorsión tiene una dimensión interpersonal de
familiares que se extorsionan entre sí, de compañeros de trabajo, escuela o
prisión que se extorsionan entre sí.
En todos esos
casos vemos la participación de ciudadanos en formas extorsivas, incluso de
ciudadanos que no se dedican formalmente a actividades delictivas sino que
encuentran en esa práctica una opción de protección o de recursos. En
sociedades como la mexicana tenemos relaciones sociales extorsivas, y esto tiene
un componente idiosincrático fuerte.
Ya no vemos
prácticas extorsivas muy arraigadas socialmente, así está de normalizado el
asunto. Ya ni siquiera las vemos como extorsión, lo que es un aspecto
importante: como sociedad, como parte del Estado, tenemos normalizadas formas
extorsivas que, en muchos caso, ya no vemos como tales.
En lo que se
refiere al poder del Estado, a las instituciones, a las leyes, a los servidores
públicos, lo que es claro es que, por un lado, la extorsión es posible por la
intervención de ese poder en sus vertientes corruptas. La extorsión sería
impensable sin corrupción.
Entonces, por
un lado diría que es muy difícil que tú acudas a una institución a exigir o a
solicitar un servicio o a ejercer un derecho, y no te encuentres con una forma
extorsiva. Ése es un dato importante.
Después, en
términos de seguridad ciudadana y de justicia penal y prevención, te das cuenta
de que una vez que un ciudadano entra en una lógica extorsiva como víctima,
queda en la indefensión total. Es decir, no hay forma de que él encuentre una
opción del poder público: encuentras caricaturas como la denuncia ciudadana de
extorsión a un teléfono que habitualmente no funciona, donde te dejan esperando
hasta que te cansas, donde te toman la denuncia y esa denuncia se queda allí si
no es que llega a quienes te están extorsionando.
Finalmente,
diría que no existen mecanismos de prevención y de política pública, en
general, que le quiten a la extorsión y a otras formas delincuenciales el
altísimo incentivo, porque en una sociedad y en una economía que no te da
certezas, un trabajo precarizado (generalmente subempleo), informal, temporal,
te lleva a la certeza de que violar la ley tiene altos incentivos.
En el sentido
anterior, yo digo que en México la impunidad es tan grande que, de hecho, el
Estado mexicano genera incentivos para violar la ley penal.
Ese es el
escenario que yo encontré en este reportaje. Obviamente, yo traté de quitarle
la parte estridente, mórbida, intentando centrarme en el costo y en la
condición humana que implica ser víctima o partícipe de dinámicas de extorsión.
AR: Das datos muy dramáticos, como el
del Instituto Ciudadano de Estudios Sobre la Inseguridad, que dice que en
Chihuahua y el Estado de México se concentra casi el 70 por ciento de denuncias
por extorsión, y que sólo el 0.9 y 2.5 por ciento de ellas, respectivamente,
son consignadas. ¿Cuáles son los principales obstáculos legales que se tienen
para perseguir la extorsión?
MLK: Ya visto desde el punto de vista
estrictamente legal, punitivo, sin hablar del aspecto social o de seguridad
ciudadana, preventivo o idiosincrático, en primer lugar la extorsión es un
delito que, para empezar, es muy difícil denunciar porque tú casi nunca estás
en condiciones de dimensionar la amenaza. Entonces, cuando alguien trata de
extorsionarte no sabes si es un amigo tuyo, algún conocido o un familiar, si es
una broma, si es alguna organización criminal de gran envergadura o si es
alguien que está suplantando a esa organización.
Todo eso hace
que tú quedes en una incertidumbre tan grande que las propias personas que
extorsionan explotan ese espacio de incertidumbre, utilizando un lenguaje muy
intimidante, un tono muy imperativo, a un ritmo trepidante, dando
instrucciones, etcétera. Ése es un primer dato: no sabes de qué tamaño es el
asunto, y por ello no sabes a quién acudir.
Sobre lo
anterior allí están los datos de la Encuesta Nacional de Victimización y
Percepción sobre Seguridad Pública 2012 (Envipe), que dice que no se denuncian
más del 92 por ciento de los delitos cometidos en México, y en el caso de
secuestro y extorsión esa cifra aumenta. Además señala que la gente no acude a
denunciar porque cree que no sirve para nada, es muy farragoso, burocrático, la
trataron mal, intentaron extorsionarla o teme que el servidor público esté
asociado con los extorsionadores, como ha pasado.
La poca gente
que denuncia es maltratada, en algunos casos ridiculizada, y cuando se trata de
un servidor público, por ejemplo de un agente del Ministerio Público que trata
de extorsionarte, tú vas y denuncias que te pidió dinero, que se lo diste y no
pasó nada; entonces él te revierte la denuncia y dice “pues no, ella trató de
sobornarme”. Y entonces entras en la lógica del delito del soborno, y entonces
ese es otro problema.
Eso se agrava
por la capacidad actoral de los extorsionadores, que han desarrollado toda una
forma de discursividad, de retórica violenta que hace que sea muy intimidante.
Y por último,
un delito así, con estas complejidades, que, además habitualmente casi nunca se
da en estado puro, y que empieza como extorsión y termina en robo, secuestro,
homicidio, amenazas cumplidas, tortura sicológica o física, en allanamientos. Eso
hace que realmente la autoridad de procuración de justicia intervenga cuando el
asunto ya está absolutamente fuera de control para ti, y para cuando ya está
absolutamente en control del extorsionador. Entonces cuando interviene la
autoridad lo hace de manera formal: levantan una averiguación previa, y luego ésta
se va hundiendo en un proceso de victimización secundaria: eres víctima de
extorsionadores y luego de las instituciones cuando pides el amparo de ellas.
Todos esos
problemas están finalmente asociados a la normalización. Creo que uno de los
principales problemas para combatir la extorsión es la normalización. Párate un
día en la esquina de una calle, date una vuelta y haz el ejercicio de las
formas extorsivas que tú ya no ves y verás lo que pasa. Vas a ver un señor que
está cobrando en la calle, un taller que está allí y que luego pasa la patrulla
y le saca algo; llegas al edificio donde vives, entras y ves una lista que dice
que tienes que aportar 50 pesos para que el barrendero se lleve la basura, y
otras cosas. Eso es extorsión y soborno porque estás sobrepagando un servicio
público; pero si lo expresas, tus vecinos se enojan y dicen: “Este señor no es
un buen ciudadano, no coopera, no participa, no colabora, no le gusta la
solidaridad”. Es esto el problema: la extorsión está normalizada desde formas
chicas hasta muy grandes.
AR: Dedicas una parte del libro al
fenómeno económico: recuperas una declaración de Juan Carlos Garzón, ministro
colombiano, que dice que la extorsión es una economía de subsistencia, mientras
que Alejandro Martí dice que es la caja chica del crimen. ¿Qué peso tiene la
extorsión en la economía criminal?
MLK: Una de las fuentes a las que recurrí
es el Grupo de Tarea sobre Lavado de Dinero y Terrorismo, que es un mecanismo
multilateral que se dedica a proveer información a los países sobre la
dimensión global del crimen organizado, la corrupción y el terrorismo. Tiene
información muy buena, muy interesante, y una metodología muy consistente.
Edgardo Buscaglia ha sido uno de los que más ha participado en investigaciones
de este tipo de organismos y que más ha ayudado a su conocimiento público, y lo
que dice este mecanismo es que hay 22 giros del crimen organizado que tienen
dimensión global por sus redes, por sus mercados, por sus canales de
distribución y por sus articulaciones. Uno de esos giros es la extorsión.
También dice
que las mayores organizaciones del crimen organizado mexicanas están
articuladas globalmente en esos 22 giros, que incluyen la extorsión a nivel
global.
Eso lo puedes
ver si sigues, como yo hago, cierto tipo de prácticas extorsivas normalizadas,
por ejemplo en Michoacán: ves claramente que Nazario Moreno y las
organizaciones que ha fundado han logrado maestría en eso, enormes coberturas,
una base territorial con milicias (yo no meto el rollo religioso porque me
parece que eso sólo es un componente secundario, de manipulación y de cohesión
social; no estoy tan seguro de que sea algo que haya que tomar seriamente para
la parte delincuencial, aunque tiene una dimensión cultural importante, pero no
sé hasta dónde, no tengo claro qué tan arraigada pueda estar).
El hecho es
que eso lleva a lo que yo llamo, tomando algunos elementos de la economía y la
sociología, “economías criminales de escala”. Es decir, sobre la misma base que
sirve para mover drogas, traficar con personas, explotar mujeres, traficar
armas o lavar dinero puedes extorsionar. Yo escuché decir a policías que la
extorsión es la caja chica del crimen organizado porque le provee recursos
frescos y constantes.
Una de las
razones por las que la extorsión se exacerbó con el gobierno del presidente Felipe
Calderón fue porque militarizó la seguridad pública. Entonces, el Ejército
irrumpió en lugares como Juárez. Si observas, la extorsión se salió de control
precisamente en aquellos lugares donde llegó el Ejército: Chihuahua, Guerrero,
Tamaulipas, Michoacán, Durango, y la razón es que cuando entra un agente
disruptor de los tráficos normales (las drogas, las armas, los migrantes),
entonces las organizaciones estructuradas a partir de mercados ilegales mutan
hacia giros invisibles que no necesitan desplazamientos ni gran infraestructura,
como la extorsión y el secuestro. Entonces generan una lógica extensiva; es
decir, se meten en todas las zapaterías, todas las peluquerías, todas las
carnicerías, todas las concesionarias de autos, y eso les permite mantener su
estructura delincuencial mientras el Ejército se acomoda y genera sus propias
dinámicas de interés y reconfigura el mercado local criminal. No estoy diciendo
que esto lo detiene; irrumpen las tropas del Ejército y temporalmente se
detiene, en efecto, pero los criminales swichean
hacia la extorsión y hacia el secuestro, que no necesitan visibilidad, no
tienes que andar armado en la calle ni una gran infraestructura. Con una laptop con señal y cinco teléfonos lo
resuelves, y ni siquiera tienes que ir a cobrar la extorsión porque la puedes
depositar en bancos como Azteca o BanCoppel, o mandan a otras víctimas a cobrar:
secuestran a tu hijo y te dicen que lo van a liberar pero que tienes que ir a
hacer una serie de cobros. Entonces son de esos delitos en los que no necesitas
nada en la calle.
Así funciona.
Ya cuando el Ejército se convierte en un poder fáctico local y se reconfiguran
los mercados, entonces ya se vuelve a la actividad normal, hasta grados como el
de Chiapas, donde la gente hace manifestaciones contra la policía federal o
contra el Ejército porque están en la extorsión, o las lamentaciones de Nazario
Moreno y sus personeros, que dicen: “Nosotros no tenemos pedo con las
autoridades, con la población; nuestro pedo es que el Ejército y la policía
federal están ganándonos territorios para la extorsión. Allí sí tenemos un
problema. Ellos extorsionan, nosotros proveemos protección, y estamos peleando
contra ellos porque extorsionan”.
Eso produce
una lógica de economías de escala; pongo de ejemplo una gasolinería, en la que para
rentabilizar el mismo espacio, la infraestructura, los servicios, ponen un
cajero automático, un café, un tallercito, una tiendita de conveniencia, y eso
es una economía de escala.
Una economía
criminal de escala es una donde tienes tu base para distribuir drogas en una
zona delimitada, estás articulado a otros grupos, y entonces cuando aparece un
factor disruptor del mercado van para otro giro: al secuestro, a extorsionar a
madres solteras de clase media (lo que pasó en Ciudad Juárez). De manera
extensiva se va identificando a las personas más indefensas, a las que menos se
pueden defender porque tienen que ir a trabajar, a mantener a los hijos y que ganan
poco. Y es gente que no tiene dinero, pero le dicen “endósame la factura de tu
coche, voy a venir por el refrigerador” y se va haciendo una lógica extensiva
desde abajo, y así vas expoliando a la sociedad.
La extorsión
es uno de los fenómenos sociales más expoliadores de las relaciones sociales y
de la economía.
AR: Pones unos casos muy dramáticos,
por ejemplo el de la extorsión a maestros en escuelas públicas de zonas
populares de Guerrero, o la que practican los policías con los niños que son
explotados sexualmente en Tapachula. Entonces este delito se ceba también en
los más pobres.
MLK: Por eso digo que son relaciones
sociales extorsivas. No se trata de banalizar el tema al grado de decir que
todos nos estamos extorsionando, o que la cosa no tiene remedio; eso me parece
bastante chabacano. Más bien pienso, como dices y como planteo en el reportaje,
que, en efecto, cuando el Estado genera incentivos para violar la ley, entonces
la extorsión se vuelve una de las figuras más presentes en las relaciones
sociales. De allí viene en parte la construcción de incentivos: hay impunidad e
indefensión totales, y entonces lo que sucede es que el costo de extorsionar es
menor que el de ser chofer de un taxi; es decir, se arriesga más un chofer de
taxi en la Ciudad de México que un extorsionador. Si sales a la calle como
taxista tienes el riesgo de que te agarre la policía y te extorsione, de que se
descomponga tu carrito, de que te asalte, de que te golpeen, de que choques, de
que generes algún daño; en cambio, el extorsionador tiene menos del uno por
ciento de riesgo de que lo castiguen, según dice la Envipe, que menciona que de
los delitos denunciados apenas el uno por ciento llega a sentencia condenatoria.
Entonces el riesgo es mínimo; por eso te digo que el Estado mexicano genera
incentivos para violar la ley penal, sin duda.
Eso nos decía
el maestro Johan Galtung el año pasado. Yo le pregunté: “¿Usted cómo valora
esta violencia exacerbada?” (porque uno que está aquí se enoja y utiliza hasta
elementos de juicio moral: la maldad, la perversidad, la descomposición social,
etcétera). Me vio como si estuviera viendo a alguien de las cavernas (el tipo
tiene experiencia en miles de conflictos en el mundo durante los últimos 60
años), y me dijo: “Mientras no quiten los incentivos, eso va a seguir pasando
porque eso no tiene una dimensión propiamente moral. Tiene unos incentivos muy
altos”.
O sea: cuando
una gente viola la ley y no sólo no hay consecuencias sino que los márgenes de
rentabilidad son tan altos y el riesgo tan poco, va a hacer lo que tenga que
hacer por ganar.
Estaba yo
recordando esto que me decía el maestro Galtung porque en septiembre, en
Berlín, hablando con el jefe de la policía antinarcóticos de Alemania, él me
decía: “Cuando nosotros detenemos a alguien, a un jefe del crimen organizado
que está en drogas, él tiene la certeza de que lo vamos a mandar a la cárcel;
tenemos todo perfectamente documentado”. Entonces yo le dije: “¿Cuánto tiempo
lo mandan a la cárcel?”; “Nosotros lo mandamos a la cárcel 15 años”, dijo, y lo
decía con vehemencia.
Yo le dije:
“Si a usted lo escucharan en México los periodistas y los ciudadanos
inquisidores, los policías, le dirían: 'No, la gente tiene que irse unos mil
700 años para que nosotros como sociedad nos sintamos satisfechos; no seguros,
satisfechos”. Es la venganza social, y ya con eso siento que me desquité lo
suficiente. Nos moríamos de la risa, pero él decía: “Es que es distinto aquí,
porque irte 15 años a la cárcel aquí implica que te vamos a quitar todos tus
bienes, y además vamos a traer tus coches en la calle porque hay una ley aquí
que establece que el policía puede utilizar bienes requisados para su trabajo,
incluidas patrullas. Eso hace hasta una competencia entre los policías a ver
quién consigue el mejor coche. Además, si tú vas a quedar exhibido socialmente,
estigmatizado, vigilado, y tu familia va a quedar estigmatizada para siempre,
es obvio que a tu esposa no le va a gustar eso; va a preferir que tengas un
trabajo que puedan planear a largo plazo, que tus hijos puedan ir a una buena
escuela, que puedan ser profesionales brillantes, que puedan ascender en la
escala social; eso es lo que te interesa”.
Decía
Galtung: si generas certeza en la comunidad, en los ciudadanos, no necesitas
darle la certeza de riqueza sino certidumbre en términos de estabilidad
laboral, empleo de calidad, buen servicio educativo, buen entorno para vivir.
Eso genera dinámicas muy saludables, que es lo que llamamos redes sociales.
Entonces, el
gran problema es que se generan incentivos para extorsionar.
*Entrevista publicada en Replicante, junio de 2013.